Hay un increíble momento en la vida que ocurre cuando Tim Burton se pregunta si es posible que la figura monstruosa de Frankenstein podría ser entrañable y menos monstruosa y más humana, y no sólo responde con una de las reconversiones burtonianas más conocidas de la historia del cine, sino que se va de paseo y conoce el mundo gracias a una vendedora de Avon. Para que luego digan que ser comercial no vale de nada.

Posee una plasticidad técnica que eleva su entorno y sus personajes casi a un territorio esperpéntico donde exaltar todo ese costumbrismo de las residencias norteamericanas donde la gente que aspira al sueño americano se sorprende con lo nuevo y lo anormal, para comportarse en esa casi omitida visión hipermaterialista de la vida.

Su guion tiene un formato corto, especialmente dedicado a entablarse como un corto relato navideño donde la magia no sólo sea temporal sino que transgreda a la cúspide de obras fantásticas y revitalizadoras, donde se aproveche el portento técnico para engrandecer una historia inesperadamente enriquecedora. La metáfora de las manos esconde un ensayo sobre la utilidad, la máquina que quiere ser humano y la antítesis del hombre exitoso, retratando que éste es aquel que no puede servir al otro, al espectro de relaciones de relaciones burocráticas y económicas que sostiene el desarrollo humano, pero con el tono imaginario y fantástico que desprende Tim Burton.

Sin duda es la "Pesadilla después del capitalismo" más vanguardista, mágica, tenebrosa y gótica más realista de su filmografía, un cuento de hadas dramático y cruel, porque a veces la verdad con sangre entra, y con la ficción.

Ya de primeras hay un regreso hacia esos bajos fondos de la galaxia, con un acentuado esfuerzo por demostrar ese traslado suburbano dentro de la space- opera, además de retratar la esclavitud con tintes robóticos. De ahí en adelante sigue cumpliendo los roles básicos de una aventura de caballerías galáctica y la representación de todos sus elementos, esta vez con un cierto tipo de humor algo más apreciable de lo normal.

El universo galáctico de George Lucas incrementa su valor constructivo con la presentación de comunidades exóticas que forman parte importante del filme a partir de su segunda mitad, estableciendo un paralelismo entre las culturas indígenas, junto a rituales y procedimientos etnográficos. Realmente es en esta entrega de la trilogía original donde se da el verdadero enfrentamiento entre el lado oscuro y el lado luminoso, con el añadido conflicto entre padre e hijo sin resolver y con la novedad de haber conocido la verdad.

Pero lo más extraordinario es la compasión y los sentimientos que incluso el peor villano de la ciencia ficción puede mostrar, seguido del entierro de todos los errores del pasado y la demostración verdadera de una nueva esperanza. Es uno de los cierres mejor elaborados dentro de otras muchas sagas del subgénero, aunque también es verdad que no es tan complicado cuando la imaginación y la viveza de la magia está siempre surcando los cielos. Con el paso del tiempo vendrían otras historias...

Es una cinta tardía debido a la pandemia por la covid-19, sin embargo, su introducción no peca en exageración: se consolida de forma emotiva y enérgica, superponiendo su temática con estilo y dedicación. Cate Shortland vuelve a los orígenes del personaje interpretado por Scarlett Johansson, un poco a la retaguardia del increíble papel de Florence Pugh: juntas se ven envueltas en escenas de acción del calibre de "Capitán América: Soldado de Invierno" (Russo Brothers, 2014).

El peor y más lastrado aspecto del filme es el repentino parón de relleno que acontece el final de su segunda acto; esto es una carga que corrompe toda la historia de identidad familiar y venganza que los personajes centrales representan en primera plana. Su discurso feminista está bien introducido y está narrado con la solvencia misma de la trama, no es un panfleto como podría verse quizás en "Capitana Marvel" (Anna Boden, Ryan Fleck; 2019) y además se ve acompañada de un sencillo y soez manifiesto sobre un villano representando esa estructura patriarcal de poder y dominación, paralelo a la ficción de la trama y centrado en construirse de forma coherente.

Es poco pretenciosa y eso se justifica en la sencillez de su argumento: Cate Shortland, a pesar de ello, implanta de elegante acción y escenarios cargados de heroísmo a una película que podría haber sido una de tantas, pero lo cierto es que su doble lenguaje (ficticio y feminista) están tan bien encajados que se comporta casi como una de las imprescindibles de Marvel Studios.

Carpenter presenta una película inspirada en la cultura de los videojuegos de los 80, con una mirada distópica hacia el violento mundo que se cierne en la parte más desfavorable de la cultura norteamericana. El casi fetiche actor del director, Kurt Rusell, interpreta un papel con símiles narrativos al que haría más adelante en "Golpe en la pequeña China" (1986). Sin embargo, la presente cinta guarda un hermetismo argumental y no es tan ostentosa como la del 86.

La crueldad de una sociedad psicopática se muestra a través de una secuencia intimista que parece oscurecer la descripción social de la clase baja como exponente victimista del crimen y la miseria. Además, su banda sonora sabe atrapar al espectador y lo envuelve en un continuo argumento con un trazo narrativo flexible y muy vinculado con el origen móvil del filme. Su mayor énfasis es potenciar un discurso centrado en el camino del héroe bajo una estructura punk y carismática de los bajos fondos de una socialización antisistema y entregada a la violencia y la barbarie.

El héroe patriótico, esto es, la carga representativa del protagonismo exhibido en este género de aventuras y acción mediante el sello original de Carpenter, es el mayor resultado de la cinta. Sin embargo, no es un héroe reconocido y el guion recoge finalmente la versión del antihéroe concebida en la sombra, conceptualizado como secreto elemental de un Estado fascista que sólo vela por la imagen y control total del imperialismo estatal. "1997: Rescate en Nueva York" (1981) es una de las obras que goza de poca belleza y calidad audiovisual pero marca un desarrollo narrativo con matices sociológicos.

La historia que se muestra en pantalla es una dramática mezcla entre la gloria y la guerra, con unos personajes que siembran unos diálogos que brindan en el espectador de una buena muestra de esta especie de regreso hacia el cine peplum con el recuerdo de películas como "Ben-Hur"( William Wyler, 1959) y "Spartaco" (Stanley Kubrick, 1960).

El exilio y la muerte no poseen diferencias en este camino heroico bajo la piel de Máximo, encarnado por un Russell Crowe que envuelve su papel de héroe trágico y pasa por el aro del Ulises menos discreto y mitológico: es la leyenda que transpira la sobria y desafiante narración de Ridley Scott el mayor impulso a la eterna longevidad de esta obra maestra cinematográfica.

La belleza visual que evoca la cinta es irremediablemente creciente, con una banda sonora que defiende a toda costa sus mejores y más elaborados momentos. La trayectoria protagónica se bifurca hacia dos caminos diferentes: uno abre la veda a la tiranía y al desorden y el otro construye su idiosincracia heroica mediante la justicia y la venganza, atributos que expresan el designio de esperar a contemplar una vida mejor a la vivida.

El uso de primerísimos primeros planos conversacionales para los preparativos al clímax favorecen la intensidad trágica del mastodóntico y conmovedor Joaquin Phoenix en la caída hacia la desgracia de su papel como villano. "Gladiator" (Ridley Scott, 2000) es una película armoniosa con un talento para narrar un drama escrito con una formalización histórica que emprende el camino heroico con elevadas cotas de calidad. Al César denle otra vez a Ridley Scott, quien ha realizado una cinta elemental para conocer cómo se construye un buen drama histórico.