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4
28 de mayo de 2016
28 de mayo de 2016
29 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
La filmografía de Arnaud Desplechin sobrepasa la decena de trabajos. “Tres recuerdos de mi juventud” ha sido su última película estrenada entre nosotros y ha supuesto su reconocimiento definitivo. Fue premiada en Cannes en la Quincena de Realizadores y como guinda, consiguió ser nominada a once Césars del cine francés, obteniendo solo un premio, pero uno de los más importantes, el de mejor director. Es profeta en su tierra y ha sido comparado por algunos con el mismísimo Truffaut. Toda una exaltación, apoyada por gran parte de los críticos y usuarios y con los que siento mucho discrepar, sobre todo porque ya me gustaría haber “descubierto” que Truffaut tiene, tras décadas desde su desaparición, un sucesor de su línea de trabajo o en su estilo.
Y es que tengo la sensación de algo chocante que pasa desde hace tiempo en el cine francés. Tan elitista como exigente como fue, el cine francés ha ido concediendo licencias y reconocimientos ha directores que plagian obras ya existentes en su cine, carentes de originalidad y cercanos a la pedorrez más criticable. En este sentido el film de Desplechin es indudablemente francés, pero en su concepto más negativo, ya que resulta cargante y muy pretenciosa. Es un anacronismo, tanto por su planteamiento como por su desarrollo.
Arnaud Desplechin y Julie Peyr firman el guión, estructurado en tres partes, tres recuerdos y un epílogo. Los dos primeros recuerdos, los más logrados, son más concretos y breves que su tercer recuerdo, el que realmente ocupa casi todo el metraje y en el que se producen los baches narrativos y reiteraciones. Dicho sea de paso, eso de tres recuerdos quedan bien como título, pero realmente las dos primeras historias quedan ensambladas en la historia tercera, por lo que es un recuerdo con ramificaciones. Y su guión posee unos personajes sin garra, que no van a ningún lado. No es el “ni contigo ni sin ti” pasional de Truffaut, a mí se me asemeja más al dicho de la Gata Flora, con cierto aroma “intelectual”.
Para ello se ha contado con un casting de “qualité” en el que figuran el versátil y también venerado Mathieu Amalric, que a veces se le permite pasarse, saturando, o el gran André Dussollier, aquí desaprovechado, combinado con nuevos rostros como jóvenes protagonistas, ambos nominados como mejores actores revelación, Quentin Dolmaire como Paul Dedales, con un parecido lejano a Olivier Martinez y Lou Roy- Lecollinet como Esther, más cercana a Laetitia Casta que a la imagen del mito perseguido de la Bardot.
El trabajo de Irina Lubtchansky a la fotografía es curioso, por su variedad de tonos, aunque innecesarios los fundidos emulando al citado autor de “Los 400 golpes”, como su pantalla dividida en algunas ocasiones, para hacerla más “chic”, digo yo, porque no veo otra justificación, mientras que la labor de Gregoire Hetzel en la música a veces me molesta, quizás porque utilice música y el clima de Georges Delerue, evidenciando las costuras que pose el film y sus pretensiones. No le doy el aprobado, porque consiguió aburrirme, rematando con un final que se veía venir y que podía haberse producido antes, ahorrándonos algo de metraje.
Y es que tengo la sensación de algo chocante que pasa desde hace tiempo en el cine francés. Tan elitista como exigente como fue, el cine francés ha ido concediendo licencias y reconocimientos ha directores que plagian obras ya existentes en su cine, carentes de originalidad y cercanos a la pedorrez más criticable. En este sentido el film de Desplechin es indudablemente francés, pero en su concepto más negativo, ya que resulta cargante y muy pretenciosa. Es un anacronismo, tanto por su planteamiento como por su desarrollo.
Arnaud Desplechin y Julie Peyr firman el guión, estructurado en tres partes, tres recuerdos y un epílogo. Los dos primeros recuerdos, los más logrados, son más concretos y breves que su tercer recuerdo, el que realmente ocupa casi todo el metraje y en el que se producen los baches narrativos y reiteraciones. Dicho sea de paso, eso de tres recuerdos quedan bien como título, pero realmente las dos primeras historias quedan ensambladas en la historia tercera, por lo que es un recuerdo con ramificaciones. Y su guión posee unos personajes sin garra, que no van a ningún lado. No es el “ni contigo ni sin ti” pasional de Truffaut, a mí se me asemeja más al dicho de la Gata Flora, con cierto aroma “intelectual”.
Para ello se ha contado con un casting de “qualité” en el que figuran el versátil y también venerado Mathieu Amalric, que a veces se le permite pasarse, saturando, o el gran André Dussollier, aquí desaprovechado, combinado con nuevos rostros como jóvenes protagonistas, ambos nominados como mejores actores revelación, Quentin Dolmaire como Paul Dedales, con un parecido lejano a Olivier Martinez y Lou Roy- Lecollinet como Esther, más cercana a Laetitia Casta que a la imagen del mito perseguido de la Bardot.
El trabajo de Irina Lubtchansky a la fotografía es curioso, por su variedad de tonos, aunque innecesarios los fundidos emulando al citado autor de “Los 400 golpes”, como su pantalla dividida en algunas ocasiones, para hacerla más “chic”, digo yo, porque no veo otra justificación, mientras que la labor de Gregoire Hetzel en la música a veces me molesta, quizás porque utilice música y el clima de Georges Delerue, evidenciando las costuras que pose el film y sus pretensiones. No le doy el aprobado, porque consiguió aburrirme, rematando con un final que se veía venir y que podía haberse producido antes, ahorrándonos algo de metraje.

6,7
1.635
10
15 de abril de 2013
15 de abril de 2013
23 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Lo importante es amar” es hoy por hoy una película de culto, aunque evidentemente no siempre fue así. De hecho París Match la calificó con acierto, y no sé si como medida de prevención, como “un puñetazo en plena cara”. Provocó que un amplio sector conservador intentara boicotearla, a los que se sumaron los cinéfilos más “puristas” de gustos institucionalizados. En España se recupera la versión íntegra cuando se repuso en 1984. Con el paso del tiempo se ha visto que el ucraniano Andrzej Zulawski no sólo hizo su obra maestra, si no que creó un estilo de “nervatura”, de crispación, aumentado por la cámara en mano y que luego ha sido imitado hasta la actualidad, pero que en su día resultó bastante chocante, muy rompedor. Para colmo el clima de la película es muy real, tenso y casi asfixiante, sumido en una estética “feísta” y violenta que turba. Zulawski siguió en esa línea con la magnífica y aterradora “Posesión” y con “La mujer pública”, notable película sobre la alienación y de la que se me antoja que sirvió de cierta inspiración a Aronofsky para su “Cisne negro”. Luego su director parece que tranquilizó su tumultuosa vida (cerrando el capítulo de los innumerables problemas con el régimen polaco) rodando casi todo en Francia, aunque en un plano más esporádico. Y fue Romy Schneider la que impuso al director, desconocido (y censurado por las autoridades polacas), para salvar un proyecto arriesgadísimo en muchos sentidos. Delerue hace una de sus composiciones más personales, a base de temas muy cortos de duración. Mientras la percusión y los instrumentos de viento desempeñan un papel agresivo, los instrumentos de cuerda sirven sobre todo para dar lirismo a la desgarradora historia de amor. Aronovich a la fotografía hace un espléndido trabajo capaz de captar hasta la más mínima intención en la mirada de sus actores, sea por ejemplo el fabuloso momento de Jacques Dutronc en los servicios o el mismo arranque de la historia, con una Romy Schneider perfecta y que ganó el primer César del cine francés que se otorgaba por esta interpretación de la ya mítica Nadine. Creo que nunca la he visto tan conmovedora, tan desesperada, luciendo una belleza natural casi sin maquillaje y sin operaciones, algo poco usual hoy día. Y se podría hablar más de esta magnífica película, pero por falta de espacio opto por recomendarla y que sea el espectador quien juzgue. Grandes escritores y críticos la han alabado, por ejemplo Andrés Aberasturi le rindió un precioso artículo (dedicado a una amiga suya ya fallecida, Maite, creo recordar), y también sé que la defensa que hace de ella Carlos Boyero irrita a más de uno. Pero es que “Lo importante es amar” sigue provocando opiniones muy encontradas, sigue viva y no es una película fácil de ver, sobre todo para el espectador medio acostumbrado a historias de amor más convencionales y edulcoradas.

6,5
1.824
7
13 de julio de 2019
13 de julio de 2019
22 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
En pleno boom de “biopics” de cantantes o musicales de distinta calidad, se estrena “Wild Rose”, cuya duración en cartelera ya aseguramos que será mínima, tanto como su repercusión, al menos hasta que pase un tiempo. Las razones son varias: su promoción ha sido muy discreta, la música “country” no tiene muchos adeptos por estas latitudes, y, además de no contar nada nuevo, la historia ya nos la han contado antes con menor acierto, como en las genialmente interpretadas por Meryl Streep, sean “Postales desde el filo” o “Ricki”, o con mayor acierto, como podían ser los casos de, por ejemplo “Georgia” de Ulu Grosbard o sobre todo “Alicia ya no vive aquí”, que supuso el “Oscar” para una estupenda Ellen Burstyn y que dirigió un emergente por aquel entonces Martin Scorsese. Los puntos en común con esta última son bastantes, desde ciertas situaciones a parecidos con el personaje central.
El guión de Nicole Taylor está bien construido. Quizás su mayor acierto ha sido no inclinarse demasiado en su lado dramático, y adornar con mucha moderación, el punto dulce o de humor que pudiera tener. “Wild Rose” en ese sentido es correcta, se ajusta bastante a la realidad, con su crítica social incluida como buen film británico (escocés para más exactos), aunque tenga sus dosis de escape y humor. El personaje central de Rose- Lynn se mueve entre la atmósfera de Marion, que es su madre, el barrio y sus hijos, y el mundo casi idílico de Susannah, la mujer para la que trabaja en tareas del hogar. Todo esto supongo que sonará exótico en Estados Unidos, sobre todo en Nashville, ciudad por la que su protagonista está obsesionada y uno de los bastiones del "country", pero este gusto por el estilo musical más americano se puede dar en cualquier país, y como ejemplo ahí está el tema que Alemania envió a Eurovisión en 2006, el "No No Never" de Texas Lightning.
Tom Harper dirige de manera correcta. Puede que en los créditos iniciales nos dé una falsa imagen y una primer contacto algo impostado a través de su protagonista, pero nada comenzar el film, eso queda en el olvido, centrándose hasta el final, con algunas escenas “musicales” logradas y hasta con el sentimiento requerido.
Sus factores técnicos, desde su montaje a la fotografía también son correctos y cuentan en todo momento con una ambientación que parece “real”, que en ningún momento se estiliza ni cae en el estereotipo.
El punto fuerte es el trabajo interpretativo, gracias, una vez más, a un “casting” bien elaborado y que incluye a los niños, porque hasta ellos están bien. Por supuesto Julie Walters demuestra, una vez más, que con un personaje bien trazado esta gran actriz es capaz de hacer un trabajo fabuloso. Y la bomba es su protagonista, Jessie Buckley, físicamente un cruce entre Lola Dueñas y Holly Hunter, que sin hacer demasiados “numeritos” a cámara, saca su personaje a flote gracias a su verismo dramático y a su espléndida voz, ya que nadie la dobla, cantando los temas sin "play back". Parece mentira que ni Walters y sobre todo Buckley, no hayan aparecido hasta la fecha nominadas por su labor. No sé si tendrán opción para el año que viene, pero si no se sumarán a la larga lista de injusticias cometidas en la tómbola de los premios. También, por ejemplo, hubiera sido “nominable” el tema “No Place Like Home”, compuesto tres chicas: C. Smith, K. York y la oscarizada actriz Mary Steenburgen.
Soy consciente que “Wild Rose” no tiene el tirón popular que tenía, por ejemplo “Full Monty” o “Billy Elliot (Quiero bailar)”, aunque también cuente en su reparto con una de sus protagonistas, Julie Walters, si bien en un cometido muy diferente. Ni tampoco tiene esa habilidad de taladrar el corazón que tenía la notable y olvidada por muchos “Little Voice”. Pero es un “musical” hecho con amor y complicidad en los que en ella han colaborado, con más dignidad que otros subproductos más famosos y en apariencia más relucientes. Lo dicho, nada nuevo en el horizonte, pero lo que hay está bien hecho. Que no es poco.
El guión de Nicole Taylor está bien construido. Quizás su mayor acierto ha sido no inclinarse demasiado en su lado dramático, y adornar con mucha moderación, el punto dulce o de humor que pudiera tener. “Wild Rose” en ese sentido es correcta, se ajusta bastante a la realidad, con su crítica social incluida como buen film británico (escocés para más exactos), aunque tenga sus dosis de escape y humor. El personaje central de Rose- Lynn se mueve entre la atmósfera de Marion, que es su madre, el barrio y sus hijos, y el mundo casi idílico de Susannah, la mujer para la que trabaja en tareas del hogar. Todo esto supongo que sonará exótico en Estados Unidos, sobre todo en Nashville, ciudad por la que su protagonista está obsesionada y uno de los bastiones del "country", pero este gusto por el estilo musical más americano se puede dar en cualquier país, y como ejemplo ahí está el tema que Alemania envió a Eurovisión en 2006, el "No No Never" de Texas Lightning.
Tom Harper dirige de manera correcta. Puede que en los créditos iniciales nos dé una falsa imagen y una primer contacto algo impostado a través de su protagonista, pero nada comenzar el film, eso queda en el olvido, centrándose hasta el final, con algunas escenas “musicales” logradas y hasta con el sentimiento requerido.
Sus factores técnicos, desde su montaje a la fotografía también son correctos y cuentan en todo momento con una ambientación que parece “real”, que en ningún momento se estiliza ni cae en el estereotipo.
El punto fuerte es el trabajo interpretativo, gracias, una vez más, a un “casting” bien elaborado y que incluye a los niños, porque hasta ellos están bien. Por supuesto Julie Walters demuestra, una vez más, que con un personaje bien trazado esta gran actriz es capaz de hacer un trabajo fabuloso. Y la bomba es su protagonista, Jessie Buckley, físicamente un cruce entre Lola Dueñas y Holly Hunter, que sin hacer demasiados “numeritos” a cámara, saca su personaje a flote gracias a su verismo dramático y a su espléndida voz, ya que nadie la dobla, cantando los temas sin "play back". Parece mentira que ni Walters y sobre todo Buckley, no hayan aparecido hasta la fecha nominadas por su labor. No sé si tendrán opción para el año que viene, pero si no se sumarán a la larga lista de injusticias cometidas en la tómbola de los premios. También, por ejemplo, hubiera sido “nominable” el tema “No Place Like Home”, compuesto tres chicas: C. Smith, K. York y la oscarizada actriz Mary Steenburgen.
Soy consciente que “Wild Rose” no tiene el tirón popular que tenía, por ejemplo “Full Monty” o “Billy Elliot (Quiero bailar)”, aunque también cuente en su reparto con una de sus protagonistas, Julie Walters, si bien en un cometido muy diferente. Ni tampoco tiene esa habilidad de taladrar el corazón que tenía la notable y olvidada por muchos “Little Voice”. Pero es un “musical” hecho con amor y complicidad en los que en ella han colaborado, con más dignidad que otros subproductos más famosos y en apariencia más relucientes. Lo dicho, nada nuevo en el horizonte, pero lo que hay está bien hecho. Que no es poco.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
SPOILER
Extraña es esa inesperada elipsis final que abre el rótulo “Un año después”. Creo que eso sobraba y, faltarían un par de escenas para cerrar bien tanto la relación de la protagonista con su madre, y con su amiga Susannah, que se ha comportado con ella cual hada madrina de Disney. No hubieran sido imprescindibles, pero hubieran redondeado el cierre. Parece que eso se subsana con el tema en concierto que da Rose- Lynn, precioso, tan visceral y lleno de verdad, que nos recordó en cierta manera a esa explosiva Bette Midler en “La rosa” y que pone la guinda a un, más que pastel almibarado, una rica tarta de manzana sin demasiado azúcar, en su punto justo. Ideal para tomar con una buena taza de té.
Extraña es esa inesperada elipsis final que abre el rótulo “Un año después”. Creo que eso sobraba y, faltarían un par de escenas para cerrar bien tanto la relación de la protagonista con su madre, y con su amiga Susannah, que se ha comportado con ella cual hada madrina de Disney. No hubieran sido imprescindibles, pero hubieran redondeado el cierre. Parece que eso se subsana con el tema en concierto que da Rose- Lynn, precioso, tan visceral y lleno de verdad, que nos recordó en cierta manera a esa explosiva Bette Midler en “La rosa” y que pone la guinda a un, más que pastel almibarado, una rica tarta de manzana sin demasiado azúcar, en su punto justo. Ideal para tomar con una buena taza de té.

6,3
2.085
6
8 de diciembre de 2014
8 de diciembre de 2014
22 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de haber tenido sensaciones encontradas al término de la película, es curioso el sabor que deja “Le meraviglie”, que fue premiada en los festivales de Cannes y Sevilla entre otros y por ahora, convirtiéndose para algunos críticos, sobre todo extranjeros, en un film de culto. Y no lo digo porque gire en torno al mundo de la apicultura y nos acabe empalagando, nada más lejos. A pesar de que en su narración, a veces, no se deje bien definidas las circunstancias y propósitos de los personajes más adultos, son las menores las verdaderas protagonistas, y ellas se mueven con desenvoltura en la historia que se plantea, cuya escritura puede parecer a ratos ilegible y en otras es transparente, pero lo que realmente importa, lo meritorio del guión son las sugerencias que la película en sí provoca.
Es como si se tratase de un relato íntimo, que se desarrolla en un paisaje rural, con un ambiente cercano al neorrealismo, pero con intenciones poéticas más que críticas. En Cannes, nada más empezar el orden de preguntas en la rueda de prensa, lo primero que aclaró Alice Rohrwacher, su directora, es que “Le meraviglie” no es un film autobiográfico, que es lo que puede sonar a priori con estos ingredientes y aunque ella se “haya encontrado” a algunos de esos personajes a lo largo de su vida. Sus momentos más íntimos o poéticos son más estéticos que nostálgicos, por lo que no se ve ni con pesadumbre ni de forma trágica. El hecho de que en el entorno donde se desarrolla (sobre todo se rodó en la Toscana) casi no aparezcan aparatos tecnológicos, donde reina el campo, los animales… puede chocar a un público habituado a una vida de ciudad frenética o al cine comercial. Se trata de un film cercano a una austeridad y a un “primitivismo” al que pocos hoy día se adentran. Por ello nos ha evocado al cine de Olmi o los Taviani pero visto con una perspectiva de Tanner, más que al Rossellini que a ella le gustaría parecerse. Se nota un punto germano (o suizo) mezclado con un punto italiano, y no lo digo porque en su versión original se manejen ambas lenguas, sino porque queda reflejado tanto en su historia como en su tratamiento visual.
Uno de los momentos más frescos, que a su vez ubica al espectador en qué época se desarrolla la acción, es su breve secuencia, donde Gelsomina y su hermana hacen el playback del tema “T´Appartengo”, siguiendo la coreografía de la propia Ambra Angiolini, incógnita que no se nos aclara cómo se la saben. Pero bueno, son dudas leves. Sus actores, sobre todo las menores, hacen un buen trabajo, donde la naturalidad prima sobre la simpatía, incluyendo a la Bellucci en un breve cometido pero más enjundia de lo que puede parecer. Espero que no se la compare con “El apicultor” o sobre todo con “El espíritu de la colmena. Todas se engloban dentro del mismo mundo pero nada les une, incluso convendría aclarar que su directora descubre tardíamente el film de Erice, ya habiendo acabado “Le meraviglie”, una película inusual, con momentos como hemos dicho, logrados y que hace que veamos en Rohrwacher una directora que en un futuro podría brindarnos más sorpresas.
Es como si se tratase de un relato íntimo, que se desarrolla en un paisaje rural, con un ambiente cercano al neorrealismo, pero con intenciones poéticas más que críticas. En Cannes, nada más empezar el orden de preguntas en la rueda de prensa, lo primero que aclaró Alice Rohrwacher, su directora, es que “Le meraviglie” no es un film autobiográfico, que es lo que puede sonar a priori con estos ingredientes y aunque ella se “haya encontrado” a algunos de esos personajes a lo largo de su vida. Sus momentos más íntimos o poéticos son más estéticos que nostálgicos, por lo que no se ve ni con pesadumbre ni de forma trágica. El hecho de que en el entorno donde se desarrolla (sobre todo se rodó en la Toscana) casi no aparezcan aparatos tecnológicos, donde reina el campo, los animales… puede chocar a un público habituado a una vida de ciudad frenética o al cine comercial. Se trata de un film cercano a una austeridad y a un “primitivismo” al que pocos hoy día se adentran. Por ello nos ha evocado al cine de Olmi o los Taviani pero visto con una perspectiva de Tanner, más que al Rossellini que a ella le gustaría parecerse. Se nota un punto germano (o suizo) mezclado con un punto italiano, y no lo digo porque en su versión original se manejen ambas lenguas, sino porque queda reflejado tanto en su historia como en su tratamiento visual.
Uno de los momentos más frescos, que a su vez ubica al espectador en qué época se desarrolla la acción, es su breve secuencia, donde Gelsomina y su hermana hacen el playback del tema “T´Appartengo”, siguiendo la coreografía de la propia Ambra Angiolini, incógnita que no se nos aclara cómo se la saben. Pero bueno, son dudas leves. Sus actores, sobre todo las menores, hacen un buen trabajo, donde la naturalidad prima sobre la simpatía, incluyendo a la Bellucci en un breve cometido pero más enjundia de lo que puede parecer. Espero que no se la compare con “El apicultor” o sobre todo con “El espíritu de la colmena. Todas se engloban dentro del mismo mundo pero nada les une, incluso convendría aclarar que su directora descubre tardíamente el film de Erice, ya habiendo acabado “Le meraviglie”, una película inusual, con momentos como hemos dicho, logrados y que hace que veamos en Rohrwacher una directora que en un futuro podría brindarnos más sorpresas.

6,8
291
8
31 de mayo de 2019
31 de mayo de 2019
21 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una grata sorpresa, y además hace pocos días de ello, que un usuario escribiera un comentario positivo sobre “El zorro gris”. De verdad, me alegro mucho.
La primera vez que leí sobre ella fue en los maravillosos “Cine para leer” de Editorial Mensajero, (me refiero a los pertenecientes al siglo pasado), concretamente en el número del año 1985, cuando en una breve reseña, Ángel Antonio Pérez Gómez, llamaba la atención sobre ella, afirmando, entre otras cosas, que era un excelente western o que a pesar de ser “Una obra redonda hubiera merecido mejor suerte en su estreno comercial”.
“El zorro gris” fue estrenada a finales de 1982 en Canadá, pero empezó a distribuirse en 1983 al resto del mundo, como en Estados Unidos, llegando a España en 1985, durando poco en cartel y posteriormente desaparecida durante mucho tiempo, cayendo, al parecer, en el olvido. En cambio, en Canadá, su país de origen, al menos fue un éxito. Estuvo nominada a trece premios “Genie” (los galardones de la Academia audiovisual canadiense), llevándose siete: película, director, mejor actor extranjero (Richard Farnsworth), mejor actriz de reparto (Jackie Burroughs), guión original, dirección artística y banda sonora. En los Globos de oro de 1983 fue nominada como mejor film extranjero y al mejor actor principal. Es de vergüenza que en los “Oscars” de ese año no le hicieran un hueco, ni siquiera para el alma de la película, la gran actuación del inolvidable Richard Farnsworth, actor que era un gran jinete y que apareció (aunque sin constar en créditos) en films tan célebres como “Un día en las carreras”, “Gunga Din”, “Lo que el viento se llevó” o “Río rojo”, entre otros muchos. Hizo mucha televisión y ya en los setenta encontró su recompensa al colaborar en muchos films, ya acreditado, como el “western” de culto “Monty Walsh”, “El juez de la horca”, “Otro hombre, otra mujer” y “Llega un jinete libre y salvaje”, precioso “western” de culto por el que recibió su primera nominación y que le ayudó a mantener su meritoria carrera, poniéndole broche con “The Straight Story: Una historia verdadera” de Lynch, antes de fallecer al año siguiente y por la que de nuevo fue nominado.
Ni tan fructífera ni espectacular fue la carrera de su director, Phillip Borsos, apadrinado por Coppola en este su primer largometraje tras rodar tres cortos. Su breve carrera tuvo varios trabajos más, quizás la que más pudo sonar fue “Llamada a un reportero”, realizada tres años después de “El zorro gris”, con Kurt Russell y Mariel Hemingway, aunque no obtuviera el fervor de los críticos. Él siguió como pudo en la brecha, luchando con la industria pero desgraciadamente falleció el dos de febrero de 1995 a los cuarenta y un años de edad, víctima de leucemia. Aquí da un ejemplo de lo que es dirigir no ya a actores, si no de cargar sobre su espalda toda responsabilidad llegando a ser capaz de crear un film con personalidad propia.
Volviendo a “El zorro gris”, hay que dejar claro que no se trata de ninguna superproducción, su presupuesto era bastante limitado, pero salió muy bien. Es todo un ejemplo de “western” nostálgico, crepuscular, gracias a unas circunstancias y, sobre todo, a unos personajes muy bien definidos, encarnados por notables actores. En ella se nos hablan de tantas cosas... pero a base de sutiles pinceladas. Basada en hechos reales, se nos narra la vida Bill Miner, un vaquero que se ha dedicado a delinquir. Al salir de la cárcel, justo al inicio del siglo XX vemos, como su protagonista, que el mundo ha cambiado y que no encuentra su lugar. Bill nunca ha tenido tiempo para el amor ni para establecerse en ningún sitio. Está desorientado, pero aún tiene olfato para detectar quien se quiere aprovechar de él o, todo un guiño cinematográfico, el seguir asombrándose y descubrir en un cinematógrafo a lo que está abocado.
La banda sonora de Michael Conway Baker, ayudado por la participación de The Chieftains, logran un trabajo que ayuda en todo momento al clima requerido, así como la estupenda fotografía de Frank Tidy, que juega constantemente con las variaciones del tiempo y de las horas del día.
Entre tanto “western” impostado, donde los argumentos se repiten y están carentes de personajes con “carne”, en localizaciones que apestan a decorados, ha sido un placer, después de tanto tiempo, el poder visionar “El zorro gris”. Y afortunadamente coincidir con la primera opinión que leí sobre ella. Ojalá el tiempo le dé su justo sitio a un film que no contará con muchos adeptos, pero los que sean, seguro que le serán fieles.
Para concluir ya que “Los hermanos Sisters” se ha convertido en un éxito y tira por directrices parecidas, se nos ocurre recomendarle este notable film a Enrique López Lavigne, uno de los productores de la misma, en el caso de que no la haya visto, cosa que es poco probable, ya que es un gran “fan” del género.
La primera vez que leí sobre ella fue en los maravillosos “Cine para leer” de Editorial Mensajero, (me refiero a los pertenecientes al siglo pasado), concretamente en el número del año 1985, cuando en una breve reseña, Ángel Antonio Pérez Gómez, llamaba la atención sobre ella, afirmando, entre otras cosas, que era un excelente western o que a pesar de ser “Una obra redonda hubiera merecido mejor suerte en su estreno comercial”.
“El zorro gris” fue estrenada a finales de 1982 en Canadá, pero empezó a distribuirse en 1983 al resto del mundo, como en Estados Unidos, llegando a España en 1985, durando poco en cartel y posteriormente desaparecida durante mucho tiempo, cayendo, al parecer, en el olvido. En cambio, en Canadá, su país de origen, al menos fue un éxito. Estuvo nominada a trece premios “Genie” (los galardones de la Academia audiovisual canadiense), llevándose siete: película, director, mejor actor extranjero (Richard Farnsworth), mejor actriz de reparto (Jackie Burroughs), guión original, dirección artística y banda sonora. En los Globos de oro de 1983 fue nominada como mejor film extranjero y al mejor actor principal. Es de vergüenza que en los “Oscars” de ese año no le hicieran un hueco, ni siquiera para el alma de la película, la gran actuación del inolvidable Richard Farnsworth, actor que era un gran jinete y que apareció (aunque sin constar en créditos) en films tan célebres como “Un día en las carreras”, “Gunga Din”, “Lo que el viento se llevó” o “Río rojo”, entre otros muchos. Hizo mucha televisión y ya en los setenta encontró su recompensa al colaborar en muchos films, ya acreditado, como el “western” de culto “Monty Walsh”, “El juez de la horca”, “Otro hombre, otra mujer” y “Llega un jinete libre y salvaje”, precioso “western” de culto por el que recibió su primera nominación y que le ayudó a mantener su meritoria carrera, poniéndole broche con “The Straight Story: Una historia verdadera” de Lynch, antes de fallecer al año siguiente y por la que de nuevo fue nominado.
Ni tan fructífera ni espectacular fue la carrera de su director, Phillip Borsos, apadrinado por Coppola en este su primer largometraje tras rodar tres cortos. Su breve carrera tuvo varios trabajos más, quizás la que más pudo sonar fue “Llamada a un reportero”, realizada tres años después de “El zorro gris”, con Kurt Russell y Mariel Hemingway, aunque no obtuviera el fervor de los críticos. Él siguió como pudo en la brecha, luchando con la industria pero desgraciadamente falleció el dos de febrero de 1995 a los cuarenta y un años de edad, víctima de leucemia. Aquí da un ejemplo de lo que es dirigir no ya a actores, si no de cargar sobre su espalda toda responsabilidad llegando a ser capaz de crear un film con personalidad propia.
Volviendo a “El zorro gris”, hay que dejar claro que no se trata de ninguna superproducción, su presupuesto era bastante limitado, pero salió muy bien. Es todo un ejemplo de “western” nostálgico, crepuscular, gracias a unas circunstancias y, sobre todo, a unos personajes muy bien definidos, encarnados por notables actores. En ella se nos hablan de tantas cosas... pero a base de sutiles pinceladas. Basada en hechos reales, se nos narra la vida Bill Miner, un vaquero que se ha dedicado a delinquir. Al salir de la cárcel, justo al inicio del siglo XX vemos, como su protagonista, que el mundo ha cambiado y que no encuentra su lugar. Bill nunca ha tenido tiempo para el amor ni para establecerse en ningún sitio. Está desorientado, pero aún tiene olfato para detectar quien se quiere aprovechar de él o, todo un guiño cinematográfico, el seguir asombrándose y descubrir en un cinematógrafo a lo que está abocado.
La banda sonora de Michael Conway Baker, ayudado por la participación de The Chieftains, logran un trabajo que ayuda en todo momento al clima requerido, así como la estupenda fotografía de Frank Tidy, que juega constantemente con las variaciones del tiempo y de las horas del día.
Entre tanto “western” impostado, donde los argumentos se repiten y están carentes de personajes con “carne”, en localizaciones que apestan a decorados, ha sido un placer, después de tanto tiempo, el poder visionar “El zorro gris”. Y afortunadamente coincidir con la primera opinión que leí sobre ella. Ojalá el tiempo le dé su justo sitio a un film que no contará con muchos adeptos, pero los que sean, seguro que le serán fieles.
Para concluir ya que “Los hermanos Sisters” se ha convertido en un éxito y tira por directrices parecidas, se nos ocurre recomendarle este notable film a Enrique López Lavigne, uno de los productores de la misma, en el caso de que no la haya visto, cosa que es poco probable, ya que es un gran “fan” del género.
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