El aliento épico del western ha desaparecido. Los aventureros de esta historia no se arriesgan por colonizar nuevas tierras, sino por un premio en metálico. La aventura no es la de la conquista y la supervivencia, sino una simple competición que podríamos calificar como deportiva. Una aventura devaluada y, hasta cierto punto, bajo control. Ya estamos en el siglo XX y esto es el ocaso del género.
Demasiado episódica e inconsistente, la película es confusa en sus planteamientos y, sobre todo, en su resolución. Abusa de tics temáticos y visuales de finales de los sesenta y principios de los setenta y sólo resulta discretamente entretenida. Los actores no tienen oportunidades de lucimiento por la endeble caracterización de sus personajes. No está, ni de lejos, entre las mejores películas de Brooks, que ya había revisado el género en películas tan notables como "La última caza" o "Los profesionales", muchísimo más recomendables.

Ni carne ni pescado. Ni chicha ni limoná. Un desperdicio de producción. Si el guión es un buñuelo, no hay producción solvente ni reparto estelar que lo levante. Episodios como el de la mina que pisa Matt Damon, la despedida que dejan a los rusos o el epílogo de 1977 son grasa añadida a una historia bastante fofa. No es rematadamente mala, pero sobre el mismo tema ya se hizo en 1964 "El tren", obra maestra de John Frankenheimer, que tiene todo de lo que esta carece: un sólido esqueleto, recia musculatura, nervios enérgicos y piel sensible. Es decir: algo que contar, un excelente guión, una realización magistral y unos personajes "de verdad". No perdais el tiempo. Vedla ya!. "El tren", digo.

El thriller con trasfondo político y conspirativo fue un género muy de moda allá por los años 70, cuando Redford se hallaba en la cima de su estrellato. Aquellas películas mostraban los puntos de vista del ala más "liberal" de Hollywood y ponían en entredicho el sistema político y social. Redford vuelve al género cuarenta años después para volver a reivindicar esos principios liberales, pero cuestionando algunos de los métodos de la lucha política de aquellos años.
El resultado es una película confusa y prolija que no acaba por despertar un verdadero interés. Se alarga demasiado para contarnos que aquellos activistas han acabado por encontrar un hueco en el sistema y que la gente de cierta edad es muy posible que haya hecho cosas de las que se arrepiente (o debería). Pero lo hace con mucha complacencia y sin auténtico dramatismo. Una lástima, porque el tema merecía un tratamiento más contundente.

Desde luego, la etiqueta no me asusta a priori. Pero si el autor es un señor que se mira el ombligo con la complacencia y la admiración de unos cuantos iniciados, me siento excluido. La película me ha resultado hermética. El complejo mundo interior del señor Carax me parece ininteligible. Inabordable desde la razón, tampoco me ha suscitado ninguna emoción. Sólo perplejidad. Aún así, supongo que tendrá su público. Dentro de unos cuantos años quedará claro si es una obra maestra o se habrá olvidado por completo. Yo, de momento, no le voy a conceder una revisión. He tenido suficiente de este autor.

Wenders llegó al punto más alto de consideración de la crítica a mediados de los ochenta y ahí se mantuvo durante una temporadita hasta que su fama y la expectación que levantaban sus películas se fue disipando. Lo que yo me pregunto es por qué llego a tener tal consideración, porque revisando “El amigo americano”, la película que le consagró, no consigo entenderlo.

La verdad es que sólo la había visto en una desastrosa proyección en un cine-club universitario, en mi fase gafapasta, aunque la palabreja no se hubiese inventado aún, y me libré muy mucho de decir que no me había enterado nada y que me había parecido un soberano peñazo, juicio de valor que he ratificado hoy. Pero entonces todavía dependía demasiado del juicio ajeno y no me atrevía a llevar la contraria a los más enterados. Vamos, como cualquier gafapasta.

Con el partido que han sacado otros directores de las novelas de Highsmith, Wenders malbarata lo que podía haber sido una tensa película de género para entregarnos un fofo camelo de autor al que le sobran firmas de autoría por un tubo. Dos horitas haciendo acopio de paciencia y puedo decir que me he enterado tan poco como la primera vez y que alguna secuencia suelta de resabios hitchcockianos, como la del tren, no justifica otras tantas secuencias absurdas. Compara esto con “Extraños en un tren” o “A pleno sol” y llora.