Sólido, ácido, un punto nihilista y un mucho descarnado. Un Clint Eastwood tan maduro que casi parece Harry el sucio, con una mirada amplia, sin estrecheces de miras ni segundas intenciones. Claro y rotundo, por momentos maniqueo y por muchos realista sin llegar a aburrir o a cansar con moralinas racistas. Un canto de cisne de quien hace mucho tiempo que cree que no hay nada nuevo bajo el sol. Un canto solidario a la amistad, a la oportunidad y al encuentro más allá de razas, credos o edades. Me encanta.

Existen ocasiones en que merece la pena aguantar una dura caminata sólo por ver unos minutos de puesta de sol. Pues bien, en esta película merece la pena aguantar la visión onírica de la creación y de la recreación por ver los minutos que duran los monólogos de Domenico, el loco de Erasmo o el loco de Gibran declama frases maravillosas contra un mundo que cae presa del miedo y la mediocridad o viceversa.

Movidos por el instinto más profundo que existe cuando los estómagos están llenos, estos vigorosos leñadores no pararán hasta haber hecho suyas a las chicas del pueblo vecino. Aun con los decorados pintados, uno no puede abstraerse de la frialdad del paisaje de Oregón ni dejar de oler el guiso caliente de la cocina, mientras los pies se escapan tras los números musicales.

No se puede intentar contar tanto con tanta pretensión como lo hace Antonio Banderas en esta película. La cursilería que destila por momentos con la congelación de planos y con un Fran Perea haciendo el ridículo con unas frases sacadas de los recortes de Jesús Quintero... Pero no es este el único guiño que se hace a películas recientes y no tanto. La escena en que los protagonistas se bañan en una ducha purificadora está literalmente plagiada de la boda del monzón...La escena del cine de verano bajo la lluvia, de cinema paradiso. Parece por momentos que incluso Chanquete pudiera volver a aparecer en pantalla para hacer un homenaje a la tierra marinera. Victoria Abril reluce una vez más como un pedazo de carne que exige sacar el culo en cada una de sus películas. Aunque esto tampoco choca en una película en que las escenas subidas de tono y las conversaciones ordinarias prevalecen, aunque claro, la crítica oficialista (a la cual la película le debe y deberá todo) comprenderá que el guión lo exigía.

La sombra del padre, las siluetas recortadas con la luz de la primera tarde; la hierba recién segada; el río bajo la fonda; las nubes pasajeras que cubren la escena de gotas gordas que no limpian las lágrimas de lo que no pudo nunca llegar a ser... cuento oriental en la orilla occidental de la vida. La figura eterna del eterno retorno del río de la vida, que nos empuja y nos conduce, nos hace volver sobre los pasos que creímos dar. Más adelante Renoir hará sus completas reflexiones en el río, ya en la India, ya completamente sumergido en la idea budista, antes, sin embargo, nos deja esta perla intensa y triste sobre la vida misma.