El director de “Night Watch” (2004), “Day Watch” (2006) y la genial “Wanted” (2008) nos presenta en su último film a un loco personaje que surge de la hibridación entre uno de los presidentes estadounidenses (antiguos) más conocidos mundialmente, Abraham Lincoln, y un cazavampiros. Adaptada de la novela (besteller) de Seth Grahame-Smith, “Abraham Lincoln: Vampire Hunter” es una mezcla de acción, ciencia ficción, vampirismo (a esta altura casi un género) y una visión (escueta, trivial) político-moral sobre la esclavitud.
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Timur Bekmambetov, además de dirigir este film, lo produce, entre otros, junto a Tim Burton, otro que parece estar obsesionado con los chupasangres en este 2012. Lo lúgubre, la predominante nocturnidad y las secuencias donde las tonalidades de la pantalla viran abruptamente de la calidez a la frialdad parecen ser el aporte del director de la actual “Sombras Tenebrosas”. Excelentes efectos especiales, a la altura de “Wanted”. La dinámica y velocidad que le aportan los fx se añaden al entretenimiento de la historia en sí misma, loca e increíble, pero tan bizarra como atractiva.
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En resumen, “Abraham Lincoln: Vampire Hunter” es acción pura, dentro del rubro de los films de vampiros o, mejor dicho, de cazavampiros (para diferenciarla de las secuelas romanticonas de “Crepúsculo”). Tiene un aire a “Resident Evil”, por los pequeños sustos que proporcionan las apariciones súbitas de vampiros, símiles a la de los zombies, y por los agresivos y sangrientos combates, hacha en mano, del Mr. President. En el final, el vampiro aliado de Lincoln (inmortal) se encuentra en la actualidad… ¿era Obama? Buen guiño.

Extenso film de dos horas y media, mezcla de drama y thriller basado en una historia real. Su finalidad pareciera ser tensionar al espectador por medio del personaje principal, Shamoto, el cual sufrirá internamente sin parar durante una semana.
La oposición entre personajes está muy bien lograda, aunque el director no se preocupa demasiado por concatenar perfectamente todas las transformaciones y acude al delirio para justificar estas falencias en la historia. De todas formas, lo hace recurrentemente transformándolo casi en un estilo del film.
La crudeza característica del cine asiático se presenta en este film en buena medida mostrando, sin hacerse demasiado problema, imágenes violentas, sangrientas y con alto contenido sexual.
La extensión me resulta excesiva, un final que no llega nunca y que es retrasado por secuencias repetidas que no aportan demasiada novedad a la historia o caracterización de los personajes. Los actores dejan bastante que desear pero esto se ve disminuido por lo delirante de la historia.

‘Histeria’ se promociona como la historia de la invención del consolador. Ayudada por lo tabú (aún hoy) del artefacto y basada (supuestamente) en hechos reales, suena bastante interesante dado el contexto: las estructuras mentales sobre el sexo (y no es que hoy no existan, de hecho, es una de las razones por las que atrae el film) y el papel de la mujer en la sociedad a finales del siglo XIX. Ahora bien, si uno busca una comedia jugada y controvertida, ésta no es la película.

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Un film de alrededor de una hora de duración (de contenido neto), realizado enteramente en plano secuencia.
Su escasa verosimilitud, tanto en el aspecto narrativo como en las interpretaciones, hace que sea atractiva solamente por su formato de plano y su manejo de sonido poco convencionales.
De todas maneras, es destacable la aparición en el cine sudamericano de este tipo de género, al que pocas veces se recurre.

Ópera prima de Armando Bo (proyectada en la apertura del último BAFICI) que tiene como uno de sus productores a Alejandro González Iñárritu, el director de “Biutiful”, film que, a su vez, tuvo como guionista al director argentino. Con un aire a “Biutiful” por su tristeza y patetismo, “El último Elvis” cuenta con el protagónico de John McInerny, imitador de Presley y de una voz fenomenal, pero que no era actor profesional en cine hasta esta película.
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Carlos Gutiérrez (o Elvis, como él mismo se hace llamar aún fuera de su disfraz) se muestra como un hombre de unos cuarenta y tantos, algo avejentado y dejado físicamente, solitario y obsesionado con el rey del Rock&Roll. Carlos se dedica a brindar shows como imitador de Elvis por las noches y, durante el día, debe trabajar en una fábrica para poder sobrevivir. Abandonado por su mujer y con una hija que no lo acepta como padre, un accidente cambiará las cosas y pondrá en juego un relato que combina un drama de insatisfacción personal con otro de índole familiar.
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Varias cuestiones muy interesantes. La cuestión del original y la copia en el mundo de los imitadores y la mirada social de éstos, a veces como artistas, a veces como freaks. El desarrollo de un lazo padre-hija desde algo inexistente hacia algo concreto, articulándose con tips como la madurez, responsabilidad, presencia/ausencia y la generación de un vínculo sentimental. Muerte, enfermedad, miedo, sueños y felicidad son algunos de los otros temas que se tratan a lo largo de “El último Elvis”.
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Estéticamente, Armando Bo evita la densidad de diálogos mientras prefiere apostar a la voz de su protagonista y musicaliza muchísimas secuencias. Abusa de travellings “circulares” que tienen como centro a Elvis en sus shows y propone encuadres “de autor”, planos cerrados y un lente de distancia focal corta que desenfoca el fondo inmediato permanentemente.
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“El último Elvis” es complejo y depresivo pero también es original. Es sofisticado y a la vez tiene ese simbolismo en clave autoral, egoísta y confuso. Su patetismo a veces es agotador, pero uno se termina “enganchando” para conocer el desenlace de esta historia.