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5,7
5.438
6
5 de enero de 2015
5 de enero de 2015
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Biopic de Jerry Lee Lewis, el mítico pianista del rock and roll que incendiaba pianos en el escenario y que rivalizó con el mismísimo Elvis Presley.
Jim McBride es el encargado de acercarnos la vida de esta leyenda viva del rock, basándose en un libro escrito por la que fue esposa de éste: Myra Lewis. En relación al libro, parece ser que la película es bastante fiel a la historia de este chaval que a edad temprana ya husmeaba en las fiestas de los negros y ansiaba con poder tocar el piano al mismo ritmo alocado.
Dennis Quaid tiene la difícil tarea de encarnar el histrionismo y la energía que despedía Jerry por aquellos años, con una interpretación que en principio puede parecer sobreactuada y de hecho lo es, pero no hay mejor manera de reflejar la alocada personalidad de este genio que ascendió como la espuma y decayó igual de rápido debido principalmente a su relación con la hija de su primo, bajista de su grupo. Winona Ryder hace correctamente de Myra Brown, la chica de trece años de la que Lewis se enamoró y con la que se casó, algo nada raro en la sociedad estadounidense de la época, pero sí escandaloso para la puritana sociedad británica.
La narración se desarrolla sin florituras, siguiendo fielmente la biografía publicada casi de forma calcada. McBride sabe conjugar bien el ritmo y el drama, aunque la cinta no es ni mucho menos un aburrido documental, sino un entretenido viaje al pasado de la cultura musical norteamericana de los años cincuenta, con un diseño de producción a lo “Grease” (1978) y una gran banda sonora con los principales éxitos de Lewis, por supuesto. El filme, además, está sutilmente enfocado a la comedia debido a la personalidad tan explosiva y visceral del legendario pianista.
Probablemente es uno de los mejores papeles de Dennis Quaid, aunque no podamos decir lo mismo de Winona Rayder, simplemente correcta, ni de Alec Baldwin, el hermano predicador de Jerry Lee Lewis que en el filme sólo tiene un protagonismo anecdótico.
Ideal para pasar un buen rato mientras se conoce a uno de los ídolos musicales más míticos del rock.
Jim McBride es el encargado de acercarnos la vida de esta leyenda viva del rock, basándose en un libro escrito por la que fue esposa de éste: Myra Lewis. En relación al libro, parece ser que la película es bastante fiel a la historia de este chaval que a edad temprana ya husmeaba en las fiestas de los negros y ansiaba con poder tocar el piano al mismo ritmo alocado.
Dennis Quaid tiene la difícil tarea de encarnar el histrionismo y la energía que despedía Jerry por aquellos años, con una interpretación que en principio puede parecer sobreactuada y de hecho lo es, pero no hay mejor manera de reflejar la alocada personalidad de este genio que ascendió como la espuma y decayó igual de rápido debido principalmente a su relación con la hija de su primo, bajista de su grupo. Winona Ryder hace correctamente de Myra Brown, la chica de trece años de la que Lewis se enamoró y con la que se casó, algo nada raro en la sociedad estadounidense de la época, pero sí escandaloso para la puritana sociedad británica.
La narración se desarrolla sin florituras, siguiendo fielmente la biografía publicada casi de forma calcada. McBride sabe conjugar bien el ritmo y el drama, aunque la cinta no es ni mucho menos un aburrido documental, sino un entretenido viaje al pasado de la cultura musical norteamericana de los años cincuenta, con un diseño de producción a lo “Grease” (1978) y una gran banda sonora con los principales éxitos de Lewis, por supuesto. El filme, además, está sutilmente enfocado a la comedia debido a la personalidad tan explosiva y visceral del legendario pianista.
Probablemente es uno de los mejores papeles de Dennis Quaid, aunque no podamos decir lo mismo de Winona Rayder, simplemente correcta, ni de Alec Baldwin, el hermano predicador de Jerry Lee Lewis que en el filme sólo tiene un protagonismo anecdótico.
Ideal para pasar un buen rato mientras se conoce a uno de los ídolos musicales más míticos del rock.

6,2
6.005
7
23 de julio de 2014
23 de julio de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Terry Gilliam, el afamado ex Monthy Python, inició con “Los héroes del tiempo” la llamada “trilogía de la imaginación”, completada con “Brazil” (1985) y “Las aventuras del barón Münchausen” (1988). El más creativo del grupo cómico inglés utilizó el cine como válvula de escape para dar salida a su desarrollada imaginación y a su profusión de ideas, las cuales parecen formar una fuente inagotable que está lejos de secarse aún en nuestros días.
El filme cuenta la historia de Kevin (Craig Warnock), un chico que quiere evadirse del mundo consumista que tiene subyugado a sus padres y se suele encerrar en su habitación a leer libros de aventuras. Una noche, de su armario aparecen unos enanos que dicen haber robado un mapa temporal del Ser Supremo, y se dedican a viajar a través del tiempo a distintas épocas para robar y saquear lo que encuentran. Pero hay otro ser, el Maligno (David Warner), que les persigue para hacerse con el mapa y dominar así todas las épocas.
En “Los héroes del tiempo”, Gilliam expone por primera vez toda la fuerza de su estilo visual en pos de una historia hilarante, divertida y aún con grandes dosis del humor característico de los Monthy Python (de hecho, hay varios de sus componentes en el reparto). Ese estilo no le abandonará ya en casi toda su filmografía fantástica, siendo más explotado si cabe y alcanzando sus más altas cotas en su estupenda “Brazil”, y en menor medida en “Las aventuras del barón Münchausen”. El factor común de las tres películas es el portentoso mundo imaginativo que se despliega ante los ojos de cada protagonista: mientras que en “Los héroes del tiempo” es un niño, en “Brazil” será un hombre de mediana edad, y en “Las aventuras del barón Münchausen” será un anciano.
La cinta, aparentemente alegre y desenfadada, no es sólo una mera película de aventuras juveniles, sino que encierra una lectura oscura en su vertiente fantástica, y otra lectura crítica en su parodia de la sociedad de consumo (algo en lo que los Monthy Python eran los amos indiscutibles). La oscuridad en la vertiente épica o fantástica es encarnada por el Maligno, con su casco inspirado en el diseño “gigeriano” del “Alien” (1979) de Ridley Scott, y se acerca a las ideas “tolkianas” de la lucha entre el Bien y el Mal con tintes de revolucionario industrial. Las intenciones del Maligno son mecanizarlo todo, criticando la labor de la evolución orgánica creada por el Ser Supremo, inútil desde el punto de vista práctico. Toda una declaración de intenciones.
Sin duda, el humor es parte integrante y muy importante del filme, aunque roce a veces el ridículo (algo bastante común en la filmografía de Gilliam). Sin embargo, son impagables las escenas de John Hurt como Napoleón Bonaparte, disertando sobre la estatura de los grandes generales de la Historia, las de John Cleese como un afeminado Robin Hood, o las de Sean Connery como el rey Agamenón.
Muy recomendable.
El filme cuenta la historia de Kevin (Craig Warnock), un chico que quiere evadirse del mundo consumista que tiene subyugado a sus padres y se suele encerrar en su habitación a leer libros de aventuras. Una noche, de su armario aparecen unos enanos que dicen haber robado un mapa temporal del Ser Supremo, y se dedican a viajar a través del tiempo a distintas épocas para robar y saquear lo que encuentran. Pero hay otro ser, el Maligno (David Warner), que les persigue para hacerse con el mapa y dominar así todas las épocas.
En “Los héroes del tiempo”, Gilliam expone por primera vez toda la fuerza de su estilo visual en pos de una historia hilarante, divertida y aún con grandes dosis del humor característico de los Monthy Python (de hecho, hay varios de sus componentes en el reparto). Ese estilo no le abandonará ya en casi toda su filmografía fantástica, siendo más explotado si cabe y alcanzando sus más altas cotas en su estupenda “Brazil”, y en menor medida en “Las aventuras del barón Münchausen”. El factor común de las tres películas es el portentoso mundo imaginativo que se despliega ante los ojos de cada protagonista: mientras que en “Los héroes del tiempo” es un niño, en “Brazil” será un hombre de mediana edad, y en “Las aventuras del barón Münchausen” será un anciano.
La cinta, aparentemente alegre y desenfadada, no es sólo una mera película de aventuras juveniles, sino que encierra una lectura oscura en su vertiente fantástica, y otra lectura crítica en su parodia de la sociedad de consumo (algo en lo que los Monthy Python eran los amos indiscutibles). La oscuridad en la vertiente épica o fantástica es encarnada por el Maligno, con su casco inspirado en el diseño “gigeriano” del “Alien” (1979) de Ridley Scott, y se acerca a las ideas “tolkianas” de la lucha entre el Bien y el Mal con tintes de revolucionario industrial. Las intenciones del Maligno son mecanizarlo todo, criticando la labor de la evolución orgánica creada por el Ser Supremo, inútil desde el punto de vista práctico. Toda una declaración de intenciones.
Sin duda, el humor es parte integrante y muy importante del filme, aunque roce a veces el ridículo (algo bastante común en la filmografía de Gilliam). Sin embargo, son impagables las escenas de John Hurt como Napoleón Bonaparte, disertando sobre la estatura de los grandes generales de la Historia, las de John Cleese como un afeminado Robin Hood, o las de Sean Connery como el rey Agamenón.
Muy recomendable.
5
22 de julio de 2014
22 de julio de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primer contacto con el cine de Win Wenders y espero que no el último, aunque esta extensa y surrealista obra me ha dejado un poco desconcertado.
He visto la versión de cuatro horas y media, en la que se distinguen tres partes diferenciadas y el mismo director así delimita también la película. En realidad, es como una especie de viaje iniciático de los protagonistas, los cuales hacen causa común ante un misterioso invento que parece ser capaz de controlar los propios sueños.
El filme va pasando por diversos escenarios como si de una guía de viaje se tratara, en los cuales los personajes van y vienen en unas relaciones tan extrañas e impersonales como lo es el mismo sentido de la película, una obra surrealista y monocorde de estupenda fotografía y de incierto objetivo. De ritmo lento, se permite intentar calar mediante imágenes esnobistas y con diálogos flojos de unos personajes tan simples como planos.
Todo viaje es una aventura y en todo país siempre hay algo con lo que uno se siente identificado. Así pues, parece que Wenders plasma su idea de lo bello y exótico en cada localización donde hace viajar a los personajes, mostrándonos unas escenas tan dispares como los de la lluviosa Tokio o los rojizos atardeceres australianos.
Una vez acabada la película, se queda ese sabor especial de haber disfrutado de una obra única que ha despertado varios resortes en el cerebro sin saber exactamente por qué. Hay veces que es mejor no entender una película sino sentirla y dejar que intente llenarte de algún modo, tal como pasa con directores como David Lynch. Pero Wenders no es Lynch, más que le pese, y su “Hasta el fin del mundo” tiene buen fondo pero intenciones demasiado ambiguas.
De todas formas, Wenders ha logrado despertar mi curiosidad, aunque sólo sea por ver algo diferente.
He visto la versión de cuatro horas y media, en la que se distinguen tres partes diferenciadas y el mismo director así delimita también la película. En realidad, es como una especie de viaje iniciático de los protagonistas, los cuales hacen causa común ante un misterioso invento que parece ser capaz de controlar los propios sueños.
El filme va pasando por diversos escenarios como si de una guía de viaje se tratara, en los cuales los personajes van y vienen en unas relaciones tan extrañas e impersonales como lo es el mismo sentido de la película, una obra surrealista y monocorde de estupenda fotografía y de incierto objetivo. De ritmo lento, se permite intentar calar mediante imágenes esnobistas y con diálogos flojos de unos personajes tan simples como planos.
Todo viaje es una aventura y en todo país siempre hay algo con lo que uno se siente identificado. Así pues, parece que Wenders plasma su idea de lo bello y exótico en cada localización donde hace viajar a los personajes, mostrándonos unas escenas tan dispares como los de la lluviosa Tokio o los rojizos atardeceres australianos.
Una vez acabada la película, se queda ese sabor especial de haber disfrutado de una obra única que ha despertado varios resortes en el cerebro sin saber exactamente por qué. Hay veces que es mejor no entender una película sino sentirla y dejar que intente llenarte de algún modo, tal como pasa con directores como David Lynch. Pero Wenders no es Lynch, más que le pese, y su “Hasta el fin del mundo” tiene buen fondo pero intenciones demasiado ambiguas.
De todas formas, Wenders ha logrado despertar mi curiosidad, aunque sólo sea por ver algo diferente.
8 de febrero de 2014
8 de febrero de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
George Pal, uno de los más afamados y talentosos directores-productores de ciencia-ficción de los dorados años 50, se encargó de la financiación de "Con destino a la Luna" antes de sus acertadas adaptaciones de la obra de H.G. Wells.
El filme, visionario en ciertos momentos, narra los prolegomenos científicos y logísticos y la consecución de un viaje tripulado a la Luna. Mediante un motor de energía atómica de una sola fase, una nave de elegante y aerodinámico diseño transportará a cuatro astronautas a nuestro satélite.
De escasa intriga y elevado rigor documental, "Con destino a la Luna" se muestra como un curioso e interesante ejemplo de la temprana ciencia-ficción de los 50, repleta de terrores nucleares y predicciones científicas más o menos acertadas. El filme de Pichel pudiera resultar excesivamente riguroso y falto de acción dramática, pero su ejecución es solvente y sus efectos especiales, poniéndose en perspectiva, son efectivos y elaborados.
Un filme con encanto que nos permite contrastar los conocimientos de la época con los de ahora. Recomendable.
El filme, visionario en ciertos momentos, narra los prolegomenos científicos y logísticos y la consecución de un viaje tripulado a la Luna. Mediante un motor de energía atómica de una sola fase, una nave de elegante y aerodinámico diseño transportará a cuatro astronautas a nuestro satélite.
De escasa intriga y elevado rigor documental, "Con destino a la Luna" se muestra como un curioso e interesante ejemplo de la temprana ciencia-ficción de los 50, repleta de terrores nucleares y predicciones científicas más o menos acertadas. El filme de Pichel pudiera resultar excesivamente riguroso y falto de acción dramática, pero su ejecución es solvente y sus efectos especiales, poniéndose en perspectiva, son efectivos y elaborados.
Un filme con encanto que nos permite contrastar los conocimientos de la época con los de ahora. Recomendable.
TV

5,2
2.943
6
2 de diciembre de 2013
2 de diciembre de 2013
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En “El retorno del Jedi” (1983), Skywalker y compañía se enfrentaban a las fuerzas imperiales en los bosques de la luna de Endor, ayudados por unos simpáticos ositos de peluche guerreros, los Ewoks. El avispado George Lucas, dios omnipotente y omnisciente del merchandising, vio en estos sucedáneos de los osos amorosos un filón más al que poder explotar dentro del vasto universo “Star Wars”, con lo que nació esta televisiva “Aventura de los Ewoks”.
Ambientada en la misma luna de Endor, se cuenta la historia del joven Mace (Eric Walker) y su hermana pequeña Cincel (Aubree Miller) los cuales, después de un accidente, se han visto separados de sus padres de forma violenta. En su búsqueda serán ayudados por los Ewoks pero no a cualquier precio, pues los nativos no se fían de cualquiera y deberán de ganarse su confianza. Juntos iniciarán la aventura por los bellos parajes hasta la guarida de Gorax, el gigante que mantiene cautivos a los padres.
Primera de las dos aventuras televisivas de los Ewoks y, seguramente, la mejor y de la que mejor recuerdo guardo. El que sea un telefilme no impide que el encantador diseño lucasiano permanezca intocable respecto a su hermana mayor “Star Wars”, con lo que es un muy digno spin-off de la misma. El cuidado demostrado en su elaboración se refleja perfectamente en el acabado final del filme, cuya colorista fotografía y el contraste con los tramos oscuros de la narración dotan al relato de mayor interés, siendo ya de por sí una historia entretenida y de ritmo muy aceptable.
De entre la variedad de Ewoks cabe destacar a Wicket, un valiente osito en cuyo interior hizo su debut el actor Warwick Davis, el futuro Willow de Ron Howard.
“La aventura de los Ewoks” es una aventura de la que muchos de nosotros guardamos un grato recuerdo, y cuyo valor nostálgico no empaña en ningún momento su indudable calidad.
Ambientada en la misma luna de Endor, se cuenta la historia del joven Mace (Eric Walker) y su hermana pequeña Cincel (Aubree Miller) los cuales, después de un accidente, se han visto separados de sus padres de forma violenta. En su búsqueda serán ayudados por los Ewoks pero no a cualquier precio, pues los nativos no se fían de cualquiera y deberán de ganarse su confianza. Juntos iniciarán la aventura por los bellos parajes hasta la guarida de Gorax, el gigante que mantiene cautivos a los padres.
Primera de las dos aventuras televisivas de los Ewoks y, seguramente, la mejor y de la que mejor recuerdo guardo. El que sea un telefilme no impide que el encantador diseño lucasiano permanezca intocable respecto a su hermana mayor “Star Wars”, con lo que es un muy digno spin-off de la misma. El cuidado demostrado en su elaboración se refleja perfectamente en el acabado final del filme, cuya colorista fotografía y el contraste con los tramos oscuros de la narración dotan al relato de mayor interés, siendo ya de por sí una historia entretenida y de ritmo muy aceptable.
De entre la variedad de Ewoks cabe destacar a Wicket, un valiente osito en cuyo interior hizo su debut el actor Warwick Davis, el futuro Willow de Ron Howard.
“La aventura de los Ewoks” es una aventura de la que muchos de nosotros guardamos un grato recuerdo, y cuyo valor nostálgico no empaña en ningún momento su indudable calidad.
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