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Críticas 105
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
27 de junio de 2006
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tessa Quayle, esposa del diplomático Británico Justin Quayle, ha sido asesinada en un desértico paraje de la republica africana de Kenya. Se desconocen los motivos del homicidio, aunque las únicas pistas que el ahora viudo Sr. Quayle puede seguir yacen en una red de potentados empresarios de dos compañías farmacéuticas europeas que operan en la zona, a los que su mujer se oponía vehementemente.

Fernando Meirelles regresa a la propuesta visual que plasmó en Cidade de Deus (2002) un avezado enfoque videoclipero y pseudo-documental, que en este caso particular construye más un documento de denuncia que una simple cinta de suspenso.

Trabajo eficaz el de Jeffrey Cain en la adaptación de la novela del afamado autor Británico John Le Carré, con una lograda construcción de personajes, y resaltando el estilo detectivesco de la compleja trama de corrupción, chantaje y crimen de altas esferas, situada en el continente negro.

La cinta denota también las virtudes histriónicas de la pareja protagonista, con breves pero memorables intervenciones de la bella y talentosa Rachel Weisz como el eje central de la obra, al igual que el afligido personaje de Ralph Fiennes y su vana búsqueda por la verdad.

Admirable y osada propuesta, en una época de indudable resurgimiento del cine político, The Constant Gardener sobresale en su plausible argumento, narrado de manera singular y poco convencional por el talentoso cineasta brasilero y su idónea puesta en escena, respaldada por un sólido guión, una fastuosa fotografía, una correcta banda sonora y sobre todo por la ya nombrada excelsitud en labores interpretativas.

Pierluigi Puccini
22 de abril de 2006
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la segunda guerra mundial, las tropas norteamericanas y japonesas se ven sumidas en un sangriento combate por el dominio de las islas en el océano pacifico. Un puñado de soldados americanos se encuentra en un viaje a los abismos mas profundos del infierno de pólvora, fuego y sangre, la muerte no será el limite para unos cuantos, para otros el limite esta al desembarcar las playas del enemigo.

Una hermosa oda antibelicista, con la tonalidad agria propicia para retratar lo peor del ser humano, lo absurdo del conflicto armado en que vivimos los seres humanos, sin retratar al enemigo cual animal en busca de sangre, como otras cintas han fraguado, entre ellas Saving Private Ryan, de Steven Spielberg, la cual coincidió en su estreno con esta hermosa cinta del interesante Terrence Malick, y la cual responde solo como una historia ultra patriótica, minimalista, propagandista y de escasa profundidad emocional, aparte de ser bastante entretenida; opuesta enormemente a la naturaleza de la cinta que comento en este espacio, y la cual explora de manera mucho mas interesante el lado oscuro, para nada apetecible, del infierno bélico.

Lo bello de The thin red line no es solo su fastuosa puesta en escena, magnifica por donde se le mire, con una fotografía mas que maravillosa, recayendo en los hermosos paisajes naturales y la fauna silvestre de los lugares en los que se desarrolla la historia, un elenco de primera categoría, no por ser grandes estrellas del cine moderno, sino por sus capacidades histriónicas, entre ellos se destacan Sean Penn, Jim Caviezel, Nick Nolte, Ben Chaplin, Woody Harrelson, y otros mas a los que no les importó un rodaje plagado de enfermedades, deshidratación y de arduo y extenuante trabajo físico e intelectual.

Adaptada por Terrence Malick, quien se tomaría un receso de veinte años luego de Days of Heaven (1978) The thin red line surge como una de las mejores películas de los noventa, además como una de las mas realistas e interesantes obras bélicas que ha dado el arte cinematográfico. Imprescindible.

Pierluigi Puccini
21 de agosto de 2024 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque nos lleve inevitablemente a pensar en patrones surgidos en décadas pasadas, con todos los clichés que esto implica, la decisión de invertir los papeles de protagonista/antagonista; su bella cinematografía más dentro de la vertiente naturalista de un Terence Malick o David Lowery; así como radicales decisiones narrativas en un película de género, como no contar con música extradiegética ni sobreexposición argumental, hacen de esta obra un festín para los amantes del terror slasher.

¿En qué realidad emocional, filosófica, o metafísica vaga la mente de un asesino en serie? Eso es lo que este perturbador retrato de origen de corte sobrenatural pretende evocar, con un asesino que personifica el mal mismo, y el mal nunca desaparece por completo. Una máquina de matar que así como juega con un pequeño auto de juguete, también juega con los cuerpos humanos que encuentra en su por lo demás silenciosa travesía rural. El orden de la naturaleza continua impasivo, inalterado e indiferente ante el salvajismo que originó al monstruo, y este último se vale de los propios elementos que alguna vez drenaron el lugar (máscara de minero, hacha, cadenas) para ejecutar su casi aleatoria venganza contra los vivos.

Esta es una valiosa propuesta dentro del horror, uno de los géneros más audaces e inventivos en la historia del cine, gracias a que se permite recrear situaciones surreales y de extrema agitación narradas de forma experimental o que toma elementos del pasado y les da una exitosa vuelta de tuerca.
24 de agosto de 2020 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Escuché que pintas casas.” fue la primera frase que pronunció, vía telefónica, Jimmy Hoffa, el popular presidente del sindicato de camioneros de Detroit, a Frank Sheeran, reputado asesino a sueldo del mundo del hampa y apodado “El irlandés”. Pintar casas, en su particular jerga, aludía a la sangre que brota de algún desdichado cuando se le mata a tiros. Era un contrato verbal que Sheeran conocía y ejecutaba al pie de la letra.


Así nació una peculiar relación de mutua confianza que es ni más ni menos que la espina dorsal de la más reciente obra del talentoso realizador Martin Scorsese, cuya especialidad en casi cincuenta años de carrera artística ha sido retratar el submundo mafioso con honestidad brutal, sin juzgar pero tampoco enaltecer a los miembros de familias criminales que desde la sombra ejercen el control económico de algunos sectores a base de intimidación y violencia.


Frank Sheeran, interpretado con el ímpetu y la sutileza de un brillante Robert De Niro, es un producto más de esos mismos hombres violentos de los que Scorsese ya nos había hablado desde Malas Calles (Mean Streets, 1973), pasando por Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990), y Casino (1995); un individuo que se gana su sustento diario como peón de la mafia, como fiel servidor de los poderosos.


La cinta inicia a ritmo del clásico “In the still of the night” (En la quietud de la noche) del grupo de doo wop The Five Satins, Un fantasmal plano secuencia recorre los pasillos de un geriátrico, contemplando pasivamente al personal y a los residentes. El vacilante recorrido finalmente se enfoca en un anciano más, que nos da la espalda. Su voz irrumpe en medio de la canción. Es Frank Sheeran ya en el ocaso de su vida, y nos introduce en las vivencias que lo llevaron hasta él aquí y ahora. A lo largo de tres horas y media, sin prisa pero sin pausa, seremos testigos no sólo de su experiencia personal, sino indirectamente de acontecimientos de gran repercusión social y económica en los Estados Unidos de América de la segunda mitad del siglo XX.

El lienzo de la historia es tan amplio, que abarca cinco décadas en la vida de los personajes, y gracias a tecnología implementada por la empresa Industrial Light and Magic, la fisonomía del reparto más veterano se sometió a un “rejuvenecimiento digital”, y aunque este recurso se note, especialmente en algunos de sus movimientos, es una cuestión menor que no logra distraernos de un relato repleto de fascinantes acontecimientos.


A pesar de que la veracidad de los sucesos relatados por Sheeran en su lecho de muerte haya sido puesta en tela de juicio por algunos luego de la publicación de la novela en la que se basa el film, el pulso y la estilizada puesta en escena de Scorsese, sumado al extenso y admirable guión adaptado por Steven Zaillian y a un reparto de ensueño repleto de viejas glorias del género como De Niro, Al Pacino, Harvey Keitel y un magnífico Joe Pesci, al igual que actores jóvenes como Stephen Graham, Ray Romano, Anna Paquin y Sebastian Maniscalco, quienes no palidecen ante los más maduros; hacen de esta una película con el sabor añejo y el calado emocional de un clásico. Si Scorsese en sus previas incursiones en el género nos mostraba personajes conformes con la vida inmoral que llevaban; aquí da muestra de mayor madurez, solemnidad e introspección, principalmente en la segunda mitad del film, permitiendo entrever el conflicto ideológico que supone para el irlandés Sheeran acatar una orden o ser fiel por una vez a su soterrada humanidad. Es un ser lleno matices y contradicciones que en última instancia deberá elegir entre dos caminos y acarrear las consecuencias.


Esta suerte de réquiem por Frank Sheeran, el irlandés, padre de familia y sicario de la mafia, es sin duda una de las mejores películas de 2019, un clásico instantáneo.
11 de septiembre de 2010 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aristarain da un golpe más feroz y contundente a la sociedad argentina, denunciando el abuso de poder de las grandes empresas y las peligrosas condiciones a las que someten a sus empleados, quienes deben regirse además por un código de silencio, el llegar a romperlo les implicaría una confrontación tipo David y Goliat de la que no saldrán muy bien parados.
Federico Luppi interpreta magistralmente a uno de dichos obreros: Pedro Bengoa, un veterano dinamitero que al conocer el alto riesgo de su oficio en una mina de cobre decide junto a un cómplice iniciar un accidente y fingir que ha perdido la capacidad de hablar, para así lograr que la avariciosa empresa contratante les pague una cuantiosa suma que les permita el escape a una mejor vida.

El golpe no resulta como estuvo planeado en un principio, pero le da la oportunidad al sagaz obrero no solo de pelear por una indemnización justa sino también de exponer las corruptelas que los empresarios han maquinado en las minas; decisión socialmente valedera y justa, pero que terminará por hacer de su vida una amarga pesadilla en la que no se sabe en que momento se destapara la argucia fraguada, y peor aún si se piensa en las represalias que tomaran los poderosos contra su propia vida o la de su familia.

El realizador argentino ahora ya ha adquirido suficiente bagaje (narrativa y presupuestalmente hablando) como para relatar de forma más redonda otra historia de búsqueda vital "por las malas" una odisea que angustiará al personaje central y que jamás dejará limpia su conciencia, no importa cuán metódico este sea, siempre será visto por sus antiguos mandamases como un diminuto e insignificante bicho al que aplastar al menor asomo de un cabo suelto.

Hay una memorable aparición de Julio De Grazia (protagonista de la opera prima de Aristarain) como el artero abogado que instruye a Bengoa en su peculiar ardid.
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