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6
16 de julio de 2012
16 de julio de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un contexto en el que casi toda la oferta cinematográfica española se limita a recordar la historia de la posguerra una y otra vez, o a aburrirnos con comedias de espíritu televisivo, aparece Eva, una película de ciencia ficción que gira en torno a un diseñador de robots a los que aplica una personalidad y unos sentimientos propios.
Pero tampoco debemos llevarnos a engaño, ya que no es esta una película de ciencia ficción al uso, sino que más bien se encuadra dentro de esa tendencia actual a utilizar dicho género para hablar de sentimientos humanos (como ya hiciera por ejemplo Vigalondo en la reciente Extraterrestre).
Su punto de partida por tanto, salva un gran número de tópicos ultrautilizados en nuestro cine. Sin embargo, durante su desarrollo no puede evitar caer en situaciones demasiado manidas como son el ya clásico triángulo amoroso o la recurrente llegada del protagonista después de muchos años al lugar donde vivió.
En este sentido, la influencia de una película a priori tan diferente como es Beautiful Girls se me antoja cristalina.
La factura técnica es formidable, con unos efectos especiales pocas veces vistos en obras realizadas en España. El reparto espectacular, aunque algunas interpretaciones no se hayan conseguido ajustar de manera adecuada (muy bien Lluis Homar y Claudia Vega). La dirección aún siendo demasiado clásica no desmerece del conjunto. La ambientación es magnífica (esos paisajes nevados y esa apuesta por la cotidianidad, muy alejada de los futuros apocalípticos utilizados en Hollywood), y la integración de los robots en ella es perfecta (me encanta el proceso de creación del cerebro del robot). Si a ello añadimos, que la firma un director novel como es Kike Maíllo, podemos decir que el mérito es enorme.
Sin embargo, lo mejor viene a raíz de la siguiente frase, pronunciada por el protagonista, interpretado por Daniel Brühl: “No importa tanto si los robots sienten o no, lo que importa es lo que te hacen sentir”. En un futuro no tan lejano, el ser humano estará en condiciones de crear máquinas capaces de pensar y sentir de manera autónoma. La cuestión es; ¿para que los vamos a crear? La primera respuesta que me viene a la cabeza es: para demostrarnos que podemos hacerlo. La segunda, para utilizarlos, como medio para alcanzar un objetivo, sea cual sea este. Y es aquí donde el dilema aparece: ¿tenemos derecho a usar como instrumento a un mecanismo capaz de sentir?
Pero tampoco debemos llevarnos a engaño, ya que no es esta una película de ciencia ficción al uso, sino que más bien se encuadra dentro de esa tendencia actual a utilizar dicho género para hablar de sentimientos humanos (como ya hiciera por ejemplo Vigalondo en la reciente Extraterrestre).
Su punto de partida por tanto, salva un gran número de tópicos ultrautilizados en nuestro cine. Sin embargo, durante su desarrollo no puede evitar caer en situaciones demasiado manidas como son el ya clásico triángulo amoroso o la recurrente llegada del protagonista después de muchos años al lugar donde vivió.
En este sentido, la influencia de una película a priori tan diferente como es Beautiful Girls se me antoja cristalina.
La factura técnica es formidable, con unos efectos especiales pocas veces vistos en obras realizadas en España. El reparto espectacular, aunque algunas interpretaciones no se hayan conseguido ajustar de manera adecuada (muy bien Lluis Homar y Claudia Vega). La dirección aún siendo demasiado clásica no desmerece del conjunto. La ambientación es magnífica (esos paisajes nevados y esa apuesta por la cotidianidad, muy alejada de los futuros apocalípticos utilizados en Hollywood), y la integración de los robots en ella es perfecta (me encanta el proceso de creación del cerebro del robot). Si a ello añadimos, que la firma un director novel como es Kike Maíllo, podemos decir que el mérito es enorme.
Sin embargo, lo mejor viene a raíz de la siguiente frase, pronunciada por el protagonista, interpretado por Daniel Brühl: “No importa tanto si los robots sienten o no, lo que importa es lo que te hacen sentir”. En un futuro no tan lejano, el ser humano estará en condiciones de crear máquinas capaces de pensar y sentir de manera autónoma. La cuestión es; ¿para que los vamos a crear? La primera respuesta que me viene a la cabeza es: para demostrarnos que podemos hacerlo. La segunda, para utilizarlos, como medio para alcanzar un objetivo, sea cual sea este. Y es aquí donde el dilema aparece: ¿tenemos derecho a usar como instrumento a un mecanismo capaz de sentir?

5,5
14.570
5
22 de junio de 2012
22 de junio de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Infierno blanco es la cuarta película del que fuera uno de los directores más prometedores de Hollywood, Joe Carnahan.
Narc fue su ópera prima, su película más humilde y quizá menos conocida, pero sin duda sigue siendo la mejor de su carrera. Con Ases Calientes bajó un poco el nivel, aunque su propuesta era clara, directa y valiente.
Más tarde llegaría el film de El Equipo A, donde Carnahan se entregaba a un proyecto sin corazón en el que buscó tan sólo un éxito comercial que no terminó de conseguir.
Con Infierno blanco, el director norteamericano intenta recuperar parte de ese cine que intuíamos en él, y nos entrega una obra que mezcla la fórmula “matar a la bestia”, con un estudio interior de personajes. Sin embargo, el film se queda a medio camino entre ambas, sintiéndose carente en cierto modo de emoción y tensión (algo llamativo viendo la propuesta).
Se intuye a lo largo de todo el metraje una pretensión de estudiar los miedos del hombre. Pero la película no termina de apostar todo al mencionado objetivo, y se pierde en un conjunto de escenas reiterativas sin un rumbo claro. Sólo al llegar al desenlace, nos damos cuenta verdaderamente de las pretensiones artísticas de Carnahan, que se la juega en la última secuencia con una decisión que muchos no aceptarán. Personalmente, no pienso que sea un final malo por sí mismo. El problema es que no encaja con la comercialidad que exhibe durante el resto del tiempo.
Visualmente el film no desentona, lo que falla aquí es es aspecto narrativo.
La mayor virtud de la cinta es el dolor que produce en el espectador las diversas muertes de los personajes. Estas escenas están grabadas con sensibilidad, calma y un sentido de la tragedia muy natural, algo que en ocasiones lo hace más terrible. El director mira a la muerte a la cara, no se esconde, y el dolor y sufrimiento que no sentimos durante la mayor parte del metraje aparece en estos momentos tan puntuales de manera brutal.
Son estas ráfagas de sufrimiento que comparten personajes y espectador los que dan cierta vida a una película muerta. De la misma forma, esos recuerdos placenteros que se solapan con la durísima realidad que experimentan los personajes también consiguen despertar al personal, y mantener su atención por unos minutos, hasta que la historia vuelve a caer en la rutina.
Narc fue su ópera prima, su película más humilde y quizá menos conocida, pero sin duda sigue siendo la mejor de su carrera. Con Ases Calientes bajó un poco el nivel, aunque su propuesta era clara, directa y valiente.
Más tarde llegaría el film de El Equipo A, donde Carnahan se entregaba a un proyecto sin corazón en el que buscó tan sólo un éxito comercial que no terminó de conseguir.
Con Infierno blanco, el director norteamericano intenta recuperar parte de ese cine que intuíamos en él, y nos entrega una obra que mezcla la fórmula “matar a la bestia”, con un estudio interior de personajes. Sin embargo, el film se queda a medio camino entre ambas, sintiéndose carente en cierto modo de emoción y tensión (algo llamativo viendo la propuesta).
Se intuye a lo largo de todo el metraje una pretensión de estudiar los miedos del hombre. Pero la película no termina de apostar todo al mencionado objetivo, y se pierde en un conjunto de escenas reiterativas sin un rumbo claro. Sólo al llegar al desenlace, nos damos cuenta verdaderamente de las pretensiones artísticas de Carnahan, que se la juega en la última secuencia con una decisión que muchos no aceptarán. Personalmente, no pienso que sea un final malo por sí mismo. El problema es que no encaja con la comercialidad que exhibe durante el resto del tiempo.
Visualmente el film no desentona, lo que falla aquí es es aspecto narrativo.
La mayor virtud de la cinta es el dolor que produce en el espectador las diversas muertes de los personajes. Estas escenas están grabadas con sensibilidad, calma y un sentido de la tragedia muy natural, algo que en ocasiones lo hace más terrible. El director mira a la muerte a la cara, no se esconde, y el dolor y sufrimiento que no sentimos durante la mayor parte del metraje aparece en estos momentos tan puntuales de manera brutal.
Son estas ráfagas de sufrimiento que comparten personajes y espectador los que dan cierta vida a una película muerta. De la misma forma, esos recuerdos placenteros que se solapan con la durísima realidad que experimentan los personajes también consiguen despertar al personal, y mantener su atención por unos minutos, hasta que la historia vuelve a caer en la rutina.
22 de junio de 2012
22 de junio de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La trilogía compuesta por las tres novelas de Millenium, escritas por Stieg Larsson, utilizan un estilo sencillo, directo y comercial, muy propio de los best-sellers. Sin embargo, su historia es potente, oscura y repleta de detalles.
Su enorme éxito hacía obligada su adaptación al cine, que llegó en 2009 con el film sueco que repetía el nombre del primer libro; Los hombres que no amaban a las mujeres. Esta película no fue completamente satisfactoria, pero contaba esa ya famosa historia de una manera digna. Su estilo era convencional, y se acercaba peligrosamente al terreno del telefilm, pero conseguía mantener el interés del espectador.
No fue así en la adaptación del segundo y tercer libro, que a mi juicio se convirtieron en un desastre en todas y cada una de las facetas que os podáis imaginar. Bueno, todas no, pues la interpretación de Noami Rapace como Lisbeth Salander se libraba de la quema.
Por todo ello, era previsible que Hollywood preparase su propia adaptación. A la cabeza del proyecto, surgió un nombre, David Fincher, uno de los directores con más talento de la actualidad. El ya conocido carácter sombrío y violento de la mayoría de sus películas (Seven, El Club de la Lucha, Zodiac) hacían que encajase a la perfección con la historia de Stieg Larsson.
Fincher es un director enorme, y vuelve a demostrarlo en Los hombres que no amaban a las mujeres, aun siendo esta notablemente inferior a otras de sus obras.
Se trata de una mejora clara respecto a las películas producidas en Suecia. Su estética está infinitamente más trabajada, y su acabado en casi todos los aspectos está más logrado.
A pesar de su larga duración, Millenium no se hace larga, aunque sí puede percibirse en ciertos pasajes su condición de guión adaptado. Como en muchos casos de este tipo, por mucho que el film se alargue, nunca puedes introducir todos los elementos que la novela original contiene, y en ciertos momentos tienes la sensación de que los acontecimientos ocurren atropelladamente.
Tras unos títulos de crédito muy originales (es una constante en el cine de Fincher), los primeros compases se muestran planos y poco estimulantes, lo que me hizo temer lo peor, pero pronto el film remonta y se abraza a una tensión creciente que acabará con un climax situado quizá demasiado lejos del final del film.
El reparto realiza su trabajo con corrección. Destacar en este apartado la interpretación de Rooney Mara, quien aprovecha un personaje enormemente atractivo para destacar por encima de cualquier otro actor.
Continúa en el spoiler por falta de espacio...
Su enorme éxito hacía obligada su adaptación al cine, que llegó en 2009 con el film sueco que repetía el nombre del primer libro; Los hombres que no amaban a las mujeres. Esta película no fue completamente satisfactoria, pero contaba esa ya famosa historia de una manera digna. Su estilo era convencional, y se acercaba peligrosamente al terreno del telefilm, pero conseguía mantener el interés del espectador.
No fue así en la adaptación del segundo y tercer libro, que a mi juicio se convirtieron en un desastre en todas y cada una de las facetas que os podáis imaginar. Bueno, todas no, pues la interpretación de Noami Rapace como Lisbeth Salander se libraba de la quema.
Por todo ello, era previsible que Hollywood preparase su propia adaptación. A la cabeza del proyecto, surgió un nombre, David Fincher, uno de los directores con más talento de la actualidad. El ya conocido carácter sombrío y violento de la mayoría de sus películas (Seven, El Club de la Lucha, Zodiac) hacían que encajase a la perfección con la historia de Stieg Larsson.
Fincher es un director enorme, y vuelve a demostrarlo en Los hombres que no amaban a las mujeres, aun siendo esta notablemente inferior a otras de sus obras.
Se trata de una mejora clara respecto a las películas producidas en Suecia. Su estética está infinitamente más trabajada, y su acabado en casi todos los aspectos está más logrado.
A pesar de su larga duración, Millenium no se hace larga, aunque sí puede percibirse en ciertos pasajes su condición de guión adaptado. Como en muchos casos de este tipo, por mucho que el film se alargue, nunca puedes introducir todos los elementos que la novela original contiene, y en ciertos momentos tienes la sensación de que los acontecimientos ocurren atropelladamente.
Tras unos títulos de crédito muy originales (es una constante en el cine de Fincher), los primeros compases se muestran planos y poco estimulantes, lo que me hizo temer lo peor, pero pronto el film remonta y se abraza a una tensión creciente que acabará con un climax situado quizá demasiado lejos del final del film.
El reparto realiza su trabajo con corrección. Destacar en este apartado la interpretación de Rooney Mara, quien aprovecha un personaje enormemente atractivo para destacar por encima de cualquier otro actor.
Continúa en el spoiler por falta de espacio...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El gran handicap reside en ese ritmo atropellado que impide otorgar el tiempo necesario para la construcción de personajes. Sus personalidades son tremendamente interesantes, pero la película en vez de basarse en esto, carga todo su potencial en una investigación que no nos interesa tanto, pues muchos además ya la conocíamos.
Por tanto, considero a Millenium: los hombres que no amaban a las mujeres una película bastante meritoria, pero que deja la sensación de que podía haber sido mucho mejor. La obra de Stieg Lasson todavía merece algo mejor.
Por tanto, considero a Millenium: los hombres que no amaban a las mujeres una película bastante meritoria, pero que deja la sensación de que podía haber sido mucho mejor. La obra de Stieg Lasson todavía merece algo mejor.
Episodio

7,6
46.713
6
21 de junio de 2012
21 de junio de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“The National Anthem” es el primero de los tres capítulos que componen la miniserie británica “Black Mirror”. Cada uno de estos capítulos cuenta una historia independiente, cuyo único nexo de unión es el tema de las nuevas tecnologías, los medios de comunicación y su influencia en la sociedad.
Su creador, Charlie Brooker, se había dado a conocer con su anterior trabajo, “Dead Set”, película en la cual abordaba ya estos temas, y lo hacía con un enfoque crítico muy similar.
Sin embargo, con “Black Mirror” ha dado un paso adelante en cuanto a la calidad del producto, ofreciéndonos un nivel de madurez y de análisis de la sociedad mucho más profundo. Y así ha sido recibido por la crítica, la cual lo ha ensalzado y alabado de forma casi unánime, aunque bien es cierto que aquí en España pocos son los que lo conocen.
Es este, “The National Anthem”, el capítulo que más ha dado que hablar por su controvertido punto de partida: la princesa ha sido secuestrada. Para su liberación se exige que el primer ministro británico aparezca en todos los canales de televisión en horario de máxima audiencia realizando un acto de humillación que no desvelaré.
La trama es brutal, con un humor muy muy negro que respira bajo una superficie aterradora. A lo largo de sus 40 minutos se nos empuja a reflexionar sobre la enorme influencia de los medios de comunicación sobre nuestras vidas, y como las nuevas tecnologías han liberado la información (ahora es mucho más difícil que sea controlada por el poder), aunque han nacido a su vez nuevos peligros.
Por todo ello, considero este primer episodio una obra muy interesante, cuyo lastre mayor viene dado por la falta de verosimilitud en el transcurso de los acontecimientos, que hacen que el resultado final no sea tan brillante como uno pudo haber pensado.
A pesar de ello, quiero desde aquí recomendar fervientemente el visionado de esta miniserie, pues en su conjunto conforma una de las obras audiovisuales más estimulantes y diferentes de los últimos años.
Su creador, Charlie Brooker, se había dado a conocer con su anterior trabajo, “Dead Set”, película en la cual abordaba ya estos temas, y lo hacía con un enfoque crítico muy similar.
Sin embargo, con “Black Mirror” ha dado un paso adelante en cuanto a la calidad del producto, ofreciéndonos un nivel de madurez y de análisis de la sociedad mucho más profundo. Y así ha sido recibido por la crítica, la cual lo ha ensalzado y alabado de forma casi unánime, aunque bien es cierto que aquí en España pocos son los que lo conocen.
Es este, “The National Anthem”, el capítulo que más ha dado que hablar por su controvertido punto de partida: la princesa ha sido secuestrada. Para su liberación se exige que el primer ministro británico aparezca en todos los canales de televisión en horario de máxima audiencia realizando un acto de humillación que no desvelaré.
La trama es brutal, con un humor muy muy negro que respira bajo una superficie aterradora. A lo largo de sus 40 minutos se nos empuja a reflexionar sobre la enorme influencia de los medios de comunicación sobre nuestras vidas, y como las nuevas tecnologías han liberado la información (ahora es mucho más difícil que sea controlada por el poder), aunque han nacido a su vez nuevos peligros.
Por todo ello, considero este primer episodio una obra muy interesante, cuyo lastre mayor viene dado por la falta de verosimilitud en el transcurso de los acontecimientos, que hacen que el resultado final no sea tan brillante como uno pudo haber pensado.
A pesar de ello, quiero desde aquí recomendar fervientemente el visionado de esta miniserie, pues en su conjunto conforma una de las obras audiovisuales más estimulantes y diferentes de los últimos años.

8,0
113.422
6
21 de junio de 2012
21 de junio de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Intocable” es igual que Driss, su personaje protagonista: entrañable y carismática.
Driss es realmente divertido, un joven cuyo esfuerzo va destinado a hacer reír a cuantos le rodean (con indudable éxito). Pero también es alguien de una simpleza abrumadora, que no se plantea nada más allá de vivir el momento de manera despreocupada.
En este último defecto reside también parte de su encanto. Así es Driss, y así es la película.
Mucho dice de ella que el verdadero protagonista no sea Phillippe, un rico aristócrata postrado en una silla de ruedas, sino su alegre cuidador.
“Intocable” es, pienso, todo lo que sus creadores quisieron que fuera. Ofrece un gran entretenimiento con cierto nivel de profundidad, unas cuantas carcajadas y unas contagiosas ganas de vivir. Sin embargo, podría haber sido una película mucho más grande.
Aquí se tratan autenticas tragedias sin querer entrar en ellas, alejándose del sufrimiento y centrándose en los gags, bastante divertidos eso sí.
Los momentos cómicos están muy logrados, gracias a un guión que sin ser excesivamente inteligente, si que es eficaz. Pero sobre todo de unas muy buenas interpretaciones, mención especial para Omar Sy, cuya energía, simpatía y naturalidad llevan en volandas al film. Habrá que verlo en papeles más contenidos, pero su química con Francois Cluzet es extraordinaria.
Es en los momentos más dramáticos donde la película adolece de falta de fuerza. No sentimos el dolor de Philipe. Lo vemos, hay escenas que lo muestran, pero no lo sufrimos. Si la película hubiera combinado mejor estas dos facetas, humor y dolor, alegría y sufrimiento, “Intocable” hubiera sido antológica.
Es en el desenlace donde la simplicidad de la que hablaba se hace más patente, cerrando la película de forma un tanto acelerada.
Driss es realmente divertido, un joven cuyo esfuerzo va destinado a hacer reír a cuantos le rodean (con indudable éxito). Pero también es alguien de una simpleza abrumadora, que no se plantea nada más allá de vivir el momento de manera despreocupada.
En este último defecto reside también parte de su encanto. Así es Driss, y así es la película.
Mucho dice de ella que el verdadero protagonista no sea Phillippe, un rico aristócrata postrado en una silla de ruedas, sino su alegre cuidador.
“Intocable” es, pienso, todo lo que sus creadores quisieron que fuera. Ofrece un gran entretenimiento con cierto nivel de profundidad, unas cuantas carcajadas y unas contagiosas ganas de vivir. Sin embargo, podría haber sido una película mucho más grande.
Aquí se tratan autenticas tragedias sin querer entrar en ellas, alejándose del sufrimiento y centrándose en los gags, bastante divertidos eso sí.
Los momentos cómicos están muy logrados, gracias a un guión que sin ser excesivamente inteligente, si que es eficaz. Pero sobre todo de unas muy buenas interpretaciones, mención especial para Omar Sy, cuya energía, simpatía y naturalidad llevan en volandas al film. Habrá que verlo en papeles más contenidos, pero su química con Francois Cluzet es extraordinaria.
Es en los momentos más dramáticos donde la película adolece de falta de fuerza. No sentimos el dolor de Philipe. Lo vemos, hay escenas que lo muestran, pero no lo sufrimos. Si la película hubiera combinado mejor estas dos facetas, humor y dolor, alegría y sufrimiento, “Intocable” hubiera sido antológica.
Es en el desenlace donde la simplicidad de la que hablaba se hace más patente, cerrando la película de forma un tanto acelerada.
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