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5,1
10.865
7
16 de julio de 2014
16 de julio de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director español Nacho Vigalondo, que logró cierta repercusión en nuestro país cuando hace unos años fue nominado al Oscar al mejor cortometraje por su “7.35 de la mañana”. Debutó con “Los cronocrímenes” y siguió con “Extraterrestre”, dos muestras de cine fantástico mezclado con costumbrismo que pasaron sin pena ni gloria por las salas y que le han dado un aura de director de culto, de esos de los que se habla en círculos especializados pero a los que la gente de a pie apenas conoce. Su tercer largometraje, “Open Windows” llega ahora a las pantallas para contar una historia muy influida por las nuevas tecnologías de las que disponemos hoy día.
Vigalondo afronta en “Open Windows” su mayor reto como director a la hora de contar una historia con un lenguaje visual fragmentado, en el que la trama se va desvelando en varias ventanas de la pantalla de un ordenador que muestra los escenarios donde se desarrolla la intriga. Este es un desafío del que el director consigue salir airoso, mostrándonos con ligeros movimientos de cámara hacia donde debemos centrar nuestra atención. De esta manera, el espectador acaba adoptando el punto de vista de Nick, un fan ilusionado con conocer a su actriz favorita. Lo que no puede prever es que se va a meter en un lío de narices a su pesar, siendo objeto de oscuras maniobras que lo pondrán en el punto de mira, tal y como plantean muchas de las tramas del cine de Hitchcock. En esta ventana indiscreta cibernética el tipo normal deberá convertirse en héroe si quiere salvar a la chica de la amenaza que se cierne sobre ella.
El propio Vigalondo ha reconocido tener a Brian De Palma, alumno aventajado del maestro del suspense, como referente a la hora de hacer esta película y a la narrativa de pantalla partida, de mostrar acciones paralelas en lugares diferentes que ha aplicado tantas veces el director de “Impacto”, “Doble cuerpo” o “Femme Fatale”. Una narrativa que refuerza el papel del espectador como “voyeur”, como un mirón que siente curiosidad por todo lo que se desarrolla ante sus ojos y que en ocasiones es capaz de ver lo que va a suceder antes de lo que sepan sus protagonistas, un elemento que el propio Hitchcock estimó básico para crear suspense.
Como Hitchcock y De Palma han mostrado en varias ocasiones en su cine, en “Open Windows” es una mujer la que está en peligro y es un peligro que nace del deseo, de alguien que busca consumarlo de una manera anormal, pero que no se diferencia tanto del héroe, que también desea a la mujer, aunque de un modo menos peligroso. En ese sentido, es un acierto incluir a Sasha Grey como esa actriz deseada, dado el pasado de Grey como icono del cine pornográfico y como fantasía para tantos hombres (y algunas mujeres). La película habla también de los peligros de la sobreexposición que han creado las nuevas tecnologías, de la posibilidad de ser esclavos de unos aparatos que al mismo tiempo nos solucionan muchos problemas. La tecnología es la que pone en peligro a Nick y a Jill, pero también es la que les ayuda a luchar contra el mal que les acecha.
Vigalondo sabe mantener la intriga y construye una trama muy entretenida que se sigue con interés. Resulta un poco más forzada en su tramo final, cuando se producen una serie de giros precisamente demasiado peliculeros, donde el artificio se hace más evidente. Hasta ese momento somos testigos de un interesante proceso que pierde un poco de fuelle cuando se revela el truco final. De todos modos, es un mal menor para una película bien dirigida e interpretada y que me ha dejado con un buen sabor de boca tras las malas sensaciones que experimenté en su momento con “Los cronocrímenes”, para mí una película que se quedaba a medio camino de casi todo.
Vigalondo afronta en “Open Windows” su mayor reto como director a la hora de contar una historia con un lenguaje visual fragmentado, en el que la trama se va desvelando en varias ventanas de la pantalla de un ordenador que muestra los escenarios donde se desarrolla la intriga. Este es un desafío del que el director consigue salir airoso, mostrándonos con ligeros movimientos de cámara hacia donde debemos centrar nuestra atención. De esta manera, el espectador acaba adoptando el punto de vista de Nick, un fan ilusionado con conocer a su actriz favorita. Lo que no puede prever es que se va a meter en un lío de narices a su pesar, siendo objeto de oscuras maniobras que lo pondrán en el punto de mira, tal y como plantean muchas de las tramas del cine de Hitchcock. En esta ventana indiscreta cibernética el tipo normal deberá convertirse en héroe si quiere salvar a la chica de la amenaza que se cierne sobre ella.
El propio Vigalondo ha reconocido tener a Brian De Palma, alumno aventajado del maestro del suspense, como referente a la hora de hacer esta película y a la narrativa de pantalla partida, de mostrar acciones paralelas en lugares diferentes que ha aplicado tantas veces el director de “Impacto”, “Doble cuerpo” o “Femme Fatale”. Una narrativa que refuerza el papel del espectador como “voyeur”, como un mirón que siente curiosidad por todo lo que se desarrolla ante sus ojos y que en ocasiones es capaz de ver lo que va a suceder antes de lo que sepan sus protagonistas, un elemento que el propio Hitchcock estimó básico para crear suspense.
Como Hitchcock y De Palma han mostrado en varias ocasiones en su cine, en “Open Windows” es una mujer la que está en peligro y es un peligro que nace del deseo, de alguien que busca consumarlo de una manera anormal, pero que no se diferencia tanto del héroe, que también desea a la mujer, aunque de un modo menos peligroso. En ese sentido, es un acierto incluir a Sasha Grey como esa actriz deseada, dado el pasado de Grey como icono del cine pornográfico y como fantasía para tantos hombres (y algunas mujeres). La película habla también de los peligros de la sobreexposición que han creado las nuevas tecnologías, de la posibilidad de ser esclavos de unos aparatos que al mismo tiempo nos solucionan muchos problemas. La tecnología es la que pone en peligro a Nick y a Jill, pero también es la que les ayuda a luchar contra el mal que les acecha.
Vigalondo sabe mantener la intriga y construye una trama muy entretenida que se sigue con interés. Resulta un poco más forzada en su tramo final, cuando se producen una serie de giros precisamente demasiado peliculeros, donde el artificio se hace más evidente. Hasta ese momento somos testigos de un interesante proceso que pierde un poco de fuelle cuando se revela el truco final. De todos modos, es un mal menor para una película bien dirigida e interpretada y que me ha dejado con un buen sabor de boca tras las malas sensaciones que experimenté en su momento con “Los cronocrímenes”, para mí una película que se quedaba a medio camino de casi todo.
24 de junio de 2014
24 de junio de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fiennes ya participó hace un par de años en una nueva adaptación de “Grandes esperanzas”, precisamente el libro en el que parece ser que Dickens plasmó parte de lo que le hizo sentir la joven Nelly Ternan durante la aventura amorosa que mantuvieron cuando el escritor inglés pasaba ampliamente de los cuarenta años mientras que la joven apenas pasaba de la mayoría de edad. En el momento en el que se desarrolla la historia, Dickens aparece como una persona asentada en lo económico y profesional que ve reconocido su trabajo por el público de su época. Un hombre afable que se preocupa por los más desfavorecidos tanto como en sus novelas.
Nelly (Felicity Jones) es una joven aspirante a actriz que ha leído a Dickens (Ralph Fiennes) y le gusta cómo le hacen sentir sus libros, de ahí que al principio se sienta fascinada por conocer de cerca al creador de todos esos momentos. Sin embargo, detrás de ese hombre aparentemente bonachón y preocupado del sufrimiento ajeno Nelly descubrirá que se esconde un carácter un tanto algo caprichoso, de niño grande que se obsesiona con su trabajo y que descuida las relaciones con quienes le rodean. De un hombre que trata a su mujer y madre de sus 10 hijos como si fuera una sirvienta, sin tenerla excesivo aprecio por su falta de cultura pero sin separarse de ella por miedo a la condena social. Aunque Nelly no puede evitar sentirse atraída por el escritor, será éste quien desarrolle una mayor obsesión hacia ella, al ver en esa joven de espíritu instruido y sensible a un alma gemela con la que poder compartir aquellas cosas que solo puede volcar en sus libros. Una relación que tendrá que desarrollarse a escondidas y en la que Nelly será la mujer invisible que acabará influyendo en la obra del autor.
El tono ambiguo que siempre da Fiennes a los personajes que interpreta viene aquí que ni pintado para este Dickens que es presentado como un hombre con defectos, esencialmente bueno pero que no es un santo caído del cielo. Un hombre que conoce lo bueno y lo malo que habita en las páginas de sus libros. Felicity Jones (una actriz británica que me descubrieron en la película “Like Crazy” y que es una pena que sea tan desconocida, ya que tiene un talento muy prometedor) también hace un estupendo papel como esa joven aspirante a actriz con alma de escritora, hermana e hija de un grupo de mujeres fuertes e independientes que buscan su destino aún a costa de saltarse el orden establecido de su tiempo. Kristin Scott Thomas interpreta con su habitual solvencia a la madre de las chicas, en un rol secundario que le ha permitido coincidir de nuevo en pantalla con Fiennes casi 20 años después de “El paciente inglés”.
Si algo se le puede reprochar a la película es una cierta frialdad a la hora de plasmar la relación entre Dickens y Nelly, que viene bien a la hora de mostrar cómo se desarrollaban las pulsiones amorosas en aquella época, donde estaba mal visto ofrecer el cuerpo desnudo al amante y que al mismo tiempo le quita emoción a la historia entre ambos. El hecho de que la narración sea un flashback en el que Nelly recuerda lo sucedido años después, le da un cierto convencionalismo y quita espontaneidad a lo relatado. Defectos que sin embargo no empañan una película que muestra que Fiennes puede resultar convincente a ambos lados de la cámara y que deja una serie de interesantes apuntes sobre la diferencia entre el amor literario y el real, casi siempre mucho más imperfecto, pues al fin y al cabo la literatura no deja de ser una manera de tratar de ordenar el caos que es la vida en sí misma.
Nelly (Felicity Jones) es una joven aspirante a actriz que ha leído a Dickens (Ralph Fiennes) y le gusta cómo le hacen sentir sus libros, de ahí que al principio se sienta fascinada por conocer de cerca al creador de todos esos momentos. Sin embargo, detrás de ese hombre aparentemente bonachón y preocupado del sufrimiento ajeno Nelly descubrirá que se esconde un carácter un tanto algo caprichoso, de niño grande que se obsesiona con su trabajo y que descuida las relaciones con quienes le rodean. De un hombre que trata a su mujer y madre de sus 10 hijos como si fuera una sirvienta, sin tenerla excesivo aprecio por su falta de cultura pero sin separarse de ella por miedo a la condena social. Aunque Nelly no puede evitar sentirse atraída por el escritor, será éste quien desarrolle una mayor obsesión hacia ella, al ver en esa joven de espíritu instruido y sensible a un alma gemela con la que poder compartir aquellas cosas que solo puede volcar en sus libros. Una relación que tendrá que desarrollarse a escondidas y en la que Nelly será la mujer invisible que acabará influyendo en la obra del autor.
El tono ambiguo que siempre da Fiennes a los personajes que interpreta viene aquí que ni pintado para este Dickens que es presentado como un hombre con defectos, esencialmente bueno pero que no es un santo caído del cielo. Un hombre que conoce lo bueno y lo malo que habita en las páginas de sus libros. Felicity Jones (una actriz británica que me descubrieron en la película “Like Crazy” y que es una pena que sea tan desconocida, ya que tiene un talento muy prometedor) también hace un estupendo papel como esa joven aspirante a actriz con alma de escritora, hermana e hija de un grupo de mujeres fuertes e independientes que buscan su destino aún a costa de saltarse el orden establecido de su tiempo. Kristin Scott Thomas interpreta con su habitual solvencia a la madre de las chicas, en un rol secundario que le ha permitido coincidir de nuevo en pantalla con Fiennes casi 20 años después de “El paciente inglés”.
Si algo se le puede reprochar a la película es una cierta frialdad a la hora de plasmar la relación entre Dickens y Nelly, que viene bien a la hora de mostrar cómo se desarrollaban las pulsiones amorosas en aquella época, donde estaba mal visto ofrecer el cuerpo desnudo al amante y que al mismo tiempo le quita emoción a la historia entre ambos. El hecho de que la narración sea un flashback en el que Nelly recuerda lo sucedido años después, le da un cierto convencionalismo y quita espontaneidad a lo relatado. Defectos que sin embargo no empañan una película que muestra que Fiennes puede resultar convincente a ambos lados de la cámara y que deja una serie de interesantes apuntes sobre la diferencia entre el amor literario y el real, casi siempre mucho más imperfecto, pues al fin y al cabo la literatura no deja de ser una manera de tratar de ordenar el caos que es la vida en sí misma.
7
22 de octubre de 2012
22 de octubre de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La nueva cinta de Fernando Trueba es una interesante reflexión sobre el poder de la belleza y el arte como modo de buscar la verdad, como evasión de un mundo ingrato, como éxtasis de los sentidos, como manera de dar sentido a la vida. Con un blanco y negro que transporta a la época en la que está ambientada, la historia no cuenta nada nuevo con un anciano que vuelve a la vida con la llegada de una bella joven, pero eso no importa.
Trueba se deja de manierismos y firma una película sobria, en la que el sonido fluye sin naturalidad, sin subrayados musicales (la banda sonora no suena hasta el final), en la que somos testigos de la relación que se establece entre un apático artista de vuelta de todo y una chica poco culta e impulsiva. De cómo tras años retirado del trabajo, los bellos rasgos de la muchacha le harán recuperar el entusiasmo de modelo de cara a tratar de captar la verdad, de crear algo perdurable a través del desnudo femenino, como hicieron los griegos clásicos. Esa relación se verá puesta a prueba con la llegada del mundo exterior (un refugiado herido, un militar nazi), que sigue su discurrir fuera de las cuatro paredes del estudio.
Aparte de la buen mano de Trueba en la puesta en escena y la dirección hay que destacar la buena labor de su pareja protagonista, el siempre efectivo Jean Rochefort y la bella Aida Folch, a la que descubrí hace años en el corto "Amar" y que me ha conquistado en esta película, tanto por su precioso cuerpo de mujer real como por su actuación. Ambos no hablan mucho y tampoco se preguntan mucho de su vida pasada, pero en todo momento se intuyen muchas cosas de ellos solo con sus actos y sus miradas. Tampoco quiero olvidarme de la veteranas Claudia Cardinale y Chus Lampreave, como esposa y sirvienta del artista respectivamente, que defienden unos papeles algo más breves de lo que habría sido deseable.
Una buena película, de las que te dejan pensando una vez han acabado, de las que te dejan con ganas de volver a verlas.
Trueba se deja de manierismos y firma una película sobria, en la que el sonido fluye sin naturalidad, sin subrayados musicales (la banda sonora no suena hasta el final), en la que somos testigos de la relación que se establece entre un apático artista de vuelta de todo y una chica poco culta e impulsiva. De cómo tras años retirado del trabajo, los bellos rasgos de la muchacha le harán recuperar el entusiasmo de modelo de cara a tratar de captar la verdad, de crear algo perdurable a través del desnudo femenino, como hicieron los griegos clásicos. Esa relación se verá puesta a prueba con la llegada del mundo exterior (un refugiado herido, un militar nazi), que sigue su discurrir fuera de las cuatro paredes del estudio.
Aparte de la buen mano de Trueba en la puesta en escena y la dirección hay que destacar la buena labor de su pareja protagonista, el siempre efectivo Jean Rochefort y la bella Aida Folch, a la que descubrí hace años en el corto "Amar" y que me ha conquistado en esta película, tanto por su precioso cuerpo de mujer real como por su actuación. Ambos no hablan mucho y tampoco se preguntan mucho de su vida pasada, pero en todo momento se intuyen muchas cosas de ellos solo con sus actos y sus miradas. Tampoco quiero olvidarme de la veteranas Claudia Cardinale y Chus Lampreave, como esposa y sirvienta del artista respectivamente, que defienden unos papeles algo más breves de lo que habría sido deseable.
Una buena película, de las que te dejan pensando una vez han acabado, de las que te dejan con ganas de volver a verlas.

5,9
1.622
7
28 de agosto de 2012
28 de agosto de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay filmes que se desarrollan el clima oscuro y nevoso del invierno que es mejor ver cuando la temperatura exterior anda por los cero grados y cintas veraniegas que se disfrutan más cuando en la calle hace casi 40 grados. Aunque pueda parecer una chorrada, siempre da un plus a meterse mejor dentro de la historia. Pues bien, "El Skylab" es una de esas pelis que hay que ver en verano, porque rezuma verano por los cuatro costados.
Este filme es el quinto como directora de la francesa Julie Delpy, una mujer que empezó ejerciendo como actriz en su adolescencia y juventud en películas de directores como Jean Luc Godard, Carlos Saura, Bertrand Tavernier o Kieslowski y que logró la fama internacional junto a Ethan Hawke en "Antes del amanecer". También ha hecho sus pinitos como guionista (en "Antes del atardecer", por la que fue nominada al Oscar en este aspecto) y como cantante, publicando un disco en 2003. En los últimos años ha espaciado sus apariciones en pantalla y se ha centrado más en colocarse detrás de las cámaras, dirigiendo filmes como la simpática "2 días en París" o "El Skylab", en la que se reserva un papel secundario como madre de la niña protagonista.
Con una trama que tiene reconocidos elementos autobiográficos (cuando se desarrolla la acción la joven Albertine tiene la edad de la propia Delpy en 1979 y ella dice haberse inspirado en su madre para su personaje, además de muchos recuerdos de sus reuniones familiares), Delpy construye una película donde predomina el costumbrismo y la naturalidad, en la que aparentemente no pasa nada, pero todos los personajes tienen algo que decir, sus cosas buenas y malas, sus contradicciones.
En un momento en el que todo el mundo está preocupado por la caída del satélite Skylab sobre sus cabezas (finalmente cayó en el Océano Índico) asistimos al despertar a la adolescencia de Albertine, que empieza a sentir los pinchazos del amor, que ve películas poco apropiadas a su edad (como "El tambor de hojalata" y "Apocalypse now"), que empieza a hacerse preguntas sobre lo que ve, pero que sigue conservando la inocencia de la niñez.
Cualquiera podrá sentirse identificado con una historia en la que se nos habla de las relaciones familiares desde una óptica ligera, con algunos apuntes de drama, pero donde predomina el buen humor. Como esas comidas familiares en las que un tema político y social crea controversias entre varios miembros aunque la sangre no llega al río. La fotografía colorista capta muy bien el ambiente pesado y apacible del verano y el elenco de actores cumple adecuadamente con su cometido, aportando la frescura necesaria al conjunto.
Una película muy interesante, a la que solamente se le puede reprochar una ocasional sensiblería, especialmente en su epílogo. Creo que la película, que está contada a modo de flashback, podría haberse narrado sin el prólogo ni el epílogo, que no aportan mucho más y hacen repetitivo y maniqueo un mensaje que se había deslizado de forma sutil por el resto del metraje.
Con todo ello, un filme muy recomendable, con sabor a nostalgia, que a muchos les recordará los veraneos familiares en el playa o en el pueblo.
Este filme es el quinto como directora de la francesa Julie Delpy, una mujer que empezó ejerciendo como actriz en su adolescencia y juventud en películas de directores como Jean Luc Godard, Carlos Saura, Bertrand Tavernier o Kieslowski y que logró la fama internacional junto a Ethan Hawke en "Antes del amanecer". También ha hecho sus pinitos como guionista (en "Antes del atardecer", por la que fue nominada al Oscar en este aspecto) y como cantante, publicando un disco en 2003. En los últimos años ha espaciado sus apariciones en pantalla y se ha centrado más en colocarse detrás de las cámaras, dirigiendo filmes como la simpática "2 días en París" o "El Skylab", en la que se reserva un papel secundario como madre de la niña protagonista.
Con una trama que tiene reconocidos elementos autobiográficos (cuando se desarrolla la acción la joven Albertine tiene la edad de la propia Delpy en 1979 y ella dice haberse inspirado en su madre para su personaje, además de muchos recuerdos de sus reuniones familiares), Delpy construye una película donde predomina el costumbrismo y la naturalidad, en la que aparentemente no pasa nada, pero todos los personajes tienen algo que decir, sus cosas buenas y malas, sus contradicciones.
En un momento en el que todo el mundo está preocupado por la caída del satélite Skylab sobre sus cabezas (finalmente cayó en el Océano Índico) asistimos al despertar a la adolescencia de Albertine, que empieza a sentir los pinchazos del amor, que ve películas poco apropiadas a su edad (como "El tambor de hojalata" y "Apocalypse now"), que empieza a hacerse preguntas sobre lo que ve, pero que sigue conservando la inocencia de la niñez.
Cualquiera podrá sentirse identificado con una historia en la que se nos habla de las relaciones familiares desde una óptica ligera, con algunos apuntes de drama, pero donde predomina el buen humor. Como esas comidas familiares en las que un tema político y social crea controversias entre varios miembros aunque la sangre no llega al río. La fotografía colorista capta muy bien el ambiente pesado y apacible del verano y el elenco de actores cumple adecuadamente con su cometido, aportando la frescura necesaria al conjunto.
Una película muy interesante, a la que solamente se le puede reprochar una ocasional sensiblería, especialmente en su epílogo. Creo que la película, que está contada a modo de flashback, podría haberse narrado sin el prólogo ni el epílogo, que no aportan mucho más y hacen repetitivo y maniqueo un mensaje que se había deslizado de forma sutil por el resto del metraje.
Con todo ello, un filme muy recomendable, con sabor a nostalgia, que a muchos les recordará los veraneos familiares en el playa o en el pueblo.
17 de abril de 2012
17 de abril de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este fin de semana pude ver por fin una película a la que le tenía muchas ganas y que casi me pierdo en su emisión en cines. Se trata de "La invención de Hugo", la nueva película de Martin Scorsese, que explora terrenos hasta ahora desconocidos en la filmografía del director italoamericano: el cine familiar y las tres dimensiones.
El nuevo filme es todo un canto al cine por parte de Martin Scorsese, con un gran homenaje a los orígenes del séptimo arte en la fugura de Meliés, un hombre que con sus películas a principios del siglo XX contribuyó a la creación de la narrativa cinematográfica y originó una serie de influencias que se hicieron patentes con el paso de los años. Cuando el cinematógrafo de los hermanos Lumiére era un invento aún poco apreciado, gente como Meliés le dio un aura de magia que ha acompañado desde entonces a la historia del cine. El homenaje a Meliés es la principal subtrama de una película que usa el "mcguffin", el pretexto de la peripecia de Hugo Cabret para dar a conocer las frustraciones reales de un hombre que fue visionario del cine y acabó sus días en una humilde juguetería cuando todo el mundo le había olvidado. De este modo, la aventura de los dos jóvenes para tratar de reactivar el robot que el padre de Hugo dejó incompleto acaba pesando en el resultado final de la película, al no tener tanto poderío emocional.
Por primera vez, Scorsese ha jugado a hacer un filme como su amigo Spielberg usando algunos de sus temas (niños sin figuras paternas, fantasía, homenaje al mundo del cine) y logrando su primera muestra de cine familiar en un realizador que siempre se ha caracterizado por un cine realista y poco apto para tiernos infantes. Un cine que aquí sabe llegar a todas las almas y que sabe quedarse con el corazoncito de los más mayores, demostrando que quien sabe, sabe. Otra de las experimentaciones de Scorsese es el uso de las tres dimensiones, que hoy son moneda de cambio habitual en cualquier producción con ganas de hacer taquilla.
Con todo ello, nos hallamos ante una película que se deja ver con sumo agrado y aún más si se tiene un mínimo de cinefilia. Aunque no se sepa quién es George Meliés, enseguida se reconocerá su faceta de creador de sueños, de creador de imágenes cinematográficas en unos años en los que solamente se grababa a gente dándose mamaporros delante de la cámara. De hecho, existe algo de metatextualidad, de guiño, en ese uso de las tres dimensiones, una idea tan novedosa al cine actual como lo fueron las imágenes de Meliés en los primeros años del cine. Una manera de hacer un cine moderno sin perder de vista los referentes.
Tampoco se puede olvidar la estupenda labor de Scorsese tras la cámara, que narra con su habitual dominio de la técnica cinematográfica y dota de un encanto especial a todo lo que se ve en pantalla, a tono con el aire de cuento que tiene la historia. Muy recomendable.
El nuevo filme es todo un canto al cine por parte de Martin Scorsese, con un gran homenaje a los orígenes del séptimo arte en la fugura de Meliés, un hombre que con sus películas a principios del siglo XX contribuyó a la creación de la narrativa cinematográfica y originó una serie de influencias que se hicieron patentes con el paso de los años. Cuando el cinematógrafo de los hermanos Lumiére era un invento aún poco apreciado, gente como Meliés le dio un aura de magia que ha acompañado desde entonces a la historia del cine. El homenaje a Meliés es la principal subtrama de una película que usa el "mcguffin", el pretexto de la peripecia de Hugo Cabret para dar a conocer las frustraciones reales de un hombre que fue visionario del cine y acabó sus días en una humilde juguetería cuando todo el mundo le había olvidado. De este modo, la aventura de los dos jóvenes para tratar de reactivar el robot que el padre de Hugo dejó incompleto acaba pesando en el resultado final de la película, al no tener tanto poderío emocional.
Por primera vez, Scorsese ha jugado a hacer un filme como su amigo Spielberg usando algunos de sus temas (niños sin figuras paternas, fantasía, homenaje al mundo del cine) y logrando su primera muestra de cine familiar en un realizador que siempre se ha caracterizado por un cine realista y poco apto para tiernos infantes. Un cine que aquí sabe llegar a todas las almas y que sabe quedarse con el corazoncito de los más mayores, demostrando que quien sabe, sabe. Otra de las experimentaciones de Scorsese es el uso de las tres dimensiones, que hoy son moneda de cambio habitual en cualquier producción con ganas de hacer taquilla.
Con todo ello, nos hallamos ante una película que se deja ver con sumo agrado y aún más si se tiene un mínimo de cinefilia. Aunque no se sepa quién es George Meliés, enseguida se reconocerá su faceta de creador de sueños, de creador de imágenes cinematográficas en unos años en los que solamente se grababa a gente dándose mamaporros delante de la cámara. De hecho, existe algo de metatextualidad, de guiño, en ese uso de las tres dimensiones, una idea tan novedosa al cine actual como lo fueron las imágenes de Meliés en los primeros años del cine. Una manera de hacer un cine moderno sin perder de vista los referentes.
Tampoco se puede olvidar la estupenda labor de Scorsese tras la cámara, que narra con su habitual dominio de la técnica cinematográfica y dota de un encanto especial a todo lo que se ve en pantalla, a tono con el aire de cuento que tiene la historia. Muy recomendable.
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