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Críticas 282
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
15 de noviembre de 2013
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un año antes de rodar “La tienda de los horrores” el maestro de la serie B Roger Corman filma esta otra comedia de terror considerada también una de las obras de culto en su carrera. Es cierto que es bastante menos conocida que el film que protagonizaba Audrey II, aquella simpática e insaciable planta carnívora que cuidaba el atolondrado Seymour; sin embargo está en su misma línea y es igual de divertida.

Su protagonista es Walter – impresionante Dick Miller-, el camarero de un pequeño club que vive obsesionado por despuntar en el mundo del arte. Un día tras matar accidentalmente al gato de una vecina decide cubrirlo de arcilla y presentarlo a sus amigos como una creación escultórica suya. Eso será no sólo el nacimiento de una brillante carrera como artista sino también el arranque de otra carrera de reputación mucho más dudosa, la de asesino.

La película nace como una parodia al famoso clásico del terror “Los crímenes del Museo de Cera” (André de Thot, 1953). Si el dueño de Audrey II debía matar personas para que sirvieran de alimento a su preciada planta, el protagonista de “Un cubo de sangre” mata para alimentar su ego y poder triunfar en su nueva profesión. El film se convierte también en otra parodia, que se burla esta vez del papanatismo que rodeaba y sigue rodeando el mundo del arte – impagable la galería de personajes frikis y snobs que pululan por el club donde tiene lugar la acción. Quien no merece definitivamente parodias es Roger Corman, un verdadero artesano, nunca mejor dicho en el caso de esta película. Especialista en despachar auténticas joyas en tiempo récord partiendo de presupuestos absolutamente irrisorios. Eso sí era un artista.
5 de noviembre de 2016
15 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al comienzo de “The salvation” un rótulo nos informa de que el origen de la emigración danesa a los Estados Unidos se remonta a la década de 1830, momento en el cual comienzan a llegar a la Tierra de Promisión los primeros colonos procedentes de la pequeña península escandinava. No sorprende pues tanto que un par de productores de ese país hayan decidido plantarse de buenas a primeras ¡¡¡ en Sudáfrica ¡¡¡ con la intención de rodar allí un western, género en principio en las antípodas de su tradición cinematográfica. Lo que ya sorprende más es que “The salvation” no opte por contarnos la odisea de esos primeros colonos hasta establecerse en el Nuevo Mundo, que hubiera sido más lógico y hasta tal vez más interesante, y en su lugar se decante por una historia que ya hemos visto contada en el cine una y mil veces ( y de mejor manera, todo hay que decirlo).

Así pues, “The Salvation” bebe de las fuentes del western crepúscular y del spaghetti de Leone. Remite a clásicos de la filmografía de Clint Eastwood como “Infierno de cobardes”, “El jinete pálido” o “Sin perdón”, cine de venganzas y de justicieros sin escrúpulos, aunque al mismo tiempo cualquier parecido con alguno de los títulos citados es mera coincidencia.

Tras un arranque prometedor que hace intuir que lo mismo hay una buena historia en ciernes, la película va poco a poco desbaratándose a base de tópico y de cliché. Mads Mikelsen, qué duda cabe, es un grandísimo actor, pero aquí se enfrenta a un personaje al que no se le exigen demasiados matices. Tampoco se le pide mucho al resto de su heterogéneo reparto en el que lo mismo hay sitio para la sensual Eva Green que para el ex del Manchester Utd Eric Cantona. Y para rematar la faena, un horripilante acabado visual con un tratamiento digital de la fotografía que hace literalmente daño a la vista.
19 de diciembre de 2016
14 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Está claro que con un tipo como Godard no caben medias tintas. Su cine es de esos que o bien se venera profundamente o bien se detesta con idéntico énfasis. Yo más bien me encuentro entre este segundo grupo que le pasan al francés muy poquitas, aunque hay quizá un factor emocional que me obliga a respetarle como artista y a considerar obras como “A bout de souflle” o “Band apart”. Romántico que es uno. No obstante, parece ser que en los últimos tiempos, al bueno de Jean Luc le ha dado por tirar por la calle de en medio y lanzarse al cine más experimental y arriesgado. ¡¡ A sus años ¡¡

En su último y premiado film, Godard niega el lenguaje y yo no niego, pero sí dudo bastante, de que lo que haya hecho sea realmente cine. Que no se me entienda mal. Gordard se acerca aquí más a los supuestos de Andy Warhol que a los de Mankiewicz u Orson Welles (aquí debería añadir que a mí Warhol y sus herederos siempre me han cargado un poquito bastante). Dicho de otro modo, “Adieu au langage” está hecha más para ser exhibida en una galería de arte que en una sala de proyección propiamente dicha. Ha de verse como esa pieza de videoarte concebida para que uno se pare un ratito a verla antes de continuar el paseo por la exposición; la tarea de seguirla detenidamente de principio a fin sentado en la butaca de una sala oscura merece el calificativo no sólo de sacrificio sino de proeza.

Así pues, no dispongo de criterios cinematográficos para enjuiciar un trabajo como éste, y si me pongo a ello llegó a la conclusión de que la película deja bastante que desear y sus resultados son bastante pobres. Tuve que parar el DVD hasta tres veces porque me asfixiaba, y no obstante quería llegar hasta el final para poder valorar la obra en su justa medida. Es una de esas típicas películas que ves con una cara de mosqueo permanente, preguntándote continuamente si no te estarás perdiendo algo. Yo lo único que siento haber perdido es una hora de mi vida, aunque al menos si algo de bueno tiene el film es eso, “sólo” dura 70 minutos.
16 de junio de 2014
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Poco o muy poco se sabe a este lado de la piel de toro acerca del cine portugués. Aquí funciona también el sobado tópico del “tan cerca, tan lejos” que se utiliza siempre al hablar de las relaciones con nuestros vecinos. Más allá del pedigrí que pueda tener entre los más entendidos la figura del centenario Manouel de Oliveira, cuya prolífica y críptica obra no es desde luego apta para cualquier paladar, lo cierto es que nuestro desconocimiento sobre la cinematografía lusa es casi total. Y sí, podemos citar los nombres de algunos de sus mejores actores, los de Joaquim de Almeida o María de Medeiros, pero más por el trabajo que han desarrollado en España o por su proyección internacional que por su presencia en producciones autóctonas en su propio país.

Es precisamente María de Medeiros, reconocida mundialmente por su papel de novia del ex boxeador Bruce Willis en "Pulp Fiction" quien en 2000 se pone por primera vez detrás de las cámaras para dirigir esta película que pasa prácticamente de puntillas en su estreno por las carteleras españolas. Y da que pensar y también un poco de rabia, ya que, además de tratarse de una coproducción europea en la que junto a Francia, Italia y la patria de la directora participa nuestro país, el film resulta bastante interesante y sin duda hubiera merecido una mejor suerte comercial. Medeiros recrea de una forma amena y creíble los hechos que en la noche del 24 de abril de 1974 dieron lugar a la célebre Revolución de los Claveles, el levantamiento militar que provocó la caída del régimen de Oliveiras Salazar. Sin renunciar a esta reconstrucción cronológica de los acontecimientos, la novel realizadora, que también firma el guión de la cinta, opta por dar a su obra un tono más intimista para terminar convirtiéndola en una especie de crónica sentimental de uno de los episodios cruciales de la reciente historia de Portugal y de Europa.

La película está dedicada a la memoria de Fernando Salgueiro Maia, uno de los cabecillas de la revuelta interpretado aquí con convicción por el italiano Stefano Acorsi. Además de acompañar hasta Lisboa a Maia y a los sublevados (destacable el trabajo del mencionado Joaquim de Almeida y algo más disperso el de Fele Martinez) en la película se introducen otras subtramas cuyo objetivo es aportar distintos testimonios sobre cómo vivió el portugués de a pie los acontecimientos narrados. Un pueblo, el portugués, harto de un gobierno totalitario y corrupto y de una facción del ejercito anclada en su glorioso pasado colonial, empeñada en aprovechar hasta el límite los últimos réditos que quedan de él.

Y todo este caleidoscopio de miradas acaba traduciéndose en la consiguiente pluralidad de géneros y de registros que la primeriza Medeiros sabe combinar con soltura. Desde la comedia, que aparece en momentos puntuales para subrayar lo improvisado de la acción golpista, hasta el drama sentimental todo está narrado con enorme intensidad y emoción.

"Capitanes de abril" se convierte finalmente en un verdadero canto a la libertad, a la democracia y al poder del pueblo. No tienen desperdicio las conversaciones “in itinere” entre los personajes de Acorsi y Almeida, cuando el idealismo del primero se da un baño de realidad frente al escepticismo del segundo. Sostiene este último que las revoluciones tienen como fecha de caducidad el día en el que el sistema acaba engulliéndolas. Conviene pues amortizarlas al máximo antes de que esto suceda. Y es que puede que las guerras siempre las acaben ganando los mismos, pero nos queda el consuelo de ir ganando mientras tanto alguna que otra batalla por el camino.
15 de noviembre de 2013
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sombra de Alfred Hitchcock y de su magistral “Vértigo” planea en todo momento sobre este drama romántico del director canadiense Arie Posin. Tampoco es que se pueda hablar de un remake, al menos en su sentido más ortodoxo. En su película, Posin nos habla del amor en la madurez, del poder curativo del sentimiento amoroso capaz de actuar en esa edad como motor para superar la pérdida del ser querido que nos ha estado acompañando toda la vida. El director es consciente de que al desarrollar esta historia se va a acercar mucho a los supuestos que manejaba Sir Alfred en su citada obra maestra. Da vértigo la verdad, pero Posin no se amilana y se enfrenta a ello con valentía. Como declaración de intenciones, no duda por ejemplo en colocar el poster del famoso clásico hitchcotiano decorando una de las paredes de la casa de la protagonista.

Luego está, claro, la premisa argumental, solo que cambiando el rol y el sexo de la pareja protagonista; aquí es una mujer la que años después de fallecido su marido se enamora de otro hombre físicamente clavadito a él. La apuesta es arriesgada y bordea el imposible y el ridículo, es más a veces no puede evitar caer en él. Hitch planteaba la historia de amor entre Scottie y Madeleine, que incluso al final tenía su justificación coherente, en el contexto de una película de género. Posin pretende dar a su historia un enfoque más realista. Y ahí es donde entra el problema de la verosimilitud.

Al final, es el trabajo de los actores lo que logra sacar adelante el film y hacer que superemos esos problemas de credibilidad. Fundamentalmente, por parte de su pareja protagonista, la maravillosa Annette Bening y el siempre solvente Ed Harris – el tercero en discordia es un desaprovechado Robin Williams cuyo personaje termina siendo poco menos que episódico. Bennig es el principal activo del film, luce orgullosa sus incipientes arrugas, y tampoco es que Harris tenga demasiados problemas al respecto. “La mirada del amor” es también la mirada de Anette que asiste entre sorprendida y escéptica a su descubrimiento- ni siquiera se atreve a preguntarle a su enamorado si tenía un hermano gemelo del que nunca fue informada, por si las moscas. Una mirada que termina siendo limpia y serena como observamos en la brillante escena que cierra el film. La película fracasa cuando quiere explotar la parte morbosa de la historia con una Benning empeñada en vestir a su novio como a su difunto esposo o en llevarle a los sitios que frecuentaba con él. Eso que con Hitchcock, Novak y Stewart funcionaba, aquí está a punto de hacerlo saltar todo por los aires.
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