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Críticas ordenadas por utilidad
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7,4
5.681
10
4 de septiembre de 2010
4 de septiembre de 2010
11 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Te querré siempre" es la esencia del cine. Es, simple y llanamente aquello que uno podría hacer con una cámara de 16 o de 35 mm si le cayera del cielo una mañana o se la comprara en Rusia, a través de ebay por 500 euros.
Dos personajes, un coche y una carretera. Tengo una cámara, ¿qué hago con ellos? No tengo efectos especiales, no tengo 3000 extras ni los grandes platós de Cinecitta. ¿Qué coño hago? Lo único que se puede hacer es un cagarro, o la mejor película de todos los tiempos. No hay término medio. Es algo así como lo que hizo Kieslowsky en "No amarás". Es una cuestión de TALENTO.
Esta película está marcada por una serie de elementos que, salidos de la chistera de Rossellini, se convierten de repente en nuevos capítulos del "Manual de lenguaje cinematográfico" que se enseña en las escuelas de cine a partir del año 54. El realismo de Rossellini ya había sorprendido en Europa en años anteriores con "Roma citta aperta" y otras, pero eran películas que apuntaban al retrato social, y vivían de su drama, imprimiendo, ciertamente, un estilo novedoso y en gran medida lógico: ese era el panorama que Rossellini tenía ante sí cuando salía a la calle.
En Viaggio in Italia, Rossellini aplica esas claves a un relato íntimo, y para ello, sorprendentemente, no solo no atenúa los elementos que ya utilizara en sus grandes películas sociales de postguerra (para las cuales esos elementos cinematográficos de realismo fueron específicamente creados por el realizador italiano), sino que aquí los acentúa. Rossellini vuelve a inventarse un idioma, a explorar un terreno, a elaborar un experimento. Ya hizo sus primeras pruebas en otra gran película, Stromboli, pero aquí lleva al extremo una idea que aun hoy resulta rara.
Con esta película, el cine se acerca a todos nosotros. Lo respiramos, nunca antes hemos estado tan adentro de él. Parece que lo hemos rodado nosotros, con una Krasnogorsk-3 de 16mm, por nombrar la cámara de cine más barata del mundo, con película Fomapan en blanco y negro fabricada en Chequia, sin tripode, a pulso, procurando que no se noten los temblores de la mano. Porque lo que vemos es una película casera. Por supuesto que todos los detalles estan medidos, pero ese es el efecto que, de un modo abstracto, quiere fabricar Rossellini.
¿Qué puede sacarse de una película casera? Muchos críticos, aquí en Filmaffinity, han visto en ella un viaje por Italia, una visita a Pompeya, unas convesaciones anodinas entre una pareja. Nada más. La aburrida película de las vacaciones. A mí me parece que dejarse atrapar por esas imagenes resulta en verdad aterrador, por lo cercanas que son; resulta emotivo, por lo reconocibles; resulta demoledor, por verdaderas. Hecha la fórmula, Rossellini descubre que tienen entre manos algo único, tan grande, que resulta apabullante.
(Sigo sin develar)
Dos personajes, un coche y una carretera. Tengo una cámara, ¿qué hago con ellos? No tengo efectos especiales, no tengo 3000 extras ni los grandes platós de Cinecitta. ¿Qué coño hago? Lo único que se puede hacer es un cagarro, o la mejor película de todos los tiempos. No hay término medio. Es algo así como lo que hizo Kieslowsky en "No amarás". Es una cuestión de TALENTO.
Esta película está marcada por una serie de elementos que, salidos de la chistera de Rossellini, se convierten de repente en nuevos capítulos del "Manual de lenguaje cinematográfico" que se enseña en las escuelas de cine a partir del año 54. El realismo de Rossellini ya había sorprendido en Europa en años anteriores con "Roma citta aperta" y otras, pero eran películas que apuntaban al retrato social, y vivían de su drama, imprimiendo, ciertamente, un estilo novedoso y en gran medida lógico: ese era el panorama que Rossellini tenía ante sí cuando salía a la calle.
En Viaggio in Italia, Rossellini aplica esas claves a un relato íntimo, y para ello, sorprendentemente, no solo no atenúa los elementos que ya utilizara en sus grandes películas sociales de postguerra (para las cuales esos elementos cinematográficos de realismo fueron específicamente creados por el realizador italiano), sino que aquí los acentúa. Rossellini vuelve a inventarse un idioma, a explorar un terreno, a elaborar un experimento. Ya hizo sus primeras pruebas en otra gran película, Stromboli, pero aquí lleva al extremo una idea que aun hoy resulta rara.
Con esta película, el cine se acerca a todos nosotros. Lo respiramos, nunca antes hemos estado tan adentro de él. Parece que lo hemos rodado nosotros, con una Krasnogorsk-3 de 16mm, por nombrar la cámara de cine más barata del mundo, con película Fomapan en blanco y negro fabricada en Chequia, sin tripode, a pulso, procurando que no se noten los temblores de la mano. Porque lo que vemos es una película casera. Por supuesto que todos los detalles estan medidos, pero ese es el efecto que, de un modo abstracto, quiere fabricar Rossellini.
¿Qué puede sacarse de una película casera? Muchos críticos, aquí en Filmaffinity, han visto en ella un viaje por Italia, una visita a Pompeya, unas convesaciones anodinas entre una pareja. Nada más. La aburrida película de las vacaciones. A mí me parece que dejarse atrapar por esas imagenes resulta en verdad aterrador, por lo cercanas que son; resulta emotivo, por lo reconocibles; resulta demoledor, por verdaderas. Hecha la fórmula, Rossellini descubre que tienen entre manos algo único, tan grande, que resulta apabullante.
(Sigo sin develar)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Poco importa lo que va sucediendo, no hay que esperar un gran desenlace, solo observar, descubrir la intimidad de una pareja, como podía adivinarse antaño en una proyección de Super8, u hoy en día, en el televisor con una Handycam de Sony. Quizás muchos no entiendan esta película, porque la tienen demasiado cerca. Dicen que George Sanders confesó en una entrevista, tras el rodaje, que no había entendido absolutamente nada de lo que había interpretado. Quizá fue, por omisión, el primero en darse cuenta de que había participado en algo extraordinario.
No se puede calcular cuantas películas son deudoras de ésta desde hace 56 años. Es imposible, sería más fácil decir que todas lo son, aunque sea por omisión.
No se puede calcular cuantas películas son deudoras de ésta desde hace 56 años. Es imposible, sería más fácil decir que todas lo son, aunque sea por omisión.
Miniserie

6,2
3.488
5
8 de septiembre de 2023
8 de septiembre de 2023
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una serie que vive de sus actores, especialmente de Anna Castillo, que tiene una naturalidad y una gracia que la serie sabe aprovechar. Por lo demás es una serie que carece de conflictos, más allá de las neuras absurdas propias del universo Benavent, por lo que en realidad se trata de una larga recreación de los avatares de un enamoramiento, por otra parte inevitable, y de su progresión, también inevitable.
Sin sorpresas, sin conflictos, solo nos queda Anna Castillo (y merece la pena), también un poquito del tal Álvaro Mel, que no lo hace mal pobrecillo, y por supuesto, Grecia, que se ve espectacular.
Sin sorpresas, sin conflictos, solo nos queda Anna Castillo (y merece la pena), también un poquito del tal Álvaro Mel, que no lo hace mal pobrecillo, y por supuesto, Grecia, que se ve espectacular.

7,6
106.004
4
11 de enero de 2015
11 de enero de 2015
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al fin ocurrió. Tenía que ser así. Son contados con los dedos de una mano los que han logrado esquivar el implacable destino que marca la trayectoria artística de casi todos los creadores. Scorsese había logrado driblar ese nefasto estigma, pero al fin le ha atrapado la maldición: el gran director se ha imitado a sí mismo. No consta en los anales de la historia un solo caso de imitación que merezca elogio, porqué por definición, se contradice con el caracter esencialmente creador e innovador del arte.
Puede haber imitaciones remarcables, buenas películas que siguen un patrón, y que resultan estimulantes. No es este el caso, más allá de la gracia que pueda hallarse en muchas de las secuencias que encadena esta película (gracia que, haberla, hayla, porqué Scorsese tiene buen gusto y domina la cámara estética y narrativamente como un verdadero malabarista). Y es que vemos una película llena de tics descontrolados que terminan por alejarnos más y más de sus personajes para presentarnos a un verdadero esperpento, Es más una película para exhibir en un circo que no para ver en un cine, donde uno quiere que le cuenten una historia.
Si nos paramos un segundo, nos damos cuenta de que nada sabemos de sus protagonistas, y ello se amplifica y contagia a toda la película, ya que a partir de esa cojera, nos resultan terriblemente desdibujadas las relaciones entre unos y otros. ¿Cuál es verdaderamente el código moral del personaje de Di Caprio? ¿Cuál es la relación que tiene con su mujer? ¿Y la que tiene con su socio principal? ¿Hay alguien capaz de dar respuesta a esas preguntas, más allá de lo obvio o esquemático? Si es así, le rogaré a ese alguien que me mande un mensaje para aclararme qué es lo que me he perdido.
Scorsese, el grandísimo Scorsese (nunca dejará de serlo gracias una trayectoria que nos dejará un legado inmortal) no es capaz de hallar tiempo en el largo metraje de la película para explicarnos lo que ocurre dentro de estos seres atrapados por el exceso, con lo cual no hay espacio en la película para el verdadero drama, ese que mueve los resortes de toda historia humana. A ratos, Scorsese está más cerca de la parodia (de la autoparodia), que de otra cosa, y si en ese terreno pretendía caminar, me parece un esfuerzo desmedido para tan poco botín artístico. Esta vez, el gran director, dedica el poco tiempo de que dispone (el cine es síntesis) al impacto, a ofrecernos un retrato a gritos de una grandísima farra, de una gigantesca orgía. Es tan excesiva la orgía que a ratos pierde verosimilitud. Ese aspecto de la película se sostiene en buena parte con la inestimable ayuda de anunciar que está basada en hechos reales. Y aún así, cuesta creer que alguien se pueda meter la cantidad de basura que estos tíos se meten en el cuerpo y no estar como un vegetal.
El tempo de "El lobo de Wall Street" es el tempo del antojo. Mueve la película el deseo, no el amor, valga esto como metáfora. Es una película caprichosa, llena de secuencias caprichosas cuya utilidad no va más allá de reiterar una y otra vez una situación excesiva. Ni siquiera la trama policial propone alguna situación de suspense. En "Casino" y "Uno de los nuestros" Scorsese lograba un cine preciso en ritmo e intensidad, siempre al hilo de sus criaturas, ajustando su tiempo y dando utilidad y propósito a cada centímetro de metraje. El espectáculo estaba verdaderamente en el drama, todo estaba a sus servicio. Aquí ocurre, lamentablemente, todo lo contrario. Este sucedaneo de "Casino", trasladado a Wall Street es, con todas sus impactantes escenas, con todos sus gritos, drogas y sexo una película que no altera el pulso, al menos el mío, porqué sin drama, realmente, no hay espectáculo.
Es una lástima que Scorsese haya caido, atrapado por la maldición. Era ya de los últimos directores de larga trayectoria que había logrado mantenerse fresco y estimulante, anticiparse. Ojalá no sea el síntoma de una enfermedad que lleve a la muerte artística de este gran cineasta, porque sus películas marcaban estilo, eran lecciones de dirección cinematográfica y puesta en escena (al servicio del drama, no del antojo), y, como "el nota", tranquilizaba saber que hay tipos como Martin haciendo cine por ahí. Cruzo los dedos para que deje de mostrarnos qué és lo que le pone caliente (que no nos interesa) y vuelva a hacer espectáculo.
Puede haber imitaciones remarcables, buenas películas que siguen un patrón, y que resultan estimulantes. No es este el caso, más allá de la gracia que pueda hallarse en muchas de las secuencias que encadena esta película (gracia que, haberla, hayla, porqué Scorsese tiene buen gusto y domina la cámara estética y narrativamente como un verdadero malabarista). Y es que vemos una película llena de tics descontrolados que terminan por alejarnos más y más de sus personajes para presentarnos a un verdadero esperpento, Es más una película para exhibir en un circo que no para ver en un cine, donde uno quiere que le cuenten una historia.
Si nos paramos un segundo, nos damos cuenta de que nada sabemos de sus protagonistas, y ello se amplifica y contagia a toda la película, ya que a partir de esa cojera, nos resultan terriblemente desdibujadas las relaciones entre unos y otros. ¿Cuál es verdaderamente el código moral del personaje de Di Caprio? ¿Cuál es la relación que tiene con su mujer? ¿Y la que tiene con su socio principal? ¿Hay alguien capaz de dar respuesta a esas preguntas, más allá de lo obvio o esquemático? Si es así, le rogaré a ese alguien que me mande un mensaje para aclararme qué es lo que me he perdido.
Scorsese, el grandísimo Scorsese (nunca dejará de serlo gracias una trayectoria que nos dejará un legado inmortal) no es capaz de hallar tiempo en el largo metraje de la película para explicarnos lo que ocurre dentro de estos seres atrapados por el exceso, con lo cual no hay espacio en la película para el verdadero drama, ese que mueve los resortes de toda historia humana. A ratos, Scorsese está más cerca de la parodia (de la autoparodia), que de otra cosa, y si en ese terreno pretendía caminar, me parece un esfuerzo desmedido para tan poco botín artístico. Esta vez, el gran director, dedica el poco tiempo de que dispone (el cine es síntesis) al impacto, a ofrecernos un retrato a gritos de una grandísima farra, de una gigantesca orgía. Es tan excesiva la orgía que a ratos pierde verosimilitud. Ese aspecto de la película se sostiene en buena parte con la inestimable ayuda de anunciar que está basada en hechos reales. Y aún así, cuesta creer que alguien se pueda meter la cantidad de basura que estos tíos se meten en el cuerpo y no estar como un vegetal.
El tempo de "El lobo de Wall Street" es el tempo del antojo. Mueve la película el deseo, no el amor, valga esto como metáfora. Es una película caprichosa, llena de secuencias caprichosas cuya utilidad no va más allá de reiterar una y otra vez una situación excesiva. Ni siquiera la trama policial propone alguna situación de suspense. En "Casino" y "Uno de los nuestros" Scorsese lograba un cine preciso en ritmo e intensidad, siempre al hilo de sus criaturas, ajustando su tiempo y dando utilidad y propósito a cada centímetro de metraje. El espectáculo estaba verdaderamente en el drama, todo estaba a sus servicio. Aquí ocurre, lamentablemente, todo lo contrario. Este sucedaneo de "Casino", trasladado a Wall Street es, con todas sus impactantes escenas, con todos sus gritos, drogas y sexo una película que no altera el pulso, al menos el mío, porqué sin drama, realmente, no hay espectáculo.
Es una lástima que Scorsese haya caido, atrapado por la maldición. Era ya de los últimos directores de larga trayectoria que había logrado mantenerse fresco y estimulante, anticiparse. Ojalá no sea el síntoma de una enfermedad que lleve a la muerte artística de este gran cineasta, porque sus películas marcaban estilo, eran lecciones de dirección cinematográfica y puesta en escena (al servicio del drama, no del antojo), y, como "el nota", tranquilizaba saber que hay tipos como Martin haciendo cine por ahí. Cruzo los dedos para que deje de mostrarnos qué és lo que le pone caliente (que no nos interesa) y vuelva a hacer espectáculo.

6,6
23.969
6
4 de marzo de 2010
4 de marzo de 2010
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película interesante, con algunas cosas sorprendentes, y otras un poco decepcionantes, aunque en general, da lugar a una buena tarde de invierno en el cine. Para empezar, contar con una actriz como Carey Mulligan te da ventaja. Es un gusto ver la variedad de registros del rostro de esta chica, a veces es una niña, otras una mujer hecha y derecha. El personaje se hace al instante atractivo. Tiene también la película el atractivo del tiempo en que se situa, el año 61, en Gran Bretaña. Termina la mojigatería de los cincuenta y apunta ya a la revolución de los sesenta. Para los que no lo hemos vivido, no tenemos referencias con las que comparar, así que podemos estar equivocados, pero parece un retrato creíble de aquellos años de esperanza y de juventud, donde ser eso, joven, era estar en el mejor lugar en el mejor momento. La juventud: ese es el tema de la película. Nada puede compararse a ese periodo de la vida que pasa sin remedio, no hay otro tiempo que pueda igualarlo. Lo vemos en los ojos de los otros personajes cuando miran a la joven protagonista, rebosante de fuerza y de sueños, con toda la vida por delante, con todos los errores aun por cometer. De las patas que deben sustentar esta pelicula, flaquea el personaje masculino. Su interpretación (o el modo en que ha sido dirigido por el director) es tan contenida, que resulta difícil saber sus verdaderas intenciones y emociones. Además, al actor le falta atractivo físico y encanto para el personaje que representa. La pelicula pierde fuerza por ahí. Por otro lado, todo lo que gira entorno al personaje de Peter Sargaard resulta intrigante e imprevisible, algo que, si bien quizás no lleva a nada, sí le proporciona una amenaza dramática permanente a la película, que mantiene a buen nivel el suspense. En cualquier caso, los defectos no matan nunca a la película, ya que siempre aparece Carey Mulligan para rescatarla con su encanto y su inteligencia. Es un ángel que pasa por la vida de todo los demás personajes, y a todos ellos se les escapa de las manos, como se les ha escapado ya la juventud. La resolución de la película se me antoja de lo más interesante, pues por una vez, quien más maduro y valiente resulta ser, aun con los errores que comete, es aquel/la de quien menos debería esperarse. Con ello, de paso, se nos estampa un crítica al desencuentro generacional que no por trillada deja de ser efectiva y en este caso, hasta original y divertida. Alfred Molina está estupendo en el papel de padre.

6,9
303
8
27 de junio de 2023
27 de junio de 2023
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este comentario no estaba previsto, viene motivado por el unánime punto de vista que se desprende de los comentarios publicados sobre esta película, para dar un contrapunto, vamos, aunque las puntuaciones ya sugieren que esta película no es tan mala.
Todo lo contrario. Verdadera dosis de humanidad, inyectada además con dolor, el de esos planos tan cercanos que se meten en una cama, en un abrazo, en la intimidad de una conversación de bar. Las interpretaciones hacen creíbles a los personajes principales, y a su conducta afín y a veces un tanto desconcertante. Y es que Mészáros tiene la virtud de trasladar muy rápido al espectador quienes son estas mujeres, sus debilidades, sus necesidades. Encajan y se complementan, se apuntalan la una a la otra, como dos casas en ruinas que se aguantan mutuamente. Así de precario es todo en el interior de esta película.
Todo eso, llega con potencia al espectador por medio de un estilo formal intenso, basado en una imagen que impacta por su proximidad, una imagen que es capaz de retratar una escena coral por medio de primerísimos planos, consiguiendo que el espectador comprenda lo que piensa cada uno de los personajes del cuadro que dibuja la cámara. El plano general, en este caso concreto (una escena en un bar), que la mayoría de cineastas situaría al inicio de la secuencia, llega aquí al final, y es desde atrás. La brillantez y la originalidad en la concepción cinematográfica de esta escena, que retrata una situación íntima entre dos mujeres en la que se inmiscuyen insidiosa y malintencionada un grupo de hombres, es narrativamente brillante, pero lo más excepcional es que ese tratamiento formal sustenta sustancialmente lo que está contando, la hostilidad social que rodea durante toda la película a esos personajes que se salen de la convención. Esa hostilidad no hace desfallecer a estas mujeres que devienen de este modo en seres de una gran integridad, herramienta imprescindible para rozar una idea de libertad, tan anhelada en la Hungría del 75.
Excelente película para quienes quieran descubrir otras maneras de hacer cine, otras maneras de transmitir ideas y sentimientos, otras formas de concebir los espacios y de mover a los actores, y de manejar la cámara, y de iluminar los rostros, y de concebir vínculos, y de perfilar seres humanos únicos, etcétera. Puro cine, filmando pura vida.
Todo lo contrario. Verdadera dosis de humanidad, inyectada además con dolor, el de esos planos tan cercanos que se meten en una cama, en un abrazo, en la intimidad de una conversación de bar. Las interpretaciones hacen creíbles a los personajes principales, y a su conducta afín y a veces un tanto desconcertante. Y es que Mészáros tiene la virtud de trasladar muy rápido al espectador quienes son estas mujeres, sus debilidades, sus necesidades. Encajan y se complementan, se apuntalan la una a la otra, como dos casas en ruinas que se aguantan mutuamente. Así de precario es todo en el interior de esta película.
Todo eso, llega con potencia al espectador por medio de un estilo formal intenso, basado en una imagen que impacta por su proximidad, una imagen que es capaz de retratar una escena coral por medio de primerísimos planos, consiguiendo que el espectador comprenda lo que piensa cada uno de los personajes del cuadro que dibuja la cámara. El plano general, en este caso concreto (una escena en un bar), que la mayoría de cineastas situaría al inicio de la secuencia, llega aquí al final, y es desde atrás. La brillantez y la originalidad en la concepción cinematográfica de esta escena, que retrata una situación íntima entre dos mujeres en la que se inmiscuyen insidiosa y malintencionada un grupo de hombres, es narrativamente brillante, pero lo más excepcional es que ese tratamiento formal sustenta sustancialmente lo que está contando, la hostilidad social que rodea durante toda la película a esos personajes que se salen de la convención. Esa hostilidad no hace desfallecer a estas mujeres que devienen de este modo en seres de una gran integridad, herramienta imprescindible para rozar una idea de libertad, tan anhelada en la Hungría del 75.
Excelente película para quienes quieran descubrir otras maneras de hacer cine, otras maneras de transmitir ideas y sentimientos, otras formas de concebir los espacios y de mover a los actores, y de manejar la cámara, y de iluminar los rostros, y de concebir vínculos, y de perfilar seres humanos únicos, etcétera. Puro cine, filmando pura vida.
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