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Críticas 2.192
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
3 de mayo de 2010
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
No, de mala no lo es. Pero al título de mi crítica me remito al fragmento del tema de la Mala Rodriguez, “La Niña”: “ Queria pan / quería joyas/ no valoras na si no lloras / lo mejor de no tener na es tener que trabajar y sudar por apartar la miseria a un lado / conseguir respeto a base de coraje y cojones / ella lo tenia / ella lo sabia / ella se lo merecía / valia pa eso y pa mas”. Solo en esta porción de pedazo canción se puede resumir brevemente la trayectoria de esta pequeña gran antiheroina que es Mia, toda una representación de “tour de force” de la actriz revelación Katie Jarvis, reina del enfurecimiento “teen” que alberga un ambiente tan hostil como el que nos proporciona la realizadora británica Andrea Arnold con su magna, fría pero brillante “Fish Tank”. Ya considerado para muchos como uno de los mejores films europeos de los últimos años.

Mia (Katie Jarvis) es una adolescente de quince años que vive en los suburbios del condado de Essex, en un momento muy agitado de su vida; su madre Joanne (Kierston Wareing) ha conocido a un hombre, Connor (Michael Fassbender) de la que su hija sentirá una especie de atracción entre el amor y el odio. Tampoco está dispuesta a soportar a su hermana pequeña Tyler (Rebecca Griffits) por lo que su cólera se desata al más mínimo impulso. También ha roto su amistad reciente con Keeley (Sarah Bayes) la única amiga que le quedaba. Obviando que hacer novillos en la escuela forma parte de su rutina diaria, Mia entretendrá sus ratos libres ensayando sus bailes de “hip-hop” como vía evasiva a su violento y rebelde comportamiento. La gota que colma el vaso se produce cuando Connor se traslada a su apartamento para vivir con Joanne.

El cine social ha demostrado, y más con esta premiada película, de que no tiene competidores. Un argumento sencillo, con personajes al borde del abismo de la amargura pero dispuestos a alcanzar la meta del sueño, abriéndose paso bruscamente a sus objetivos, se puede combinar de mil y una formas. Ken Loach puede ser el padre “padrone” de ésta clase de cine que no deja indiferente a nadie y que los actores se entregan con una naturalidad tan deliciosa como amarga, que no basta ser un maestro en la profesión para improvisar un ataque de cólera. Y la “angry young girl” del cine británico Katie Jarvis lo sabe mejor que nadie, secundada por un irreconocible, aunque todavía algo desconocido, Michael Fassbender que había interpretado al apuesto teniente inglés Archie Hicox en “Malditos Bastardos” (2009) de Quentin Tarantino. ¿Puede tener la visceralidad sumisa de un film tan crudo como lo es “Fish Tank” de Andrea Arnold comparaciones odiosas con la edulcorada pero también inteligente “An Education” de Lone Scherfig? Sí, pero solamente es cuestión de formas y desenlaces.

Lo Mejor: sus realistas actrices debutantes. También va por la actriz que interpreta la hermana pequeña. ¡Qué educación, qué espontaneidad!
Lo Peor: su escasa distribución. Se merece un boca-oreja.
20 de febrero de 2010
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
A la mayoría del público a Alan Rudolph se le considera todavía un desconocido. Para los que le conocen o solamente le tienen pánico o se dejan seducir por sus obras sabrán muy bien que al director de “El Desayuno de los Campeones” (1999) le gusta trabajar a su aire. Se emplea en mostrarnos una o varias situaciones, uno o varios escenarios y los actores que van a desempeñar sus papeles corales. Desde variopintos, antihéroes, musas demacradas por la madurez y la resignación, con el tabaco y el alcohol de apoyo bajo un fondo musical de jazz de cóctel, a falta de un argumento sólido con pies y cabeza. Pero no quiero decir que películas tan memorables como “Bienvenido a Los Ángeles” (1976) o su más conocida “Elígeme” (1984) queden retratadas en largometrajes al más puro estilo Rudolph. A Alan le gusta rodar con independencia porque es independiente. Y es todo un maestro en trazar el perfil psicológico de sus criaturas como Almodóvar hace con las suyas.

Hawk (Kris Kristofferson) es un expolicia que es puesto en libertad después de cumplir condena, decide regresar a la cafetería regentada por la aún apetecible y temperamental Wanda (Genevieve Bujold), su antigua amante. Tan regentado local será también el punto de encuentro de una nueva vida para Coop (Keith Carradine) y su novia Georgia (Lori Singer) con quien acaba de tener un hijo y que viven en una autocaravana. Pero lejos de un futuro prometedor, Coop se deja llevar por la vida fácil que le oferta Solo (Joe Morton) un extraño cliente que frecuenta la cafetería. Su eslabón a la delincuencia organizada les llevará de contacto con el mafioso Hilly Blue (Divine) mientras Hawk queda prendado por la belleza de Georgia que consigue empleo de camarera gracias a Wanda, en un acto de sinó sumisión, de lástima y rechazo inmediato para enterrar el antiguo pasado amoroso que tuvo con Hawk.

“Trouble In Mind” no está a la altura de las dos últimas películas que he mencionado antes. Pero es uno de sus films peculiarmente más entendedores por extraños; una oportunidad para quién lo quiera descubrir. Porque es una pincelada al sentimiento desarraigado. Rodada en su época de mayor esplendor e inspiración se puede considerar un drama pasional, con broches futuristas (estética, gomina y brillantina de los ochenta que hacen justicia en los peinados de Joe Morton y, sobretodo, de Keith Carradine como perdedor venido a menos). El film también se cundimenta con elementos de cine negro y comedia negra.
19 de diciembre de 2009
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Adaptación de una novela del escritor austríaco Joseph Roth (autor de “Der Antichristh”, crítica magnánima contra cualquier forma de idealismo y materialismo) que se ampara por ser una intensa reflexión sobre la culpa, el arrepentimiento y la redención. Andreas (Rutger Hauer, en un papel fuera de lo usual en sus roles de villano de cine de acción) es un inmigrante sin papeles que duerme bajo los puentes de un París anónimo y silencioso como las tardes y noches que lo acogen en sus bares dónde no interrumpe su afición a la bebida del vino, sangre de su existencia monótona y miserable. La repentina llegada de un hombre (Anthony Quayle) que le suplica, ofreciéndole doscientos francos, que venere a Santa Teresa de Lisieux representada por la imagen de una inocente niña (Dalila Belatreche) que le hará replantear el sentido su existencia. Andreas saca provecho del dinero en una procesión que le llevará a recordar episodios de su vida pasada y por ello va a faltar siempre a su cita en la Iglesia dónde debe depositar el dinero como deuda. Pero el milagro se sucede constantemente en los andares del vagabundo que se encuentra a viejos amigos, entre ellos un boxeador de éxito, Daniel Kanjak (Jean-Maurice Chanet) o el desafortunado pero truhán Woitech (Dominique Pinon), una antigua amante Karoline (Sophie Segalen) y una cabaretera (Gaby) que no dudará en aprovecharse del honor y buena fe de Andreas.

Preciosa película que a pesar de llevarse el León de Oro en Venecia no será recordada ni por su sugerente título. El rodaje en los exteriores de un París al que estamos acostumbrados por su glamurosa e imperante Torre Eiffel, se convierte en el decorado anónimo e intemporal de unas calles oscuras, cafeterías vacías o silenciosas. No muy lejos de los puentes que atraviesan un Sena bañado por el resplandor del atardecer (y aquí gana mucho peso la fotografía de Dante Spinotti que nos recuerda al de su compatriota Vittorio Storaro).
30 de octubre de 2012
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primer largometraje de ficción para la pantalla grande de Michael Mann, entonces establecido en la Televisión que, de hecho, ha sucumbido como medio que consolidaría su carrera de productor gracias a la serie que le haría mundialmente famoso como productor “Corrupción en Miami”, destacable por su estilizada puesta en escena. Pero todavía tardaría una década para hacerse un hueco en el cine en la cinta de aventuras “El Último Mohicano” (The Last of the Mohicans, 1992) épica adaptación de una novela de James Fenimore Cooper (y sin haber pasado por alto la reivindicable producción por cable “Hunter”, sobre los primeros andares del caníbal Hannibal Lecter) y, especialmente, la gran acogida por parte de crítica y público en la espectacular “Heat”(1997).

De hecho la película que protagonizaran Al Pacino y Robert de Niro en un duelo sin precedentes es deudora, ampliada y magna revisión de éste lejano, olvidado y nocturno “Thief”, con James Caan en el rol del ladrón profesional Frank, y sin un destacable policía rival persiguiéndolo durante casi dos horas de metraje, capitaneando los golpes silenciosos de los que no necesita más ayuda que la de su compañero Barry (James Belushi). Pero Frank no trabaja para nadie y por eso puede ocultar muy bien su tarea con la de jefe de un concesionario de coches usados.

Y siguiendo los dogmas propios del cine de antihéroes solitarios que quieren pasar a mejor vida (es decir buscar una mujer, formar una familia y vivir el resto de sus días en un bonito chalé con jardín,…), Frank tendrá que pagar su precio asociándose con malas compañías, representadas por un misterioso empresario interpretado por el veterano actor Robert Prosky, antítesis del lado bueno y humano que le ha enseñado Okla (en la piel cantante country con rostro bondadoso Willie Nelson) todo lo mejor de profesión.

Un film que vale la pena reivindicar por el hecho de comprender y en cuanto a thrillers se refiere (por dónde van los tiros, nunca mejor dicho) en el cine de Michael Mann.
9 de agosto de 2011
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
La protagonista de “Alien” (1979) de Ridley Scott y “Aliens el Regreso” (1986) de James Cameron había protagonizado papeles más o menos secundarios antes de hacerse famosa en su papel de la aguerrida teniente Ripley. Ya había intervenido brevemente en la comedia de Woody Allen “Annie Hall” (1977) y tampoco hay que olvidar su protagonismo en “El Año que Vivimos Peligrosamente” (1983) de Peter Weir o “Los Cazafantasmas” (1984) de Ivan Reitman. Posteriormente ya empezó a trabajar a mitad de los ochenta seriamente en otros géneros que la alejarían de un posible encasillamiento como mata-alienígenas en otras películas como “Armas de Mujer” (1988) de Mike Nichols, “Gorilas en la Niebla” (1988) de Michael Apted, o su dramática aparición en “La Muerte y la Doncella” (1994) de Roman Polanski.

“La Calle de la Media Luna” es uno de sus títulos más desconocidos pero amables a la hora de exhibir su portentoso físico semidesnudo a pesar de ejercer una profesión en la ficción de la que se podría pedir más: es decir, chica de compañía. No se trata de un film erótico pero la fuerza que ejerce su personaje es suficiente para entender que la Weaver se siente acomodada en una trama de pasión y espionaje, en el que se ve involucrado un alto diplomático británico interpretado por Michael Caine.

Weaver interpreta a la doctora Lauren Slaughter que se instala en Londres después de haber trabajado y divorciado en China y con su empleo mal pagado en el Instituto de Estudios Estratégicos de Oriente Medio no tiene ni para arreglarse el destartalado apartamento que ha alquilado. Londres le sale caro pero no por ello pierde la oportunidad, en su empleo, de conocer a altos dignatarios y banqueros en las cenas y convenciones que organiza el Instituto. Y un trabajo extra en la Agencia Jasmine como chica de compañía la hará ganar a la hora lo que percibía en una semana. Mientras Oriente Medio arde, la doctora Slaughter consigue como cliente a Lord LUdbleck (Michael Caine) un político mediador y clave para abrir negociaciones de paz. Pero su relación va a ir más allá de lo que esperaban en un principio.

A partir de aquí la película no falta de intrigas y la pareja Weaver-Caine funcionan correctamente pese a caer en la insistencia de sus encuentros, que impiden que el metraje acelere tratándose también de un film de espionaje y de los que se entiende de pies a cabeza.
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