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4,4
11.838
2
17 de enero de 2012
17 de enero de 2012
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de que el actor Nicolas Cage puede presumir de una larga y fructífera carrera cinematográfica (Oscar por Leaving las Vegas incluido), cabe decir que hay tres cosas que todavía no ha aprendido a hacer: a) reir con naturalidad sin parecer un tipo perturbado; b) lucir prótesis capitales con un mínimo de dignidad (de hecho, repasando sus últimos trabajos, el pelo más creíble de los últimos que ha exhibido en sus películas eran las llamas que lucía en “El motorista fantasma”); y c) declinar amablemente su participación en proyectos que, mucho antes incluso de empezar a rodarse, ya tienen una pinta a desastre global que tira para atrás. Su reciente trabajo en la película En tiempos de brujas, vuelve a confirmarnos, una vez más, estos tres puntos.
Existió una época en la que Nicolas Cage era un aliciente más dentro de la película. Está claro que estamos hablando de hace mucho tiempo. Específicamente en la película que hoy nos ocupa, cabe decir que está francamente horroroso y menos creíble que la propia existencia de brujas en el mundo real. Uno tiene la sensación que el actor rodó la cinta a la fuerza, obligado a punta de pistola, pero sin ningún tipo de ganas ni de confianza en lo que estaba haciendo. A su lado encontramos a un Ron Perlman (el prota de Hellboy) desaprovechado y algo perdido entre todo lo que va sucediendo a su alrededor. Todo este despropósito está dirigido por un Dominic Sena (Kalifornia, 60 segundos, Operación Swordfish) claramente superado por las carencias del guión, el poco interés de sus estrellas y el absurdo presupuesto para una película de estas características. Además, él tampoco hace demasiado para aportar ningún tipo de brillantez en el resultado final.
Al principio de la película uno tiene la sensación de estar viendo un trailer en lugar del producto final ya acabado, debido a la gran falta de consistencia de todo lo que sucede en pantalla. La película se va arrastrando como puede hasta llegar al inicio del viaje que da sentido a la película (comparar esta película con otras cintas fantásticas de épicos viajes como “El señor de los anillos” resulta tan absurdo como meter la lengua dentro de un ventilador en marcha). Mención aparte merecen los efectos especiales de la película que resultan de lo más lamentables y que deberían provocar el sonrojo generalizado de sus responsables. Ahora en serio, ¿cuando hubo el pase definitivo de la película ante los productores a nadie se le cayó la cara de vergüenza? A pesar de lo dicho, tanta cutrería y falta de medios provoca que el espectador conecte automáticamente con las cintas fantásticas de serie B que se producían en la década de los ‘80 y que, un servidor, consumía vorazmente en su infancia lo que, por momentos, llegó a crearme una vaga sensación de placer culpable. He consultado con expertos y afirman que la película es tan mala que podría tratarse de un claro síndrome de Estocolmo por mi parte.
Existió una época en la que Nicolas Cage era un aliciente más dentro de la película. Está claro que estamos hablando de hace mucho tiempo. Específicamente en la película que hoy nos ocupa, cabe decir que está francamente horroroso y menos creíble que la propia existencia de brujas en el mundo real. Uno tiene la sensación que el actor rodó la cinta a la fuerza, obligado a punta de pistola, pero sin ningún tipo de ganas ni de confianza en lo que estaba haciendo. A su lado encontramos a un Ron Perlman (el prota de Hellboy) desaprovechado y algo perdido entre todo lo que va sucediendo a su alrededor. Todo este despropósito está dirigido por un Dominic Sena (Kalifornia, 60 segundos, Operación Swordfish) claramente superado por las carencias del guión, el poco interés de sus estrellas y el absurdo presupuesto para una película de estas características. Además, él tampoco hace demasiado para aportar ningún tipo de brillantez en el resultado final.
Al principio de la película uno tiene la sensación de estar viendo un trailer en lugar del producto final ya acabado, debido a la gran falta de consistencia de todo lo que sucede en pantalla. La película se va arrastrando como puede hasta llegar al inicio del viaje que da sentido a la película (comparar esta película con otras cintas fantásticas de épicos viajes como “El señor de los anillos” resulta tan absurdo como meter la lengua dentro de un ventilador en marcha). Mención aparte merecen los efectos especiales de la película que resultan de lo más lamentables y que deberían provocar el sonrojo generalizado de sus responsables. Ahora en serio, ¿cuando hubo el pase definitivo de la película ante los productores a nadie se le cayó la cara de vergüenza? A pesar de lo dicho, tanta cutrería y falta de medios provoca que el espectador conecte automáticamente con las cintas fantásticas de serie B que se producían en la década de los ‘80 y que, un servidor, consumía vorazmente en su infancia lo que, por momentos, llegó a crearme una vaga sensación de placer culpable. He consultado con expertos y afirman que la película es tan mala que podría tratarse de un claro síndrome de Estocolmo por mi parte.
2
17 de enero de 2012
17 de enero de 2012
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta nueva adaptación del clásico infantil Caperucita roja tiene el punto a favor de saber en todo momento cual es su público objetivo y a que tipo de espectadores quiere ofrecer su producto. Lamentablemente la película se equivoca en todo lo demás. Porque lo cierto es que no tiene demasiado sentido querer hacer una nueva aproximación de un cuento infantil tan popular como éste, con un carácter pretendidamente más adulto (adulto tirando a adolescente para ser más exactos), convirtiéndolo en un thriller gótico y sobrenatural con toques fantásticos y de terror, para terminar tratando a ese público objetivo que estaban buscando como niños de menos de diez años.
Para dirigir este despropósito le han encargado el trabajo a Catherine Hardwicke, para ver si conseguía repetir el éxito cosechado con la primera entrega de la saga Crepúsculo. Lamentablemente lo único que han logrado repetir ha sido la fórmula, porque éxito poco y el resultado final deja bastante que desear. Entre los actores encontramos a Amanda Seyfried (¡Mamma Mia), interpretando a la protagonista, a quien le debieron meter algo en la Coca-Cola para que aceptara el proyecto; a Gary Oldman, quien, tristemente, se está especializando en encarnar a los malos de las malas películas y que ya empieza a necesitar un buen proyecto al que agarrarse como el aire que respira; y nos reencontramos con un semi desaparecido Lukas Haas. Ninguno de ellos está bien y, sin embargo, uno tiene la sensación de que tampoco se les puede culpar de nada.
La mitad de la película es una bobada, la otra mitad es una soberana estupidez y sin embargo ese no termina resultando ser el peor de los problemas del film. Su mayor problema es que a pesar de todo lo dicho la cinta pretende tomarse en serio convirtiendo la trama en una especie de thriller donde el espectador deberá averiguar quien se esconde tras la forma humana del hombre lobo. Un hombre lobo quien, por cierto, en su forma animal logra hablar con algunos de los humanos, pero no hablando moviendo el hocico, no, no, eso aún hubiera tenido cierta gracia, lo hace con telepatía, ¡comunicándose a través de la mente!. Para colmo, la peli se empeña en influir sobre el espectador de la forma más tosca y absurda posible, mostrando ciertos personajes después de cada ataque del hombre lobo o introduciendo música de suspense con la aparición de algún otro para lograr sembrar la duda. En mi caso sembró la carcajada. Y es que los despropósitos se van sucediendo a lo largo de una trama que no avanza, se precipita a lo largo de su poco más de hora y media de duración, con momentos que rozan de forma constante el absurdo, como esa familia que el mismo día en el que pierden a una hija, muerta a manos de un hombre lobo, por la mañana, preparan la boda de su otra hija por la tarde y bailan entre risas en una improvisada fiesta en la plaza mayor del pueblo por la noche. A eso se le llama tener un día completo.
Para dirigir este despropósito le han encargado el trabajo a Catherine Hardwicke, para ver si conseguía repetir el éxito cosechado con la primera entrega de la saga Crepúsculo. Lamentablemente lo único que han logrado repetir ha sido la fórmula, porque éxito poco y el resultado final deja bastante que desear. Entre los actores encontramos a Amanda Seyfried (¡Mamma Mia), interpretando a la protagonista, a quien le debieron meter algo en la Coca-Cola para que aceptara el proyecto; a Gary Oldman, quien, tristemente, se está especializando en encarnar a los malos de las malas películas y que ya empieza a necesitar un buen proyecto al que agarrarse como el aire que respira; y nos reencontramos con un semi desaparecido Lukas Haas. Ninguno de ellos está bien y, sin embargo, uno tiene la sensación de que tampoco se les puede culpar de nada.
La mitad de la película es una bobada, la otra mitad es una soberana estupidez y sin embargo ese no termina resultando ser el peor de los problemas del film. Su mayor problema es que a pesar de todo lo dicho la cinta pretende tomarse en serio convirtiendo la trama en una especie de thriller donde el espectador deberá averiguar quien se esconde tras la forma humana del hombre lobo. Un hombre lobo quien, por cierto, en su forma animal logra hablar con algunos de los humanos, pero no hablando moviendo el hocico, no, no, eso aún hubiera tenido cierta gracia, lo hace con telepatía, ¡comunicándose a través de la mente!. Para colmo, la peli se empeña en influir sobre el espectador de la forma más tosca y absurda posible, mostrando ciertos personajes después de cada ataque del hombre lobo o introduciendo música de suspense con la aparición de algún otro para lograr sembrar la duda. En mi caso sembró la carcajada. Y es que los despropósitos se van sucediendo a lo largo de una trama que no avanza, se precipita a lo largo de su poco más de hora y media de duración, con momentos que rozan de forma constante el absurdo, como esa familia que el mismo día en el que pierden a una hija, muerta a manos de un hombre lobo, por la mañana, preparan la boda de su otra hija por la tarde y bailan entre risas en una improvisada fiesta en la plaza mayor del pueblo por la noche. A eso se le llama tener un día completo.

6,6
54.965
7
27 de marzo de 2013
27 de marzo de 2013
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James Bond, el popular personaje creado por Ian Fleming, cumple sus bodas de oro en el cine. Para ello, sus responsables lo han embarcado en una peligrosa aventura en la que el agente secreto deberá enfrentarse al que probablemente sea su mayor enemigo: ¿Javier Bardem? No, el paso del tiempo. Y es que el mayor reto de este Bond del siglo XXI es el de lograr aunar algo tan antagónico como tradición y modernidad. Sin lo primero no existiría Bond (esos coches, esos gadgets, esos martinis, esas hembras de carnes prietas) y sin lo segundo, seguramente, no existiría saga. Y mucho menos a estas alturas.
Lo cierto es que la franquicia lo petó durante las décadas de los años 60 y 70, con Sean Connery (más rudo) y Roger Moore (más paródico) interpretando a 007 (de lo de George Lazenby mejor nos olvidamos), para empezar a languidecer durante los años 80, hasta cerrar la década tocando fondo, en cuanto a popularidad, con los dos films protagonizados por Timothy Dalton. En los 90 llegó Pierce Brosnan y se revitalizó la saga (aunque lo cierto es que la gran mayoría de sus películas no es que fueran nada del otro jueves, pero dio resultado que los productores apostaran firmemente por la espectacularidad en detrimento de las tramas). Finalmente, en 2006, Daniel Craig se hizo cargo del personaje con la obligación de dotar a Bond de nuevos aires, pero con la obligación, a la vez, de no perder la esencia que lo había convertido en un icono. Trabajo complicado, como decíamos. En las dos primeras entregas con Craig la cosa se salvó bastante bien, en esta tercera no solo se salva, sino que, además, se logra dar un salto de calidad importante.
Resulta que al principio de la peli vemos a James Bond en una de sus habituales misiones secretas, haciendo sus cosas de espía, pero en esta ocasión la cosa sale rana y terminan dando al agente secreto por muerto. Para colmo de males, la identidad de un montón de espías del MI-6 salen a la luz pública y su sede central es atacada. Por suerte para todos James Bond no estaba muerto, que estaba de parranda (se estaba haciendo un Rambo 4) y como todo el mundo le da por muerto, pues será en él en quien confíen los mandamases para lograr solucionar todo el marrón y dar con el villano que ha puesto la seguridad del país patas arriba: Silva, un malo malote, con el color de pelo de Marta Sánchez y un punto sarasa-canalla que lo hace bastante entrañable.
Si ya sorprendió en su momento la elección de Marc Forster para dirigir la anterior Quantum of Solace, debido a que el hombre no había dirigido anteriormente ninguna cinta de acción, la de Sam Mendes no se queda atrás. El director de títulos como American Beauty, Camino a la perdición o Revolutionary Road ha sido finalmente el elegido para llevar a la gran pantalla la nueva aventura del agente 007. Francamente esperaba a alguien con más experiencia en cintas de acción/thriller/espías, lo que viene a demostrar, una vez más, que yo no tengo ni la menor idea de como funciona este negocio, porque Mendes realiza un trabajo excelente y ha logrado realizar una de las mejores pelis de Bond de los últimos tiempos.
En el apartado interpretativo volvemos a encontrar a Daniel Craig, como Bond, y a Judy Dench, como “M”. Además Ralph Fiennes parece que se sube al carro de la saga y como villano principal de la cinta encontramos a Javier Bardem. Resulta curioso que en la anterior Quantum of Solace también había un actor español haciendo de malo, Fernando Guillén Cuervo, pero su personaje carecía del empaque, carisma, profundidad y minutos del interpretado por Bardem, que logra construir un malo perdurable y reconocible dentro de la franquicia Bond (algo que no pasaba desde hacía muchos muchos títulos). El único apartado donde parece cojear un poco Skyfall es en el apartado “chicas Bond”, algo que lamento profundamente como gran aficionado que soy a la... saga.
Punto número uno: Skyfall es muy larga, dura dos horas y media de metraje. Punto número dos: a pesar del punto número uno la peli es muy entretenida. Lo cierto, es que lo que tenemos aquí es una cinta cien por cien Bond, pero que logra no resultar desfasada, logrando adaptarse a la acción de los nuevos tiempos, con escenas francamente espectaculares con muchos tiros, persecuciones y explosiones, amen del habitual catálogo de agencia de viajes que termina resultando toda cinta Bond que se precie. Además cuenta con el valor añadido de tener un malo de altura (de que te sirve tener un héroe de nivel si puedes ofrecer un villano que esté a su altura) y una trama atrayente, con un punto oscuro y tenebroso, que logra enganchar al espectador desde el minuto uno. Skyfall es un thriller de espías atrayente y sumamente eficaz, aunque no excesivamente complicado, todo hay que decirlo, y con un final que recuerda poderosamente a un capítulo del Equipo A.
Lo cierto es que la franquicia lo petó durante las décadas de los años 60 y 70, con Sean Connery (más rudo) y Roger Moore (más paródico) interpretando a 007 (de lo de George Lazenby mejor nos olvidamos), para empezar a languidecer durante los años 80, hasta cerrar la década tocando fondo, en cuanto a popularidad, con los dos films protagonizados por Timothy Dalton. En los 90 llegó Pierce Brosnan y se revitalizó la saga (aunque lo cierto es que la gran mayoría de sus películas no es que fueran nada del otro jueves, pero dio resultado que los productores apostaran firmemente por la espectacularidad en detrimento de las tramas). Finalmente, en 2006, Daniel Craig se hizo cargo del personaje con la obligación de dotar a Bond de nuevos aires, pero con la obligación, a la vez, de no perder la esencia que lo había convertido en un icono. Trabajo complicado, como decíamos. En las dos primeras entregas con Craig la cosa se salvó bastante bien, en esta tercera no solo se salva, sino que, además, se logra dar un salto de calidad importante.
Resulta que al principio de la peli vemos a James Bond en una de sus habituales misiones secretas, haciendo sus cosas de espía, pero en esta ocasión la cosa sale rana y terminan dando al agente secreto por muerto. Para colmo de males, la identidad de un montón de espías del MI-6 salen a la luz pública y su sede central es atacada. Por suerte para todos James Bond no estaba muerto, que estaba de parranda (se estaba haciendo un Rambo 4) y como todo el mundo le da por muerto, pues será en él en quien confíen los mandamases para lograr solucionar todo el marrón y dar con el villano que ha puesto la seguridad del país patas arriba: Silva, un malo malote, con el color de pelo de Marta Sánchez y un punto sarasa-canalla que lo hace bastante entrañable.
Si ya sorprendió en su momento la elección de Marc Forster para dirigir la anterior Quantum of Solace, debido a que el hombre no había dirigido anteriormente ninguna cinta de acción, la de Sam Mendes no se queda atrás. El director de títulos como American Beauty, Camino a la perdición o Revolutionary Road ha sido finalmente el elegido para llevar a la gran pantalla la nueva aventura del agente 007. Francamente esperaba a alguien con más experiencia en cintas de acción/thriller/espías, lo que viene a demostrar, una vez más, que yo no tengo ni la menor idea de como funciona este negocio, porque Mendes realiza un trabajo excelente y ha logrado realizar una de las mejores pelis de Bond de los últimos tiempos.
En el apartado interpretativo volvemos a encontrar a Daniel Craig, como Bond, y a Judy Dench, como “M”. Además Ralph Fiennes parece que se sube al carro de la saga y como villano principal de la cinta encontramos a Javier Bardem. Resulta curioso que en la anterior Quantum of Solace también había un actor español haciendo de malo, Fernando Guillén Cuervo, pero su personaje carecía del empaque, carisma, profundidad y minutos del interpretado por Bardem, que logra construir un malo perdurable y reconocible dentro de la franquicia Bond (algo que no pasaba desde hacía muchos muchos títulos). El único apartado donde parece cojear un poco Skyfall es en el apartado “chicas Bond”, algo que lamento profundamente como gran aficionado que soy a la... saga.
Punto número uno: Skyfall es muy larga, dura dos horas y media de metraje. Punto número dos: a pesar del punto número uno la peli es muy entretenida. Lo cierto, es que lo que tenemos aquí es una cinta cien por cien Bond, pero que logra no resultar desfasada, logrando adaptarse a la acción de los nuevos tiempos, con escenas francamente espectaculares con muchos tiros, persecuciones y explosiones, amen del habitual catálogo de agencia de viajes que termina resultando toda cinta Bond que se precie. Además cuenta con el valor añadido de tener un malo de altura (de que te sirve tener un héroe de nivel si puedes ofrecer un villano que esté a su altura) y una trama atrayente, con un punto oscuro y tenebroso, que logra enganchar al espectador desde el minuto uno. Skyfall es un thriller de espías atrayente y sumamente eficaz, aunque no excesivamente complicado, todo hay que decirlo, y con un final que recuerda poderosamente a un capítulo del Equipo A.
14 de marzo de 2012
14 de marzo de 2012
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Resulta curiosa la coincidencia, o no, de que las dos grandes triunfadoras de los pasados premios Oscar, The artist y La invención de Hugo, rindan, ambas, un “sonoro” homenaje al cine mudo y en blanco y negro de principios de siglo XX. Pero más curioso resulta todavía el hecho de que, a pesar de su declaración de principios inicial (y de la colaboración en ellas de perros molones y divertidos), ambas cintas no pueden terminar resultando ser más alejadas la una de la otra a la hora de abordar su realización. Mientras la primera le rinde su homenaje con una cinta muda y en blanco y negro intentando recuperar el aroma de ese tipo de cine, la última lo hace con efectos especiales, con cámaras digitales y con el último grito en formato 3D. Al final, los premios gordos de verdad se los terminó llevando The artist (película, director, actor) aunque uno empieza a sospechar que únicamente fue más por la anécdota de haber realizado una película de estas características en pleno siglo XXI, que por ser mejor película que La invención de Hugo.
La peli arranca con un espectacular plano secuencia que ya empezará a marcar por donde irán los tiros. La película resulta amena y entretenida en su tramo inicial, tontorrona en ocasiones, especialmente de la mano de ese calamitoso policía, pero eficaz al fin y al cabo. Uno se enternece con la desdicha del joven protagonista y se ríe por debajo de la nariz ante su desenvuelta picaresca. En general todo parece estar en su sitio, la peli tiene buenos actores y les saca rendimiento y la dirección destila ese olor a cine clásico que mola. En la segunda parte de la cinta la cosa cambia de registro y la peli se pone a hurgar en el interior de los espectadores buscando su complicidad y su corazoncito para lograr emocionarlos con una historia de amor por el séptimo arte y de echar la vista hacia atrás para ver el camino recorrido (temas que ya se trataban en Cinema paradiso). Cierto es que también podríamos hablar de algunos fallos de la película, como de algunos secundarios que la cinta no termina de sacarles partido o todos los más que alarmantes cúmulos de casualidades que ayudan a provocar que la trama pueda seguir avanzando. Pero lo cierto es que, por momentos, la peli logra tocar la fibra y eso termina haciendo que se le perdonen muchas cosas.
La peli arranca con un espectacular plano secuencia que ya empezará a marcar por donde irán los tiros. La película resulta amena y entretenida en su tramo inicial, tontorrona en ocasiones, especialmente de la mano de ese calamitoso policía, pero eficaz al fin y al cabo. Uno se enternece con la desdicha del joven protagonista y se ríe por debajo de la nariz ante su desenvuelta picaresca. En general todo parece estar en su sitio, la peli tiene buenos actores y les saca rendimiento y la dirección destila ese olor a cine clásico que mola. En la segunda parte de la cinta la cosa cambia de registro y la peli se pone a hurgar en el interior de los espectadores buscando su complicidad y su corazoncito para lograr emocionarlos con una historia de amor por el séptimo arte y de echar la vista hacia atrás para ver el camino recorrido (temas que ya se trataban en Cinema paradiso). Cierto es que también podríamos hablar de algunos fallos de la película, como de algunos secundarios que la cinta no termina de sacarles partido o todos los más que alarmantes cúmulos de casualidades que ayudan a provocar que la trama pueda seguir avanzando. Pero lo cierto es que, por momentos, la peli logra tocar la fibra y eso termina haciendo que se le perdonen muchas cosas.
6
17 de enero de 2012
17 de enero de 2012
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Splice es el nuevo exponente de un género cinematográfico que ha dado grandes títulos a lo largo de la historia: el del científico loco que juega a ser Dios. En este caso los científicos son dos, Adrien Brody y Sarah Polley, que encarnan, respectivamente, al ángel y al demonio, instalados sobre los hombros de la ciencia, luchando entre sí por salvaguardar o destruir los límites de la ética, a la hora de llevar a cabo sus experimentos. La película, además, nos vuelve a plantear, de nuevo, la eterna pregunta de si el fin justifica los medios. Que quieren que les diga, después de ver como suelen terminar la gran mayoría de éste tipo de películas a lo "mad doctor" a uno se le quitan las ganas de experimentar más de la cuenta.
El director de la película, el canadiense Vicenzo Natali, resulta todo un clásico de la ciencia ficción, con títulos como Cube, Cypher o Nothing, experto en thrillers clautrofóbicos, cuya esencia también encontramos en Splice, aunque con la incorporación de un elemento nuevo, como es el del monstruo. Adrien Brody (El pianista) y Sarah Polley (Mi vida sin mi) interpretan a la pareja protagonista con solvencia aunque sin alardes, y la criatura está interpretada por la francesa Delphine Chanéac, aunque por momentos hubiera jurado que la película significaba el salto de la cantante Sidney O'Connor al mundo de la interpretación.
El punto de partida de Splice me pareció muy acertado, con un arranque espectacular a medio camino entre el thriller y la ciencia ficción, con unos toques de terror, que va calando en el espectador. A medida que la criatura crece, la cinta se va volviendo más perturbadora, consiguiendo que nos solidaricemos más con la criatura que con sus creadores y acercándose más hacia el drama fantástico. La película avanza y su ritmo narrativo, a pesar de resultar irregular en algunos momentos, logra no decaer en exceso, aunque algunas de las decisiones de sus protagonistas cada vez empiezan a resultar más cuestionables, ya no sólo a nivel moral sino también a nivel de sentido común. Ya hacia su recta final la cosa pierde originalidad y termina convirtiéndose en algo que ya hemos visto en otras películas, a pesar de lo cual logra mantener un cierto interés hasta su final.
El director de la película, el canadiense Vicenzo Natali, resulta todo un clásico de la ciencia ficción, con títulos como Cube, Cypher o Nothing, experto en thrillers clautrofóbicos, cuya esencia también encontramos en Splice, aunque con la incorporación de un elemento nuevo, como es el del monstruo. Adrien Brody (El pianista) y Sarah Polley (Mi vida sin mi) interpretan a la pareja protagonista con solvencia aunque sin alardes, y la criatura está interpretada por la francesa Delphine Chanéac, aunque por momentos hubiera jurado que la película significaba el salto de la cantante Sidney O'Connor al mundo de la interpretación.
El punto de partida de Splice me pareció muy acertado, con un arranque espectacular a medio camino entre el thriller y la ciencia ficción, con unos toques de terror, que va calando en el espectador. A medida que la criatura crece, la cinta se va volviendo más perturbadora, consiguiendo que nos solidaricemos más con la criatura que con sus creadores y acercándose más hacia el drama fantástico. La película avanza y su ritmo narrativo, a pesar de resultar irregular en algunos momentos, logra no decaer en exceso, aunque algunas de las decisiones de sus protagonistas cada vez empiezan a resultar más cuestionables, ya no sólo a nivel moral sino también a nivel de sentido común. Ya hacia su recta final la cosa pierde originalidad y termina convirtiéndose en algo que ya hemos visto en otras películas, a pesar de lo cual logra mantener un cierto interés hasta su final.
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