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Críticas ordenadas por utilidad
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7,8
85.645
9
23 de julio de 2015
23 de julio de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si bien el cine de los estudios Pixar (desde hace unos años en manos de Disney) está considerado universalmente como oro puro, debo admitir que, a falta de ver ‘Ratatouille’, hay algunas de sus películas que me dejaron un poco frío, caso de ‘Buscando a Nemo’, ‘Los increíbles’ o ‘Cars’. Sin embargo, las tres cintas de ‘Toy Story’, ‘Monstruos S.A.’ o ‘Up’ me parecen bastante buenas y me producen una emoción genuina, especialmente la última citada, que tiene la capacidad de condensar en pocos minutos una relación de pareja que saca las lágrimas del más pintado. ‘Up’ estaba dirigida por Pete Docter, al igual que ‘Monstruos S.A.’ y Docter está también al mando de ‘Del revés (Inside Out)’, en la que se habla de la influencia de ciertas emociones en nuestros actos y de la relación que debe establecerse entre ellas.
Uno podría pensar que en una película de animación la Alegría debería tener el papel preponderante y debería dejar a la Tristeza en ridículo, como la mala de la función, pues alegría es lo que buscaría transmitir un filme dirigido a un público familiar Y así sucede al principio de ‘Del revés (Inside Out)’, donde la Tristeza es esa criatura torpe y aburrida que es colocada en un rincón para que no empañe con su actitud los recuerdos de la niña Riley. Pero a medida que la acción avanza, la melancolía empieza a adueñarse de la trama, cuando Alegría y Tristeza se ven obligadas a compartir su peripecia y descubren el cambio que se está produciendo en esa jovencita que cada vez tiene más enterrado en su memoria a Bing Bong, el amigo imaginario con el que pasó tan buenos ratos, los castillos de galletas, las princesas de cuento y los peluches. Todo ello al tiempo que una mente gobernada por el Miedo, el Asco y la Ira lleva a Riley a romper muchas de las ataduras de su infancia, como reacción a un presente que no entiende.
Uno sabe que está ante algo bueno si ese algo hace parecer fácil lo difícil y este es el caso de ‘Del revés (Inside Out)’. A través de una historia aparentemente sencilla como es la de unos personajes que se pierden y deben volver al lugar del que partieron, la película de Pete Docter y su co-director Ronnie del Carmen desliza todo un tratado psicológico ante nuestros ojos. Habla sobre las emociones que gobiernan nuestros actos y toman el control de forma indiscriminada. Sobre la influencia del subconsciente en nuestros sueños. Sobre los lugares donde crece el sentido de la fantasía. Sobre cómo echamos al barranco del olvido todo aquello que no nos sirve para los pasos que vamos dando en la vida y sobre cómo vamos almacenando en los laberintos de la memoria recuerdos marcados por la ira, el miedo, el asco, la alegría y la tristeza. Unos recuerdos muchas veces mezclados por las emociones y que marcarán nuestro devenir en este mundo. Gusten más o menos, no se puede negar que las producciones de Pixar siempre son visualmente impecables y ‘Del revés (Inside Out)’ no se queda atrás a la hora de mostrar con todo lujo de detalles esa mente tan colorista de la niña Riley que se ve amenazada por un cambio vital.
Por su análisis psicológico, la película gustará mucho a los que hayan pasado por cierto número de experiencias vitales, pero creo que también puede ser disfrutada por los más pequeños, que también experimentan sus particulares renuncias. Salvando las distancias, en su capacidad de enseñar de forma entretenida los entresijos la mente humana, me ha recordado a ‘Érase una vez… la vida’, esa serie que muchos de los hoy adultos vimos de pequeños y que nos hizo comprobar que las Ciencias Naturales que estudiábamos en la escuela no eran tan aburridas como parecían en los libros de texto.
‘Del revés (Inside Out)’ es una película que se saborea con gusto y se hace incluso corta en su hora y media de metraje, pespunteado por una comedia que no cae en la nadería y un drama certero que analiza la necesidad de saber combinar ambos registros para seguir creciendo. Todos tenemos malos momentos en nuestro pasado y en el día a día, pero no por ello debemos ocultarlos en las tinieblas ni hacernos los felices a todas horas, porque ninguna vida es totalmente feliz ni totalmente triste.
Uno podría pensar que en una película de animación la Alegría debería tener el papel preponderante y debería dejar a la Tristeza en ridículo, como la mala de la función, pues alegría es lo que buscaría transmitir un filme dirigido a un público familiar Y así sucede al principio de ‘Del revés (Inside Out)’, donde la Tristeza es esa criatura torpe y aburrida que es colocada en un rincón para que no empañe con su actitud los recuerdos de la niña Riley. Pero a medida que la acción avanza, la melancolía empieza a adueñarse de la trama, cuando Alegría y Tristeza se ven obligadas a compartir su peripecia y descubren el cambio que se está produciendo en esa jovencita que cada vez tiene más enterrado en su memoria a Bing Bong, el amigo imaginario con el que pasó tan buenos ratos, los castillos de galletas, las princesas de cuento y los peluches. Todo ello al tiempo que una mente gobernada por el Miedo, el Asco y la Ira lleva a Riley a romper muchas de las ataduras de su infancia, como reacción a un presente que no entiende.
Uno sabe que está ante algo bueno si ese algo hace parecer fácil lo difícil y este es el caso de ‘Del revés (Inside Out)’. A través de una historia aparentemente sencilla como es la de unos personajes que se pierden y deben volver al lugar del que partieron, la película de Pete Docter y su co-director Ronnie del Carmen desliza todo un tratado psicológico ante nuestros ojos. Habla sobre las emociones que gobiernan nuestros actos y toman el control de forma indiscriminada. Sobre la influencia del subconsciente en nuestros sueños. Sobre los lugares donde crece el sentido de la fantasía. Sobre cómo echamos al barranco del olvido todo aquello que no nos sirve para los pasos que vamos dando en la vida y sobre cómo vamos almacenando en los laberintos de la memoria recuerdos marcados por la ira, el miedo, el asco, la alegría y la tristeza. Unos recuerdos muchas veces mezclados por las emociones y que marcarán nuestro devenir en este mundo. Gusten más o menos, no se puede negar que las producciones de Pixar siempre son visualmente impecables y ‘Del revés (Inside Out)’ no se queda atrás a la hora de mostrar con todo lujo de detalles esa mente tan colorista de la niña Riley que se ve amenazada por un cambio vital.
Por su análisis psicológico, la película gustará mucho a los que hayan pasado por cierto número de experiencias vitales, pero creo que también puede ser disfrutada por los más pequeños, que también experimentan sus particulares renuncias. Salvando las distancias, en su capacidad de enseñar de forma entretenida los entresijos la mente humana, me ha recordado a ‘Érase una vez… la vida’, esa serie que muchos de los hoy adultos vimos de pequeños y que nos hizo comprobar que las Ciencias Naturales que estudiábamos en la escuela no eran tan aburridas como parecían en los libros de texto.
‘Del revés (Inside Out)’ es una película que se saborea con gusto y se hace incluso corta en su hora y media de metraje, pespunteado por una comedia que no cae en la nadería y un drama certero que analiza la necesidad de saber combinar ambos registros para seguir creciendo. Todos tenemos malos momentos en nuestro pasado y en el día a día, pero no por ello debemos ocultarlos en las tinieblas ni hacernos los felices a todas horas, porque ninguna vida es totalmente feliz ni totalmente triste.

5,8
725
7
12 de mayo de 2015
12 de mayo de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
‘Las altas presiones’ es el segundo largometraje del gallego Ángel Santos, que tras debutar con ‘Dos fragmentos/Eva’ ha cosechado diversos reconocimientos con su nuevo trabajo en festivales como el de Sevilla, donde se alzó con el premio a la mejor película de la sección “Nuevas Olas”. Una categoría que se ajusta bastante bien a la naturaleza del filme, que bebe del estilo de la “Nouvelle Vague” francesa, especialmente de François Truffaut, a la hora de retratar la peripecia de ese hombre que vuelve a los orígenes. Un momento en el que todo lo hecho hasta entonces parece difuminarse para que volvamos a sentirnos como aquellos jovencitos que tenían la vida por delante, aunque parte de esa vida se nos haya escapado de las manos.
Algo así le ha pasado a Manuel, que en su búsqueda de imágenes nos recuerda a los protagonistas de películas como ‘Blow-Up’, ‘La conversación’ o ‘La vida de los otros’, todos ellos testigos curiosos de las existencias ajenas mediante las cuales parece desarrollarse la suya propia, limitándose a mirar al no poder o no querer vivir en sí mismos. Manuel podría ser una de tantas personas que emigraron en busca de sus sueños, que vuelve con esa aureola de triunfo que siempre rodea a los que dieron ese salto, pero que en cierto modo se sabe un impostor y que su visión de las cosas a través del objetivo (el entorno natural y la gente que le rodea, en especial las mujeres) no deja de ser un modo de esconderse y de disfrazar la realidad, siempre más poética cuando pasa por los filtros de la cámara.
En ‘Las altas presiones’ destaca especialmente la labor de Andrés Gertrúdix, uno de esos actores que ni por nombre ni por aspecto son reconocibles para el gran público, pero que cuenta ya con varios años de carrera a sus espaldas, en los que ha participado haciendo papeles de todo tipo en películas como ‘La pistola de mi hermano’, ‘El orfanato’ o ‘La herida‘. Su Manuel es el hilo conductor de una historia de tono quedo, de las que dejan un hondo poso melancólico, conducida con brío por un Ángel Santos al que se le pueden reprochar ciertos manierismos de director con ganas de dejar su impronta, pero que construye un producto final muy estimable.
El caso que cito de Gertrúdix es el caso de una cinta que ha sido estrenada con un número limitado de copias y que dada su naturaleza no se intuye como un éxito masivo de taquilla y a buen seguro pasará desapercibida sin merecerlo. Un caso del que nadie se libra, pues hace poquito ha pasado discretamente por las salas ‘Negociador’, la nueva película de Borja Cobeaga tras el megaéxito de ‘Ocho apellidos vascos’, de la que fue coguionista. Si aquella atrajo a los cines a 10 millones de espectadores, esta nueva propuesta, que analiza con mucha socarronería las relaciones políticas en el País Vasco, apenas ha tenido una mínima parte de ese número de asistentes, pese a que es bastante mejor que la comedia protagonizada por Dani Rovira. La diferencia muchas veces no la establece la calidad o ni siquiera los nombres que participen, sino que el argumento y el ritmo sea lo más accesible posible y que tenga previamente una buena dosis de promoción. Este es uno de los grandes males de nuestro cine y que deja en la estacada muchas buenas películas que son estrenadas sin que lo conozca nadie que no esté al tanto de la actualidad cinematográfica. Por ello, en estos casos donde la distribución y la promoción son casi invisibles hay que agradecer que se pueda decir sin miedo a mentir que la película es buena y que merece ser vista, como le sucede a ‘Las altas presiones’. Un buen filme sobre los efectos del paso del tiempo, que nos atrapa a todos, seamos espectadores o protagonistas de nuestra vida o de las vidas de los otros.
Algo así le ha pasado a Manuel, que en su búsqueda de imágenes nos recuerda a los protagonistas de películas como ‘Blow-Up’, ‘La conversación’ o ‘La vida de los otros’, todos ellos testigos curiosos de las existencias ajenas mediante las cuales parece desarrollarse la suya propia, limitándose a mirar al no poder o no querer vivir en sí mismos. Manuel podría ser una de tantas personas que emigraron en busca de sus sueños, que vuelve con esa aureola de triunfo que siempre rodea a los que dieron ese salto, pero que en cierto modo se sabe un impostor y que su visión de las cosas a través del objetivo (el entorno natural y la gente que le rodea, en especial las mujeres) no deja de ser un modo de esconderse y de disfrazar la realidad, siempre más poética cuando pasa por los filtros de la cámara.
En ‘Las altas presiones’ destaca especialmente la labor de Andrés Gertrúdix, uno de esos actores que ni por nombre ni por aspecto son reconocibles para el gran público, pero que cuenta ya con varios años de carrera a sus espaldas, en los que ha participado haciendo papeles de todo tipo en películas como ‘La pistola de mi hermano’, ‘El orfanato’ o ‘La herida‘. Su Manuel es el hilo conductor de una historia de tono quedo, de las que dejan un hondo poso melancólico, conducida con brío por un Ángel Santos al que se le pueden reprochar ciertos manierismos de director con ganas de dejar su impronta, pero que construye un producto final muy estimable.
El caso que cito de Gertrúdix es el caso de una cinta que ha sido estrenada con un número limitado de copias y que dada su naturaleza no se intuye como un éxito masivo de taquilla y a buen seguro pasará desapercibida sin merecerlo. Un caso del que nadie se libra, pues hace poquito ha pasado discretamente por las salas ‘Negociador’, la nueva película de Borja Cobeaga tras el megaéxito de ‘Ocho apellidos vascos’, de la que fue coguionista. Si aquella atrajo a los cines a 10 millones de espectadores, esta nueva propuesta, que analiza con mucha socarronería las relaciones políticas en el País Vasco, apenas ha tenido una mínima parte de ese número de asistentes, pese a que es bastante mejor que la comedia protagonizada por Dani Rovira. La diferencia muchas veces no la establece la calidad o ni siquiera los nombres que participen, sino que el argumento y el ritmo sea lo más accesible posible y que tenga previamente una buena dosis de promoción. Este es uno de los grandes males de nuestro cine y que deja en la estacada muchas buenas películas que son estrenadas sin que lo conozca nadie que no esté al tanto de la actualidad cinematográfica. Por ello, en estos casos donde la distribución y la promoción son casi invisibles hay que agradecer que se pueda decir sin miedo a mentir que la película es buena y que merece ser vista, como le sucede a ‘Las altas presiones’. Un buen filme sobre los efectos del paso del tiempo, que nos atrapa a todos, seamos espectadores o protagonistas de nuestra vida o de las vidas de los otros.

4,7
5.307
5
5 de febrero de 2015
5 de febrero de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay quienes le han reprochado a Michael Mann que su cine ha sido en muchas ocasiones serie B rodado con presupuesto y pretensiones de primera fila, con tramas muy esenciales plasmadas como si fueran desafíos para el género humano y lo cierto es que tienen su parte de razón. Si uno repasa las películas de Mann se encontrará con un estilo visual y una ambición narrativa de lo mejorcito que se puede ver en una película de Hollywood (no en vano Stanley Kubrick es uno de los directores más admirados por Mann), algo que en varias ocasiones ha estado por encima de la historia en sí misma y que ha quedado muy claro en sus filmes menos logrados. Y esa sensación es la que queda cuando se ve ‘Blackhat. Amenaza en la red’, donde el guión está a años luz de la puesta en escena.
El que quiera ver los ingredientes habituales en el cine del director sin duda los encontrará, pues tenemos la habitual cámara en mano (que tantos otros han copiado en los últimos años) siguiendo a unos protagonistas decididos a luchar contra quien sea para lograr sus objetivos, hay una relación de hermandad masculina entre dos personajes a ambos bandos de la ley y una relación amorosa que puede ser redentora para el personaje más escorado al lado oscuro, pero lo que pinta bien sobre el papel no acaba de estar rematado en el producto final. Pocas veces llegamos a experimentar lo que nos quiere transmitir en esa relación a tres bandas entre el pirata informático, su antiguo compañero de estudios y la hermana de éste, con una historia amorosa que parece desarrollada casi por obligación y con una trama de espionaje cibernético que acaba diluyendo su interés en tecnicismos, mientras tiene lugar una sucesión de acontecimientos que se dejan ver pero que no capturan especialmente el interés de uno. Todo ello ambientado en varios emplazamientos de Hong Kong, Malasia y Yakarta que nos hacen sentir como en una producción de James Bond o de su hermano bastardo, Jason Bourne.
Lo que más se acaba apreciando de esta película es la habitual pericia visual de Mann, con momentos de acción y tiroteos marca de la casa donde el director se lo pasa en grande, tratando de compensar la tibieza de un guión y unos actores que no consiguen enganchar al espectador. Chris Hemsworth, a pesar de alguna frase chulesca y de llevar siempre desabrochados los primeros botones de la camisa, no da la talla como ese hombre al margen de la ley que únicamente se rige por su idea de justicia y tampoco resultan especialmente memorables los intérpretes de origen chino Leehom Wang y Wei Tang (vistos en ‘Deseo, peligro’) como sus compañeros de aventura. Tan solo Viola Davis aporta algo de presencia en su rol secundario de agente del FBI que tiene también un interés personal en la captura de los ciberterroristas. Que la película haya tenido hasta cuatro montadores y cuatro compositores musicales diferentes nos da una idea de la indefinición en la que se ve sumida.
Así pues, ‘Blackhat. Amenaza en la red’ es una película que nos habla del mundo de hoy día, un mundo donde lo digital tiene una importancia cada vez mayor y nuestra sociedad se puede ver colapsada por las decisiones de una serie de piratas informáticos maliciosos (los “blackhat” del título). Podría haber sido una referencia en las películas sobre Internet, como ‘Heat’ lo fue en el cine de atracadores, ‘El dilema’ en el cine periodístico o ‘Collateral’ en el thriller contemporáneo, pero se queda a medio camino en casi todo, quedando un producto final visible pero lejos de ser memorable.
El que quiera ver los ingredientes habituales en el cine del director sin duda los encontrará, pues tenemos la habitual cámara en mano (que tantos otros han copiado en los últimos años) siguiendo a unos protagonistas decididos a luchar contra quien sea para lograr sus objetivos, hay una relación de hermandad masculina entre dos personajes a ambos bandos de la ley y una relación amorosa que puede ser redentora para el personaje más escorado al lado oscuro, pero lo que pinta bien sobre el papel no acaba de estar rematado en el producto final. Pocas veces llegamos a experimentar lo que nos quiere transmitir en esa relación a tres bandas entre el pirata informático, su antiguo compañero de estudios y la hermana de éste, con una historia amorosa que parece desarrollada casi por obligación y con una trama de espionaje cibernético que acaba diluyendo su interés en tecnicismos, mientras tiene lugar una sucesión de acontecimientos que se dejan ver pero que no capturan especialmente el interés de uno. Todo ello ambientado en varios emplazamientos de Hong Kong, Malasia y Yakarta que nos hacen sentir como en una producción de James Bond o de su hermano bastardo, Jason Bourne.
Lo que más se acaba apreciando de esta película es la habitual pericia visual de Mann, con momentos de acción y tiroteos marca de la casa donde el director se lo pasa en grande, tratando de compensar la tibieza de un guión y unos actores que no consiguen enganchar al espectador. Chris Hemsworth, a pesar de alguna frase chulesca y de llevar siempre desabrochados los primeros botones de la camisa, no da la talla como ese hombre al margen de la ley que únicamente se rige por su idea de justicia y tampoco resultan especialmente memorables los intérpretes de origen chino Leehom Wang y Wei Tang (vistos en ‘Deseo, peligro’) como sus compañeros de aventura. Tan solo Viola Davis aporta algo de presencia en su rol secundario de agente del FBI que tiene también un interés personal en la captura de los ciberterroristas. Que la película haya tenido hasta cuatro montadores y cuatro compositores musicales diferentes nos da una idea de la indefinición en la que se ve sumida.
Así pues, ‘Blackhat. Amenaza en la red’ es una película que nos habla del mundo de hoy día, un mundo donde lo digital tiene una importancia cada vez mayor y nuestra sociedad se puede ver colapsada por las decisiones de una serie de piratas informáticos maliciosos (los “blackhat” del título). Podría haber sido una referencia en las películas sobre Internet, como ‘Heat’ lo fue en el cine de atracadores, ‘El dilema’ en el cine periodístico o ‘Collateral’ en el thriller contemporáneo, pero se queda a medio camino en casi todo, quedando un producto final visible pero lejos de ser memorable.
8
20 de noviembre de 2014
20 de noviembre de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En "Dates" somos testigos del primer encuentro entre dos personas que se ven por primera vez cara a cara y lo hacen en pubs y restaurantes de Londres. Algunos de ellos solo se verán una vez, mientras que otros repetirán cita y entre ellos surgirán historias de diverso pelaje. La primera vez nunca es sencilla y enseguida aparecen los primeros rasgos de incompatibilidad, esos detalles menos agradables que se han disimulado por Internet y que quedan a la vista en gestos aparentemente tan nimios como la forma de pedir una consumición. Algunos de los personajes logran superar esos primeros instantes de crisis al ver que pueden tener algo con la otra persona, pero otros simplemente se darán cuenta de que aquello no puede salir bien. Y todos ellos tienen algo que no les hace perfectos pero no por ello dejan de ser interesantes y sobre todo reales, porque el romance perfecto donde cada una de las partes hace lo correcto a cada momento solo se da en las novelas rosas y las películas ñoñas, algo de lo que "Dates" se aparta con gran inteligencia.
Además de esa capacidad de observación en sus trabajados guiones, uno de los puntos fuertes de “Dates” son sus intérpretes, que rayan a muy buena altura y nos hacen creer que vemos a gente como cualquiera de nosotros. Y destacan tanto los que solamente aparecen en un episodio como los que lo hacen en varios, en su mayoría actores británicos desconocidos para el gran público y otros que nos pueden sonar, como es el caso de Ben Chaplin, de películas de los 90 como "La verdad sobre perros y gatos" o "La delgada línea roja". Hablando de Chaplin, merece una mención Oona Chaplin, que está presente, de un modo u otro en 5 de los 9 capítulos y que ofrece una actuación espléndida como la ambigua Mia, una mujer tan sexy como vulnerable que trata de dejar atrás cosas de su pasado y que busca el amor sin poder evitar juguetear con los hombres que se interesan por ella.
"Dates" es una cita obligada para aquellos que estén interesados en el complejo universo de las relaciones humanas y en la necesidad de buscar compañía y comprensión, así como la dificultad de crear vínculos afectivos con alguien, por las mentiras con las que a veces nos engañamos y con las que nos pueden llegar a engañar. Es una serie de 9 capítulos de veintipocos minutos cada uno que se ve con rapidez y que deja ese regusto agridulce que dejan esas cosas que nos hablan con honestidad de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Una sensación que se ve pespunteada con la belleza melancólica de la canción que abre y cierra cada capítulo de esta propuesta tan recomendable.
Además de esa capacidad de observación en sus trabajados guiones, uno de los puntos fuertes de “Dates” son sus intérpretes, que rayan a muy buena altura y nos hacen creer que vemos a gente como cualquiera de nosotros. Y destacan tanto los que solamente aparecen en un episodio como los que lo hacen en varios, en su mayoría actores británicos desconocidos para el gran público y otros que nos pueden sonar, como es el caso de Ben Chaplin, de películas de los 90 como "La verdad sobre perros y gatos" o "La delgada línea roja". Hablando de Chaplin, merece una mención Oona Chaplin, que está presente, de un modo u otro en 5 de los 9 capítulos y que ofrece una actuación espléndida como la ambigua Mia, una mujer tan sexy como vulnerable que trata de dejar atrás cosas de su pasado y que busca el amor sin poder evitar juguetear con los hombres que se interesan por ella.
"Dates" es una cita obligada para aquellos que estén interesados en el complejo universo de las relaciones humanas y en la necesidad de buscar compañía y comprensión, así como la dificultad de crear vínculos afectivos con alguien, por las mentiras con las que a veces nos engañamos y con las que nos pueden llegar a engañar. Es una serie de 9 capítulos de veintipocos minutos cada uno que se ve con rapidez y que deja ese regusto agridulce que dejan esas cosas que nos hablan con honestidad de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Una sensación que se ve pespunteada con la belleza melancólica de la canción que abre y cierra cada capítulo de esta propuesta tan recomendable.
16 de julio de 2014
16 de julio de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Seth MacFarlane es un nombre que por si solo no ha sido muy conocido hasta hace relativamente poco, especialmente fuera de los Estados Unidos. Ese hombre se encuentra detrás de series de animación que han seguido la senda de incorrección política que iniciara “Los Simpson” y ha sido creador de productos como “Padre de familia”, “Padre made in USA” y “El show de Cleveland”, en los que también ha puesto voces a varios de los personajes. Hace un par de años quiso dar el salto al cine y dirigió “Ted”, una película protagonizada por Mark Wahlberg y un oso de peluche llamado Ted, que tenía la capacidad de moverse y hablar y se integraba en la sociedad como uno más. El propio Ted tenía la voz en versión original de MacFarlane, que dotó al personaje del vocabulario sin demasiadas contemplaciones y de las referencias pop que han dado el éxito a sus series.
“Ted” fue todo un éxito, especialmente en su país de origen y MacFarlane decidió salir de las bambalinas donde había estado, parapetado tras sus personajes, para dar la cara y tratar de hacer humor en primera persona. Así fue como el año pasado fue elegido como presentador de la gala de los Oscar, un regalo que puede estar envenenado por el alto nivel de críticas que suelen recibir la mayoría de sus conductores a menos que decidan hacer sangre sobre el mundo de Hollywood, como bien supo ver Ricky Gervais cuando fue presentador de los Globos de Oro. MacFarlane sabía que manteniendo un exceso de corrección, dados sus antecedentes, estaba muerto, así que optó por hacer un número musical en el que se hacía referencia a actrices y películas en las que habían enseñado el pecho, con especial relevancia para todas las películas en las que lo había hecho Kate Winslet y con reacciones pregrabadas para realzar el tono del gag.
Ahora, McFarlane ha dirigido su segundo largometraje, para el que también se ha colocado como protagonista y con el que pretende ironizar sobre los tópicos del cine del Oeste, el género americano por excelencia, en un tono paródico que recuerda a Mel Brooks (“Sillas de montar calientes”) y al cine de Jerry Zucker, David Zucker y Jim Abrahams, directores de películas como “Aterriza como puedas” o “Top secret”. Por ahí se mueve “Mil maneras de morder el polvo”.
La película empieza como una del Oeste que hemos visto tantas veces, con paisajes de Monument Valley (nada de simulaciones en Almería para abaratar costes), música y títulos de crédito que simulan a los de los clásicos. Nos ubicamos en un pueblo de Arizona en 1882 y vemos las calles polvorientas y la gente expectante ante la proximidad de un duelo entre dos pistoleros, hasta que descubrimos que uno de ellos es el ovejero que encarna McFarlane y el humor hace acto de presencia. Lo que veremos durante las casi dos horas siguientes será una sucesión de chistes y gags, algunos más felices y otros más cutres, con gran presencia de un humor escatológico de caca-culo-pedo-pis, que a veces hace gracia y a veces empalaga (resulta curioso la fascinación que hay en el humor americano por los chistes con laxantes de por medio, ya vistos en multitud de películas).
Lo más acertado de la película es el sentido paródico que se le dan a los tópicos del western (el héroe a su pesar, el pistolero malo, la chica dura, los duelos en la calle principal, las peleas en el salón o las prostitutas de buen corazón) y a una forma de vida que en el cine siempre ha sido mostrada como un universo de tipos duros en el que la muerte siempre acechaba a la vuelta de la esquina y donde nunca se sonreía en las fotos. MacFarlane es el primero en tomarse muy poco en serio lo que está contando y su personaje parece trasplantado de nuestro tiempo, criticando e ironizando todo lo salvaje que había en el Lejano Oeste.
Entre lo bueno de la película hay que destacar la labor de su reparto, con una buena química entre McFarlane y una Charlize Theron que muestra una vez más que en el territorio gamberro es donde más a gusto se siente (si no la han visto, no se pierdan “Young Adult”, donde para mí hace la mejor interpretación de su carrera, en un registro más dramático que aquí). Tampoco me quiero olvidar de Giovanni Ribisi y Sarah Silverman, que interpretan a una curiosa pareja que no va a practicar sexo hasta estar casados, pero que eso no quita para que ella ejerza la prostitución y haga de todo con otros hombres en el saloon mientras él la espera en la planta de abajo con un ramo de flores. Liam Neeson, que últimamente se apunta a un bombardeo, cumple como el malo de la función tirando de carisma.
“Mil maneras de morder el polvo” es una película que gustará especialmente a los que se rían con el humor zafio, con guiños a “Regreso al futuro” y “Django desencadenado” y que deja el regusto de ser un sketch alargado del programa “Saturday Night Live”. Para pasar un rato divertido y poco más.
“Ted” fue todo un éxito, especialmente en su país de origen y MacFarlane decidió salir de las bambalinas donde había estado, parapetado tras sus personajes, para dar la cara y tratar de hacer humor en primera persona. Así fue como el año pasado fue elegido como presentador de la gala de los Oscar, un regalo que puede estar envenenado por el alto nivel de críticas que suelen recibir la mayoría de sus conductores a menos que decidan hacer sangre sobre el mundo de Hollywood, como bien supo ver Ricky Gervais cuando fue presentador de los Globos de Oro. MacFarlane sabía que manteniendo un exceso de corrección, dados sus antecedentes, estaba muerto, así que optó por hacer un número musical en el que se hacía referencia a actrices y películas en las que habían enseñado el pecho, con especial relevancia para todas las películas en las que lo había hecho Kate Winslet y con reacciones pregrabadas para realzar el tono del gag.
Ahora, McFarlane ha dirigido su segundo largometraje, para el que también se ha colocado como protagonista y con el que pretende ironizar sobre los tópicos del cine del Oeste, el género americano por excelencia, en un tono paródico que recuerda a Mel Brooks (“Sillas de montar calientes”) y al cine de Jerry Zucker, David Zucker y Jim Abrahams, directores de películas como “Aterriza como puedas” o “Top secret”. Por ahí se mueve “Mil maneras de morder el polvo”.
La película empieza como una del Oeste que hemos visto tantas veces, con paisajes de Monument Valley (nada de simulaciones en Almería para abaratar costes), música y títulos de crédito que simulan a los de los clásicos. Nos ubicamos en un pueblo de Arizona en 1882 y vemos las calles polvorientas y la gente expectante ante la proximidad de un duelo entre dos pistoleros, hasta que descubrimos que uno de ellos es el ovejero que encarna McFarlane y el humor hace acto de presencia. Lo que veremos durante las casi dos horas siguientes será una sucesión de chistes y gags, algunos más felices y otros más cutres, con gran presencia de un humor escatológico de caca-culo-pedo-pis, que a veces hace gracia y a veces empalaga (resulta curioso la fascinación que hay en el humor americano por los chistes con laxantes de por medio, ya vistos en multitud de películas).
Lo más acertado de la película es el sentido paródico que se le dan a los tópicos del western (el héroe a su pesar, el pistolero malo, la chica dura, los duelos en la calle principal, las peleas en el salón o las prostitutas de buen corazón) y a una forma de vida que en el cine siempre ha sido mostrada como un universo de tipos duros en el que la muerte siempre acechaba a la vuelta de la esquina y donde nunca se sonreía en las fotos. MacFarlane es el primero en tomarse muy poco en serio lo que está contando y su personaje parece trasplantado de nuestro tiempo, criticando e ironizando todo lo salvaje que había en el Lejano Oeste.
Entre lo bueno de la película hay que destacar la labor de su reparto, con una buena química entre McFarlane y una Charlize Theron que muestra una vez más que en el territorio gamberro es donde más a gusto se siente (si no la han visto, no se pierdan “Young Adult”, donde para mí hace la mejor interpretación de su carrera, en un registro más dramático que aquí). Tampoco me quiero olvidar de Giovanni Ribisi y Sarah Silverman, que interpretan a una curiosa pareja que no va a practicar sexo hasta estar casados, pero que eso no quita para que ella ejerza la prostitución y haga de todo con otros hombres en el saloon mientras él la espera en la planta de abajo con un ramo de flores. Liam Neeson, que últimamente se apunta a un bombardeo, cumple como el malo de la función tirando de carisma.
“Mil maneras de morder el polvo” es una película que gustará especialmente a los que se rían con el humor zafio, con guiños a “Regreso al futuro” y “Django desencadenado” y que deja el regusto de ser un sketch alargado del programa “Saturday Night Live”. Para pasar un rato divertido y poco más.
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