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Críticas 282
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
5 de noviembre de 2013
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Seguramente no haya habido ni habrá en la historia del cine otro 007 como Sean Connery. Al incuestionable carisma y personalidad del escocés hay que añadir el hecho objetivo de que fuese el primero en interpretar al más famoso de los agentes cinematográficos con licencia para matar. Y aunque posteriormente el actor ha conseguido a golpe de buenos papeles desencasillarse en parte del personaje, no cabe duda de que su imagen ha quedado ligada a la de Bond para los restos. Hasta tal punto es así que a cada nuevo intérprete que asume el reto de dar vida a 007 se le compara antes con Connery que con su antecesor.

El actor y modelo australiano George Lazenby fue el primero en ser elegido como recambio a Connery después de que éste renunciase al papel por primera vez a finales de los 60 (un papel al que volvería después en sucesivas etapas; ya se sabe “nunca digas nunca jamás). El experimento fue fugaz y fallido. No convenció a los productores, tampoco al público que después de seis películas no se habituaba a ver a otro tipo a los mandos del Aston Martin. No convenció al propio Lazenby que se veía demasiado joven para el personaje y decidió tomar otros derroteros en su carrera – llegaría a ser uno de los hombres Marlboro en la década siguiente. Conclusión, Connery volvió a la saga en el siguiente título y Roger Moore tomó tras él el relevo definitivo.

“007 al servicio secreto de su Majestad” es un Bond maldito. Y con lo que nos gusta a veces reivindicar el malditismo es hoy uno de los títulos favoritos de los seguidores de la serie. En el film, Bond sigue paseándose por los ambientes más sofisticados, pidiendo sus martinis agitados y no mezclados y tratando a las chicas con su habitual encanto y su puntín machista. Pero al mismo tiempo, este es un 007 inédito y especial. Porque posee uno de los finales más bellos y emotivos de la serie, porque Telly Savalas es un malo con personalidad que impone y las persecuciones en la nieve siguen siendo espectaculares a pesar del croma. Porque John Barry compone uno de los mejores scores de toda la historia de los 007, y porque, en fin, sale Louis Armstrong cantando la maravillosa “We have all the time in the world”. Con todas sus licencias (para matar incluso) ¿se puede pedir algo más para una película de James Bond?
29 de noviembre de 2017
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Claude Chabrol nos vuelve a enredar en otro de sus habituales y retorcidos juegos cinematográficos. Lo curioso es que esta vez lo hace partiendo de un material ajeno y de un guión que empezó a filmar allá por los sesenta el director Henri George Clouzot. Nunca sabremos qué tenía pensado hacer con esta historia el autor de “El salario del miedo”, que tuvo que abandonar el proyecto tras sufrir un ataque al corazón en pleno rodaje, pero no sorprende en absoluto que fuese Chabrol quien la retomase casi tres décadas después. Porque la historia, al menos la que ha llegado hasta nosotros, más “chabroliana” no puede ser.

Por obra y gracia del título, estamos avisados desde el principio de que el matrimonio no va a ser un camino de rosas para Nelly y para Paul. La idílica relación entre los protagonistas avanza y da sus primeros pasos a golpe de elipsis, resuelta alguna de ellas tal vez de manera algo abrupta. No existe un punto de inflexión claro, y el conflicto se cocina a fuego lento para generar “in crescendo” dudas y desasosiego a partes iguales en el sufrido espectador. Nelly se siente casi halagada cuando su marido le confiesa que la sigue por que no se fía de ella esgrimiendo el argumento tópico de “si tienes celos es porque me quieres”. No será sino un primer brote que derivará en una obsesión enfermiza que tal vez no tenga final. Chabrol va también más allá del tópico alegato contra el machismo compulsivo de los celos, recreando una atmósfera de verdadera pesadilla – excepcional toda la secuencia del apagón- y valiéndose del trabajo sobresaliente de sus dos actores principales. Cluzet – que de joven aún se parecía más incluso a Dustin Hoffman que ahora- se mueve a sus anchas y da muy mal rollito en la piel del mismo demonio; a la bella Beart el guión la obliga a desdoblarse, dulce y doliente esposa a los ojos del espectador, lasciva y carnal si quien la mira es el marido. ¿Quién será la verdadera Nelly? La duda siempre nos aboca al infierno.
13 de noviembre de 2014
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre se ha dicho que Nueva York constituye un género cinematográfico en sí mismo. La Gran Manzana, uno de los mayores platós y sets de rodaje que en el mundo son, propone al visitante cinéfilo un interesante recorrido emocional a través de su propia vida; en cada una de las calles, de los parques o de las plazas de la ciudad se esconde una película.

Es por eso que uno se dispone a degustar un film como éste con una ilusión tremenda. Su sola propuesta, un apetitoso cruce entre el “Manhattan” de Woody Allen y “La línea del cielo” que el tandem Colomo-Trueba despachó hace ahora tres décadas y media, nos tiene a muchos medio ganados ya desde el principio. No digamos cuando arrancan los títulos de crédito con esa colección de postales neoyorkinas arropadas bajo la evocadora partitura de George Ghers… estooo, perdón, de Lucio Godoy y Jusid quería decir, en qué estaría yo pensando.

Lo cierto es que la historia echa a rodar y se revela atractiva. También lo son las situaciones y los personajes (gracias en parte a unos actores que se entregan al máximo). Todo resulta simpático, agradable de ver y hasta entrañable. Hay comicidad en el inevitable “lost in translation”, tópico pero efectivo (algo más manida la relación cibernética del personaje de Cámara con su madre). No obstante, en un momento la película decide ponerse sentimental y se atasca un poco. Sólo al final la historia logra remontar con un desenlace creíble y emotivo.

Uno se pregunta qué hubiera pasado si este guión de Elvira Lindo hubiese caído en manos de un David Trueba pongo por caso. Seguramente, estaríamos ante una película mucho más potente. Y no solo por los antecedentes neoyorkinos del clan al que pertenece y de los que hablé antes. Tampoco menosprecio a Torregrossa que supongo amará y sentirá su oficio como el que más, pero sin duda los Trueba llevan más horas de vuelo en esto y hubieran sabido dar con la tecla y con el tono cómico nostálgico que la trama lleva implícito. Casi coincido con Boyero en lo de que te gustaría conectar más con los personajes y con la historia que te están contando Dicho en términos “filmaffinitianos” estás deseando en todo momento que pase algo que te lleve definitivamente a calificar a la película con el “siete”, pero al final, y con gran dolor de tu corazón, la tienes que dejar con el “seis”.
7 de abril de 2014
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me sorprende bastante la forma con la que la crítica especializada, al menos la española, acogió en su día el estreno de esta película del austríaco Ulrich Seidi, primera parte de su trilogía “Paradise”. Como se puede comprobar en los extractos de prensa que acompañan la ficha del film en esta web, los Boyero, Marchante y compañía salieron por patas y escandalizados tras la premiere mundial de la cinta en la edición 2012 del Festival de Cannes. Esta desproporcionada reacción ha hecho quizá que prejuzgemos la propuesta de Seidi como un ejercicio más radical y transgresor de lo que es en realidad. Porque, sinceramente, no es para tanto.

Espero que el rechazo furibundo de los señores críticos no se deba a que en la película, que en líneas generales nos cuenta las andanzas de un grupo de cincuentonas y sesentonas austriacas de turismo sexual por Kenia, se invierten los papeles tradicionales. Es decir que sean maduritas quienes gozan de los favores sexuales de jóvenes efebos y no al revés como suele ocurrir. Cada vez estamos más habituados a ver cómo se introducen escenas de sexo explícito en el cine convencional, especialmente en el europeo ( ahí están los casos recientes de “La vida de Adele” o “El desconocido del lago”) así que a estas alturas no nos deberíamos llevar las manos a la cabeza si vemos una teta flácida y caída donde otrora era costumbre ver un bello y juvenil seno.

Y es que cuando uno de acaba de ver “Paraíso: Amor” la palabra que antes acude a su mente es naturalidad. La película comienza como un relato casi costumbrista en el que cualquiera puede verse identificado para después ir alternando lo cómico y lo trágico y dar como resultado lo patético. Hay naturalidad en la protagonista Marguarete Tiesel al encarar el papel principal, o en esas mujeres charlando al sol sin tapujos sobre el sexo y la vejez. Naturalidad también al desnudarse no solo física sino también emocionalmente ya a solas enfrentándose a su vacío y a su vergüenza.

Y hay que reconocerlo. A no ser que uno sea una Irina o un Cristiano Ronaldo, todos estamos muy ridículos en bañador y más llegando a ciertas edades. La película no se detiene ahí y se para en otras vergüenzas encerrando una crítica al turismo sexual como la forma más literal con la que el Primer Mundo jode al Tercero. Y eso, por desgracia, también continúa siendo muy natural y muy corriente.
12 de diciembre de 2013
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Who´s that knocking at my door?” se revela como un interesante ejercicio de estilo cinematográfico a cargo de un primerizo Scorsese que ya en su debut en el largometraje va dando pistas al espectador de por dónde van a ir los tiros, dejando detalles que posteriormente habrán de confirmarse como inconfundibles marcas de la casa. Ahí está sin ir más lejos la latente cinefilia del neoyorkino expuesta desde el primer instante con un Harvey Keitel ligándose a la que será su futura novia a base de cantarle las excelencias de “Centauros del desierto” (en pleno 2013 ni se os ocurra utilizar esta táctica para ligar que no os coméis un rosco).

Sorprendentemente, Marty mira más a Francia y a la nouvelle vague que a Ford y a los clásicos de Hollywood (la chica está leyendo una revista francesa además). Sí, después hay una escena en una azotea y hablan de palomas, y tu mente vuela rápidamente hacia Kazan y Marlon Brando (no perderse por favor la reciente “Una carta para Elia”). Pero, el estilo, ese blanco y negro liberador, esos primeros planos de los protagonistas no oculta la devoción que profesa el director hacia Godard y los suyos.

La historia es quizá algo inocua, sin que sepamos muy bien en algún momento hacia dónde nos quiere llevar su autor, pero eso es casi lo de menos. Junto a momentos brillantísimos, un uso eficaz de la banda sonora (hay una secuencia a cámara lenta arropada bajo los acordes de un son montuno cubano que es impresionante), hay elementos que deslucen un tanto y cierto tono algo amateur perfectamente comprensible. Pecadillos de juventud (el “The end” de The Doors suena mejor en la selva vietnamita del compadre Francis). Scorsese llama a las puertas del cielo. Solo faltaban seis añitos para “Malas calles”, el gran salto.
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