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Críticas 395
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
6
18 de enero de 2020
39 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay veces que, cuando terminas de ver una película, la sensación que permanece es algo confusa, porque como me ocurrió con “Jojo Rabbit”, es que está descompensada. Su inicio parece inspirado en exceso de “Moonrise Kingdom”, de Wes Anderson, luego parece inclinarse al mundo de Mel Brooks, entrando en bucle con algunos “gags” no muy logrados. Más tarde, como si nada de esto hubiese existido, se adentra en el drama de manera indulgente, para concluir en su final hallando su identidad, y quizás el camino que debió recorrer durante todo el metraje, porque para llegar a la sátira hace falta ser mordaz, más que tener la capacidad de revestir las situaciones de cierto surrealismo.

Taika Waititi, con el que disfrutamos viendo la simpática y fresca “Lo que hacemos en la sombras”, y que luego dio paso a una serie, quizás pudo conjugar bien todas sus intenciones en el film porque lo hizo junto a Jemaine Clement. No digo que Waititi no tenga capacidad para trabajar en solitario, pero el caso es que, a pesar de contar con buenos momentos, “Jojo Rabbit” a veces cojea, porque lo que es la verosimilitud le falla en algunos personajes, por una mera cuestión de planteamiento y de aspecto exterior de los mismos, como el personaje de Elsa, que más bien parece una pintora snob o una camarera de un restaurante vegano actual del Village neoyorkino.

Imperdonable es también la sinopsis facilitada por la misma Fox Searchlight. Menos mal que lo descubrí tras verla, pero lo cierto es que te destripa una de las posibles sorpresas que el film tiene, dando, en consecuencia, demasiadas pistas sobre otros personajes, como es el caso de Rosie, encarnado por una Scarlett Johansson, por cierto, menos impostada de lo habitual. Pero, y esto ya es independiente del film, el que haya sido distinguida con nominaciones para los Globos de Oro, o media docena de candidaturas para los Bafta o los Oscars es pasarse bastante. Su tono, supuestamente políticamente incorrecto, no lo es tanto, aunque haya ciertos “gags” que no hayan levantado ampollas por el mero hecho de que Waititi pertenezca a una familia judía. Los judíos pueden hacer crítica sobre ellos mismos, como los negros, los chinos o cualquier sector "diferente", pero cuidado si se hace y no se pertenece al gremio, porque te acusarán de todo, mucho más en estos tiempos de tanta corrección.

Pero no quiero que parezca que pienso que la película carezca de interés, porque no es así. Hay cosas en ella que me gustan: sus créditos iniciales son muy buenos, sobre todo por la combinación escogida de canción/ imágenes algo inusual, pero ya nos indica por donde va a tirar la propuesta. Sus actores están bien, desde el propio Waititi, pasando por Thomasin McKenzie, Sam Rockwell o Rebel Wilson, como Fraulein Rahm, con una estupenda apariencia que casi roza en el cómic, hasta llegar al joven protagonista, Jojo, que lo lleva a cabo Roman Griffin Davis, con cierto parecido parecido a Johansson, y que sin muecas fáciles se lleva el gato al agua.

Los temas elegidos, así como la banda sonora son bastante curiosos y acertados, así como su ambientación, el uso de los colores de su buena fotografía y el vestuario. Hasta los zapatos que lleva Rosie (Johansson) tienen su importancia.

Waititi creo acierta más a la hora de dirigir, que lo hace sin trabas, creyendo lo que cuenta y dando alas a sus actores, más que a la hora de elaborar el guión, donde a veces peca de reiteraciones o de ciertas situaciones cogerlas con pinzas.

Película que resulta grata de ver, aunque toque un tema difícil, y que más vale no comparar con otras que en su día también parodiaban situaciones complicadas en la segunda guerra mundial con los nazis, porque fueron realizadas por maestros que sí sabían elaborar, como alquimistas, fórmulas más difíciles y perfectas. “Jojo Rabbit”, en estas comparaciones, saldría perjudicada. Es como otra de las contrincantes para el Oscar de este año a mejor película, “1917” (parece que los vientos de guerra actuales también afectan al cine) que si la pretenden comparar con “Johnny cogió su fusil” o “Senderos de gloria”. Craso error. Si se las quiere defender que sea por sus posibles valores, pero el pretender igualar el caso presente con “Ser o no ser” o “El gran dictador” no pasa de ser algo gratuito y no sé si hasta fortuito, porque carece de cualquier tipo de justificación. Eso sí, quien quiera disfrutarlas ahí las tiene, sobre todo “Jojo Rabbit”, que aunque creo que ha sido algo sobrevalorada tiene su público, ya que algunos se lo pasaron bomba viéndola.
8 de octubre de 2016
29 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se estrena “Historia de una pasión” en nuestro país, tras pasar casi de puntillas por Berlín y San Sebastián. No es que los premios sean fundamentales, ya todos lo sabemos, sobre todo cuando muchas veces se otorgan casi por capricho o imperativos, pero lo cierto es que tratándose de una película tan personal y tan escasa de publicidad bien le hubiera venido alguna mención para su carrera comercial.
Es la última película realizada hasta el momento por Terence Davies, que casualmente cumple cuarenta años como director y guionista, y que, contando con sus cortos, su filmografía se reduce a una docena de títulos. Personalmente, dentro de lo poco que lo conocemos, es un señor educado, inteligente, con fino sentido del humor e interesado por muchas cosas, además de modesto. Profesionalmente, en algunas ocasiones más que otras y de alguna manera, ha sido capaz de plasmar estas virtudes en su obra, además de haber demostrado en todo este tiempo que es fiel a sí mismo, y como buen autor, con identidad reconocible, sin nunca venderse a modas caducas o a proyectos que no le interesaban.
Antes de nada señalar que se ha hecho una traducción de su título no muy acertada y que, erróneamente, podría atraer a un público que no le corresponde, porque más que “Historia de una pasión” es “Una pasión silenciosa”, algo que reflejaría más su carácter intimista. He de decir, y que a falta de ver “Sunset Song”, su trabajo anterior, al menos para mí, se trata de su mejor película rodada hasta la fecha. Me ha emocionado. Y me ha emocionado mucho no porque sea triste, sino también por su exquisitez y su hermosura (que no preciosismo barato), su notable guión plagado de preciosas frases sin caer nunca en la cursilería y porque se trata de un inusual retrato sobre la sensibilidad de una mujer, la escritora Emily Dickinson. Pero está tan bien descrita (y escrita) que no solo es extensivo a las mujeres en general que la rodeaban, en la que vemos sus dudas o limitaciones, si no cómo debían ser sus actitudes propias, como regían en el siglo XVIII en la alta burguesía norteamericana. Lo bueno es que tiene vigencia en la actualidad, porque aunque muchas cosas hayan cambiado en la superficie y muchas de sus costumbres, la esencia de la feminidad es palpable, además de otras luchas que se nos cuentan, incluyendo la espiritual, siguen siendo igualmente reconocibles.
Tiene un notable guión que está espléndidamente dirigido por Terence Davies. Algunos podrían tacharla de teatral o de pastiche británico. En absoluto. Como decíamos anteriormente, es un brillante ejercicio intimista, nada espectacular, más cercano a la “desnudez y simpleza” de Dreyer que al cine de Ivory o del oscarizado Tom Hooper. Se nota que está pensada y ensayada, como salen bien las cosas. Valgan por ejemplo las escenas de las sesiones de fotos o en la que Emily y su hermana Vinnie sirven al reverendo Wadsworth y su esposa, aparentemente irrelevante, pero que encierra un espléndido juego de miradas y gestos. Es una película sobre todo para actores.
Cuenta con un espléndido reparto, la verdad es que todos están muy bien, desde Jodhi May, actriz que desde su destacado debut en “Un mundo aparte”, demostraba que estaba dotada para esto, Keith Carradine o Joanna Bacon a papeles más destacados como la estupenda Jennifer Ehle o, por supuesto, su protagonista, Cynthia Nixon, en una impresionante labor que merecería todos los honores y que no pasara desapercibida, capaz de dar las luces y las sombras de su personaje con gran honestidad.
Rodada en Amherst, Massachussets, en casa de Emily Dickinson, esta inusual producción inglesa en coproducción con Bélgica, posee una gran banda sonora, porque como film de Davies que es, también tiene sus momentos musicales. No se trata de un musical del Hollywood dorado, el cual por cierto Davies adora. Es un estilo de musical “diferente”, introspectivo y con cierto halo nostálgico, con cierta reflexión, y que ha contado con la Filarmónica de Bruselas. Su vestuario, a pesar de lo limitado de su presupuesto, luce, y lo más importante, sus actores saben moverse con ellos, no están encorsetados ni tampoco disfrazados.
En definitiva, película hermosa y dolorosa, que a pesar de ser comedida en presupuesto y ambición, será grande para una gran minoría, posiblemente integrada por aficionados a la literatura romántica, antropólogos, estudiosos de la época y actores de rigor, sobre todo del teatro clásico. Lo dicho, una minoría, y que carece de aire gafapasta, prejuicio con el que puede ser calificada por los más insensibles descerebrados que engullen cine sin saber paladear.
30 de diciembre de 2015
29 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay ocasiones, en que cuando se tocan ciertos temas, se cuenta de antemano con el apoyo de la audiencia. Sean injusticias sociales, genocidios, niños o animales maltratados… cualquier situación donde se luche por una circunstancia donde oprima a un ser humano, siempre el más indefenso va a contar con mi apoyo, supongo que me pasa como a la gran mayoría del público. Por último precisar, al menos para mí y aunque sea de paso, que esta injusticia, no debe defender ni la violencia o el asesinato, y desgraciadamente, también de paso, se pasa de puntillas sobre este punto en “Sufragistas”, que era un matiz en el que pudieron ahondar y que han desaprovechado.
La historia de las sufragistas es muy interesante y por eso esperaba, cuanto menos, que se le brindara el respeto que se debe. Y eso sí está. “Sufragistas” se nota que es un cariñoso tributo a esas mujeres y a una lucha que aún hoy no se ha terminado: la igualdad de los derechos. Es más, desde el inicio de esta crisis en el siglo XXI, esta clase de películas nos recuerdan, a hombres y a mujeres, lo que lucharon nuestros antepasados por sus derechos y, como nosotros, en pocos años en el terreno laboral por ejemplo, hemos renunciado a nuestros derechos, cagándonos en todos los esfuerzos y los logros conseguidos, aceptando condiciones que en ocasiones se adentran sin disimulo en el terreno de la estafa.
Por ello “Sufragistas” se enmarca (o se “autoenmarca”) en ese cine calificado por algunos como “necesario”, por el mero hecho que describen circunstancias que concienciarían hasta al bruto más ignorante. Pero contradictoriamente su objetivo se ha cumplido a medias. Creo que con todo el presupuesto y los medios que tenían podían haber conseguido un “canto” más rotundo, quedándose un correcto film con más intenciones que resultados.
Su dirección es correcta aunque impersonal, con escenas, como las de “acción”, que tienen demasiado movimiento de cámara, donde se marea en exceso al espectador, quizás para dar más la impresión de “nervio” sin conseguirlo, y, aunque el motivo hubiera sido camuflar las carencias de la producción, ya que si no hubiera sido una superproducción carísima que hubiera tenido que contar con miles de extras más, o ambientar medio Londres de la época, o sea, inviable, se podía haber solucionado de una manera más limpia. El guión desarrolla unos hechos que, sobre todo en su segunda mitad, no van acompañados de la progresión de sus personajes: se ve que las circunstancias externas acaparan toda la atención, obviando el proceso interno de sus personajes, siendo más evidente en el caso de Maud (Carey Mulligan).
Un puñado de estupendas actrices, a las que no se les puede achacar ni un pero, lidera el reparto, en la que sobresale la mencionada Mulligan y en el que el “cameo” de Meryl Streep suena a tongo, ya que su anunciada presencia en cartelera no llega ni a los cinco minutos, no pudiendo considerarse ni siquiera un papel de reparto, simplemente de estrella invitada. La parte masculina cumple aunque no a la misma altura, sus personajes tampoco lo facilitan. Desplat a la música, su vestuario o su modesta pero eficaz dirección artística son también dignos de mención.
Alejada de ese empaque que tanta fama y reconocimiento le ha dado al cine británico, optando por un sello más funcional, “Sufragistas” al menos queda como una película aleccionadora, que nunca termina por hacernos vibrar, pero que nos recuerda que el derecho al voto femenino se ha conseguido no hace mucho, para vergüenza de todos, y que en el siglo transcurrido hemos aprendido muy poco, quizás porque los prejuicios entonces existentes aún siguen presentes, aunque sea de forma velada.
15 de diciembre de 2018
32 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La concepción de “Dogman” ha sido un proceso largo. Para que finalmente viera la luz han transcurrido quince años”. Así de claro lo exponía uno de sus guionistas en la presentación previa al pase que hoy día catorce, ha tenido lugar en la víspera de la entrega de los Premios del Cine europeo, que se entregarán mañana en Sevilla. Por esta razón la ciudad está llena de turistas y los hoteles se encuentran casi hasta la bandera.

Cómo no, algunos premios considerados menores ya han sido entregados, para no alargar la ceremonia, digo yo, o cualquier majadería por el estilo. Pero dicho sea de paso que, maldita sea, el considerar de inferior clase a algunas categorías, como: fotografía, música o montaje... Pero, ¿estamos locos o qué? Que eso lo piense el espectador que a pie de calle que esté ajeno al medio es su problema, pero que lo haga la propia industria es de una injusticia y un analfabetismo que clama al cielo. Muy mal, querida industria europea, que muestren sin remilgos su estúpido clasismo y sus pretensiones de acaparar foco con renombres o famositos. Mucho criticar a la industria “hollywoodiense” para luego superarlas en cagadas de este tipo.


Pero centrémonos en “Dogman”, que no sabemos si conseguirá algún premio más, pero ya ha obtenido el de diseño de vestuario para Massimo Cantini Parrini, y el de maquillaje y peluquería, para un extenso equipo liderado por Dalia Colli y Lorenzo Tamburini. Como bien explicaba Cantini, exceptuando algún que otro chándal de marca, el ser realista y fiel a las intenciones de un director en un film de corte casi neorrealista es labor complicada aunque “a priori” no lo parezca. En una producción de época, como confesó, es más fácil y lucido recrearse su apartado que en “Dogman”, por ejemplo, donde su labor puede pasar más desapercibida para el gran público pero que encierra una minuciosa labor. En cuanto a maquillaje y peluquería sobran explicaciones, el espectador lo comprenderá cuando se fije aunque sea solamente en las tremendas escenas violentas.


Con un buen guión, aunque con un tercio final discutible, y una enérgica dirección de Matteo Garrone, “Dogman” consigue el objetivo de atenazar al espectador a la butaca, con la sensación al final de que nos han arreado un puñetazo en el estómago. No es “Gomorra”, a la que al menos yo considero superior, pero sí es un buen film donde la esperanza no brilla por ningún lado, son esos callejones sin salida que nos tiene casi el corazón en un puño.


Antes de pasar al spoiler nos gustaría destacar el estupendo trabajo tanto de localizaciones como su fotografía, su música y el “casting” no ya de actores, si no de perros que aparecen en el film. Hablando de películas “con perro” que no sean infantiles, nos ha recordado a la violenta, casi asfixiante, quizás porque su saña casi era gratuita, el film húngaro de Kornél Mundruczó “White God (Dios blanco)”, con la diferencia a favor de “Dogman” de que aquí su violencia no es tan facilona, es igual de palpable y su mensaje, además de ser adulto es más demoledor.


Por último destacar el impresionante trabajo interpretativo de sus actores, en especial de su dueto protagonista: Marcello Fonte, en el personaje de Marcello, y Edoardo Pesce como el terrorífico Simoncino, que encarnan perfectamente la debilidad humana y la fuerza garrula más sobrecogedora. Y que conste que el equipo de la película destacaba el simpático carácter de ambos y su gran profesionalidad, no vaya a ser también que alguien crea que en la vida real son así, sobre todo Simone. A modo de reflexión ya quisiera Scorsese haber creado recientemente un ser tan malévolo que provocara tanto pánico nada más verlo.
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Es una pena que, como antes apuntábamos, en el último tercio del metraje puede que el film se tambalee a pesar de los logros que indudablemente tiene. Esa resolución que toma Marcello de encerrar a Simone, o Simoncino, tanto da, en la jaula no tiene mucho sentido, y ya lo que continúa aún menos. Nos lo creemos porque, dentro de las posibilidades que se tenían, al menos no adopta algunas que eran más previsibles. Pero que Marcello físicamente se nos aparezca con tanto vigor físico y deambule en un epílogo que se alarga y que no lleva a ningún lado, hace que decaiga el ritmo y, en consecuencia, nuestro interés, pasando de ser un personaje universal a casi un “héroe peckinpahniano” por narices, más que por razones de peso.
31 de agosto de 2019
57 de 89 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fue en 1983 cuando Luc Besson saltó a la fama con su original “Kamikaze 1999 (El último combate)”, título español algo imposible y que más le hubiera beneficiado utilizar el original, “El último combate”. Desde entonces ha pasado de todo. Aciertos que, en su mayoría, en España pasaron casi desapercibidos, a fiascos que se han juntado con su creatividad más pobre o turbios asuntos personales de acoso sexual. Lo que es innegable es que audiovisualmente ha generado progresos para la industria no ya del cine francés, si no del cine en general. Aún recuerdo el haber asistido a una sala espectacular en Suiza para ver la versión del director de “El gran azul”, toda una experiencia para visionarla en pantalla gigante y con un sonido alucinante. Esa suntuosidad la continuó con uno de sus mayores éxitos, “Nikita, dura de matar”, de nuevo otro título que España pasa muy desapercibido pero que supone un pelotazo mundial, sobre todo en Estados Unidos, y cuya traducción “libre” con ese añadido en España no le beneficiaron. Prosiguió con una carrera que, comercialmente, iba emergiendo cada vez más hasta llegar a su mayor éxito de taquilla, “El quinto elemento”.

Tras esa, en 1999 llegó “Juana de Arco”, su primer fiasco, y desde entonces, ha ido dando bandazos. Con “Lucy”, hace cinco años, volvió a hacer taquilla, aunque para mí sigue siendo su película más fallida de acción y más pretenciosa, y ahora se nos presenta con el palíndromo “Anna”, que es un mejunje extraído de varias películas de espías, aderezado con el autoplagio de “Nikita”. Es cierto que sus elecciones para los papeles principales, en un pasado recaían en parejas suyas y parecían encajar mejor en sus proyectos que ahora, en el que parece que no se ha utilizado el sentido común y responde a antojos. En el caso de Scarlett Johansson parecía menos llamativo pero esta, su último capricho, Sasha Luss, el personaje le queda grande. Y no es que su labor sea horrenda, pero una actriz experimentada le hubiera levantado la película en las escenas más necesarias.

El casting, dicho sea de paso, es uno de sus puntos flacos, y el que haya seleccionado en un 90% a unos actores, en su mayoría con perilla, o barba algo imberbes, responde sobre todo a un “look” coyuntural más que a una necesidad. Porque “Anna”, sobre todo en su principio, es postiza, es un ejemplo de film “Fashion victim” al ser un festival de imbecilidades, de “modelis” que posan y van a fiestas “megachupis” en las que Besson da rienda suelta a un lesbianismo de cuarta y donde muestra su homofobia más caduca. Hasta el trabajo del espléndido Eric Serra en algunos de esos momentos parece que nos quiere transmitir ese halo que tenía el archiconocido trabajo de Francis Lai en “Bilitis” sin lograrlo. Las sesiones de fotos me parecen infinitamente mejores las de “Ojos”, luego rebautizada en algunos sitios como “Los ojos de Laura Mars”, de Irvin Kershner, que aunque cuenten con más años, tenían más gracia. La aportación de Helen Mirren tiene más peso en la trama, pero menos encanto, que la labor de Jeanne Moreau en “Nikita”. No se sabe porqué siendo rusa en la película, no habla ruso con los rusos. Además, su “look” de la KGB, nos recuerda más al Dustin Hoffman travestido de “Tootsie” combinado con el personaje animado de Edna 'E' Moda de “Los increíbles”. En resumen, no pasa de discreta, que era lo que se esperaba de ella, supongo, pero Mirren debería empezar a plantearse, ya que no posee extremas necesidades económicas, que el aceptar papeles sin relieve en películas de acción para que su nombre sirva como reclamo de “cierta calidad” al producto, no le ayuda. El decir sí a todo no siempre es bueno. Y ya ella por experiencia debería saberlo.

Luc Besson dirige con fría corrección. Parece que en las (pocas) escenas de acción es cuando se estruja más los sesos, pero no basta. Creo que nadie mejor que él sabe que con un guión “chungo” poco se puede hacer para que todo salga bien, excepto para que se quede en lo que es, un pasatiempo para engullir palomitas, una más del montón. Y es que su guión es malo. Carece, como decíamos antes, de la pretenciosidad de “Lucy”, lo cual le ayuda, pero está “montada” para disimular su miles de defectos. Creo recordar que es de las películas que más saltos en el tiempo da, hasta casi hay que llevar calculadora para seguir los rótulos: tres meses antes, tres meses después, cuatro meses después, dos meses antes... y todo, porque como hemos dicho, su narración es fullera a más no poder. Al espectador se le va ocultando de todo para luego “sorprenderlo”, pero si se tiene doce años o menos y no se ha visto mucho cine, igual lo consigue. De ahí su insistencia en la violencia que se emplea, para que el producto parezca más adulto de lo que realmente es.

Antes de pasar al “spoiler” advertir que “Anna” no es ni pésima pero tampoco ni siquiera pasable. Es una película más, como hemos dicho del montón, que no merece tampoco un análisis ni mayor ni serio. Besson ha hecho un producto que le sigue empequeñeciendo, y él sabrá si el seguir haciendo productos de este tipo le benefician, siempre y cuando al menos amortice, porque si no estos caprichos tampoco se los podrá costear.
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El ser una modelo superguay, que no sabemos si monta a caballo, es lo único, pero que además de espía es experta en nuevas tecnologías, en defensa personal más que Rambo, que cambia constantemente de vestidos y sobre todo de pelucas pero sin el rollo “drag” encantador que podían tener Sophia Loren en “Arabesco”, la Vitti en “Modesty Blaise” o Marisa Mell en “Danger: Diabolik” y que tiene novia, combinando relaciones con chicos que copulan liberando mucha testosterona para darle un cierto aire “renovador” al género, responde más a una fantasía heterosexual masculina del guionista que además es el director, convirtiendo a Anna en un personaje, más que algo propio del cine de espías, más digna de la dinastía Kardashian.

Hacía tiempo que no veía tanto falso recato en una pantalla, no me lo esperaba de Besson, porque no muestran carne, hasta lo hacen vestidos. Por ejemplo, hay una escena en que vemos a Lenny (Cillian Murphy, que no está mal en su labor pero adolece de cualquier tipo de morbo ya que es más frío que, por ejemplo, Catherine Deneuve en su época más gélida) que está perfectamente trajeado, quizás por influencia de la trilogía de “50 sombras de Grey”. Acaban de tener un encuentro sexual, se supone que desenfrenado, Anna hablando con él se cubre con la sábana. Las tomas desde la espalda de ella nos hace ver casi un pecho, pero ella se tapa hasta el cuello hablando con Lenny. Cuando él sale de la habitación, ella se levanta tapándose con la sábana kilométrica que la cubría y va al otro extremo de la habitación. Pero si está sola, ¿para qué se cubre? Esta clase de detalles son dignos de cualquier telefilm.

Mejor ceñirnos a las escenas de acción, tragarnos todo lo que nos cuentan y nos quedamos con un entretenimiento que al día siguiente ya casi hemos olvidado.
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