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Críticas ordenadas por utilidad
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6,2
3.454
7
20 de abril de 2009
20 de abril de 2009
15 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Drama musical y generacional que actualmete goza de una recuperada salud merecedora a su calidad de film de culto, antaño condenado al ostracismo (así como su protagonista, el chico de "Karate Kid", que prometía ser el Sal Mineo de los ochenta) pero que los años han ido envejeciendo este largometraje como el buen vino.
Eugene "Chispas" Martone (Ralph Macchio) estudia en una Escuela de Música y su especialidad es la guitarra. Pero su sueño es encontrarse con el mítico bluesman Willy "Cuatro Ojos" Brown (Joe Seneca) que reside en un asilo de ancianos. Eugene consigue un trabajo de fregasuelos en el lugar y convence a la vieja leyenda reciclada en un cascarrabias antipático y egocéntrico, a componer un tema inédito que nunca salió a la luz. Willy le implora al chico que le ayude a escapar de las cuatro paredes del geriátrico para emprender un viaje hacia el Delta del Missisipi, en el cruce de caminos señalado, donde fue el primer punto de encuentro del viejo músico de harmónica con la esencia del Blues, y que según él cree que tuvo un pacto con el Demonio (Joe Morton)para iniciar su fulgurante carrera musical. En el viaje les acompañará Frances (Jamie Gertz) una joven que ha huido del hogar familiar para ganarse la vida como bailarina.
Cambio de registro en la filmografía de Walter Hill, (que en el terreno musical se le conocía por haber realizado "Calles d Fuego" (1984)) autor de thrillers y films de acción de la talla de "The Warriors" (1979), "Límite 48 horas" (1982) o "Johnny el Guapo" (1989). Inolvidable banda sonora de Ry Cooder que todavía arrastraba el éxito de su colaboración en "Paris Texas" de Wim Wenders. Especial atención al duelo de guitarras final entre el principal protagonista y el músico de rock duro Steve Vai. Todo un obsequio para los oídos.
Eugene "Chispas" Martone (Ralph Macchio) estudia en una Escuela de Música y su especialidad es la guitarra. Pero su sueño es encontrarse con el mítico bluesman Willy "Cuatro Ojos" Brown (Joe Seneca) que reside en un asilo de ancianos. Eugene consigue un trabajo de fregasuelos en el lugar y convence a la vieja leyenda reciclada en un cascarrabias antipático y egocéntrico, a componer un tema inédito que nunca salió a la luz. Willy le implora al chico que le ayude a escapar de las cuatro paredes del geriátrico para emprender un viaje hacia el Delta del Missisipi, en el cruce de caminos señalado, donde fue el primer punto de encuentro del viejo músico de harmónica con la esencia del Blues, y que según él cree que tuvo un pacto con el Demonio (Joe Morton)para iniciar su fulgurante carrera musical. En el viaje les acompañará Frances (Jamie Gertz) una joven que ha huido del hogar familiar para ganarse la vida como bailarina.
Cambio de registro en la filmografía de Walter Hill, (que en el terreno musical se le conocía por haber realizado "Calles d Fuego" (1984)) autor de thrillers y films de acción de la talla de "The Warriors" (1979), "Límite 48 horas" (1982) o "Johnny el Guapo" (1989). Inolvidable banda sonora de Ry Cooder que todavía arrastraba el éxito de su colaboración en "Paris Texas" de Wim Wenders. Especial atención al duelo de guitarras final entre el principal protagonista y el músico de rock duro Steve Vai. Todo un obsequio para los oídos.
6 de febrero de 2017
6 de febrero de 2017
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película conocida también con el título de “a Través del Huracán”, nos encontramos ante uno de los western que Monte Hellman (la Bestia de la Cueva Maldita; Back Door to Hell) rodó con un desconocido Jack Nicholson, y que el actor aún en una temprana edad profesional, también colaboró enteramente como guionista. En el reparto también se contó con estrellas de segunda fila como Millie Perkins (conocida por su participación en “El Diario de Ana Frank” (The Diary of Anne Frank, 1959)de George Stevens), Cameron Mitchell y Harry Dean Stanton.
Un simple argumento como el de un grupo de vaqueros que son recibidos de modo hospitalario por una banda de cuatreros con el fin de no levantar sospechas, son interceptados por un sheriff y sus hombres creyendo que son miembros de la misma. Los tres vaqueros intentarán encontrar refugio en una granja.
Jack Nicholson en esa época estaba muy emparetnado con el genero de serie B, del que Monte Hellman también era uno de los apadrinados por Roger Corman entre otros, y pese a ser un western de baja factura tiene su toque particular: pocos medios, actores desconocidos, sin exceso de despliegues, sin exigencia alguna. Un divertimento “sui generis”.
Hellman y Nicholson volverían a participar juntos en “El Tiroteo” (The Shooting, 1967) otro western en plan metafísico y en que el actor desempeñó un papel más o menos de villano.
Un simple argumento como el de un grupo de vaqueros que son recibidos de modo hospitalario por una banda de cuatreros con el fin de no levantar sospechas, son interceptados por un sheriff y sus hombres creyendo que son miembros de la misma. Los tres vaqueros intentarán encontrar refugio en una granja.
Jack Nicholson en esa época estaba muy emparetnado con el genero de serie B, del que Monte Hellman también era uno de los apadrinados por Roger Corman entre otros, y pese a ser un western de baja factura tiene su toque particular: pocos medios, actores desconocidos, sin exceso de despliegues, sin exigencia alguna. Un divertimento “sui generis”.
Hellman y Nicholson volverían a participar juntos en “El Tiroteo” (The Shooting, 1967) otro western en plan metafísico y en que el actor desempeñó un papel más o menos de villano.

6,7
2.838
8
26 de octubre de 2011
26 de octubre de 2011
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El Viyi”, un cuento del escritor ruso Nikolaej Gogol (1809-1952) le sirvió al italiano Mario Bava para que emprendiera la tarea de realizar una de las piezas góticas cinematográficas, de un romanticismo siniestro, más logradas del cine de terror de los sesenta, con un público acostumbrado a dejarse llevar por las producciones de la Hammer o las películas de série B de Roger Corman, la mayoría adaptaciones literarias de Edgar Allan Poe surtidas de violentos colores para resaltar los efectos especiales muy restringidos en cintas de esas características.
Pero a Bava le fue suficiente emplear la excelente fotografía en blanco y negro (el contraste de luces y sombras, amenizados con una excelente música a piano, ofrecen un aspecto más lúgubre en los tenebrosos escenarios en que se desarrolla la acción) para poder entrar en los más mínimos detalles (atisbos al gore cuando la tumba de la bruja es profanada por accidente, por ejemplo) o en las secuencias de la tormenta, la niebla; fenómenos de la naturaleza decisivos para invocar de nuevo al Mal y desenmarañar la maldición que transcurre a lo largo de su argumento.
“La Máscara del Demonio” (con la absurda traducción anglosajona de “Black Sunday”, es decir, Domingo Negro) nos lleva al siglo XVII dónde dos príncipes prometidos (Barbara Steele y Arturo Dominici) son procesados por herejía por la Inquisición. Antes de morir se les inserta la Máscara del Demonio. Dos siglos después, la maldición de los antepasados prevalece en la familia Vajda; el padre (Ivo Garrani) y los dos hijos, Katia y Constantine (Barbara Steele y Enrico Olivieri). La cripta, en ruinas, será el punto de parada de dos viajeros (John Richardson y Andrea Checci) atraídos por la curiosidad, desaten de nuevo las fuerzas malignas y resuciten de nuevo a la bruja Asa y su prometido Javutich para saciar así su venganza.
El primer largometraje que realizó enteramente Mario Bava, (trabajó al lado de Ricardo Fredda en “Caltiki, il Monstro Inmortale”, producción de 1959) ya le encumbró como el maestro del horror gótico italiano y que perduraría décadas más tarde resurgiendo nombres tan destacados como Lucio Fulci (Una Largartija con Piel de Mujer), Antonio Margheriti (Danza Macabra), Sergio Martino (La Cola del Escorpión), Darío Argento (El Pájaro de las Plumas de Cristal), o el mismo hijo de Mario, Lamberto (Demons), más radical que su progenitor que a finales de los ochenta rendiría un homenaje moderno en formato remake televisivo de éste inmortal clásico, contando con la modelo berlusconiana Deborah Caprioglio (conocida por su intervención en “Los Burdeles de Paprika” de Tinto Brass).
Pero a Bava le fue suficiente emplear la excelente fotografía en blanco y negro (el contraste de luces y sombras, amenizados con una excelente música a piano, ofrecen un aspecto más lúgubre en los tenebrosos escenarios en que se desarrolla la acción) para poder entrar en los más mínimos detalles (atisbos al gore cuando la tumba de la bruja es profanada por accidente, por ejemplo) o en las secuencias de la tormenta, la niebla; fenómenos de la naturaleza decisivos para invocar de nuevo al Mal y desenmarañar la maldición que transcurre a lo largo de su argumento.
“La Máscara del Demonio” (con la absurda traducción anglosajona de “Black Sunday”, es decir, Domingo Negro) nos lleva al siglo XVII dónde dos príncipes prometidos (Barbara Steele y Arturo Dominici) son procesados por herejía por la Inquisición. Antes de morir se les inserta la Máscara del Demonio. Dos siglos después, la maldición de los antepasados prevalece en la familia Vajda; el padre (Ivo Garrani) y los dos hijos, Katia y Constantine (Barbara Steele y Enrico Olivieri). La cripta, en ruinas, será el punto de parada de dos viajeros (John Richardson y Andrea Checci) atraídos por la curiosidad, desaten de nuevo las fuerzas malignas y resuciten de nuevo a la bruja Asa y su prometido Javutich para saciar así su venganza.
El primer largometraje que realizó enteramente Mario Bava, (trabajó al lado de Ricardo Fredda en “Caltiki, il Monstro Inmortale”, producción de 1959) ya le encumbró como el maestro del horror gótico italiano y que perduraría décadas más tarde resurgiendo nombres tan destacados como Lucio Fulci (Una Largartija con Piel de Mujer), Antonio Margheriti (Danza Macabra), Sergio Martino (La Cola del Escorpión), Darío Argento (El Pájaro de las Plumas de Cristal), o el mismo hijo de Mario, Lamberto (Demons), más radical que su progenitor que a finales de los ochenta rendiría un homenaje moderno en formato remake televisivo de éste inmortal clásico, contando con la modelo berlusconiana Deborah Caprioglio (conocida por su intervención en “Los Burdeles de Paprika” de Tinto Brass).

5,4
1.649
7
27 de marzo de 2010
27 de marzo de 2010
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
El ateniense Dario (Rory Calhoun) llega a la isla de Rodas invitado por la alta nobleza pero en vistas de que se produce una insurrección encabezada por Periocles (Georges Marchal) debido al apoyo envenenado que tiene el rey con los fenicios liderados por Thar (Conrado San Martín), con el fin de hacer matingala de su enorme vigilante que además de ser un buen vigía en el horizonte, arroja ardientos brebajes de aceites a quienes cruzan navegando bajo sus pies aposentados firmemente en los muelles.
Co-producción hispano italiana, rodada en exteriores cántabros aunque de un modo increíblemente veraz se asimila al caluroso mediterráneo custodiado bajo el Sol y las tranquilas aguas del Mare Nostrum. Todavía no reconocido mundialmente, Sergio Leone dirigió una más que aceptable película épica, tomando como buque insignia el custodio gigante de piedra que significó para muchos de los habitantes de la isla de Rodas, un símbolo para el pueblo y efígie militar para otros. Es en éste último aspecto que el futuro padre de los “spaghetti-western” se centra en exponer un talón de Aquiles aclamado por el orgullo, el egoísmo y el deseo de combatir o aliarse a un presunto enemigo (Rodas pertenecía a los griegos aunque estaba algo alejada e ignorada a de Athenas que solamente les interesaba como punto estratégico y para los enemigos vecinos una ventaja para aprovecharse y llevarse una buena parte del pastel).
No es el mejor film de Leone (había que darle cuerda y tiempo al tiempo para probar su maestría) ni tampoco una gran película sobre la antigüedad clásica. Se sale de tema si la clasificáramos en la lista del “cine de romanos” (estamos en la antigua Grecia) y a su vez sería injusto, porque sigue los cánones de éste tipo de cine. Por otro lado, los actores espabilan lo suficientemente bien en lo referente a las escenas de lucha, pero su carga intelectual en desempeñar una función dramática no roza de lo lineal. Y olvídense aquí de esos primeros planos de ojos sudorosos, música morriconiana, peste, sudor y, mucho menos, balas de fogueo que el maese Leone no tenía aún esbozado en mente.
Co-producción hispano italiana, rodada en exteriores cántabros aunque de un modo increíblemente veraz se asimila al caluroso mediterráneo custodiado bajo el Sol y las tranquilas aguas del Mare Nostrum. Todavía no reconocido mundialmente, Sergio Leone dirigió una más que aceptable película épica, tomando como buque insignia el custodio gigante de piedra que significó para muchos de los habitantes de la isla de Rodas, un símbolo para el pueblo y efígie militar para otros. Es en éste último aspecto que el futuro padre de los “spaghetti-western” se centra en exponer un talón de Aquiles aclamado por el orgullo, el egoísmo y el deseo de combatir o aliarse a un presunto enemigo (Rodas pertenecía a los griegos aunque estaba algo alejada e ignorada a de Athenas que solamente les interesaba como punto estratégico y para los enemigos vecinos una ventaja para aprovecharse y llevarse una buena parte del pastel).
No es el mejor film de Leone (había que darle cuerda y tiempo al tiempo para probar su maestría) ni tampoco una gran película sobre la antigüedad clásica. Se sale de tema si la clasificáramos en la lista del “cine de romanos” (estamos en la antigua Grecia) y a su vez sería injusto, porque sigue los cánones de éste tipo de cine. Por otro lado, los actores espabilan lo suficientemente bien en lo referente a las escenas de lucha, pero su carga intelectual en desempeñar una función dramática no roza de lo lineal. Y olvídense aquí de esos primeros planos de ojos sudorosos, música morriconiana, peste, sudor y, mucho menos, balas de fogueo que el maese Leone no tenía aún esbozado en mente.

6,0
4.456
7
25 de febrero de 2012
25 de febrero de 2012
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Charles Driggs (Jeff Daniels) es un ejecutivo ascendido a vicepresidente de una Compañía que en uno de sus descansos de trabajo tiene un afortunado encuentro con la descarada Lulu (Melanie Griffith). Una tarde tranquila para ellos se convertirá en un desproporcionado viaje romántico en que se encontrarán a sí mismos y se alejarán de sus preocupaciones. Pero no falta decir que se encontrarán con otras.
Planteada en un principio como una alocada comedia, el futuro director de “El Silencio de los Corderos” (The Silence of the Lambs, 1991) supo también fusionar momentos de “road movie” y “thriller” en la que pareja protagonizada por Jeff Daniels y Melanie Griffith se conocen accidentalmente en una cafetería cuando ella le echa inapropiadamente los tejos y él se deja llevar por sus principios de buena fe. Cada uno busca lo que en principio no tiene; él necesita riesgo, ella ternura. Y se rellenan mutuamente sus vacíos. De distintas condición social como de carácter (él es más resignado y temeroso, preocupado por sus ocupaciones y ella más extrovertida y despreocupada), unen su química para formar la perfecta pareja dispuesta a tener una amorosa aventura imperfecta. El cóctel explosivo es completado por el personaje gamberro y exnovio de instituto protagonizado por Ray Liotta (en un estado de gracia que se consolidaría poco después con su recordado papel de Henry Hill en “Uno de los Nuestros (Goodfellas, 1990) de Martin Scorsese).
Agraciada película de un director que empezaba a prometer y apuntar alto pero que, desgraciadamente, su carrera se fue por el desagüe tras fracasos posteriores como “Beloved” (1998), “La Verdad sobre Charlie” (The Truth About Charlie, 2002) o el “remake”, “El Mensajero del Miedo” (The Manchurian Candidate, 2004). Afortunadamente como documentalista nos ha aportado la brillante “Neil Young: Heart of Gold” (2006), todo un homenaje al músico canadiense y la muy anterior “Stop Making Sense” (1984) en que rodaba a los Talking Heads.
Planteada en un principio como una alocada comedia, el futuro director de “El Silencio de los Corderos” (The Silence of the Lambs, 1991) supo también fusionar momentos de “road movie” y “thriller” en la que pareja protagonizada por Jeff Daniels y Melanie Griffith se conocen accidentalmente en una cafetería cuando ella le echa inapropiadamente los tejos y él se deja llevar por sus principios de buena fe. Cada uno busca lo que en principio no tiene; él necesita riesgo, ella ternura. Y se rellenan mutuamente sus vacíos. De distintas condición social como de carácter (él es más resignado y temeroso, preocupado por sus ocupaciones y ella más extrovertida y despreocupada), unen su química para formar la perfecta pareja dispuesta a tener una amorosa aventura imperfecta. El cóctel explosivo es completado por el personaje gamberro y exnovio de instituto protagonizado por Ray Liotta (en un estado de gracia que se consolidaría poco después con su recordado papel de Henry Hill en “Uno de los Nuestros (Goodfellas, 1990) de Martin Scorsese).
Agraciada película de un director que empezaba a prometer y apuntar alto pero que, desgraciadamente, su carrera se fue por el desagüe tras fracasos posteriores como “Beloved” (1998), “La Verdad sobre Charlie” (The Truth About Charlie, 2002) o el “remake”, “El Mensajero del Miedo” (The Manchurian Candidate, 2004). Afortunadamente como documentalista nos ha aportado la brillante “Neil Young: Heart of Gold” (2006), todo un homenaje al músico canadiense y la muy anterior “Stop Making Sense” (1984) en que rodaba a los Talking Heads.
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