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Críticas ordenadas por utilidad
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7,0
21.658
8
22 de octubre de 2012
22 de octubre de 2012
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es la tercera versión del famoso cuento que llega a nuestras pantallas en los últimos meses, tras las protagonizadas por Julia Roberts y Charlize Theron y que no he llegado a ver. Esta Blancanieves en blanco y negro y muda tiene además la acusación de haber surgido a la sombra de "The artist", realizada en similares parámetros. Acusaciones falsas si tenemos en cuenta que la Blancanieves española ya había sido rodada cuando se estrenó la exitosa cinta francesa y que según aseguran sus responsables llevaba varios años de preproducción y con dificultades para hallar financiación, que tuvo que ser de origen europeo, antes de que algún medio español se subiera al carro a última hora.
La cinta de Pablo Berger, 9 años después de su interesante (y minusvalorada) "Torremolinos 73", es una de esas películas que se disfrutan de principio a fin, de esas películas que hacen recuperar o renovar el amor por el cine, como principio de una serie de sensaciones que tantas veces se pierden en entretenimientos vacíos. Para aquel que crea que va a ver un cartón piedra, "Blancanieves" sigue los pasos de "The artist" en ser una película de antes hecha con un ritmo actual, con escenas y situaciones que mantienen el interés del espectador.
En "Blancanieves" se nos muestra la España del primer tercio del siglo XX tirando de los tópicos, ya que vemos a una España de toreros y tonadilleras, una España campestre y carpetovetónica. El director sabe lo que maneja y juega con ello, del mismo modo que jugaba con los tópicos de la "españolada" y el landismo en "Torremolinos 73". Blancanieves se hace la más conocida del reino a través del toreo y el espejo de la madrastra es la revista "Lecturas", que glosa en su portada las hazañas de su odiada hijastra. Todo ello pasado un filtro deudor en parte de Velázquez, de Goya y de Buñuel, con un retrato irónico de la España cañí.
Además de la magnífica puesta en escena, la fotografía y la música, hay que destacar la labor de los intérpretes, especialmente de esa Maribel Verdú en su primer papel de malvada en el cine y una Macarena García que enamora a la pantalla con su mirada. Todo ello para conformar una película muy recomendable.
La cinta de Pablo Berger, 9 años después de su interesante (y minusvalorada) "Torremolinos 73", es una de esas películas que se disfrutan de principio a fin, de esas películas que hacen recuperar o renovar el amor por el cine, como principio de una serie de sensaciones que tantas veces se pierden en entretenimientos vacíos. Para aquel que crea que va a ver un cartón piedra, "Blancanieves" sigue los pasos de "The artist" en ser una película de antes hecha con un ritmo actual, con escenas y situaciones que mantienen el interés del espectador.
En "Blancanieves" se nos muestra la España del primer tercio del siglo XX tirando de los tópicos, ya que vemos a una España de toreros y tonadilleras, una España campestre y carpetovetónica. El director sabe lo que maneja y juega con ello, del mismo modo que jugaba con los tópicos de la "españolada" y el landismo en "Torremolinos 73". Blancanieves se hace la más conocida del reino a través del toreo y el espejo de la madrastra es la revista "Lecturas", que glosa en su portada las hazañas de su odiada hijastra. Todo ello pasado un filtro deudor en parte de Velázquez, de Goya y de Buñuel, con un retrato irónico de la España cañí.
Además de la magnífica puesta en escena, la fotografía y la música, hay que destacar la labor de los intérpretes, especialmente de esa Maribel Verdú en su primer papel de malvada en el cine y una Macarena García que enamora a la pantalla con su mirada. Todo ello para conformar una película muy recomendable.

6,5
29.662
7
15 de febrero de 2012
15 de febrero de 2012
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Debo confesar que le tenía miedo a esta película, dados los antecedentes. Las dos anteriores películas de Spielberg (la cuarta de Indiana Jones y la adaptación a dibujos animados hidrocefálicos de las aventuras de Tintín) me habían parecido mediocres, aceptables para directores más ramplones, pero menores para alguien que ha dado tantos momentos de buen cine. Además, el propio realizador había manifestado que esta es una película para toda la familia, con la serie de sentimentalismo que ello suele conllevar.
Afortunadamente, el azúcar está bastante dosificado y Spielberg opta por el placer de narrar, mostrando su pulso para mantener con interés una trama cercana a las dos horas y media. Con ello, los fallos son menores (que franceses y alemanes hablen inglés entre ellos sé que es una convención del cine de Hollywood, pero es como ver un micrófono colándose en el plano, que te saca de la película) y le sobra algo de maniqueísmo (no hay claroscuros entre los buenos y los malos), pero son fallos perdonables.
Por contra, tenemos a un buen elenco de actores de cine europeo (Emiliy Watson, Peter Mullan, Benedict Cumberbatch, Niels Arestrup o Eddie Marsan) que cumplen con solvencia en sus papeles. Asimismo, su protagonista, el joven Jeremy Irvine da el pego como el joven idealista que sigue la pista de su caballo por las trincheras de toda Europa, con la promesa de que volverán a verse.
Con todo ello, nos hallamos ante un filme que habla sobre la necesidad de resistir en las circunstancias más duras, que quizás no tiene toda la magia de otros clásicos de su director, pero que atestigua que cuando tiene un guión aceptable entre manos Spielberg sabe construir películas con garra.
Afortunadamente, el azúcar está bastante dosificado y Spielberg opta por el placer de narrar, mostrando su pulso para mantener con interés una trama cercana a las dos horas y media. Con ello, los fallos son menores (que franceses y alemanes hablen inglés entre ellos sé que es una convención del cine de Hollywood, pero es como ver un micrófono colándose en el plano, que te saca de la película) y le sobra algo de maniqueísmo (no hay claroscuros entre los buenos y los malos), pero son fallos perdonables.
Por contra, tenemos a un buen elenco de actores de cine europeo (Emiliy Watson, Peter Mullan, Benedict Cumberbatch, Niels Arestrup o Eddie Marsan) que cumplen con solvencia en sus papeles. Asimismo, su protagonista, el joven Jeremy Irvine da el pego como el joven idealista que sigue la pista de su caballo por las trincheras de toda Europa, con la promesa de que volverán a verse.
Con todo ello, nos hallamos ante un filme que habla sobre la necesidad de resistir en las circunstancias más duras, que quizás no tiene toda la magia de otros clásicos de su director, pero que atestigua que cuando tiene un guión aceptable entre manos Spielberg sabe construir películas con garra.

6,3
1.579
7
23 de abril de 2016
23 de abril de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Zazie en el metro" puede parecer una rareza en la carrera del francés Louis Malle, cuyo cine se movió mayoritariamente en terrenos dramáticos, pero no tanto si atendemos a las circunstancias de la persona. De orígenes acomodados, siempre despreció las convenciones burguesas y a pesar de iniciar sus pasos tras la cámara en un momento en el que lo hacían compatriotas como François Truffaut, Jean-Luc Godard, Jacques Rivette, Alain Resnais o Claude Chabrol, él nunca se sintió parte de la Nouvelle Vague y quiso seguir sus propios intereses, ya fuera en Francia o en Estados Unidos, con filmes como "Los amantes", "Ascensor para el cadalso", "El soplo al corazón", "La pequeña", "Adiós muchachos" o "Herida", antes de su temprana muerte por un linfoma a mediados de los 90. De este ansia de libertad hace gala en "Zazie en el metro", un filme que fue un sonoro fracaso comercial en su estreno en 1960 para acabar convirtiéndose en pieza de culto.
"Zazie en el metro" es la adaptación de la novela homónima de Raymond Queneau, que se burlaba de muchas convenciones literarias, jugaba con el lenguaje y desafiaba el concepto de realismo. Con un material de partida de ese calado no podía salir la clásica historia de iniciación a la vida de una muchacha, aunque ese sea el fondo de la trama. Para su traslación a la pantalla, Malle y su coguionista Jean-Paul Rappeneau (luego director de películas como el "Cyrano de Bergerac" protagonizado por Gerard Depardieu) quiso homenajear al humor mudo y a Charles Chaplin y desde el principio nos deja claras sus intenciones, con una cámara que adopta el punto de vista del tren para mostrarnos la llegada a París de Zazie (la encantadora Catherine Demongeot), una niña de 12 años que viene acompañada de su madre. En el andén se encuentra su tío Gabriel (un no menos inspirado Philippe Noiret), haciendo una disertación sobre la higiene de los franceses y la madre de Zazie tarda escasos segundos en dejarle al cuidado de su hija mientras es llevada literalmente en volandas por su amante. A partir de ahí comenzará el peregrinar de la pequeña, en compañía de su tío (que se dedica a vestirse de flamenca para actuar en un cabaré) y de otros personajes no menos curiosos, siempre con las calles de la capital gala como escenario. Unas calles atestadas de coches debido a la huelga en el servicio de metro, lo que apena mucho a Zazie, que venía a la capital con ganas de montarse en el suburbano.
Malle se muestra más interesado en el cómo que en el qué y su puesta en escena da buena fe de ello, dando prevalencia a la imagen sobre el argumento, que no deja de ser un “mcguffin” que le permite juguetear con los colores, las texturas de la imagen y las posibilidades de la composición cinematográfica para crear una realidad alternativa. De la mano de los personajes paseamos por varios rincones parisinos, siendo testigos de cómo estos deambulan o se persiguen a pie o en coche por el Pasaje Brady, el Mercado de las Pulgas, la Plaza de la Concordia o lo más alto de la Torre Eiffel. Sin embargo, no todo es fachada y el filme desgrana algunas cargas de profundidad sobre la edad infantil y el paso a la madurez, permitiéndose incluso algunas bromas políticamente incorrectas a costa del despertar sexual de la joven y lo que esto afecta a los que la rodean. Zazie es un espíritu libre, una niña algo revoltosa a la que le gusta ir a lo suyo y a pesar de su corta edad tiene claro que el mundo de los adultos es un lugar complicado para vivir, lleno de contradicciones y de gente que no puede hacer lo que quiere. Un lugar en el que para lograr su propia independencia no podrá librarse de ser perseguida.
Zazie en el metro es hija de su tiempo, de un momento en el que muchos creadores buscaban reinventar el cine, deconstruyendo lo que se había visto hasta ese momento. En la película está muy presente el cine mudo en las alocadas persecuciones, que también parecen un homenaje a la animación de Tex Avery, sumados a la idea de extrañeza de Jacques Tati a la hora de mostrar los avances del mundo contemporáneo. Y también uno reconoce algunas de las soluciones visuales que propone Malle, plasmadas después en diversas cintas, ya fueran de compañeros de generación (los saltos de eje, los fallos intencionados de raccord o los cortes arbitrarios de las escenas que tanto practicó Godard) o de carácter cómico. Ver a los personajes hablando con total seriedad de algo ridículo o los gags en segundo plano, las hemos visto en el cine de los ZAZ ("Aterriza como puedas" y similares), las carreras a cámara rápida con música ad hoc nos pueden recordar a las de Benny Hill y el uso de la cámara, la ciudad de París y la falta de prejuicios de su protagonista trae a la cabeza a Jean-Pierre Jeunet, especialmente en "Amelie".
La peripecia de Zazie puede pasar por un dibujo animado o un cómic en imagen real, pero también por un manifiesto surrealista y dadaísta en toda regla, a la hora de exponer el absurdo de las convenciones, artísticas (en una escena los actores acaban destrozando el decorado del lugar donde se está produciendo la acción) o humanas (lo único que Zazie acaba sacando en claro de su estancia en París es que ha envejecido). Zazie en el metro es una bizarrada (tanto en el sentido anglófono como en el francófono de la palabra) tan curiosa como osada, brillante y tontorrona, que se disfruta con una sonrisa y que ayuda a que apreciemos un poco más a este bendito arte que con tanto acierto puede hablar de lo que somos, en nuestras grandezas y nuestras miserias.
"Zazie en el metro" es la adaptación de la novela homónima de Raymond Queneau, que se burlaba de muchas convenciones literarias, jugaba con el lenguaje y desafiaba el concepto de realismo. Con un material de partida de ese calado no podía salir la clásica historia de iniciación a la vida de una muchacha, aunque ese sea el fondo de la trama. Para su traslación a la pantalla, Malle y su coguionista Jean-Paul Rappeneau (luego director de películas como el "Cyrano de Bergerac" protagonizado por Gerard Depardieu) quiso homenajear al humor mudo y a Charles Chaplin y desde el principio nos deja claras sus intenciones, con una cámara que adopta el punto de vista del tren para mostrarnos la llegada a París de Zazie (la encantadora Catherine Demongeot), una niña de 12 años que viene acompañada de su madre. En el andén se encuentra su tío Gabriel (un no menos inspirado Philippe Noiret), haciendo una disertación sobre la higiene de los franceses y la madre de Zazie tarda escasos segundos en dejarle al cuidado de su hija mientras es llevada literalmente en volandas por su amante. A partir de ahí comenzará el peregrinar de la pequeña, en compañía de su tío (que se dedica a vestirse de flamenca para actuar en un cabaré) y de otros personajes no menos curiosos, siempre con las calles de la capital gala como escenario. Unas calles atestadas de coches debido a la huelga en el servicio de metro, lo que apena mucho a Zazie, que venía a la capital con ganas de montarse en el suburbano.
Malle se muestra más interesado en el cómo que en el qué y su puesta en escena da buena fe de ello, dando prevalencia a la imagen sobre el argumento, que no deja de ser un “mcguffin” que le permite juguetear con los colores, las texturas de la imagen y las posibilidades de la composición cinematográfica para crear una realidad alternativa. De la mano de los personajes paseamos por varios rincones parisinos, siendo testigos de cómo estos deambulan o se persiguen a pie o en coche por el Pasaje Brady, el Mercado de las Pulgas, la Plaza de la Concordia o lo más alto de la Torre Eiffel. Sin embargo, no todo es fachada y el filme desgrana algunas cargas de profundidad sobre la edad infantil y el paso a la madurez, permitiéndose incluso algunas bromas políticamente incorrectas a costa del despertar sexual de la joven y lo que esto afecta a los que la rodean. Zazie es un espíritu libre, una niña algo revoltosa a la que le gusta ir a lo suyo y a pesar de su corta edad tiene claro que el mundo de los adultos es un lugar complicado para vivir, lleno de contradicciones y de gente que no puede hacer lo que quiere. Un lugar en el que para lograr su propia independencia no podrá librarse de ser perseguida.
Zazie en el metro es hija de su tiempo, de un momento en el que muchos creadores buscaban reinventar el cine, deconstruyendo lo que se había visto hasta ese momento. En la película está muy presente el cine mudo en las alocadas persecuciones, que también parecen un homenaje a la animación de Tex Avery, sumados a la idea de extrañeza de Jacques Tati a la hora de mostrar los avances del mundo contemporáneo. Y también uno reconoce algunas de las soluciones visuales que propone Malle, plasmadas después en diversas cintas, ya fueran de compañeros de generación (los saltos de eje, los fallos intencionados de raccord o los cortes arbitrarios de las escenas que tanto practicó Godard) o de carácter cómico. Ver a los personajes hablando con total seriedad de algo ridículo o los gags en segundo plano, las hemos visto en el cine de los ZAZ ("Aterriza como puedas" y similares), las carreras a cámara rápida con música ad hoc nos pueden recordar a las de Benny Hill y el uso de la cámara, la ciudad de París y la falta de prejuicios de su protagonista trae a la cabeza a Jean-Pierre Jeunet, especialmente en "Amelie".
La peripecia de Zazie puede pasar por un dibujo animado o un cómic en imagen real, pero también por un manifiesto surrealista y dadaísta en toda regla, a la hora de exponer el absurdo de las convenciones, artísticas (en una escena los actores acaban destrozando el decorado del lugar donde se está produciendo la acción) o humanas (lo único que Zazie acaba sacando en claro de su estancia en París es que ha envejecido). Zazie en el metro es una bizarrada (tanto en el sentido anglófono como en el francófono de la palabra) tan curiosa como osada, brillante y tontorrona, que se disfruta con una sonrisa y que ayuda a que apreciemos un poco más a este bendito arte que con tanto acierto puede hablar de lo que somos, en nuestras grandezas y nuestras miserias.
Documental

7,0
2.962
7
23 de abril de 2016
23 de abril de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el verano de 1962 tuvo lugar en los estudios Universal de Hollywood un encuentro entre dos directores de cine. Uno, francés, tenía 30 años y el otro, inglés, alcanzaba ya los 63. Uno había dado ya muestras de su talento con tres películas y el otro se encontraba en plena madurez, con varios éxitos a sus espaldas y terminando el montaje de la que sería otra obra para recordar, sobre unos pájaros que atemorizaban a una población californiana. Aquel encuentro se prolongó todos los días de una semana en jornadas de varias horas y fue el origen de una amistad que se prolongaría hasta la muerte de ambos y el de un libro que se publicaría en 1966 y que se convertiría en una referencia inmediata para los aficionados al cine del director inglés y un canto de amor al llamado séptimo arte. El libro se llamó El cine según Hitchcock, en homenaje al realizador de Rebeca (Rebecca; 1940), La ventana indiscreta (Rear Window; 1954), Vértigo. De entre los muertos (Vertigo; 1958), Psicosis (Psycho; 1960) o Los pájaros (The Birds; 1963), entre muchas otras. Un realizador al que le decían “el mago del suspense”, que por el carácter comercial de sus filmes era poco valorado como autor de primera categoría y cuyo prestigio fue puesto en valor por un puñado de críticos franceses que pasaron a la acción tras la cámara, especialmente por uno que venía de hacer Los 400 golpes (Les quatre cents coupes; 1959), Tirad sobre el pianista (Tirez sur le pianiste; 1960) y Jules y Jim (Jules et Jim; 1962), François Truffaut. Su cine, enmarcado en el estilo de la Nouvelle Vague, dando prioridad al plano que respira con naturalidad, con la imperfección de la vida misma, no parece concordar mucho con el de alguien que predicaba que todo lo que se veía en pantalla se ajustara a una idea preconcebida muy concreta, más cinematográfica que realista. Sin embargo, Truffaut siempre admiró la voz propia de Hitchcock y de ese choque de sensibilidades se nutre el documental Hitchcock/Truffaut (íd.; Kent Jones, 2015).
Hitchcock/Truffaut está dirigido por el escritor y crítico Kent Jones, mano derecha de Martin Scorsese en documentales dedicados a las figuras de Val Lewton y Elia Kazan y guionista de la película Jimmy P (íd.; Arnaud Desplechin, 2013). Precisamente, Scorsese y Desplechin son dos de los directores que aparecen en Hitchcock/Truffaut para glosar la figura de los protagonistas y su encuentro en los años 60, en una nómina que también incluye a David Fincher, Wes Anderson, Richard Linklater, James Gray, Olivier Assayas, Peter Bogdanovich, Paul Schrader y Kiyoshi Kurosawa. Ellos dan testimonio de lo que les influyó la lectura de El cine según Hitchcock y lo que encuentran más relevante del legado que ha dejado la obra de ambos. Asimismo, Jones nos ofrece algunos momentos del audio de la entrevista entre Truffaut y Hitchcock, en la que el primero se muestra con el tímido respeto del joven que va a visitar a un prestigioso profesor y el segundo habla con la seguridad del que las ha visto de todos los colores, haciendo gala de la ironía con la que tantas veces impregnó sus películas. Jones parece adoptar el mismo punto de vista que Truffaut en su momento y es especialmente en Hitchcock en quien centra su atención, para hacer un rápido repaso a su filmografía y detenerse en desgranar Vértigo, Psicosis y Los pájaros, en la planificación y el montaje de algunas secuencias que han quedado en la memoria del público, aficionado o no.
Es lugar común decir que a la mayoría de las películas les sobra metraje, que se podría haber acortado tal o cual escena o que cierta subtrama está más alargada de lo que debería. Sin embargo, hay ocasiones en las que se echa en falta un mayor desarrollo de algunos aspectos y ese es el caso de este documental, que se hace corto en sus 80 minutos y le deja a uno con ganas de que se hubieran explorado unos cuantos detalles. Sin ir más lejos, que se hubiera hablado un poco más de otras películas de Hitchcock por las que aquí se pasa de puntillas, como Rebeca, La ventana indiscreta, La soga (Rope; 1948), Crimen perfecto (Dial M for Murder; 1954), Frenesí (Frenzy; 1972), así como de otras de las similitudes entre el realizador británico y el francés. Se comenta la influencia de la infancia de ambos en su obra, del miedo a la policía de Hitchcock y la búsqueda de una figura paterna en Truffaut, pero se pasa por alto un tema interesante como es el paralelismo en su relación con las actrices. Mientras Hitchcock las deseó y tuvo que conformarse con la observación de Grace Kelly, Kim Novak o Tippi Hedren, construyendo una imagen a tono con sus fantasías (rubias de aspecto gélido y apasionado interior), Truffaut las concedió un carácter más abierto y más intrépido en el ámbito amoroso y mantuvo relaciones con varias de ellas (caso de Jeanne Moreau, Catherine Deneuve o Fanny Ardant). Si Vértigo podría leerse como la cinta más autobiográfica de Hitchcock, con ese protagonista obsesionado con crear una mujer que responda a sus deseos, la equivalencia en Truffaut estaría en El amante del amor (L’homme qui aimait les femmes; 1977), en ese hombre que deseó y amó a todas las mujeres que pasaron por su lado. Dice Kent Jones que Hitchcock/Truffaut no pretende complacer a los cinéfilos y este tono, más divulgativo que erudito, se trasluce en estas exploraciones apenas abordadas y que podrían haber dado lugar a un documental mucho más jugoso. A pesar de ello, el producto final es de un indudable interés y pone su granito de arena para que las nuevas generaciones se sientan interesadas en saber un poco más sobre ese director del que quizá han oído hablar por la escena de la ducha y la música de Psicosis, tantas veces imitadas y parodiadas. Un granito de arena como el que en su día quiso poner François Truffaut cuando se decidió a hablar en profundidad con (y de) un creador que tantas carreras fílmicas y tantas cinefilias y cinefagias ha estimulado.
Hitchcock/Truffaut está dirigido por el escritor y crítico Kent Jones, mano derecha de Martin Scorsese en documentales dedicados a las figuras de Val Lewton y Elia Kazan y guionista de la película Jimmy P (íd.; Arnaud Desplechin, 2013). Precisamente, Scorsese y Desplechin son dos de los directores que aparecen en Hitchcock/Truffaut para glosar la figura de los protagonistas y su encuentro en los años 60, en una nómina que también incluye a David Fincher, Wes Anderson, Richard Linklater, James Gray, Olivier Assayas, Peter Bogdanovich, Paul Schrader y Kiyoshi Kurosawa. Ellos dan testimonio de lo que les influyó la lectura de El cine según Hitchcock y lo que encuentran más relevante del legado que ha dejado la obra de ambos. Asimismo, Jones nos ofrece algunos momentos del audio de la entrevista entre Truffaut y Hitchcock, en la que el primero se muestra con el tímido respeto del joven que va a visitar a un prestigioso profesor y el segundo habla con la seguridad del que las ha visto de todos los colores, haciendo gala de la ironía con la que tantas veces impregnó sus películas. Jones parece adoptar el mismo punto de vista que Truffaut en su momento y es especialmente en Hitchcock en quien centra su atención, para hacer un rápido repaso a su filmografía y detenerse en desgranar Vértigo, Psicosis y Los pájaros, en la planificación y el montaje de algunas secuencias que han quedado en la memoria del público, aficionado o no.
Es lugar común decir que a la mayoría de las películas les sobra metraje, que se podría haber acortado tal o cual escena o que cierta subtrama está más alargada de lo que debería. Sin embargo, hay ocasiones en las que se echa en falta un mayor desarrollo de algunos aspectos y ese es el caso de este documental, que se hace corto en sus 80 minutos y le deja a uno con ganas de que se hubieran explorado unos cuantos detalles. Sin ir más lejos, que se hubiera hablado un poco más de otras películas de Hitchcock por las que aquí se pasa de puntillas, como Rebeca, La ventana indiscreta, La soga (Rope; 1948), Crimen perfecto (Dial M for Murder; 1954), Frenesí (Frenzy; 1972), así como de otras de las similitudes entre el realizador británico y el francés. Se comenta la influencia de la infancia de ambos en su obra, del miedo a la policía de Hitchcock y la búsqueda de una figura paterna en Truffaut, pero se pasa por alto un tema interesante como es el paralelismo en su relación con las actrices. Mientras Hitchcock las deseó y tuvo que conformarse con la observación de Grace Kelly, Kim Novak o Tippi Hedren, construyendo una imagen a tono con sus fantasías (rubias de aspecto gélido y apasionado interior), Truffaut las concedió un carácter más abierto y más intrépido en el ámbito amoroso y mantuvo relaciones con varias de ellas (caso de Jeanne Moreau, Catherine Deneuve o Fanny Ardant). Si Vértigo podría leerse como la cinta más autobiográfica de Hitchcock, con ese protagonista obsesionado con crear una mujer que responda a sus deseos, la equivalencia en Truffaut estaría en El amante del amor (L’homme qui aimait les femmes; 1977), en ese hombre que deseó y amó a todas las mujeres que pasaron por su lado. Dice Kent Jones que Hitchcock/Truffaut no pretende complacer a los cinéfilos y este tono, más divulgativo que erudito, se trasluce en estas exploraciones apenas abordadas y que podrían haber dado lugar a un documental mucho más jugoso. A pesar de ello, el producto final es de un indudable interés y pone su granito de arena para que las nuevas generaciones se sientan interesadas en saber un poco más sobre ese director del que quizá han oído hablar por la escena de la ducha y la música de Psicosis, tantas veces imitadas y parodiadas. Un granito de arena como el que en su día quiso poner François Truffaut cuando se decidió a hablar en profundidad con (y de) un creador que tantas carreras fílmicas y tantas cinefilias y cinefagias ha estimulado.

6,4
20.754
7
3 de abril de 2016
3 de abril de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las nuevas tecnologías nos han permitido la posibilidad de contactar fácilmente con gente de nuestro día a día, ya sean amigos, familiares, conocidos y también con gente que dejamos atrás hace algún tiempo, a la que se busca en un momento dado o a la que se encuentra por casualidad. Generalmente suele ser un momento de preguntarse cómo ha ido todo y cómo las personas han cambiado con el tiempo, un espacio para rememorar aquellos instantes vividos, teñidos de un encanto o una épica generada más por la nostalgia que por lo que fueron en realidad. La memoria es traicionera y manipuladora, así que en muchas ocasiones no nos damos cuenta de aquello que explica Javier Cercas en su excelente libro "El impostor", de que el pasado no pasa nunca y es siempre una dimensión del presente. Y eso es lo que le sucede al trío protagonista de "El regalo".
"El regalo" comienza con Simon (Jason Bateman) y Robyn (Rebecca Hall), una pareja recién llegada a California, donde el marido ha encontrado trabajo en una importante empresa, de ahí que puedan permitirse una buena casa en las afueras, moderna y estilosa, digna de esos programas televisivos que dan ilusión a los que viven en sombríos pisos de escasos metros cuadrados. Ellos son aún jóvenes, bien parecidos y dignos de vivir en un lugar como ese para completar el feliz panorama. Pero no tardarán en cruzar sus caminos con Gordon “Gordo” Mosley (Joel Edgerton), antiguo compañero de colegio de Simon, un tipo de esos que no suele entrar por el ojo a la primera por su tendencia a quedarse mirando a la gente y a hablar de forma errática, soltando ideas que tienen su parte de razón, pero que sorprenden por alejarse de la banalidad de las convenciones para socializar. “Gordo” empieza a dejarse caer por la casa de Simon y Robyn, cada vez con mayor frecuencia y dejando regalos acompañados de notas ilustradas con emoticonos, lo que hará sentirse a la pareja cada vez más vigilada.
"El regalo" es el debut en la dirección del australiano Joel Edgerton, experimentado en papeles secundarios y al que hemos visto hacer de marido cornudo en "El Gran Gatsby", de Ramsés en "Exodus: Dioses y Reyes" y de policía corrupto en "Black Mass. Estrictamente criminal". Uno de esos actores que suelen cambiar de aspecto con su personaje y que cumplen con efectividad en todos ellos, aunque su nombre no se haga muy conocido para el gran público. También guionista del filme, se reserva para su personaje de “Gordo” esa capacidad de ser invisible en medio de una calle, pero con su parcela de interés cuando se fija la vista en él. Edgerton se reserva ser el motor del cambio que se operará en la feliz pareja y catalizará los fantasmas de ambos, dejando patente que la mejor de las familias esconde un interesante montón de basura bajo la alfombra. Y es que tras el perfil de triunfador de Simon hay un modo de actuar que ha dejado algunos heridos por el camino, mientras que Robyn guarda el resquemor de una fallida maternidad, con una encantadora y apacible sonrisa que oculta un montón de lágrimas.
Todos hemos sido objeto alguna vez de habladurías, de historias que otros cuentan sobre lo que hacemos y lo que somos a sus ojos. Es posible que hayamos sido también contadores de esas historias, de esas charlas de trabajo o de bar que se tienen con otros cuando no hay nada mejor que hablar con gente con la que poco o nada tenemos en común y que tienen como protagonista a alguien que no está allí y que al causar extrañeza por su no adaptación al grupo, es merecedor de ironías y burlas. No le falta razón al que dijo que la historia la cuentan los vencedores, porque si un grupo de personas decide que usted tiene algo negativo o risible, no tardará en sentirse calumniado por gente que ni se ha molestado en conocerle antes de empezar a soltar sus cuentos y será testigo de la paradoja de tener que congraciarse con aquellos que empezaron faltándole al respeto, para no ser el apestado de la manada. O puede que le conozcan y le quieran mal por motivos más o menos justos, en cuyo caso sufrirá un escarnio aún mayor, donde los maledicentes sembrarán la idea en las cabezas de otros de que usted no es trigo limpio y crédulos como (casi) siempre estamos al chisme, eso se quedará ahí dentro, marcando las relaciones con el criticado. Para unos será un pasatiempo, para las víctimas una fuente de malestares o de auténticos problemas, según lo miserables que sean los que maldicen. Ese es el concepto que maneja Joel Edgerton para armar un relato en el que el pasatiempo de hace años puede tener un efecto boomerang, porque los actos tienen sus consecuencias y no se pierden en el vacío si alguien no quiere que así sea.
Edgerton controla con buen pulso las dosis de intriga y los momentos de mayor suspense, donde incluso los “sustos del gato”, esos golpes efectistas y ridículos para dar sustos al precio que sea, quedan justificados por la situación de paranoia de quien los padece. Tanto él como Jason Bateman y Rebecca Hall completan un sólido trío protagonista de una película que te deja pensando una vez que la has terminado. Pensando en las veces que has sido víctima o has formado parte del rito de la manada, por diversión o para que no te tocara a ti pagar el peaje. Pensando en las injustas ideas sobre nosotros que en este momento puede estar sembrando alguien en cabezas ajenas. O las ideas que escritos como este puedan hacer germinar en aquellos que nos leen, para dar ánimos a ponerse a ver "El regalo" y comprobar cómo el pasado nunca pasa de nosotros.
"El regalo" comienza con Simon (Jason Bateman) y Robyn (Rebecca Hall), una pareja recién llegada a California, donde el marido ha encontrado trabajo en una importante empresa, de ahí que puedan permitirse una buena casa en las afueras, moderna y estilosa, digna de esos programas televisivos que dan ilusión a los que viven en sombríos pisos de escasos metros cuadrados. Ellos son aún jóvenes, bien parecidos y dignos de vivir en un lugar como ese para completar el feliz panorama. Pero no tardarán en cruzar sus caminos con Gordon “Gordo” Mosley (Joel Edgerton), antiguo compañero de colegio de Simon, un tipo de esos que no suele entrar por el ojo a la primera por su tendencia a quedarse mirando a la gente y a hablar de forma errática, soltando ideas que tienen su parte de razón, pero que sorprenden por alejarse de la banalidad de las convenciones para socializar. “Gordo” empieza a dejarse caer por la casa de Simon y Robyn, cada vez con mayor frecuencia y dejando regalos acompañados de notas ilustradas con emoticonos, lo que hará sentirse a la pareja cada vez más vigilada.
"El regalo" es el debut en la dirección del australiano Joel Edgerton, experimentado en papeles secundarios y al que hemos visto hacer de marido cornudo en "El Gran Gatsby", de Ramsés en "Exodus: Dioses y Reyes" y de policía corrupto en "Black Mass. Estrictamente criminal". Uno de esos actores que suelen cambiar de aspecto con su personaje y que cumplen con efectividad en todos ellos, aunque su nombre no se haga muy conocido para el gran público. También guionista del filme, se reserva para su personaje de “Gordo” esa capacidad de ser invisible en medio de una calle, pero con su parcela de interés cuando se fija la vista en él. Edgerton se reserva ser el motor del cambio que se operará en la feliz pareja y catalizará los fantasmas de ambos, dejando patente que la mejor de las familias esconde un interesante montón de basura bajo la alfombra. Y es que tras el perfil de triunfador de Simon hay un modo de actuar que ha dejado algunos heridos por el camino, mientras que Robyn guarda el resquemor de una fallida maternidad, con una encantadora y apacible sonrisa que oculta un montón de lágrimas.
Todos hemos sido objeto alguna vez de habladurías, de historias que otros cuentan sobre lo que hacemos y lo que somos a sus ojos. Es posible que hayamos sido también contadores de esas historias, de esas charlas de trabajo o de bar que se tienen con otros cuando no hay nada mejor que hablar con gente con la que poco o nada tenemos en común y que tienen como protagonista a alguien que no está allí y que al causar extrañeza por su no adaptación al grupo, es merecedor de ironías y burlas. No le falta razón al que dijo que la historia la cuentan los vencedores, porque si un grupo de personas decide que usted tiene algo negativo o risible, no tardará en sentirse calumniado por gente que ni se ha molestado en conocerle antes de empezar a soltar sus cuentos y será testigo de la paradoja de tener que congraciarse con aquellos que empezaron faltándole al respeto, para no ser el apestado de la manada. O puede que le conozcan y le quieran mal por motivos más o menos justos, en cuyo caso sufrirá un escarnio aún mayor, donde los maledicentes sembrarán la idea en las cabezas de otros de que usted no es trigo limpio y crédulos como (casi) siempre estamos al chisme, eso se quedará ahí dentro, marcando las relaciones con el criticado. Para unos será un pasatiempo, para las víctimas una fuente de malestares o de auténticos problemas, según lo miserables que sean los que maldicen. Ese es el concepto que maneja Joel Edgerton para armar un relato en el que el pasatiempo de hace años puede tener un efecto boomerang, porque los actos tienen sus consecuencias y no se pierden en el vacío si alguien no quiere que así sea.
Edgerton controla con buen pulso las dosis de intriga y los momentos de mayor suspense, donde incluso los “sustos del gato”, esos golpes efectistas y ridículos para dar sustos al precio que sea, quedan justificados por la situación de paranoia de quien los padece. Tanto él como Jason Bateman y Rebecca Hall completan un sólido trío protagonista de una película que te deja pensando una vez que la has terminado. Pensando en las veces que has sido víctima o has formado parte del rito de la manada, por diversión o para que no te tocara a ti pagar el peaje. Pensando en las injustas ideas sobre nosotros que en este momento puede estar sembrando alguien en cabezas ajenas. O las ideas que escritos como este puedan hacer germinar en aquellos que nos leen, para dar ánimos a ponerse a ver "El regalo" y comprobar cómo el pasado nunca pasa de nosotros.
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