You must be a loged user to know your affinity with mato
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred

7,6
118.684
9
19 de febrero de 2011
19 de febrero de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cisne negro es una crítica a la búsqueda de la perfección. A cuánto uno es capaz de cruzar la línea para alcanzarla. Pero viendo la perfección de la peli, uno no para de preguntarse cuánto cruzó la línea Darren Aronofski para conseguirla.
La perfeccción alcanza a todos los puntos. Un guión con tres capas tan perfectamente entrelazadas, que en su fusión, se multiplican sus conflictos. Una dirección artística tan homogénea con el argumento que logra del blanco y el negro tantos matices como de los actores. Un vestuario que realza tanto la belleza como su sufrimiento. Un montaje que consigue una atmósfera de un desasosiego tal que te dan ganas de autodestruirte. Una música que te eleva hasta el escenario y te golpea contra el suelo. Y unos actores a punto de destrozarse a sí mismos en la búsqueda misma de la perfección.
Hasta ahí, Aronofski juega a cruzar la línea. La línea de la realidad y el sueño, la línea de la obra retratada y la vivida, la línea del blanco y el negro, la línea del bien y el mal, la línea de la vida y la muerte. Entre ambas líneas se pasa toda la película, toda la dirección. Pero esa delgada línea roja la cruza en el casting. Un casting que convierte la vida real de sus actrices en carne de ficción, de pública inmolación.
Y es que nada es casual en la la elección de la tres divas que protagonizan la ficción. No es casual la aparición de una Barbara Hershey que en su lucha por la perfección, abusó del bottox hasta autodestruirse. Y es que a ratos, su cara parece la de Mickey Rourke en The Wrestler. No es casual la selección de Winona Ryder como la persona a quien tiene que reemplazar Natalie Portman. ¿Quién no recuerda el comienzo de ambas como niñas prodigio, su crecimiento como musas independientes, su explosión en Hollywood como las guapas inteligentes? ¿Quién no recuerda el final de Winona, autodestruida en la cleptomanía hasta la total desaparición? ¿Quién no sabe quién es su sustituta natural hoy en el corazón de Hollywood?
En ese cruce de la línea entre realidad y ficción, entre el bien y el mal, nacen muchas preguntas. ¿Cómo han quedado las almas de Hershey y de Ryder? ¿Y la de Portman después de un papel tan destructivo como éste? ¿Le pasará como a Maria Schneider con su Vincent Cassel particular, Bernardo Bertolucci? Tras cruzar la línea, ¿se ha convertido Aronofski en el propio cisne negro?
No lo sé. Quizás nunca se sepa. Lo que sí sé es que lo he pasado fatal viéndola. He descubierto la belleza y el dolor, la lucha con uno mismo y las heridas, la mejora y el destrozo, la vida y la muerte. He descubierto que en la búsqueda de la perfección, el gozo y el dolor se entrelazan hasta sufrir la tragedia de conseguir una obra maestra.
La perfeccción alcanza a todos los puntos. Un guión con tres capas tan perfectamente entrelazadas, que en su fusión, se multiplican sus conflictos. Una dirección artística tan homogénea con el argumento que logra del blanco y el negro tantos matices como de los actores. Un vestuario que realza tanto la belleza como su sufrimiento. Un montaje que consigue una atmósfera de un desasosiego tal que te dan ganas de autodestruirte. Una música que te eleva hasta el escenario y te golpea contra el suelo. Y unos actores a punto de destrozarse a sí mismos en la búsqueda misma de la perfección.
Hasta ahí, Aronofski juega a cruzar la línea. La línea de la realidad y el sueño, la línea de la obra retratada y la vivida, la línea del blanco y el negro, la línea del bien y el mal, la línea de la vida y la muerte. Entre ambas líneas se pasa toda la película, toda la dirección. Pero esa delgada línea roja la cruza en el casting. Un casting que convierte la vida real de sus actrices en carne de ficción, de pública inmolación.
Y es que nada es casual en la la elección de la tres divas que protagonizan la ficción. No es casual la aparición de una Barbara Hershey que en su lucha por la perfección, abusó del bottox hasta autodestruirse. Y es que a ratos, su cara parece la de Mickey Rourke en The Wrestler. No es casual la selección de Winona Ryder como la persona a quien tiene que reemplazar Natalie Portman. ¿Quién no recuerda el comienzo de ambas como niñas prodigio, su crecimiento como musas independientes, su explosión en Hollywood como las guapas inteligentes? ¿Quién no recuerda el final de Winona, autodestruida en la cleptomanía hasta la total desaparición? ¿Quién no sabe quién es su sustituta natural hoy en el corazón de Hollywood?
En ese cruce de la línea entre realidad y ficción, entre el bien y el mal, nacen muchas preguntas. ¿Cómo han quedado las almas de Hershey y de Ryder? ¿Y la de Portman después de un papel tan destructivo como éste? ¿Le pasará como a Maria Schneider con su Vincent Cassel particular, Bernardo Bertolucci? Tras cruzar la línea, ¿se ha convertido Aronofski en el propio cisne negro?
No lo sé. Quizás nunca se sepa. Lo que sí sé es que lo he pasado fatal viéndola. He descubierto la belleza y el dolor, la lucha con uno mismo y las heridas, la mejora y el destrozo, la vida y la muerte. He descubierto que en la búsqueda de la perfección, el gozo y el dolor se entrelazan hasta sufrir la tragedia de conseguir una obra maestra.

7,6
7.561
9
24 de septiembre de 2009
24 de septiembre de 2009
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El progreso nos arrolla.
Se le puede llamar progreso, pero también se le puede llamar cambio. Y el cambio nos da miedo y al mismo tiempo, nos atrae. El cambio nos subleva y al mismo tiempo, nos eleva. El cambio lo prevemos y sin embargo, siempre nos pilla desprevenidos. El cambio es inminente, el cambio siempre nos pilla tarde. El cambio nos arrolla.
Igual que uno nunca sabe cuándo se ha vuelto adulto, uno tampoco sabe cuál ha sido el momento en que el cambio le ha pillado tarde. Cuál ha sido el momento en que el cambio le ha arrollado, ha tirado abajo toda su estructura.
Del progreso, del cambio, de algo tan ambicioso como esto trata El cuarto mandamiento.
Una película profunda, compleja que se esfuerza en no ser difícil. Una película en que los personajes tienen cien aristas y mil complejos, donde el recién descubierto psicoanálisis se introduce en la trama con la sutileza de la pluma de Orson Welles. Una película en que las luces y las sombras penetran en los ambientes con unos ángulos y expresividad antes desconocidos. Una película acerca de la invención y del avance que aparece bajo la forma de la innovación permanente. Una película en que la vitalidad y el lento discurrir de lo pasado queda arrollada por el progreso.
Una película que creó progreso y sin embargo, fue arrollada por el miedo que da éste.
Se le puede llamar progreso, pero también se le puede llamar cambio. Y el cambio nos da miedo y al mismo tiempo, nos atrae. El cambio nos subleva y al mismo tiempo, nos eleva. El cambio lo prevemos y sin embargo, siempre nos pilla desprevenidos. El cambio es inminente, el cambio siempre nos pilla tarde. El cambio nos arrolla.
Igual que uno nunca sabe cuándo se ha vuelto adulto, uno tampoco sabe cuál ha sido el momento en que el cambio le ha pillado tarde. Cuál ha sido el momento en que el cambio le ha arrollado, ha tirado abajo toda su estructura.
Del progreso, del cambio, de algo tan ambicioso como esto trata El cuarto mandamiento.
Una película profunda, compleja que se esfuerza en no ser difícil. Una película en que los personajes tienen cien aristas y mil complejos, donde el recién descubierto psicoanálisis se introduce en la trama con la sutileza de la pluma de Orson Welles. Una película en que las luces y las sombras penetran en los ambientes con unos ángulos y expresividad antes desconocidos. Una película acerca de la invención y del avance que aparece bajo la forma de la innovación permanente. Una película en que la vitalidad y el lento discurrir de lo pasado queda arrollada por el progreso.
Una película que creó progreso y sin embargo, fue arrollada por el miedo que da éste.

7,4
43.588
9
24 de junio de 2009
24 de junio de 2009
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La obra seminal de la trilogía gala de Kieslowski es una experiencia para los sentidos. Todos ellos se unen a través de la vista y el sonido para regalar belleza. Una belleza de una profundidad sin par. Una belleza que puede animar a la reflexión o sólo a la vivencia, pero una belleza que siempre está ahí.
El terrón de azúcar mojado por el café hasta caer sobre él, desparramando el líquido. La cuchara que regala como espejo la imagen convexa de Julie. La anciana que trata denodadamente de reciclar la botella de cristal. La madre que vive los deportes de riesgo a través de la televisión. El pentagrama que es leído generando coros. La lámpara de piedras preciosas. El café dejado sobre el colchón, junto a la cabeza del amante.
Hay tantas imágenes de una belleza descomunal, tanta música nacida para epatar, que por más que el argumento y las intenciones sólo provoquen preguntas, la experiencia es inigualable.
El terrón de azúcar mojado por el café hasta caer sobre él, desparramando el líquido. La cuchara que regala como espejo la imagen convexa de Julie. La anciana que trata denodadamente de reciclar la botella de cristal. La madre que vive los deportes de riesgo a través de la televisión. El pentagrama que es leído generando coros. La lámpara de piedras preciosas. El café dejado sobre el colchón, junto a la cabeza del amante.
Hay tantas imágenes de una belleza descomunal, tanta música nacida para epatar, que por más que el argumento y las intenciones sólo provoquen preguntas, la experiencia es inigualable.

6,5
52.615
8
1 de febrero de 2010
1 de febrero de 2010
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
También un despido puede realizarse con dignidad. Con dignidad para el ejecutado, con dignidad para el ejecutor. Para la víctima y para el verdugo.
George Clooney lo demuestra en Up in the Air. A lomos de un avión se embarca en un viaje desde las nubes hasta el pozo. Desde la decisión hasta la acción. Su misión no puede estar más de moda: practicar despidos colectivos de forma individualizada. Si su destino está tan lejos de la empatía, su forma de realizarlo lo acerca hasta la comprensión.
Y el secreto es sólo uno: lo hace con dignidad. Con dignidad para el ejecutado, con dignidad para el ejecutor. La dignidad está en que se preocupa por la otra persona, trata de conocerlo, trata de afrontarlo, trata de darle una salida humana a un momento inhumano. La dignidad está en que sabe lo que se juega la otra persona. Y no lo esconde. Lo afronta con honestidad, con determinación, pero también buscando una nueva mirada.
En cada encuentro con sus víctimas, Clooney les hace mirar al futuro. Les hace enfrentarse al abismo que aparece. Pero ese abismo puede ser un lugar desde el que tirarse. Pero también puede ser una oportunidad para llevar la vida que hasta ahora no había llevado. Para ser quien no es. Para ser quien quiere ser.
La escena es un despido. Tiene toda la fuerza y la gravedad de una tragedia. Pero si se le aporta conocimiento del otro, si se le aporta una mirada hacia delante, puede devenir en otra cosa. No es lo mismo el final que el principio de algo. Clooney trata de encontrar siempre el principio. Por eso llega donde todo empieza.
Y empieza la dignidad del otro. Empieza el camino del otro. Empieza el autoconocimiento y la búsqueda de un nuevo destino. Y con esos pasos, se inicia un nuevo recorrido. Una nueva lucha contra uno mismo. Un nuevo trabajo en el que buscar la dignidad. Ese trabajo no es otro que buscar trabajo.
Lo bueno para las víctimas es que no están en España, están en Estados Unidos. Y por ello, todos tienen ayuda en ese camino. Tienen una empresa de outplacement que se va a encargar de que no sientan solos y abandonados. De mostrarles las posibilidades y las técnicas. De hacer que se acerquen cada día un poco más al objetivo. De aprender a ser alguien mejor. De aprender a ser valorados por las empresas como mejores. De recolocarse.
El mercado laboral español hoy es un clon del que retrata la película. Parece no haber salida. Sin embargo, mucha gente sin salida la está encontrando.
Gracias al outplacement, 5 de cada 6 personas se recolocan en menos de 4 meses. Gracias al outplacement, muchas empresas están consiguiendo hacer mirar a futuro, transformar tragedias en oportunidades. Gracias al outplacement, muchas empresas están consiguiendo ejecutar despidos con dignidad. Con dignidad para el ejecutado, con dignidad para el ejecutor.
George Clooney lo demuestra en Up in the Air. A lomos de un avión se embarca en un viaje desde las nubes hasta el pozo. Desde la decisión hasta la acción. Su misión no puede estar más de moda: practicar despidos colectivos de forma individualizada. Si su destino está tan lejos de la empatía, su forma de realizarlo lo acerca hasta la comprensión.
Y el secreto es sólo uno: lo hace con dignidad. Con dignidad para el ejecutado, con dignidad para el ejecutor. La dignidad está en que se preocupa por la otra persona, trata de conocerlo, trata de afrontarlo, trata de darle una salida humana a un momento inhumano. La dignidad está en que sabe lo que se juega la otra persona. Y no lo esconde. Lo afronta con honestidad, con determinación, pero también buscando una nueva mirada.
En cada encuentro con sus víctimas, Clooney les hace mirar al futuro. Les hace enfrentarse al abismo que aparece. Pero ese abismo puede ser un lugar desde el que tirarse. Pero también puede ser una oportunidad para llevar la vida que hasta ahora no había llevado. Para ser quien no es. Para ser quien quiere ser.
La escena es un despido. Tiene toda la fuerza y la gravedad de una tragedia. Pero si se le aporta conocimiento del otro, si se le aporta una mirada hacia delante, puede devenir en otra cosa. No es lo mismo el final que el principio de algo. Clooney trata de encontrar siempre el principio. Por eso llega donde todo empieza.
Y empieza la dignidad del otro. Empieza el camino del otro. Empieza el autoconocimiento y la búsqueda de un nuevo destino. Y con esos pasos, se inicia un nuevo recorrido. Una nueva lucha contra uno mismo. Un nuevo trabajo en el que buscar la dignidad. Ese trabajo no es otro que buscar trabajo.
Lo bueno para las víctimas es que no están en España, están en Estados Unidos. Y por ello, todos tienen ayuda en ese camino. Tienen una empresa de outplacement que se va a encargar de que no sientan solos y abandonados. De mostrarles las posibilidades y las técnicas. De hacer que se acerquen cada día un poco más al objetivo. De aprender a ser alguien mejor. De aprender a ser valorados por las empresas como mejores. De recolocarse.
El mercado laboral español hoy es un clon del que retrata la película. Parece no haber salida. Sin embargo, mucha gente sin salida la está encontrando.
Gracias al outplacement, 5 de cada 6 personas se recolocan en menos de 4 meses. Gracias al outplacement, muchas empresas están consiguiendo hacer mirar a futuro, transformar tragedias en oportunidades. Gracias al outplacement, muchas empresas están consiguiendo ejecutar despidos con dignidad. Con dignidad para el ejecutado, con dignidad para el ejecutor.

7,3
11.666
7
5 de mayo de 2009
5 de mayo de 2009
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El biopic musical es un subgénero en sí mismo. Y como todo subgénero, está sujeto a unas reglas muy escritas.
Ha de tratar al cantante con comprensión, con veneración, pero mostrando las consecuencias de sus actos. Ha de mostrarle en mil y un conciertos gozando de su arte. Ha de ofrecer todos los eventos biográficos de su vida.
Control es mejor biopic de Ian Curtis cuanto más se aleja de estas reglas. Si hubiera seguido las enseñanzas del propio creador de Joy Division hubiera buscado la tristeza poética en sus formas y en su ente, y no en sus acontecimientos.
Por ello, lo mejor de la peli está cuando no se plantea narrar su vida, sino simplemente ofrecerla. Hay verdadera vida en su prólogo cuando conoces y predices a Ian Curtis en un solo plano, en una sola calada, en una sola mirada. Ese plano, esa calada, esa mirada basta para saber todo lo que viene después. La autotortura, la culpa, la ansiedad por ser normal cuando es imposible que lo sea ya está tratada, ya está justificada, no hace falta ahondar en ella. Y a veces, Corbijn trata de hacerlo. Y trata de hacerlo recurriendo a los acontecimientos: a su boda, al nacimiento de su hijo, a su infidelidad, a su enfermedad.
No era necesario. Lo que importa es lo que sale de su boca, esa poesía maldita que te envuelve y te hace más bella la tristeza, más poderosa la fealdad, más inteligible el mundo interior en el que habita. Esos momentos los logra de dos formas: una es muy clara, y no es mérito suyo: son sus canciones, simplemente sublimes. La segunda sí es mérito del director: son sus actores. El trabajo de Samantha Morton es extraordinario, sincero, profundo, verdadero.
La actuación de Sam Riley es otra cosa. Es otro nivel. No es actuación, es asunción. No es personaje, es personalidad. No es recreación, es creación. Su interpretación tiene tal carisma, tal fuerza, tal verdad que ya desde la primera escena, lo comprendes, lo veneras, conoces todas las consecuencias de sus actos. No necesitas saber nada más de él porque todo está en su mirada, en sus silencios, en sus actos siempre a contracorriente de un tipo que simplemente quería ser corriente.
Ha de tratar al cantante con comprensión, con veneración, pero mostrando las consecuencias de sus actos. Ha de mostrarle en mil y un conciertos gozando de su arte. Ha de ofrecer todos los eventos biográficos de su vida.
Control es mejor biopic de Ian Curtis cuanto más se aleja de estas reglas. Si hubiera seguido las enseñanzas del propio creador de Joy Division hubiera buscado la tristeza poética en sus formas y en su ente, y no en sus acontecimientos.
Por ello, lo mejor de la peli está cuando no se plantea narrar su vida, sino simplemente ofrecerla. Hay verdadera vida en su prólogo cuando conoces y predices a Ian Curtis en un solo plano, en una sola calada, en una sola mirada. Ese plano, esa calada, esa mirada basta para saber todo lo que viene después. La autotortura, la culpa, la ansiedad por ser normal cuando es imposible que lo sea ya está tratada, ya está justificada, no hace falta ahondar en ella. Y a veces, Corbijn trata de hacerlo. Y trata de hacerlo recurriendo a los acontecimientos: a su boda, al nacimiento de su hijo, a su infidelidad, a su enfermedad.
No era necesario. Lo que importa es lo que sale de su boca, esa poesía maldita que te envuelve y te hace más bella la tristeza, más poderosa la fealdad, más inteligible el mundo interior en el que habita. Esos momentos los logra de dos formas: una es muy clara, y no es mérito suyo: son sus canciones, simplemente sublimes. La segunda sí es mérito del director: son sus actores. El trabajo de Samantha Morton es extraordinario, sincero, profundo, verdadero.
La actuación de Sam Riley es otra cosa. Es otro nivel. No es actuación, es asunción. No es personaje, es personalidad. No es recreación, es creación. Su interpretación tiene tal carisma, tal fuerza, tal verdad que ya desde la primera escena, lo comprendes, lo veneras, conoces todas las consecuencias de sus actos. No necesitas saber nada más de él porque todo está en su mirada, en sus silencios, en sus actos siempre a contracorriente de un tipo que simplemente quería ser corriente.
Más sobre mato
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here