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J C
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Críticas 76
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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28 de noviembre de 2012 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Había leído y escuchado críticas muy halagüeñas sobre la nueva película del agente 007, y tras los sucesivos fiascos de las anteriores entregas iba con el ánimo predispuesto a reencontrar si no por completo, al menos a una parte de lo que fue aquel mito de mi adolescencia. Creo que los productores se perdieron una ocasión importante de hacer algo con calidad cuando acometieron la adaptación de la primera novela de Ian Fleming, “Casino Royale”, cuya ausencia en la serie y banal excusa para una comedieta satírica sigo hoy sin explicarme.
Ahora que estoy leyendo las novelas de Bond, en un ejercicio de interés antropológico y quizá de cierta nostalgia por lo que pudo ser y no fue el personaje, me pregunto también por qué los creadores del agente británico no fueron más fieles al modelo literario. Pero en fin: quizá nos estamos apartando ligeramente del filme que nos ocupa, aunque tampoco esté de más bucear un poco en las raíces.
Debo señalar que las expectativas sobre la nueva película de 007 no se han cumplido, y si bien es cierto que los guionistas se lo han currado un pelín más que en las anteriores, el Bond que interpreta Daniel Craig me sigue resultando excesivamente frío, sin el glamour y la elegancia que tenían sus predecesores y cuyo máximo exponente es Sean Connery. Quizá era eso lo que nos gustaba de Bond, amén del rito que suponía visionar cada una de sus películas: el prólogo que introducía la trama, el encargo de la misión por parte de EME (lo siento, no me gusta su encarnación femenina) y posterior flirteo con la encantadora Moneypenny, la aventura... Todos esos detalles han desaparecido y tampoco los he hallado en esta nueva entrega.
Aunque Sam Mendes ha intentado aportar su sello a la película, toda ella está impregnada de un forzado barniz de modernidad que la vuelve artificiosa a ratos y carente de esa elegancia a la que me refería antes. Una modernidad que se prolonga hasta la banda sonora, haciéndola realmente insoportable en algunos momentos. Y como todo el mundo habla de la interpretación de Javier Bardem metido en la piel del villano de turno, pues vale, no eludiré el asunto: el actor español cumple en el papel un tanto caricaturesco que ejecuta, pero ya está.
¿Por qué Bond no puede ser un personaje de otra época? ¿Por qué ese empeño en trasladarlo al presente y convertirlo en una máquina de guerra? Quizá sería bueno adaptar ahora alguna de aquellas novelas de Fleming y ver qué ocurre; quizá sería interesante recuperar a aquel agente del pasado. Mucho me temo que de seguir por la senda actual se vuelva a incurrir en más de lo mismo y los nostálgicos de la serie no quedemos satisfechos.
J C
28 de mayo de 2012 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La de Robert Guédiguian es una filmografía asentada sobre la honestidad y el interés por hacer películas sencillas y directas, de ésas que cuentan las cosas sin atajos ni puertas falsas. Fiel a un equipo que le ha ido acompañando obra a obra (con la única excepción de Presidente Miterrand), y a una ciudad que sirve de fondo a sus historias, Marsella, Guédiguian hace películas como quien se asoma a lugares que no por comunes resultan carentes de interés.
En Las nieves del Kilimanjaro, título que el realizador galo toma de un poema de Víctor Hugo, un suceso fortuito y violento sirve para despertar las conciencias, para hacer que el protagonista de la historia, un sindicalista de toda la vida que acaba de perder su trabajo, se cuestione determinadas cosas en las que hasta ese momento no había reparado.
Menos afilada que otros trabajos anteriores de Guédiguian, la película transita con acierto por la línea que separa la comedia del drama, apuntando hacia un horizonte buenrollista y utópico que la hace muy accesible para un público deseoso de pasar un buen rato y con pocos sobresaltos. Es también de destacar que la mirada de Guédiguian no aísle a buenos y malos, sino que retrate a los personajes en todos sus matices: los que se suponen íntegros son capaces de perder los papeles en un momento determinado y quienes se han torcido son capaces de albergar buenos sentimientos.
Y mucha atención a un camarero que aparece en un par de secuencias de la película, uno de esos secundarios de lujo que de pronto se convierten en protagonistas merced a una línea de diálogo bien escrita y a un certero trazo de guión.
J C
30 de agosto de 2011 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizá el problema de Un cuento chino sea su ritmo un tanto cansino, demorado a veces en una narración excesivamente ralentizada que hace que la película no se siga con el interés adecuado. No obstante, también es cierto que las virtudes del filme radican sobre todo en ofrecer un retrato de la incomunicación y especialmente de un hombre, el personaje que interpreta Ricardo Darín, cuyo mundo solitario y hermético se ve de pronto alterado por la irrupción de un ciudadano chino que le obliga a comportarse de un modo en el que hasta ahora no lo ha hecho.
A pesar de su densidad y de que adolece de cierta falta de originalidad (no hace mucho pudimos ver la francesa Wellcome, con un planteamiento similar aunque mucho más dramática y superior en calidad), Un cuento chino se ve con agrado, sobre todo gracias a la poderosa interpretación de Ricardo Darín, cuya sobriedad consigue sostener una película que de otro modo quizá hubiera naufragado debido a sus carencias.
Darín vuelve a demostrar su calidad interpretativa y su extraordinaria capacidad para mimetizar personajes, pisando con firmeza la línea que separa lo cómico y lo dramático y saliendo siempre airoso de la hazaña. Mención aparte merece también la actuación del chino Huang Sheng Huang, cuya credibilidad no deja lugar a dudas.
Una fábula, en suma, sobre la soledad y la incomunicación (no sólo idiomática) que podría haber dado más de sí y que se queda en un mero entretenimiento sin mayores méritos.
J C
28 de febrero de 2011 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Darren Aronofsky retoma con Cisne negro la línea de sus primeros trabajos (Pi, Réquiem por un sueño), interrumpida en la ambiciosa pero fallida La fuente de la vida y la correcta El luchador. El cineasta neoyorquino regresa, pues, a esa estética un tanto ampulosa y de imágenes impactantes para narrar el proceso de autodestrucción de una bailarina mientras prepara un ballet inspirado en El lago de los cisnes.
Creo sinceramente que lo que más le interesa a Aronofsky es este último asunto, el del mundo de la danza, en especial sus aspectos más miserables y oscuros, y es ahí donde radica el mayor acierto de la película. La historia paralela de la protagonista, en busca de su identidad y vampirizada por una madre posesiva que trata de revivir en ella lo que no logró ser, nos suena a ya visto, por mucho que Aronofsky despliegue su maquinaria de fuegos artificiales para intentar convencernos de lo contrario.
Cisne negro tiene en esa “segunda película” resonancias de La pianista, de haneke, y del Polanski de Repulsión, pero sin la sobriedad de estos cineastas. Aronofsky prefiere el efectismo, y lo que en sus primeras películas podía ser aceptable aquí se troca en exceso, aún más disparatado en su tramo final. Es de destacar la brillante interpretación de Natalie Portman, cuyo notable trabajo de absorción del personaje trasciende lo exagerado de la propuesta. Al fin y al cabo, sobre ella gravita toda la película y, consciente de ello, Portman nos muestra la grandeza de una actriz que se ha sabido mover con soltura entre el cine comercial y el independiente, sin perder un ápice de su talento interpretativo.
J C
20 de febrero de 2011 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya en la primera versión de “Valor de ley”, dirigida en 1969 por Henry Hathaway y protagonizada por John Wayne, se ofrecía la visión de un Oeste crepuscular, donde pistoleros y forajidos habían pasado a ser prácticamente meras reliquias, raras avis en un territorio cada vez más industrializado y cambiante. El cine ibatomando nota de esa transformación y daba cuenta, con cierta nostalgia y planos agridulces, de lo que estaba sucediendo.
En el “remake” de la obra de Hathaway, dirigida por los hermanos Coen, éstos han optado por mantener el espíritu de su predecesora, acentuando aún más el tono crepuscular de aquélla y dibujando un Oeste violento y árido, donde el lenguaje de las pistolas parece ser el único posible cuando la Ley no satisface las expectativas de quienes han sufrido en carne propia la furia irracional del revólver. Los hermanos Coen no sólo han respetado la esencia de la película anterior, sino que la han hecho suya agregando detalles,suprimiendo otros y dotando al filme de su propia concepción del western, territorio que ya bordearon de alguna manera en “Fargo” y “No es país paraviejos”.
En cuanto a las interpretaciones,Jeff Bridges recoge el testigo de John Wayne con la solvencia que caracteriza a un actor de raza, mientras que la jovencísima Hailee Steinfeld realiza un excelente trabajo que ya le ha valido una merecida nominación al Oscar. “Valor de ley” es la historia de una venganza, el retrato de unos seres salidos casi de contexto que transitan por un Oeste desleído y un tanto anacrónico donde silban el viento y las balas y crepitan las hogueras. Notable ejercicio de estilo de unos cineastas que, aunque con altibajos en su filmografía, tienen en su haber películas inmensas que forman parte de lo mejor del cine contemporáneo.
Siendo, como digo, respetuosos con la película de Hathaway, aunque en ambos casos se trata de la adaptación al cine de una novela (lo cual se presta a diversas lecturas), los autores de “El gran Lebowski” han preferido acercarse más al Oeste de Peckinpah o Boetticher, o al Liberty valance de John Ford, para dar la visión de un Oeste menos mítico, más descarnado e inhóspito.
J C
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