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Críticas 65
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
9 de agosto de 2020 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1979 y 1980 tuvo lugar el llamado “éxodo de Mariel”, mediante el que exiliados cubanos en Miami pudieron acercarse al puerto cubano de Mariel para embarcar rumbo a Estados Unidos a familiares y amigos que desearan abandonar la isla. Fidel, no obstante, obligó a los dueños de los barcos a que también se llevaran a numerosos presos comunes que quería quitarse de en medio.
La película sigue los pasos de uno de esos reclusos que llega a Florida, Toni Montana, capaz de manejarse con gran soltura entre los bajos fondos de su nueva ciudad, y sumamente ambicioso: “Me merezco el mundo entero, y todo lo que contiene”.

VALORACIÓN
Ya que el anzuelo esencial que me llevó a ver ‘El precio del poder’ fue mi buen recuerdo de la original ‘Scarface’, qué menos que recordar lo que tenía apuntado sobre la obra homenajeada por Brian De Palma (expresamente, en los créditos se la dedica a Howard Hawks y Ben Hecht, director y guionista de aquella cinta de los años 30): .Quien llevó el género de gangsters a su culminación fue Howard Haws con ‘Scarface, el terror del hampa’ (1932), en la que filmaba una biografía próxima a la del mítico Al Capone, con Tony Camonte como alter ego. Los diversos episodios absolutamente impresionantes de su metraje, desde los asesinatos en el hospital, la bolera o el despacho de Lovo hasta la espectacular concatenacón de visitas a los garitos de los rivales en la zona sur de la ciudad, otorgaron a ‘Scarface’ la consideración de ‘himno a la metralleta triunfante’. Un apelativo al que parece homenajear con la expresiva elipsis en la que las hojas del calendario vuelan bajo una ráfaga. La obra de Hawks alcanza altas cotas en varios aspectos cinematográficos, desde el técnico (con el destacadísimo plano secuencia que abre la película y su constante movimiento de cámara, que permite a los actores moverse libremente sin que el espectador les pierda la pista) hasta el expresivo (con el último bolo que se tambalea y termina cayendo o el mutante empleo del rótulo ‘el mundo es tuyo’ como ejemplos maestros). Durante sus 90 minutos de metraje, ‘Scarface’ va soltando escenas memorables para que cada cual elija por cuál decantarse (personalmente, me quedo con la del ajusticiamiento de Lovo, que me parece una colección de momentos brillantes: la expresión facial de Camonte, el silbido anunciador, el puñetazo a la placa en la puerta, la absurda renuncia a Poppy del antiguo jefe…)”.

La responsabilidad de refilmar una película tan prestigiosa cincuenta años después era sumamente exigente, de ahí que a cargo de la nueva versión no estuvieron dos tuercebotas, ni mucho menos: Brian de Palma tras la cámara, y Oliver Stone como guionista. Las comparaciones siempre son odiosas, y con cinco décadas de avances técnicos y de cambios sociales de por medio, aún más. Pero el valiente dúo sale bien parado de tan osado reto.

En la cumbre de lo que valoro de la película está, sin duda, la actuación de Al Pacino. Veo que ganó el Globo de Oro de aquel año, pero no estuvo ni nominado a los oscars… Inconcebible. Creo que borda el personaje durante todo el metraje, a lo largo del cual le vemos atravesar situaciones vitales y momentos mentales no ya distintos, sino incluso contrapuestos. Y de todos ellos sale bien librado, tanto de las peripecias exitosas como de las difíciles-dramáticas-estentóreas-trágicas.

Además de a su actor protagonista, he de mostrar también mi reconocimiento hacia otros elementos de la cinta: la atmósfera que hay que retratar es siempre extrema, momentos negros o blancos sin espacio para grises, y cuando la exigencia narrativa es tan virulenta, el riesgo de no resultar natural en algún pasaje es continuo, pero el director sale indemne en todo momento; la violencia intrínseca a la historia también me parece muy bien filmada, ya que nunca se rehúye, pero tampoco la encuentro gratuita, y además los estallidos están siempre muy bien contextualizados (por cierto, creo que ya sé en qué se inspiró un mitómano como Tarantino para idear la secuencia de ‘Pulp fiction’ en la que Travolta le vuela la cabeza en el coche al pobre chico negro); uno de los aspectos que menos me agradó de la ‘Scarface’ original fue la parte de la trama que aludía a la relación entre Cramonte y su hermana, y sin embargo en esta versión modernizada asisto a las escenas de ese hilo sin perder en ningún momento el interés; igualmente, me parece que el clímax final de De Palma alcanza cotas narrativas más brillantes que el de Hawks, sin duda favorecido por las posibilidades técnicas de los 80 para retransmitir un tiroteo de tal dimensión.

Con muy buen sabor de boca, en fin, transito por la reformulación de aquella gran película. Actualizar una historia tan específica de tiempos de ley seca y eclosión del fenómeno mafioso no era ni mucho menos tarea sencilla, pero la pluma de Stone y la cámara de De Palma superan el desafío con brillantez, y manteniendo además un gran respeto por el espíritu de la obra original (la doble aparición del cartel de “El mundo es tuyo” resume perfectamente ese esfuerzo por respetar la memoria de la obra homenajeada).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En esta ocasión, la acción transcurre en Miami, a donde acaba de llegar una numerosa colonia procedente de Cuba, tanto desde las calles como desde las prisiones de la isla. La secuencia inicial, en la que conocemos a nuestro protagonista, nos pone eficaz y brillantemente en situación. Sintonicé con el personaje de forma inmediata, en cuanto le hace el primer chascarrillo a su interrogador, evidenciándole que habla inglés perfectamente. No asistimos a una opertura técnica y cinéfilamente impactante, como la de Hawks, pero el arranque de De Palma es igualmente brillante. Como los agentes de la aduana no tragan las patrañas de Montana, nuestro protagonista da con sus huesos en una especie de CIE florido, o quizá incluso en un Lesbos bañado por el sol del Caribe. En ese escenario tiene lugar una primera escena de gran potencia, que permite a Montana llegar a Miami a costa de la salud del señor Rebenga (el coro de “libertad, libertad” que pone banda sonora a la secuencia, en castellano en la versión original, me heló la sangre).
Aunque han conseguido salva el muro (la historia humana se repite mucho más de lo que queremos admitir, y en estos tiempos de mimetización de antiguos tics autoritarios-fascistoides, eso da bastante miedo), Toni y su fiel colega Manny no viven precisamente el sueño americano, fregando platos en un antro de mala muerte. Son, así, carne de cañón para que miembros del hampa de Miami les engatusen, encomendándoles encargos con una pésima relación entre riesgo y beneficio. No contaban los malotes de Miami con la determinación y el culo pelado de que hace gala Montana en ese apartamento en que una sierra mecánica nos va a poner los pelos de punta.
Tras salir vivo para contarlo de semejante trance, nuestro héroe inicia un proceso de auge y caída, recurso muy manido a lo largo de la historia del cine, pero que De Palma y Stone saben narrarnos de manera poderosa. El respeto de guionista y director por la obra original se deja traslucir una y otra vez, ya que la contemplación de esta versión actualizada me sirvió perfectamente para ir recordando sobre la marcha secuencias de ‘Scarface’ que no recordaba conscientemente, pero que estaban perfectamente archivadas en mi disco duro mental.
17 de mayo de 2020 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
- ¿QUÉ?
Jaques, un escritor parisino gay, viaja a un pueblucho francés para participar en un acto literario que no le motiva especialmente, y allí tiene un rifi rafe con un guapete chaval autóctono. El asunto no tendría mayor recorrido de no ser porque el muchacho, Arthur, se presenta por sorpresa en París para pasar unos días.

- ¿QUÉ TAL?
A gusto.
Aclararé, en primer lugar, que me topé con una historia alejada de los parámetros que me había presupuestado tras leer la sinopsis y ver el trailer en su momento. Vi una obra menos literaria, reflexiva y reposada de lo que esperaba, con un tono más expresionista del que me figuraba... En ocasiones, un cambio de paradigma como éste puede ser suficiente para arruinar mi disfrute. En este caso no llegó a tanto, aunque desde luego afectó. Pero encontré suficientes recompensas como para concluir el visionado con paladar agradecido.
El escritor parisino que centra nuestra atención de salida vive deprisa, tal y como reza el título, pero tengo más discrepancias al respecto de si ama despacio. Es un hombre que supura desengaño, que está más de vuelta que de ida. Sospechamos, sin que se nos exponga con nitidez, que tiene sus motivos físicos para ello.
De lo que no podemos acusarle es de estar cerrado sobre sí mismo, de enrocarse para afrontar la situación que intuimos. Su salud no lo sabemos, pero su lívido es fuerte y vívida. Así es como, pese al supina escepticismo con que afronta un viaje a provincias por trabajo, se topa con ese joven y descarado Arthur.
El simplemente frugal episodio adquiere nueva dimensión cuando el impulsivo mozalbete se planta en la gran urbe, e invade el espacio más personal de Jaques, por el que orbitan ese periodista veterano, o ese ex novio moribundo. Los días que comparten nuestros particulares tortolitos de ahí en adelante me provocan altibajos de interés y placer; por momentos, me subyugan algunas estampas, determinadas situaciones; pero también hay otras que me resultan superfluas, y algunas incluso un poco molestas. Por cantidad y densidad, en todo caso, se imponen las primeras.
Arthur vuelve a su pueblo, con sus líricos amigos, y entramos así en el tramo final, nunca mejor dicho. La potencia narrativa crece exponencialmente en los últimos minutos, y ante la prueba del algodón el señor Honoré da lo mejor de sí, y eleva claramente mi valoración definitiva sobre su propuesta.
21 de abril de 2025 Sé el primero en valorar esta crítica
ARGUMENTO
Hay un tipo que, urbanamente vestido, deshidratado y con cara de loco, deambula por el desierto de Arizona, hasta caer desvanecido en el lúgubre bar de una estación de servicio en el culo del mundo. El extraño personaje porta un papel con el contacto de su hermano, al que avisan para que acuda a buscarlo, tras cuatro años sin saber de él. ¿Por qué se esfumó? ¿Qué dejó atrás?

¿POR QUÉ LA ELEGÍ?
‘París, Texas’ llevaba mucho tiempo en mi lista de deseos. Obviamente, las actuales facilidades platafórmicas me habrían permitido verla en el salón de mi casa, pero una película mítica como ésta debe verse por primera vez en el cine.
Por tanto, no elegí ver ‘París, Texas’, sino que hace ya un par de meses se me hizo la boca agua cuando leí que iba a reestrenarse, remasterizada con motivo de su 40 aniversario.

DESDE MI PUNTO DE VISTA
No puedo empezar estas líneas sino con un mohín compungido, vertiendo de antemano mis disculpas por atreverme a escribir sobre una de esas películas sobre las que ya se ha dicho todo.

Aclararé, no obstante, que hay una buena razón que justifica mi osadía. Y es que me inscribí para este primer semestre de 2025 en un curso sobre visionado y análisis cinematográfico, y una de las tareas que debo acometer es hincarle el diente con máxima profundidad a una película de mi elección. Andaba pensando por cuál decantarme cuando me enteré del reestreno en salas de ‘París, Texas’, y lo consideré una señal. Por supuesto, la vi en el fin de semana del 28-29-30 de marzo, cuando llegó a los cines. Pero preferí dejarla reposar un tiempo en mi cabeza antes de empezar a desentreñarla. Y como, aprovechando mi Semana Santa en Barcelona, tuve la oportunidad de volver a verla en los Verdi, me parece que un primer paso para emprender mi trabajo académico es perpetrar una de estas críticas que, como nadie me pide, puedo estructurar a mi libre albedrío.

Estoy teniendo el cuajo de disertar sobre ‘París, Texas’, pero quiero conservar ciertas dosis de modestia, y por tanto no voy a pretender un análisis profundo, al menos aquí y ahora. A mi profesora tendré que prepararle algo más elaborado, pero este primer boceto no va a ser sino un volcado de los apuntes que, subrepticiamente, fui tomando durante el segundo visionado. Aclararé que: los tomé con papel y boli, para no iluminar ninguna pantalla; y que en mi fila del cine no me acompañaba nadie, así que no causé ninguna molestia. Prometido.

“Ry Cooder para empezar”. Ése fue mi primer apunte, y es que resulta imposible no entrar con buen pie en ‘París, Texas’ teniendo en cuenta que la primera escena la ves bajo el embrujo del slide guitar de Ry Cooder, una de esas canciones que están en tu playlist mental aunque no lo sepas.

“Sonríe por primera vez, pero inmediatamente se le congela la expresión”. Harry Dean Stanton es el protagonista absoluto de la película, copando casi todas sus escenas en la piel de Travis. Sin embargo, transcurre casi media hora de metraje hasta que le oimos hablar, en una de las mayores originalidades del guión de Sam Shepard. Antes incluso de manifestarse, le sonríe por primera vez a su hermano, y tenemos la sensación de que va volviendo a este mundo. En todo caso, la sonrisa se le petrifica cuando Walt le relata que él y su mujer han criado durante estos cuatro años a Hunter. Se entera así de que Jane abandonó a su hijo. Y unas lágrimas extinguen súbitamente su risueña expresión.

“París, su primera palabra”. Efectivamente, eso es lo primero que pronuncia Travis, como respuesta al hartazgo de su hermano contra su silencio. Digamos que el protagonista ejerce como tal, y nos aclara a qué responde el título de la película. Y entendemos por qué hay una coma, y no un guión, entre las dos ciudades.

“Dolor al ver el Super 8”. Uno de los puntazos de la película es que tardamos mucho, pero mucho, en obtener respuesta a la pregunta que nos martillea desde el principio, sobre por qué Travis se marchó dejando tantas cosas atrás. La incomprensión incluso se nos multiplica cuando Walt le muestra una película que grabó en Super 8 como testimonio de unos días en común entre las dos parejas. Lo que no nos pasa desapercibido, desde luego, es el dolor que dobla a Travis cuando tiene ante sí a esa Jane increíblemente bella, que parece adorarle a él y ser una madre amorosa para con su hijo.

“Se convierte en padre”. Con ese apunte resumí, en la oscuridad de la sala de cine, la hondura de la secuencia en la que vemos a Travis poner remedio a su inicial fracaso recogiendo a Hunter del colegio. Primero alcanza la dignidad necesaria gracias a la ayuda de la divertidísima empleada doméstica de su hermano, y luego se vale de esa dignidad para que su hijo le siga la corriente, marcha atrás y marcha adelante, hasta el momento en que un mero cruce de la calzada se convierte en un rubicón mucho más trascendente. Travis y Hunter se convierten, de verdad, en padre e hijo.

“Todo se ve más claro desde las alturas”. Solo bajo esa premisa interpreto la decisión del director de que Travis tenga claro que debe ir en busca de Jane precisamente cuando está ayudando a Walt en su trabajo allá arriba, en lo alto de una valla publicitaria. “No tengo miedo a las alturas, sino a caerme”, le explica con sorna. Pero la altitud le despeja la mente, y es en ese momento cuando decide abandonar Los Ángeles para ir a Houston en busca de su redención.
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spoiler:
“Mutis en silencio de Walt y Anne’. Los miedos de Anne acaban de cristalizar; Hunter se ha ido, y ante su súplica de que vuelva, le ha colgado el teléfono. Entra en juego en este momento esa sutileza que es marca de la casa Wenders, y vemos como Walt y Anne se despiden de la película sin decir una sola palabra. Sabemos que les espera un arduo porvenir, porque Hunter daba sentido a su familia. Pero su mutis por el foro es de una elegancia magnífica, sin el menor estrépito.

“Demoledor mensaje”. No se me ocurre otra manera de calificar la grabación que Travis le deja a su hijo. Uno de los momentos más impactantes de una película que encara su tramo final, en el que se nos vienen encima emociones de alto voltaje. El anuncio de despedida de un padre para con su recién recuperado hijo no es más que el comienzo de lo que nos espera.

“La incomunicación, una idea-fuerza en el cine de Wenders”. A Jane no le puede dejar un mensaje grabado, ha de transmitirle de viva voz, aunque sea en un contexto tan sórdido como el garito de las cabinas en que ella se gana la vida. Pero Travis hace gala de sus taras comunicativas, y se obliga a sí mismo a darse la vuelta. No es capaz de verla mientras se desenmascara, solo dándole la espalda reúne el valor suficiente. Exactamente igual que, luego, hace ella. Tenemos así de manifiesto uno de los leits motivs del estupendo cine de Wenders, especialista en retratar a personajes magullados, víctimas de su incapacidad para comunicarse con sus seres más anhelados.

“Se aclara el misterio”. Han pasado más de dos horas, y es en un contexto tan poco propicio como un putiferio acristaldo, con un teléfono como imprescindible mensajero, cuando se nos resuelve finalmente el misterio de por qué Travis rompió con todo, y prefirió guarecerse en el inhóspito desierto antes que continuar con su vida. Un hombre celoso, una madre frustrada. Una historia muy común, pero que nuestros protagonistas llevan a su paroxismo, entre otras razones por la generosidad que ambos destilan: él, que prefiere quitarse de en medio cuando se da cuenta de que es incapaz de hacer feliz a su amada; y ella, que asume la infelicidad que le espera, pero la da por buena con tal de brindar a su hijo mejores perspectivas.

“Every man has your voice”. Si la película ha sido todo un viaje, sus últimas escenas la elevan a esa categoría de leyenda que merecidamente ha alcanzado. Primero, con esa aseveración de Jane, que pese a todo lo vivido le pide a Travis que no se vaya, algo solo comprensible merced a su confesión de que oye su voz en la de todos los hombres que escucha al otro lado del cristal. Luego, con el reencuentro madre-hijo, emocionante hasta el límite pese a que ella no pronuncie una sola palabra. Y, al final, con ese derroche visual, el enésimo de Robby Muller, en el que vemos a Travis en el aparcamiento del hotel, antes de volver a perderse. ¿A dónde irá?, nos preguntamos con congoja. ¿Qué va a ser de su vida?

Y salimos del cine con el corazón encogido, sí, pero con el alma cinéfila maravillosamente reconfortada.

https://alliayeraquiahora.wordpress.com/2025/04/20/critica-de-cine-paris-texas/
29 de diciembre de 2024 Sé el primero en valorar esta crítica
ARGUMENTO
Un fotógrafo que trata de ganarse la vida convenciendo a transeúntes para dejarse retratar por unos céntimos cae rendidamente enamorado de una trabajadora de una agencia de noticias. Para intentar acercarse a ella, se hace pasar por operador de cámara, y pide empleo en la agencia. Por muy patán que sea como cameraman, y por muy difíciles que se le pongan las cosas, no va a cejar en su empeño…

¿POR QUÉ LA ELEGÍ?
La de navidades es una de las varias escapadas anuales que hago a Barcelona. Cuando vengo, trato de aprovechar las múltiples opciones que ofrece esta maravillosa ciudad, y una de ellas es su todavía estimable oferta de cine en versión original (aunque también, como en todos los sitios, van cayendo cines…). Repasando la cartelerea, vi que la Filmoteca de Catalunya programaba esta joya de Buster Keaton, uno de los genios de la historia del cine a quien, para mi vergüenza, aún no había catado. Y, evidentemente, saqué mi entrada.

DESDE MI PUNTO DE VISTA
Rara vez escribo sobre películas antiguas, y aún más extraño es que me atreva con mitos de la historia del cine. Hago estas críticas para mí, para disfrutar la escritura ahora, y para tener un buen almanaque que rememorar con el tiempo. Pero, aún y todo, siento cierto rubor al emitir juicios de valor sobre obras maestras ante las que simplemente debería arrodillarme.

Si, dicho esto, estoy osando peroratar sobre ‘El cameraman’ es para ponerle rúbrica a estos días de nadal barcelonesa que ya se me acaban. No suelo programarme los eventos culturales antes de venir, porque sé que voy a tener siempre dónde elegir, y me encanta amanecer cada mañana con todas las perspectivas abiertas. De hecho, un rato muy gozoso es el de repasar la agenda cultural del día, y seleccionar a qué planes voy a apuntarme. En estos cuatro días, he salido a 2 ó 3 eventos por día, y sobre todo me vuelvo con dos satisfacciones: haber descubierto la sala Jamboree, y sus conciertos de jazz-soul que con toda seguridad repetiré (extraordinario el que ofrecieron Ignasi Terraza Trío & Joe Pisto & María Pascual); y el ramillete de leyendas del cine de quienes he podido disfrutar en pantalla grande.

El primer día, gracias a la sala Maldá, fui huésped de ‘El apartamento’ de Billy Wilder. Al día siguiente, la Filmoteca me invitó a unas ‘Fresas Salvajes’, servidas por Ingmar Bergman. El tercero en desfilar fue Frank Capra, que se pasó por la Phenomena con su ‘¡Qué bello es vivir!’. Y para la cuarta y última tarde me esperaba ‘El Cameraman’ de Buster Keaton, nuevamente en la Filmoteca. Difícil sacar más partido cinéfilo a tan corta estancia.

Varias veces en los últimos tiempos he barajado proyectar en mi cine de salón ‘El maquinista de la general’ para saldar mi deuda con este mito del cine mudo a quien no le había dedicado un solo visionado. Sin embargo, otras propuestas terminaban ganando la partida, y está claro que eran maniobras del karma, que deseaba que mi primera vez con Keaton fuera en pantalla grande.

Una hora y 20 minutos después, solo puedo pedirte perdón, Buster.

Y es que ‘El cameraman’ es una puta maravilla, capaz de hacerme disfrutar obscenamente cuando está a punto de cumplir un siglo. En ese sentido, aún le otorgo más valor después de haber visto estos días ‘¡Qué bello es vivir!’, ya que reflexionando sobre ella trataba de defender su anticuadísimo espíritu en base a que pronto se cumplirán 80 años desde su estreno. Y no, ésa no es excusa. La obra de Keaton es dos décadas más vieja, y 30 veces más moderna. Hay películas que triunfaron en los 90 y que vistas ahora están acartonadísimas, y sin embargo ‘El cameraman’ provoca en el espectador del siglo XXI y cuarto las mismas sensaciones que debió causar en el público que comenzaba a conocer el cine sonoro.

No había visto ninguna película suya, pero sí había leído sobre Buster, y conocía de sobra su apelativo de ‘cara de palo’. Pese a que no se un arma arrojadiza para despreciarle, tras verlo en acción por primera vez me siento en la obligación de desmentir el estereotipo. No estamos ante un prodigio de las muecas, pero sí ante un rostro perfectamente expresivo. Sin apenas variar su rictus, es capaz de transmitirnos su amor apasionado, su vergüenza, sus intenciones perniciosas, su humildad, su entusiasmo… De Keaton siempre había leído loas a su capacidad física, y sin duda estaban justificadas, como he comprobado viéndole caer del autobús, pelearse en el vestuario más concurrido de todos los tiempos, hacer el maula en un vacío estadio de baseball, o convertirse en la pesadilla de un policía grande y torpe. Pero me declaro fan también de su gestualidad facial, transmisora hasta el extremo pese a su gran economía.

A diferencia de mi virginidad con este monstruo, tengo muy avanzada la filmografía de Chaplin, a quien idoloatro. Cuando he hecho proselitismo del gran Charlot, he argumentado que le puedes poner una de sus películas a un niño de nuestro tiempo, y le verás reír como reían sus pares de hace muchas décadas, y lo mismo dará si el infante es español, neoyorkino o africano. Desprecintada la obra de Keaton, le incluyo en la misma casilla, ya que me ha recordado a Chaplin en todo lo bueno. A nivel slapstick, creo que incluso le supera, pero también he encontrado paralelismos en sensibilidad y encanto. Lo que no entiendo es por qué un genio de su envergadura no fue capaz de adaptarse al cine sonoro, como sí hizo su compadre británico pese a su escepticismo inicial.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Las buenas sensaciones que me estaban acompañando durante todo el visionado de ‘El cameraman’ no decaen al final, todo lo contrario. Me resulta especialmente gracioso ese último desfile que el camarógrafo cree en su honor, pese a que el homenajeado era Charles Lindbergh. Pero si me tengo que quedar con un plano de la película, y sé que no voy a ser original, es con la que culmina la secuencia de la playa. No soy fácil de impactar, y menos aún de emocionar. Pero ese giro de cámara que nos descubre al cameramonkey me parfece un momentazo inolvidable, un fogonazo cinéfilo de primera magnitud. Me resbalaron, llegando a irritarme, los denodados esfuerzos de Capra hacia el feelgood movie en el desagradable y rancio desenlace de ‘¡Qué bello es vivir!’. Y sin embargo Keaton, con un babuino como intermediario, es capaz de enterrar por un rato mis postulados grinch, y hacer aflorar una sonrisa bobalicona, tan navideña, en mi cara.

https://alliayeraquiahora.wordpress.com/2024/12/29/critica-de-cine-el-cameraman/
15 de diciembre de 2024
25 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Definitivamente, no puedo confiar en las críticas profesionales emitidas sobre películas patrias.
Entiendo que la industria está como está, y que entre bomberos es mejor no pisarse la manguera... Pero me parece más honesto no hacer una crítica, si no quieres vilipendiar el esfuerzo de una producción, antes que emitir una valoración positiva si lo que has visto es un bodrio.
Entrar en la página de filmaffinity de esta película, y ver que todas las críticas profesionales son admirativas, me parece una cacicada.
Aclararé que no albergaba grandes expectativas al entrar a ver esta especie de biopic de Gila. Simplemente, me cuadraron los horarios y las circunstancias, y entré por no tener mejor cosa que hacer.
Si simplemente hubiera topado con una película simplona, blandurria, sin sustancia... no habría emitido ninguna queja. Sabía a lo que me exponía.
Pero es que '¿Es el enemigo?' es un atentado contra todo. Contra el cine, en primer término. Pero también contra la inteligencia; contra el humor, contra la memoria de Gila, contra la madurez política, contra la cruda realidad de los desencuentros humanos...
Todo lo banaliza, lo infantiliza, lo convierte en ridículo por pura ñoñería...
Es infumable... y es un pleno de círculos verdes en las críticas especializadas.¿Qué puede salirle mal al cine español?
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