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7
29 de octubre de 2021
29 de octubre de 2021
23 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Simpática y auténtica esta semana laboral de una cuadrilla de “chapuzas” a los que acompaña la cámara de Neus Ballús. Entre recreación de situaciones vividas a pie de obra y documental, la catalana realiza una comedia antropológica sobre los trabajadores manuales, y también sobre sus empleadores, en la que es muy sencillo colarse. Tan fácil es identificarse con los fontaneros como con quienes han reclamado sus servicios; vivan en un barrio de viviendas agrietadas o en una urbanización de lujo.
La sencillez con la que está tratado el tema no oculta la tarea minuciosa de planificación, y aunque dé la impresión de que los Valero, Mohamed, Pep y compañía, están improvisando, lo cierto es que es mérito del guión, el hacer llegar al espectador la sensación de proximidad de los protagonistas. Intérpretes, por otro lado, sorprendentes; ya que siendo del todo aficionados, doblándose así mismos, hacen alarde de frescura y convencimiento.
La sencillez con la que está tratado el tema no oculta la tarea minuciosa de planificación, y aunque dé la impresión de que los Valero, Mohamed, Pep y compañía, están improvisando, lo cierto es que es mérito del guión, el hacer llegar al espectador la sensación de proximidad de los protagonistas. Intérpretes, por otro lado, sorprendentes; ya que siendo del todo aficionados, doblándose así mismos, hacen alarde de frescura y convencimiento.

6,9
557
8
19 de mayo de 2014
19 de mayo de 2014
20 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya lo he reseñado en alguna otra ocasión, el placer que me proporciona escribir en Filmaffinity sobre filmes poco vistos o poco comentados, se mezcla con la sorpresa al constatar el desconocimiento, para una gran mayoría, de obras ciertamente meritorias.
Los primos, es la segunda película del gran Claude, un director prolífico y escasamente valorado, salvo para los incondicionales, entre los que me encuentro. Es un retrato de la juventud que callejeaba París los años anteriores al Mayo del 68; repartiendo sus tiempos entre la bohemia, la absenta, el envidiado libertinaje francés, el futuro incierto y el existencialismo. Charles, responsable, sincero y enamoradizo es el orgullo de su madre, es el prototipo de buen chico y Paul es el simpático sinvergüenza que encabeza todas las listas de amistades poco recomendables.
¿Ser así, o asá, cuenta para ser más o menos feliz? Parece, en principio, la reflexión del joven Chabrol que cuando escribió y realizó este drama, tenía una edad próxima a los protagonistas.
La influencia del pensamiento nihilista, que se respiraba en un amplio sector de la intelectualidad francesa de la época, sobrevuela como un nubarrón las vidas de los protagonistas que se resisten a abandonar los días indolentes, a sabiendas de que no volverán; pero en el bullir cotidiano de las inciertas perspectivas: ¿sirve para algo "aprovechar el tiempo"?
Nouvelle Vague brotando torrencial de un director que, por su situación económica, puede permitirse la rebeldía de filmar aquello que le pide el cuerpo, sin tener que rendir cuentas a la taquilla o a otros poderes convencionales.
Los primos, es la segunda película del gran Claude, un director prolífico y escasamente valorado, salvo para los incondicionales, entre los que me encuentro. Es un retrato de la juventud que callejeaba París los años anteriores al Mayo del 68; repartiendo sus tiempos entre la bohemia, la absenta, el envidiado libertinaje francés, el futuro incierto y el existencialismo. Charles, responsable, sincero y enamoradizo es el orgullo de su madre, es el prototipo de buen chico y Paul es el simpático sinvergüenza que encabeza todas las listas de amistades poco recomendables.
¿Ser así, o asá, cuenta para ser más o menos feliz? Parece, en principio, la reflexión del joven Chabrol que cuando escribió y realizó este drama, tenía una edad próxima a los protagonistas.
La influencia del pensamiento nihilista, que se respiraba en un amplio sector de la intelectualidad francesa de la época, sobrevuela como un nubarrón las vidas de los protagonistas que se resisten a abandonar los días indolentes, a sabiendas de que no volverán; pero en el bullir cotidiano de las inciertas perspectivas: ¿sirve para algo "aprovechar el tiempo"?
Nouvelle Vague brotando torrencial de un director que, por su situación económica, puede permitirse la rebeldía de filmar aquello que le pide el cuerpo, sin tener que rendir cuentas a la taquilla o a otros poderes convencionales.

6,5
874
7
6 de noviembre de 2018
6 de noviembre de 2018
19 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Quién ha dicho que en un almacén de mayoristas, hangar de convivencia de transpaletas, latas de tomate, bobinas de plástico, packs de jabones o saquitos de caramelos, no hay lugar para la poesía? Eso sí, poesía sin rima. áspera en ocasiones, sin aromas ni adjetivos; posada en un estante cerca de las cajas de ron o las garrafas de suavizante.
He conocido un centro de trabajo en el que muchos días los obreros no tienen prisa por acabar su turno. Fuera, dicen, hace más frío y se respira peor; aquí las cervezas y los cigarros, entre palés y envases vacíos saben mejor y la música que pincha el encargado es abrazadora. Cierto es que ríen poco, que callan más que hablan, que aprecian un café despreciable. Pero algo invisible y cálido transita los pasillos, en donde el novato Christian, el experimentado Bruno y la juguetona Marion, se mueven como en líquido amniótico.
Lástima que la vida continúe ahí fuera.
¿Quién ha dicho que un hipermercado de estanterías metálicas y carretillas elevadoras es un lugar gélido y sin ángel?, el calor irradia de los seres humanos y la imaginación suple las pequeñas carencias; ¡si hasta el mar viene de visita!
Sólo algún nostálgico, entornando los ojos, echa de menos aquellos años de vuelo libre, aquellas carreteras sin límite; mientras, recoge ordenaditas las cintas de polipropileno que siempre pueden tener un segundo uso.
He conocido un centro de trabajo en el que muchos días los obreros no tienen prisa por acabar su turno. Fuera, dicen, hace más frío y se respira peor; aquí las cervezas y los cigarros, entre palés y envases vacíos saben mejor y la música que pincha el encargado es abrazadora. Cierto es que ríen poco, que callan más que hablan, que aprecian un café despreciable. Pero algo invisible y cálido transita los pasillos, en donde el novato Christian, el experimentado Bruno y la juguetona Marion, se mueven como en líquido amniótico.
Lástima que la vida continúe ahí fuera.
¿Quién ha dicho que un hipermercado de estanterías metálicas y carretillas elevadoras es un lugar gélido y sin ángel?, el calor irradia de los seres humanos y la imaginación suple las pequeñas carencias; ¡si hasta el mar viene de visita!
Sólo algún nostálgico, entornando los ojos, echa de menos aquellos años de vuelo libre, aquellas carreteras sin límite; mientras, recoge ordenaditas las cintas de polipropileno que siempre pueden tener un segundo uso.

6,5
5.545
6
26 de octubre de 2015
26 de octubre de 2015
19 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las dudas, las nubes negras, las lejanas cartas son una amenaza, quién sabe si definitiva, para una pareja dispuesta a celebrar los 45 años de su matrimonio. Una tranquila jubilación, sin hijos que distorsionen los otoñales días de una larga vida en común, puede verse alterada por incómodos aleteos del pasado.
¿Nos queremos, nos hemos querido, hemos sido sinceros o solo nos soportamos porque la soledad es más dura y los convencionalismos, a nuestra edad, no hay quien se los salte? Unos acontecimientos que el destino pone al descubierto casi cincuenta años después, disparan todas estas preguntas en la cabeza de Kate. ¿Esa información, congelada en el tiempo, es realmente importante o la excusa necesaria para replantearse toda una convivencia y un escueto futuro?
Pequeña y esquemática obra de Andrew Haigh que plantea un conflicto existencial bien resuelto por las interpretaciones de dos actores de carácter que hacen de los pequeños gestos, las miradas y la inmovilidad sus más creíbles armas.
¿Nos queremos, nos hemos querido, hemos sido sinceros o solo nos soportamos porque la soledad es más dura y los convencionalismos, a nuestra edad, no hay quien se los salte? Unos acontecimientos que el destino pone al descubierto casi cincuenta años después, disparan todas estas preguntas en la cabeza de Kate. ¿Esa información, congelada en el tiempo, es realmente importante o la excusa necesaria para replantearse toda una convivencia y un escueto futuro?
Pequeña y esquemática obra de Andrew Haigh que plantea un conflicto existencial bien resuelto por las interpretaciones de dos actores de carácter que hacen de los pequeños gestos, las miradas y la inmovilidad sus más creíbles armas.

7,7
7.259
9
13 de junio de 2011
13 de junio de 2011
19 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Quién puede seguir manteniendo tras ver Z, cuarenta y dos años después de su estreno, que el cine político y social de Costa-Gavras ya no tiene vigencia o razón de ser? ¿Quién puede asegurar que aquellos días no volverán; que aquellos militares, juristas, religiosos y civiles pseudodemócratas, poderosos ultraconservadores y ultramontanos, no están entre nosotros o incluso al frente de algunas fácticas instituciones?
Es tal la actualidad de Z en estos momentos que me atrevería a decir que no hay que rodar nada más sobre los peligros totalitarios que nos amenazan, porque la película está hecha y ni siquiera han variado en exceso los métodos que se utilizan para imponer por la fuerza regímenes poco amigos de libertades y transparencias.
Hay que seguir viendo Z como si se hubiera estrenado ayer, como si Jorge Semprún, que acaba de morir, hubiera acabado el guión hace tres meses; porque los fumigadores de ideas siguen ahí, algunos incluso sin cambiar de traje y otros ocultos tras una finísima capa de barniz que llaman "voluntad popular".
El poder sigue utilizando la propaganda para sus fines y la mayoría de televisiones, radios, vallas publicitarias y periódicos están bajo su control. Los que piensan diferente son apestados y se les ningunea o se les conduce hasta el borde de un precipicio para que la duda entre accidente, suicidio o empujón involuntario sea razonable. Se hace creer que la opinión pública mayoritaria es la que decide cuando en realidad una cuarta parte de ciudadanos, bastante ignorantes para ser sinceros, son los que votan al partido que actúa como apisonadora y que se diferencia del partido de la oposición en el grosor de las cadenas o en la longitud del látigo. Esto visto desde el reino de España, que ya ni siquiera se atreve a decir que es soberano (por lo de las risas), si no europeísta y globalizado; imagínense ahora otros países menos afortunados aún y atrévanse, sin ponerse colorados, a decir que corren buenos tiempos para la pluralidad de ideas, la justicia social, la dignidad, los derechos humanos, las libertades y la exaltación de las diferencias que nos hacen mejores, por aquello del mestizaje cultural.
Z, está más viva que nunca, aunque afortunadamente desde el día 15 de Mayo algo está cambiando y cabe la posibilidad de que, no tardando mucho, cuando pregunten por los líderes de cualquier movimiento inconformista no haya jerarquías que descabezar, porque los nuevos tiempos descubren la horizontalidad de las iniciativas de cambio. Este modo de proceder cabrea enormemente a los exterminadores de plagas que no encuentran fórmulas para atacarlas y quién sabe si acabarán fumigándose a si mismos. Cuando esto suceda, sólo entonces, podremos archivar como recuerdo histórico una de las mejores historias rodadas sobre el terrorismo estatal, la corrupción, el control de las masas y el asesinato político como arma fundamental para que el orden (el suyo) permanezca inalterable.
Es tal la actualidad de Z en estos momentos que me atrevería a decir que no hay que rodar nada más sobre los peligros totalitarios que nos amenazan, porque la película está hecha y ni siquiera han variado en exceso los métodos que se utilizan para imponer por la fuerza regímenes poco amigos de libertades y transparencias.
Hay que seguir viendo Z como si se hubiera estrenado ayer, como si Jorge Semprún, que acaba de morir, hubiera acabado el guión hace tres meses; porque los fumigadores de ideas siguen ahí, algunos incluso sin cambiar de traje y otros ocultos tras una finísima capa de barniz que llaman "voluntad popular".
El poder sigue utilizando la propaganda para sus fines y la mayoría de televisiones, radios, vallas publicitarias y periódicos están bajo su control. Los que piensan diferente son apestados y se les ningunea o se les conduce hasta el borde de un precipicio para que la duda entre accidente, suicidio o empujón involuntario sea razonable. Se hace creer que la opinión pública mayoritaria es la que decide cuando en realidad una cuarta parte de ciudadanos, bastante ignorantes para ser sinceros, son los que votan al partido que actúa como apisonadora y que se diferencia del partido de la oposición en el grosor de las cadenas o en la longitud del látigo. Esto visto desde el reino de España, que ya ni siquiera se atreve a decir que es soberano (por lo de las risas), si no europeísta y globalizado; imagínense ahora otros países menos afortunados aún y atrévanse, sin ponerse colorados, a decir que corren buenos tiempos para la pluralidad de ideas, la justicia social, la dignidad, los derechos humanos, las libertades y la exaltación de las diferencias que nos hacen mejores, por aquello del mestizaje cultural.
Z, está más viva que nunca, aunque afortunadamente desde el día 15 de Mayo algo está cambiando y cabe la posibilidad de que, no tardando mucho, cuando pregunten por los líderes de cualquier movimiento inconformista no haya jerarquías que descabezar, porque los nuevos tiempos descubren la horizontalidad de las iniciativas de cambio. Este modo de proceder cabrea enormemente a los exterminadores de plagas que no encuentran fórmulas para atacarlas y quién sabe si acabarán fumigándose a si mismos. Cuando esto suceda, sólo entonces, podremos archivar como recuerdo histórico una de las mejores historias rodadas sobre el terrorismo estatal, la corrupción, el control de las masas y el asesinato político como arma fundamental para que el orden (el suyo) permanezca inalterable.
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