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Críticas ordenadas por utilidad
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6,6
60.471
10
5 de diciembre de 2008
5 de diciembre de 2008
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con sólo 5 películas, Quentin Tarantino es ya uno de los más grandes de la historia. Es un genio que se le estudiará y se le analizará como ahora se hace con Wilder, Lubitsch o Hitchcock. Death Proof es otra obra más a estudiar.
Y se estudiará. Pero ha nacido para ser vivida. Antes de que los gurús de los management se calzaran las gafas de pasta para crear el marketing experiencial, Tarantino ya lo había descubierto. Su cine no es sino eso: una experiencia. Desde la génesis hasta el desenlace, todo va dirigido a empatizar con el espectador al mismo tiempo que se le rompen sus expectativas.
QT regala su mirada a un espectador que, como lo ha visto todo, ya no tiene la mirada virgen. Es entonces cuando se mete en sus ojos y le genera una experiencia que no podrá olvidar. En su montaña rusa hay todo lo que busca el que se monta: tiros, persecuciones, sexo y canciones. Y todo hecho como lo conoce el espectador, pero de una forma inauditamente nueva. Y esa forma no viene tanto de la coreografía, sino de los personajes, perfecta suma de un hombre duro que ya no tiene sitio y radiografía de la mujer contemporánea. A través de ellos, se descojona de su mundo y del mundo, se descojona del cine que ama y de sí mismo.
Death Proof es una catapulta que te agarra, te eleva y te suelta a un torrente de cine, a una sobredosis de emociones. Es difícil no aplaudir, no animar o no levantarse de la butaca a vitorear. Es imposible no terminar la película y ovacionarlo.
Death Proof es una obra maestra tan intemporal como Kill Bill, Jackie Brown o Reservoir Dogs. Todas sus huellas están ahí, multiplicadas. Una ambientación que te traslada directamente a su universo, unos actores que nunca jamás volverán a estar igual, una puesta en escena mágica y atmosférica, una música que te traslada directamente a la carretera y un montaje tan coherente como abigarrado en sorpresas.
Death Proof lo tiene todo. Pero a ese todo hay que añadirle el mejor final de su carrera: uno de esos momentos que se estudiarán por los siglos de los siglos. Como a los más grandes. Como a lo que es.
Y se estudiará. Pero ha nacido para ser vivida. Antes de que los gurús de los management se calzaran las gafas de pasta para crear el marketing experiencial, Tarantino ya lo había descubierto. Su cine no es sino eso: una experiencia. Desde la génesis hasta el desenlace, todo va dirigido a empatizar con el espectador al mismo tiempo que se le rompen sus expectativas.
QT regala su mirada a un espectador que, como lo ha visto todo, ya no tiene la mirada virgen. Es entonces cuando se mete en sus ojos y le genera una experiencia que no podrá olvidar. En su montaña rusa hay todo lo que busca el que se monta: tiros, persecuciones, sexo y canciones. Y todo hecho como lo conoce el espectador, pero de una forma inauditamente nueva. Y esa forma no viene tanto de la coreografía, sino de los personajes, perfecta suma de un hombre duro que ya no tiene sitio y radiografía de la mujer contemporánea. A través de ellos, se descojona de su mundo y del mundo, se descojona del cine que ama y de sí mismo.
Death Proof es una catapulta que te agarra, te eleva y te suelta a un torrente de cine, a una sobredosis de emociones. Es difícil no aplaudir, no animar o no levantarse de la butaca a vitorear. Es imposible no terminar la película y ovacionarlo.
Death Proof es una obra maestra tan intemporal como Kill Bill, Jackie Brown o Reservoir Dogs. Todas sus huellas están ahí, multiplicadas. Una ambientación que te traslada directamente a su universo, unos actores que nunca jamás volverán a estar igual, una puesta en escena mágica y atmosférica, una música que te traslada directamente a la carretera y un montaje tan coherente como abigarrado en sorpresas.
Death Proof lo tiene todo. Pero a ese todo hay que añadirle el mejor final de su carrera: uno de esos momentos que se estudiarán por los siglos de los siglos. Como a los más grandes. Como a lo que es.

8,2
149.840
7
14 de marzo de 2009
14 de marzo de 2009
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hoy ya nadie duda de que Eastwood es uno de los más grandes. Desde que nadie duda, desde Sin perdón, pero sobre todo desde la gloria de Oscars de Mystic River y Million Dollar Baby, a cualquier cosa que hace se le trata de poner el adjetivo de obra maestra. Y no todas lo son.
En todas guarda sus constantes. Personajes muy cuidados, narración permanente, emoción contenida y aprendizaje vital. Son cuatro constantes permanentes en el cine clásico, que en su voz y en su autoría permiten a veces alcanzar la maestría y otras, ser simplemente buenas películas, con un un importante punto de previsibilidad.
Es el caso de Gran Torino. Porque ahí están las virtudes y los defectos de Gran Torino. En la necesidad de respetar sus constantes, en la necesidad de tener un aprendizaje que libere al anciano y al chinito, en la necesidad de descubrirse, abrirse y crecer. Esa necesidad hace que esperes cada cambio de giro con la certeza del que ha rebobinado para volver a ver. Esa necesidad hace que a veces sus mensajes se vuelvan obvios, sus situaciones esquemáticas y sus actuaciones y emociones menos contenidas de lo que hubiera buscado.
Y esa necesidad es lo que hace que su desenlace sea demasiado didáctico, claro. La victoria de unos sobre los otros es tan elemental e innecesaria, que el último plano se revela forzado, cortable en montaje.
Por el camino ha pasado Eastwood, ha pasado un autor de cine clásico. Con sus virtudes y sus defectos. Se trata de un autor, pero no siempre un maestro.
En todas guarda sus constantes. Personajes muy cuidados, narración permanente, emoción contenida y aprendizaje vital. Son cuatro constantes permanentes en el cine clásico, que en su voz y en su autoría permiten a veces alcanzar la maestría y otras, ser simplemente buenas películas, con un un importante punto de previsibilidad.
Es el caso de Gran Torino. Porque ahí están las virtudes y los defectos de Gran Torino. En la necesidad de respetar sus constantes, en la necesidad de tener un aprendizaje que libere al anciano y al chinito, en la necesidad de descubrirse, abrirse y crecer. Esa necesidad hace que esperes cada cambio de giro con la certeza del que ha rebobinado para volver a ver. Esa necesidad hace que a veces sus mensajes se vuelvan obvios, sus situaciones esquemáticas y sus actuaciones y emociones menos contenidas de lo que hubiera buscado.
Y esa necesidad es lo que hace que su desenlace sea demasiado didáctico, claro. La victoria de unos sobre los otros es tan elemental e innecesaria, que el último plano se revela forzado, cortable en montaje.
Por el camino ha pasado Eastwood, ha pasado un autor de cine clásico. Con sus virtudes y sus defectos. Se trata de un autor, pero no siempre un maestro.

6,3
6.898
9
5 de diciembre de 2008
5 de diciembre de 2008
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El gélido cine español del último año ha sido por fin deshelado. Un meteorito de fuego ha caído sobre él. Ese meteorito es una peli que cuenta con casi todo lo que obvia el cine español: riesgo formal, cercanía a la realidad, autoría e historias cotidianas.
Bajo las estrellas presenta todo eso y mucho más. Presenta personajes normales a los que los hace queribles, con una mirada optimista en la muestra de sus mil defectos. Presenta conflictos latentes, siempre creíbles y explicados maravillosamente por la extraordinaria definición psicológico de los personajes. Presenta tragedia con un continuo humor, que hace que mezcles sin pausa carcajadas y lágrimas. Presenta un paisaje nuevo, que pareciendo independiente, no es sino un paisaje de toda la vida. Presenta una Emma Suárez que regala con su sonrisa millones de fotogramas. Presenta un guión pulido hasta permitir que la realidad entre el papel. Presenta una dirección que deja que el brillo sea para otros, sin olvidar que haya autoría. Y sobre todo, presenta a Benito Lakunza, uno de los personajes más maravillosos que se ha visto en el cine español.
Es el papel de Alberto San Juan un chollo único para un actor. Un jeta con tanta cara como honestidad, con tanto optimismo como trágico. Uno de esos tipos que uno quiere sacar de la pantalla y llevárselo a su vida. Y el actor coge ese chollo y lo eleva a la altura de las estrellas. La composición tierna, desternillante, enamorablemente patética que hace de este perdedor le va a dar todos los premios. Pero sobre todo, le va a dar una identidad y una perdurabilidad a su carrera. A partir de ahora, siempre va a ser Beni Lakun, siempre va a ser el cabrón que enseña a una niña a fumar.
Bajo las estrellas presenta todo eso y mucho más. Presenta personajes normales a los que los hace queribles, con una mirada optimista en la muestra de sus mil defectos. Presenta conflictos latentes, siempre creíbles y explicados maravillosamente por la extraordinaria definición psicológico de los personajes. Presenta tragedia con un continuo humor, que hace que mezcles sin pausa carcajadas y lágrimas. Presenta un paisaje nuevo, que pareciendo independiente, no es sino un paisaje de toda la vida. Presenta una Emma Suárez que regala con su sonrisa millones de fotogramas. Presenta un guión pulido hasta permitir que la realidad entre el papel. Presenta una dirección que deja que el brillo sea para otros, sin olvidar que haya autoría. Y sobre todo, presenta a Benito Lakunza, uno de los personajes más maravillosos que se ha visto en el cine español.
Es el papel de Alberto San Juan un chollo único para un actor. Un jeta con tanta cara como honestidad, con tanto optimismo como trágico. Uno de esos tipos que uno quiere sacar de la pantalla y llevárselo a su vida. Y el actor coge ese chollo y lo eleva a la altura de las estrellas. La composición tierna, desternillante, enamorablemente patética que hace de este perdedor le va a dar todos los premios. Pero sobre todo, le va a dar una identidad y una perdurabilidad a su carrera. A partir de ahora, siempre va a ser Beni Lakun, siempre va a ser el cabrón que enseña a una niña a fumar.

6,5
2.414
7
5 de diciembre de 2008
5 de diciembre de 2008
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque no sea la primera vez, siempre sorprende ver el nombre de Nanni Moretti exclusivamente como actor. Su descomunal ego parece requerir de la creación y la dirección, del control absoluto de lo que se hace y se dice. Me temo que en Caos Calmo no deja de ser así.
Firmante como coguionista y coproductor, su figura es el eje y el único foco del relato. Desde él se cuenta la historia y a él se le dejan todos los momentos de lucimiento. No cabe duda de que su mano está en el arreglo de la escritura y en el montaje. Donde claramente no está es en la confección original de la cinta.
Caos Calmo proviene de una novela. Y eso se nota. Durante todo su metraje, se nota que hay mucha más historia detrás de la que estamos viendo. Sabes que sólo se está contando un 10% de lo que hay, pero es cierto que ese 10% lo entiendes a la perfección. También se nota que el director no es sino un artesano. La ausencia de autoría de Grimaldi puede devenir un lastre o un anzuelo del que se tira de cualquier espectador convencional.
Me temo que para el cinéfilo emperdenido es lo primero. Afirmo que para el espectador medio es lo segundo. Porque el gran mérito de la novela o de Grimaldi o de Moretti es que logran conectar con las emociones de cualquiera. Su complacencia y empatía de ONGero acaban por hacer que todos queramos más al protagonista, a su hija y a todos los que se mueven por una trama que remite mucho más a Hollywood que a Moretti. Una trama que consigue hacer llorar al habitante de multicines y olvidar al rebelde de cineclubs.
Firmante como coguionista y coproductor, su figura es el eje y el único foco del relato. Desde él se cuenta la historia y a él se le dejan todos los momentos de lucimiento. No cabe duda de que su mano está en el arreglo de la escritura y en el montaje. Donde claramente no está es en la confección original de la cinta.
Caos Calmo proviene de una novela. Y eso se nota. Durante todo su metraje, se nota que hay mucha más historia detrás de la que estamos viendo. Sabes que sólo se está contando un 10% de lo que hay, pero es cierto que ese 10% lo entiendes a la perfección. También se nota que el director no es sino un artesano. La ausencia de autoría de Grimaldi puede devenir un lastre o un anzuelo del que se tira de cualquier espectador convencional.
Me temo que para el cinéfilo emperdenido es lo primero. Afirmo que para el espectador medio es lo segundo. Porque el gran mérito de la novela o de Grimaldi o de Moretti es que logran conectar con las emociones de cualquiera. Su complacencia y empatía de ONGero acaban por hacer que todos queramos más al protagonista, a su hija y a todos los que se mueven por una trama que remite mucho más a Hollywood que a Moretti. Una trama que consigue hacer llorar al habitante de multicines y olvidar al rebelde de cineclubs.

6,5
53.677
9
5 de diciembre de 2008
5 de diciembre de 2008
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sorprende la escasa acogida de la última de los Coen. Aunque un Oscar los diferencie, para mí es mejor que "No es país para viejos".
La diferencia no sólo tiene que ver con el humor. La diferencia tiene que ver con el desenlace. Lo que en su anterior obra era un intento forzado de profundidad que rompía el magnífico tono de acción anterior, aquí es un final circular, desternillante, conclusivo, potente. Refleja bien todo lo anterior.
Los 85 minutos de "Quemar después de leer" son la comedia que los Coen nunca habían logrado hacer. Siempre que se habían puesto premeditadamente graciosos no lo habían logrado. Así, hay mucho más verdaderas risas en sus tragedias. Me descojono más en "Sangre fácil", en "Fargo" o en "El hombre que nunca estuvo allí" que en "O'Brother", "Arizona Baby" o incluso "El gran Lebowski".
No es el caso de esta comedia. Su inicio me atrapa. Sus personajes logran lo que lograban los secuestradores de Fargo. Su estulticia es manifiesta, pero con la suficiente sabiduría, ambición y arrogancia para que te los creas y al mismo tiempo te rías.
Eso lo consigue gracias a un perfecto diseño de personajes y a un sublime casting. Frances McDormand nunca debería abandonar su cine. Nadie como ella para hacernos reír. Pero no le van a la zaga Clooney, Pitt, Malkovich y Jenkins. Con todos te descojonas, a todos les sigues. Pero lo mejor es que aunque no pares de reírte, la trama es digna de sus mejores thrillers.
Es tan potente que sólo su ironía le aleja de la lágrima para encontrar la risa. Por primera y casi única vez han logrado superar sus propios objetivos. Los Coen no buscaban gran cosa y por eso quizá lo han conseguido.
La diferencia no sólo tiene que ver con el humor. La diferencia tiene que ver con el desenlace. Lo que en su anterior obra era un intento forzado de profundidad que rompía el magnífico tono de acción anterior, aquí es un final circular, desternillante, conclusivo, potente. Refleja bien todo lo anterior.
Los 85 minutos de "Quemar después de leer" son la comedia que los Coen nunca habían logrado hacer. Siempre que se habían puesto premeditadamente graciosos no lo habían logrado. Así, hay mucho más verdaderas risas en sus tragedias. Me descojono más en "Sangre fácil", en "Fargo" o en "El hombre que nunca estuvo allí" que en "O'Brother", "Arizona Baby" o incluso "El gran Lebowski".
No es el caso de esta comedia. Su inicio me atrapa. Sus personajes logran lo que lograban los secuestradores de Fargo. Su estulticia es manifiesta, pero con la suficiente sabiduría, ambición y arrogancia para que te los creas y al mismo tiempo te rías.
Eso lo consigue gracias a un perfecto diseño de personajes y a un sublime casting. Frances McDormand nunca debería abandonar su cine. Nadie como ella para hacernos reír. Pero no le van a la zaga Clooney, Pitt, Malkovich y Jenkins. Con todos te descojonas, a todos les sigues. Pero lo mejor es que aunque no pares de reírte, la trama es digna de sus mejores thrillers.
Es tan potente que sólo su ironía le aleja de la lágrima para encontrar la risa. Por primera y casi única vez han logrado superar sus propios objetivos. Los Coen no buscaban gran cosa y por eso quizá lo han conseguido.
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