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Críticas 117
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
17 de julio de 2016 3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 2014 murieron en Estados Unidos más de 12.000 personas víctimas de algún arma de fuego. En una sociedad que hace de la posesión de armas un hecho constitucional y que funde sus raíces en la época del Salvaje Oeste no es de extrañar que se ruede una película como “Election: la noche de las bestias”, un filme permeable a la sociedad en la que ha sido engendrada.

Se estrena en España pocos días después de dos nuevos casos de abuso policial contra los negros en Dallas y la respuesta de un iluminado de raza negra que cegó la vida de cinco policías, y unas pocas semanas después de la matanza de 49 personas en una discoteca gay de Orlando. Todo esto ocurre en un país en el que es factible adquirir un fusil militar en apenas 15 minutos.

Todo esto viene a colación porque en “Election: la noche de las bestias” el crimen es legal durante doce horas. Una noche de orgía violenta bautizada como “la purga” y que es auspiciada por los nuevos padres de la patria y los Estados Unidos de América.

El cuarto largometraje de James DeMonaco bebe de la fuente del John Carpenter de “1997: Rescate en Nueva York” (1981), no en balde, DeMonaco fue guionista de un remake en 2005 de uno de los clásicos de Carpenter: “Asalto a la comisaria del distrito 13” (1976). Si la primera entrega de esta sanguinolenta saga se reducía al secuestro de una familia adinerada en su propia casa (siguiendo la línea de “Perros de paja”, 1971), la segunda optaba por centrar su punto de vista en un pequeño grupo de personas que recorrían las inseguras calles durante la noche de “la purga”; esta tercera vuelve a las calles, pero aquí se introduce la novedad de una senadora que quiere abolir esta noche execrable en la que se desata la ira contenida durante un año.

“Election: la noche de las bestias” es cine perturbador que remueve conciencias y plantea interesantes dilemas morales. Nada tiene que ver con otra saga donde la hemoglobina corre a borbotes como “Saw” y por eso aboga en esta tercera entrega por la abolición del uso indiscriminado de armas.

Ya se sabe que los seres humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor (ineludible es la lectura de “Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, de Stevenson), pero es mejor que no tengamos acceso a las armas.
20 de septiembre de 2015 3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Solo un puñado de películas al año logran mantenerse un mes o más en la cartelera como está haciendo “Atrapa la bandera”, la nueva propuesta animada de Enrique Gato, que ya ha superado con creces el millón de espectadores en España, y que se incrementarán próximamente gracias al reciente acuerdo de distribución internacional en más de 25 países de la mano de Paramount Pictures International, entre los que se incluyen Reino Unido, Alemania, México, Brasil, Rusia, Argentina, Chile, Colombia, Panamá, Perú, Venezuela, Trinidad, Polonia, Países Bajos, Israel, Ucrania, Egipto, Emiratos Árabes, Bahréin, Omán, Qatar, Kuwait, Líbano, Egipto, Irak y Jordania.
Me preguntaba al inicio de la proyección del pasado viernes en la abarrotada sala 17 de los Multicines Tenerife si Enrique Gato habría dirigido un filme para todos los públicos o para el público infantil. Mi disyuntiva quedó pronto dilucidada. Los churumbeles que poblaban la sala, acompañados por sus progenitores, disfrutan entusiasmados mientras sus padres mantenían una cierta distancia con las imágenes exhibidas en la gran pantalla y la razón hay que buscarla en que “Atrapa la bandera” alimenta el sueño de todo infante que anhela hollar territorios ignotos, entre los cuales se encuentra ir la Luna.
Si “Las aventuras de Tadeo Jones” (2012) era un trasunto del personaje de Indiana Jones, “Atrapa la bandera” parte del mismo sitio que la también española “Planet 51” (2009) y juega con la iconografía del “american way of life”, así como con la idea de la creencia popular de que realmente el hombre no pisó la Luna en 1969 y que lo que se transmitió por la televisión fue rodado por Stanley Kubrick (que aparece dos veces, una como cineasta y otra como barrendero). Sin embargo, el resultado no es igual de satisfactorio ya que “Atrapa la bandera” parte de un guion de manual, centrado en una familia, con personaje ya resabidos, aunque cuenta con momentos estimables como la escena del pantano en la que los protagonistas son perseguidos por unos cocodrilos.
La banda sonora lleva el marchamo de la batuta de Diego Navarro, en la que plasma compases a lo John Williams, con fragmentos que recuerdan a la saga de “La guerra de las galaxias”. La presencia tinerfeña no se acaba ahí. Además participan el Coro Conservatorio Superior de Música de Tenerife y Kike Perdomo. Por encima de todo destaca la animación (ya sabemos cuál es la próxima ganadora del Goya en esta categoría), que se caracteriza por su minuciosidad. No en balde parte del equipo de animación visitó la NASA, los centros espaciales de Houston, Texas y Cabo Cañaveral en Florida y la población surfera de Cocoa Beach, donde los astronautas y sus familias pasan breves temporadas durante los largos entrenamientos de preparación para viajes espaciales para poder captar la realidad de estos lugares. Horas y horas se dedicaron al estudio de aspectos tan aparentemente nimios como saber cómo se abre la escotilla del módulo lunar.
El espectador estándar quiere ver más de lo mismo y salir del cine con la sensación de haber pasado un buen rato y “Atrapa la bandera” cumple esta premisa. Aviso para navegantes: los espectadores que abandonen la sala cuando hagan acto de presencia los títulos de créditos finales se perderán una divertida secuencia final. A pesar de ser un largometraje irregular las caras de felicidad de los niños a la salida del cine justifican la película. Además, “Atrapa la bandera” es un vehículo idóneo para dejar volar la imaginación infantil. Terminamos este comentario con el rótulo que se puede leer al final de los títulos de crédito de “Atrapa la bandera”: “Se han invertido 350.000 horas en la realización de esta película. No la piratees”.
11 de enero de 2015 3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El largometraje número 17 en la filmografía de Tim Burton tiene un arranque interesante, un desarrollo correcto y un final decepcionante. Parece mentira que los guionistas de esa obra maestra incontestable llamada “Ed Wood” (1994), Scott Alexander y Larry Karaszewski, hayan pergeñado una historia tan insulsa.
Por su parte, Burton, que nos tenía acostumbrados a hipnóticos cuentos de hadas de estética nigérrima (que solo se atisban en la peculiar obra de la usurpada pintora protagonista) prefiere ofrecer su particular visión del mundo del arte, más relacionada con la mercadotecnia que con la creatividad y la valía de la obra. “Big Eyes” desacraliza el arte, desenmascarando el fraude de la identidad del artífice de los retratos de niños de inmensos ojos y mostrando como las pinturas de Margaret Ulbrich (con la firma de Keane, su apellido de casada) se llegaron a vender en los años 50 y 60 en los supermercados estadounidenses como objeto “cool” de mero consumo. Burton no pasa por alto que la mayoría del público acude a las galerías de arte y a los museos a reconocer y no a conocer. Por eso, el mensaje final del filme es que el arte debe elevar, no complacer.
Los espectadores que quieran ver una reivindicación de género pierden el tiempo, básicamente porque la obra de Keane/Ulbrich fue denostada por la crítica de arte por su banalidad y poco importa quién la pintó. Mensaje para las feministas: aparte de Frida Kahlo, excelente pintora que han convertido en estereotipo de mujer artista, en el siglo XX existe una pléyade de creadoras entre las que se encuentran María Blanchard, Olga Sacharoff, Tamara de Lempicka, Maruja Mallo, Dorothea Tanning, Meret Oppenheimer, Remedios Varo, Norah Borges, Sonia Delaunay, Natalia Goncharova, Nina Kogan o Antonina Sofronova.
En lo estrictamente cinematográfico “Big Eyes” decepciona porque solo se intuyen pinceladas del autor de esas maravillosas fantasías que son “Eduardo Manostijeras” (1990) ─en la estética colorista─, “Big Fish” (2003) o “La novia cadáver” (2005). A partir del juicio, la película se desdibuja y un gesticulante Christoph Waltz (que encarna al pintor dominguero que urde la estafa) llega a resultar cargante. Sin embargo, Amy Adams (que parece una actualización de Doris Day), resulta convincente en su rol de pintora postergada. Entre los aciertos también se cuentan la presencia de Terence Stamp, que se mete en la piel del hirsuto crítico del “New York Times” y la sugestiva Krysten Ritter (la novia yonqui de Aaron Paul en la serie “The Breakind Bad”). Tim Burton debería replantearse dirigir una película solo por el interés estético que le suscita la obra de una determinada pintora. En 2016 tendrá la oportunidad de resarcirse con su próximo proyecto: “Miss Peregrine's Home for Peculiar Children”.
8 de septiembre de 2014 3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
“The Extraordinary Tale” ha seguido el camino inverso a la mayoría de películas españolas antes de llegar a la cartelera de nuestro país, ya que primero se ha estrenado en salas comerciales de Estados Unidos, gracias a su pase previo por los festivales internacionales de Londres, Atlanta, Cardiff, Toulosse o Málaga.
El prólogo de “The Extraordinary Tale” recuerda a “Amélie” (2002), pero, en seguida gira a la también francesa “Tímidos anónimos” (2010) para luego tener identidad propia. La película dirigida por Laura Alvea y José F. Ortuño supone un giro a la clásica historia de chico conoce chica (se casan y tienen un hijo, no necesariamente en ese orden).
Dos desconocidos con problemas para relacionarse socialmente se conocen por carta, escritas con máquinas de escribir. Este genuino planteamiento resulta una original manera de plasmar los miedos a las relaciones de pareja y a la maternidad. Y es que asumir responsabilidades implica pérdidas.
Alvea y Ortuño crearon en 2011 su propia productora, Acheron Films, con la vocación de crear productos arriesgados y diversos donde cada obra tenga una personalidad definida. Con “The Extraordinary Tale” lo han conseguido. Alvea tiene una dilatada carrera como ayudante de dirección (“Juan de los muertos”, “Carmina o revienta”) y Ortuño ha escrito más de un centenar de obras teatrales y ha dirigido varios documentales (“Alcalá Zamora: la Tercera España”). Su primer largometraje conjunto es una historia cotidiana contada de manera extraordinaria, es una historia de amor diferente que plasma las clásicas fases por las que transcurre una pareja: el enamoramiento, la fusión, la cotidianidad, el conflicto, el distanciamiento y, en algunos casos, la reconciliación.
Además, reflexiona sobre la responsabilidad que supone tener un hijo a través de un personaje huérfano (su madre murió de un ataque de risa y su padre se fue para no volver) que padece trastornos mentales, pero esa tara psíquica no la hace peligrosa. Es una mujer dulce y meliflua. La tesis de la película es que si hay que tener licencia para conducir un automóvil, deberían exigir licencia para criar a un hijo.
La elegida, a través de un “casting” internacional, para ponerse en la piel de la melibea protagonista que vive una eterna infancia es la canaria Aïda Ballmann, que en su primer papel protagónico en un largometraje, demuestra un desparpajo gestual que recuerda a los actores del mundo del circo o a los mimos. La actriz herreña de origen alemán desprende su encanto al encarnar a una huérfana que ha tenido que aprenderlo todo de la vida sin ayuda de sus progenitores (su madre solo le enseñó la tabla de multiplicar). Son clarividentes las secuencias de la primera menstruación de la protagonista, el hecho de que consulté un libro antes de practicar sexo o que tras el inopinado parto doméstico espete: “Mira lo que ha salido de mi barriga”. El trabajo de Ballmann ha sido reconocido con los galardones de Mejor Actriz en Film Bizarro Movie Awards y en Cardiff Independent Film Festival (Gales). Recientemente ha estrenado el cortometraje “Golosinas”, de Iván López, y está rodando su segundo largometraje “Deconstruyendo la luz”.
El contrapunto se lo da el estadounidense Ken Appledorn, con su apariencia desgarbada y con un saber hacer interpretativo que recuerda a la flema de los actores británicos. Solo ellos dos sostienen toda la trama, ya que figuran dos presencias testimoniales de sus respectivas madres, que no quedan en muy buen lugar. El desarrollo de toda la historia transcurre en sola localización: la casa de ella. Pero, en ningún momento se respira la claustrobia gracias a un uso exquisito del lenguaje cinematográfico, a una cuidada y colorista puesta en escena, una pulcra imagen (Fran Fernández-Pardo) y la ditirámbica música (Héctor Pérez).
Este soplo de aire fresco ha obtenido el premio a la Mejor película extranjera en Atlanta Horror Film Festival y en Cardiff Independent Film Festival, así como la Mejor Dirección en el Festival de Cine de Fuengirola, el Premio del Público de la sección Zona Cine y Premio Especial del Jurado de Escuelas de Cine del último Festival de Málaga. “The Extraordinary Tale” es una película aparentemente luminosa, pero que esconde un reverso tenebroso, que se desvelará al final en un epílogo que dará que hablar.
25 de junio de 2016 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando era pequeño me encantaba ver los fuegos artificiales que cada año se lanzaban al aire en las fiestas del Cristo de La Laguna, pero a medida que iba creciendo mi interés por este ejercicio de pirotecnia visual y acústica dejó de interesarme. Viene a colación esta anécdota personal porque ver “Warcraft. El origen” viene a ser algo parecido. Es un tipo de cine que fascina en la infancia y en la adolescencia, pero que irrita en la madurez y uno no está para perder el tiempo a estas alturas de la vida.
El nombre de Duncan Jones no era conocido por el común de los mortales hasta la reciente desaparición de su icónico padre: David Bowie. Sin embargo, los cinéfilos de pro lo recordarán por el interesante proyecto cinematográfico “Moon” (2009) y la eficaz “Código fuente” (2011). Ahora presenta su tercer largometraje: “Warcraft. El origen”, la versión cinematográfica del popular homónimo videojuego.

“Warcraft. El origen”, influenciada por la mitología normanda, adentra al espectador en un mundo de fantasía insondable donde campan a sus anchas orcos, elfos, dioses o titanes, que está enfocado a los que se han pasado horas dándole a los mandos de su consola de juegos. De hecho este producto audiovisual está, fundamentalmente, concebido para los seguidores del videojuego, que estén familiarizados con personajes como Aduin, Durotar o Meldivh. Se nota que Duncan Jones es admirador del exitoso título de Blizzard Entertainment. El problema estriba en que él que no lo sea se va aburrir hasta el hartazgo.
Nada que ver tiene este mundo fantasioso con el universo Tolkien de “El señor de los anillos”, con el que sale perdiendo en la comparación. Y es que el principal problema de esta cinta, es que realmente no es una película sino un videojuego del videojuego. Si eso le da igual disfrutará del banal espectáculo. Sin embargo, si eso le importa es mejor que no pase ni por la calle del cine donde proyecten “Warcraft. El origen”.
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