Rutinaria biopìc sobre Roy Halston un autoproclamado gurú de la moda más famoso por ser amigo de Liza MInelli y Andy Warhol o sus excesos en Studio 54 que por su obra. A pesar de su pretensión de estar a la altura de Saint Laurent, Balenciaga o Pierre Balmain lo cierto es que, a pesar de que en la serie se la pasan alabando su creatividad, lo único que hizo fue poner su firma a las creaciones de sus empleados. De hecho, cuando lo abandonaron hartos de sus ataques de divismo, su empresa se fue a pique. No obstante, en la serie lo referido a Studio 54 es apenas un montaje musical de pocos minutos y Warhol ni siquiera aparece a pesar de que si lo nombran. Ewan Mc Gregor aparece incapaz de generar emoción alguna como no sea hastío. La que si sobresale dentro de tanta mediocridad es Krysta Rodríguez en el papel de Liza Minelli. El ritmo resulta lentísimo en algunos segmentos innecesarios como el proceso de creación de perfume y demasiado veloz que deberían haber tenido más desarrollo en otros como la mencionada referencia a Studio 54. O escenas que carecen de verosimilitud como aquella en que le comunican la muerte de su madre que parece afectarlo muchísimo a pesar de que en toda la serie no se ve que siquiera le haga un llamado telefónico para saber como está. Por otra parte se incluyen muchísimas escenas de sexo homosexual totalmente innecesarias e incluso desagradables hasta para los propios actores y eso se nota. El trabajo de maquillaje es espantoso. Desde el principio de la serie hasta su fin se supone que transcurren 20 años pero todos siguen exactamente iguales que el primer día. Incluso cuando se supone que se está muriendo de sida la única diferencia es el uso de un bastón. Una pérdida de tiempo.

Luego de su paso por el documental (NK, la película) y las biografías noveladas (Sandro de América, Apache, la vida de Carlos Tevez), Caetano vuelve a sus orígenes con esta historia de un periodista venal (curiosamente parecido a Bolsonaro) carente de todo freno ético y moral con tal de conseguir sus objetivos. Con su habitual solvencia los ocho capítulos que integran esta ficción donde desfilan narcotraficantes, policías corruptos, asesinatos rituales, turismo religioso, trata de personas, etc. resultan atrapantes y dejan con ganas de más. De hecho, Netflix ya anuncia una segunda temporada totalmente necesaria a fin de poner punto final a todas las líneas argumentales que quedan abiertas. Después de escribir esta crítica, me entero (también por Netflix) que en realidad esto ocurrió. No en Belem sino en Manaos con el ex periodista y diputado Wallace Souza que mereció su propio docudrama llamado Killer ratings que, curiosamente, resulta menos realista que la serie de Caetano.

Al parecer los directores argentinos no pueden conformarse con contar una historia. Necesitan creer que van a revolucionar el lenguaje cinematográfico y así es como perpetran bodrios como este. Una ridícula historia de ¿terror? supuestamente ambientada en la Alemania nazi (aunque nunca lo digan, los uniformes claramente son de la SS e incluso aparece una foto del marido de la protagonista interpretado por Miguel Ángel Sola en horas bajas luciendo la Cruz de Hierro) pero a poco de andar aparecen las contradicciones como que la heladera en la casa de Araceli sea marca Siam, una mítica marca argentina de los años `50, que todos los periódicos aparezcan en español, aunque con titulares con letra gótica, que toda la música que se escucha sea norteamericana, algo impensable en el Reich o que el inclasificable -e inútil- personaje de Mariano Martínez aparezca luciendo una gorra de la Armada Argentina y eso hace que todo suene a falso, igual que los acartonados diálogos. Obviando eso, la historia es genérica y nos la han contado -y mejor- un millón de veces y ver a Carlitos Balà diciendo que va a “sacar a pasear a Ngueto” hace que todo termine pareciendo una enorme tomadura de pelo . Curiosamente este engendro ha recibido algunas críticas laudatorias lo que hace dudar aun más de la ecuanimidad de los críticos profesionales.

O eso al menos es lo que trasunta la filmografía del danés. Escudándose en su fama de presunto enfant terrible del cine moderno, el viejo Lars no deja de perpetrar engendro tras engendro a cual más aburrido y descabellado. Si esta película la firmara cualquier otro sin esa patina de genio del séptimo arte, sería tildado de pretencioso, cutre y estafador. Salvo los dos primeros minutos del metraje, el resto es una colección de situaciones absurdas estiradas hasta el infinito sin la menor justificación. Lo del zorro parlante es de traca. Lo que no pude dejar de preguntarme durante todo el visionado es "ningún animal fue dañado durante el rodaje de este filme"?. No parece

Ese fue, como se sabe, el pedido de Berlanga- a través de su abogado Fernando Vizcaíno Casas- al ver la cantidad de cambios que éste había introducido en su película Los Jueves milagro, estrenada el mismo año que El Inquilino y viendo los cambios introducidos por la censura Nieves Conde podría haber hecho lo propio. Con el final apócrifo y el cartel introducido antes de los créditos de inicio, se convertía lo que era un furibundo alegato en una oda a las políticas edilicias del régimen. Y eso que Nieves Conde era afiliado a Falange. Afortunadamente, se han conservado copias con el metraje original y es interesante verlos ambos para constatar lo dicho. Magnífica labor de Fernán Gómez como el padre de familia que ve como su vida se derrumba junto a su casa y descojonante la pequeña participación de López Vázquez como un agente inmobiliario timador.