Una de las grandes cosas que tenía Mankiewicz era que, de lo aparentemente normal, sacaba algo que lo hacía extraordinario. Aquí, de una historia de amor, que aunque se sepa el final, ofrece varios giros en el guión que la convierten en una película con muchísimo encanto. Eso y la poderosísima presencia del rostro de Gene Tierney; varias impagables muestras de buen cine para guardar entre las historias de amor de siempre.

Deliciosa y corta película de Renoir, donde el gran cineasta francés despliega todo su realismo (mágico) al servicio de una jornada de campo, donde sus protagonistas juegan al gato y el ratón servidos en unos diálogos de nada edulcorado clasicismo. No pasará el tiempo para este gran clásico del cine europeo, ni para una película que, si existiera el género del "cine campestre", sería su embemática obra maestra. Preciosa y concisa obra de Renoir, como todo su cine.

Otro despropósito más de este director de culto, de esos que tanto aman los festivales de cine y se desviven por tenerle en su programación. Aquí, con conocidos actores norteamericanos, propone la disparatada historia de unos seres metidos en una especie de hotel para locos, donde cada cual quiere ser lo que sea. Eso es lo de menos; se supone que es una metáfora de la vida y del amor, o algo así. Y lo que sucede, como no tiene gracia ninguna, se desvanece en una sucesión de secuencias con tan poca gracia que dan ganas de pedirle a gritos a su realizador que, por favor, intente hacer una película de acción, o de animación, o cualquier otra cosa que lo aleje de esto.

Dice Claire Denis que sólo ha querido hacer una película de amor, y así le ha salido. Un largometraje que fluye suave, discreto en su puesta en escena, en sus contenidos, que se pilla a las primeras de cambio. Ha querido hacer un cine de detalles y miradas, como los que no se hacen ahora. Y lo ha conseguido. La película que ha realizado tiene mucho que ver con el cine que quiere transmitir, con las imágenes que hablan de los sentimientos, de lo que cuesta ganarse el amor y de lo imposible que es muchas veces (no hay más que ver la relación entre la vecina y el protagonista principal). Es un cine dedicado a todos aquellos que no tienen prisa en que les cuenten una historia y que se disfruta poco a poco, sorbito a sorbito, hasta llegar a 35...

Como viene siendo habitual en su filmografía (y, sobre todo, mayormente se deja ver en sus excelentes documentales), Werner Herzog desea querer pegar en el presente las huellas del pasado; en este caso, las que ha dejado el hombre 30 ó 40 mil años atras, para que la niebla del futuro no deje olvidar la memoria de lo que ha podido acontecer a nuestros antepasados. La intuición de los científicos que estudian la caverna del sur francés, prácticamente inaccesible para el hombre y con la excepción, para rodar esta película del permiso del gobierno francés, camina desde la caverna y gracias a la cámara cinematográfica en una sucesión de imágenes evocadoras de mucho tiempo atrás y, por otra parte, de un incierto futuro. La película se covierte así en un documento histórico-cinematográfico de gran valor donde Herzog, con una suavidad en el cuidado del rodaje y la narración, convierte en fascinante un viaje en tres dimensiones por las paredes donde ahora no hay vida, y donde las huellas de manos y pinturas de gente a las que es difícil ponerles cara parecen algo tan cercano como maravilloso. Sin duda, otro de sus grandes documentales. De la adoración de sus largometrajes de ficción que se encarguen otros, porque yo no soy especial seguidor de la épica de "Aguirre, la cólera de Dïos" ni cosas por el estilo.