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Críticas 207
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
28 de noviembre de 2011
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Qué manía de poner películas que no he visto los domingos por la noche! Pelis larguísimas que acaban de madrugada y te levantan el lunes a medio gas para todo el día. La verdad es que no estaba predispuesta a quedarme a verla. Cuando la puse estaba empezada. Mal plan. Tenía pinta de ser de esas que, como te perdieras un minuto, ya no pillabas onda en tres horas. Una pausa para el baño o una frase que no oíste, y ya hay un nombre o una pista o una conexión que no casabas por ningún lado. Chungo.

También parecía ser de esas, llenas de trampas, donde nada es lo que parece, y que cuando las acabas tienes la cara de tonta y la sensación de que no has sido capaz de coscarte de una trama inteligente. Y luego también me olí que era de esas otras de malo-malísimo al que las cosas le van saliendo de cara, y bueno, tierno, guapo, listo, desgraciado que siempre iba de culo, al que le llovían ostias y que no salía en ninguna escena con todos los huesos en su sitio. De esas que te pasan toda la acción a golpe de sustos y de disgustos con la mala suerte del que te gusta y la potra del cabrón hijoputa que siempre sale de rositas.

La típica película con el gángster grillado, psicótico, extravagante y simpático, al que lo de histriónico se queda cortísimo, tan mortífero como guasón. Con una peña de malos asesinos de lo peor; y una cuadrilla de polis tontinacos que no se enteran de nada, menos un sargento nazi o un capitán buenísimo al que no hay que cogerle cariño, por si acaso. Y muchísima violencia, y sangre a manguerazos como para alicatar tres cuatros de baño...

En fin, que me acosté de madrugada y el lunes ha sido largo, larguísimo, pero mereció la pena. Porque lo que he contado es verdad, pero el bueno tierno y apalizado era Leo, el bicho malo era Damon, el mafioso sádico era Don Nicholson, y el director era Scorsese. Y también estaban el sargento vengador Mark Wahlberg con pelo paje, y papá Sheen de jefazo. Y hasta Alec Baldwin hacía de si mismo, un creído, qué bueno que estoy, que no se enteraba de nada. Y la historia era buenísima, y la entendí todo el rato y no se me escapó ningún nombre, pista ni conexión, o sea, que estaba a mi nivel y me dejó sufrir y disfrutar y mantuvo mi atención y disparó mi adrenalina. En realidad, lo disparó todo. Me lo pasé genial. He leído críticas duras sobre esta película que no he entendido, tal vez porque soy una persona sencilla a la que le gusta ver una película donde el talento, el interés, la experiencia y la inteligencia son tan explícitos que, como espectador, me sentí parte de ellos. Una experiencia cojonuda.
14 de julio de 2011
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta debe ser una de las últimas películas del Oeste clásico y mitológico. El de las interminables llanuras, los terribles desiertos y los desfiladeros vertiginosos por donde circulaban ganados, caravanas, soldados, indios y, sobre todo, vaqueros. El cowboy era el protagonista principal de la mayoría de las películas del Oeste que recordamos. "Una de vaqueros", decíamos nada más oír la musiquita característica o ver el primer fotograma en la pantalla. A mi siempre me gustaron muchísimo. No hubo galán, guaperas, chulazo ni tío varonil y bien plantao que no se pusiera sus "vaqueros" y se fuera a recorrer Oregon, Nebraska, Texas o, mi preferida, Salt Lake City. Y qué bien lo hacían todo, y con qué fuerza y naturalidad a la vez, desde matar al malo hasta besar a la rubia, todo lo que hacían parecía fácil y resultaba perfecto.

Destilaban seguridad, confianza, experiencia y honradez por los cuatro costados de sus sudorosas camisas pardas. Un prototipo de hombres libres, solitarios y fuertes que se perdían en el horizonte a lomos de su caballo, como centauros del desierto, en el crepúsculo.

No parecía que les importara mucho el futuro en esos tiempos turbulentos, en que el retiro o la jubilación dependía de que no se cruzara una bala o una flecha que ese día llevaba su nombre escrito. Pero ésta es una película crepuscular y aquí el Oeste está explorado, conquistado, colonizado y desaparecido como género (de momento), sus modos de vida superados y el vaquero, Charlton Heston, es un hombre mayor, cansado, analfabeto, pobre y solo.

Lleva toda la vida trabajando y rodando, y, cuando conoce a una mujer y a su hijo, descubre el calor de la familia, el reposo del hogar y el encanto de la vida rutinaria y doméstica del hombre con raíces y responsabilidades.

Y es muy tentador dejarse llevar, descansar y construirse un refugio en un mundo cambiante y moderno, más inhóspito y duro para un hombre mayor, solo, pobre y analfabeto, que las Rocosas, las interminables llanuras o los abrasadores desiertos. Y para no acabar como esas cuadrillas de malotes salvajes y violentos, que eran la otra cara de esos tiempos y lugares. Creo que no, y que hasta el último momento del último rayo del crepúsculo cuando ya sea solo el último punto del horizonte, seguirá siendo el hombre fuerte, seguro, honesto y solitario que nunca pudo dejar de ser. Aunque ya no haya sitio para él y aunque ya no le dejen fumar en el saloon...
23 de abril de 2010
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con talento, por supuesto. Un feo con talento (léase: inteligencia, ingenio, humor y paciencia) es un arma de seducción masiva, capaz de enamorar a cualquier persona que reúna también esas mismas cualidades, sobre todo la paciencia, porque ya sabemos que lo primero de todo es la presentación y el primer sentido que actúa es el de la vista. Que es el más tontorrón y torpe y cegato de todos los sentidos, pienso, y al que menos caso hay que hacer, porque es tan rápido que no percibe casi nada. Solo el que tiene poco sentido común hace las cosas "a ojo". Cyrano, por ejemplo tiene un mal presentar. No mencionaré...

desde aquí hasta el fin
la terrible palabra: nariz...
por si asomarse ocurra
el brillante caballero
de mordaz pluma
e infalible acero...

... su enorme (humhum). Apéndice escandaloso que nadie puede obviar, ni él olvidar (¡ay, otro ripio y solo estoy al principio¡) pero que es mucho más famoso, adorado y temido por el encanto de su persona, la ironía de su inteligencia, el humor y el ingenio de su lengua, y la habilidad y destreza de su espada. Es valiente, audaz, libre, gracioso, inteligente y romántico, pero, (¡qué infeliz, incapaz de ver más allá de su ... (humhum)!) Piensa que no podrá enamorar (¡por supuesto, ya puesto...!) a la más bella de las bellas, solo porque él es el más feo de los más listos, el más listo de los más listos, pero el más torpe de los enamorados (¡qué vista más ruin: no ver a un palmo de su ... (humhum)!) Porque Roxana es del grupo de los bellos con talento, especie rarísima de encontrar en libertad, porque suele estar cogida, o en cautividad, aunque sin paciencia, y se ha enamorado "a ojo", aunque, tarde o temprano, descubrirá que es una torpe forma de enamorarse. Así, entre el complejo de pinocho del caballero y la tontuna de ella, se quedarán con un par de ... (humhum´s)

Pero la historia es preciosa, la verdad. Solo las historias de amor imposibles provocan unos poemas tan bellos (¡pocos besos pero preciosos versos!). Y las actuaciones (¡Mon Dieu, qué genial está Depardieu!) son magníficas. Gerard-Cyrano es gracioso, chispeante, chulo, valentón, tierno, granuja, magnífico en todo ¿Qué te iba a decir?: ¡si no lo quiere Roxana, para mi...!
22 de mayo de 2011
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Juro que todo lo que voy a escribir va a ser arbitrario, tendencioso, subjetivo e inútil, porque no me gustan los reyes ni sus películas. Si acaso la de alguno lunático, histórico, legendario o antiquísimo. Pero la de uno con corbata y pinta de inspector de hacienda, ni me interesa, ni me conmueve, ni me atrae, ni me empatiza, ni nada.

Es que montar una película sobre un rey tartamudo que tiene que pronunciar un discurso me parece de una simpleza monumental. A lo mejor, bueno seguro, que se han hecho otras con temas todavía más triviales, no digo que no, pero su desarrollo tendría algo más de sustancia, o su dirección de genio, no sé... pero ésta, como su protagonista, está a medio cocer.

A lo mejor es que me falta tensión psicológica, porque no he sabido disfrutar del encuentro de los dos personajes fundamentales sobre los que gira: el rey, que lo tiene todo, pero terriblemente inseguro y tímido, y el profesor, muy humilde, pero lleno de confianza en sí mismo. Parece un buen principio para intercambiar y confrontar humor y personalidades diferentes. Pero me parece que no se consigue. Tal vez, vuelvo al principio, porque uno de ellos es un rey, ni lunático, histórico, legendario o antiquísimo, sino un tío aburrido con corbata y aires de director de banco, que cuando se cabrea y no le gusta lo que le dicen lo trata a uno como a un vasallo o le recuerda la diferencia de origen y de categoría.

Esa patita de cabra real que asoma cada dos por tres, le quita humanidad y simpatía a mis ojos, y va difuminando mi interés por la película y por la suerte que pueda correr un personaje tan relamido y... monárquico. Y que me la creyera, que me conmoviera, me enterneciera, me motivara y me hiciera apostar por él, era la clave de toda la historia. Que pudiera ponerme en sus zapatitos lustrados e impolutos y me llevara hasta ese micrófono, nerviosa y asustada, pero emocionada y expectante, era la clave para decidir si me había parecido una buena película. Y no. Yo me puse en el lugar del hermano, que dejó todo ese rollo para casarse con la mujer que le gustaba, o hubiera entendido el consejo del hombre humilde pero muy sabio: "pues si no vale para esto dedíquese a otra cosa..."

Pero no hacerme caso que yo no entiendo nada de películas de reyes con corbata que parecen ministros de fomento. Los míos son aquellos de corona y melena larga, reyes de copas, de espadas y de corazones que lo mismo mataban un dragón que secuestraban una doncella, que vivían en países muy muy lejanos; eran valientes con corazón de león o arrancaban excalibures de las rocas... A mi es que, la verdad, para muchas cosas prefiero la ficción más fantástica a la realidad más insípida.
4 de febrero de 2023
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me encantan las películas de Carlos Vermut. Y no lo digo -solamente- por la admiración que siento por ellas; es también, y quizás sobre todo, el efecto de "encantamiento" que me producen. Me pasó desde la primera, cuando no le conocía y no esperaba lo que sucede en ese tiempo y espacio de sus historias. Porque, a ver, es que todo parece "normal": reconozco las calles, los bares, la ciudad, el clima, las casas, las personas... Tengo la sensación de que he pisado por allí y he pasado por esas situaciones. Pero si te fijas, y él conseguirá que lo hagas, hay un zumbido raro, una mirada que no debería estar ahí, un sufrimiento que se va materializando entre los objetos comunes. Es muy poderoso, porque cuando crees que eres tú, que estar hipersensibilizada ante algo que no puedes describir, resulta que el zumbido es por una bomba, de esas de mucha destrucción, que el guionista ha encendido delante de ti. No sabes la longitud de la mecha, pero sabes que va a explotar y va a ser muy cruel porque el material es brutal.

Han pasado 10 minutos de la película y tú tienes el olor de la pólvora entre las cejas. O tal vez sea un mecanismo de relojería y lo oyes tic-tac-tic-tac debajo del asiento del cine y te preparas para la explosión. Pero... no lo hace. El tiempo corre, las personas se mueven por ella ciudad conocida y por habitaciones muy parecidas a la tuya; el sufrimiento crece porque se va materializando en los diferentes matices de las personas distintas. Y tú te olvidas de la bomba; tal vez esa sea la historia, piensas. Cómo podríamos acostumbrarnos a todo. Cómo mantenemos, casi siempre, bajo control nuestros propios monstruos o los envolvemos en esa capa de ficción donde cuando encienden las luces o apagas el ordenador, todo está en su sitio. Sin zumbidos.

Y pasa mucho tiempo. Tanto que has abierto los ojos que cerraste cuando se encendió la mecha, y te has acostumbrado a la oscuridad, o a la nueva luz. Sientes muchas cosas: compasión, tristeza, comprensión... deseos de que la humanidad gane al instinto o a la magia. Pero estás en el cine, y en una película de Carlos Vermut, y los últimos diez minutos estás zarandeado por el desconcierto y la extrañeza. Sin embargo, todo casa milimétricamente. Que duela o no, ya no es culpa suya...
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