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Críticas ordenadas por utilidad
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7,2
7.363
7
3 de enero de 2015
3 de enero de 2015
69 de 77 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interesante e intensa película rusa que aborda un tema de notoria actualidad: los deleznables y estomagantes efectos de la corrupción política, la connivencia entre todos los poderes fácticos, la imposibilidad de vencer a la maquinaria del Estado cuando no hay Estado digno de tal nombre o las mafias y corruptelas están por encima de las instituciones y de las leyes. Querer ir contra el hampa corrupta, contra los descastados adoradores del becerro de oro, de las pieles ensangrentadas, de los sanedrines universitarios, de las Iglesias vanidosas y palabreras… nada está al servicio del ciudadano sino que se oficia un pandemónium fatalista contra el que es imposible vencer. La venganza cruenta y desoladora como única realidad lacerante.
¿De qué sirve tener la razón si no hay nadie que nos avale o interceda por nosotros? ¿De qué valen las leyes si no hay nadie dispuesto a aplicarlas o defenderlas o sostenerlas? ¿Para qué vivir si somos meros juguetes desvencijados a merced del latrocinio, del atropello, de la rapiña, de los humores y prioridades flatulentas de los caciques y sus aduladores y lameculos de carrera? ¿Para qué sobrevivir al hundimiento apocalíptico cuando nos parten el espinazo, arramblan con nuestros bienes, nos despojan de toda dignidad y somos tan solo una ruina famélica y renqueante a merced del viento, de las mareas, de las inclemencias de las penalidades cotidianas? ¿Cómo vencer cuando ya estamos vencidos, cuando el punto de partida está trucado y las cartas están marcadas y somos unos peleles manipulados por la retórica del sibilino más avispado, listillos de cónclaves o asambleas devaluadas?
Produce desazón, desasosiego y repulsión ver que el mal es general e impregna todos los países, todas las culturas y todas las ideologías.Es la verdadera calamidad contemporánea que se viste de mil ropajes y se defiende con cien mil cantos de sirenas oportunistas y tunantes que tratan de maquillar lo abominable del discurso con la retórica más conveniente para cada ocasión y circunstancia. Cuando no hay instituciones sólidas quedamos en manos del demagogo de turno que manipula, tergiversa, compra y vende favores y adapta su discurso para acomodar el mensaje a cada circunstancia. El mal es endémico y cuando no hay refugio, sólo queda un reguero de cadáveres.
Desoladora muestra de acerado cine político y social que produce tanta incomodidad como desconsuelo. Andamos entre ruinas y glorificamos el fango. Trágica y necesaria pero nada gratificante. Ni un rayo de esperanza. Desencanto total.
¿De qué sirve tener la razón si no hay nadie que nos avale o interceda por nosotros? ¿De qué valen las leyes si no hay nadie dispuesto a aplicarlas o defenderlas o sostenerlas? ¿Para qué vivir si somos meros juguetes desvencijados a merced del latrocinio, del atropello, de la rapiña, de los humores y prioridades flatulentas de los caciques y sus aduladores y lameculos de carrera? ¿Para qué sobrevivir al hundimiento apocalíptico cuando nos parten el espinazo, arramblan con nuestros bienes, nos despojan de toda dignidad y somos tan solo una ruina famélica y renqueante a merced del viento, de las mareas, de las inclemencias de las penalidades cotidianas? ¿Cómo vencer cuando ya estamos vencidos, cuando el punto de partida está trucado y las cartas están marcadas y somos unos peleles manipulados por la retórica del sibilino más avispado, listillos de cónclaves o asambleas devaluadas?
Produce desazón, desasosiego y repulsión ver que el mal es general e impregna todos los países, todas las culturas y todas las ideologías.Es la verdadera calamidad contemporánea que se viste de mil ropajes y se defiende con cien mil cantos de sirenas oportunistas y tunantes que tratan de maquillar lo abominable del discurso con la retórica más conveniente para cada ocasión y circunstancia. Cuando no hay instituciones sólidas quedamos en manos del demagogo de turno que manipula, tergiversa, compra y vende favores y adapta su discurso para acomodar el mensaje a cada circunstancia. El mal es endémico y cuando no hay refugio, sólo queda un reguero de cadáveres.
Desoladora muestra de acerado cine político y social que produce tanta incomodidad como desconsuelo. Andamos entre ruinas y glorificamos el fango. Trágica y necesaria pero nada gratificante. Ni un rayo de esperanza. Desencanto total.

6,3
18.833
7
11 de abril de 2016
11 de abril de 2016
67 de 73 usuarios han encontrado esta crítica útil
Regreso del mejor Almodóvar tras varias películas fallidas, quizás su mejor obra de la última década. Vuelve a uno de sus géneros favoritos: el melodrama. Su protagonista sufre y padece, pero el acierto está en velar dicha aflicción y dejarla fuera de campo, al albur de la imaginación del espectador, como si su director fuera pudoroso y se limitara a plantear el folletín pero hurtándonos, por decoro, la catarsis. Es el espectador quien deberá de completar la proyección con lo que tan sólo se apunta o sugiere durante su metraje, por ello, si te dejas seducir por la tragedia planteada saldrás recompensado, pero aquellos otros insensibles al dolor o que rehúyen la congoja y la frustración, se encontrarán con una propuesta adusta, morosa y sin facilidades que les resultará ajena.
El tormento de la pérdida. La crueldad de la separación. La desdicha del abandono. Y todo ello aderezado con el infierno atroz del sentimiento de culpa que te corroe las entrañas y anula tu existencia. El centro de gravedad que articula la trama reside en dos personajes ausentes (o que desaparecerán) y resulta meritorio poner en pie el relato a partir de un vacío que no hay forma de contener ni abarcar, que lo inunda todo y anega todo porvenir. Dar cuerpo a esa fatalidad, a ese drama, a esa angustia, no es cosa fácil. Y Almodóvar apuesta por el camino más difícil: la austeridad. Hay contención en los gestos, moderación en las expresiones emocionales, un ascetismo estético que parece ir contra el sello fallero y exuberante que le ha dado fama. Pero es esa templanza y mesura la que ahonda la medida de la desventura desoladora. Cuando se ha perdido todo, no queda nada.
Es una apuesta arriesgada que me temo no encontrará un público propicio que esté dispuesto a transitar este seco calvario de una mujer ahíta de quebrantos. Pero merece la pena porque nos muestra a un artista el pleno domino de su oficio, mejor guionista que nunca, excelente director de actrices (Emma Suárez y Adriana Ugarte están soberbias, Rossy de Palma e Inma Cuesta dotan de alma a unos breves personajes que podrían haber naufragado) y sabio planificador de secuencias, acertando con el tono y la textura, sin digresiones ni atajos, sin el alivio del humor ni el consuelo de la dicha. Y con un final redondo, de los mejores de su filmografía.
No es una película fácil ni liviana, pero se le hará justicia con el paso del tiempo porque, como todo paisaje memorable, a veces hay que escalar una ingrata montaña para poder apreciarlo.
El tormento de la pérdida. La crueldad de la separación. La desdicha del abandono. Y todo ello aderezado con el infierno atroz del sentimiento de culpa que te corroe las entrañas y anula tu existencia. El centro de gravedad que articula la trama reside en dos personajes ausentes (o que desaparecerán) y resulta meritorio poner en pie el relato a partir de un vacío que no hay forma de contener ni abarcar, que lo inunda todo y anega todo porvenir. Dar cuerpo a esa fatalidad, a ese drama, a esa angustia, no es cosa fácil. Y Almodóvar apuesta por el camino más difícil: la austeridad. Hay contención en los gestos, moderación en las expresiones emocionales, un ascetismo estético que parece ir contra el sello fallero y exuberante que le ha dado fama. Pero es esa templanza y mesura la que ahonda la medida de la desventura desoladora. Cuando se ha perdido todo, no queda nada.
Es una apuesta arriesgada que me temo no encontrará un público propicio que esté dispuesto a transitar este seco calvario de una mujer ahíta de quebrantos. Pero merece la pena porque nos muestra a un artista el pleno domino de su oficio, mejor guionista que nunca, excelente director de actrices (Emma Suárez y Adriana Ugarte están soberbias, Rossy de Palma e Inma Cuesta dotan de alma a unos breves personajes que podrían haber naufragado) y sabio planificador de secuencias, acertando con el tono y la textura, sin digresiones ni atajos, sin el alivio del humor ni el consuelo de la dicha. Y con un final redondo, de los mejores de su filmografía.
No es una película fácil ni liviana, pero se le hará justicia con el paso del tiempo porque, como todo paisaje memorable, a veces hay que escalar una ingrata montaña para poder apreciarlo.

7,2
29.912
9
27 de enero de 2018
27 de enero de 2018
98 de 136 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo no he tenido una casa señorial en Italia donde pasar los veranos y, sin embargo, he conocido esa borrachera estival de días interminables de ocio que me envolvían como una lujuria de los sentidos y parecía presagiar mi despertar sensual y afectivo. Yo no he tenido unos padres idólatras de la cultura clásica y, sin embargo, he sido acogido con afecto y cariño por su inefable protección y generosidad, sin nada que ofrecerles por mi parte más que mi apática y torpe indolencia. No obstante, también he conocido la confusión de los sentidos, la idolatría de lo imposible o de lo improbable, he transitado el alboroto desordenado de la sexualidad embrollada y caótica, la búsqueda egoísta de mi satisfacción a toda costa y a cualquier precio, pero me ha faltado el acompañamiento juicioso y salvífico de un adulto que me supiera desbrozar el camino, sin por ello tratar ni de manipularme ni de coartarme… Es decir, me veo retratado en el relato y recorrido que me proponen tanto James Ivory (en el guión) como Luca Guadagnino (en la dirección) y les estoy agradecido por ello: Han sabido expresar lo sublime sin caer en lo cicatero.
Una vez más la trama parece deambular sin un destino concreto ni aparente por derroteros que basculan entre lo tópico y lo previsible, entre una belleza edulcorada y el desapego de lo preciosista, deteniéndose en unos acontecimientos y unos pormenores que parecieran presagiar un anuncio ardoroso de colonia o una mercadería insípida de moda veraniega, pero lo relevante es todo aquello que sucede por debajo de la piel, entre los recovecos y claroscuros del deseo y los pliegues y fabulaciones de la ilusión. Una cosa es lo que hacemos y otra bien distinta es lo que anhelamos hacer. Y en esa paradoja entre lo simulado y lo real se mueve como un pez en el agua esta fábula intemporal que disecciona un amor de verano más allá de los tabúes y de las convenciones. Busca incendiar una bacanal de la pasión cuando nadie, en apariencia, ni tan siquiera ha pretendido avivar ni un mínimo rescoldo de erotismo. Pero la ternura y el apego tienen muchas máscaras y toman rumbos inesperados…
Más allá de su excelente guión, de una dirección tan primorosa como certera, de una música sibarita y evocadora, de unas imágenes inmarchitables y de unos diálogos certeros en su fecunda transparencia, el mayor mérito corresponde al trío protagonista. Ojalá Timothée Chalamet tenga una larga carrera porque su asombrosa interpretación ya forma parte de la historia del cine. Armie Hammer está muchísimo mejor de lo que su portentoso físico pudiera hacernos negar. Y Michael Stuhlbarg, como el atolondrado padre, tiene una intervención tan inolvidable como conmovedora. Gracias a ellos asistimos al sincero embrujo en estado puro.
Una vez más la trama parece deambular sin un destino concreto ni aparente por derroteros que basculan entre lo tópico y lo previsible, entre una belleza edulcorada y el desapego de lo preciosista, deteniéndose en unos acontecimientos y unos pormenores que parecieran presagiar un anuncio ardoroso de colonia o una mercadería insípida de moda veraniega, pero lo relevante es todo aquello que sucede por debajo de la piel, entre los recovecos y claroscuros del deseo y los pliegues y fabulaciones de la ilusión. Una cosa es lo que hacemos y otra bien distinta es lo que anhelamos hacer. Y en esa paradoja entre lo simulado y lo real se mueve como un pez en el agua esta fábula intemporal que disecciona un amor de verano más allá de los tabúes y de las convenciones. Busca incendiar una bacanal de la pasión cuando nadie, en apariencia, ni tan siquiera ha pretendido avivar ni un mínimo rescoldo de erotismo. Pero la ternura y el apego tienen muchas máscaras y toman rumbos inesperados…
Más allá de su excelente guión, de una dirección tan primorosa como certera, de una música sibarita y evocadora, de unas imágenes inmarchitables y de unos diálogos certeros en su fecunda transparencia, el mayor mérito corresponde al trío protagonista. Ojalá Timothée Chalamet tenga una larga carrera porque su asombrosa interpretación ya forma parte de la historia del cine. Armie Hammer está muchísimo mejor de lo que su portentoso físico pudiera hacernos negar. Y Michael Stuhlbarg, como el atolondrado padre, tiene una intervención tan inolvidable como conmovedora. Gracias a ellos asistimos al sincero embrujo en estado puro.
8
26 de octubre de 2014
26 de octubre de 2014
69 de 78 usuarios han encontrado esta crítica útil
Contar con la magnética, arrolladora y electrizante presencia de Marion Cotillard, cambia por completo la percepción que se pueda tener de una película tan poco amable y hasta ingrata como ésta. Los hermanos y directores belgas Jean-Pierre & Luc Dardenne han mostrado hasta ahora un mosaico honesto y tosco de las dificultas actuales para hacerse un hueco en la vida y encontrar una brizna de felicidad o esperanza, por lo que su cine social y a ras de tierra suele tener pocos de los encantos escapistas del consumismo habitual. “El niño de la bicicleta” (2011) era un primoroso drama doméstico, mientras que el tándem que los afianzó en el olimpo del cine europeo – “El hijo” (2002)” y “El niño” (2005) – eran esforzados recuentos de la miseria cotidiana de los menos favorecidos, hechos sin concesiones ni lindezas, sin ganas de entretener y con el solo objetivo de enunciar la realidad.
Y si bien esta cinta pudiera parecer una mera película panfletaria sobre las injusticias laborales de la crisis, nos encontramos con un rico tapiz de sugerencias y sinsabores que nos llega directamente al corazón. La lucha de una trabajadora a la que acaban de despedir – porque sus compañeros han optado por cobrar su prima salarial en vez de renunciar a ella para que no la despidan – por conseguir que la readmitan y le faciliten una segunda oportunidad, peregrinando, uno a uno, como un viacrucis laico, la vía dolorosa de sus compañeros para arrancarles un poco de solidaridad, apoyo y comprensión (o al menos compasión). Parece un objetivo utópico en el mudo utilitario y egoísta en el que nos movemos con pasmosa indiferencia hacia las necesidades y padecimientos de nuestros semejantes.
Porque si bien parece una obra de tesis, en realidad es un retablo abierto sobre las complejidades laborales del mundo depredador y cainita de hoy, donde la falta de empatía y compañerismo señorean a sus anchas y el hombre es lobo para el hombre, sin concesiones, ni gazmoñerías, ni trabas. Es la ley del más fuerte, del individualismo y la codicia. El dinero lo es todo y los altos ideales son para los que se los puedan pagar. No hay nada gratis en el microcosmos laboral de hoy, todo está tasado, hasta al afecto y la conmiseración.
Y esta brillante cinta alcanza cuotas pasmosas e inolvidables de veracidad y convicción gracias a la inconmensurable presencia de Marion Cotillard: ella está perfecta, intensa, vulnerable, derrotada y tozuda, noble y herida, rota e inquebrantable a la vez. Ella es una lección de cine y de humanidad. No se la pierdan.
Y si bien esta cinta pudiera parecer una mera película panfletaria sobre las injusticias laborales de la crisis, nos encontramos con un rico tapiz de sugerencias y sinsabores que nos llega directamente al corazón. La lucha de una trabajadora a la que acaban de despedir – porque sus compañeros han optado por cobrar su prima salarial en vez de renunciar a ella para que no la despidan – por conseguir que la readmitan y le faciliten una segunda oportunidad, peregrinando, uno a uno, como un viacrucis laico, la vía dolorosa de sus compañeros para arrancarles un poco de solidaridad, apoyo y comprensión (o al menos compasión). Parece un objetivo utópico en el mudo utilitario y egoísta en el que nos movemos con pasmosa indiferencia hacia las necesidades y padecimientos de nuestros semejantes.
Porque si bien parece una obra de tesis, en realidad es un retablo abierto sobre las complejidades laborales del mundo depredador y cainita de hoy, donde la falta de empatía y compañerismo señorean a sus anchas y el hombre es lobo para el hombre, sin concesiones, ni gazmoñerías, ni trabas. Es la ley del más fuerte, del individualismo y la codicia. El dinero lo es todo y los altos ideales son para los que se los puedan pagar. No hay nada gratis en el microcosmos laboral de hoy, todo está tasado, hasta al afecto y la conmiseración.
Y esta brillante cinta alcanza cuotas pasmosas e inolvidables de veracidad y convicción gracias a la inconmensurable presencia de Marion Cotillard: ella está perfecta, intensa, vulnerable, derrotada y tozuda, noble y herida, rota e inquebrantable a la vez. Ella es una lección de cine y de humanidad. No se la pierdan.
7
23 de mayo de 2014
23 de mayo de 2014
67 de 75 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Ay el amor! Esa inefable experiencia que nos embriaga y deslumbra y que acaba sucumbiendo a las necedades, torpezas y sacudidas: cuando ya no hay un objetivo común y el azar hace que los caminos se bifurquen y ya no hay forma de desandar el camino recorrido y todo queda en suspenso hasta que el castillo de naipes de derrumba… y suele sepultar a uno de los dos, al más débil, al más enamorado, al más egoísta o al más ingenuo. Pocos sabemos leer las pistas que el destino va sembrando a nuestro paso y preferimos la ceguera o el simple enfado fugaz en vez de encarar la adversidad y la decepción. A veces sólo hace falta tiempo o distancia – o ambos – para que poco a poco la realidad cale hondo y quede sellado el desenlace ineludible.
Esta perspicaz cinta explora el proceloso mundo de las relaciones de pareja con detenimiento, paciencia, amor al detalle, perspicacia y sin buscar atajos ni comodidades: no hay respuestas sencillas ante interrogantes complejos. Quizás sólo se le pueda reprochar que la dirección de Carlos Marqués-Marcet es sustancialmente mejor, más imaginativa, intensa y creativa que el guión, que adolece de un exceso de sobrentendidos y opacidades que dejan en suspenso demasiadas incógnitas y si bien su construcción es férrea – a modo de rondó emocional, donde el comienzo y el final se enlazan, pero con un significado bien distinto y distante – y la elaborada simplicidad de los elementos ofrece espacio para el análisis y la escucha, peca de un exceso de soberbia, como si la ingeniosa idea originaria – sólo dos personajes y su devenir – fuera suficiente para sostener el conjunto.
Es de alabar que el cine español ofrezca problemas adultos para un público maduro (o con intención de serlo), que no busque el mero escapismo o la mera anécdota intrascendente para entretener sin explorar la complejidad de la vida. Y que tenga éxito en el empeño. Sobre todo destacaría el prodigioso plano secuencia que abre la cinta – casi un corto en sí mismo – que ofrece un elaborado estudio del amor y su fragilidad. Así como el cierre de la cinta, que con su rotunda sequedad deja al espectador aturdido y turbado. Otro logro a destacar es la excelente presencia e interpretación, valiente, llena de matices e intensidad y planamente satisfactoria de sus protagonistas, Natalia Tena y David Verdaguer, que ponen, literalmente, toda la carne en el asador. Muy potente y recomendable ópera prima.
Esta perspicaz cinta explora el proceloso mundo de las relaciones de pareja con detenimiento, paciencia, amor al detalle, perspicacia y sin buscar atajos ni comodidades: no hay respuestas sencillas ante interrogantes complejos. Quizás sólo se le pueda reprochar que la dirección de Carlos Marqués-Marcet es sustancialmente mejor, más imaginativa, intensa y creativa que el guión, que adolece de un exceso de sobrentendidos y opacidades que dejan en suspenso demasiadas incógnitas y si bien su construcción es férrea – a modo de rondó emocional, donde el comienzo y el final se enlazan, pero con un significado bien distinto y distante – y la elaborada simplicidad de los elementos ofrece espacio para el análisis y la escucha, peca de un exceso de soberbia, como si la ingeniosa idea originaria – sólo dos personajes y su devenir – fuera suficiente para sostener el conjunto.
Es de alabar que el cine español ofrezca problemas adultos para un público maduro (o con intención de serlo), que no busque el mero escapismo o la mera anécdota intrascendente para entretener sin explorar la complejidad de la vida. Y que tenga éxito en el empeño. Sobre todo destacaría el prodigioso plano secuencia que abre la cinta – casi un corto en sí mismo – que ofrece un elaborado estudio del amor y su fragilidad. Así como el cierre de la cinta, que con su rotunda sequedad deja al espectador aturdido y turbado. Otro logro a destacar es la excelente presencia e interpretación, valiente, llena de matices e intensidad y planamente satisfactoria de sus protagonistas, Natalia Tena y David Verdaguer, que ponen, literalmente, toda la carne en el asador. Muy potente y recomendable ópera prima.
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