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6,5
13.966
5
18 de marzo de 2015
18 de marzo de 2015
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El día que salieron las nominaciones a los Oscar de este año, hubo un grupo bastante amplio de personas que mostró su disconformidad con el vacío que se le hizo a El año más violento, pese a no haberla visto; vacío que, por otra parte, era más que previsible. Más allá de los NBR, fue obviada en toda la temporada de premios, a excepción de su pareja protagonista -que tampoco tenían la nominación asegurada, ni mucho menos-. Una vez vista, solamente decir que no me extraña que fuese olvidada en los Oscar, pues si bien no hubiese desentonado del todo como nominada, hubo otras películas superiores a ésta que también se quedaron fuera.
El año más violento es la nueva película de J.C. Chandor, uno de los directores emergentes con más futuro en el panorama estadounidense. Después de dirigir dos obras que en términos generales consiguieron el respaldo tanto de público como de crítica (Margin Call, 2011; Cuando todo está perdido, 2013), Chandor vuelve con una película a priori totalmente diferente, pero que en su fondo comparte esa crítica a los confines de la sociedad norteamericana y a las formas que desde hace tiempo han sido las utilizadas para alcanzar el poder: corrupción, falta de ética profesional y personal, carencia de cualquier tipo de escrúpulo a la hora de actuar, etc...
En el New York del año 1981, el año más violento en la historia de la ciudad según las estadísticas, un hombre de negocios -inmigrante- llamado Abel Morales (Oscar Isaac), intenta mantener a flote un negocio que ha llevado hasta donde está gracias a su propio esfuerzo, fiel a unos principios basados en la honestidad y la legalidad. En la sombra encontramos a su mujer (Jessica Chastain), hija de un mafioso y todo lo contrario en cuanto a personalidad y carácter que su marido. Abel desea expandir su negocio comprando un puerto en el cual poder cargar y descargar con facilidad el combustible, pero por culpa de una investigación judicial por un supuesto fraude, le negarán los préstamos y tendrá que iniciar una carrera contra el reloj en busca del dinero que necesita.
Chandor construye un relato de los que se cuecen a fuego lento, cimentado en una marcada sutileza en todo momento, y en una perfección formal incontestable. La brillante fotografía de Bradford Young, con unos más que evidentes tonos grisáceos y apagados, y una magnífica banda sonora a cargo de Alex Ebert, se encargan de conducir y fundamentar el relato. Choca bastante la sutileza llevada a cabo cuando la película se desarrolla en el año más violento de la historia neoyorquina. El ritmo e incluso la forma de dirigir están totalmente influenciados por el neo-noir; algo así como un cruce entre Melville y Lumet. En todo momento nos situamos en la posición de nuestro protagonista, no podemos anticipar lo que ocurrirá ni los imprevistos a los que tendrá que hacer frente; por otra parte, Chandor rehuye de los personajes, lo cual se constata cuando apreciamos el excesivo uso y (casi) único de planos medios y generales. Así, ese afán de ser tan sutil termina por dejar a los personajes a medio desarrollar.
El año más violento es una gran película en apariencia, que va perdiendo enteros cuando te paras a escarbar en todas las capas que subyacen en ella. Su pareja protagonista, tan brillante como desaprovechada, hace gala de su poderío interpretativo en dos escenas concretas que comparten en pantalla, en las que harán que nos agarremos bien a nuestras butacas. Cabe destacar las escasas -aunque potentes- apariciones en pantalla de Jessica Chastain, para la importancia argumental que posee su personaje. El director estadounidense se traiciona a sí mismo y al film en una de las escenas finales, cuando el personaje de Oscar Isaac tapa una fuga de petróleo en un momento tenso. ¿No era una persona tan buena y tan honesta? La respuesta es dudosa; Chandor recurre al efectismo más bochornoso en una acción que supone una cierta contradicción en el personaje protagonista. Y pese a este traspié, no deja de ser un efectivo retrato de las maneras de alcanzar el poder, la riqueza y un estatus social.
Con todo, El año más violento es una propuesta más que disfrutable, con un regusto a cine clásico similar al que nos ofreciese meses atrás Las dos caras de enero (curiosamente interpretada por el propio Oscar Isaac). Un guion no del todo brillante y algún momento bochornoso no son suficiente para ocultar las grandes virtudes de esta cinta. Si bien El año más violento no se convertirá en el thriller del año, seguramente sea uno de los más potentes.
El año más violento es la nueva película de J.C. Chandor, uno de los directores emergentes con más futuro en el panorama estadounidense. Después de dirigir dos obras que en términos generales consiguieron el respaldo tanto de público como de crítica (Margin Call, 2011; Cuando todo está perdido, 2013), Chandor vuelve con una película a priori totalmente diferente, pero que en su fondo comparte esa crítica a los confines de la sociedad norteamericana y a las formas que desde hace tiempo han sido las utilizadas para alcanzar el poder: corrupción, falta de ética profesional y personal, carencia de cualquier tipo de escrúpulo a la hora de actuar, etc...
En el New York del año 1981, el año más violento en la historia de la ciudad según las estadísticas, un hombre de negocios -inmigrante- llamado Abel Morales (Oscar Isaac), intenta mantener a flote un negocio que ha llevado hasta donde está gracias a su propio esfuerzo, fiel a unos principios basados en la honestidad y la legalidad. En la sombra encontramos a su mujer (Jessica Chastain), hija de un mafioso y todo lo contrario en cuanto a personalidad y carácter que su marido. Abel desea expandir su negocio comprando un puerto en el cual poder cargar y descargar con facilidad el combustible, pero por culpa de una investigación judicial por un supuesto fraude, le negarán los préstamos y tendrá que iniciar una carrera contra el reloj en busca del dinero que necesita.
Chandor construye un relato de los que se cuecen a fuego lento, cimentado en una marcada sutileza en todo momento, y en una perfección formal incontestable. La brillante fotografía de Bradford Young, con unos más que evidentes tonos grisáceos y apagados, y una magnífica banda sonora a cargo de Alex Ebert, se encargan de conducir y fundamentar el relato. Choca bastante la sutileza llevada a cabo cuando la película se desarrolla en el año más violento de la historia neoyorquina. El ritmo e incluso la forma de dirigir están totalmente influenciados por el neo-noir; algo así como un cruce entre Melville y Lumet. En todo momento nos situamos en la posición de nuestro protagonista, no podemos anticipar lo que ocurrirá ni los imprevistos a los que tendrá que hacer frente; por otra parte, Chandor rehuye de los personajes, lo cual se constata cuando apreciamos el excesivo uso y (casi) único de planos medios y generales. Así, ese afán de ser tan sutil termina por dejar a los personajes a medio desarrollar.
El año más violento es una gran película en apariencia, que va perdiendo enteros cuando te paras a escarbar en todas las capas que subyacen en ella. Su pareja protagonista, tan brillante como desaprovechada, hace gala de su poderío interpretativo en dos escenas concretas que comparten en pantalla, en las que harán que nos agarremos bien a nuestras butacas. Cabe destacar las escasas -aunque potentes- apariciones en pantalla de Jessica Chastain, para la importancia argumental que posee su personaje. El director estadounidense se traiciona a sí mismo y al film en una de las escenas finales, cuando el personaje de Oscar Isaac tapa una fuga de petróleo en un momento tenso. ¿No era una persona tan buena y tan honesta? La respuesta es dudosa; Chandor recurre al efectismo más bochornoso en una acción que supone una cierta contradicción en el personaje protagonista. Y pese a este traspié, no deja de ser un efectivo retrato de las maneras de alcanzar el poder, la riqueza y un estatus social.
Con todo, El año más violento es una propuesta más que disfrutable, con un regusto a cine clásico similar al que nos ofreciese meses atrás Las dos caras de enero (curiosamente interpretada por el propio Oscar Isaac). Un guion no del todo brillante y algún momento bochornoso no son suficiente para ocultar las grandes virtudes de esta cinta. Si bien El año más violento no se convertirá en el thriller del año, seguramente sea uno de los más potentes.

5,9
4.941
5
25 de noviembre de 2016
25 de noviembre de 2016
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
A falta de poco más de dos meses para que finalice el año, podemos dar por hecho que nos encontramos ante una temporada excelente para el cine español. Dentro de los estimulantes y variados trabajos que hemos podido disfrutar a lo largo del año, apreciamos la estupenda salud de la que goza un género en concreto: el thriller. Los tres ejemplos más relevantes en este momento son Que Dios nos perdone, Tarde para la ira y Callback -avalada por la Biznaga de Oro, la película de Carles Torres llegará el próximo mes de enero a nuestros cines-, tres trabajos que exploran de maneras muy distintas y personales un género en el que solemos echar en falta algo de arrojo y personalidad.
En esta tesitura -y aunque es bastante injusto etiquetarla- aparece La próxima piel, el nuevo largometraje de Isaki Lacuesta, firmado en esta ocasión junto a Isa Campo, su colaboradora habitual. Inclasificable por su naturaleza y complejidad, esta película discurre siempre entre el thriller atmosférico y el drama familiar, con un dominio de las formas y un enfoque hasta cierto punto intimista que la alejan completamente del arquetípico esquema narrativo que muchos cineastas hubieran seguido con un punto de partida con estos visos de comercialidad.
El deshielo en una zona fronteriza entre España y Francia es la primera imagen de la película (ya en los créditos iniciales podemos escuchar su sonido, aunque no sea fácil reconocer su procedencia), que sirve de metáfora de una suerte de renacimiento, o quizá de una simple, aunque complicada, reinserción. ¿Querrán transmitirnos las imágenes que el paisaje está mudando su piel, esperando a un personaje que haga lo propio por necesidad? El montaje nos muestra paralelamente el viaje de una mujer -que anteriormente recibe una inesperada llamada mientras se encuentra trabajando- y su cuñado por las nevadas y sinuosas carreteras del pirineo catalán que se dirigen al país francés, y la estúpida acción de un adolescente, internado en un centro de menores, que no se siente capaz de enfrentarse a todo lo que se le viene encima. Ana (Emma Suárez) va a recoger a su hijo Gabriel (Álex Monner), apodado como Léo en el centro, que desapareció ocho años atrás y fue dado por muerto. El joven sufre de amnesia disociativa, muy probablemente fruto de un suceso traumático que desconocemos -y desconoce-, por lo que su vuelta al hogar familiar no será nada fácil; los recuerdos, que aparecen con cuentagotas, casi nunca están relacionados con la figura de su padre, que falleció el mismo día de su desaparición.
El conflicto es latente desde el principio y se materializa de muy diversas formas, desde la propia lucha interna del protagonista hasta los diferentes enfrentamientos interpersonajes, confrontaciones en las que nunca interviene un tercero -las intenciones de todos y cada uno de ellos esconden algo que no puede ser revelado-. Las dudas se explicitan en el momento en que el tío de Gabriel (Sergi López) lo acusa de ser un impostor, y es a partir de ahí cuando la incertidumbre y la ambigüedad se apoderan por completo del relato, aunque el drama siempre prevalece sobre la intriga, y la construcción de personajes nunca se supedita al transcurrir de la trama, en todo momento verosímil y coherente. La imagen y el sonido juegan un papel fundamental en la vertiente psicológica del personaje de Monner, que deslumbra con una interpretación brutal, tanto en lo visceral como en lo emocional. Y es que la intención de Lacuesta y Campo no es ni mucho menos la de generar dudas al espectador, pues la intriga se construye por necesidades puramente narrativas. Lo cierto es que la incertidumbre de los personajes, sin una sola excepción -en algún momento u otro del metraje, todos acaban viéndose superados por lo desconocido-, es incluso superior a la del espectador.
Es por eso que La próxima piel resulta inclasificable, y cualquier etiqueta que le pongamos no hará sino empequeñecer las virtudes de una producción única, con un envoltorio tan frío como el paisaje pirenaico en el que desarrolla la acción, pero que en el fondo es una preciosa aunque desasosegante bomba emocional. No hay más que ver las escenas que comparten Suárez y Monner -filmadas prácticamente como encuentros amorosos- para comprender lo que buscan los personajes y cuál es la intención final de la obra. Esta película se disfruta durante el visionado, te mantiene en tensión sin giros argumentales, pero el verdadero disfrute se produce pensándola, descubriendo todos los significados que esconden sus imágenes.
En esta tesitura -y aunque es bastante injusto etiquetarla- aparece La próxima piel, el nuevo largometraje de Isaki Lacuesta, firmado en esta ocasión junto a Isa Campo, su colaboradora habitual. Inclasificable por su naturaleza y complejidad, esta película discurre siempre entre el thriller atmosférico y el drama familiar, con un dominio de las formas y un enfoque hasta cierto punto intimista que la alejan completamente del arquetípico esquema narrativo que muchos cineastas hubieran seguido con un punto de partida con estos visos de comercialidad.
El deshielo en una zona fronteriza entre España y Francia es la primera imagen de la película (ya en los créditos iniciales podemos escuchar su sonido, aunque no sea fácil reconocer su procedencia), que sirve de metáfora de una suerte de renacimiento, o quizá de una simple, aunque complicada, reinserción. ¿Querrán transmitirnos las imágenes que el paisaje está mudando su piel, esperando a un personaje que haga lo propio por necesidad? El montaje nos muestra paralelamente el viaje de una mujer -que anteriormente recibe una inesperada llamada mientras se encuentra trabajando- y su cuñado por las nevadas y sinuosas carreteras del pirineo catalán que se dirigen al país francés, y la estúpida acción de un adolescente, internado en un centro de menores, que no se siente capaz de enfrentarse a todo lo que se le viene encima. Ana (Emma Suárez) va a recoger a su hijo Gabriel (Álex Monner), apodado como Léo en el centro, que desapareció ocho años atrás y fue dado por muerto. El joven sufre de amnesia disociativa, muy probablemente fruto de un suceso traumático que desconocemos -y desconoce-, por lo que su vuelta al hogar familiar no será nada fácil; los recuerdos, que aparecen con cuentagotas, casi nunca están relacionados con la figura de su padre, que falleció el mismo día de su desaparición.
El conflicto es latente desde el principio y se materializa de muy diversas formas, desde la propia lucha interna del protagonista hasta los diferentes enfrentamientos interpersonajes, confrontaciones en las que nunca interviene un tercero -las intenciones de todos y cada uno de ellos esconden algo que no puede ser revelado-. Las dudas se explicitan en el momento en que el tío de Gabriel (Sergi López) lo acusa de ser un impostor, y es a partir de ahí cuando la incertidumbre y la ambigüedad se apoderan por completo del relato, aunque el drama siempre prevalece sobre la intriga, y la construcción de personajes nunca se supedita al transcurrir de la trama, en todo momento verosímil y coherente. La imagen y el sonido juegan un papel fundamental en la vertiente psicológica del personaje de Monner, que deslumbra con una interpretación brutal, tanto en lo visceral como en lo emocional. Y es que la intención de Lacuesta y Campo no es ni mucho menos la de generar dudas al espectador, pues la intriga se construye por necesidades puramente narrativas. Lo cierto es que la incertidumbre de los personajes, sin una sola excepción -en algún momento u otro del metraje, todos acaban viéndose superados por lo desconocido-, es incluso superior a la del espectador.
Es por eso que La próxima piel resulta inclasificable, y cualquier etiqueta que le pongamos no hará sino empequeñecer las virtudes de una producción única, con un envoltorio tan frío como el paisaje pirenaico en el que desarrolla la acción, pero que en el fondo es una preciosa aunque desasosegante bomba emocional. No hay más que ver las escenas que comparten Suárez y Monner -filmadas prácticamente como encuentros amorosos- para comprender lo que buscan los personajes y cuál es la intención final de la obra. Esta película se disfruta durante el visionado, te mantiene en tensión sin giros argumentales, pero el verdadero disfrute se produce pensándola, descubriendo todos los significados que esconden sus imágenes.

5,6
4.275
4
2 de junio de 2015
2 de junio de 2015
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras una más que dilatada experiencia como cortometrajista, el australiano Julius Avery debuta en la gran pantalla con Son of a gun, protagonizada por Ewan McGregor, Brenton Thwaites y Alicia Vikander. Este thriller de acción, más concretamente de la temática de robos/atracos, que tantos trabajos y con tan diferente resultado nos ha dado, es una película que probablemente todos hayamos visto con anterioridad. Si su argumento es clara evidencia de ello, el previsible (aunque no quiera o crea serlo) desarrollo de la trama no deja lugar a dudas. Y eso no quita que, pese a descartar su originalidad desde el punto de partida, Son of a gun acaba siendo un más que digno thriller.
JR (Thwaites) es ingresado en prisión por un delito menor, y aprenderá rápidamente cómo funcionan las cosas en la cárcel. Tiene una condena de sólo 6 meses, pero medio año en la cárcel da para mucho -y más en el cine-. Casi sin quererlo, acaba ganándose la protección de Brendan Lynch (McGregor), el criminal más famoso de Australia. Pero a cambio de su protección, JR deberá ayudarle a escapar una vez esté en libertad. El punto de partida queda así resumido, aunque luego haya una chica de por medio y una trama criminal en la que nada ni nadie es lo que parece, y donde las traiciones están a la orden del día.
Me parece muy interesante el enfoque de la diferencia entre los bonobos y los chimpancés que aporta Avery, siendo JR el bonobo y el resto, o particularmente Brendan Lynch, los chimpancés. Queda clara la importancia que tiene la cooperación y cohesión entre personas incluso dentro de un negocio tan turbulento. El estar solo puede acabar pasándote factura, y el que al final gana es el más listo, el que ha sabido dónde apoyarse y en qué momento hacerlo (aquí no quiero entrar en si es por simple conveniencia o no).
Son of a gun tiene un tremendo lastre en forma de guion. El australiano demuestra buenas maneras tras las cámaras, rodando con gran solvencia las escenas de acción y manteniendo un ritmo que te mantiene pegado a la butaca en las casi dos horas que dura la película. Pero probablemente escribir no sea lo suyo, pues el libreto es totalmente superficial; no puede ser que un conglomerado de giros al final de la película no me sorprendan en absoluto. Y eso que éstos no están para nada mal ejecutados, pero es que el desarrollo de la cinta es previsible en demasía. Pero bueno, es una ópera prima y con el tiempo todo se puede pulir. Quedémonos con el buen hacer de Avery como director.
El reparto es acertado en general; no veo la gran actuación en ninguno de los intérpretes, pero todos llevan a cabo sus papeles con gran solvencia. Ewan McGregor cumple en un papel que le va como anillo al dedo, debido a su afable apariencia; Brenton Thwaites peca un poco de inexpresivo, pero aun así aporta credibilidad a su personaje; y Alicia Vikander es quizá quien más destaca del reparto, como esa suerte de femme fatale que es Tasha. Y digo suerte porque no termina de serlo, por causas que descubriréis en el visionado de la película.
Sin alardes y sin momentos para recordar, Son of a gun es un más que interesante thriller y debut como largometrajista de Julius Avery. Pese a no destacar ninguno de sus aspectos, más allá de una notable banda sonora, el resultado final de la película es más que compacto. La carta de presentación del australiano no consigue deslumbrar, pero sí ganarse mi expectación de ahora en adelante.
Crítica publicada en @dfcinema: http://dfcinema.com/2015/05/24/son-of-a-gun-el-bonobo/
JR (Thwaites) es ingresado en prisión por un delito menor, y aprenderá rápidamente cómo funcionan las cosas en la cárcel. Tiene una condena de sólo 6 meses, pero medio año en la cárcel da para mucho -y más en el cine-. Casi sin quererlo, acaba ganándose la protección de Brendan Lynch (McGregor), el criminal más famoso de Australia. Pero a cambio de su protección, JR deberá ayudarle a escapar una vez esté en libertad. El punto de partida queda así resumido, aunque luego haya una chica de por medio y una trama criminal en la que nada ni nadie es lo que parece, y donde las traiciones están a la orden del día.
Me parece muy interesante el enfoque de la diferencia entre los bonobos y los chimpancés que aporta Avery, siendo JR el bonobo y el resto, o particularmente Brendan Lynch, los chimpancés. Queda clara la importancia que tiene la cooperación y cohesión entre personas incluso dentro de un negocio tan turbulento. El estar solo puede acabar pasándote factura, y el que al final gana es el más listo, el que ha sabido dónde apoyarse y en qué momento hacerlo (aquí no quiero entrar en si es por simple conveniencia o no).
Son of a gun tiene un tremendo lastre en forma de guion. El australiano demuestra buenas maneras tras las cámaras, rodando con gran solvencia las escenas de acción y manteniendo un ritmo que te mantiene pegado a la butaca en las casi dos horas que dura la película. Pero probablemente escribir no sea lo suyo, pues el libreto es totalmente superficial; no puede ser que un conglomerado de giros al final de la película no me sorprendan en absoluto. Y eso que éstos no están para nada mal ejecutados, pero es que el desarrollo de la cinta es previsible en demasía. Pero bueno, es una ópera prima y con el tiempo todo se puede pulir. Quedémonos con el buen hacer de Avery como director.
El reparto es acertado en general; no veo la gran actuación en ninguno de los intérpretes, pero todos llevan a cabo sus papeles con gran solvencia. Ewan McGregor cumple en un papel que le va como anillo al dedo, debido a su afable apariencia; Brenton Thwaites peca un poco de inexpresivo, pero aun así aporta credibilidad a su personaje; y Alicia Vikander es quizá quien más destaca del reparto, como esa suerte de femme fatale que es Tasha. Y digo suerte porque no termina de serlo, por causas que descubriréis en el visionado de la película.
Sin alardes y sin momentos para recordar, Son of a gun es un más que interesante thriller y debut como largometrajista de Julius Avery. Pese a no destacar ninguno de sus aspectos, más allá de una notable banda sonora, el resultado final de la película es más que compacto. La carta de presentación del australiano no consigue deslumbrar, pero sí ganarse mi expectación de ahora en adelante.
Crítica publicada en @dfcinema: http://dfcinema.com/2015/05/24/son-of-a-gun-el-bonobo/
6
11 de diciembre de 2014
11 de diciembre de 2014
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
'Camino de la cruz', dirigida por Dietrich Brüggemann, y ganadora del Oso de Plata en Berlín y de la Espiga de Plata y el Premio FIPRESCI en la Seminci de Valladolid; es un retrato sobre el peligro de los fanatismos (religioso en este caso) y las escalofriantes consecuencias que conlleva el seguir unos preceptos ultra-cristianos hasta su máximo exponente.
En 'Camino de la cruz' acompañamos a María en su Via crucis personal, a través de 14 secuencias (11 planos fijos y 3 con un movimiento de cámara preciso), las cuales coinciden con las estaciones desde que Jesús es aprehendido hasta su crucifixión y sepultura. Desde un primer momento queda patente la importancia que da el director alemán a la forma, aunque sin descuidar el resto de aspectos. Capítulo a capítulo se nos va presentando la figura de María; así como sus miedos, inquietudes y deseos. Además de la genial decisión de dividir la obra en esas 14 secuencias, la fotografía es una maravilla (con un plano final bellísimo) y el guión sobresaliente. El director y co-guionista es capaz de mantener una creciente tensión capítulo a capítulo con unos diálogos muy directos y realmente asombrosos, que nos sumen de lleno en este "viaje" tortuoso y de final irremediable.
Brüggemann evita la crítica fácil y únicamente nos muestra este dramático acontecimiento, lo hace de forma sobria y a la vez brillante, dejando en evidencia a estas formas de ejercer los principios religiosos, que a día de hoy aún son llevadas a cabo por muchas familias y comunidades en diversos lugares del mundo. Personalmente, considero el fanatismo religioso uno de los más peligrosos, sino el más, y más ahora tras haber visionado esta película.
Buscarle defectos a esta película no es nada sencillo, pero siendo honestos el reparto no mantiene el nivel del resto del film. Lea Van Acken interpreta a María de una manera asombrosa en su debut como actriz, pero el plantel de secundarios resulta algo flojo, y más en comparación con la joven actriz alemana. Otro problema, en este caso estrictamente personal, es que no me llega a atraer enteramente la historia, tratando un tema que no despierta gran interés en mí.
Pero no por ello deja de parecerme una película notable, técnicamente brillante y que deja un mensaje en el aire que no debería dejar indiferente a nadie. Lo peor es que no es tan lejano este tema de lo que pueda parecer de primera mano; es ficción, pero ficción tremendamente cruda y real.
En 'Camino de la cruz' acompañamos a María en su Via crucis personal, a través de 14 secuencias (11 planos fijos y 3 con un movimiento de cámara preciso), las cuales coinciden con las estaciones desde que Jesús es aprehendido hasta su crucifixión y sepultura. Desde un primer momento queda patente la importancia que da el director alemán a la forma, aunque sin descuidar el resto de aspectos. Capítulo a capítulo se nos va presentando la figura de María; así como sus miedos, inquietudes y deseos. Además de la genial decisión de dividir la obra en esas 14 secuencias, la fotografía es una maravilla (con un plano final bellísimo) y el guión sobresaliente. El director y co-guionista es capaz de mantener una creciente tensión capítulo a capítulo con unos diálogos muy directos y realmente asombrosos, que nos sumen de lleno en este "viaje" tortuoso y de final irremediable.
Brüggemann evita la crítica fácil y únicamente nos muestra este dramático acontecimiento, lo hace de forma sobria y a la vez brillante, dejando en evidencia a estas formas de ejercer los principios religiosos, que a día de hoy aún son llevadas a cabo por muchas familias y comunidades en diversos lugares del mundo. Personalmente, considero el fanatismo religioso uno de los más peligrosos, sino el más, y más ahora tras haber visionado esta película.
Buscarle defectos a esta película no es nada sencillo, pero siendo honestos el reparto no mantiene el nivel del resto del film. Lea Van Acken interpreta a María de una manera asombrosa en su debut como actriz, pero el plantel de secundarios resulta algo flojo, y más en comparación con la joven actriz alemana. Otro problema, en este caso estrictamente personal, es que no me llega a atraer enteramente la historia, tratando un tema que no despierta gran interés en mí.
Pero no por ello deja de parecerme una película notable, técnicamente brillante y que deja un mensaje en el aire que no debería dejar indiferente a nadie. Lo peor es que no es tan lejano este tema de lo que pueda parecer de primera mano; es ficción, pero ficción tremendamente cruda y real.
2 de junio de 2015
2 de junio de 2015
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aún no hemos llegado ni a la mitad del 2015, pero no creo que vaya a colarme demasiado si digo que Nuestro último verano en Escocia va a ser una de las mejores comedias del año, si no la mejor. La experiencia de Andy Hamilton y Guy Jenkin como guionistas y directores de series de televisión, tales como Outnumbered, Bedtime y El lenguaje de los signos, está excelentemente aprovechada en esta cinta, que nos hace creer estar viendo capítulos de una sitcom en continua reproducción. El tipo de humor y los excelentes y numerosos gags recuerdan a los mejores guiones escritos para la pequeña pantalla.
Doug (David Tennant, Noche de miedo, 2011) y Abi (Rosamund Pike, Perdida, 2014) son dos padres en proceso de separación, cuyos tres hijos son de esa clase de niños que según el momento pueden parecer encantadores o insoportables. Así, esta familia disfuncional (así suelen llamarse, pese a ser de lo más común) deberá realizar un viaje a Escocia por motivo del cumpleaños de Gordie (Billy Connolly, El último samurái, 2003), padre de Doug y enfermo de cáncer. Por la posibilidad de que sea la última vez que vean al abuelo, deberán aparentar ser una familia normal. Sin duda esta situación es la que motivará la gran mayoría de risas entre el público, que no serán pocas.
Nuestro último verano en Escocia es una comedia familiar que sorprende, pues además propone un más que interesante enfoque, gracias al cual podremos ver el choque entre el mundo real y aquél en que los niños habitan. Temas como la enfermedad, la muerte y los conflictos familiares se nos presentarán desde la perspectiva de los pequeños. Lo más destacable de la película, más allá de su más que efectivo humor, es la forma en la que Hamilton y Jenkin llevan a cabo un giro arriesgado, que si bien podría haber hecho peligrar gran parte del trabajo anterior, está perfectamente ejecutado y añade un componente dramático pero sin variar en absoluto el tono alegre y desenfadado del filme.
Los continuos gags de la película, que están repartidos entre las escenas de todos y cada uno de los miembros de la familia, aumentan su efectividad gracias a un montaje ágil y al uso de la cámara en mano que nos acerca acertadamente al lugar en que se encuentran los personajes. Además, prácticamente en cada secuencia podremos disfrutar de un precioso plano de la zona costera de los Highlands.
Rosamund Pike y David Tennant están sensacionales como la pareja en continua disputa, pero son los niños los que llevan el peso de la película a sus espaldas. Sus partes fueron rodadas sin guion, siguiendo unas pautas que los directores les comentaban antes de cada escena. Su naturalidad y desparpajo son un verdadero acierto, pues las tres son de las mejores actuaciones infantiles que podremos ver en mucho tiempo.
El final es probablemente el talón de Aquiles de la película, pues rompe un poco con esa mala leche presente durante todo el metraje. Pero siendo sincero, no creo que pueda enturbiar lo más mínimo el cómputo global de una comedia que verdaderamente hacía falta. Nuestro último verano en Escocia pasará a ser un referente en las películas de este estilo. La cinta es divertida, muy graciosa, genialmente interpretada y con un trasfondo mayor del que pudiera parecer en primera instancia. Un verdadero ejemplo de cómo el cine ligero y enfocado a sectores amplios del público puede ser también de calidad.
Doug (David Tennant, Noche de miedo, 2011) y Abi (Rosamund Pike, Perdida, 2014) son dos padres en proceso de separación, cuyos tres hijos son de esa clase de niños que según el momento pueden parecer encantadores o insoportables. Así, esta familia disfuncional (así suelen llamarse, pese a ser de lo más común) deberá realizar un viaje a Escocia por motivo del cumpleaños de Gordie (Billy Connolly, El último samurái, 2003), padre de Doug y enfermo de cáncer. Por la posibilidad de que sea la última vez que vean al abuelo, deberán aparentar ser una familia normal. Sin duda esta situación es la que motivará la gran mayoría de risas entre el público, que no serán pocas.
Nuestro último verano en Escocia es una comedia familiar que sorprende, pues además propone un más que interesante enfoque, gracias al cual podremos ver el choque entre el mundo real y aquél en que los niños habitan. Temas como la enfermedad, la muerte y los conflictos familiares se nos presentarán desde la perspectiva de los pequeños. Lo más destacable de la película, más allá de su más que efectivo humor, es la forma en la que Hamilton y Jenkin llevan a cabo un giro arriesgado, que si bien podría haber hecho peligrar gran parte del trabajo anterior, está perfectamente ejecutado y añade un componente dramático pero sin variar en absoluto el tono alegre y desenfadado del filme.
Los continuos gags de la película, que están repartidos entre las escenas de todos y cada uno de los miembros de la familia, aumentan su efectividad gracias a un montaje ágil y al uso de la cámara en mano que nos acerca acertadamente al lugar en que se encuentran los personajes. Además, prácticamente en cada secuencia podremos disfrutar de un precioso plano de la zona costera de los Highlands.
Rosamund Pike y David Tennant están sensacionales como la pareja en continua disputa, pero son los niños los que llevan el peso de la película a sus espaldas. Sus partes fueron rodadas sin guion, siguiendo unas pautas que los directores les comentaban antes de cada escena. Su naturalidad y desparpajo son un verdadero acierto, pues las tres son de las mejores actuaciones infantiles que podremos ver en mucho tiempo.
El final es probablemente el talón de Aquiles de la película, pues rompe un poco con esa mala leche presente durante todo el metraje. Pero siendo sincero, no creo que pueda enturbiar lo más mínimo el cómputo global de una comedia que verdaderamente hacía falta. Nuestro último verano en Escocia pasará a ser un referente en las películas de este estilo. La cinta es divertida, muy graciosa, genialmente interpretada y con un trasfondo mayor del que pudiera parecer en primera instancia. Un verdadero ejemplo de cómo el cine ligero y enfocado a sectores amplios del público puede ser también de calidad.
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