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Críticas ordenadas por utilidad
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6,3
125
7
2 de marzo de 2014
2 de marzo de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de pasar años descatalogada, por fin aparece en DVD una película que un montón de nostálgicos ha estado persiguiendo. La nostalgia casi nunca es buena compañera y eso sucede en este caso. La realidad no suele estar nunca a la altura del recuerdo. La fijación en la película se produjo lógicamente por unos cuantos gags que se grabaron en la memoria por lo que tenían de novedad e ingenio.
En todo caso “Un gramo de locura” está realizada muy dignamente sobre un argumento que sólo sirve de soporte a los distintos episodios y géneros que se unen en la película. Danny Kaye cumple perfectamente su papel aunque también su figura, tan popular en su tiempo, aparece afectada por el paso del tiempo. Los demás personajes, simplemente, se limitan a moverse en torno a él. La música de Sylvia Fine es destacable aunque pase inadvertida por lo discreta.
Siempre he creído obligado insistir en que toda crítica debe ser realizada atendiendo y teniendo presente la circunstancia histórica en que nació la película y eso es algo que también resulta aquí de aplicación obligada.
Para muchos, además, continuará siendo algo así como una película de culto.
En todo caso “Un gramo de locura” está realizada muy dignamente sobre un argumento que sólo sirve de soporte a los distintos episodios y géneros que se unen en la película. Danny Kaye cumple perfectamente su papel aunque también su figura, tan popular en su tiempo, aparece afectada por el paso del tiempo. Los demás personajes, simplemente, se limitan a moverse en torno a él. La música de Sylvia Fine es destacable aunque pase inadvertida por lo discreta.
Siempre he creído obligado insistir en que toda crítica debe ser realizada atendiendo y teniendo presente la circunstancia histórica en que nació la película y eso es algo que también resulta aquí de aplicación obligada.
Para muchos, además, continuará siendo algo así como una película de culto.
7 de octubre de 2012
7 de octubre de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
A un maduro Visconti le atraía recrear ciertos ambientes y recrearse en ellos. Con harta frecuencia estos ambientes se asocian con la decadencia, lo que no pasa de ser una pobre exculpación de ese pecado para nuestra época. Quizá Visconti no refleja decadencia sino exuberancia. Pero es lo que le atrae Visconti y lo presenta muy bien. Baviera en los momentos del reinado de Luis II muestra ese mundo y Visconti se sumerge en él gustosamente.
Pero a Visconti no le basta el marco y precisa el personaje que se encuadre perfectamente en él. En este caso es Luis II de Baviera, una personalidad extraña cuyos perfiles distan de estar perfectamente definidos y siguen siendo discutidos pero que, en todo caso, poseen ese grado de indefinición que permite su perfecta inserción en el ambiente. Una ambigüedad a la que sirve perfectamente Helmut Berger.
En los biopics siempre se tiene la sensación de que más que la película se critica el correcto reflejo del personaje cuya historia se nos presenta. Pero lo cierto es que esto último es un condicionante básico de la película y si ésta se confiesa como biopic debe ser fiel a la realidad. Visconti es fiel a la en este caso a la imagen de Luis II de Baviera; transmite las contradicciones y las dudas que aun existen sobre su vida, comenzando por la que afecta a su muerte por suicidio o por asesinato. Sucede, sin embargo, que se trata de un personaje terriblemente difícil y complejo. Se abordan problemas como su amistad con Wagner, sus deficiencias como gobernante, su carácter caprichoso, sus problemas sexuales, o su peculiar pacifismo.
Se acusa a la película de ser larga y lenta, una doble y peculiar acusación. Pero la duración es fruto de la complejidad de la historia contada y, a la vez, fruto de la morosidad que debe existir en determinados momentos para permitir la comprensión del personaje. Habría que preguntarse si hubiera sido posible acortarla sin perderse el sentido de la historia contada.
La película derrocha preocupación estética. Y lo hace con éxito en la mayor parte de las ocasiones. Dejando a Visconti a un lado, los protagonistas llevan a cabo grandes interpretaciones. Helmut Berger refleja perfectamente las distintas etapas de Luis II, desde el joven coronado al monarca acosado, pasando por el gobernante desnortado. Romy Schneider ofrece la imagen de una Sissi poderosa e influyente. Trevor Howard nos ofrece un Wagner verosímil y natural. Todos los demás intérpretes cubren perfectamente sus papeles, lo que suele ser un signo de la habilidad del director.
Pero a Visconti no le basta el marco y precisa el personaje que se encuadre perfectamente en él. En este caso es Luis II de Baviera, una personalidad extraña cuyos perfiles distan de estar perfectamente definidos y siguen siendo discutidos pero que, en todo caso, poseen ese grado de indefinición que permite su perfecta inserción en el ambiente. Una ambigüedad a la que sirve perfectamente Helmut Berger.
En los biopics siempre se tiene la sensación de que más que la película se critica el correcto reflejo del personaje cuya historia se nos presenta. Pero lo cierto es que esto último es un condicionante básico de la película y si ésta se confiesa como biopic debe ser fiel a la realidad. Visconti es fiel a la en este caso a la imagen de Luis II de Baviera; transmite las contradicciones y las dudas que aun existen sobre su vida, comenzando por la que afecta a su muerte por suicidio o por asesinato. Sucede, sin embargo, que se trata de un personaje terriblemente difícil y complejo. Se abordan problemas como su amistad con Wagner, sus deficiencias como gobernante, su carácter caprichoso, sus problemas sexuales, o su peculiar pacifismo.
Se acusa a la película de ser larga y lenta, una doble y peculiar acusación. Pero la duración es fruto de la complejidad de la historia contada y, a la vez, fruto de la morosidad que debe existir en determinados momentos para permitir la comprensión del personaje. Habría que preguntarse si hubiera sido posible acortarla sin perderse el sentido de la historia contada.
La película derrocha preocupación estética. Y lo hace con éxito en la mayor parte de las ocasiones. Dejando a Visconti a un lado, los protagonistas llevan a cabo grandes interpretaciones. Helmut Berger refleja perfectamente las distintas etapas de Luis II, desde el joven coronado al monarca acosado, pasando por el gobernante desnortado. Romy Schneider ofrece la imagen de una Sissi poderosa e influyente. Trevor Howard nos ofrece un Wagner verosímil y natural. Todos los demás intérpretes cubren perfectamente sus papeles, lo que suele ser un signo de la habilidad del director.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La película cubre muchos frentes aunque haciéndolo de manera sutil. Por ejemplo: parece que Luis II de Baviera se bebía diariamente dos o tres botellas de champán. Y puede comprobarse cómo, en la película, las copas de champán aparecen de manera constante y discreta, sin alusión especial a esa dependencia. Como hay insinuaciones a su presunta homosexualidad, pero no un pasaje explícito que lo evidencie, como actualmente se lleva a uso; parece que Visconti consideraba aun al espectador como alguien inteligente.
Al hilo de lo anterior: el consumo habitual de una bebida como el champán, alcohólica y carbónica, puede explicar cefaleas y destrucción de la dentadura si se retiene en la boca.
Al hilo de lo anterior: el consumo habitual de una bebida como el champán, alcohólica y carbónica, puede explicar cefaleas y destrucción de la dentadura si se retiene en la boca.

7,2
114.754
5
17 de septiembre de 2012
17 de septiembre de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sabido es que, en música grabada, la calidad de un equipo de reproducción es la inferior de las calidades de los distintos componentes. En una película pasa algo parecido; si la dirección es mala, la película no podrá ser considerada buena; si las interpretaciones son flojas, la película no alcanzará una gran valoración; si el guión no es bueno esta fala e calidad se impondrá a la que puedan tener otros factores. Menos importancia tienen, claro está, cuestiones accesorias, como iluminación, música, vestuarios.
Con “No es país para buenos” pasa exactamente eso. La habilidad de los hermanos Coen para dirigir y, en definitiva, para contar una historia parece algo reconocido y en esta película se vuelve a mostrar con toda su intensidad. La expresividad, por ejemplo, que dan a los objetos es una lección a seguir. Tienen además un sentido estético indudable, que hace que incluso las primeras imágenes del desierto de Tejas centren al espectador.
Pero entran en juegos otros factores. En primer término, un guion muy flojo, ya que un guion de una película no puede ser nunca una narración o transcripción de una novela. El cine y la novela se interactúan, pero nunca puede hacerse el primero esclavo del segundo. Una buena novela no siempre es una buena película. Una transcripción precisa suele ser el mejor amino para desembocar en una mala película. Y es una de las cosas que suceden aquí. El guion tiene incoherencias, vacíos e inverosimilitudes que le hacen un tanto infumable. Si ello ha sido una artimaña estudiada de los Coen, ha resultado simplemente equivocada.
Las interpretaciones distan mucho de ayudar a la película. Tommy Lee Jones tiene un papel de soliloquios que no precisa de excesiva interpretación, por lo que se queda en lo suplemente justo. Javier Bardem realmente no interpreta, desde el principio pone una cara inexpresiva y estólida y no la varía, algo que no cuadra precisamente con la idea de psicópata que parece que se le atribuye; lo del Oscar a un actor secundario (¿?) parece más cosa de lobbies. Josh Brolin, pues bien, pero no mucho más.
Resulta llamativa también la desigualdad de la película. Pasa de una primera parte bien llevada y con ritmo, a una segunda aburrida, repetitiva a ratos e incongruente en otros, donde ya a uno no le queda ni resuello para admirar la técnica de dirección de los Coen.
En fin que nos han dado gato por liebre. A lo que a contribuido la Academia, la Academia con mayúsculas, que le ha dado el Oscar. Sucede, sin embargo, que cuando las Academias de todos los lugares califican, no dejan de calificarse a sí mismas.
Con “No es país para buenos” pasa exactamente eso. La habilidad de los hermanos Coen para dirigir y, en definitiva, para contar una historia parece algo reconocido y en esta película se vuelve a mostrar con toda su intensidad. La expresividad, por ejemplo, que dan a los objetos es una lección a seguir. Tienen además un sentido estético indudable, que hace que incluso las primeras imágenes del desierto de Tejas centren al espectador.
Pero entran en juegos otros factores. En primer término, un guion muy flojo, ya que un guion de una película no puede ser nunca una narración o transcripción de una novela. El cine y la novela se interactúan, pero nunca puede hacerse el primero esclavo del segundo. Una buena novela no siempre es una buena película. Una transcripción precisa suele ser el mejor amino para desembocar en una mala película. Y es una de las cosas que suceden aquí. El guion tiene incoherencias, vacíos e inverosimilitudes que le hacen un tanto infumable. Si ello ha sido una artimaña estudiada de los Coen, ha resultado simplemente equivocada.
Las interpretaciones distan mucho de ayudar a la película. Tommy Lee Jones tiene un papel de soliloquios que no precisa de excesiva interpretación, por lo que se queda en lo suplemente justo. Javier Bardem realmente no interpreta, desde el principio pone una cara inexpresiva y estólida y no la varía, algo que no cuadra precisamente con la idea de psicópata que parece que se le atribuye; lo del Oscar a un actor secundario (¿?) parece más cosa de lobbies. Josh Brolin, pues bien, pero no mucho más.
Resulta llamativa también la desigualdad de la película. Pasa de una primera parte bien llevada y con ritmo, a una segunda aburrida, repetitiva a ratos e incongruente en otros, donde ya a uno no le queda ni resuello para admirar la técnica de dirección de los Coen.
En fin que nos han dado gato por liebre. A lo que a contribuido la Academia, la Academia con mayúsculas, que le ha dado el Oscar. Sucede, sin embargo, que cuando las Academias de todos los lugares califican, no dejan de calificarse a sí mismas.
7 de agosto de 2012
7 de agosto de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pero, al menos, si quiere tener posibilidades de entenderla.
En la trilogía de MiIennium parece qué todo gira en torno al libro (o los libros). Si uno no los ha leído no entiende nada o casi nada; si lo ha leído entra en una nostalgia de lo no reflejado y en una melancolía por lo modificado, por lo que al final no critica y valora la película sino la novela. Este es un fenómeno que se reproduce en las películas basadas en novelas que han tenido una especial difusión editorial.
Quien no ha leído Milennium 2 (que no es obligatorio y ni siquiera meritorio) y ha visto Milennium 1, renovará su desconcierto. Los personajes se cruzan con él como los hacen los peatones en una calle: muchos y desconocidos. La Zolander sigue entrando en casas y desbaratando archivos, manoseando el ordenador y pegándose a lo arte marcial; la diferencia es que aquí recibe más tortas de las que da. Añade únicamente un toque lesbiano, pero sin que quede claro si la gusta o no la gusta, porque la chica es así, digamos que hermética.
Bueno, hermético es casi todo. O mal contado, que produce esa sensación.
En la trilogía de MiIennium parece qué todo gira en torno al libro (o los libros). Si uno no los ha leído no entiende nada o casi nada; si lo ha leído entra en una nostalgia de lo no reflejado y en una melancolía por lo modificado, por lo que al final no critica y valora la película sino la novela. Este es un fenómeno que se reproduce en las películas basadas en novelas que han tenido una especial difusión editorial.
Quien no ha leído Milennium 2 (que no es obligatorio y ni siquiera meritorio) y ha visto Milennium 1, renovará su desconcierto. Los personajes se cruzan con él como los hacen los peatones en una calle: muchos y desconocidos. La Zolander sigue entrando en casas y desbaratando archivos, manoseando el ordenador y pegándose a lo arte marcial; la diferencia es que aquí recibe más tortas de las que da. Añade únicamente un toque lesbiano, pero sin que quede claro si la gusta o no la gusta, porque la chica es así, digamos que hermética.
Bueno, hermético es casi todo. O mal contado, que produce esa sensación.

8,0
28.870
9
9 de agosto de 2011
9 de agosto de 2011
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La diligencia es una película del oeste, que más que del oeste resulta ser una película en el oeste, sin dejar de ser lo primero. Las relaciones entre personas se sobreponen a otros elementos y el reducido espacio de la diligencia parece crear el reducido escenario teatral donde se desarrollan. Aunque, naturalmente, se ofrezca siempre el contraste del Monument Valley y no falte ninguno de los temas paradigmáticos del oeste.
No en balde, La diligencia ha pasado a ser una de las grandes películas de culto, sin ser al mismo tiempo una película reservada al refinado (o retorcido) gusto de unas minorías. En cada género encontramos películas que han marcado un hito e iniciado un nuevo horizonte; dentro del género western es fácil citar cuatro o cinco películas que lo lograron.
Es muy simple afirmar que ha envejecido mal; simplemente han pasado los años y se han creado nuevos gustos. Todos envejecemos y al hacerlo dejamos de gustar a quienes nos conocen nuevamente.
Como es absurdo hablar de descontextualización. No se puede juzgar nada sin tener en cuenta su momento, su entorno, su circunstancia. Nadie se llevaría para leer en sus vacaciones novelas de Víctor Hugo, Pereda o Tolstoi, sino que se marcha con la última de Kem Follet, Javier Marías o similar. Y sería necio decir que El Quijote es una mala novela porque nos entretenga más Pérez Reverte o Julia Navarro.
Como es también equivocado el criticar falta de realismo porque todos los disparos sean certeros o los apaches actúen de forma peculiar. Más irreal es Transformer o Alien y no reciben críticas por ello, amparándose es que es ficción. Pero es que ficción es todo el cine, todo. Y el realismo –o la verosimilitud– está subordinado a ella, es un valor secundario.
De la película y los actores se ha dicho tanto que no vale la pena repetir elogios. Pero sí destacar un aspecto algo olvidado de la película: la banda sonora, por la que recibió un Oscar y fue obra de más de un compositor. Otro Oscar, el de actor secundario fue para Thomas Mitchel que dio vida a la entrañable figura del médico dipsómano.
No en balde, La diligencia ha pasado a ser una de las grandes películas de culto, sin ser al mismo tiempo una película reservada al refinado (o retorcido) gusto de unas minorías. En cada género encontramos películas que han marcado un hito e iniciado un nuevo horizonte; dentro del género western es fácil citar cuatro o cinco películas que lo lograron.
Es muy simple afirmar que ha envejecido mal; simplemente han pasado los años y se han creado nuevos gustos. Todos envejecemos y al hacerlo dejamos de gustar a quienes nos conocen nuevamente.
Como es absurdo hablar de descontextualización. No se puede juzgar nada sin tener en cuenta su momento, su entorno, su circunstancia. Nadie se llevaría para leer en sus vacaciones novelas de Víctor Hugo, Pereda o Tolstoi, sino que se marcha con la última de Kem Follet, Javier Marías o similar. Y sería necio decir que El Quijote es una mala novela porque nos entretenga más Pérez Reverte o Julia Navarro.
Como es también equivocado el criticar falta de realismo porque todos los disparos sean certeros o los apaches actúen de forma peculiar. Más irreal es Transformer o Alien y no reciben críticas por ello, amparándose es que es ficción. Pero es que ficción es todo el cine, todo. Y el realismo –o la verosimilitud– está subordinado a ella, es un valor secundario.
De la película y los actores se ha dicho tanto que no vale la pena repetir elogios. Pero sí destacar un aspecto algo olvidado de la película: la banda sonora, por la que recibió un Oscar y fue obra de más de un compositor. Otro Oscar, el de actor secundario fue para Thomas Mitchel que dio vida a la entrañable figura del médico dipsómano.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Un prueba de que, representando la esencia de las películas del oeste, no puede considerársela simplemente como tal, es que el duelo final en Lordsburg es escamoteado prácticamente por John Ford. Todo lo reduce a tres escenas: la aproximación en la calle del pueblo; la táctica del bueno, Ringo Kid, de tirarse al suelo y disparar; y la entrada aparentemente a salvo del jefe de los malos. Nunca ha sido tan esquemático y breve un duelo en el Far West cinematográfico
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