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Críticas ordenadas por utilidad
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7,3
1.625
7
30 de octubre de 2015
30 de octubre de 2015
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hablamos de subgéneros renovadores y con personalidad nacidos al amparo del terror, uno de los más importantes y populares posiblemente sea el J-Horror, o terror japonés. Cuando este nombre salta a la palestra, a algunos les pueden venir a la mente títulos de finales del siglo XX como Ringu (1998), Ōdishon (1999) o Ju-on (2000 ó 2002, para gustos). Sin embargo, los inicios de esta ola eminentemente espiritual y vengativa de cine se encuentran más bien a finales de los años 50, cuando aparecieron los precursores de la misma con las marcas de la casa: una característica estética surrealista y temáticas fantasmagóricas y demoníacas. Dentro de las visiones más atrayentes, de mayor potencia visual e impacto podríamos enmarcar a Jigoku (1960), Kwaidan (1964) de Kobayashi, Onibaba (1964) y El gato negro (1968).
El gato negro contiene todos los ingredientes descritos en el párrafo anterior, siendo además una historia extrapolable a nuestros días por su alto componente sugestivo. Dos mujeres, nuera y suegra, son atacadas por un grupo de samuráis, que las violarán a ambas —aunque no llegaremos a verlo— y quemarán la cabaña en la que viven, con ellas dentro. Tras esto, un gato negro irá a curiosear alrededor de los cimientos, convertidos en ceniza, y los cuerpos inertes de las dos protagonistas.
Tras este demoledor inicio, que da cuenta ya de la condición masculina ante la indefensión femenina, llegaremos a las consecuencias de sus acciones: la venganza. Dos misteriosas mujeres, de aspecto similar al de las dos asesinadas, aparecerán en un bosque, desde donde comenzarán a atraer a los asesinos, uno por uno, con claras y sensuales intenciones. Pero, ¿hasta qué punto llevarán a cabo sus propósitos?
Kaneto Shindō, uno de las más innovadoras voces del cine japonés y artífice también de Onibaba —antes mencionada y que eclipsa en cierto modo a esta—, sigue en El gato negro la senda marcada por aquélla, en cuanto a las consecuencias de la guerra y la violencia, añadiendo aquí menos metáforas visuales y sí más observaciones sobre el papel de la mujer en la sociedad y la necesidad de ésta de enfrentarse a todo aquél que utilice la violencia y la represión como forma de sometimiento, para obtener todo lo que tenga a su alcance. Muy interesante, por esto mismo, la conclusión final que cada cual esté dispuesto a darle al global de esta cinta, pues invita, aún más, a analizar qué prima más, una vez modificadas de lugar las variables y los sentimientos de todos los protagonistas.
El gato negro es un clásico del cine de terror con total merecimiento y, además, una de las películas más importantes de la historia de la cinematografía japonesa, una de las más importantes del mundo y está llena de diversidad. Si bien es cierto que la historia ya no asustará a casi nadie, acostumbrados al terror actual, sí captará de lleno nuestra atención y sobrecogerá nuestro subconsciente de forma permanente. El sugerente entorno, sus fantásticos decorados y vestuarios, así como la recreación felina y su mágica atmósfera, son aspectos positivos generalmente difíciles de encontrar en una sola obra. Si a ello además sumamos una extraña sensualidad algo vampírica y una calidad visual y artística a la que nada hay que objetar casi 50 años después, el resultado es claramente recomendable.
En El gato negro hay mucho que admirar y sobre lo que reflexionar. Especialmente porque, después de todo, quienes más miedo dan son los vivos, y no siempre se puede depender de los espíritus para que vengan a sacarnos las almas del fuego… O sí, vaya usted a saber.
El gato negro contiene todos los ingredientes descritos en el párrafo anterior, siendo además una historia extrapolable a nuestros días por su alto componente sugestivo. Dos mujeres, nuera y suegra, son atacadas por un grupo de samuráis, que las violarán a ambas —aunque no llegaremos a verlo— y quemarán la cabaña en la que viven, con ellas dentro. Tras esto, un gato negro irá a curiosear alrededor de los cimientos, convertidos en ceniza, y los cuerpos inertes de las dos protagonistas.
Tras este demoledor inicio, que da cuenta ya de la condición masculina ante la indefensión femenina, llegaremos a las consecuencias de sus acciones: la venganza. Dos misteriosas mujeres, de aspecto similar al de las dos asesinadas, aparecerán en un bosque, desde donde comenzarán a atraer a los asesinos, uno por uno, con claras y sensuales intenciones. Pero, ¿hasta qué punto llevarán a cabo sus propósitos?
Kaneto Shindō, uno de las más innovadoras voces del cine japonés y artífice también de Onibaba —antes mencionada y que eclipsa en cierto modo a esta—, sigue en El gato negro la senda marcada por aquélla, en cuanto a las consecuencias de la guerra y la violencia, añadiendo aquí menos metáforas visuales y sí más observaciones sobre el papel de la mujer en la sociedad y la necesidad de ésta de enfrentarse a todo aquél que utilice la violencia y la represión como forma de sometimiento, para obtener todo lo que tenga a su alcance. Muy interesante, por esto mismo, la conclusión final que cada cual esté dispuesto a darle al global de esta cinta, pues invita, aún más, a analizar qué prima más, una vez modificadas de lugar las variables y los sentimientos de todos los protagonistas.
El gato negro es un clásico del cine de terror con total merecimiento y, además, una de las películas más importantes de la historia de la cinematografía japonesa, una de las más importantes del mundo y está llena de diversidad. Si bien es cierto que la historia ya no asustará a casi nadie, acostumbrados al terror actual, sí captará de lleno nuestra atención y sobrecogerá nuestro subconsciente de forma permanente. El sugerente entorno, sus fantásticos decorados y vestuarios, así como la recreación felina y su mágica atmósfera, son aspectos positivos generalmente difíciles de encontrar en una sola obra. Si a ello además sumamos una extraña sensualidad algo vampírica y una calidad visual y artística a la que nada hay que objetar casi 50 años después, el resultado es claramente recomendable.
En El gato negro hay mucho que admirar y sobre lo que reflexionar. Especialmente porque, después de todo, quienes más miedo dan son los vivos, y no siempre se puede depender de los espíritus para que vengan a sacarnos las almas del fuego… O sí, vaya usted a saber.
26 de mayo de 2015
26 de mayo de 2015
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Escribía yo, el otro día, en referencia a El mundo del silencio (1956), que la película naufragaba a ojos de alguien sensible y delicado como el que suscribe, especialmente por su explícito vandalismo animal (¿a la postre constructivo?). Las recuerdo, mis palabras, porque se avecina una crítica similar.
El camino más largo para volver a casa no maltrata a ningún ser vivo, eso que quede claro, como mucho la espalda del actor protagonista (un más que correcto y creíble Borja Espinosa); sin embargo, determinados espectadores sentirán lástima por el perro que aparece y que durante el inicio del film será trasladado por el bípedo a una clínica veterinaria. Otros tantos ni siquiera entenderán una actitud humana que, durante ciertas partes de la trama, resulta bastante descabellada e inaceptable. Pacma. Elvis, el perro y Joel, el humano (¡hora de aventuras!), viven un viaje paralelo, uno es la metáfora del otro. Mientras Elvis agoniza de hambre y sed, Joel lo hace de afecto y cariño. Casi se diría que el can es su ‹Daimonion›, y todos sabemos qué pasa cuando nosotros, los humanos, nos alejamos de ese trozo de nuestra alma que se muestra como animal; si le golpeas a él, es como si te golpearas a ti mismo, duele igual. En cualquier caso, o se entiende la alegoría al contemplar los actos llevados a cabo por Joel, o se abandona la película.
Cuando esto ocurre, la versatilidad técnica del director, el buen hacer de su actor o el nivel de la producción quedan en un segundo plano. Pienso, mientras la veo, en cómo le podría contar el argumento de El camino más largo para volver a casa a cualquier amigo o conocido, y en cuál sería su reacción, sobre todo. Pacma. No tengo ninguna duda, me dirían que pasan de verla, la mayoría. Y entonces pienso, otra vez (tuve un buen día), que la película merece la pena, que se nota el esfuerzo y que se vislumbra a un buen realizador de cine (este es su primer largometraje). Cuando acaba la película, intentas entender, pues la irracionalidad racional del personaje principal ha hecho que nos caiga mal; pasamos de compadecerle a odiarle, de odiarle a compadecerle y así durante gran parte de la historia. Pienso -estaba a tope ese día, está claro- que el director se puede estar arrepintiendo, a día de hoy, de haber usado un cánido para contar su intriga, pues al final la cinta es eso, un drama que crea sensaciones más cercanas al thriller, sin serlo en absoluto, pero que, más allá del animal a cuatro patas, juega con la baza del desconocimiento casi total de los antecedentes e incidentes acontecidos en la vida de Joel antes de nosotros conocerle, de ahí el misterio; todo se deja a la imaginación del público.
Pienso necesitaba el animal, y un poco de agua, Joel, ¡maldita sea!
Le pregunté, a Sergi Pérez (el director de El camino más largo para volver a casa), a qué hacía referencia el título provisional que tuvo su obra –Els morts (Los muertos)- y me dijo que tenía que ver con James Joyce, pero que al final se arrepintió por sonar demasiado afectado; yo le dije que el guión me recordó, en cierto modo, a la llamada “Literatura Bartleby”, al vacío existencial, a esa forma de actuar contraria a la correcta, pero a sabiendas. Si me preguntaran, nada más terminarse, si recomendaría a otros ver El camino más largo para volver a casa, respondería que «preferiría no hacerlo»; si me preguntaran si Pérez tiene potencial para hacer grandes cosas, diría que sí, y así se lo deseo.
Aviso importante: Esta reseña no incluye ningún mensaje subliminal y ha sido realizada bajo la supervisión de los validadores de críticas de Filmaffinity. Durante la redacción de la misma, ningún animal fue dañado, aunque tuve que rellenar el bol de comida a mi gato y mirar cómo comía, ya que si no le miro, no come. Una persona sin ‹Daimonion› equivale a un ser sin alma, y yo prefiero ver cómo se alimenta.
El camino más largo para volver a casa no maltrata a ningún ser vivo, eso que quede claro, como mucho la espalda del actor protagonista (un más que correcto y creíble Borja Espinosa); sin embargo, determinados espectadores sentirán lástima por el perro que aparece y que durante el inicio del film será trasladado por el bípedo a una clínica veterinaria. Otros tantos ni siquiera entenderán una actitud humana que, durante ciertas partes de la trama, resulta bastante descabellada e inaceptable. Pacma. Elvis, el perro y Joel, el humano (¡hora de aventuras!), viven un viaje paralelo, uno es la metáfora del otro. Mientras Elvis agoniza de hambre y sed, Joel lo hace de afecto y cariño. Casi se diría que el can es su ‹Daimonion›, y todos sabemos qué pasa cuando nosotros, los humanos, nos alejamos de ese trozo de nuestra alma que se muestra como animal; si le golpeas a él, es como si te golpearas a ti mismo, duele igual. En cualquier caso, o se entiende la alegoría al contemplar los actos llevados a cabo por Joel, o se abandona la película.
Cuando esto ocurre, la versatilidad técnica del director, el buen hacer de su actor o el nivel de la producción quedan en un segundo plano. Pienso, mientras la veo, en cómo le podría contar el argumento de El camino más largo para volver a casa a cualquier amigo o conocido, y en cuál sería su reacción, sobre todo. Pacma. No tengo ninguna duda, me dirían que pasan de verla, la mayoría. Y entonces pienso, otra vez (tuve un buen día), que la película merece la pena, que se nota el esfuerzo y que se vislumbra a un buen realizador de cine (este es su primer largometraje). Cuando acaba la película, intentas entender, pues la irracionalidad racional del personaje principal ha hecho que nos caiga mal; pasamos de compadecerle a odiarle, de odiarle a compadecerle y así durante gran parte de la historia. Pienso -estaba a tope ese día, está claro- que el director se puede estar arrepintiendo, a día de hoy, de haber usado un cánido para contar su intriga, pues al final la cinta es eso, un drama que crea sensaciones más cercanas al thriller, sin serlo en absoluto, pero que, más allá del animal a cuatro patas, juega con la baza del desconocimiento casi total de los antecedentes e incidentes acontecidos en la vida de Joel antes de nosotros conocerle, de ahí el misterio; todo se deja a la imaginación del público.
Pienso necesitaba el animal, y un poco de agua, Joel, ¡maldita sea!
Le pregunté, a Sergi Pérez (el director de El camino más largo para volver a casa), a qué hacía referencia el título provisional que tuvo su obra –Els morts (Los muertos)- y me dijo que tenía que ver con James Joyce, pero que al final se arrepintió por sonar demasiado afectado; yo le dije que el guión me recordó, en cierto modo, a la llamada “Literatura Bartleby”, al vacío existencial, a esa forma de actuar contraria a la correcta, pero a sabiendas. Si me preguntaran, nada más terminarse, si recomendaría a otros ver El camino más largo para volver a casa, respondería que «preferiría no hacerlo»; si me preguntaran si Pérez tiene potencial para hacer grandes cosas, diría que sí, y así se lo deseo.
Aviso importante: Esta reseña no incluye ningún mensaje subliminal y ha sido realizada bajo la supervisión de los validadores de críticas de Filmaffinity. Durante la redacción de la misma, ningún animal fue dañado, aunque tuve que rellenar el bol de comida a mi gato y mirar cómo comía, ya que si no le miro, no come. Una persona sin ‹Daimonion› equivale a un ser sin alma, y yo prefiero ver cómo se alimenta.
5 de diciembre de 2014
5 de diciembre de 2014
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
No conozco en profundidad la vida de Errol Flynn, tan sólo lo tópico, lo que se cuenta siempre que se habla sobre él. A una de esas cosas ya hace referencia el título de la película, y es que si por algo ha pasado a la historia Errol Flynn, es por haber sido, en la ficción, Robin de los bosques, primero, y un gran pirata y mejor espadachín, después. En un terreno más personal, destacaba por ser un auténtico fiestas, libertino y vividor; en definitiva, un adelantado a su tiempo. El precursor del Rat Pack hollywodyense y sus guateques. Al menos, así se cuentan muchas anécdotas al respecto, en las que siempre queda claro, eso sí, que era el mejor de los anfitriones. De todo ello, aunque a pequeña escala, se hace eco esta película, porque claro, la edad que tiene Errol cuando empieza La última aventura de Robin Hood es de 48 años, y aunque demuestra seguir siendo un campeón, fallecería tan sólo 2 años más tarde a causa de un infarto de miocardio (recordemos que si ha pasado, no se consideraría spoiler).
Aviso: Desgraciadamente para algunos, durante lo que dura la película, no veremos a Errol Flynn tocar el piano con su florete.
Es por lo mencionado en el primer párrafo, que esta es la primera vez que tengo constancia de la existencia de Beverly Aadland, la última pareja de Flynn, que le conoció cuando ella tenía 15 años y con quien desde entonces mantuvo una relación amorosa hasta el momento de su muerte. Aadland es interpretada por Dakota Fanning, mientras que Errol Flynn es casi literalmente devuelto a la vida por Kevin Kline, en la que parece una asociación perfecta de reparto, y eso que —si la memoria no me falla— recuerdo haber visto, en uno de aquellos reportajes que el programa Megahit, de Telemadrid, hacía sobre las películas que posteriormente iba a emitir (en lugar de hacerlo al revés, y así no destrozar algunos argumentos), que comentaban que Kline destacaba por ser uno de los pocos actores de Hollywood que aún no se había divorciado de su primera esposa, llevaba una vida recta y sólo se conocía un “mal” vicio, el tabaco. Igualito que su personaje.
Por otro lado, tenemos a Florence Aadland, la señora madre, personificada por Susan Sarandon. En el póster de La última aventura de Robin Hood, Sarandon aparece la última, pero personalmente me ha parecido que es su personaje el más protagonista, pues se encarga de retratar a una antigua bailarina que, tras ver truncada su carrera por un accidente de tráfico que le hizo perder una pierna, decide volcarse en su hija, transmitirle su sueño y, finalmente, escribir un libro sobre lo ocurrido entre su hija y su (casi) yerno.
La película, que como ya he dicho, trata sobre cómo se conocen y enamoran Bev y Pene Andante, está, casi por completo, contada desde el punto de vista de Flor, mientras la joven hija era aún menor. Sin embargo, los directores y guionistas del filme (Richard Glatzer y Wash Westmoreland —¡Wash West More Land!—) no parecen saber por dónde tirar al recrear la experiencia. Por un lado, quieren justificar las actitudes de todos los protagonistas, amparándose en la voz de la madre y, en ese sentido, dando la menor importancia posible al más coherente y sensato de los presentes —el marido—. Por otro lado, en ocasiones parece que nos hallásemos más ante una comedia que ante un drama, porque Errol es un cachondo encantador, para qué lo vamos a negar. En La última aventura de Robin Hood, a veces parecen estar de acuerdo con las actuaciones perpetradas por madre, hija y actor, y otras simplemente deciden pasar por alto —como hacen los personajes— determinadas situaciones.
Sorprende, claro, que un tema tan controvertido en apariencia como este —el de las relaciones amorosas y sexuales entre adultos mayores de edad con menores—, sea tratado con tanta ligereza e indolencia, hasta diría que con un punto de benevolencia y/o connivencia, por parte de los realizadores. Al final de la cinta resulta llamativo e interesante comprobar que la película está dedicada a Beverly Aadland, fallecida en 2010, no porque no tuviese derecho la mujer, después de tantos años, sino más bien porque parecen mandar un mensaje con ello. A pesar de dicha dedicatoria, el público tomará partido por una opinión o por otra, si es que ha estado prestando un mínimo de atención a la historia, en función de su propia moral, y es que ya sabemos que estamos frente a un tema delicado, y sino que le pregunten al bueno de Roman Polanski.
En ciertos momentos, la película recuerda a Hollywoodland (2006); medio biopic de una estrella de la televisión —en lugar del cine— interpretado por Ben Affleck, que pasa por las horas más bajas de su carrera y en las que el director de la cinta tampoco quiere mojarse. La última aventura de Robin Hood no aporta nada de intriga y resulta menos oscura que aquella, pero bien se merecería un mínimo de reconocimiento por el papel que hace el carismático Kevin Kline y por el parecido entre actores y las personas en que se basan, sin duda lo mejor del filme, aunque si se penetra en la película como lo haría Flynn, resultará entretenida.
Por último, y por ello menos importante, Richard Glatzer y Wash Westmoreland (pobre hombre) ya mostraban maneras con su anterior film, titulado Quinceañera en su versión norteamericana. No me atrevo a preguntarles qué creen que significa tener quince años.
Aviso: Desgraciadamente para algunos, durante lo que dura la película, no veremos a Errol Flynn tocar el piano con su florete.
Es por lo mencionado en el primer párrafo, que esta es la primera vez que tengo constancia de la existencia de Beverly Aadland, la última pareja de Flynn, que le conoció cuando ella tenía 15 años y con quien desde entonces mantuvo una relación amorosa hasta el momento de su muerte. Aadland es interpretada por Dakota Fanning, mientras que Errol Flynn es casi literalmente devuelto a la vida por Kevin Kline, en la que parece una asociación perfecta de reparto, y eso que —si la memoria no me falla— recuerdo haber visto, en uno de aquellos reportajes que el programa Megahit, de Telemadrid, hacía sobre las películas que posteriormente iba a emitir (en lugar de hacerlo al revés, y así no destrozar algunos argumentos), que comentaban que Kline destacaba por ser uno de los pocos actores de Hollywood que aún no se había divorciado de su primera esposa, llevaba una vida recta y sólo se conocía un “mal” vicio, el tabaco. Igualito que su personaje.
Por otro lado, tenemos a Florence Aadland, la señora madre, personificada por Susan Sarandon. En el póster de La última aventura de Robin Hood, Sarandon aparece la última, pero personalmente me ha parecido que es su personaje el más protagonista, pues se encarga de retratar a una antigua bailarina que, tras ver truncada su carrera por un accidente de tráfico que le hizo perder una pierna, decide volcarse en su hija, transmitirle su sueño y, finalmente, escribir un libro sobre lo ocurrido entre su hija y su (casi) yerno.
La película, que como ya he dicho, trata sobre cómo se conocen y enamoran Bev y Pene Andante, está, casi por completo, contada desde el punto de vista de Flor, mientras la joven hija era aún menor. Sin embargo, los directores y guionistas del filme (Richard Glatzer y Wash Westmoreland —¡Wash West More Land!—) no parecen saber por dónde tirar al recrear la experiencia. Por un lado, quieren justificar las actitudes de todos los protagonistas, amparándose en la voz de la madre y, en ese sentido, dando la menor importancia posible al más coherente y sensato de los presentes —el marido—. Por otro lado, en ocasiones parece que nos hallásemos más ante una comedia que ante un drama, porque Errol es un cachondo encantador, para qué lo vamos a negar. En La última aventura de Robin Hood, a veces parecen estar de acuerdo con las actuaciones perpetradas por madre, hija y actor, y otras simplemente deciden pasar por alto —como hacen los personajes— determinadas situaciones.
Sorprende, claro, que un tema tan controvertido en apariencia como este —el de las relaciones amorosas y sexuales entre adultos mayores de edad con menores—, sea tratado con tanta ligereza e indolencia, hasta diría que con un punto de benevolencia y/o connivencia, por parte de los realizadores. Al final de la cinta resulta llamativo e interesante comprobar que la película está dedicada a Beverly Aadland, fallecida en 2010, no porque no tuviese derecho la mujer, después de tantos años, sino más bien porque parecen mandar un mensaje con ello. A pesar de dicha dedicatoria, el público tomará partido por una opinión o por otra, si es que ha estado prestando un mínimo de atención a la historia, en función de su propia moral, y es que ya sabemos que estamos frente a un tema delicado, y sino que le pregunten al bueno de Roman Polanski.
En ciertos momentos, la película recuerda a Hollywoodland (2006); medio biopic de una estrella de la televisión —en lugar del cine— interpretado por Ben Affleck, que pasa por las horas más bajas de su carrera y en las que el director de la cinta tampoco quiere mojarse. La última aventura de Robin Hood no aporta nada de intriga y resulta menos oscura que aquella, pero bien se merecería un mínimo de reconocimiento por el papel que hace el carismático Kevin Kline y por el parecido entre actores y las personas en que se basan, sin duda lo mejor del filme, aunque si se penetra en la película como lo haría Flynn, resultará entretenida.
Por último, y por ello menos importante, Richard Glatzer y Wash Westmoreland (pobre hombre) ya mostraban maneras con su anterior film, titulado Quinceañera en su versión norteamericana. No me atrevo a preguntarles qué creen que significa tener quince años.
4
4 de marzo de 2016
4 de marzo de 2016
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida es cuestión de perspectivas. Un mismo suceso puede ser interpretado de mil formas diferentes, en función del que lo vive y de cómo reacciona ante él. El amor es más fuerte que las bombas, la nueva película de Joachim Trier —tras Oslo, 31 de agosto y Reprise— es un estudio de la familia y un retrato de las relaciones personales, las cuales no sólo se enfrentan a las brechas generacionales que se ven afectadas por el paso del tiempo, sino también a las que provoca el espacio: la separación y la distancia. Todos debemos elegir, en la vida, y nuestras decisiones pueden afectar a otros casi tanto como a nosotros mismos. Afectan a nuestros sueños y pasiones, al apego de los otros sobre uno, y, al final, por inercia, a lo que más nos importa, sobre todo si esa prevalencia en la elección se contradice hasta con nuestros propios intereses.
Isabelle Reed (Isabelle Huppert) es una reconocida fotógrafa de guerra que fallece en un accidente de tráfico. Al morir, deja marido y dos hijos, y ahora ellos tienen que encarar las consecuencias de la pérdida, pero también de las sorpresas que esa pérdida deparará. Gene, el padre (Gabriel Byrne), colabora con unos periodistas para realizar una retrospectiva del trabajo de su esposa, mientras intenta acercarse a su hijo adolescente, Conrad (Devin Druid), que lucha contra sus propios problemas derivados de la edad, además del de la pérdida. Por otro lado, tenemos a Jesse Eisenberg haciendo el papel del hijo mayor de la familia, un profesor de universidad que acaba de ser padre y que mantenía una cercana relación con su madre. Sobre esta base, Trier y Eskil Vogt tejen una historia llena de recuerdos, saltos en el tiempo, rencor y amor, y puntos de vista. Cada elemento, aplicado en conjunto, da forma a una interesante reflexión: el poder de nuestra apreciación para llegar a conclusiones que nos satisfagan.
La propia cinta ofrece dos caras de una misma moneda, y hasta tres o cuatro si es preciso, apuntando únicamente a esta familia deshecha y sin embargo en construcción. La convivencia que se contradice con el anhelo de estar solos, la soledad que se arrepiente de no convivir con los que ama. Las debilidades que se desarrollan al cerrar heridas del pasado, la fortaleza del pasado para mantenerse abierto. La traición, los secretos y la penitencia (no necesariamente en este orden). El amor es más fuerte que las bombas ofrece una estampa familiar llena de contradicciones humanas basadas en nuestra propia naturaleza, pocas veces saciada por completo, que nos impele a ser felices, pero nos brinda muchas formas distintas de serlo, y que por ello con frecuencia se pelean entre sí.
Por todas esas razones, El amor es más fuerte que las bombas sigue la tendencia triste y melancólica buscada en su anterior film, basado en la novela El fuego fatuo, si bien su impacto emocional es aquí menos intenso. Pero es, de hecho, una película que no busca una finalidad concreta, más allá de generar distintos pensamientos en el espectador, que, sea como sea, estará enfrentándose a lo que le muestre la pantalla de maneras opuestas e incluso contradictorias. Un guion nunca del todo explicitado, aunque contado con sencillez y naturalidad, y que, en muchos casos, se entroncará con las propias experiencias personales de la audiencia. Una duda que se mantendrá presente en la mente de muchos, con certeza, y es que si el amor es más fuerte que las bombas, saber lidiar con el dolor que este produce sólo puede ser una proeza.
Isabelle Reed (Isabelle Huppert) es una reconocida fotógrafa de guerra que fallece en un accidente de tráfico. Al morir, deja marido y dos hijos, y ahora ellos tienen que encarar las consecuencias de la pérdida, pero también de las sorpresas que esa pérdida deparará. Gene, el padre (Gabriel Byrne), colabora con unos periodistas para realizar una retrospectiva del trabajo de su esposa, mientras intenta acercarse a su hijo adolescente, Conrad (Devin Druid), que lucha contra sus propios problemas derivados de la edad, además del de la pérdida. Por otro lado, tenemos a Jesse Eisenberg haciendo el papel del hijo mayor de la familia, un profesor de universidad que acaba de ser padre y que mantenía una cercana relación con su madre. Sobre esta base, Trier y Eskil Vogt tejen una historia llena de recuerdos, saltos en el tiempo, rencor y amor, y puntos de vista. Cada elemento, aplicado en conjunto, da forma a una interesante reflexión: el poder de nuestra apreciación para llegar a conclusiones que nos satisfagan.
La propia cinta ofrece dos caras de una misma moneda, y hasta tres o cuatro si es preciso, apuntando únicamente a esta familia deshecha y sin embargo en construcción. La convivencia que se contradice con el anhelo de estar solos, la soledad que se arrepiente de no convivir con los que ama. Las debilidades que se desarrollan al cerrar heridas del pasado, la fortaleza del pasado para mantenerse abierto. La traición, los secretos y la penitencia (no necesariamente en este orden). El amor es más fuerte que las bombas ofrece una estampa familiar llena de contradicciones humanas basadas en nuestra propia naturaleza, pocas veces saciada por completo, que nos impele a ser felices, pero nos brinda muchas formas distintas de serlo, y que por ello con frecuencia se pelean entre sí.
Por todas esas razones, El amor es más fuerte que las bombas sigue la tendencia triste y melancólica buscada en su anterior film, basado en la novela El fuego fatuo, si bien su impacto emocional es aquí menos intenso. Pero es, de hecho, una película que no busca una finalidad concreta, más allá de generar distintos pensamientos en el espectador, que, sea como sea, estará enfrentándose a lo que le muestre la pantalla de maneras opuestas e incluso contradictorias. Un guion nunca del todo explicitado, aunque contado con sencillez y naturalidad, y que, en muchos casos, se entroncará con las propias experiencias personales de la audiencia. Una duda que se mantendrá presente en la mente de muchos, con certeza, y es que si el amor es más fuerte que las bombas, saber lidiar con el dolor que este produce sólo puede ser una proeza.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Mi perspectiva ha sido un poco negativa. El amor (o el dolor) que, se supone, viven los protagonistas, es enterrado por su exceso de intelectualismo.

6,5
5.356
7
28 de junio de 2015
28 de junio de 2015
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sabemos, antes de empezar a ver Profanación, que se trata del segundo caso al que se enfrenta el Departamento Q, el cual está formado por el policía Carl Mørck y su compañero Hafez al-Assad (cuyos actores están ahora mismo en la cartelera con El niño 44). Profanación es la continuación de la película Misericordia (2013), primera parte de la saga protagonizada por Mørck —hay un tercer film rodándose en estos momentos y con estreno previsto para 2016— y que acababa donde ahora empieza esta segunda. Si Misericordia sirvió para conocer a sus protagonistas, Profanación se adentra de lleno en el misterio, aunque nunca abandona los guiños a su antecesora.
Sabe el director, Mikkel Nørgaard, y los productores, que cuando algo funciona, lo mejor es no tocarlo. Lo bueno de aquella, la intriga, los viajes en coche, las entradas en casas ajenas, la personalidad destructiva de nuestro detective favorito (de nacionalidad danesa por lo menos), sigue presente. Aunque he echado de menos a su mejor amigo, que aquí no hace acto de presencia, y eso que me pareció que, con su corto papel en Misericordia, tenía bastante potencial, sobre todo en cuanto a su relación con Mørck se refiere.
Sé que si has visto Misericordia y te gustó, Profanación no te decepcionará y creo que hasta es probable que llegue a gustarte más. Tiene un guión bien equilibrado —firmado por el guionista de Millennium— que, con alguna referencia a la primera parte, hará las delicias de sus seguidores, sin que con ello se impida a los neófitos disfrutar de la trama y el misterio principal con normalidad. En este caso se hace más hincapié en la condición humana, en su naturaleza, en lo diferente que es cada ser humano, en la diferencia que se da entre la persona cuando se encuentra en su casa en contraste con su forma de ser mientras está fuera de ella. Lo que no se ve y lo que se ve. Esa superioridad moral, o inferioridad mental, que hace creer a una persona que vale más que otra por el simple hecho de tener más o de juntarse con la gente adecuada.
Sabes que esto es, en el fondo, como leer una serie de libros o una serie de televisión, no sólo atrae el entretenimiento, sino también la idea de conocer cada vez más a los personajes principales, pues si estos te resultan interesantes, cabe la posibilidad de que cada nuevo episodio suponga un nuevo aliciente para ti. Si estos elementos te suelen atraer (seguir las aventuras de unos personajes concretos, conocer sus vidas poco a poco mientras realizan su trabajo, ver cómo evolucionan individualmente o se desarrollan las relaciones entre ellos), no cabe duda de que esta no sólo es tu película, sino también tu saga, más incluso si te sentiste un poco vacío tras el fin de la saga Millennium, pues se busca aquí una especie de similitud estética (con planos aéreos de coches conducidos entre la arboleda, por ejemplo).
Saber, eso sí, cómo se resolverá este caso, dependerá únicamente del espectador, de su predisposición para dejarse llevar durante las escasas dos horas de metraje. Porque ya lo mencionaba hablando sobre Misericordia: la frialdad escandinava, la facilidad con que nos muestran las bajezas de la riqueza, las diferencias entre la maldad y la locura, el rencor, o su capacidad para crear personajes recurrentes con encanto, acaban por convertir la obra final en algo más que interesante, algo más que ameno.
Sabiendo todo esto, toda la información necesaria que convierte un misterio en suspense, sólo queda dejarse llevar a través de la película; como seguidor, tú, de las intrigas, es más que posible que disfrutes con las imágenes de Profanación. Y además, tal y como ya ocurría en la anterior película, aquí se sigue manteniendo el detalle de que fumen mucho y beban aún más café, porque en este caso encima sabe bien, el café, gracias a la llegada de una nueva secretaria que, sin aparecer excesivamente en pantalla, se ganará nuestro aprecio.
Ya sabéis lo que se dice: Café y cigarro, caso cerrado.
Sabe el director, Mikkel Nørgaard, y los productores, que cuando algo funciona, lo mejor es no tocarlo. Lo bueno de aquella, la intriga, los viajes en coche, las entradas en casas ajenas, la personalidad destructiva de nuestro detective favorito (de nacionalidad danesa por lo menos), sigue presente. Aunque he echado de menos a su mejor amigo, que aquí no hace acto de presencia, y eso que me pareció que, con su corto papel en Misericordia, tenía bastante potencial, sobre todo en cuanto a su relación con Mørck se refiere.
Sé que si has visto Misericordia y te gustó, Profanación no te decepcionará y creo que hasta es probable que llegue a gustarte más. Tiene un guión bien equilibrado —firmado por el guionista de Millennium— que, con alguna referencia a la primera parte, hará las delicias de sus seguidores, sin que con ello se impida a los neófitos disfrutar de la trama y el misterio principal con normalidad. En este caso se hace más hincapié en la condición humana, en su naturaleza, en lo diferente que es cada ser humano, en la diferencia que se da entre la persona cuando se encuentra en su casa en contraste con su forma de ser mientras está fuera de ella. Lo que no se ve y lo que se ve. Esa superioridad moral, o inferioridad mental, que hace creer a una persona que vale más que otra por el simple hecho de tener más o de juntarse con la gente adecuada.
Sabes que esto es, en el fondo, como leer una serie de libros o una serie de televisión, no sólo atrae el entretenimiento, sino también la idea de conocer cada vez más a los personajes principales, pues si estos te resultan interesantes, cabe la posibilidad de que cada nuevo episodio suponga un nuevo aliciente para ti. Si estos elementos te suelen atraer (seguir las aventuras de unos personajes concretos, conocer sus vidas poco a poco mientras realizan su trabajo, ver cómo evolucionan individualmente o se desarrollan las relaciones entre ellos), no cabe duda de que esta no sólo es tu película, sino también tu saga, más incluso si te sentiste un poco vacío tras el fin de la saga Millennium, pues se busca aquí una especie de similitud estética (con planos aéreos de coches conducidos entre la arboleda, por ejemplo).
Saber, eso sí, cómo se resolverá este caso, dependerá únicamente del espectador, de su predisposición para dejarse llevar durante las escasas dos horas de metraje. Porque ya lo mencionaba hablando sobre Misericordia: la frialdad escandinava, la facilidad con que nos muestran las bajezas de la riqueza, las diferencias entre la maldad y la locura, el rencor, o su capacidad para crear personajes recurrentes con encanto, acaban por convertir la obra final en algo más que interesante, algo más que ameno.
Sabiendo todo esto, toda la información necesaria que convierte un misterio en suspense, sólo queda dejarse llevar a través de la película; como seguidor, tú, de las intrigas, es más que posible que disfrutes con las imágenes de Profanación. Y además, tal y como ya ocurría en la anterior película, aquí se sigue manteniendo el detalle de que fumen mucho y beban aún más café, porque en este caso encima sabe bien, el café, gracias a la llegada de una nueva secretaria que, sin aparecer excesivamente en pantalla, se ganará nuestro aprecio.
Ya sabéis lo que se dice: Café y cigarro, caso cerrado.
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