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Críticas 139
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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28 de marzo de 2016 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dreamworks no se encuentra en su mejor momento. Si en la década del 2000 se consagró como una empresa líder en ser la enemiga directa de Pixar en lo que a animación 3D se refiere y también una de las marcas que logró convertirse en una de las competencias directas de Walt Disney, la marca madre de los dibujos animados, no es menos cierto que de unos años a esta parte se está labrando un camino trastabillado a base de tropiezos (y bastante gordos) donde no hay un título destacable o reseñable más allá de alguna excepción. “Kung Fu Panda” (Mark Osborne, John Stevenson, 2008) fue un ejemplo de cómo aunar originalidad para el leitmotiv del “sé tú mismo” con el género de las artes marciales más elementales junto con leyendas, filosofía y mitología zen. Lógicamente bajo un tamiz adecuado para los más infantes pero sin perder ni un ápice la frescura que tanto la animación como la acción necesitaban. Ayudados siempre por un doblaje, tanto original como patrio, al servicio de la historia y concibiendo una original, necesaria y entretenida pieza que acababa por convertirse en un estandarte digno de encomio. Hay que añadir que tanto el diseño de personajes como la paleta de colores jugaban un todo a favor. Pero lo más importante de todo es que conseguían uno de los más pintorescos, alegres y divertidos roles de toda la factoría Dreamworks: el panda Po junto con su vitalista y desenfadada forma de entender la vida.

Tal fue el éxito que era no sería lógico dejar escapar la oportunidad. 3 años después vería la luz la consabida secuela. Esta vez la dirección corría a cargo de Jennifer Yuh. El tono era completamente distinto, se ahondaba un poco más en la historia de Po, se le confería una propuesta mucho más solemne, madura y se recurría al género wuxia como forma y fondo logrando una vuelta de tuerca no sólo aceptable sino distinta y mejor aún: profunda pero sin perder la idiosincrasia particular del propio producto en sí. Cierto es que aquello chocó al público precisamente por ser diferente. Sólo el tiempo ha demostrado que ese cambio era el correcto y acertado. Quizás la solemnidad con la cual estuvo enfocada la historia descolocó a propios y extraños al alejarse de lo establecido. Pero tristemente la suerte no siempre acompaña en el camino una vez se llega a cierto punto y para esta tercera entrega (y la que en un principio cierra el círculo) acaba por anclarse en repetir la fórmula y abusar de un humor básico, blando, pesado y excesivo sin olvidar que lo que aquí se nos cuenta no aporta nada nuevo a la historia de Po ni al producto en cuestión pues todo resulta repetitivo, formularia y sin apenas novedad.

Para esta tercera parte la dirección se reparte a medias entre Jennifer Yuh y Alessandro Carloni para ejecutar una entrega que cuenta con una facturación impecable en lo visual donde se exponen paisajes, escenarios, fantasía y aventura de una forma que sin llegar a ser diferente a lo ya visto en las dos entregas anteriores logran conseguir que en forma (no así en fondo) resulte acertada y agradecida. Escenas de acción muy bien coreografiadas aunque se abuse en cierta medida de ser lo único que ofrezca salvación para los personajes y para el guión sin reparar en que, quizás, tanto protagonistas como villanos merecían algo más de profundidad y matices más allá de repartir mandobles. A estas alturas de la saga se ha decidido darle un envoltorio paterno filial al aparecer en escena el padre desaparecido de Po y convertir tanto a éste como al padre adoptivo en uno de los elementos en discordia llegando incluso a reconvertir el tema en una especie de sitcom un tanto forzado. Pero dejando a un lado este apunte las intenciones son claras y esas son, al igual que suele suceder en las películas de entrenamientos, batallas y demás, convertir al discípulo en el maestro y mentor de cuantos le rodean, demostrar que dentro del personaje atolondrado, juerguista, bromista, vividor y alejado de responsabilidad se esconde la voz de la sabiduría y sapiencia legendaria, el maestro que nadie creía podía llegar a ser.

“Kung Fu Panda 3” centra el objetivo en intentar conseguir que sea Po el maestro, demostrar que dentro de él se esconde el mentor que conseguirá infundir sus conocimientos a todos cuanto le escuchen aunando además las dotes de líder frente a un villano mucho más fiero y maligno que cuanto habíamos conocido. Y aquí es donde radica uno de los errores que más daño le hace a la tercera parte de la trilogía. Las razones del malvado en funciones son flojas o simplemente no se sustentan por ningún lado por mucho que se le quiera dar un empaque o unos argumentos de cierta lógica. Claro, para que el círculo se cierre como es debido se recurre a tirar de momentos del pasado tanto de la primera como de la segunda entrega para que todo forme una especie de entramado casi de serial pero está claro que a poco que se analice no se aguanta por ningún lado. Hay que sumar que el diseño del personaje no ayuda ni aporta nada nuevo. Todo lo que pueda ofrecer ya lo hemos visto en la primera parte. Aquí lo único que queda es repetir lo mismo una y otra vez siguiendo la línea de puntos. Es cierto que las peleas y los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, aunados por unos esbirros atractivos visualmente, funcionan en cierta medida pero no hay sensación de novedad, de sorpresa, de innovación o de avance. Se trata simplemente de repetir y repetir sin apenas renovar la fórmula.

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Eso por un lado. El otro elemento que hace que resulte aburrida y carente de acierto es precisamente lo que se supone iba a hacer que funcionara y ese apartado no es otro que la sobre saturación y el exceso de carga en cuanto a humor se refiere. Imaginaos volcar en un plato de sopa un kilo de sal. Pues lo mismo sucede aquí con los gags, los chascarrillos, los chistes fáciles, el slapstick desproporcionado y la sobre abundancia. Hay tal cantidad de exceso que acaba por matar la película. No seré yo el que discuta o reniegue que una película familiar necesita que la comedia aparezca para hacer más liviano su visionado. Además, un producto como éste necesita o precisa del gag fácil en ciertos momentos precisamente para jugar con el contraste de un panda (un animal orondo y de movimientos torpes) en contraposición de otros animales más gráciles y ágiles. Hasta ahí puedo llegar a ser magnánimo o permisivo. Pero si casi todo el guión, casi todos los episodios, casi todos los momentos clave están inyectados en cantidades ingentes y sin límite de comedia, forzando la risa del público para conseguir que de esta forma entre mejor lo único que se está logrando es perder la perspectiva y ahogando el objetivo final. Eso conlleva a que todo se vuelva irritante, se pierda la gracia y lo que antes era un par de chistes acertados ahora se convierte en una colección de excesos. Algo que cualquiera con ciertas nociones sabe distinguir y descubrir que menos, en muchos casos, es más.

Es una verdadera lástima que el final de un ciclo se acabe tornando en algo tan poco inspirado. Se puede llegar a perdonar esa carencia de ingenio o trabajo en el guión suplantado por fantasía onírica como es el caso de ese limbo flotante que se encuentra a medio camino entre mundo el terrenal y el espiritual, un elemento visual que tiene su atractivo pero que realmente poco o nada aporta a la trama. Y es lógico pues acaba siendo un fuego de artificio sumamente forzado y sin apenas razón aparente. Llegados a este punto, donde están sobre la mesa todos los elementos de la ecuación, uno no tiene otra opción que admitir que esta tercera parte es un verdadero tropiezo tanto para la compañía como para la trilogía por mucho que sienta cierta admiración por sus dos entregas anteriores considerando incluso la primera parte como una de las piezas clave de la factoría Dreamworks. Una demostración palpable del gran problema acuciante por el cual lleva pasando desde hace tiempo la empresa que tiempo atrás era un pilar en el campo de la animación: la falta absoluta de buenas ideas (ya no digo grandes) y la desidia absoluta en lo que a guiones se refiere. Porque la animación aún siendo considerada un género con determinación propia tan sólo es la parte final, no el principio. Una buena historia es lo que hace funcionar el conjunto global, no el diseño de personajes o todo lo divertido que pueda llegar a ser. Y si en breve no espabilan mucho me temo que tendrán que empezar a cambiar los patrones. Aquí la torpeza y la vagancia no procede, precisamente, de un panda.

https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/03/28/critica-kung-fu-panda-3-jennifer-yuh-alessandro-carloni-artes-marciales-con-sintomas-de-cansancio/
11 de febrero de 2016 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para los que nacimos en la década de los 80 hay una productora que resume a la perfección lo que era el cine infantil y juvenil: Amblin Entertainment. Esa empresa, fundada por el rey Midas de Hollywood, Steven Spielberg, deparó toda una colección de películas que dejó huella en generaciones enteras. Era un cine hecho con ilusión, con ganas y ante todo con las nociones necesarias para convertir cada título en todo un referente. Sus constantes era aunar las aventuras de un grupo de jóvenes al amparo de una fantasía que a día de hoy jamás ha podido lograrse, mucho menos igualarse. Para todos aquellos que pudieron, además, vivir la década de los 90 recordarán la saga de libros “Pesadillas”, de R.L. Stine. El que fuera considerado el Stephen King para adolescentes realizó una serie de libros donde exponía una infinidad de historias para críos con el terror soft y el suspense elaborado como base y una colección de monstruos que hacían las delicias de todo aquel que deseara pasar una noche de miedo al amparo de lectura ligera, adictiva y fascinante. Antes de que Harry Potter se convirtiera en el icono de lectura ya existían las obras de Stine.

Tal fue la fama adquirida que en poco tiempo se decidió hacer la serie de televisión, uno de los clásicos de la pequeña pantalla donde cada episodio servía como trampolín para que cada pesadilla tuviese su acto de presencia, su pequeño granito de gloria y donde cada monstruo tenía su espacio. Brujas, fantasmas, hombres lobo, muñecos de ventrílocuo, yetis, momias y toda una amalgama de sobrenaturales criaturas pululaban a sus anchas con el único fin de aterrorizar a cuantos más chavales mejor y conseguir convertirse, por derecho propio, en una pieza de culto en sí mismo. Tal fue el éxito que se tuvo a bien plantearse trasladar todo el universo de Stine a la gran pantalla pero aquí es donde vino la diatriba: película por libro o un todo en uno. Difícil decisión y la cosa acabó en el fatídico cajón del olvido. El tiempo ha pasado, los intereses cinéfilos también y ante todo los gustos de la juventud actual pues los que eran chavales ahora son adultos y los críos no están por descubrir cosas del pasado.

20 años después, se dice rápido, la difícil tarea de resucitar del olvido a la obra literaria ha caído en manos de Rob Letterman. Su filmografía no es muy extensa que digamos y no tiene en su haber nada que lo haga destacable. Apenas dos títulos bajo el sello Dreamworks y “Los viajes de Gulliver”, una versión moderna del clásico de la literatura interpretada por Jack Black. Cuando se tiene que desempolvar un trabajo que perteneció a generaciones pasadas y cuyos integrantes ya no son aquellos jóvenes que devoraban los libros mientras que sus progenies poco o nada saben de ello la labor de captación es cuanto menos ardua. “Pesadillas”, la película del 2015, basada en la serie televisiva se presenta al mundo entero como una obra respetuosa y ante todo con la única intención de narrar una historia sin pretensión o ansias de grandeza. Acompañada, eso sí, de toda la fantasía implícita y cargada de cuantos más efectos especiales mejor para que pueda estar a la altura de las expectativas de un público cada vez menos complaciente.

Algo que no se le puede negar a la película de Letterman es que está hecha a la antigua usanza. Sólo los que tuvimos la suerte de poder disfrutar del cine de la década de los 80 y 90 sabemos a qué me refiero con esa frase. La película respira. No se da prisa. Tan sólo los primeros minutos se nota que no necesita una escena de inicio que impacte. Sigue unos parámetros que parecían extintos. Un coche viaja a un pequeño pueblecito americano, uno de esos donde parece que nunca sucede nada. Tan sólo vemos un vehículo que viaja a un lugar determinado. En el interior van una madre que intenta empezar una nueva vida y un hijo adolescente con sus problemas de adaptación. La ausencia de un padre es tan sólo un trasfondo argumental. Se podrían citar unos cuantos títulos que encajan a la perfección con este comienzo o estas constantes. En las décadas anteriores fueron la base para formar una narrativa calma, pensada única y exclusivamente para crear la ambientación necesaria que diera paso a lo que conforma fantasía, aventuras, comedia, suspense, terror y acción. Lógicamente, hacer una película por título sería de una ambición desmedida, algo que a día de hoy sería completamente imposible. No hay tanto presupuesto ni tanto interés por algo como “Pesadillas”, más allá de un culto merecido pero no tan potente como para mantenerse firme a día de hoy. De ahí se desprende la idea que mejor rendirle un homenaje como se merece convirtiendo toda la colección en un único producto a mostrar.

En este caso el creador de los libros originales, R.L. Stine no es un eco sino un personaje más. Por así decirlo es el que narra las desventuras, acciones y actuaciones de los monstruos implícitos. Pero está hecho de una forma sutil y muy adecuada. Porque seamos francos, siempre tiene que haber un detonante o un pistoletazo para que la fantasía tenga comienzo. Aquí más sencilla no puede ser. El vecino de nuestro protagonista no es otro que el aclamado escritor y en su casa guarda bajo llave (literalmente) las obras que encierran cada uno de los títulos que da forma a “Pesadillas”. Stine es interpretado por Jack Black. Se nota que el propio actor aparca su vis histriónica alocada para enfundarse en un rol mucho más parco en tics y muecas y dejando la comedia bufa en su mínima expresión. Aquí representa a un escritor que intenta por todos los medios dejar encerradas bajo candado a sus criaturas, sus monstruos, sus auténticas pesadillas. Se intenta incluso darle una alegoría mucho más profunda a la razón de que los seres sobrenaturales encerrados en las hojas de sus libros son armas de ataque como represalia por un bulling recibido en la infancia, un modo como cualquier otro de volcar el odio y la rabia.

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Una vez nos adentramos en el meollo de la cuestión, el que da forma a toda la parafernalia fantástica, es imposible obviar un aspecto y es que a pesar de contar con un intento de emular o conseguir retrotraer el cine de los 80 su formato es mucho más deudor del cine de los 90 teniendo como referente absoluto “Jumanji”, la hija de su tiempo que marcó un antes y un después. Las constantes de aquella siguen en esta y las intenciones son más que patentes tanto en forma como en fondo. El problema radica en que aquella era perfecta y esta no lo es, ni por asomo. “Pesadillas” es un quiero y no puedo que si se salva es por su inocencia a la hora de narrar al igual que por su envoltorio con cierto aire artesanal. Aquí lo único que se intenta es que el homenaje no salga manchado.

¿Significa eso que la comedia empleada es un fracaso para un producto como “Pesadillas”? Según se mire. No es tanto el problema de base en sí sino más bien un mal enfoque o una carencia de perspectiva. El humor como vía de escape para una situación difícil o comprometida siempre es bienvenida pero cuando se deja que el personaje secundario rompa o robe protagonismo en pos de frases cliché, chistes tontos y gracia sobre dimensionada lo único que se consigue es substituir la acción por una patina de risas enlatadas que poco le ayudan. Y en eso parte de culpa la tiene Ryan Lee, el típico personaje atolondrado, infantiloide, de carácter irritante y que siempre acompaña al protagonista para dar rienda suelta a mohines, muecas, espavientos, tonterías típicas de la edad del pavo, frases cansinas y un carácter chirriante que poco o nada ayuda.

“Pesadillas” juega en todo momento con la consciente propuesta de ser un producto liviano, que a pesar de portar en el título una palabra cargada de supuesto terror no hay más que algún momento puntual de suspense malsano y siempre en torno al personaje del ventrílocuo, uno que interactúa con el propio Stine y que es presentado como una especie de réplica clónica viciosa del propio escritor. Otro de los grandes problemas a los que se enfrenta la película es que al abarcar casi toda la colección de criaturas monstruosas no deja que cada personaje respire siendo apenas unos cuantos los afortunados de contar con cierto protagonismo. El resto son meros secundarios (incluso terciarios) que conforman una comparsa a modo de pasarela presencial. Otro obstáculo difícil de sortear es que debido a su presupuesto ajustado el despliegue de medios no está tan logrado como cabría esperar.

Aún así se agradece que un título como éste resurja cual cometa fugaz para demostrar que aún hay interés en títulos de contenido accesible, de fantasía aceptable, de aventuras más o menos atractivas y que siendo un filme de irregularidad pasmosa tiene la calidad suficiente como para salir indemne. Porque a poco que uno bucee en ella puede llegar a encontrar escenas más o menos acertadas como la aparición del Yeti, la presencia inquietante del muñeco que aparece y desaparece entre risas malévolas, el ataque de los enanos de jardín o el paseo por el cementerio con los zombies de rigor. Incluso hay momentos donde la ambientación está bastante lograda como es el descubrimiento de los libros de Stine o el primer diálogo entre éste y el muñeco. Hasta toda la parte final, donde todo queda aglutinado a un confuso pero interesante popurrí de referencias, es atractiva de ver a pesar de quedar todo resuelto de una forma atropellada. “Pesadillas” puede más o menos protegerse por su honesta intención de mantener la esencia de cierto tipo de cine no extinto, incluso como aceptable pasatiempo liviano pero pedirle que se defienda como un buen trabajo sostenible es ya casi pedirle peras al olmo.

https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/02/11/critica-pesadillas-rob-letterman-2015-el-resurgir-amable-pero-irregular-de-un-estilo/
23 de enero de 2016 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando se habla del mundo de las secuelas siempre hay una frase que acaba saliendo a la palestra se quiera o no: segundas partes nunca fueron buenas. Así, a bocajarro. Sin reparar en que no siempre se tiene razón con afirmaciones tan rotundas como esa. Porque en esa atrevida y arriesgada situación hay una lista de casos que podrían considerarse como excepciones o dignos a tener en cuenta. “Aliens, el regreso” es un ejemplo de cómo hacer bien el trabajo. La 20th Century Fox vio un filón en el xenomorfo por antonomasia que había provocado auténtico pavor en toda una generación y sin prisa (pero sin pausa) decidió poner la maquinaria al servicio de una continuación pues aquel extraterrestre encerraba una mina de oro que debía (y merecía) ser explotado, cinematográficamente hablando.

Así que 7 años después del exitazo (merecido) de “Alien, el 8º pasajero” la productora trajo una secuela bajo la mano de otro director, James Cameron. La razón era lógica. Su Terminator se había convertido en una pieza de culto y clave en el género. A pesar de ser un producto menor y con más inventiva que medios no se puede negar que el director sabía cómo dirigir un producto de acción y su cine tenía los fueros necesarios para ser tenido en cuenta. Aún así había ciertas reticencias pues no se sabía si el director escogido daría la talla por mucho éxito que hubiese alcanzado con su cyborg. Lógicamente las maneras y la estética del cine de Ridley Scott son completamente opuestas a las de James Cameron. Aún así, tanto el uno como el otro, siempre han jugado con la estética y un formato característico convirtiéndose en sellos de identidad muy particular. Con el tiempo pudimos comprobar que la elección fue la adecuada.

Así como la primera parte jugaba con el suspense malsano y el terror más primigenio esta continuación es completamente distinta siendo el cine de acción puro y duro el que predomina por encima de todo. Una acción con la testosterona por bandera y una exaltación de lo militar, de la hombría, del músculo por encima del intelecto. Ya no se trataba de seres individuales sino un grupo uniforme, un conjunto de personajes liderados por la ordenanza y el alto mando. Tan sólo hay que ver la presentación de personajes para comprender que estamos ante una declaración de intenciones en toda regla. Pero no sólo había cambios en la exposición de los personajes sino que había una amplitud mucho más característica en cuanto al alien en sí, algo que marcaría la diferencia con la primera parte.

De la mano del siempre excelente Stan Winston, el alienígena en cuestión pasaba a ser toda una colonia. De esta forma la sensación de peligro era mucho mayor y la posibilidad de escape se reducía. Hay que añadir que en el apartado de los efectos especiales había una evolución enorme aunada, además, por una autonomía física mucho mayor contando con un diseño más definido, más dinámico y más ágil. Aparte de que en esta entrega se guardaban un as en la manga mucho más espectacular como es la presencia y descubrimiento de la reina alien convirtiéndose en el mayor acierto de toda la película. La historia volvía al mismo lugar de origen pero esta vez ahondaba un poco más en los detalles del ciclo vital del enemigo y descubriendo de donde proceden esos huevos convertidos ya en iconos del séptimo arte, las intenciones del extraterrestre y cómo se desenvuelve la colonia en cuanto al modus operandi de ataque y protección. Lo mejor de todo es que todo lo que se nos presenta es verosímil a la par que fascinante pues Cameron decide poner toda la carne en el asador a la hora de mostrarlo todo.

Su cine no engaña a nadie. Nunca ha sido un director sugerente, su cine jamás ha sido subjetivo. Las medias tintas no van con él. Precisamente su cinematografía está cargada de la acción y violencia más primigenia posible y eso se nota. Tan sólo hay que ver que los protagonistas son soldados armados y sus intenciones son erradicar a todo ser viviente en vez de proteger a los humanos que allí habitan. Pero no sólo de lo visual se nutre esta entrega. La forma en cómo nos narra la película Cameron es formidable pues consigue mantener el pulso narrativo en todo momento siendo, quizás, un poco más pausada de lo que cabía esperar en su primera parte, donde Cameron deja respirar el ritmo y nos presenta a los personajes y sus intenciones. Siempre con una pasión ferviente por la militancia yankee, contando con sus incondicionales actores como Bill Paxton (un tanto histriónico), Michael Biehn o Jenette Goldstein.

Una vez entramos en acción, nunca mejor dicho, la película es pura dinamita. Con un ritmo endiablado y manteniendo el suspense y la tensión escénica Cameron mantiene la idea de convertir el juego del gato y el ratón en un ejercicio de supervivencia extremo. La sensación de peligro es constante y muy conseguida aparte de convertir los decorados en puros laberintos mortales. Lógicamente estamos en la mitad de la década de los 80 y el cine de acción estaba en su plena efervescencia, un toque mucho más sangriento, mucho más expositivo, con el objetivo centrado en el ritmo y las armas como elemento de atracción, aunado todo por un deseo de demostrar las pericias técnicas con las que Hollywood innovaba en aquellos tiempos. Efectos especiales artesanales que plasmaban unas ganas locas de conseguir lo más difícil todavía. Si por algo destaca esta segunda parte de la saga es que había que aplicar la teoría de “cuanto más mejor”. Y así queda patente en todo su duración. El exceso no se convierte en un enemigo sino en un auténtico atractivo. Cierto es que la sutileza de la versión de Scott no tiene cabida aquí pero la esencia del producto se mantenía fresco e intacto.

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Pero lógicamente, a pesar de contar con un reparto variopinto y entregado quien se lleva la palma por encima de todos esa es Sigourney Weaver. Su Oficial Ripley pasa de un estado indefenso, como fue en la primera parte, a ser un arma letal en toda regla, un personaje de acción completo consiguiendo hacerse un hueco, con honores, en el campo de las heroínas del género y un ejemplo a seguir. Su presencia en la película es pura energía. Pero “Aliens, el regreso” va un paso más allá. Así como en el anterior episodio era un personaje solitario aquí se decide ir un paso más allá confiriéndole el papel de madre (a su pesar) y convirtiéndose en la protectora de Newt, una niña huérfana que se ha quedado sin familia. Un cariz pocas veces explorado y que tanto Weaver como Cameron supieron darle el enfoque apropiado.

La película es una colección de momentos muy logrados como son la primera huída de los marines, donde presenciamos el primer ataque de los aliens y descubrimos toda su ferocidad (los efectos de sonido y la sensación de acorralamiento es sencillamente brutal), Ripley y Newt encerradas con los facehungers. Es una escena realmente conseguida pues la sensación de peligro es patente, pues es el paso siguiente a lo que ya conocemos previamente de la primera parte. Sabemos el modus operandi de ese extraterrestre y cuáles son los resultados de su ataque. Tampoco puedo olvidar el momento de los túneles y las ametralladoras donde presenciamos los aliens sólo por sus gritos, el rescate de Newt donde el diseño de producción, el atrezzo y la artesanía de Winston están en su máximo esplendor) o la escena donde conocemos las reales intenciones de Burke.

Pero la mejor escena de toda la película es donde vemos en todo su esplendor a la reina alien, escena que da paso a uno de los momentos más brutos y viscerales de la saga como es la pelea de ésta contra Ripley. Es una escena cargada de tensión, acción y fuerza a partes iguales, una lucha de hembras a muerte. Máquina contra máquina en un duelo pocas veces contemplado por la sencilla razón de que el personaje de Weaver no actúa como un soldado sino como una madre, una que intenta proteger a su cría de cualquier ataque y mal que pueda hacerle daño. Es una secuencia muy bien planificada y con un montaje excelente por la sencilla razón de que se toma su tiempo en presentaciones. Tan sólo hay que ver como aparece en pantalla Ripley, en el interior de la máquina, una especie de reconversión, un símbolo de poder y plasmación de la lucha entre bestias. La fotografía lo es todo aquí al igual que la dirección de Cameron y los efectos especiales de Winston pues conseguía concebir un diseño mucho más agresivo que el alien primigenio, mucho más aterrador y ante todo con una forma más agresiva visualmente y consiguiendo ser un enemigo más letal que todo lo que habíamos visto anteriormente.

30 años después la película sigue manteniendo su estilo visual y su frescura. Ostenta por derecho propio el título de (más que) correcta secuela donde los efectos especiales convencen y funcionan a la perfección, siendo dinámicos y creíbles, donde la dirección es efectista y efectiva. “Aliens, el regreso” fue un paso más dentro de la saga siendo un ejercicio de estilo más arriesgado, menos acomodado y aún siguiendo las constantes básicas de la primera parte fue no sólo una vuelta de tuerca sino un explosivo festival de acción donde Cameron no sólo demostró tener madera para el proyecto sino que llevó a buen puerto los temores infundados. Y a pesar de tener algún que otro pero no puedo hacer otra cosa que seguir aplaudiéndola como hice en su día y convertirla en una parte necesaria y un ejemplo a imitar a la hora de conseguir una secuela digna de estudio.

https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/01/23/critica-aliens-el-regreso-james-cameron-1986-cuando-mas-es-sinonimo-de-mejor/
10 de abril de 2018 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
[...] Indiana Jones, el arqueólogo cuyas aventuras se convirtieron en estandarte y emblema de un estilo, fue la personificación del aguerrido héroe que no teme a nada ni nadie y a pesar de que, en contadas ocasiones, la fantasía empírica del propio género ofrecía cabriolas imposibles y situaciones que en más de una ocasión daban pie a dudas razonables [...]. Alejándose de misticismos y reliquias religiosas la idea era avanzar en la línea del tiempo unos cuantos años pero lo justo y suficiente como para poder mantener la esencia y el tono de aventura clásica. Si hay algo que define y configura al personaje de Indiana Jones es que siempre debe destilar y ofrecer ese sabor añejo, alejado y ajeno a la acción adrenalítica de planos cortos y montaje contemporáneo. Decidieron que lo suyo era ambientarla en plena década de los 50, con la Guerra Fría como telón de fondo, los rusos serían los enemigos, los extraterrestres como elemento fantástico y las míticas calaveras de cristal como el clásico mcguffin [...]..

Tristemente, “Indiana Jones y la calavera de cristal”, llega tarde. Demasiado. Todo lo que contiene no se puede negar que pertenecer al universo del Dr. Jones pero se antoja extraño, confuso, como si no llegáramos a reconocer los tics y maneras del personaje por los que tiempo atrás fue venerado y referenciado. Todo cuanto contemplamos resulta demasiado difuso, no tiene identidad propia y cuando la tiene, si acaso lo consigue, se convierte en un émulo o incluso en una copia, no barata pero sí manida, casi entumecida [...].

[...] Nos encontramos en la América de los años 50. Jóvenes guapos y rebeldes corren por carreteras extensísimas como si la vida fuese a durar un segundo. Mientras tanto aparecerá un convoy de camiones repleto de militares dirigiéndose hacia la meca de la ciencia ficción pulp: El Área 51. Lo que parecía una expedición se torna en un secuestro en toda regla y lo que eran soldados americanos no son más que los villanos de la función: los rusos. Lógicamente los nazis no tendrían razón de ser pero por la pose, indumentaria y forma de actuar estos nuevos enemigos se les asemejan tanto en forma como en resultado. Un coche para y del maletero salen dos personas secuestradas. Gracias a una sombra y un sombrero descubrimos que uno de ellos no es ni más ni menos que el famoso arqueólogo, Indiana Jones [...]. Irina Spalko, la villana de la función e interpretada por una entregada Cate Blanchett quien se esfuerza todo lo posible por resultar letal, eficaz y pérfida [...]. El problema radica que a pesar de ser una villana en ciernes funcional y dentro de los parámetros exigidos para conseguir ser creíble no hay una interacción completa entre Jones y Spalko. Puede llegar a superar en cierto grado a algún personaje de la trilogía original en comparativa (cítese A Donovan de la tercera parte) pero Blanchett, a pesar de hacer todo lo posible por resultar convincente dentro de su dialéctica y villanía, de sus dotes con la espada y su determinación hacia Stalin, no acaba de ser un personaje perfecto o redondo como uno podría esperar dentro de los villanos de la saga.

Podría decirse que este comienzo empalmaría perfectamente con el final de “En busca del Arca Perdida” pues descubrimos que aquel almacén de pasillos interminables donde se ocultaban los secretos mejor guardados del mundo no era ni más ni menos que el Área 51 [...]. También hay que añadir que toda ella, por derecho propio, se convierte en, quizás, una de las pocas escenas que ofrece una cinematografía que recuerda a las dotes innatas de Spielberg para el género, para sorprender y para demostrar que a estas alturas no necesita crecerse para seguir demostrando que en el arte de la narrativa es un auténtico maestro. Una vez se abren las puertas del hangar el misticismo del propio lugar recobra un aroma especial, como si de un sabor añejo, nostálgico y agradable se tratase [...]. El instante en el que Harrison Ford se mete de lleno en la acción frenética a la cual el personaje de Indiana Jones está acostumbrado llegamos al punto de no retorno, ese que nos deja clara una situación que por mucho que intentemos evitarlo y por mucho que cerremos los ojos a la evidencia es innegable. La edad avanzada del actor hace mella (y no para bien) en el personaje que lo consagró. Uno desea con vehemencia querer seguir viendo en faena al héroe del látigo, al arqueólogo aguerrido que lucha, tropieza y golpea (y viceversa) pero así como los personajes ficticios nunca mueren, nunca flaquean ni pierden las fuerzas los actores que los interpretan no pueden evitar perder la batalla contra el tiempo y la edad. La vejez es un grado pero no el que el personaje necesita [...].

[...] También se da presentación a uno de los personajes más antipáticos y poco acertados no sólo de la entrega sino de toda la saga: Mutt Williams. Se trata de chico inconformista, ataviado con chupa de cuero, montado en una moto y que intenta ser un guiño nada oculto de la rebeldía de los teenagers de la época a través de figuras representativas como Marlon Brando en “Salvaje” o James Dean en “Rebelde sin causa”. La pena es que más allá de ser un estereotipo y un intento de ser el nuevo sucesor del héroe resulta ser un personaje irritante e interpretado por un desdibujado Shia Labeouf demasiado ensimismado y siendo una muestra más del error de casting para esta cuarta parte [...]. A partir del momento en el que Jones y su joven acompañante abandonan territorio yanqui y se adentran en la parte más exótica y milenaria de la cultura maya el tono cambia por completo. La Ciudad Perdida de Akator, las líneas de Nazca, Francisco de Orellana, el Dorado y todo lo que representa el folklore de América del Sur intenta establecerse como el tablero de un juego donde los integrantes avanzan a través de pistas, aventuras, peleas y persecuciones [...].

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spoiler:
[...] Tristemente ya no hay vuelta atrás y todas las escenas hasta el final rayan el bochorno constante. No por lo que ofrecen sino por cómo lo hacen. La escapada a través de la selva es patética. La razón es simple: Jones es convertido en un bufón sin gracia al tener que enfrentarse a sus miedos pues es obligado a agarrarse a una serpiente para poder salir de unas arenas movedizas pero toda la cháchara entre él y Marion es digno de una sitcom en horas bajas donde los protagonistas se encuentran fuera de lugar [...]. La escena de la persecución en el interior de la selva es el claro ejemplo de que al director le ha pillado fuera de juego y ha regresado con las pilas a medio gas [...].

Ya presentes en la sala final podría definirse como un remedo de varias películas del propio director como si convertir todo en un pastiche de referencias sci-fi fuese a ser un alarde de originalidad y acierto. Todo lo contrario. Uno se da cuenta que la idea sobre el papel de que Indiana Jones entable contacto con los extraterrestres puede llegar a ser todo un acierto e incluso uno de los mayores sueños para cualquier fan de la saga pero visto en pantalla y en pleno movimiento todo resulta, cuanto menos, patético siendo amable y esperpéntico siendo realista. Es imposible empatizar ante esa forzada situación y desde luego acaba convirtiéndose en un anti clímax total por mucha pirotecnia, parafernalia, espectáculo y delirio pulp que ofrezca Spielberg [...]. Desde los primeros instantes Spielberg deja la sensación de que se ha visto forzado a realizarlo simple y llanamente por acallar la voz de las hordas fanáticas de gente que desean sí o sí, sin posibilidad de aceptar que la tercera entrega era la última, ver de nuevo en acción a Harrison Ford para enfundarse el sombrero, la chupa de cuero, el látigo y correr de aquí para allá en busca de reliquias. Pero Ford ya no está para estos trotes por mucho que sea él [...]. Tan sólo hay que contemplar la escena del Área 51 para comprender que la inmortalidad pertenece a los personajes y no las personas [...].

A todo esto hay que añadirle que la acción no resulta ni fresca ni efectiva. Todo cuanto contemplamos es aburrido, por mucho movimiento que intente añadirle Spielberg. Por ejemplo la escena del Área 51. Aún siendo un buen reclamo y una ofrenda digna dentro de los mínimos exigibles no se puede negar que no acaba de resultar del todo física. Lo mismo sucede con la escena en el bosque. No es sólo que la sensación de velocidad es falsa e impostada. El estar contemplando una especie de decorado (digital) sin apenas sensación de realismo y cercanía hace que todo cuanto contemplemos no cuenta con la ambientación necesaria ni con el efecto de riesgo constante [...].

[...] Que a estas horas venga con algo a medio cocer después de tanto tiempo para macerarlo así es una ofensa y una falta de respeto no sólo para los fans y la crítica sino para él mismo. Aceptar cualquier cosa por el mero hecho de ser Indiana Jones y envasarlo al vacío porque sabe, a pies juntillas, que todo el mundo morderá y tragará sin importar la calidad de los ingredientes es cuanto menos reprobable y reprochable. Spielberg, padre aventajado del cine blockbuster (mainstream para ser más exactos), nunca ha dado pasos en falso ni en balde. Siempre ha sabido estar por encima de la media porque su mirada está hecha de cine, de acetato y celuloide. Siempre a partes iguales pero aquí es como si le importara entre poco y nada destrozar una de sus creaciones más queridas y respetadas. Está claro que esta cuarta entrega es una de las mayores ofensas y que a pesar de tener pinceladas de buen hacer tras la cámara no puede salir de fábrica sin recibir, por mérito propio, el calificativo de fracaso rotundo y absoluto sin posibilidad de enmienda.

Crítica completa: https://claquetadebitacora.wordpress.com/2018/04/10/critica-indiana-jones-y-el-reino-de-la-calavera-de-cristal-steven-spielberg-2008-el-icono-fuera-de-lugar/
3 de febrero de 2018 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Haciendo un esfuerzo de memoria (cinematográfica), cuando Hollywood pone el ojo en un tema suelen salir películas alrededor de él con distintos actores, distintas tramas y distintas intenciones. Títulos acertados (y no tanto) que en muchas ocasiones acaban convirtiéndose en carne del olvido más merecido precisamente por la simple razón de competir a ver quien supera a quien pero a poco que uno las analice se da cuenta que acaban siendo casi fotocopias las unas de las otras. Pero hubo un tiempo, sobre todo en los 90, que la osadía y el duelo iban de dos en dos. Es decir, sobre una misma cosa solían sacar dos filmes que se convertían en lucha directa por ver quién recaudaba más, centrando la atención en el caudal de efectos y explosiones y dejando a un lado, por desgracia, la trama o guión, que es a fin de cuentas lo que hace que una película tenga calidad o no. Lógicamente quien lograba estrenar primero jugaba con ventaja. 1998 fue el año de los meteoritos y la batalla estaba entre la aburrida (y perfectamente olvidable) “Deep impact” y la adrenalínica (pero igual de vacía) “Armageddon”.

Michael Bay siempre ha sido un director de constantes fijas. Desde que se presentó al mundo con “Dos policías rebeldes”, a mitades de la década de los noventa, su cine se ha basado siempre en un formato muy característico que sin fallarse a sí mismo se ha convertido en una seña de identidad y en un adjetivo para el propio cine. A medida que ha ido estrenando películas, Bay no ha fallado en ningún momento a su idiosincrasia particular donde una explosión resume lo que otros preferirían utilizar diálogo. En esta ocasión, amparándose en una referencia bíblica, sigue manteniéndose en sus 13 para dar rienda suelta a todo tipo de pirotecnias y cabriolas ya no sólo en la tierra sino fuera de ella (años después vendrían los Transformers de Hasbro para darse cuenta que aunque se pueda estancar en lo visual su ambición no tiene límites). La película que aquí se nos presenta siempre ha sido pasto del cine blockbuster con la única intención de servir al espectador una dosis ingente de efectos especiales realmente espectaculares, una trama emotiva (y bastante sentimentaloide) y siempre al servicio del sello distintivo “Made in America” que tanto le gusta enarbolar al director mientras que con una mano agita la bandera con la otra detona toda la artillería pesada.

Puede decirse que “Armageddon” fue un antes y un después para el propio Bay. Tan sólo hay que seguir un poco la filmografía del director para darse cuenta que el germen de lo que ha deparado su cine se encuentra encerrado en este meteorito mastodóntico. Esa espectacularidad por destruir todo a su paso, esa sobredimensión de la épica del héroe anónimo y esas ganas de hacer volar todo por los aires a ritmo de explosiones machaconas, todo eso que define al hombre que ansía detonar un efecto dominó en todos y cada uno de sus planos partió de aquí. La constante cámara lenta hipertrofiada que sirve para convertir a sus películas en la más grande epopeya del cine contemporáneo, donde el presupuesto de cada nueva propuesta está acorde con todo el circo que ofrece iba perfilándose como una de las constantes de sus odiseas. En este caso subrayándolo todo con una solemnidad muy marcada para colocar a la humanidad en una posición de desamparo absoluto ante una amenaza mayor. Un cine que intentaba ser mucho más emocional que racional pues de esta forma, si uno analizaba fríamente el guión podría pasar por alto cualquier error o desperfecto pues todo cuanto contemplamos está al servicio de salvar al planeta y a sus habitantes. Pero como suele decir el dicho: por mucho que la mona se vista de seda mona se queda. Por mucho que se le quiera dar cierta sofisticación y dramatismo romántico no deja de ser un filme vacío de contenido y cargado de un exceso que poco arreglo tiene.

Muchos dicen que este tipo de cine es mejor verlo con el piloto del todo vale, analizarlo críticamente es hacerle daño. Pero me cuesta admitir esa teoría como válida. Una película debe tener validez por sí misma, no necesita que yo sea permisivo para poder disfrutarla. Y es que darle el visto bueno simplemente porque es un espectáculo visual apasionante es hacerle un flaco favor porque todo, hasta lo más moderno acaba teniendo fecha de caducidad. Aún así, también hace falta reseñar que se ha quedado desfasada. Estamos ante una historia trillada, aburrida, pasada de vueltas (y no me refiero a los distintos momentos donde se puede ver los resultados de los impactos de meteoritos en distintos lugares de la tierra). Es por la sencilla razón de que a pesar de intentar ser una especie de drama de facturación cara todo está al servicio del porqué sí aunado además de una colección de personajes que poco ayudan y todos están al servicio del postureo rural que tanto le gusta emplear a Bay en sus películas para dar cabida a lo que él considera un héroe que disfruta siéndolo porque sirve a su país y ante todo lo hace porque debe hacerlo.

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spoiler:
Es cierto que nos encontramos con el clásico cine de verano, ese que suele estar ideado y creado para hacer más soportable el calor pegajoso del estío. Sin ir más lejos fue la segunda película más taquillera de 1998 en Estados Unidos sólo superada por “Salvar al soldado Ryan” (Steven Spielberg). El ser cine para los meses de sol y playa le hace ser más escueto en rigurosidad y más espléndido en espectacularidad. Pero incluso Bay, en ciertos instantes, se pone serio como si intentase que el drama, la solemnidad, la rigurosidad pudieran tener cabida y ser el ejemplo de que no sólo piensa en prender la mecha. Pero la silla de director calmo le queda justa y no puede evitar ser quien es. Tanto que ese rollo yankee, lógico por otra parte, le puede y le domina. De ahí que sus héroes no pueden evitar caminar a cámara lenta como si nada ni nadie pudiera vencerlos. Son anónimos convertidos en superhéroes que no necesitan ni capa ni poderes. Si encima van comandados por Bruce Willis y la flor y nata del cine de acción de los 90 el público se tragará la píldora sin pestañear y quizás dando las gracias.

Aún y así puedo llegar a entenderlo. Cada uno barre para su casa y en cine mainstream de este calibre no hay cabida para nada más que no sea épica y está claro que el héroe del cine de acción no era otro que Willis, alguien que llegó a ser un actor cool metido a hombre comprometido con la causa. Su pose, su mirada, sus gestos, su porte y su hombría daban la talla para enfrentarse a lo que fuera, en este caso, un meteorito del tamaño de Tejas. Incluso uno puede llegar a sentir simpatía, empatía y compadreo con este personaje que tiene una siderurgia y que para salvar al planeta decide reunir a su tropa para darle finiquito a algo que ha decidido acabar con nosotros. Y si algo ha defendido el cine de Hollywood es que nada puede quedar impune si pretende destruirnos. Pero teniendo eso presente, nos encontramos con una colección de estereotipos, clichés y chascarrillos baratos que a día de hoy no producen risa sino bochorno. Si encima le calzamos un final que pretende arrancar la lágrima de aquel que esté despistado todo rezuma aburrimiento para algo que se supone debía captar la atención. Y si bien es cierto que las cuatro escenas marcadas logran su propósito al demostrar la pericia del equipo técnico no sirven como salvavidas de este título pasado de moda y que hay que ser muy benévolo como para aprobarlo.

https://claquetadebitacora.wordpress.com/2018/02/04/critica-armageddon-michael-bay-1998-el-meteorito-vacuo/
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