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Críticas 276
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
17 de octubre de 2010
18 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una buena película NO habla de lo que pone en su sinopsis, sino de los temas universales que afectan al ser humano. Si le quisiera encontrar antecedentes cinematográficos a "La red social" no buscaría cine sobre informática. Su principal referente es "El Padrino II", con la que forma la mejor dupla sobre cómo el poder puede aislar completamente a quien lo posee.

David Fincher pierde en que su protagonista tiene 19 años en el momento en el que transcurren los hechos, por lo que su obsesión por el estatus pudiera deberse simple y llanamente a la inmadurez. Sin embargo, supera a Coppola en que no necesita muertes violentas para que la narración gane en intensidad.

Coppola gana en estructura narrativa, porque se sacó de la manga aquella absoluta genialidad de narrar en paralelo dos líneas temporales, pero el tempo de Fincher te deja clavado en la butaca: nunca me había pasado que comenzaran los títulos de crédito y pensara "es imposible, en el periódico ponía que dura dos horas y no lleva ni una hora". La secuencia final de las dos encierra exactamente la misma idea, pero para mí el de Coppola es uno de los mayores tesoros de este arte llamado cine, y no me atrevo a poner el de Fincher a esa altura.

Coppola se marcó una descripción precisa de la mafia mientras Fincher acaba demostrando que el campus de Harvard puede ser un mundo tan fascinante como el de los pistoleros: por un lado un nido de arribistas sin escrúpulos, pero por otro un caldo de cultivo para la innovación y las iniciativas más arriesgadas, algo que a un europeo como yo le choca, porque el principal objetivo de nuestros universitarios más destacados es convertirse en funcionarios.

En cuanto a deslices gana Coppola por no haber cometido ninguno, mientras que Fincher se permite uno, aunque no demasiado criticable (el videoclip de los remeros). Comparar a Jesse Eisenberg y Justin Timberlake con Al Pacino y Robert DeNiro es enfangarse demasiado, pero justo es reconocer que los dos chavales mantienen un nivel interpretativo del copón excelso. Aunque la banda sonora de Trent Reznor, una debilidad de un servidor, encaje como un guante, tampoco estoy seguro de que se pueda comparar a las inmortales composiciones de Nino Rota.

Termino con una importante similitud: la identificación del director con el personaje principal, pese a que este sea un cabrón con todas las letras. Michael Corleone siempre fue el alter ego del director, tanto en su momento de plenitud (la segunda entrega) como en su decadencia (la tercera). Seguro que cuando Fincher recoja en marzo algún Oscar, pensará algo así como "I´m the CEO, bitches", sobre todo ante todos estos que ahora resulta que dicen saber desde hace un montón de años que Fincher era un clásico en vida. Yo recuerdo perfectamente los palos que se llevó "El club de la lucha" (1999) en su estreno y también recuerdo que después de "La habitación del pánico" (2002) muchos le daban casi por muerto. Fincher también lo recuerda.
29 de marzo de 2012
13 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
El tiempo no ha tenido misericordia con "Papillon". Su arma secreta era insistir en una serie de golpes de efecto para descolocar al espectador, pero ya no estamos a principios de los 70 y nadie puede sorprenderse porque un preso oculte objetos en el trasero, se zampe insectos con deleite o sufra los cariños homosexuales de un maromo de 2 por 2.

Es el triste destino de las películas que no buscan la calidad sino el impacto: ser olvidadas y acabar pareciendo ingenuas, justo lo contrario de lo que pretendían. Si uno vivió la época en cuestión la experiencia puede resultar entrañable, pero si se analiza fríamente no hay mucho que rascar. Y no me pregunten la razón, pero el género de aventuras envejece especialmente mal.

No se engañen, puede que Steve McQueen sea el tipo más cool de la galaxia pero sobreactúa y la evolución de su personaje no es creíble. El resto de los personajes son planos y hay una serie de elipsis de quedarse con el culo torcido como esa en la que el protagonista cae a un río tras una persecución y en la escena siguiente es amablemente acogido por unos aborígenes caribeños, que además tienen rasgos más propios del Pacífico.

Entre la temática carcelaria, la falsa culpabilidad y la amistad con Louis Dega (Dustin Hoffman), que por cierto apenas está desarrollada, he echado de menos la muy muy muy superior "Cadena perpetua" (Frank Darabont, 1994), realizada más de 20 años después. Entonces me surge la pregunta ¿no habíamos quedado que el cine involuciona continuamente y que nada interesante ha ocurrido en los últimos 30 años? Y lo dice alguien que descubre con horror cada día como sus gustos son cada vez más parecidos a los de un tertuliano de Garci.

Hay un detalle todavía más desconcertante, esta vez en la caja del DVD. Reza la contraportada que la duración es de 98 minutos, pero en realidad son 142. Así que en lugar de irme a la cama a las 12, como tenía previsto, me he ido casi a la 1. Ya sé, problemas del Primer Mundo, pero me jode igualmente el peculiar sentido del humor del gañán que diseñó la carátula.

(si quieres leer la crítica con links, fotos y algún detalle más: http://enbandejadeplata.tumblr.com)
15 de enero de 2009
12 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existe abundante filmografía sobre el sueño americano, pero muy poca tan original como este documental sobre el mundo de los videojuegos. Ese axioma de que cualquier pringao puede llegar a presidente si confía en sí mismo y le pone esfuerzo también es aplicable a los frikis. Y no hablo de Bill Gates o Steve Jobs, sino de personas cuya meta vital es batir el récord mundial del Donkey Kong.

Así se establece una agria rivalidad entre una suerte de héroe del videojuego con el aspecto físico de Nick Cave y un profesor de escuela acomplejado y simpático. Y a poco que uno se esfuerce por comprender las infantiles ambiciones de estos señores se encuentra ante una divertida historia de superación personal trufada de estrafalarios personajes, a los que desgraciadamente no se les da excesivo protagonismo.

Le sobra también algo de metraje, pero si ustedes perdieron o siguen perdiendo el tiempo con estos artilugios tan adictivos se lo verán del tirón.
23 de diciembre de 2010
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el periodo de entreguerras, la tartamudez de un tipo que hacía tragar saliva a todo el Reino Unido cada vez que abría la boca y la abdicación de un rey irresponsable, pusieron en serios aprietos la credibilidad de la monarquía. Lo interpreta con maestría Colin Firth, que transmite el drama de su personaje desde la escena inicial en Wembley, y Geoffrey Rush, con ese punto a lo Charles Laughton en el que un actor explota su carisma sin caer en el histrionismo.

Entre la credibilidad histórica, el conflicto de gravedad shakesperiana (más teniendo en cuenta las aficiones del logopeda) y la emotiva historia de superación, David Seidler, guionista, opta por esta última. Una opción respetable y ejecutada con oficio, aunque los mejores del gremio, como Peter Morgan, Aaron Sorkin o David Simon, se habrían quedado con las tres cosas a la vez. Saidler, extartamudo, no se distancia de sus personajes, y cae en algunas situaciones predecibles, aunque la mayoría del tiempo acierta en la descripción psicológica y los golpes de humor.

Personalmente echo de menos (más) espacio para la extraordinaria capacidad oratoria de Winston Churchill (la caracterización de Timothy Spall es una cutre caricatura), para el incipiente uso de los medios de comunicación de masas, para la tensión previa al blitzkrieg sobre Londres (que podría aparecer en la película, porqué no) y ya poniéndome quisquilloso, para explicar o al menos sugerir las razones por las cuales durante el reinado de Jorge VI se desmembró el Imperio Británico y se cedió la hegemonía mundial a Estados Unidos y la Unión Soviética.

No le pongo pegas a Tom Hooper, joven director especializado en el retrato de líderes con problemas. Resulta curiosa esa fijación en la puesta en escena por conceder la misma importancia a las paredes de habitaciones, despachos y salas que a los actores, una afortunada decisión estética que quita hierro a sus personajes y los baja a la tierra.
6 de marzo de 2009
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que realidad tan contundente e inquietante la que refleja este documental, la de 80 millones de estadounidenses que siguen el credo de la iglesia evangelista. La mecánica de la narración es sencilla y repetitiva, hasta el punto de que el grueso de su mensaje se explica con una sola escena de la película "Borat", aquella en la que el reportero kazajo se "infiltra" en una de estas misas y se ríe abiertamente del fanatismo y enajenación de esta gente sin que se den cuenta.

Lo bueno es que se deja todo el espacio para que se explayen explicándose, lo cual se convierte en la crítica más dura hacia ellos mismos. Yo habría eliminado ciertos elementos manipuladores del montaje, como la música tétrica, puesto que son la clase de gente que se retrata sólo con verles actuar. El ver que ni siquiera esquivan las acusaciones de fundamentalismo, la envidia que sienten por los terroristas suicidas musulmanes o su desdén hacia la democracia no son más que anécdotas en ese oceáno de manipulación y sectarismo en el que viven inmersos.

Lo más inquietante llega en los últimos minutos, en los que se ve como ciertos personajes les dirigen políticamente hacia las posiciones más rancias de la política estadounidense. Como el cristianismo radical siempre ha concebido al ser humano desde el punto de vista de su faceta reproductiva, no se extrañen si dentro de unos años hay una proporción de 3 a 1 entre esta gente y las personas normales. Ahora entiendo porque Bush ganó dos veces las elecciones...
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