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Críticas 175
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
18 de diciembre de 2010
18 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchos esperábamos ansiosos el estreno de 'Balada triste de trompeta' después de recibir los premios al mejor guión y dirección en la pasada Mostra de Venecia. Por ello, creo que el film de Álex de la Iglesia merece un enorme respeto a la hora de enfrentarse a él, porque no es precisamente habitual el que una película española salga laureada de un festival de primera categoría. Si digo esto es porque ya comienzo a leer comentarios sobre la película no del todo apropiados, del tipo: “Ya estamos con otra película de la Guerra Civil y del franquismo”. Y ya no los aguanto porque se trata de la historia de España del siglo XX. Hay películas buenas y películas malas, directores mejores y peores. Pero rechazar una por su temática pienso que es de no saber disfrutar del cine. Ahí quede.

El propio Álex de la Iglesia reconoce que se topó con la imagen en su cabeza de un payaso asesino y la canción de 'Balada de trompeta' de Raphael casi al mismo tiempo. De ahí se propuso hacer un largometraje y ello demuestra que 'Balada triste de trompeta' se trate del más personal de los que ha realizado hasta la fecha el director bilbaíno. Reconoce que le hubiera gustado escribirlo junto a su habitual guionista Jorge Guerricaechevarría, pero este se encontraba ocupado con el guion (qué raro queda sin acento) de 'Celda 211' y se resistió a esperarle. Otro de los achaques que le vienen de primeras al film es que no contara con su habitual guionista, igual que le ha pasado a Iñárritu con 'Biutiful' por no hacerlo junto a Guillermo Arriaga. Hay gente que busca la mínima para masacrar a determinados directores y películas. Lo siento, yo soy algo más rebuscado. Por primera vez, Álex de la Iglesia escribe un largometraje en solitario y el resultado, que no deja indiferente y puede ser muy discutible por la enorme ferocidad que desborda, es inconfundible. Y eso es algo fundamental en el cine. Al partir de una imagen, una visión, de una simple idea, uno se da cuenta de que la película no destaca por ser compacta ni redonda, sino por el hipnotismo que se transmite durante todo el metraje desde su prólogo. El film comienza en la Guerra Civil, entre dos títulos de crédito doblemente sorprendentes: los primeros, los de la subvenciones, entre carcajadas de los niños que ríen ante los payasos. Y los nombres del equipo después, en medio de un torrente de imágenes que aluden a la historia reciente de España, que ya advierte el nada ingenuo retrato de buena parte del imaginario nacional que se nos viene encima. Pronto llega la elipsis hasta 1973, donde Carlos Areces, un payaso triste con sus traumas vigentes, llega a trabajar al circo en el que convive un payaso tonto, encarnado genialmente por Antonio de la Torre, y una deslumbrante trapecista, Carolina Bang.

(continúa en el spoiler por falta de espacio...)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Pero 'Balada triste de trompeta' no es una película sobre el circo ni únicamente un triángulo amoroso, a ellos se unen los secundarios que alimentan todos y cada uno de los trabajos de Álex de la Iglesia, muchos de ellos pasan desapercibidos en otras películas y series de televisión. He ahí un gran director.

Nos concede imágenes (batalla inicial, Valle de los Caídos) y frases («Vosotros, ¿de qué circo sois?», «Este es un país de locos») para el recuerdo, y reconstruye otras que ya lo eran (asesinato de Carrero Blanco). Todo ello inmerso en una ficción (no lo olviden, aunque algunos parece que sí, que ya empiezo a escuchar la palabra verosímil y me chirrían los oídos). Y si de algo podemos quejarnos al creador de tan brutal y genial esperpento, es de que sus ganas de volver a su más pura esencia le han hecho replantear de tal forma la historia hacia sí mismo, que demasiadas secuencias hacia la parte final se asemejan sobremanera a otras de sus anteriores películas. Como dice un amigo mío, no hace falta ser Sherlock Holmes para percibir que a dos tipos intentándose matar ya los vimos en 'Muertos de risa', que esas frenéticas persecuciones con multitud de personajes recuerdan a las de 'La comunidad', que el final en lo alto de la cruz de el Valle de los Caídos recuerda al de 'El día de la bestia' en las torres Kio de Madrid, y que una secuencia en una cafetería es un fiel homenaje a su cortometraje 'Mirindas asesinas' (1991). Con una de esas similitudes quedas impecable. Tantas producen, cuanto menos, dudas. Lo que no quita el incontestable aplauso que merece esta obra cinematográfica sin límites que atraviesa por un recorrido inédito de nuestro pasado. Algunos puede que se queden con la secuencia de la cacería del dictador que ya muchos comparan con las travesuras de Tarantino en 'Malditos bastardos'. Yo prefiero destacar que estamos ante uno de los mejores directores españoles en activo y que, rotundamente, acaba de demostrarlo.
27 de marzo de 2011
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Viene siendo una constante durante los últimos años, tanto en España como en otros muchos países, que surjan nuevos directores con planteamientos narrativos alejados de los que entendemos por convencionales. Véanse los casos de los admirados Isaki Lacuesta y Albert Serra. O si se prefiere un ejemplo más semejante al de Martín Cuenca, el de Jaime Rosales. Lo llamativo de 'La mitad de Óscar' es, primeramente, la procedencia de su director. Manuel Martín Cuenca sorprendió a muchos con 'La flaqueza del bolchevique' (2003), aunque no precisamente por su ruptura con las normas, sino por presentar sus credenciales como un nuevo fichaje para la "hospitalaria" industria del cine español. Pero esa acogida no se produjo tan fácilmente y, tras su segundo largometraje de ficción ('Malas temporadas', 2005), esperábamos un tercero que se ha hecho de rogar. Lo que nos concede es, más que un film al uso, una pieza minimal de 82 minutos –análoga a 'Las horas del día' o a 'La mujer sin piano' de Javier Rebollo, si se prefiere– poseedora de una sutileza y una contención asombrosas. No obstante, por la temática igual el cine de la argentina Lucrecia Martel le queda aún más cerca. Referentes por doquier.

Además de encerrar un fragilísimo pulso narrativo, pero existente de todas formas, el almeriense Martín Cuenca –que rueda su tercer largometraje de ficción en los alrededores de las playas del Cabo de Gata– nos mantiene preparada alguna que otra sorpresa. Y es que no se trata de una apuesta vacía del tipo 'Caracremada', su contenido se va desgranando casi desde el primer instante, se intuye. Al afligido reencuentro de dos hermanos con motivo de la inminente muerte de su abuelo parece no importarle que el personaje de Óscar lo encarne un blandito Rodrigo Sáenz de Heredia, en una de esas hieráticas interpretaciones que nunca sabrás si son a gusto (o bien fruto del desistimiento) del director. Por su parte, Verónica Echegui gana ese duelo interpretativo con creces, y se sigue distanciando hábilmente del prototipo con el que saltó a la fama.

En realidad, 'La mitad de Óscar' alcanza su mayor vitalidad hacia el tramo final. La aparición de un personaje como el que interpreta Antonio de la Torre es la gran prueba de las intenciones de su director, demostrando que sabe decir mucho con muy poquito. Por medio del retrovisor de un taxi y un rapidísimo plano final también desde dentro de un coche, queda expresada buena parte del argumento de la película. El resto son sugerencias que podrás creértelas más o menos, pero donde queda claro que lo último que se propone es romper tabúes. Y no digo más. Porque el debate de los spoilers entra de lleno en esta película. Contenido hay, sino te lo quieres creer, bien. Sino, también.

(Continúa en el spoiler por falta de espacio...)
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De este modo, la adscripción de Martín Cuenca al "poscine" –referido aquí al cine puramente contemplativo, fenómeno que parece irse ganando a pulso el apelativo de “nuevo cine” del siglo XXI, si bien ya hay quien denomina así a toda producción realizada a partir de la década de los noventa–, aunque pueda tratarse solamente de manera transitoria , no deja de ser un síntoma de sublevación. Y si hasta el momento era de entusiasmo pensar qué nos depararán las obras que ya etiquetamos como "poscine", ahora, con la inclusión de este interesantísimo director, lo es aún mucho más.
9 de julio de 2009
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Stanley Kubrick consigue con “Barry Lyndon” la plenitud cinematográfica gracias a una monumental planificación (rodando únicamente con luz natural, unos juegos de zoom únicos y una banda sonora simplemente perfecta) que le permite convertir en obra maestra absoluta una trivial novela ambientada en el siglo XVIII.

La temática de este inigualable film es absolutamente completa, de una globalidad íntegra. En sus más que necesarias tres horas de metraje, pasamos de la más absoluta mediocridad a un despotismo incondicional por parte de su protagonista. Y, a su vez, nos adentramos en el contexto de una Europa de época, allá dónde los títulos, los uniformes, las banderas, y las insignias en la solapa son los que le permiten a uno sobrevivir y mirar hacia delante.
Los avatares de Redmond Barry se van sucediendo a paso acelerado. La angustia, la pasión, el rencor, la codicia..., son sentimientos que se van apoderando de ese individuo que será llamado Barry Lyndon. Éste se va tropezando con diversos personajes, cada cual más nauseabundo si cabe. Y lo que nos va mostrando es una ascensión a la aristocracia tan llena de adversidades como de casualidades.

Y esa muestra está hecha aglutinando no ya únicamente un cúmulo de sobresaltos en torno a un protagonista y a una trama. Lo que vemos en pantalla es una cohesión de diversas corrientes artísticas: como son la pintura, la música clásica y la literatura, conformándose así, de forma inigualable y sublime, una absoluta obra de arte.
Estamos ante una película milimétricamente calculada. Por lo que calificar como defectos en el film el uso de la voz en off cuando estamos ante una cinta narrativa por excelencia, menospreciar los impecables juegos de zoom que van conformando encuadres pictóricos dignos de ser piezas de museo, o desacreditar las interpretaciones por cuestiones mediáticas, no pienso que sea la forma más justa de evaluar una obra tan sumamente exclusiva.

Seguramente, si en el papel de Barry Lyndon viéramos a actores más célebres como Marlon Brando o Paul Newman, el film de Kubrick sería un icono mundial a la altura de “2001” y “La naranja mecánica”. Pero, de esta forma, parece que tan solo es un icono cinematográfico para los que contemplamos esta insólita película como lo que es, una auténtica obra de arte.
14 de abril de 2008
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sufres desde el principio, y hasta el final. Quieres que el pobre Antonio recupere su bicicleta y siga con su humilde trabajo que dará de comer a su familia. La película es una ansiosa búsqueda que te mantiene en vilo hasta el último instante. Puro cine de principio a fin.
29 de diciembre de 2009
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Claude Chabrol se está empeñando en proseguir su carrera cinematográfica y la verdad es que es digna de admiración la forma en que este director sigue manteniendo una esencia y una forma de hacer cine que demuestran y asientan verdaderamente lo que es el cine de autor.
Por supuesto que no estamos ante su mejor película (como parecen pretender algunos), pero es que eso sería ya de locos. ¿Acaso no es suficiente que un director tan consagrado, con casi ochenta años, continúe haciendo películas con un estilo tan definido y, únicamente, con las directrices que se marca él mismo?
Además, el hecho de contar por primera vez con Gerard Depardieu (impecable junto al resto del reparto), el homenaje a los dos Georges (Simenon y Brassens) y la cita final de W.H.Auden, engrandecen aún más si cabe la figura de Chabrol.
Bien es cierto que los que se propongan admirar este film con ánimo de encontrar una cinta plagada de acción y misterio de las que ha hecho Depardieu últimamente lo llevan claro. El registro de Chabrol es más sórdido, aunque siempre haya hueco para almuerzos y vinos variados, piezas de Tchaikovski, mujeres atractivas, pasados turbulentos y, lo que más le gusta, burgueses en decadencia.
El personaje del inspector Bellamy me da una sensación extraña: tiene mucha fuerza gracias a Depardieu y aparece desde el principio como si ya conociéramos su pasado. Por eso, toda la trama me ha ido pareciendo un tanto ambigua, porque en cierta forma muchos aspectos centrales parecen sobreentendidos. Y, seguramente llevaran mucho tiempo en la cabeza de su creador, pero no en la del espectador, y eso deja bastante descolocado en medio de tanta incógnita, que no hace amagos de zanjarse en ningún momento.
De este modo, no creo que esta película sea el mejor ejemplo del cine de Chabrol, pero no deja de serlo, y bien claro, además. Por lo tanto, vista desde una perspectiva general de su carrera le otorga algo de ventaja. Una ventaja de unos cincuenta años, que se dice poco.
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