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4,6
7.015
6
11 de agosto de 2014
11 de agosto de 2014
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Encantador despropósito de la factoría Lucas que supuso un estrepitoso fracaso en taquilla pero que a un servidor le hizo disfrutar de horas inolvidables en su infancia.
El filme de Huyck tiene poco valor que no sea el puramente nostálgico. Un pato llamado Howard, residente en un planeta de una realidad alternativa, es "secuestrado" de forma accidental por un rayo enviado desde un laboratorio terrestre que ha abierto un portal dimensional. El pato tendrá que sobrevivir en nuestro mundo hasta dar con la posibilidad de volver al suyo, pero ello también conlleva que el portal dimensional vuelva a abrirse y se traiga consigo algo más peligroso...
Basado en un cómic, la cinta de Huyck (o más bien de Lucas, y no me refiero al pato homónimo) naufraga en casi todos los géneros que toca, ya sea comedia, ciencia-ficción, aventuras o terror, aunque en este último aspecto los efectos especiales no son precisamente del tono de serie B que respira toda la cinta.
Las buenas actuaciones son escasas, incluyendo a un insufrible Tim Robbins y destacando el correcto trabajo hecho por Jeffrey Jones, al que después de esta película siempre lo recuerdo como "el Señor de las Tinieblas", sin duda la mejor parte del filme.
Con todo, el filme es tan ridículo como disfrutable, y para mí supone una de las cintas que fueron imprescindibles para fomentar mi afición por el cine fantástico, género al que debo mi casi obsesiva cinefilia actual.
Sólo para degustadores de rarezas ochenteras o para quien desee recuperar algo más de hora y media de su infancia.
El filme de Huyck tiene poco valor que no sea el puramente nostálgico. Un pato llamado Howard, residente en un planeta de una realidad alternativa, es "secuestrado" de forma accidental por un rayo enviado desde un laboratorio terrestre que ha abierto un portal dimensional. El pato tendrá que sobrevivir en nuestro mundo hasta dar con la posibilidad de volver al suyo, pero ello también conlleva que el portal dimensional vuelva a abrirse y se traiga consigo algo más peligroso...
Basado en un cómic, la cinta de Huyck (o más bien de Lucas, y no me refiero al pato homónimo) naufraga en casi todos los géneros que toca, ya sea comedia, ciencia-ficción, aventuras o terror, aunque en este último aspecto los efectos especiales no son precisamente del tono de serie B que respira toda la cinta.
Las buenas actuaciones son escasas, incluyendo a un insufrible Tim Robbins y destacando el correcto trabajo hecho por Jeffrey Jones, al que después de esta película siempre lo recuerdo como "el Señor de las Tinieblas", sin duda la mejor parte del filme.
Con todo, el filme es tan ridículo como disfrutable, y para mí supone una de las cintas que fueron imprescindibles para fomentar mi afición por el cine fantástico, género al que debo mi casi obsesiva cinefilia actual.
Sólo para degustadores de rarezas ochenteras o para quien desee recuperar algo más de hora y media de su infancia.

6,3
44.480
7
15 de octubre de 2012
15 de octubre de 2012
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
El “Dune” de David Lynch es de esas películas en las que, a la hora de evaluarlas, pueden más los recuerdos evocadores que la verdadera calidad cinematográfica. Y es que “Dune” ha sido siempre para mí una especie de “película fetiche”: por los enormes escenarios, la atmósfera onírica, la magistral banda sonora… o por un poco de cada cosa.
Se narra la historia de Paul Atreides (Kyle MacLachlan), hijo del duque Leto Atreides (Jürgen Prochnow), que se ve envuelto en una conspiración urdida por la casa enemiga, los Harkonnen, para recuperar el control del planeta Arrakis, más conocido como Dune. El control de Dune es esencial, pues es el único planeta del universo conocido donde se produce la Especia, una sustancia única y valiosa con la que se realizan los viajes espaciales. En medio del inmenso desierto que es el planeta, es custodiada por unos monstruosos gusanos y por el pueblo nativo, los Fremen, de ojos azules por la intoxicación de Especia. Quien la controle, controlará el Universo conocido.
Lynch adapta la novela original de una de las más grandes sagas de la literatura de ciencia-ficción, creada por Frank Herbert. El filme intenta, en la medida de lo posible, ser fiel a esa primera novela, compleja y extensa, en la que se introducen tantos personajes y tantas relaciones entre ellos. Lynch rodó un montaje original cercano a las 8 horas que redujo a unas 5 horas para su exhibición cinematográfica, aunque a pesar de ello el conocido productor Dino de Laurentiis (y en este caso, también su hija Raffaella) le obligaron a recortar hasta la duración oficial de poco más de dos horas, lo cual vio muy mermada su fiabilidad con respecto a la obra original y su calidad como obra cinematográfica.
Estamos con las mismas de siempre, con esa censura a las ideas, esa nulidad artística en pro de una mejor taquilla, que tanto daño han hecho al mundo del cine. El gran trabajo hecho por Lynch se ve mortalmente herido por el desastroso montaje final, lo que conllevó a su fracaso en taquilla, pero la esencia y el innegable talento de su director han permanecido hasta nuestros días y aún se puede vislumbrar en “Dune” aquella gran obra maestra de la ciencia-ficción que pudiera haber sido y que se perdió por el camino debido a un mal olfato comercial. Ese querer abarcar tanto en tan poco espacio le hace mucho daño, y es la verdadera razón de que se acabe de ver la película y flote en el aire una sensación de vacío y una falta de cohesión de conjunto.
A pesar de lo maltratada que ha sido, “Dune” esboza todavía mucha luz dentro de su complejo metraje, la luz que sólo un director como David Lynch sabe sacar de donde no hay esperanzas de encontrarla. Su estilo cinematográfico, tan hipnótico y onírico, le va como un guante a un filme tan críptico, oscuro y ambiguo como éste. A ello se le añade una de las bandas sonoras más evocadoras de los ochenta, con la música de Brian Eno y las guitarras de Toto.
Con todo, “Dune” sigue siendo un clásico y una bonita experiencia para los amantes del género, la cual vemos como la gran obra que seguramente es, pero sólo en los archivos de material rechazado. Recomendable.
Se narra la historia de Paul Atreides (Kyle MacLachlan), hijo del duque Leto Atreides (Jürgen Prochnow), que se ve envuelto en una conspiración urdida por la casa enemiga, los Harkonnen, para recuperar el control del planeta Arrakis, más conocido como Dune. El control de Dune es esencial, pues es el único planeta del universo conocido donde se produce la Especia, una sustancia única y valiosa con la que se realizan los viajes espaciales. En medio del inmenso desierto que es el planeta, es custodiada por unos monstruosos gusanos y por el pueblo nativo, los Fremen, de ojos azules por la intoxicación de Especia. Quien la controle, controlará el Universo conocido.
Lynch adapta la novela original de una de las más grandes sagas de la literatura de ciencia-ficción, creada por Frank Herbert. El filme intenta, en la medida de lo posible, ser fiel a esa primera novela, compleja y extensa, en la que se introducen tantos personajes y tantas relaciones entre ellos. Lynch rodó un montaje original cercano a las 8 horas que redujo a unas 5 horas para su exhibición cinematográfica, aunque a pesar de ello el conocido productor Dino de Laurentiis (y en este caso, también su hija Raffaella) le obligaron a recortar hasta la duración oficial de poco más de dos horas, lo cual vio muy mermada su fiabilidad con respecto a la obra original y su calidad como obra cinematográfica.
Estamos con las mismas de siempre, con esa censura a las ideas, esa nulidad artística en pro de una mejor taquilla, que tanto daño han hecho al mundo del cine. El gran trabajo hecho por Lynch se ve mortalmente herido por el desastroso montaje final, lo que conllevó a su fracaso en taquilla, pero la esencia y el innegable talento de su director han permanecido hasta nuestros días y aún se puede vislumbrar en “Dune” aquella gran obra maestra de la ciencia-ficción que pudiera haber sido y que se perdió por el camino debido a un mal olfato comercial. Ese querer abarcar tanto en tan poco espacio le hace mucho daño, y es la verdadera razón de que se acabe de ver la película y flote en el aire una sensación de vacío y una falta de cohesión de conjunto.
A pesar de lo maltratada que ha sido, “Dune” esboza todavía mucha luz dentro de su complejo metraje, la luz que sólo un director como David Lynch sabe sacar de donde no hay esperanzas de encontrarla. Su estilo cinematográfico, tan hipnótico y onírico, le va como un guante a un filme tan críptico, oscuro y ambiguo como éste. A ello se le añade una de las bandas sonoras más evocadoras de los ochenta, con la música de Brian Eno y las guitarras de Toto.
Con todo, “Dune” sigue siendo un clásico y una bonita experiencia para los amantes del género, la cual vemos como la gran obra que seguramente es, pero sólo en los archivos de material rechazado. Recomendable.

7,9
30.076
8
24 de marzo de 2015
24 de marzo de 2015
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Maravilloso colofón a la excelente serie “Black Mirror”, con un capítulo especial de larga duración que recoge perfectamente el espíritu de la serie de Charlie Brooker.
“White Christmas” presenta una estructura en forma de historias cruzadas que se interrelacionan entre sí, cuyo centro son aparatos de alta tecnología como el llamado Z-Eye, implantado en los ojos de manera que todo lo que ve la persona puede ser controlado a voluntad, incluido el bloquear al individuo que no se quiera ver ni oír, como un “te elimino del Facebook hasta que yo quiera volverte a meter”. Otro aparato, mucho más inquietante, es el que permite a una persona incorporar, en un recipiente, parte de su conciencia y utilizarla como una especie de servicio personal para sus quehaceres diarios. ¿Quién mejor que uno mismo para servir a uno mismo? ¿Quién conoce mejor tus gustos que tú mismo? Ambos dispositivos serán la base por la que se desarrollará un nuevo relato satírico sobre nuestro comportamiento relacionado con las nuevas tecnologías, en un desarrollo tan estructurado, fluido y cohesionado como los mejores capítulos de la serie.
Estas “blancas navidades” de Brooker podrían ser las más oscuras que se han visto nunca en pantalla, amén de las de Tim Burton. Las historias que se cuentan dejan en muy mal sitio nuestra moral para con los demás, e incluso ¡oh, ironía!, para con uno mismo, como demuestra la historia de la chica que no piensa que esclavizar una parte de su conciencia es esclavizarse así misma: sin duda, el trozo más oscuro de la cinta. Por otro lado, el asesor que cobra por ayudar a un chaval a tener una cita usando el Z-Eye, y que a la misma vez crea una especie de “reality” online para “voyeurs”, es otro ejemplo de cómo nos podemos aprovechar del prójimo saltándonos a la torera cualquier remordimiento de conciencia que justifique la existencia de una “moral digital”. Tendemos a impersonalizar lo que vemos en la pantalla del ordenador para evitar el sentimiento de culpabilidad, al igual que necesitamos ver en esa pantalla cómo otros fracasan para minimizar el impacto de nuestros propios fracasos.
Otra vez chapó para Brooker y la necesidad imperiosa de pedir más de esto ya no sólo en televisión, sino también en el cine. Muy recomendable.
“White Christmas” presenta una estructura en forma de historias cruzadas que se interrelacionan entre sí, cuyo centro son aparatos de alta tecnología como el llamado Z-Eye, implantado en los ojos de manera que todo lo que ve la persona puede ser controlado a voluntad, incluido el bloquear al individuo que no se quiera ver ni oír, como un “te elimino del Facebook hasta que yo quiera volverte a meter”. Otro aparato, mucho más inquietante, es el que permite a una persona incorporar, en un recipiente, parte de su conciencia y utilizarla como una especie de servicio personal para sus quehaceres diarios. ¿Quién mejor que uno mismo para servir a uno mismo? ¿Quién conoce mejor tus gustos que tú mismo? Ambos dispositivos serán la base por la que se desarrollará un nuevo relato satírico sobre nuestro comportamiento relacionado con las nuevas tecnologías, en un desarrollo tan estructurado, fluido y cohesionado como los mejores capítulos de la serie.
Estas “blancas navidades” de Brooker podrían ser las más oscuras que se han visto nunca en pantalla, amén de las de Tim Burton. Las historias que se cuentan dejan en muy mal sitio nuestra moral para con los demás, e incluso ¡oh, ironía!, para con uno mismo, como demuestra la historia de la chica que no piensa que esclavizar una parte de su conciencia es esclavizarse así misma: sin duda, el trozo más oscuro de la cinta. Por otro lado, el asesor que cobra por ayudar a un chaval a tener una cita usando el Z-Eye, y que a la misma vez crea una especie de “reality” online para “voyeurs”, es otro ejemplo de cómo nos podemos aprovechar del prójimo saltándonos a la torera cualquier remordimiento de conciencia que justifique la existencia de una “moral digital”. Tendemos a impersonalizar lo que vemos en la pantalla del ordenador para evitar el sentimiento de culpabilidad, al igual que necesitamos ver en esa pantalla cómo otros fracasan para minimizar el impacto de nuestros propios fracasos.
Otra vez chapó para Brooker y la necesidad imperiosa de pedir más de esto ya no sólo en televisión, sino también en el cine. Muy recomendable.

5,2
245
5
18 de noviembre de 2014
18 de noviembre de 2014
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Zafarrancho de combate” es un filme que no ha trascendido demasiado dentro del cine bélico. Joseph Pevney lo planteó de forma un tanto mediocre, con un estilo cansino y poco fluido, mediante una narración carente de interés. El filme bélico de Pevney tiene, a su pesar, poco de bélico.
Se narran los avatares de la tripulación del barco “Belinda”, destinado a dar soporte a la infantería norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial. Todo el metraje se centra en las relaciones entre la tripulación, soldados de la marina poco entrenados dirigidos por un capitán al que sólo le preocupa construirse un bonito velero para navegar alrededor del buque cuando los japoneses no atacan.
Apenas hay alguna batalla en toda la película si exceptuamos el ataque aéreo de los kamikazes japoneses hacia el final, bastante notable para la época del filme y un buen ejemplo de que si se quiere, se puede, y el filme podría haberse convertido en una obra destacable si su planteamiento hubiera sido distinto.
Las actuaciones tampoco tienen nada remarcable aparte de la siempre agradecida presencia de Julie Adams y el cameo de un joven Clint Eastwood.
Olvidable.
Se narran los avatares de la tripulación del barco “Belinda”, destinado a dar soporte a la infantería norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial. Todo el metraje se centra en las relaciones entre la tripulación, soldados de la marina poco entrenados dirigidos por un capitán al que sólo le preocupa construirse un bonito velero para navegar alrededor del buque cuando los japoneses no atacan.
Apenas hay alguna batalla en toda la película si exceptuamos el ataque aéreo de los kamikazes japoneses hacia el final, bastante notable para la época del filme y un buen ejemplo de que si se quiere, se puede, y el filme podría haberse convertido en una obra destacable si su planteamiento hubiera sido distinto.
Las actuaciones tampoco tienen nada remarcable aparte de la siempre agradecida presencia de Julie Adams y el cameo de un joven Clint Eastwood.
Olvidable.

5,9
787
6
7 de octubre de 2013
7 de octubre de 2013
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Injustamente tratada y publicitada, esta “rareza” del director, entre otras, de “Doce del patíbulo” (1967) ha sido relegada prácticamente al olvido por las distribuidoras debido a sus nada compasivos recortes, o vaya usted a saber por qué otras oscuras razones.
Aldrich sigue sus máximas de cuestionar los poderes políticos y ejecutivos. Rodada con una notoria aura de telefilme, cuenta cómo un antiguo exgeneral de la USAF (Burt Lancaster) huye junto con otros tres hombres de una prisión en Montana. Su objetivo, ocupar una base militar en cuyos silos están preparados 9 cohetes Titán, que serán lanzados hacia objetivos de la antigua URSS a menos que el presidente de los USA no haga público un documento, redactado por la administración Nixon, en el que se demuestra que la guerra de Vietnam fue un tremendo error.
El filme de Aldrich contiene, además del claro mensaje pacifista, unas teorías conspiratorias que aún hoy en día asombran por su atrevimiento. No sólo se cuestiona la actuación de los gobernantes sino su confianza respecto al pueblo, y se debate un tema, el de la infame guerra de Vietnam, que aún en 1977 supuraba en las llagas de la mayoría de los norteamericanos. El magnífico guión ofrece unos diálogos bien construidos y mejor interpretados por un elenco de actores de lujo, lo que hace más atrayente e interesante la cinta.
Aldrich, haciendo gala de un gran talento para la puesta en escena, rueda con ritmo y ofrece grandes momentos de tensión. Su técnica de la multipantalla, muy utilizada en los ’70, mostrando varias situaciones en los instantes donde la intriga lo requiere, no hace más que añadir más emoción e interés a una cinta que, si no hubiera sido tan esquilmada, sería una de las mejores obras de Aldrich.
Reivindico, por tanto, una película maltratada que merece más atención, aunque sólo sea porque contiene momentos que difícilmente se pueden ver en el cine norteamericano de hoy en día, y mucho menos en el de entonces: tan sólo hay que ver cómo se resuelve la película para ilustrar esto.
Aldrich sigue sus máximas de cuestionar los poderes políticos y ejecutivos. Rodada con una notoria aura de telefilme, cuenta cómo un antiguo exgeneral de la USAF (Burt Lancaster) huye junto con otros tres hombres de una prisión en Montana. Su objetivo, ocupar una base militar en cuyos silos están preparados 9 cohetes Titán, que serán lanzados hacia objetivos de la antigua URSS a menos que el presidente de los USA no haga público un documento, redactado por la administración Nixon, en el que se demuestra que la guerra de Vietnam fue un tremendo error.
El filme de Aldrich contiene, además del claro mensaje pacifista, unas teorías conspiratorias que aún hoy en día asombran por su atrevimiento. No sólo se cuestiona la actuación de los gobernantes sino su confianza respecto al pueblo, y se debate un tema, el de la infame guerra de Vietnam, que aún en 1977 supuraba en las llagas de la mayoría de los norteamericanos. El magnífico guión ofrece unos diálogos bien construidos y mejor interpretados por un elenco de actores de lujo, lo que hace más atrayente e interesante la cinta.
Aldrich, haciendo gala de un gran talento para la puesta en escena, rueda con ritmo y ofrece grandes momentos de tensión. Su técnica de la multipantalla, muy utilizada en los ’70, mostrando varias situaciones en los instantes donde la intriga lo requiere, no hace más que añadir más emoción e interés a una cinta que, si no hubiera sido tan esquilmada, sería una de las mejores obras de Aldrich.
Reivindico, por tanto, una película maltratada que merece más atención, aunque sólo sea porque contiene momentos que difícilmente se pueden ver en el cine norteamericano de hoy en día, y mucho menos en el de entonces: tan sólo hay que ver cómo se resuelve la película para ilustrar esto.
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