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Críticas ordenadas por utilidad
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7,7
26.122
10
23 de noviembre de 2006
23 de noviembre de 2006
31 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Dolce Vita es de las pocas películas que tiene un puesto asegurado en mi disco duro. Porque soy capaz de disfrutarla una y otra vez (pongamos una vez al año) sin cansarme y sin dejar de asombrarme. Esta película es como un río caudaloso, cambiante, y misterioso. Un rio profundo a veces, pero siempre inagotable y lleno de episodios dramáticos, cómicos, surrealistas, banales... Estoy pensando también en el elemento acuático presente en toda la película: desde la estatua de Neptuno ante la que se detiene el coche conducido por Mastroiani por la noche, o la melancólica y poética escena final en una playa.
No sé. Siento una fascinación extraña por todo ese mundo romano de finales de los cincuenta en blanco y negro. Con sus decadentes ruinas, sus maravillosas texturas, sus coches, sus edificios, sus terrazas, su incipiente cosmopolitismo. Y los paparazzis siempre revoloteando alrededor de la ultima estrella de Hollywood recalada en los estudios de Cinecittá (icónica Anita Ekberg). Y en medio de todo ese torbellino tenemos al inolvidable y soberbio Marcello Mastroiani, trasunto del propio Fellini, moviéndose con simpática indolencia a través de una pléyade de situaciones y personajes de todo pelaje y condición. Situaciones de las emana, antes que nada, una suerte de hedonista regocijo –no exento de melancolía, incluso hastío en ocasiones– ante el hecho de tomarse la vida como un inmenso y laberíntico juego. Un juego interminable y circular (solo la muerte puede ponerle fin), lleno de sorpresas, decepciones, tragedias, pasiones, alegrías... Como la propia vida.
Y para acabar me gustaría dejar constancia de un dato absolutamente absurdo e inutil, pero que no deja de ser curioso. Fellini filmó la famosa secuencia de la Fontana de Trevi los días 1, 2, y 3 de abril de 1959, y resulta que ese mismo 1 de abril fue también el día que Franco inauguró el faraónico monumento del Valle de los caídos.
No sé. Siento una fascinación extraña por todo ese mundo romano de finales de los cincuenta en blanco y negro. Con sus decadentes ruinas, sus maravillosas texturas, sus coches, sus edificios, sus terrazas, su incipiente cosmopolitismo. Y los paparazzis siempre revoloteando alrededor de la ultima estrella de Hollywood recalada en los estudios de Cinecittá (icónica Anita Ekberg). Y en medio de todo ese torbellino tenemos al inolvidable y soberbio Marcello Mastroiani, trasunto del propio Fellini, moviéndose con simpática indolencia a través de una pléyade de situaciones y personajes de todo pelaje y condición. Situaciones de las emana, antes que nada, una suerte de hedonista regocijo –no exento de melancolía, incluso hastío en ocasiones– ante el hecho de tomarse la vida como un inmenso y laberíntico juego. Un juego interminable y circular (solo la muerte puede ponerle fin), lleno de sorpresas, decepciones, tragedias, pasiones, alegrías... Como la propia vida.
Y para acabar me gustaría dejar constancia de un dato absolutamente absurdo e inutil, pero que no deja de ser curioso. Fellini filmó la famosa secuencia de la Fontana de Trevi los días 1, 2, y 3 de abril de 1959, y resulta que ese mismo 1 de abril fue también el día que Franco inauguró el faraónico monumento del Valle de los caídos.
29 de septiembre de 2007
29 de septiembre de 2007
16 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vi ayer en un canal local, y fue para mí una grata y feliz sorpresa. Pues francamente, no me esperaba esta mezcla muy bien conseguida entre documental y ficción, con apuntes surrealistas, también dramáticos, pero siempre enfocados con un espíritu ligero, proclive a percibir el lado cómico de las cosas (hasta el punto que a Moretti no pareció agradarle demasiado "Henry, retrato de un asesino", una magnífica película por otra parte). El director y actor a un tiempo nos propone un argumento minimalista, que concede importancia a los detalles íntimos, a los pequeños momentos. Pero aun así, existe una progresión que va desde el primer episodio, contemplativo y básicamente documental, hasta la narrativa más dramática del tercero. Resaltaría, sobre todo, ese poético y memorable plano largo del periplo en moto hasta el lugar en que asesinaron a Passolini, con la maravillosa música de fondo de Keith Jarret.
En medio del adocenamiento y las fórmulas mil veces repetidas de la mayor parte del cine actual, esta película es una auténtica bocanada de aire fresco. Y, rodada antes de la popularización de las cámaras digitales y de You tube, podría considerarse también como una predecesora del cine del futuro.
En medio del adocenamiento y las fórmulas mil veces repetidas de la mayor parte del cine actual, esta película es una auténtica bocanada de aire fresco. Y, rodada antes de la popularización de las cámaras digitales y de You tube, podría considerarse también como una predecesora del cine del futuro.

7,6
4.582
9
28 de diciembre de 2006
28 de diciembre de 2006
16 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cada vez me gustan más las grandes películas italianas de los cincuenta y sesenta. "Dos mujeres" también me ha parecido magnífica. Que gran director era De Sica, y qué decir de Sofía Loren: además de exhuberante y bellisima: ¡qué gran actriz!
También me ha llamado la atención la emotiva y sugerente escena final, reminiscente de la iconografía de la Virgen cristiana en el nacimiento de Cristo. A este respecto, es curioso considerar que la Loren es Virgo de signo astrologico (simbolo de la mujer pura e inalcanzable, a pesar de su belleza, voluptuosidad, e incluso experiencia). Pienso que a través de la imagen de esta escena final se nos propone la idea subconsciente de que a pesar de las amargas visicitudes que sufren las protagonistas, pervive sin embargo en ellas una simbólica y arquetípica virginidad, en el sentido más amplio y profundo del término (bondad, pureza, capacidad de regeneración).
También me ha llamado la atención la emotiva y sugerente escena final, reminiscente de la iconografía de la Virgen cristiana en el nacimiento de Cristo. A este respecto, es curioso considerar que la Loren es Virgo de signo astrologico (simbolo de la mujer pura e inalcanzable, a pesar de su belleza, voluptuosidad, e incluso experiencia). Pienso que a través de la imagen de esta escena final se nos propone la idea subconsciente de que a pesar de las amargas visicitudes que sufren las protagonistas, pervive sin embargo en ellas una simbólica y arquetípica virginidad, en el sentido más amplio y profundo del término (bondad, pureza, capacidad de regeneración).
4 de septiembre de 2008
4 de septiembre de 2008
15 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sospecho que hasta Michelangelo Antonioni, cineasta encumbrado en su día como poeta de la incomunicación, habría sentido inquietud y cierta depresión ante la subterranea dureza que desprende esta película minimalista y sin concesiones. Porque más que de soledad y de incomunicación, habría que hablar, en este caso, de auténtico autismo emocional por parte de una protagonista que no parece necesitar ni sentir calor humano alguno que la alivie en su yermo periplo existencial. Al igual que en las obras emblemáticas del existencialismo (Camus y “El Extranjero”, por ejemplo) encontramos aquí una sensibilidad desesperanzada, apegada a la ardua cotidianeidad, y despojada del menor atisbo de significado espiritual. El errático e inescrutable comportamiento de la protagonista es mostrado desde una óptica conductista en la que no parecen tener cabida explicaciones: en opinión del director eso hubiera supuesto caer en lo que él denomina, en los extras del DVD, “psicologismo”. Pero, en mi opinión, esta terrible ausencia de esperanza, de amor –no hay en esta película ni siquiera un destello de humor o un interés real por parte de alguien (el chico que la corteja, por ejemplo) acerca de las motivaciones y comportamientos de la protagonista- provoca que “La línea recta” no logre emocionarnos como sí lo hacen, por ejemplo, las películas de los hermanos Dardenne, autores de las magníficas y premiadas en Cannes “Rosseta” y “El Niño”, con las que esta película tiene, por su radicalidad de planteamientos y por su mirada casi documental sobre los territorios marginales de las sociedades urbanas, muchos puntos de contacto. Y así acabamos por desidentificarnos, hasta cierto punto, con el extremo aislamiento emocional de la protagonista, convencidos al final de estar asistiendo a la descripción de un caso dolorosamente patológico y necesitado de urgente tratamiento terapéutico.
9
16 de julio de 2007
16 de julio de 2007
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta magnífica e inquietante película (¿Qué estólidos infiernos puede llegar a crear el hombre en nombre de las ciertas ideologías?) corrobora que la antigua RDA, y por extensión, los demás países del bloque comunista, eran autenticas pesadillas totalitarias en la estela de lo imaginado por George Orwell en su profética novela “1984” (aunque acaso el auténtico precursor de esta suerte de cosmovisión alienada haya sido Kafka). Pues este retrato del régimen político y social imperante en los países que pertenecían al denominado “socialismo real” no podía ser más demoledor.
Realmente cuesta hacerse a la idea de que hace escasamente veinte años pudiera haber existido, en plena Europa de finales del siglo XX, una sociedad como la retratada, en la que la paranoia por detectar al “disidente” constituía el síntoma más evidente de una sociedad profundamente corrupta y dominada por el miedo; una sociedad en la que cualquier ciudadano –un vecino, incluso un familiar- constituía una posible fuente de desconfianza o de amenaza.
Uno de los temas, pues, que se plantean en esta película es el concepto de traición; traición a los propios ideales, pero también a nuestros amigos, familiares, amantes... Porque a veces es más fácil encontrar refugio en las comodidades que proporciona el gregarismo -bajo la coartada, muchas veces, de sobrevivir a un poder coercitivo- que escuchar la voz interior que nos insta a la rebelión y a la justicia.
Pero tal vez lo más conmovedor sea la existencia profundamente vacía del anónimo y gris funcionario. Una existencia que solo encuentra su razón de ser a través de la oculta observación de la vida de los demás. Es a través de esta invasión vergonzosa en la vida de sus congéneres como logra convertirse en uno de los infinitos apéndices de un macroorganismo enfermizo (el estado) que necesita saberlo todo, verlo todo, para seguir funcionando y sentirse seguro. En este sentido, el protagonista me recuerda mucho al Gene Hackman que aparece en “La conversación” de Francis Ford Coppola, otra estupenda película con la que esta tiene muchos puntos de contacto.
Dejando aparte su gran calidad formal (excelente la dirección, guion, fotografía, etc.), nos encontramos, pues, ante película dotada de una inusual riqueza de planteamientos. Tanto a nivel histórico, político, como a nivel psicológico.
Realmente cuesta hacerse a la idea de que hace escasamente veinte años pudiera haber existido, en plena Europa de finales del siglo XX, una sociedad como la retratada, en la que la paranoia por detectar al “disidente” constituía el síntoma más evidente de una sociedad profundamente corrupta y dominada por el miedo; una sociedad en la que cualquier ciudadano –un vecino, incluso un familiar- constituía una posible fuente de desconfianza o de amenaza.
Uno de los temas, pues, que se plantean en esta película es el concepto de traición; traición a los propios ideales, pero también a nuestros amigos, familiares, amantes... Porque a veces es más fácil encontrar refugio en las comodidades que proporciona el gregarismo -bajo la coartada, muchas veces, de sobrevivir a un poder coercitivo- que escuchar la voz interior que nos insta a la rebelión y a la justicia.
Pero tal vez lo más conmovedor sea la existencia profundamente vacía del anónimo y gris funcionario. Una existencia que solo encuentra su razón de ser a través de la oculta observación de la vida de los demás. Es a través de esta invasión vergonzosa en la vida de sus congéneres como logra convertirse en uno de los infinitos apéndices de un macroorganismo enfermizo (el estado) que necesita saberlo todo, verlo todo, para seguir funcionando y sentirse seguro. En este sentido, el protagonista me recuerda mucho al Gene Hackman que aparece en “La conversación” de Francis Ford Coppola, otra estupenda película con la que esta tiene muchos puntos de contacto.
Dejando aparte su gran calidad formal (excelente la dirección, guion, fotografía, etc.), nos encontramos, pues, ante película dotada de una inusual riqueza de planteamientos. Tanto a nivel histórico, político, como a nivel psicológico.
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