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4
29 de noviembre de 2023
29 de noviembre de 2023
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
'The Swimmer' tiene la difícil tarea de no desviar el interés del espectador lejos de su argumento, misión casi tan imposible como las de Tom Cruise si delante de la pantalla solo vemos desfilar cuerpos atléticos en ajustados trajes de baño marca Speedo. Más complejo todavía si lo acompañamos con planos detalle de la anatomía humana y sugerentes escenas de desnudos en las duchas.
Me pregunto por qué la natación es el deporte por excelencia de la mayoría de películas sobre deportistas homosexuales. ¿Será posible que el tiro con arco, el bádminton o el curling no se presten para filmar un drama gay?. El deporte acuático es a la vez un reclamo para el público al que se dirige sin disimulo y un hándicap si decides verla en vose y tu intención es seguir los subtítulos en castellano. Rebobinar y darle al pause para observar con atención detalles que se nos escapan (ejem) tampoco juega a su favor.
La historia es la misma de siempre solo varía la personalidad que la dirección y la fotografía puedan insuflar sobre aquello que sucede en pantalla. Un par de buenas ideas (los créditos iniciales junto con la escena que los inspira), una bso llamativa y el controvertido y bailongo desenlace (para algunos ridículo y para otros una genialidad) no son motivación suficiente para repetir fórmula.
¿Cómo reaccionaría alguien que después de años de preparación física y sacrificio personal es juzgado no por sus aptitudes o logros deportivos sino por lo que siente o deja de sentir?. 'The Swimmer' trata sobre la homofobia en el deporte y reflexiona acerca de si alcanzar el éxito y convertirse en aquello que los demás esperan de ti es razón suficiente para traicionarse a uno mismo. El camino que recorre el protagonista hasta llegar a su epifanía es el convencional: sufre el rechazo de sus compañeros, la falta de empatía de sus entrenadores y la presión de su familia por triunfar sin reparar en su propia felicidad… Temo que a nuestro nadador le faltó aire en los pulmones para llegar más hondo.
Por otro lado, a la opinión pública le importa poco o más bien nada la orientación sexual de un nadador olímpico, otro gallo cantaría en el caso, por ejemplo, de un futbolista profesional, ‘Mario’ (2018) o la discreta 'Wonderkid' (2016).
Me pregunto por qué la natación es el deporte por excelencia de la mayoría de películas sobre deportistas homosexuales. ¿Será posible que el tiro con arco, el bádminton o el curling no se presten para filmar un drama gay?. El deporte acuático es a la vez un reclamo para el público al que se dirige sin disimulo y un hándicap si decides verla en vose y tu intención es seguir los subtítulos en castellano. Rebobinar y darle al pause para observar con atención detalles que se nos escapan (ejem) tampoco juega a su favor.
La historia es la misma de siempre solo varía la personalidad que la dirección y la fotografía puedan insuflar sobre aquello que sucede en pantalla. Un par de buenas ideas (los créditos iniciales junto con la escena que los inspira), una bso llamativa y el controvertido y bailongo desenlace (para algunos ridículo y para otros una genialidad) no son motivación suficiente para repetir fórmula.
¿Cómo reaccionaría alguien que después de años de preparación física y sacrificio personal es juzgado no por sus aptitudes o logros deportivos sino por lo que siente o deja de sentir?. 'The Swimmer' trata sobre la homofobia en el deporte y reflexiona acerca de si alcanzar el éxito y convertirse en aquello que los demás esperan de ti es razón suficiente para traicionarse a uno mismo. El camino que recorre el protagonista hasta llegar a su epifanía es el convencional: sufre el rechazo de sus compañeros, la falta de empatía de sus entrenadores y la presión de su familia por triunfar sin reparar en su propia felicidad… Temo que a nuestro nadador le faltó aire en los pulmones para llegar más hondo.
Por otro lado, a la opinión pública le importa poco o más bien nada la orientación sexual de un nadador olímpico, otro gallo cantaría en el caso, por ejemplo, de un futbolista profesional, ‘Mario’ (2018) o la discreta 'Wonderkid' (2016).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El protagonista finalmente pierde la competición y por ende, su oportunidad de participar en los Juegos Olímpicos representando a su país. No parece estar afectado quizás porque siente que ha ganado algo más valioso, algo para lo que nadie le había estado preparando a lo largo de su vida ni dentro ni fuera de la piscina: aceptarse y respetarse a sí mismo.

5,5
986
4
10 de octubre de 2023
10 de octubre de 2023
8 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dicho suavemente, 'Ballerina' es una buena imitación, una versión en coreano de cualquiera de las mil y una producciones americanas del mismo género. Género que sirve asimismo para definir el argumento de todas y cada una de estas: Mujer venganza hombres malos. No importa el porqué, ellos siempre son enviados del demonio, corruptos, criminales y explotadores sexuales. En cambio ellas, son las damnificadas, víctimas del patriarcado y de las fechorías del género masculino. Lo cierto es que da lo mismo quien sacuda a quien y con que, el objetivo es pasar un rato agradable viendo como se zurran y se liquidan entre sí.
A los coreanos se les puede regañar por su falta de inventiva, 'Ballerina' no trae nada memorable que la haga sobresalir entre un sinfín de fotocopias, pero valga decir que la ficha técnica es impecable. Los planos, la iluminación, el sonido y los combates con arma blanca, poco tienen que envidiar al codiciado Hollywood. Sin embargo, Corea del Sur es un gigante tecnológico y esto no debería ser motivo de elogio, más bien es el mínimo exigible. Precisamente, el filme de Lee Chung-hyun, bebe demasiado del estilo frenético y travieso de David Leitch ('John Wick', 'Atomic Blonde' y 'Kate') y recuerda sobremanera en forma y contenido a la reciente 'Jolt' (2021). El trabajo del director coreano no tiene ni un ápice de personalidad y dotarlo de esta nunca fue la intención. 'Ballerina' es tan estética, metódica y vacía como una actuación musical de cualquier grupo de K-pop sobre un gran escenario colmado de luces de neón.
'Ballerina' podría tratarse, salvando mucho las distancias, de la versión femenina de 'John Wick', sino fuera porque ese lugar lo ocupará en breve (2024) nuestra Ana de Armas con su 'Ballerina' particular, el auténtico spin-off avalado por el propio Wick. Y si les parece indignante que los coreanos se hayan adelantado y que ambas producciones compartan el mismo título y probablemente un argumento similar, personalmente me preocupa mucho más que un grupo criminal que produce y distribuye droga solo disponga de tristes navajas para defenderse de una asesina armada hasta las trancas.
Como dato relevante, esa asesina es interpretada por Jeon Jong-seo, que coprotaginiza la brillante y mucho más recomendable que cualquiera de las películas antes mencionadas, 'Burning' (2018) de Lee Chang-Dong. Sí, yo también me hago 'la picha un lío' con todos estos nombres coreanos.
A los coreanos se les puede regañar por su falta de inventiva, 'Ballerina' no trae nada memorable que la haga sobresalir entre un sinfín de fotocopias, pero valga decir que la ficha técnica es impecable. Los planos, la iluminación, el sonido y los combates con arma blanca, poco tienen que envidiar al codiciado Hollywood. Sin embargo, Corea del Sur es un gigante tecnológico y esto no debería ser motivo de elogio, más bien es el mínimo exigible. Precisamente, el filme de Lee Chung-hyun, bebe demasiado del estilo frenético y travieso de David Leitch ('John Wick', 'Atomic Blonde' y 'Kate') y recuerda sobremanera en forma y contenido a la reciente 'Jolt' (2021). El trabajo del director coreano no tiene ni un ápice de personalidad y dotarlo de esta nunca fue la intención. 'Ballerina' es tan estética, metódica y vacía como una actuación musical de cualquier grupo de K-pop sobre un gran escenario colmado de luces de neón.
'Ballerina' podría tratarse, salvando mucho las distancias, de la versión femenina de 'John Wick', sino fuera porque ese lugar lo ocupará en breve (2024) nuestra Ana de Armas con su 'Ballerina' particular, el auténtico spin-off avalado por el propio Wick. Y si les parece indignante que los coreanos se hayan adelantado y que ambas producciones compartan el mismo título y probablemente un argumento similar, personalmente me preocupa mucho más que un grupo criminal que produce y distribuye droga solo disponga de tristes navajas para defenderse de una asesina armada hasta las trancas.
Como dato relevante, esa asesina es interpretada por Jeon Jong-seo, que coprotaginiza la brillante y mucho más recomendable que cualquiera de las películas antes mencionadas, 'Burning' (2018) de Lee Chang-Dong. Sí, yo también me hago 'la picha un lío' con todos estos nombres coreanos.
6
10 de enero de 2021
10 de enero de 2021
5 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ha llovido desde el decimosexto cumpleaños de Sabrina. Aquella niña insegura y traviesa que se rebelaba contra su destino ha madurado, ahora decide por sí misma, sin titubeos y se enfrenta a males que jamás habría imaginado (ni ella ni nadie).
A ‘Las escalofriantes aventuras de Sabrina’ les ha ocurrido que se han vuelto tan confusas que se han saboteado a sí mismas. La gracia, el carisma y el ingenio con el que nos sorprendía la primera parte (2018) fue desapareciendo a medida que las tramas se volvían más complejas y enrevesadas. Sabrina pasó de ser una adolescente mitad mortal que lanzaba hechizos entre clase y clase, a convertirse en la bruja más poderosa jamás conocida, desafiar al mismísimo Lucifer y proclamarse reina del inframundo. Ahora ya ni siquiera acude a clase y de la noche a la mañana se ha convertido en una experta en realidades alternativas, paradojas temporales, mitologías y leyendas varias. Y todo ello sin tan siquiera alcanzar la mayoría de edad ni pasar por la ‘universidad oscura’. Christopher Nolan a su lado no es más que un aprendiz de brujo.
Hemos sido testigos de como episodio tras episodio se cambiaban la reglas del juego y lo que hasta el momento nos habían dicho que era imposible pasa a ser posible “por arte de magia”. Explicaciones endebles y soluciones rocambolescas a los desafíos que las tramas nos iban proponiendo y personajes que pasan de ser inaccesibles a demasiado familiares. Siempre respondiendo al interés de unos guionistas más interesados en el efectismo y el exceso que en mantener un mínimo de cordura argumental. Admito que como espectador le he seguido la corriente a Sabrina, sin hacerme muchas preguntas y aceptando todas las trampas y enredos con tal de disfrutar de la fiesta, como uno más de la ‘pandilla’.
Llegados a la última aventura de Sabrina, la cuarta, el caos está servido y dejarse llevar por sus artimañas nos resulta más complicado que nunca. En esta temporada Sabrina se dedica a divagar atormentada la mayor parte del tiempo y ese halo de diversión y misterio que nos cautivaba se vuelve trágico y lúgubre. Sobran los bochornosos momentos musicales a lo ‘Glee’ o ‘Riverdale’ y solo el esperado ‘crossover’, por lo extraño e hilarante de su premisa, justifica en gran medida esta agotadora y última temporada. Sabrina nos advertía desde un comienzo, que se sentía vacía por dentro y que necesitaba encontrase a sí misma, pues finalmente no logra liberarse de ese vacío existencial que termina por consumirla. Quizás el problema de Sabrina es que el condenado Netflix la ha obligado a madurar demasiado aprisa y a tomar decisiones que no le correspondían.
Como valoración general, ‘Las escalofriantes aventuras de Sabrina’, es una serie con muchos altibajos pero que ha sido capaz de crear un universo genuino y estimulante, rebosante de homenajes al cine de terror clásico y contemporáneo, aunque los más jóvenes no se hayan percatado. No se puede negar que Sabrina ha sabido ser generosa con los fieles que tanto hemos pasado por alto y nos ha obsequiado con momentos icónicos y visualmente muy potentes. Al margen de polémicas ‘shakesperianas’, el adiós de Brina ha resultado cuanto menos, desesperanzador (e innecesario) y ha dejado algunos misterios sin descifrar y conjuros sin recitar. Aunque no creo que la Sabrina Spellman de los años 90, políticamente más correcta y ávida de moralinas, sea capaz de enmendar los errores puede que sí sea el momento de otro ‘crossover’ y de que esta regrese para echarle una mano a la Sabrina de nuestra época. Conociendo a los de Netflix, cualquier cosa nos resultaría creíble a estas alturas.
A ‘Las escalofriantes aventuras de Sabrina’ les ha ocurrido que se han vuelto tan confusas que se han saboteado a sí mismas. La gracia, el carisma y el ingenio con el que nos sorprendía la primera parte (2018) fue desapareciendo a medida que las tramas se volvían más complejas y enrevesadas. Sabrina pasó de ser una adolescente mitad mortal que lanzaba hechizos entre clase y clase, a convertirse en la bruja más poderosa jamás conocida, desafiar al mismísimo Lucifer y proclamarse reina del inframundo. Ahora ya ni siquiera acude a clase y de la noche a la mañana se ha convertido en una experta en realidades alternativas, paradojas temporales, mitologías y leyendas varias. Y todo ello sin tan siquiera alcanzar la mayoría de edad ni pasar por la ‘universidad oscura’. Christopher Nolan a su lado no es más que un aprendiz de brujo.
Hemos sido testigos de como episodio tras episodio se cambiaban la reglas del juego y lo que hasta el momento nos habían dicho que era imposible pasa a ser posible “por arte de magia”. Explicaciones endebles y soluciones rocambolescas a los desafíos que las tramas nos iban proponiendo y personajes que pasan de ser inaccesibles a demasiado familiares. Siempre respondiendo al interés de unos guionistas más interesados en el efectismo y el exceso que en mantener un mínimo de cordura argumental. Admito que como espectador le he seguido la corriente a Sabrina, sin hacerme muchas preguntas y aceptando todas las trampas y enredos con tal de disfrutar de la fiesta, como uno más de la ‘pandilla’.
Llegados a la última aventura de Sabrina, la cuarta, el caos está servido y dejarse llevar por sus artimañas nos resulta más complicado que nunca. En esta temporada Sabrina se dedica a divagar atormentada la mayor parte del tiempo y ese halo de diversión y misterio que nos cautivaba se vuelve trágico y lúgubre. Sobran los bochornosos momentos musicales a lo ‘Glee’ o ‘Riverdale’ y solo el esperado ‘crossover’, por lo extraño e hilarante de su premisa, justifica en gran medida esta agotadora y última temporada. Sabrina nos advertía desde un comienzo, que se sentía vacía por dentro y que necesitaba encontrase a sí misma, pues finalmente no logra liberarse de ese vacío existencial que termina por consumirla. Quizás el problema de Sabrina es que el condenado Netflix la ha obligado a madurar demasiado aprisa y a tomar decisiones que no le correspondían.
Como valoración general, ‘Las escalofriantes aventuras de Sabrina’, es una serie con muchos altibajos pero que ha sido capaz de crear un universo genuino y estimulante, rebosante de homenajes al cine de terror clásico y contemporáneo, aunque los más jóvenes no se hayan percatado. No se puede negar que Sabrina ha sabido ser generosa con los fieles que tanto hemos pasado por alto y nos ha obsequiado con momentos icónicos y visualmente muy potentes. Al margen de polémicas ‘shakesperianas’, el adiós de Brina ha resultado cuanto menos, desesperanzador (e innecesario) y ha dejado algunos misterios sin descifrar y conjuros sin recitar. Aunque no creo que la Sabrina Spellman de los años 90, políticamente más correcta y ávida de moralinas, sea capaz de enmendar los errores puede que sí sea el momento de otro ‘crossover’ y de que esta regrese para echarle una mano a la Sabrina de nuestra época. Conociendo a los de Netflix, cualquier cosa nos resultaría creíble a estas alturas.

5,7
1.270
5
27 de octubre de 2022
27 de octubre de 2022
22 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este tipo de películas de temática homosexual hacen que no me sienta un “buen gay”, las entiendo menos que el funcionamiento del clítoris. Me hacen sentir estúpido e indigno, y no es solo porque me pierda leyendo los subtítulos en castellano, sino por la metralleta de referencias sobre cultura popular gay que atraviesan mi cerebro y de las que no tengo ni la más mínima idea, salvo por la mención a ‘María’ Carey, la señora del villancico navideño, a esa sí la sitúo.
Esta ‘new wave’ de sitcoms y comedias de temática de los últimos años que ya no tratan sobre palmarla de SIDA o salir del armario en los tiempos del cólera, tienen como propósito hacer un análisis del panorama LGTBIQ+ actual en clave de humor. Aunque personalmente no me hagan ni pizca de gracia, salvo por alguna que otra escena, los tiempos cambian y los problemas que nos atañen son otros. Como dice el protagonista: “si morimos de algo, que sea de amor”. Totalmente lícito. Pero no sé muy bien de qué pichas están hablando, a qué personajes están citando (con permiso de Lincoln) y a qué acontecimientos se refieren.
Reconozco que no soy, salvo en la cama, un gran activo para la causa. Lo más “homo-normativo” que hago es ponerme cacao en los labios en invierno y seguir a Britney Spears en redes. Mis amigos me llaman el ‘Grinch’ de la homosexualidad y en mi perfil de Grindr me defino como masculino y “discreto” (ahora ya sabéis lo que significa ser "discreto", dejad de preguntarlo). También creo que en parte se debe a que esta producción en concreto mayormente va dirigida al americano gay de a pié y no me tendría que preocupar. O tal vez sea cierto eso de que la sociedad necesita un museo de historia LGTBIQ+.
En cualquier caso, la película va sobre intentarlo con alguien… Realmente no sé de qué iba la película. Me ha dado la impresión de que se excede de pasivo-agresiva y no me refiero a la posición en la cama. Entre chascarrillo y chascarrillo aprovecha para lanzar puyas al colectivo gay sin profundizar en nada. En plan: ahí lo dejo. De hecho, no es más que la expresión cínica y un tanto odiosa del propio protagonista.
Me apunto la reflexión sobre la propia discriminación entre homosexuales; el rechazo hacia los hombres gay que no se comportan de forma “masculina” ni hacen “cosas de hombres” está a la orden del día, se trata de la plumofobia. Una tendencia que comienza a ser un poco preocupante entre los más jóvenes. Y asumo que estoy tirando piedras sobre mi propio tejado. Pero si algo he aprendido, maricas, es que debemos estar unidos. Eso y que soy un privilegiado por el hecho de ser un 'hombre cis gay blanco'. Ya tengo más etiquetas que un suéter del Zara.
Esta ‘new wave’ de sitcoms y comedias de temática de los últimos años que ya no tratan sobre palmarla de SIDA o salir del armario en los tiempos del cólera, tienen como propósito hacer un análisis del panorama LGTBIQ+ actual en clave de humor. Aunque personalmente no me hagan ni pizca de gracia, salvo por alguna que otra escena, los tiempos cambian y los problemas que nos atañen son otros. Como dice el protagonista: “si morimos de algo, que sea de amor”. Totalmente lícito. Pero no sé muy bien de qué pichas están hablando, a qué personajes están citando (con permiso de Lincoln) y a qué acontecimientos se refieren.
Reconozco que no soy, salvo en la cama, un gran activo para la causa. Lo más “homo-normativo” que hago es ponerme cacao en los labios en invierno y seguir a Britney Spears en redes. Mis amigos me llaman el ‘Grinch’ de la homosexualidad y en mi perfil de Grindr me defino como masculino y “discreto” (ahora ya sabéis lo que significa ser "discreto", dejad de preguntarlo). También creo que en parte se debe a que esta producción en concreto mayormente va dirigida al americano gay de a pié y no me tendría que preocupar. O tal vez sea cierto eso de que la sociedad necesita un museo de historia LGTBIQ+.
En cualquier caso, la película va sobre intentarlo con alguien… Realmente no sé de qué iba la película. Me ha dado la impresión de que se excede de pasivo-agresiva y no me refiero a la posición en la cama. Entre chascarrillo y chascarrillo aprovecha para lanzar puyas al colectivo gay sin profundizar en nada. En plan: ahí lo dejo. De hecho, no es más que la expresión cínica y un tanto odiosa del propio protagonista.
Me apunto la reflexión sobre la propia discriminación entre homosexuales; el rechazo hacia los hombres gay que no se comportan de forma “masculina” ni hacen “cosas de hombres” está a la orden del día, se trata de la plumofobia. Una tendencia que comienza a ser un poco preocupante entre los más jóvenes. Y asumo que estoy tirando piedras sobre mi propio tejado. Pero si algo he aprendido, maricas, es que debemos estar unidos. Eso y que soy un privilegiado por el hecho de ser un 'hombre cis gay blanco'. Ya tengo más etiquetas que un suéter del Zara.
Miniserie

6,4
3.228
6
9 de diciembre de 2022
9 de diciembre de 2022
7 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desconocía quien era Guillem Clua y que ‘Smiley’ fuese originalmente una obra de teatro. Por mucho que se empeñen, el teatro nunca ha terminado de despegar en la capital catalana. Supongo que la cultura del teatro es incapaz de hacer frente al culto hacia la toalla y el bañador que practica el habitante mediterráneo, eso y que nuestra Gran Vía catalana no es más que una gran arteria para descongestionar el tráfico de la ciudad, deslucida y olvidada por las instituciones, tiene todo que envidiar al bullicioso “Broadway Madrileño”.
Reivindicaciones a parte, ‘Smiley’ es, en resumidas cuentas, la versión homosexual de una comedia romántica hetero-cis-normativa. Lo llaman “normalizar” y supongo que eso está bien. ¿Quién no querría ver la versión gay de ‘Titanic’ o una versión de ‘Pretty Woman’ protagonizada por un hombre y una prostituta transexual, por ejemplo?. Historias renovadas y que se ajustan más a los estándares actuales... Tomen nota ‘gaynistas’, o mejor no.
Como su nombre indica, ‘Smiley’ es divertida y no muerde. Es una historia convencional saturada de tópicos y clichés sobre el colectivo homosexual, los mismos que intenta desmontar con relativo éxito. Dos ‘penes’ opuestos que se atraen, sin nada en común salvo su deseo por encontrar la persona con quien poner su vida en común. Coincido en que las tramas secundarias no hacen más que entorpecer la historia principal, la que de verdad nos interesa y tampoco es un misterio cómo se van a desarrollar los acontecimientos, a veces demasiado idealizados, pero después de todo, se trata de la típica comedia romántica homo-cis-normativa.
Ahora por fin puedo decir que odio las típicas comedias románticas en general.
Hace apenas un mes se estrenaba en cines la película ‘Bros: más que amigos’, otra producción con el mismo objetivo de “normalizar” pero desde el otro lado del charco. Lo cierto es que hay muchas similitudes entre ambas historias y Guillem Clua ha tenido la mala pata de hacer lo propio estando la primera todavía demasiado reciente. Pero si tengo que escoger, me quedo con ‘Smiley’ y no solo porque suceda en Barcelona y me guste barrer para casa. La de Clua me parece más carismática y llevadera y para ser honestos, los brazos de Carlos Cuevas.
El actor está como pez en el agua interpretando de nuevo al personaje de Pol Rubio de la serie ‘Merlí’ (2015) y no creo que sea casualidad que le hayan escogido como protagonista. Su compañero de reparto, Miki Esparbé, se llama Bruno en la ficción. Quiero pensar que nos han regalado una continuación para ‘Brunol’, aunque haya sido de forma involuntaria, ya que nunca supimos cómo seguía su historia de amor en aquel (in)esperado spin-off de Movistar+, ‘Merlí: Sapere Aude’ (2019). Los fans de ‘Merlí’ sabrán a qué me refiero.
Solo por esa nostalgia que me ha despertado y por el tema de Sen Senra que suena al término del primer episodio, les perdono eso de que me quieran “normalizar”.
Reivindicaciones a parte, ‘Smiley’ es, en resumidas cuentas, la versión homosexual de una comedia romántica hetero-cis-normativa. Lo llaman “normalizar” y supongo que eso está bien. ¿Quién no querría ver la versión gay de ‘Titanic’ o una versión de ‘Pretty Woman’ protagonizada por un hombre y una prostituta transexual, por ejemplo?. Historias renovadas y que se ajustan más a los estándares actuales... Tomen nota ‘gaynistas’, o mejor no.
Como su nombre indica, ‘Smiley’ es divertida y no muerde. Es una historia convencional saturada de tópicos y clichés sobre el colectivo homosexual, los mismos que intenta desmontar con relativo éxito. Dos ‘penes’ opuestos que se atraen, sin nada en común salvo su deseo por encontrar la persona con quien poner su vida en común. Coincido en que las tramas secundarias no hacen más que entorpecer la historia principal, la que de verdad nos interesa y tampoco es un misterio cómo se van a desarrollar los acontecimientos, a veces demasiado idealizados, pero después de todo, se trata de la típica comedia romántica homo-cis-normativa.
Ahora por fin puedo decir que odio las típicas comedias románticas en general.
Hace apenas un mes se estrenaba en cines la película ‘Bros: más que amigos’, otra producción con el mismo objetivo de “normalizar” pero desde el otro lado del charco. Lo cierto es que hay muchas similitudes entre ambas historias y Guillem Clua ha tenido la mala pata de hacer lo propio estando la primera todavía demasiado reciente. Pero si tengo que escoger, me quedo con ‘Smiley’ y no solo porque suceda en Barcelona y me guste barrer para casa. La de Clua me parece más carismática y llevadera y para ser honestos, los brazos de Carlos Cuevas.
El actor está como pez en el agua interpretando de nuevo al personaje de Pol Rubio de la serie ‘Merlí’ (2015) y no creo que sea casualidad que le hayan escogido como protagonista. Su compañero de reparto, Miki Esparbé, se llama Bruno en la ficción. Quiero pensar que nos han regalado una continuación para ‘Brunol’, aunque haya sido de forma involuntaria, ya que nunca supimos cómo seguía su historia de amor en aquel (in)esperado spin-off de Movistar+, ‘Merlí: Sapere Aude’ (2019). Los fans de ‘Merlí’ sabrán a qué me refiero.
Solo por esa nostalgia que me ha despertado y por el tema de Sen Senra que suena al término del primer episodio, les perdono eso de que me quieran “normalizar”.
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