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Críticas ordenadas por utilidad
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7,2
9.556
7
12 de enero de 2011
12 de enero de 2011
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El homenaje que el alemán Wim Wenders realiza al cine estadounidense en una de las obras cumbre del Nuevo Cine Alemán como es El amigo americano no puede ser más notable y elegante.
Basada en la novela Ripley’s Game de Patricia Highsmith, la película de Wenders resulta ser una historia de gángsters a la alemana que deja ver de forma clarísima la teta cinematográfica de la que ha mamado el director, hecho que no hace sino confirmarse con sólo ver que los directores Nicholas Ray y Samuel Fuller cuentan con un papel en la película.
Wenders cuenta una bonita historia donde la amistad, el interés personal, el cariño y la tensión danzan en dulce armonía para regalarnos secuencias que se nos quedarán grabadas en la retina y ante las que no podremos sino mordernos las uñas.
Basada en la novela Ripley’s Game de Patricia Highsmith, la película de Wenders resulta ser una historia de gángsters a la alemana que deja ver de forma clarísima la teta cinematográfica de la que ha mamado el director, hecho que no hace sino confirmarse con sólo ver que los directores Nicholas Ray y Samuel Fuller cuentan con un papel en la película.
Wenders cuenta una bonita historia donde la amistad, el interés personal, el cariño y la tensión danzan en dulce armonía para regalarnos secuencias que se nos quedarán grabadas en la retina y ante las que no podremos sino mordernos las uñas.
3 de julio de 2010
3 de julio de 2010
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada en la novela homónima de Máximo Gorki, la película de Pudovkin hace un precioso retrato de los acontecimientos que sacudieron Rusia en 1905, cargados de manifestaciones e inmersos en los ideales revolucionarios que empezaban a calar en las conciencias de los obreros, haciéndose cada vez más patente la lucha de clases entre opresores y oprimidos.
Destaca en La Madre esa escena de juicio en el que las condenas están decididas de antemano, donde vemos a los magistrados dibujando en sus cuadernos de notas y mirando el reloj para irse cuanto antes, sin importarles lo más mínimo la inocencia o culpabilidad de los acusados. También llaman la atención esos fundidos entre distintos edificios, y en general la genialidad con la que el montaje está articulado, tal y como cabría esperar de cualquier autor soviético. Fíjese si no en esa inserción de planos detalles tan avanzada para ser 1926 el año de producción.
No obstante, estando ya el espectador más evolucionado con el paso del tiempo, sí pueden detectarse en el filme unos cuantos saltos de eje y fallos de raccord de luz, pero que desde luego en ningún momento nos sacan de la diégesis.
Destaca en La Madre esa escena de juicio en el que las condenas están decididas de antemano, donde vemos a los magistrados dibujando en sus cuadernos de notas y mirando el reloj para irse cuanto antes, sin importarles lo más mínimo la inocencia o culpabilidad de los acusados. También llaman la atención esos fundidos entre distintos edificios, y en general la genialidad con la que el montaje está articulado, tal y como cabría esperar de cualquier autor soviético. Fíjese si no en esa inserción de planos detalles tan avanzada para ser 1926 el año de producción.
No obstante, estando ya el espectador más evolucionado con el paso del tiempo, sí pueden detectarse en el filme unos cuantos saltos de eje y fallos de raccord de luz, pero que desde luego en ningún momento nos sacan de la diégesis.
18 de mayo de 2010
18 de mayo de 2010
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1962 el polaco Roman Polanski se estrenó en el mundo del largometraje con El cuchillo en el agua, una película de poco presupuesto y pocos personajes, pero con muchas posibilidades de convertir a su director en lo que es hoy: uno de los mejores.
En ella vemos a Andrezj (Leon Niemczyk) y Christine (Jolanta Umecka), una pareja que, yendo de camino a pasar el día en su yate, se encuentran con un estudiante (Zygmunt Malanowicz), a quien recogen y se llevan con ellos a pasar el día. Una vez a bordo la tensión entre los dos hombres empezará a notarse, desencadenándose entre ellos una lucha en la que, para ganar, tendrán que dejar patentes sobre el otro sus cualidades varoniles, lo que desembocará en un fatal desenlace.
La película, con un guión bastante trabajado, no tiene especial interés aparte de por ser la carta de presentación de Polanski, pero es llamativa la atmósfera opresiva que el director consigue, paradójicamente, en un escenario abierto como es un lago. También hay que nombrar la carga de erotismo que se genera entre el estudiante y Christine (ésta, por cierto, mujer de extraña belleza), que nos anticipa en cierto modo lo que va a ocurrir.
En ella vemos a Andrezj (Leon Niemczyk) y Christine (Jolanta Umecka), una pareja que, yendo de camino a pasar el día en su yate, se encuentran con un estudiante (Zygmunt Malanowicz), a quien recogen y se llevan con ellos a pasar el día. Una vez a bordo la tensión entre los dos hombres empezará a notarse, desencadenándose entre ellos una lucha en la que, para ganar, tendrán que dejar patentes sobre el otro sus cualidades varoniles, lo que desembocará en un fatal desenlace.
La película, con un guión bastante trabajado, no tiene especial interés aparte de por ser la carta de presentación de Polanski, pero es llamativa la atmósfera opresiva que el director consigue, paradójicamente, en un escenario abierto como es un lago. También hay que nombrar la carga de erotismo que se genera entre el estudiante y Christine (ésta, por cierto, mujer de extraña belleza), que nos anticipa en cierto modo lo que va a ocurrir.
15 de diciembre de 2010
15 de diciembre de 2010
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El problema de Uncle Boonmee... no reside en sus eternos planos, algunos de los cuales no pueden ser más bellos y con cuya resolución (cámara fija y que los actores actúen) yo mismo estoy de acuerdo, sino en la falta de una estructura narrativa y en la total ausencia de conflicto mínimamente identificable. La película no es aburrida, al menos no tanto como uno, como buen occidental colonizado por los valores yanquis, podría esperar de una producción tan exótica. Es sabido que, por lo general, las películas asiáticas poseen una naturaleza más contemplativa que lo que se hace en Occidente, y que no podemos acudir a ver un filme de estas características como quien va a ver a James Bond luchar contra el mal. Cuando uno se planta en una butaca de un cine en VOS (¿la película se ha doblado siquiera?) a ver Uncle Boonmee... sabe que va a ver una gafapastada monumental, y que por lo tanto debe estar preparado.
Weerasethakul nos presenta un cuento muy espiritual, demasiado, donde la naturaleza, el ser humano y las demás especies animales se conectan entre sí para dar lugar a la vida. La película muestra al tío Boonmee (Thanapat Saisaymar) en sus últimos días de vida, que ha ido a pasarlos a una casa de campo con su familia. Se presenta el choque entre lo artificial y lo natural, con una realización que en más de una ocasión deja mucho que desear (planos e incluso escenas enteras que no vienen a cuento y que por lo tanto sobran), y ante la cual al espectador no le queda otra más que tomárselo a risa.
La película posee una importante carga de surrealismo que no es baladí, y que, por qué no decirlo, en algunos momentos acojona. La interpretación de los actores, el hecho de que hablen como si se hubiesen fumado un porro, acompaña a ese ritmo tan pausado, de cuyo letargo únicamente salimos con las ya mencionadas dosis de surrealismo y con algún que otro diálogo con una pizca de gracia.
Estaré influido por la crítica, o quizá sea por temor a llevarle la contraria al jurado de Cannes, que de cine entienden más que yo, pero como ya digo la película no es tan insufrible como muchos dicen, se deja ver y hasta puede hacer reflexionar, pero que Weerasetakul no cuente conmigo para la próxima.
Weerasethakul nos presenta un cuento muy espiritual, demasiado, donde la naturaleza, el ser humano y las demás especies animales se conectan entre sí para dar lugar a la vida. La película muestra al tío Boonmee (Thanapat Saisaymar) en sus últimos días de vida, que ha ido a pasarlos a una casa de campo con su familia. Se presenta el choque entre lo artificial y lo natural, con una realización que en más de una ocasión deja mucho que desear (planos e incluso escenas enteras que no vienen a cuento y que por lo tanto sobran), y ante la cual al espectador no le queda otra más que tomárselo a risa.
La película posee una importante carga de surrealismo que no es baladí, y que, por qué no decirlo, en algunos momentos acojona. La interpretación de los actores, el hecho de que hablen como si se hubiesen fumado un porro, acompaña a ese ritmo tan pausado, de cuyo letargo únicamente salimos con las ya mencionadas dosis de surrealismo y con algún que otro diálogo con una pizca de gracia.
Estaré influido por la crítica, o quizá sea por temor a llevarle la contraria al jurado de Cannes, que de cine entienden más que yo, pero como ya digo la película no es tan insufrible como muchos dicen, se deja ver y hasta puede hacer reflexionar, pero que Weerasetakul no cuente conmigo para la próxima.

8,6
33.796
9
28 de febrero de 2011
28 de febrero de 2011
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen películas, como Luces de la ciudad de Charles Chaplin, que son difíciles de comentar por la sencilla razón de que, en ellas, prácticamente todo está resuelto de forma genuina. Podemos catalogar como obra maestra a Luces de la ciudad sin tan siquiera sonrojarnos, porque estamos ante cine en mayúsculas, arte puro y duro.
El maestro del gag visual demuestra que conoce y maneja el lenguaje cinematográfico como nadie, y nos cuenta las cosas tal y como debe hacerlo un profesional, un cineasta de raza. Cada secuencia, cada escena, cada plano, cada fotograma lleva impreso el sello “Made in Chaplin”, que hace la película inconfundiblemente preciosa, bella y tierna como nada en el mundo.
Ya sólo la primera escena de la película, en la que se nos presenta el personaje, constituye de por sí toda una lección de estilo y saber hacer, y maravillándonos con el resto de la película es como acabamos por comprender por qué Charles Chaplin es toda una leyenda de la Historia del Cine. Él es el cine.
En Luces de la ciudad, Chaplin interpreta a un vagabundo que se enamora de una pobre vendedora de flores ciega (Virginia Cherrill), a quien tendrá que ayudar a pagar las letras de su piso para que no la desahucien.
Como no podía ser de otra forma en el genio, en medio de enternecedoras imágenes que nos tocan en lo más profundo de nuestros corazones, las críticas al cine sonoro se hacen patentes en graciosísimas escenas que aún a día de hoy permanecen imborrables en las páginas de la Historia del Cine.
Luces de la ciudad eriza el vello de los brazos, es una obra necesaria, una película que cuesta creer que haya sido hecha por un mortal.
El maestro del gag visual demuestra que conoce y maneja el lenguaje cinematográfico como nadie, y nos cuenta las cosas tal y como debe hacerlo un profesional, un cineasta de raza. Cada secuencia, cada escena, cada plano, cada fotograma lleva impreso el sello “Made in Chaplin”, que hace la película inconfundiblemente preciosa, bella y tierna como nada en el mundo.
Ya sólo la primera escena de la película, en la que se nos presenta el personaje, constituye de por sí toda una lección de estilo y saber hacer, y maravillándonos con el resto de la película es como acabamos por comprender por qué Charles Chaplin es toda una leyenda de la Historia del Cine. Él es el cine.
En Luces de la ciudad, Chaplin interpreta a un vagabundo que se enamora de una pobre vendedora de flores ciega (Virginia Cherrill), a quien tendrá que ayudar a pagar las letras de su piso para que no la desahucien.
Como no podía ser de otra forma en el genio, en medio de enternecedoras imágenes que nos tocan en lo más profundo de nuestros corazones, las críticas al cine sonoro se hacen patentes en graciosísimas escenas que aún a día de hoy permanecen imborrables en las páginas de la Historia del Cine.
Luces de la ciudad eriza el vello de los brazos, es una obra necesaria, una película que cuesta creer que haya sido hecha por un mortal.
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