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Críticas ordenadas por utilidad
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7,5
69.629
8
18 de septiembre de 2010
18 de septiembre de 2010
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo más llamativo de Dogville está en su aspecto formal. El grado de riesgo que asume el director al proponer semejante planteamiento es tan elevado que merece consideración. Es capaz de retratar un espacio incorpóreo, invisible, sin más presencia física que la oscuridad y los cuerpos de los personajes. Es una medida radical y valiente hecha con un propósito: llevar al extremo la idea de que lo que nos cuenta no tiene una ubicación en el tiempo ni en el espacio, es una historia universal, sin decorado, un retrato desnudo del ser humano. Resulta un reto gigantesco para un cineasta, y quizás absurdo, desde el momento que desecha la posibilidad de emplear los millones de detalles que el espacio, el decorado, ponen al abasto del cineasta para transmitir al espectador lo que quiere contar. Aquí, Von Trier es tan contundente, que sujeta toda su película, incluso la forma, a un grado de austeridad extremo. Quizás de otro modo no hubiera sido posible que esta película funcionara.
Este tratamiento formal, no por vacío es inocuo. Todo lo contrario, es efectivo, por un lado, por omisión, para llegar a la desnudez maxima, y por otro, porque, a pesar de ser un vacío, "es". ¿Y que es? Ocuridad. No vamos a ver una película feliz, no vamos a reinos. Nuestro ánimo se va a contagiar de una negrura permanente, para conocer una historia de negrura humana.
La película funciona una vez que se asume la propuesta. Desprendido de todo elemento superfluo, al espectador no le queda otra alternativa que centrarse en los personajes, en sus historias, y en las relaciones que establecen. Cuando no existe un espacio físico en el que reclinarse, lo que nos da aquí la información narrativa y emocional son las palabras y los gestos, además de la iluminación. Para llevar el experimento al límite, quizá Von Trier debería haber desnudado de verdad a sus personajes. Las interpretaciones, muy cuidadas, suplen el vacío. Lars von Trier se pone a sí mismo en una situación donde no tiene posibilidad de buscar excusas. Se sube a los alto del alambre para hacer su número sin red. Aquí no hay nada con lo que disimularse, todo está a la vista, y está obligado a hacer algo con ello. Los riesgos, otra vez, son altísimos.
¿Qué nos cuenta Lars Von Trier? Sus películas intentan explorar el comportamiento humano. Aquí se observa el comportamiento de una comunidad situada en una serie de disyuntivas. Los mecanismos implacables que gobiernan al grupo y al individuo en su seno, con su rol, aparecen aquí con gran transparencia. Y el retrato es tan coherente como desasegador.
(Sigo sin desvelar)
Este tratamiento formal, no por vacío es inocuo. Todo lo contrario, es efectivo, por un lado, por omisión, para llegar a la desnudez maxima, y por otro, porque, a pesar de ser un vacío, "es". ¿Y que es? Ocuridad. No vamos a ver una película feliz, no vamos a reinos. Nuestro ánimo se va a contagiar de una negrura permanente, para conocer una historia de negrura humana.
La película funciona una vez que se asume la propuesta. Desprendido de todo elemento superfluo, al espectador no le queda otra alternativa que centrarse en los personajes, en sus historias, y en las relaciones que establecen. Cuando no existe un espacio físico en el que reclinarse, lo que nos da aquí la información narrativa y emocional son las palabras y los gestos, además de la iluminación. Para llevar el experimento al límite, quizá Von Trier debería haber desnudado de verdad a sus personajes. Las interpretaciones, muy cuidadas, suplen el vacío. Lars von Trier se pone a sí mismo en una situación donde no tiene posibilidad de buscar excusas. Se sube a los alto del alambre para hacer su número sin red. Aquí no hay nada con lo que disimularse, todo está a la vista, y está obligado a hacer algo con ello. Los riesgos, otra vez, son altísimos.
¿Qué nos cuenta Lars Von Trier? Sus películas intentan explorar el comportamiento humano. Aquí se observa el comportamiento de una comunidad situada en una serie de disyuntivas. Los mecanismos implacables que gobiernan al grupo y al individuo en su seno, con su rol, aparecen aquí con gran transparencia. Y el retrato es tan coherente como desasegador.
(Sigo sin desvelar)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La vocación filosófica de Trier no llega a la hondura de autores como Bergman, principalmente porque ata demasiados cabos. Ello exige eliminar matices y quitar misterios, le faltan pues interrogantes, no se hace suficientes preguntas. Sin embargo, Dogville resulta un ejercicio formal solo al abasto de mentes privilegiadas, un reto del que Von Trier sale victorioso. La importancia de una película como ésta radica en la genialidad de su planteamiento. A pesar de sus detractores, Dogville forma ya parte de la historia del cine. Aunque solo sea por su valentía.
La valentía tiene sus riesgos, no solo puedes caerte, también puede ocurrir que muchos la confundan con soberbia. Pues, ¡viva la soberbia!, viva la vanidad, el derroche, la opulencia, gracias a ellas tenemos Pirámides y tenemos la Capilla Sixtina. Gracias a ellas, el cine ha avanzado un buen trecho desde que alguien rodara un plano fijo mostrando a unos obreros saliendo de una fábrica.
La valentía tiene sus riesgos, no solo puedes caerte, también puede ocurrir que muchos la confundan con soberbia. Pues, ¡viva la soberbia!, viva la vanidad, el derroche, la opulencia, gracias a ellas tenemos Pirámides y tenemos la Capilla Sixtina. Gracias a ellas, el cine ha avanzado un buen trecho desde que alguien rodara un plano fijo mostrando a unos obreros saliendo de una fábrica.
5
22 de agosto de 2019
22 de agosto de 2019
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película captó mi interés. Dos personajes en un entorno bellísimo, entregándose a él, y al silencio, y poco a poco, entregándose al conocimiento mutuo, a ratos superficial y tontorrón, a ratos súbitamente profundo. Las tonterías y los jueguecitos, en la soledad de los Apalaches, derivan en destellos de hondura. El plan del director está claro, y con este patrón, que se va repitiendo, percute la película para crear una relación que va ganando en sustancia, que avanza y retrocede, buscando el encaje entre dos personajes que, como parecen indicar los propios diálogos, juegan a necesitarse. Están tan solos en sus vidas (debemos suponer) que parece que se necesitan, sin embargo no quieren necesitarse. ¿O puede que quieran necesitarse, sin que realmente se necesiten? Ahí está el embrollo, las lecturas son variadas. Y ahí se manifiestan los problemas de la película.
El personaje de Laia Costa se pasa de histriónico, en algún momento me pregunto si tiene algún problema mental. No puede tener las manos quietas y salta de la alegría al silencio más circunspecto con la soltura propia de un bipolar. Me gusta la actriz, que es catalana. Tiene encanto, y se observa que es capaz de cualquier cosa, sin embargo, la han puesto en la labor de dar a conocer un personaje tan complejo que resulta desenfocado. Acaso su interpretación es excesiva, pero es labor del director contenerla y suavizarla. Empatizamos con ella ya que es evidente que es un ser frágil, pero qué difícil nos lo pone el director para profundizar en su conocimiento. Quizás le he dado demasiadas vueltas y es todo mucho más simple de lo que parece. Por su parte, el personaje masculino, es irrelevante, resulta un simple consorte, siempre acompañando en su iniciativa al personaje femenino. Tiene la dimensión justa, la de alguien que, como el espectador (yo), permanece a la expectativa, disfrutando y sufriendo al mismo tiempo junto a una compañera a la que no acaba de comprender.
Un beso. Eso lo cambia todo. Así de fácil. Adelante y atrás, llegando cada día un poco más lejos. En esencia, todo ello se traduce en una introspección, en un viaje terapéutico, ya sea para hallar respuestas en este lugar de ensueño con las que afrontar la vida real que espera en el llano, ya sea para curar heridas, ya sea para perderse para siempre en este mundo irreal de senderistas ocasionales.
Una película bonita, a ratos magnética, a ratos dispersa y ajena. El meollo se viste en esta ocasión con muy poca ropa, porque a la postre se echa mano de cuatro bártulos para construir la película, le basta con ropa interior. Una dirección irregular, que se beneficia de los paisajes y del carisma de su actriz principal. Hay excesivas incoherencias entre la imagen y lo que evoca. Un desajuste que irremediablemente conduce a una dispersión y a una fuga de emoción. Recuerdo uno de los planos más bellos de la película: el viento embarulla el cabello de la muchacha, que juega con ello. Un largo plano que en ese momento de la acción, carece de significado. Entristece siempre ver planos visualmente notables que carecen de significado. Por contra, el último plano de la película, muy Tarkosquiano, me parece un verdadero acierto, que arroja luz al sentido de la película y al porque de las cosas.
Supongo que en esencia debemos comprender que en momentos de crisis, no hay más remedio que realizar un viaje/proceso y que éste será inevitablemente doloroso/bello/intenso/amargo y algunas cosas más, al final del cual se puede alcanzar el estado idóneo para la toma de decisiones. Tan simple y tan complicado. ¡Supongo!
El personaje de Laia Costa se pasa de histriónico, en algún momento me pregunto si tiene algún problema mental. No puede tener las manos quietas y salta de la alegría al silencio más circunspecto con la soltura propia de un bipolar. Me gusta la actriz, que es catalana. Tiene encanto, y se observa que es capaz de cualquier cosa, sin embargo, la han puesto en la labor de dar a conocer un personaje tan complejo que resulta desenfocado. Acaso su interpretación es excesiva, pero es labor del director contenerla y suavizarla. Empatizamos con ella ya que es evidente que es un ser frágil, pero qué difícil nos lo pone el director para profundizar en su conocimiento. Quizás le he dado demasiadas vueltas y es todo mucho más simple de lo que parece. Por su parte, el personaje masculino, es irrelevante, resulta un simple consorte, siempre acompañando en su iniciativa al personaje femenino. Tiene la dimensión justa, la de alguien que, como el espectador (yo), permanece a la expectativa, disfrutando y sufriendo al mismo tiempo junto a una compañera a la que no acaba de comprender.
Un beso. Eso lo cambia todo. Así de fácil. Adelante y atrás, llegando cada día un poco más lejos. En esencia, todo ello se traduce en una introspección, en un viaje terapéutico, ya sea para hallar respuestas en este lugar de ensueño con las que afrontar la vida real que espera en el llano, ya sea para curar heridas, ya sea para perderse para siempre en este mundo irreal de senderistas ocasionales.
Una película bonita, a ratos magnética, a ratos dispersa y ajena. El meollo se viste en esta ocasión con muy poca ropa, porque a la postre se echa mano de cuatro bártulos para construir la película, le basta con ropa interior. Una dirección irregular, que se beneficia de los paisajes y del carisma de su actriz principal. Hay excesivas incoherencias entre la imagen y lo que evoca. Un desajuste que irremediablemente conduce a una dispersión y a una fuga de emoción. Recuerdo uno de los planos más bellos de la película: el viento embarulla el cabello de la muchacha, que juega con ello. Un largo plano que en ese momento de la acción, carece de significado. Entristece siempre ver planos visualmente notables que carecen de significado. Por contra, el último plano de la película, muy Tarkosquiano, me parece un verdadero acierto, que arroja luz al sentido de la película y al porque de las cosas.
Supongo que en esencia debemos comprender que en momentos de crisis, no hay más remedio que realizar un viaje/proceso y que éste será inevitablemente doloroso/bello/intenso/amargo y algunas cosas más, al final del cual se puede alcanzar el estado idóneo para la toma de decisiones. Tan simple y tan complicado. ¡Supongo!
6
15 de febrero de 2021
15 de febrero de 2021
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película sitúa al espectador en la posición de jurado en un caso de asesinato. La mayor parte ocurre en el interior de una sala de vistas, escuchando a testigos, abogados y a la acusada, una muchacha adolescente, a la que se acusa de matar a su amiga. El planteamiento se mantiene como una estrategia cinematográfica decidida, que no se traiciona en ningún momento. Interpelado como jurado, el espectador se toma su tarea muy en serio: máxima atención a cada palabra, a cada gesto, sobre todo de la acusada, quien no deja de generar impresiones contradictorias debido a su silencio, roto muy ocasionalmente siempre con un atino fascinador, a su aparente frialdad y firmeza. Podemos imaginar (no se ve en la película), que la acusada es de esos carácteres que generan debate en tertulias televisivas, que hechizan a la gente corriente, unos la odian, otros la adoran.
El papel que le toca representar al espectador, el de observador, el de vouyer, el de escudriñador, apela a nuestro sentido del morbo, a lo mucho que nos fascinan en la vida real este tipo de historias por las que sentimos una atracción que enlaza con esos seres que pasan del anonimato más absoluto a una fama funesta en cuestión de pocos días, y que a veces parece que nacieron para ello. Cada país tiene sus crímenes morbosos, y sus presuntos asesinos, que despiertan pasiones y alrededor de los cuales crecen las teorías conspirativas.
En esta película te toca ser jurado, y, según mi opinión, pese a ser una peli y tu un tipo sentado en una sala, ello no te escatima las responsabilidades derivadas de esa condición: ser jurado tiene su rollito morboso, vas a ver las fotos de la escena del crimen, pero también supone un peso muy pesado, el de tomar una decisión muy chunga. Los responsables de esta película se lo han tomado en serio, por eso la película acaba como acaba. Y es interesante situarse aquí, porque nos permite chequear los límites del la justicia, ver las costuras del sistema, que no puede hacer mucho, solo intentar comprender lo que ha pasado y darle una explicación que en realidad es imposible de dar por lo complejo de la naturaleza humana. Por no hablar de lo difícil que es mantener la cabeza fría para ver las cosas en la perspectiva adecuada.
En general, la película me gusta, ojalá pudiera comentar más cosas, el spoiler me lo impide. Como los casos mediáticos, despierta un apetito voraz de hablar de ello, de iniciar un debate enconado. La ejecución es buena, las interpretaciones también. Se queda, sin embargo, la película, demasiado corta, demasiado raquítica. Hay personajes que bien valen una mayor indagación para viajar con ellos hacia alguna cosa más. Obligar al espectador a ser jurado, a no ver más casi que lo que podría ver en un juicio real, condena la película a lo superficial que es todo juicio, porque en una sala de vistas, acaso se haga justicia, pero no sale a la vista más que la punta del iceberg.
El papel que le toca representar al espectador, el de observador, el de vouyer, el de escudriñador, apela a nuestro sentido del morbo, a lo mucho que nos fascinan en la vida real este tipo de historias por las que sentimos una atracción que enlaza con esos seres que pasan del anonimato más absoluto a una fama funesta en cuestión de pocos días, y que a veces parece que nacieron para ello. Cada país tiene sus crímenes morbosos, y sus presuntos asesinos, que despiertan pasiones y alrededor de los cuales crecen las teorías conspirativas.
En esta película te toca ser jurado, y, según mi opinión, pese a ser una peli y tu un tipo sentado en una sala, ello no te escatima las responsabilidades derivadas de esa condición: ser jurado tiene su rollito morboso, vas a ver las fotos de la escena del crimen, pero también supone un peso muy pesado, el de tomar una decisión muy chunga. Los responsables de esta película se lo han tomado en serio, por eso la película acaba como acaba. Y es interesante situarse aquí, porque nos permite chequear los límites del la justicia, ver las costuras del sistema, que no puede hacer mucho, solo intentar comprender lo que ha pasado y darle una explicación que en realidad es imposible de dar por lo complejo de la naturaleza humana. Por no hablar de lo difícil que es mantener la cabeza fría para ver las cosas en la perspectiva adecuada.
En general, la película me gusta, ojalá pudiera comentar más cosas, el spoiler me lo impide. Como los casos mediáticos, despierta un apetito voraz de hablar de ello, de iniciar un debate enconado. La ejecución es buena, las interpretaciones también. Se queda, sin embargo, la película, demasiado corta, demasiado raquítica. Hay personajes que bien valen una mayor indagación para viajar con ellos hacia alguna cosa más. Obligar al espectador a ser jurado, a no ver más casi que lo que podría ver en un juicio real, condena la película a lo superficial que es todo juicio, porque en una sala de vistas, acaso se haga justicia, pero no sale a la vista más que la punta del iceberg.

6,6
1.660
7
19 de mayo de 2010
19 de mayo de 2010
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estructuralmente "Ajami" es un "Vidas Cruzadas". La diferencia es que ésta ocurría en un mundo de opulencia, y la que aquí nos ocupa ocurre en el infierno. Si en aquella se escarbaba para encontrar la pobredumbre, en ésta, se escarba para hallar algo de paz.
Podía haberse titulado En Tierra Hostil, porque eso es exactamente Ajami, el barrio altamente conflictivo de la ciudad de Jaffa, en Israel, donde transcurre la acción. Y el retrato es duro. No pretende ser una película extremadamente realista en su aspecto formal. La simplicidad con que está rodada es más efectiva que cualquier cámara al hombro desquiciada. Se limita de ese modo a abrir una ventana para que veamos qué ocurre con unos cuantos personajes en esa tierra hostil, cual es su día a día. No necesita más para destrozarnos. La autenticidad de las historias, que son plenamente creíbles, la de sus personajes (los actores son aficionados que han sufrido en sus carnes lo que interpretan en la película), nos golpea sin concesiones.
Lo más interesante de esta película es que no es una película política, ni siquiera trata el eterno conflicto entre palestinos y judíos, más allá de que está en el origen del caos que vemos. Es más bien un retrato social que otra cosa, en un decorado que supone la máxima expresión de la intolerancia humana. ¿Qué ocurre en un territorio con un conflicto endémico y eterno? ¿Qué ocurre en una sociedad dejada de la mano de Dios? ¿Qué ocurre en un lugar donde se mezclan individuos educados para odiarse? Lo que ocurre es Ajami. A pie de calle, quedan lejos los ideales políticos, las guerras mediaticas. Aquí cada uno libra su propia guerra. La justicia, el bienestar, las minimas garantías sociales, son temas secundarios cuando antes hay que sobrevivir y odiar como te odian tus vecinos. Esta película situa ante la óptica de un microscopio ese barrio, donde se mezclan judíos, arabes y cristianos, y nos permite observar con detalle uno de los espacios más gangrenados por el odio de este planeta, para que veamos, en máxima concentración, a dónde puede conducirnos el fomento sistemático de la intolerancia, cuya primera y terrible consecuencia es detener por completo el avance y la modernización de una sociedad.
Odio racial, odio religioso, odio entre clases sociales, odio entre seres humanos, choque cultural, incomprensión, mafias que se aprovechan de la pobreza y el vacío de autoridad, anarquía, venganza, injusticia, pistolas, seres desquiciados, muertes absurdas que generan muertes absurdas y más muertes absurdas... un mundo, sencillamente, cuya sociedad está estructurada en base al odio. Escarbando en todo eso, hallamos amistad, amor, familia, pero en unos términos en que siempre son el blanco de las iras, como si debieran estar prohibidas. En este mundo absurdo, el delito es amar.
Podía haberse titulado En Tierra Hostil, porque eso es exactamente Ajami, el barrio altamente conflictivo de la ciudad de Jaffa, en Israel, donde transcurre la acción. Y el retrato es duro. No pretende ser una película extremadamente realista en su aspecto formal. La simplicidad con que está rodada es más efectiva que cualquier cámara al hombro desquiciada. Se limita de ese modo a abrir una ventana para que veamos qué ocurre con unos cuantos personajes en esa tierra hostil, cual es su día a día. No necesita más para destrozarnos. La autenticidad de las historias, que son plenamente creíbles, la de sus personajes (los actores son aficionados que han sufrido en sus carnes lo que interpretan en la película), nos golpea sin concesiones.
Lo más interesante de esta película es que no es una película política, ni siquiera trata el eterno conflicto entre palestinos y judíos, más allá de que está en el origen del caos que vemos. Es más bien un retrato social que otra cosa, en un decorado que supone la máxima expresión de la intolerancia humana. ¿Qué ocurre en un territorio con un conflicto endémico y eterno? ¿Qué ocurre en una sociedad dejada de la mano de Dios? ¿Qué ocurre en un lugar donde se mezclan individuos educados para odiarse? Lo que ocurre es Ajami. A pie de calle, quedan lejos los ideales políticos, las guerras mediaticas. Aquí cada uno libra su propia guerra. La justicia, el bienestar, las minimas garantías sociales, son temas secundarios cuando antes hay que sobrevivir y odiar como te odian tus vecinos. Esta película situa ante la óptica de un microscopio ese barrio, donde se mezclan judíos, arabes y cristianos, y nos permite observar con detalle uno de los espacios más gangrenados por el odio de este planeta, para que veamos, en máxima concentración, a dónde puede conducirnos el fomento sistemático de la intolerancia, cuya primera y terrible consecuencia es detener por completo el avance y la modernización de una sociedad.
Odio racial, odio religioso, odio entre clases sociales, odio entre seres humanos, choque cultural, incomprensión, mafias que se aprovechan de la pobreza y el vacío de autoridad, anarquía, venganza, injusticia, pistolas, seres desquiciados, muertes absurdas que generan muertes absurdas y más muertes absurdas... un mundo, sencillamente, cuya sociedad está estructurada en base al odio. Escarbando en todo eso, hallamos amistad, amor, familia, pero en unos términos en que siempre son el blanco de las iras, como si debieran estar prohibidas. En este mundo absurdo, el delito es amar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La estructura de la película, cruzando historias a partir de un guión bien organizado, contribuye a lanzar esa idea de una estructura social que, objetivamente, funciona, que tiene su propia coherencia, pero cuyos componentes y cuyo funcionamiento se basan en la intolerancia. Las historias se mezclan como vigas de un edificio grotesco, vigas de odio para un edificio hecho de odio. Y lo más terrible de todo es que comprendemos el por qué de cada acto. No son las personas las culpables, sino aquello en que las ha convertido ese odio.
Ajami es un espacio polvoriento y cálido. En él, los que lo habitan, aparentemente, caminan y conducen como en cualquier otra parte. Parece un espacio diáfano, pero basta mirar por el microscopio para ver que está lleno de barreras invisibles, todas las imaginables, tantas que no hay espacio apenas para tomar aliento, tantas que sus hombres y mujeres se ahogan sin remedio.
Ajami es un espacio polvoriento y cálido. En él, los que lo habitan, aparentemente, caminan y conducen como en cualquier otra parte. Parece un espacio diáfano, pero basta mirar por el microscopio para ver que está lleno de barreras invisibles, todas las imaginables, tantas que no hay espacio apenas para tomar aliento, tantas que sus hombres y mujeres se ahogan sin remedio.

7,1
77.392
8
14 de abril de 2017
14 de abril de 2017
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una gozada para los sentidos y un laberinto para la razón. Fascinante como pocas, requiere un ejercicio de entrega absoluta, de dejarse hacer de todo, porque la película te va a utilizar sin complejos para tu propia satisfacción.
Esta película es un espejo, o un agujero por el que puedes ver los dos lados de una pared. Los contactos entre un lado y el otro son constantes, desconcertando sin remedio al espectador, pero brindándole siempre un asidero.
Lynch es un gran fabricante de momentos. La sucesión de momentos de elevada intensidad resulta abrumador, agota hasta el límite. Y eso significa que Lynch sabe como nadie hallar la fórmula para hipnotizarnos. La audición de Betty. La escena de amor entre las chicas. El hallazgo del cadáver. El espectáculo en el club "Silencio".
Esta es una película de terror. De un terror extraño. ¿A qué le tenemos miedo? Lynch inventa un antagonista que nadie más ha sabido crear. El miedo a algo impensable, indefinible, que es real a medias. No es el diablo, no es un psicópata asesino, es un ente abstracto que no tiene referentes, y esa abstracción lo hace aterrador. Está en todas partes, escondido. Ni siquiera echa mano de recursos clásicos para asustarnos. Es genuínamente lynchiano. Hay algo malo al acecho, pero ¿qué?
Una película fascinante como pocas, aun con los laberintos en que te mete. Mírala dos veces, porque la segunda te darás cuenta de que no importa tanto hallar la salida, vale mucho más la pena quedarse dentro del laberinto.
Esta película es un espejo, o un agujero por el que puedes ver los dos lados de una pared. Los contactos entre un lado y el otro son constantes, desconcertando sin remedio al espectador, pero brindándole siempre un asidero.
Lynch es un gran fabricante de momentos. La sucesión de momentos de elevada intensidad resulta abrumador, agota hasta el límite. Y eso significa que Lynch sabe como nadie hallar la fórmula para hipnotizarnos. La audición de Betty. La escena de amor entre las chicas. El hallazgo del cadáver. El espectáculo en el club "Silencio".
Esta es una película de terror. De un terror extraño. ¿A qué le tenemos miedo? Lynch inventa un antagonista que nadie más ha sabido crear. El miedo a algo impensable, indefinible, que es real a medias. No es el diablo, no es un psicópata asesino, es un ente abstracto que no tiene referentes, y esa abstracción lo hace aterrador. Está en todas partes, escondido. Ni siquiera echa mano de recursos clásicos para asustarnos. Es genuínamente lynchiano. Hay algo malo al acecho, pero ¿qué?
Una película fascinante como pocas, aun con los laberintos en que te mete. Mírala dos veces, porque la segunda te darás cuenta de que no importa tanto hallar la salida, vale mucho más la pena quedarse dentro del laberinto.
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