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6,1
1.474
8
26 de marzo de 2008
26 de marzo de 2008
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
* Pese al elemento fantástico, el tema de las haditas, los estados alterados de conciencia, etc, “Fotografiando Hadas” es un drama en toda regla, que podría escorarse hacia regiones de ensueño e infantiles, pero que avanza siempre ebria del dolor, el resentimiento, la pesadumbre, y más tarde del delirio y la obsesión de un protagonista incapaz de reintegrarse a la vida y reconciliarse con el mundo, ciego ante la realidad de los respectivos problemas, sinsabores, pero también goces y serenidad del resto de la gente, y cerrado a todo aquello que podría desviarlo del rumbo tomado, por estar salvajemente desencantado, por sentimientos de culpa, resentimiento, o por evitar posibles desengaños. Y cuando una esquirla de fantasía abre brecha de esperanza en el ciclópeo muro que “protege” a Charles Castle (el protagonista), esa mosquita muerta relegada al fondo de la caja de Pandora hurga tanto en él que acaba devorándolo. Se hace añicos la fachada que él creía una defensa contra las fútiles ilusiones, contra la credulidad, eran tales sus ansias de calmar su dolor, de encontrar un paliativo, y tan ligado este a la figura de su esposa que una mota de lo que cree esperanza justificada desboca su mente, lo abruma, y arrasa lo arruinado. Demasiada manía para un ser desconsolado.
* El personaje de Charles Castle está perfectamente caracterizado y tiene una gran fuerza, mientras que el resto andan ahí para servir de marco al desarrollo de este personaje, según yo lo veo.
* Aunque hacia el final la película se vuelva algo sensiblera, no llega a pecar del todo de empalagosa. El relato se va encauzando diestramente hacia ese final, así como la evolución de los personajes, y aunque dicho final sea algo cándido, ni este, ni la belleza de las imágenes, ni muchos pasajes de gran lirismo merman la carga dramática ni el tono amargo.
* En ese mismo año aparece otra producción británica, “Un Cuento de Hadas”, con las mismas ideas de base –y de supuestos hechos reales- que “Fotografiando Hadas”, pero que tiene un tono muchísimo más amable e infantil, sin la elegancia, sutileza, y por supuesto el ligero tenebrismo de esta: un drama psicológico en clave de hiriente y misteriosa fantasía; o al revés. ¿La esperanza es lo último que se pierde? Habría que preguntar a Charles Castle.
* El personaje de Charles Castle está perfectamente caracterizado y tiene una gran fuerza, mientras que el resto andan ahí para servir de marco al desarrollo de este personaje, según yo lo veo.
* Aunque hacia el final la película se vuelva algo sensiblera, no llega a pecar del todo de empalagosa. El relato se va encauzando diestramente hacia ese final, así como la evolución de los personajes, y aunque dicho final sea algo cándido, ni este, ni la belleza de las imágenes, ni muchos pasajes de gran lirismo merman la carga dramática ni el tono amargo.
* En ese mismo año aparece otra producción británica, “Un Cuento de Hadas”, con las mismas ideas de base –y de supuestos hechos reales- que “Fotografiando Hadas”, pero que tiene un tono muchísimo más amable e infantil, sin la elegancia, sutileza, y por supuesto el ligero tenebrismo de esta: un drama psicológico en clave de hiriente y misteriosa fantasía; o al revés. ¿La esperanza es lo último que se pierde? Habría que preguntar a Charles Castle.

6,2
314
9
19 de diciembre de 2007
19 de diciembre de 2007
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
* Esta “Historia de Abril” es uno de los trabajos más amables de Iwai, y de momento, mi favorito; y eso que tiene muchos y muy buenos films este hombre.
* Desde el principio Iwai nos introduce en una de esas atmósferas diáfanas, fría y apagada, pero acogedora, como de ensueño, que tan características son de sus películas, y donde se desarrollan historias, unas veces más reconfortantes, otras veces más oscuras, pero siempre sin romper ese tejido etéreo. Con “April Story” nos encontramos ante una de las primeras.
* Pero Iwai es un romántico, para bien o para mal, y no es extraño que en su preciosista y grácil mundo de casta ensoñación, en esa plácida sinfonía de dicha, haya alguna nota disonante; que esa tenue y angelical luz ilumine al inmune a tanto deleite. Y es que algo no encaja en nuestra protagonista. Se la ve una chica normal, agradable, abierta, con la típica circunspección oriental, no huraña ni cerrada; pero su comportamiento no encaja con lo que esperamos. Acaba de ingresar en la universidad. Como para tantísimos otros en su situación se abre ante ella todo un mundo de posibilidades, oportunidades, estímulos, y libertad; todo un mundo a explorar y personas por conocer, pero no vemos en ella ni confusión, ni excitación, ni siquiera la típica añoranza del hogar paterno; pues esa soledad en la que Uzuki (nuestra protagonista) se esfuerza por permanecer es un poco sospechosa (“soy alegre por naturaleza”, y nosotros te creemos, Uzuki). Parece fuera de lugar en su nuevo ambiente. Se mantiene ajena al jovial y emprendedor mundillo estudiantil, abstraída, como si nada fuese con ella. Dedica el tiempo, no a adaptarse a su nueva vida, sino a permanecer a la espera de algo que nosotros no llegamos a penetrar. Y de pronto, después de habernos contado lo que no hace, Uzuki nos desvela lo que hace, lo que pinta en su propia historia, y el porqué de su extraño comportamiento y su aislamiento. Y a partir de ahí Iwai nos perfila aún más la sonrisa que llevamos arrastrando desde el principio del film; la escena del paraguas es de las que se recuerdan.
* Me encantan los plácidos y fríos ambientes que recrea este director, y como usa la música para amplificar las gratas sensaciones que produce, añadiendo lo hermosa que suele ser la música a la que recurre. En este film me parece increíble como transmite ese retraimiento anhelante de la protagonista, esa soledad cargada de expectativa y sobre todo, incertidumbre. Visualmente muy bella, poética y musical. De una gracia sutil y encantadora. “April Story” es una especie de etérea y mansa canción folk. De seductor estribillo. Se le ilumina a uno la cara con el desenlace de esta “Historia de Abril”.
* Desde el principio Iwai nos introduce en una de esas atmósferas diáfanas, fría y apagada, pero acogedora, como de ensueño, que tan características son de sus películas, y donde se desarrollan historias, unas veces más reconfortantes, otras veces más oscuras, pero siempre sin romper ese tejido etéreo. Con “April Story” nos encontramos ante una de las primeras.
* Pero Iwai es un romántico, para bien o para mal, y no es extraño que en su preciosista y grácil mundo de casta ensoñación, en esa plácida sinfonía de dicha, haya alguna nota disonante; que esa tenue y angelical luz ilumine al inmune a tanto deleite. Y es que algo no encaja en nuestra protagonista. Se la ve una chica normal, agradable, abierta, con la típica circunspección oriental, no huraña ni cerrada; pero su comportamiento no encaja con lo que esperamos. Acaba de ingresar en la universidad. Como para tantísimos otros en su situación se abre ante ella todo un mundo de posibilidades, oportunidades, estímulos, y libertad; todo un mundo a explorar y personas por conocer, pero no vemos en ella ni confusión, ni excitación, ni siquiera la típica añoranza del hogar paterno; pues esa soledad en la que Uzuki (nuestra protagonista) se esfuerza por permanecer es un poco sospechosa (“soy alegre por naturaleza”, y nosotros te creemos, Uzuki). Parece fuera de lugar en su nuevo ambiente. Se mantiene ajena al jovial y emprendedor mundillo estudiantil, abstraída, como si nada fuese con ella. Dedica el tiempo, no a adaptarse a su nueva vida, sino a permanecer a la espera de algo que nosotros no llegamos a penetrar. Y de pronto, después de habernos contado lo que no hace, Uzuki nos desvela lo que hace, lo que pinta en su propia historia, y el porqué de su extraño comportamiento y su aislamiento. Y a partir de ahí Iwai nos perfila aún más la sonrisa que llevamos arrastrando desde el principio del film; la escena del paraguas es de las que se recuerdan.
* Me encantan los plácidos y fríos ambientes que recrea este director, y como usa la música para amplificar las gratas sensaciones que produce, añadiendo lo hermosa que suele ser la música a la que recurre. En este film me parece increíble como transmite ese retraimiento anhelante de la protagonista, esa soledad cargada de expectativa y sobre todo, incertidumbre. Visualmente muy bella, poética y musical. De una gracia sutil y encantadora. “April Story” es una especie de etérea y mansa canción folk. De seductor estribillo. Se le ilumina a uno la cara con el desenlace de esta “Historia de Abril”.

8,0
32.207
9
12 de septiembre de 2007
12 de septiembre de 2007
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
No solo es mi película favorita de las basadas en la novela de Stoker, sino también de las que tratan el mito del vampiro. Con una oscura, abatida y condensada carga romántica, despojada de la moralina que reviste toda la novela, de la cual recoge personajes y trama.
Deudora del espíritu gótico y del simbolismo de literatos de décadas pasadas; más que del propio Stoker, de autores como Hoffamnn o Storm, y de algún que otro francés. Todas las secuencias desde los preparativos de Harker y el Conde para abandonar el castillo camino de Bremen son realmente impactantes y de una tensión dolorosa; cada imagen es un golpe. Encuentro sublimes las analogías que se establecen entre Nosferatu y su entorno con la enfermedad y la pandemia; la comparación de esa tierra de fantasmas y espíritus que evitan los lugareños con una tierra infecta y maldita, foco de contagio, donde el misterio y el horror van de la mano de la enfermedad y la muerte.
La vana carrera de Harker por llegar a Bremen antes que la epidemia, el navío fantasma que trae la muerte a la ciudad, los desfiles de ataúdes por una ciudad antes bulliciosa y ahora desierta y paralizada por el miedo, desesperada, sin saber que una criatura enferma es la causa de todo ello, el pánico y la desmoralización generadas por la impotencia… todo se expone en una concatenación de sutiles, fugaces, fascinantes y certeras miradas a la catástrofe, que sin necesidad de efectismo ni petulancia nos retratan la desolación.
De las pocas películas que mínimamente conjugan la fantasía simbólica con alusiones al posible origen del mito, de manera compensada, manteniéndonos en un brumoso suspense de pesadilla, de un magnetismo sobrecogedor. Increíble como se puede concentrar tanta tensión y zozobra en simples imágenes como el oleaje rompiendo contra el casco del buque, o este llegando solitario a puerto. Con los elementos que me atraen en el cine de horror: drama, misterio, romanticismo turbador, desazón, sugestión…
Narrativamente tejida casi al modo de la leyenda popular, o del cuento posterior de exponentes como los Grimm.
Del cine poderoso sin alardes que tan bien se les da a los centroeuropeos, cuna del goticismo y corrientes post-románticas.
Deudora del espíritu gótico y del simbolismo de literatos de décadas pasadas; más que del propio Stoker, de autores como Hoffamnn o Storm, y de algún que otro francés. Todas las secuencias desde los preparativos de Harker y el Conde para abandonar el castillo camino de Bremen son realmente impactantes y de una tensión dolorosa; cada imagen es un golpe. Encuentro sublimes las analogías que se establecen entre Nosferatu y su entorno con la enfermedad y la pandemia; la comparación de esa tierra de fantasmas y espíritus que evitan los lugareños con una tierra infecta y maldita, foco de contagio, donde el misterio y el horror van de la mano de la enfermedad y la muerte.
La vana carrera de Harker por llegar a Bremen antes que la epidemia, el navío fantasma que trae la muerte a la ciudad, los desfiles de ataúdes por una ciudad antes bulliciosa y ahora desierta y paralizada por el miedo, desesperada, sin saber que una criatura enferma es la causa de todo ello, el pánico y la desmoralización generadas por la impotencia… todo se expone en una concatenación de sutiles, fugaces, fascinantes y certeras miradas a la catástrofe, que sin necesidad de efectismo ni petulancia nos retratan la desolación.
De las pocas películas que mínimamente conjugan la fantasía simbólica con alusiones al posible origen del mito, de manera compensada, manteniéndonos en un brumoso suspense de pesadilla, de un magnetismo sobrecogedor. Increíble como se puede concentrar tanta tensión y zozobra en simples imágenes como el oleaje rompiendo contra el casco del buque, o este llegando solitario a puerto. Con los elementos que me atraen en el cine de horror: drama, misterio, romanticismo turbador, desazón, sugestión…
Narrativamente tejida casi al modo de la leyenda popular, o del cuento posterior de exponentes como los Grimm.
Del cine poderoso sin alardes que tan bien se les da a los centroeuropeos, cuna del goticismo y corrientes post-románticas.

7,1
679
9
7 de diciembre de 2008
7 de diciembre de 2008
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
* Sobre las penurias de una familia, y la inquebrantable voluntad y fuerza moral de una mujer, cuyo marido es encarcelado durante la II Guerra Mundial por su ideología antibelicista.
* Con “Kabei: our Mother”, Yamada recupera de golpe aquello que lo ha encumbrado dentro del cine actual, pese a llevar varias décadas haciendo cine. Lo único que podríamos decir que diferencia los personajes de “Kabei” de los de sus últimos films, es el contexto. Seguimos viendo una elegante, poética y apasionada glorificación del amor, el honor, la lealtad, la humildad… pero ahora, no en referencia a un contexto psicosocial y cultural que se debilita, donde ciertos sentimientos, actitudes, modos de vida, o determinaciones, dominantes hasta entonces, son cada vez menos apropiados, no recibiendo la respuesta que antes provocaban; sino que ahora nos los sitúa en un mundo tan caótico, tan desesperantemente desquiciado e impredecible, que dichos comportamientos pasan simplemente desapercibidos, dándose esto siempre en el contexto del mundo de Yamada, en este caso la II Guerra Mundial, cuya recreación es solo un referente, siendo el verdadero mundo de Yamada sus protagonistas, su entereza y dignidad, la misma, independientemente de la época que pinte el maestro.
* De nuevo, la sencillez lírica de la inconmensurable belleza en la calidad humana de sus personajes, y el minimalismo en el retrato que representa cada secuencia. Fuera de esto, de la exquisita y incontestable perfección formal de su película, lo realmente inmenso en esta película vuelven a ser los protagonistas. Se intuye un afecto tan incuestionable de Yamada hacia sus personajes que es imposible no sentir lo mismo. A destacar los personajes de Kayo y el Sr. Toru (interpretado por el incansable Tadanobu Asano). Este último personaje, un poco esperpéntico para el tono del film, pero encantador.
* Algo crucial en “Kabei”, y en cualquier film de Yamada, son las diferentes ópticas, intelectuales, ideológicas, culturales, o de edad, desde donde se observa el discurrir de la actitud y el comportamiento de los protagonistas principales. Centrándonos en la situación que se narra, me gusta como la incapacidad de la pequeña para comprender en toda su amplitud y profundidad lo que ocurre a su alrededor, y sobre todo para entender y estimar la abnegación de su madre, por la inconciencia, inmediatez y actitud particularmente egoísta de todo niño, sea extensible, por las mismas razones, y en mayor o menor medida, a todo el mundo que los rodea, desde sus más nimios vecinos, hasta los responsables de los sinsentidos y aberraciones de ese época. Virtuosos personajes, luchando por sus semejantes, ante la tiranía salvaje de infantiles mentes ofuscadas por el poder. Todo un retrato del sacrificio… muy Mizoguchi.
* Con “Kabei: our Mother”, Yamada recupera de golpe aquello que lo ha encumbrado dentro del cine actual, pese a llevar varias décadas haciendo cine. Lo único que podríamos decir que diferencia los personajes de “Kabei” de los de sus últimos films, es el contexto. Seguimos viendo una elegante, poética y apasionada glorificación del amor, el honor, la lealtad, la humildad… pero ahora, no en referencia a un contexto psicosocial y cultural que se debilita, donde ciertos sentimientos, actitudes, modos de vida, o determinaciones, dominantes hasta entonces, son cada vez menos apropiados, no recibiendo la respuesta que antes provocaban; sino que ahora nos los sitúa en un mundo tan caótico, tan desesperantemente desquiciado e impredecible, que dichos comportamientos pasan simplemente desapercibidos, dándose esto siempre en el contexto del mundo de Yamada, en este caso la II Guerra Mundial, cuya recreación es solo un referente, siendo el verdadero mundo de Yamada sus protagonistas, su entereza y dignidad, la misma, independientemente de la época que pinte el maestro.
* De nuevo, la sencillez lírica de la inconmensurable belleza en la calidad humana de sus personajes, y el minimalismo en el retrato que representa cada secuencia. Fuera de esto, de la exquisita y incontestable perfección formal de su película, lo realmente inmenso en esta película vuelven a ser los protagonistas. Se intuye un afecto tan incuestionable de Yamada hacia sus personajes que es imposible no sentir lo mismo. A destacar los personajes de Kayo y el Sr. Toru (interpretado por el incansable Tadanobu Asano). Este último personaje, un poco esperpéntico para el tono del film, pero encantador.
* Algo crucial en “Kabei”, y en cualquier film de Yamada, son las diferentes ópticas, intelectuales, ideológicas, culturales, o de edad, desde donde se observa el discurrir de la actitud y el comportamiento de los protagonistas principales. Centrándonos en la situación que se narra, me gusta como la incapacidad de la pequeña para comprender en toda su amplitud y profundidad lo que ocurre a su alrededor, y sobre todo para entender y estimar la abnegación de su madre, por la inconciencia, inmediatez y actitud particularmente egoísta de todo niño, sea extensible, por las mismas razones, y en mayor o menor medida, a todo el mundo que los rodea, desde sus más nimios vecinos, hasta los responsables de los sinsentidos y aberraciones de ese época. Virtuosos personajes, luchando por sus semejantes, ante la tiranía salvaje de infantiles mentes ofuscadas por el poder. Todo un retrato del sacrificio… muy Mizoguchi.

7,2
5.462
10
3 de mayo de 2007
3 de mayo de 2007
18 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
* Película para románticos empedernidos en un vivaracho embase que la hace disfrutable del tirón; sin altibajo alguno, muy amena y de ritmo audaz. La Chica del Puente es un ejemplo, de los pocos, de cómo se puede conjugar el drama romántico genuino con la comedia mas vivaz. El humor salpica toda la película, a veces un humor negro, otras un humor desenfadado y descarado, presente durante todo el metraje, sin echarse atrás ni cohibirse en las escenas más emotivas y sombrías. Todo ese humor no es obstáculo para elaborar esta agridulce historia, a veces bastante oscura, y unos personajes “llenos de grietas”.
* La película está rodada en blanco y negro, y tanto el aspecto visual-técnico como el humano recuerdan en cierta medida a Jeunet, por su dinamismo y resolución, y por retozar alegremente en la oscuridad de una gris y amarga historia, chapoteando risueño en la desdicha.
* Me encanta como se plasma la necesidad que tienen los protagonistas de estar juntos, y no por atracción mutua, por incipiente afecto, por capricho, sino por necesidad y exigencia pura y dura, porque debido a insondables misterios de la vida parecen estar irremediablemente abocados al fracaso y la desgracia cuando están separados. Pero no es que la suerte los vea con mejores ojos cuando están juntos, y por ello les favorezca, es solo que han ido a encontrar aquello de lo que tenían necesidad imperiosa: apoyo y sostén, un pilar seguro, sobre todo en el caso de ella. Él encuentra alguien a quien dedicarse, en quien afanarse para seguir adelante. Solo que para no poner las cosas fáciles, y para seguir en la línea de reírse de uno mismo, ella no encuentra el príncipe azul que quizá esperase, sino al hada del cuento, y encima en forma de cuarentón irritante, maníaco-depresivo y lanzacuchillos; y él, a una jovencita impulsiva, casquivana y suicida que le inspira en su trabajo: intentar no acertarle con sus cuchillos.
Se salvan el uno al otro, pero la gracia de la historia es que durante su relación estarán siempre en la cuerda floja, sin plena confianza en el futuro, creyendo que lo que están viviendo es un sueño, o una burla del destino, y con el sempiterno miedo de que todo acabe como empezó; incluso es tal esa incertidumbre que a veces los propios protagonistas, embebidos de la atracción que el abismo ejerce, parecen querer precipitar ese final, antes de que el final los precipite a ellos a la oscuridad donde se encontraron. No es fácil confiar en la dicha cuando tus heridas sonríen a la par que tus labios.
Todo acaba siendo deliciosamente dichoso o lóbrego en La Chica del Puente, buen antídoto para los bajones de ánimo, y más porque ni por un momento se pierde de vista el fondo doliente y afligido de la historia. Quizá su ánimo de predicar que la felicidad hay que labrársela sea un poco intrépido, pero no el mensaje de que si no luchas, ya has perdido.
* La película está rodada en blanco y negro, y tanto el aspecto visual-técnico como el humano recuerdan en cierta medida a Jeunet, por su dinamismo y resolución, y por retozar alegremente en la oscuridad de una gris y amarga historia, chapoteando risueño en la desdicha.
* Me encanta como se plasma la necesidad que tienen los protagonistas de estar juntos, y no por atracción mutua, por incipiente afecto, por capricho, sino por necesidad y exigencia pura y dura, porque debido a insondables misterios de la vida parecen estar irremediablemente abocados al fracaso y la desgracia cuando están separados. Pero no es que la suerte los vea con mejores ojos cuando están juntos, y por ello les favorezca, es solo que han ido a encontrar aquello de lo que tenían necesidad imperiosa: apoyo y sostén, un pilar seguro, sobre todo en el caso de ella. Él encuentra alguien a quien dedicarse, en quien afanarse para seguir adelante. Solo que para no poner las cosas fáciles, y para seguir en la línea de reírse de uno mismo, ella no encuentra el príncipe azul que quizá esperase, sino al hada del cuento, y encima en forma de cuarentón irritante, maníaco-depresivo y lanzacuchillos; y él, a una jovencita impulsiva, casquivana y suicida que le inspira en su trabajo: intentar no acertarle con sus cuchillos.
Se salvan el uno al otro, pero la gracia de la historia es que durante su relación estarán siempre en la cuerda floja, sin plena confianza en el futuro, creyendo que lo que están viviendo es un sueño, o una burla del destino, y con el sempiterno miedo de que todo acabe como empezó; incluso es tal esa incertidumbre que a veces los propios protagonistas, embebidos de la atracción que el abismo ejerce, parecen querer precipitar ese final, antes de que el final los precipite a ellos a la oscuridad donde se encontraron. No es fácil confiar en la dicha cuando tus heridas sonríen a la par que tus labios.
Todo acaba siendo deliciosamente dichoso o lóbrego en La Chica del Puente, buen antídoto para los bajones de ánimo, y más porque ni por un momento se pierde de vista el fondo doliente y afligido de la historia. Quizá su ánimo de predicar que la felicidad hay que labrársela sea un poco intrépido, pero no el mensaje de que si no luchas, ya has perdido.
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