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Críticas ordenadas por utilidad
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6,8
2.750
7
20 de agosto de 2007
20 de agosto de 2007
88 de 99 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo en esta película parece impostado: la voz en off, los diálogos, las interpretaciones ajustadas al patrón que todos conocemos, las soluciones de última hora, la ironía y la decepción... Incluso Lauren Rampling, perdón... Charlotte Bacall... digoooo... Lo que sea.
Pero todo suena a gastado, sin una capacidad de recuperación y homenaje tan precisa como, por ejemplo, Chinatown.
La realización incluso no es gran cosa: funcional a ratos, debilucha otras. Siempre barata.
Y por eso me gusta. Como se ha dicho antes, Chandler y su saborcillo de novela barata (a un usuario anterior le debemos esta definición). Pues nada mejor que este tono de película de rebajas, corta de recursos e incluso de talento. Nada mejor que esta fotografía en penumbra, con movimientos de cámara casi de saldo. Tópica hasta la náusea (el cine negro debe ser así)... Pero llena de encanto.
De barato, sutil y negro encanto.
Pero todo suena a gastado, sin una capacidad de recuperación y homenaje tan precisa como, por ejemplo, Chinatown.
La realización incluso no es gran cosa: funcional a ratos, debilucha otras. Siempre barata.
Y por eso me gusta. Como se ha dicho antes, Chandler y su saborcillo de novela barata (a un usuario anterior le debemos esta definición). Pues nada mejor que este tono de película de rebajas, corta de recursos e incluso de talento. Nada mejor que esta fotografía en penumbra, con movimientos de cámara casi de saldo. Tópica hasta la náusea (el cine negro debe ser así)... Pero llena de encanto.
De barato, sutil y negro encanto.

6,7
2.416
7
3 de mayo de 2006
3 de mayo de 2006
83 de 90 usuarios han encontrado esta crítica útil
Símbolo de la rebeldía y desencanto generacional. El protagonista, un talentoso músico, prefiere vivir lejos de su familia, trabajar en una explotación petrolífera (cerveza, bolos, folk, amigos que viven en una caravana...) y convivir con una estúpida camarera antes que volver con su familia de músicos. No se encuentra satisfecho en ninguno de esos dos mundos contradictorios. Esos dos mundos, que representan las diferencias de clase pero también las diferencias generacionales, no le ofrecen salida. No hay lugar para él entre los esquematizados "intelectuales” ni en la más esquematizada aún clase baja (una vida, como así se nos muestra, basada en la familia y tener hijos por tenerlos, pasar las noches por pasarlas...). La película, por tanto, ofrece un convincente retrato de la frustración y angustia del protagonista que encaja muy bien con la sociedad americana de entonces como se aprecia en muchas otras películas similares.
No se libra nadie: las lesbianas contracultura, el sistema que no es capaz de servir dos tostadas sin cortocircuitarse, el propio protagonista que no es capaz de vivir según los ideales del padre ni encontrar su propio camino, los intelectuales plastas...
Hoy en día es aún una película que engancha (sirve fundamentalmente como testimonio muy claro de las inquietudes de una época) y apasiona a ratos gracias, sobre todo, a la interpretación de un Nicholson redondo en el retrato de ese personaje hastiado y sarcástico (Karen Black también se luce a pesar del trazo grueso con que está perfilado su personaje).
Es curioso que este personaje no se perdone ni encuentre a sí mismo y viva en esa constante angustia mientras que los que le rodean (familia, amigos y novia), que son los que le sufren, caigan rendidos ante su innegable encanto. Como si el personaje fuera portador de una desengaño que los demás no comprenden pero intuyen. Especialmente interesante desde este punto de vista es el pánico de K. Black a perder a Nicholson y la dependencia que tiene. Cuestiones que meten al protagonista en un callejón sin salida aún mayor y que encaja muy bien con el final; un final que deja claro que el protagonista no puede hacer frente a nada de lo que se le ofrece.
Algo estaba cambiando en los EEUU. La TV ya plenamente instalada había cambiado la visión de los espectadores, Nixon, Vietnam, los hippies, easy rider, Bob Dylan con guitarra eléctrica (¡satanás!), la cultura popular imponiéndose... Todo se volvía más adulto, más serio, más explícito. El rechazo a los valores tradicionales que empezó a fraguarse en los sesenta. En el cine se diluía lo que se ha dado en llamar estilo clásico y se añadía a los fotogramas una nueva dimensión, la de la búsqueda de un realismo exacerbado (visual y temático). Alguno podría decir que así se perdió también algo de magia, pero es cuestión de opiniones.
No se libra nadie: las lesbianas contracultura, el sistema que no es capaz de servir dos tostadas sin cortocircuitarse, el propio protagonista que no es capaz de vivir según los ideales del padre ni encontrar su propio camino, los intelectuales plastas...
Hoy en día es aún una película que engancha (sirve fundamentalmente como testimonio muy claro de las inquietudes de una época) y apasiona a ratos gracias, sobre todo, a la interpretación de un Nicholson redondo en el retrato de ese personaje hastiado y sarcástico (Karen Black también se luce a pesar del trazo grueso con que está perfilado su personaje).
Es curioso que este personaje no se perdone ni encuentre a sí mismo y viva en esa constante angustia mientras que los que le rodean (familia, amigos y novia), que son los que le sufren, caigan rendidos ante su innegable encanto. Como si el personaje fuera portador de una desengaño que los demás no comprenden pero intuyen. Especialmente interesante desde este punto de vista es el pánico de K. Black a perder a Nicholson y la dependencia que tiene. Cuestiones que meten al protagonista en un callejón sin salida aún mayor y que encaja muy bien con el final; un final que deja claro que el protagonista no puede hacer frente a nada de lo que se le ofrece.
Algo estaba cambiando en los EEUU. La TV ya plenamente instalada había cambiado la visión de los espectadores, Nixon, Vietnam, los hippies, easy rider, Bob Dylan con guitarra eléctrica (¡satanás!), la cultura popular imponiéndose... Todo se volvía más adulto, más serio, más explícito. El rechazo a los valores tradicionales que empezó a fraguarse en los sesenta. En el cine se diluía lo que se ha dado en llamar estilo clásico y se añadía a los fotogramas una nueva dimensión, la de la búsqueda de un realismo exacerbado (visual y temático). Alguno podría decir que así se perdió también algo de magia, pero es cuestión de opiniones.

8,1
190.168
6
5 de diciembre de 2005
5 de diciembre de 2005
128 de 181 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entretenida, espectacular, vigorosa y, en última instancia, desaprovechada. La película iba a algún lado, eso se nota, pretende decir algo, y algo dice, pero finalmente opta por la vía fácil (demasiado peso de la sorpresita final, corre corre que te pillo etc). Por el camino nos deja interesantes reflexiones que son abandonadas cuando apenas habían sido esbozadas.
La realización exagerada de Fincher (planos secuencia imposibles, efectos de ordenador cada dos por tres, planos subliminales...) entretiene como suele ser normal en él (creo que exageran aquellos que le critican por sus excesos, pero es cierto que le resta algo de calado a su cine ya que el opta por el puro divertimento), incluso esta vez encaja con la visión nihilista del treintañero actual que no sólo piense en amasar dinero y en eso otro, pero al final queda también en purito ejercicio de estilo al no haber un auténtico compromiso en el guión ni por parte del director en reflexionar sobre esas patadas y puñetazos. Sí, Pitt nos suelta algún discurso de vez en cuando pero no basta, se nota demasiado que el objeto último de la cinta no es usar un vehículo comercial para lograr una auténtica reflexión sino al revés, se emplea un buen punto de partida para hacer una cinta comercial con cierto sustento.
Para nada he visto una loa a la violencia, más bien una crítica tramposa a la misma. Tramposa por recrearse estéticamente (cosa inevitable viendo la estilizada realización de Fincher) a pesar de que los que recurren a ella son desquiciados. Pero pedirle a Fincher (incluso al grueso de los cineastas norteamericanos actuales) que adapte su estética a lo que está contando es como pedirle a AC/DC que hagan jazz.
Fincher mezcla humor negro, sangre, espíritu gamberro... (hay otro director por ahí que hace esto especialmente bien) pero lo hace superficialmente, consiguiéndose un resultado sólo entretenido (¡entretenida es maldita sea!, si absurdas son las opiniones sobre que el cine es sólo para entretener también los son aquellas que menosprecian lo puramente divertido). Y, por lo visto, hoy día el entretenimiento es suficiente para levantar grandes alabanzas (al número de personas que consideran el Señor de los anillos como la mejor peli de la historia me remito). Yo creo que es mejor no pasarse y puntuarla como puntuaría una película que busca "molar mogollón" más que otra cosa.
Al menos en The Game no hay dudas sobre su objetivo festivalero y por ello hasta te tomas con humor el final. Pero aquí había para más, el tío nos pone el caramelito en la boca para acabar con un final tópico, predecible y que traiciona la “guerra contra Ikea” (llamémosla así) y las reflexiones que de esa vuelta a los instintos más primitivos podrían haberse sacado. Alguna frase ingeniosa y ya está. Edward Norton y ya está.
Fincher en su descargo podría decir -bueno, es que el libro es así-. No lo sé, no lo he leído.
-¿Y qué?- le diría yo.
La realización exagerada de Fincher (planos secuencia imposibles, efectos de ordenador cada dos por tres, planos subliminales...) entretiene como suele ser normal en él (creo que exageran aquellos que le critican por sus excesos, pero es cierto que le resta algo de calado a su cine ya que el opta por el puro divertimento), incluso esta vez encaja con la visión nihilista del treintañero actual que no sólo piense en amasar dinero y en eso otro, pero al final queda también en purito ejercicio de estilo al no haber un auténtico compromiso en el guión ni por parte del director en reflexionar sobre esas patadas y puñetazos. Sí, Pitt nos suelta algún discurso de vez en cuando pero no basta, se nota demasiado que el objeto último de la cinta no es usar un vehículo comercial para lograr una auténtica reflexión sino al revés, se emplea un buen punto de partida para hacer una cinta comercial con cierto sustento.
Para nada he visto una loa a la violencia, más bien una crítica tramposa a la misma. Tramposa por recrearse estéticamente (cosa inevitable viendo la estilizada realización de Fincher) a pesar de que los que recurren a ella son desquiciados. Pero pedirle a Fincher (incluso al grueso de los cineastas norteamericanos actuales) que adapte su estética a lo que está contando es como pedirle a AC/DC que hagan jazz.
Fincher mezcla humor negro, sangre, espíritu gamberro... (hay otro director por ahí que hace esto especialmente bien) pero lo hace superficialmente, consiguiéndose un resultado sólo entretenido (¡entretenida es maldita sea!, si absurdas son las opiniones sobre que el cine es sólo para entretener también los son aquellas que menosprecian lo puramente divertido). Y, por lo visto, hoy día el entretenimiento es suficiente para levantar grandes alabanzas (al número de personas que consideran el Señor de los anillos como la mejor peli de la historia me remito). Yo creo que es mejor no pasarse y puntuarla como puntuaría una película que busca "molar mogollón" más que otra cosa.
Al menos en The Game no hay dudas sobre su objetivo festivalero y por ello hasta te tomas con humor el final. Pero aquí había para más, el tío nos pone el caramelito en la boca para acabar con un final tópico, predecible y que traiciona la “guerra contra Ikea” (llamémosla así) y las reflexiones que de esa vuelta a los instintos más primitivos podrían haberse sacado. Alguna frase ingeniosa y ya está. Edward Norton y ya está.
Fincher en su descargo podría decir -bueno, es que el libro es así-. No lo sé, no lo he leído.
-¿Y qué?- le diría yo.

7,4
13.711
7
12 de abril de 2006
12 de abril de 2006
86 de 97 usuarios han encontrado esta crítica útil
Novedosa crónica de un amor que no se conforma con el “fueron felices y comieron perdices”, sino que muestra de forma fragmentaria las sucesivas etapas de un matrimonio con varias líneas narrativas que van saltando en el tiempo de forma desordenada, cada una correspondiente a un momento concreto en la vida de la pareja protagonista, entremezclándolas y formando un mosaico irregular. Enamoramiento, distanciamiento, éxito profesional, infidelidad, rutina...
Estéticamente también fue novedosa y, aunque ahora corra el riesgo de parecer superada al estar muy enclavada en los 60, creo que el fondo y la forma terminan encajando. Pese a esto no niego que quizás el conjunto haya perdido algo de frescura (algunos momentos son francamente intensos pero otros han envejecido mal).
Altamente recomendable en todo caso, sobre todo por el tono nostálgico que atesora (es imposible no sentir el tiempo posado en uno mismo y en el compromiso amor-odio/diversión-hastío con el que nos gusta vincularnos). Y en ese poso melancólico que deja tienen mucho que ver la fotografía y Mancini y su maravillosa partitura.
Más accesible que otras películas sobre el tema (es también una gran comedia) y, en apariencia, menos sincera. Pero creo que es eso, una apariencia. 7,7.
Estéticamente también fue novedosa y, aunque ahora corra el riesgo de parecer superada al estar muy enclavada en los 60, creo que el fondo y la forma terminan encajando. Pese a esto no niego que quizás el conjunto haya perdido algo de frescura (algunos momentos son francamente intensos pero otros han envejecido mal).
Altamente recomendable en todo caso, sobre todo por el tono nostálgico que atesora (es imposible no sentir el tiempo posado en uno mismo y en el compromiso amor-odio/diversión-hastío con el que nos gusta vincularnos). Y en ese poso melancólico que deja tienen mucho que ver la fotografía y Mancini y su maravillosa partitura.
Más accesible que otras películas sobre el tema (es también una gran comedia) y, en apariencia, menos sincera. Pero creo que es eso, una apariencia. 7,7.

8,1
32.934
8
23 de enero de 2008
23 de enero de 2008
119 de 166 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Abandonad toda esperanza". Dante Alighieri.
--
En la infancia todo es simple, todo es blanco o negro. No hay caballos pintos al galope con músculos en tensión −eso son matices− sino que los caballos van al trote como si fueran de cartón, y las persecuciones son lentas porque el mundo es para siempre y en ellas no se corre, se resbala. La muerte se presenta como un espectro de una extraña belleza de trazo grueso, sin detalle: melancólica, pero no traumática.
Es curioso que Charles Laughton odiara a los niños, porque supo retratar perfectamente la onírica visión del mundo que, desde la infancia, se tiene de las cosas. Un mundo de juguete, con agitados estanques de colores en lugar de ríos y telones oscuros con purpurina suplantando la estrellada y eterna noche del cazador. Y es que, a veces, la película parece transcurrir en la habitación de un niño, tal es el efecto de los decorados o localizaciones, y no en un campo o un pueblo sureño.
Y, por supuesto, los malos son tipos que saltan y chillan como monos.
Esa visión maniquea de las cosas es muy propia de la infancia. Los malos, muy malos; los buenos... muy buenos. Pero no se nos presenta con moralina −digo yo− sino con mordacidad. La visión de alguien que retrata con nostalgia un cuento sobre el misterio de la niñez, pero que a la vez tenía alergia a los niños. Y eso no es contradictorio, es una evolución natural del cínico hacia la resignación del que reclama la sencillez de la infancia aun sabiendo que ese plazo caduco lleva el germen de la depravación, la incoherencia, el puritanismo y la codicia.
No es moralina ensalzar a los críos, por tanto, todo lo contrario. Porque la mejor forma de mostrar el sinsentido de los adultos es hacerlo desde el esquematismo infantil y el esquematismo de ese sur arquetípico. Pero en esa sencillez hay una mirada burlona, obscena, cínica, a la degeneración del paso del tiempo que nos convierte en viejos obsesionados con los juguetes del dinero, el sexo y el perdón de los pecados. Amén. No es Mitchum (y lo que representa) el único que sale escaldado en esta cinta.
Por todo ello, Laughton no ensalza la niñez por moralina −insisto− creo yo. Lo hace más bien por resignación. De hecho, ni siquiera creo que la ensalce propiamente hablando. Y es que creo que es un reflejo de escepticismo coñón lo que se dibuja en la mirada perdida de Lillian Gish al final de la cinta. Un reflejo que no es de Gish, sino de Laughton; un reflejo que configura el edulcorado speech final como broma última, como ridiculización de la visión adulta que considera la infancia una esperanza.
Laughton no presenta la niñez como esperanza, sino como inevitable período de incubación.
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En la infancia todo es simple, todo es blanco o negro. No hay caballos pintos al galope con músculos en tensión −eso son matices− sino que los caballos van al trote como si fueran de cartón, y las persecuciones son lentas porque el mundo es para siempre y en ellas no se corre, se resbala. La muerte se presenta como un espectro de una extraña belleza de trazo grueso, sin detalle: melancólica, pero no traumática.
Es curioso que Charles Laughton odiara a los niños, porque supo retratar perfectamente la onírica visión del mundo que, desde la infancia, se tiene de las cosas. Un mundo de juguete, con agitados estanques de colores en lugar de ríos y telones oscuros con purpurina suplantando la estrellada y eterna noche del cazador. Y es que, a veces, la película parece transcurrir en la habitación de un niño, tal es el efecto de los decorados o localizaciones, y no en un campo o un pueblo sureño.
Y, por supuesto, los malos son tipos que saltan y chillan como monos.
Esa visión maniquea de las cosas es muy propia de la infancia. Los malos, muy malos; los buenos... muy buenos. Pero no se nos presenta con moralina −digo yo− sino con mordacidad. La visión de alguien que retrata con nostalgia un cuento sobre el misterio de la niñez, pero que a la vez tenía alergia a los niños. Y eso no es contradictorio, es una evolución natural del cínico hacia la resignación del que reclama la sencillez de la infancia aun sabiendo que ese plazo caduco lleva el germen de la depravación, la incoherencia, el puritanismo y la codicia.
No es moralina ensalzar a los críos, por tanto, todo lo contrario. Porque la mejor forma de mostrar el sinsentido de los adultos es hacerlo desde el esquematismo infantil y el esquematismo de ese sur arquetípico. Pero en esa sencillez hay una mirada burlona, obscena, cínica, a la degeneración del paso del tiempo que nos convierte en viejos obsesionados con los juguetes del dinero, el sexo y el perdón de los pecados. Amén. No es Mitchum (y lo que representa) el único que sale escaldado en esta cinta.
Por todo ello, Laughton no ensalza la niñez por moralina −insisto− creo yo. Lo hace más bien por resignación. De hecho, ni siquiera creo que la ensalce propiamente hablando. Y es que creo que es un reflejo de escepticismo coñón lo que se dibuja en la mirada perdida de Lillian Gish al final de la cinta. Un reflejo que no es de Gish, sino de Laughton; un reflejo que configura el edulcorado speech final como broma última, como ridiculización de la visión adulta que considera la infancia una esperanza.
Laughton no presenta la niñez como esperanza, sino como inevitable período de incubación.
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