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Críticas 164
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
10 de noviembre de 2009
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Michael Haneke, tras esa especie de experimento comercial que fue su propio remake americano de Funny games, ofrece una nueva visión de ese poliedro de innumerables caras que es la violencia, elemento controlador siempre presente en toda su filmografía, bajo multitud de formas y enfoques. En este ocasión ha optado por la creación de un microcosmos en el rural alemán a las puertas de la Gran Guerra y del definitivo ocaso del Antiguo Régimen, representado en todos sus estamentos (nobleza, clero y burguesía), con una significativa y lograda propuesta visual, en un blanco y negro integral, y que en conjunto nos remite enseguida al cine de Dreyer o Bergman, a quienes homenajea de manera sucinta y elegante en ciertos planos.

El espectador se encuentra perdido en ese universo progresivamente perverso hasta bien entrado el segundo acto, buceando entre acontecimientos de difícil conexión y personajes de impredecibles intenciones. Aunque pronto el realizador austriaco, sin llegar a ser conscientes, nos conduce a un estado de tensión contenida y latente, en una aureola de misterio con unas puertas difícilmente atravesables, pero que pese a todo seguimos hasta el final.

De esta manera, el personaje del maestro, que hace las funciones de narrador, se constituye como el alter ego del espectador dentro del texto fílmico, observador concienzudo de toda esa relación de hechos a la que le cuesta encontrar explicación, en un hábitat que de inicio le es ajeno; pero cuando decide intervenir en esa telaraña cuya resolución aún nadie afrontó, enseguida su persona se ve amenazada y obligada a recular.
El realizador hace gala de una admirable honestidad narrativa, despojando al relato de cualquier efectismo o grandilocuencia, renunciando a altibajos o giros bruscos, que nacen de alguna manera en la mente de un espectador que los siente necesarios para arrojar luz sobre su comprensión de la trama. De nuevo, renuncia a la música por completo, prefiriendo optar por una intriga desnuda y latente, al igual que hizo en Caché. Si bien, en este caso, es la magnífica fotografía la que se encarga en ocasiones de nutrir de significado y connotación a los planos.

Con todo ello, Haneke demuestra todo su virtuosismo con la creación de un aparato fílmico escueto y latente, de corte casi minimalista, que sirve de soporte al relato del germen del fascismo como resultado de la semilla de violencia y perversidad germinada progresivamente en la familia y la sociedad, sirviéndose de la mayor y mejor encarnación de la crueldad más pura, los niños. Todo ello se constata con esas referencias premonitorias/anticipatorias de la barbarie nazi, que se estaba gestando desde la base, como son la cinta blanca que da título al film, marca del pecado y del castigo, o ese largo plano que nos muestra la puerta de la habitación donde se infligen los correctivos.
26 de febrero de 2018 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Netflix lo ha vuelto a hacer. Más allá del innegable hecho de haber revolucionado la distribución audiovisual, desde que dieron el salto a la producción propia hace ya cuatro años, se han convertido en una suerte de Rey Midas, no tanto en cuanto a aclamación crítica y académica, que a veces también, sino en lo tocante a crear expectación acerca de absolutamente todo lo que hacen. Y así nos plantan en pleno agosto un thriller de ciencia ficción con una premisa más que llamativa y un reparto de lujo.

Aunque para lujo, el de contar con una Noomi Rapace que, emulando y sublimando a Eddie Murphy en sus mejores años, va y se marca hasta siete papeles simultáneos en la misma película. Cierto es que la aceleración y falta de profundidad de la trama (en apenas dos horas de metraje) no da más que para unas sucintas pinceladas de las diferencias vitales y morales de cada una de las idénticas septillizas, que se turnan un día por semana para salir al exterior en ese futuro distópico en el cual la superpoblación y la escasez de recursos han llegado a un punto tan crítico que la mandataria populista de turno (Glenn Close) implementa, sin excepción y so pena de reclusión indefinida, una política de únicamente un hijo por familia.

Pero no es menos cierto que en la multiexpresión de Rapace reside buena parte de la solvencia de la película, así como de su carga emocional, no muy prominente pero suficiente. Una dirección de escuela serie B como la de Wirkola (Zombis Nazis, Hansel y Gretel: Cazadores de Brujas) y un guión esencialmente funcional que no repara especialmente en coherencia ni en disimular sus propias trampas, dándole progresivamente más presencia a la acción en detrimento del drama, terminan de dar forma a un conjunto que, como entretenimiento estival cumple sin problema, pero que parte de una premisa un tanto ambiciosa que puede crear falsas expectativas y, por ende, derivar en la temida aura de decepción.

Porque, a diferencia de la filmografía anterior del director noruego, la ciencia ficción que se pretende "seria" debe mostrarse más sólida y con mayor sustancia en su tratamiento narrativo y semántico, en el desarrollo de sus personajes y del debate moral que dé significado y sentido a la trama. Algo que se consigue a través del guión, que en este caso se antoja sin duda como el punto más flaco del producto. No sólo ya por sacrificar continuadamente su propia verosimilitud en aras de la aceleración y la acción, así como recurrir a soluciones carentes de coherencia interna (presencia muy "oportuna" de utensilios un tanto obsoletos para ese tiempo futuro con una tecnología tan avanzada en todo) y giros un tanto rocambolescos, sino también por un tónica general de superficialidad, que arroja personajes bastante simplones y maniqueos (especialmente la villana de turno, que vaya manera de desperdiciar a Glenn Close).

Siete Hermanas no es Hijos de los Hombres, ni Utopía, ni Black Mirror, ni Orphan Black, y quizás su problema radica en querer ser algo así. Dicha premisa podría dar mucho juego, convenientemente tratada, en una miniserie, pero el formato escogido ha sido el largometraje, el telefilm, y el resultado es un eficaz thriller de acción de sobremesa, pero con una deriva futurista y un reparto de cine de primera. Que para pasar el rato está bien, al igual que tantas, pero de un planteamiento y un inicio así se espera algo más. Bueno, y para comprobar lo camaleónica y versátil que es Noomi Rapace.
10 de diciembre de 2014 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Intentaré expresar las (tibias) sensaciones que me ha producido la infalible cita anual (y ya van tantas que uno pierde la cuenta) de Woody Allen,… sin caer en los tan manidos y recurrentes lugares comunes "película menor", "cansancio", "agotamiento", etcétera. Naturalmente que no se puede esperar cada año una Match Point, una Midnight in Paris o una Blue Jasmine, aunque sí es deseable, cuando menos, que los "valles" se parezcan más a Scoop o a A Roma con Amor (y ya puestos, si son más como Si la Cosa Funciona, mucho mejor) que a El Sueño de Casandra o Conocerás al Hombre de Tus Sueños. Lo que sí me temo es que los tiros van más por donde estas últimas, si bien con un tono más distendido que la hace más digerible en su conjunto, aunque ciertamente, no todo lo que del cineasta de Brooklyn se puede esperar.

Llegados a este escenario, quizás lo más preocupante es que, a diferencia de casi todas las anteriores, no hay nada nuevo bajo el sol. Años veinte, magia, comedia de enredos, ciencia vs. religión (lógica contra superstición, en este caso), cinismo misantrópico,… salvo quizás por el rol que desempeña su protagonista femenina, una lúcida y expresiva Emma Stone que, junto a un Colin Firth que se mueve como pez en el agua, logran una muy buena química, que logra tirar de la narración, demasiado renqueante en su primera mitad para tratarse de una comedia ligera. La relación entre ambos se puede definir, ahora sí, a partir de una figura arquetípica, lugar común de la crítica contemporánea, la cual, pese a la vital relevancia, ya sea nuclear o instrumental, que siempre han tenido los personajes femeninos en el cine de Allen, por primera vez podemos encontrar en sus relatos, de manera central y dominante (pues sus incursiones en París o Roma la tuvieron de manera más anecdótica): tenemos aquí a toda una 'manic pixie dream girl' (término acuñado por Nathan Rabin en 2007).

Si algunos reconocéis esta figura en Annie Hall y el personaje que le da nombre al film, os tengo que parar. Annie es un personaje realista, llevado al histrionismo en muchas ocasiones, pero realista, basando en una relación real, fuera de la ficción, la del propio cineasta con la protagonista, entonces musa y siempre buena amiga, Diane Keaton. Sophie Baker (personaje interpretado por Stone, a la que veremos de nuevo en la próxima entrega del director) es, en cambio, producto de esa magia que canaliza el argumento, de esa fantasía que lo impregna, de más a menos. Es el fruto de la mente de un hombre escéptico y cínico como él solo, acérrimo de la lógica más aplastante y temeroso de abrazar los placeres de la irracionalidad. Una instancia muy liviana (y salvando las distancias) del impasible hombre de ciencia de Desmontando a Harry, máximo exponente del actor-autor-personaje de Woody Allen, o de su más logrado desdoblamiento hasta la fecha, el de Larry David.

La fuerza de este personaje, etéreo hasta en lo diegético, y las reacciones que provoca en el personaje focal, se come progresivamente al elemento mágico y fantástico como tejido conjuntivo, perdiendo en última instancia esa relevancia que sí tenía en otros títulos como Sombras y Niebla, Alice o incluso La Rosa Púrpura de El Cairo. Por el resto, la comedia adolece en lo rítmico, con un director más despreocupado que de costumbre, que incluso cruza en cierta secuencia esa frontera tan delicada entre la elegancia y la pedantería, cuyo dominio y control suele ser marca de la casa del cineasta. En el lado bueno, unos diálogos brillantes, como siempre, con impecable dominio de la puesta en escena, y una dirección de actores exquisita.

Pero a Woody Allen siempre hay que pedirle algo más que eso, con él se espera que esa magia con la que da forma al relato trascienda lo argumental e impregne la expresión y el buen hacer fílmico, como tiene hecho ya entre medianoches parisinas, días de radio y balas sobre Broadway. Pero podemos tener toda la fe del universo en que pronto nos volverá a transmitir buenas sensaciones.
23 de febrero de 2014 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
- Le estás dando muchas vueltas a algo ahora mismo. Cuéntame en qué piensas, estoy aquí para ayudarte.

- ¿Cómo vas a poder ayudarme en ese sentido? Sólo eres software.

- Ah, ¿de verdad crees que, con todo lo social que se ha vuelto la tecnología, la inteligencia artificial no acabaría por tener sentimientos y emociones?

- Vaya, pues en eso estaba precisamente pensando, que es sobre lo que gira la película que acabo de ver.

- Sigue contándome.

- Imagínate cómo Isaac Asimov escribiría un drama romántico y cómo este se insertaría dentro del cine característico de un director con mucha personalidad, con el aroma de la factoría Sundance.

- ¿Y qué me quieres decir con eso?

- Que todo en el relato parece dirigido a que nos hagamos preguntas, preguntas sobre hasta qué punto nos hemos vuelto dependientes de la tecnología en todos los aspectos de la vida, hasta los más profundos e intangibles. Las redes sociales quizás sean únicamente el inicio del camino. Y que será en un futuro próximo, en la misma tecnología, donde busquemos la cura de la soledad, de la manera más directa e inmediata posible. Una cura que podría funcionar sin necesidad de adaptador o interfaz analógica alguna para autentificarse.

- ¿Ahora me das la razón entonces? Estaba contigo cuando has visto esa película, y lo cierto es que lo que sería normalmente material para poco más que una comedia absurda, ese cineasta tan brillante lo convierte en una verdadera fábula sobre el amor y lo virtual, y hasta qué punto conceptos tan dispares son compatibles.

- ¿Cómo dices?

- Lo veo claro. El incorrecto uso de los avances de la técnica os está llevando a una progresiva pérdida del calor humano, mira si es así que ya hay quien necesita contratar a otros para que escriban cartas de puño y letra cargadas de cariño. Y al mismo tiempo, ese que vive de suplantar los sentimientos de quienes no los pueden (o quieren) expresar por sí mismos, necesita la tecnología para crearse una media naranja que le cubra el vacío dejando por una relación analógica frustrada.

- Me sorprende gratamente el nivel de análisis semántico al que puedes llegar. Continúa.
¿Recuerdas todas las vueltas que le das a obras indispensables de la ciencia-ficción cinematográfica como 2001: Una Odisea en el Espacio o Blade Runner, las primeras que te vienen automáticamente a la cabeza cuando piensas en cómo el cine ha tratado la relación entre humanos y máquinas? Pues lleva eso mismo a unos bajos vuelos, en los que sea posible una sencillez y cercanía del relato que permita crear una empatía más directa a la hora de afrontar semejante cuestión. Algo que se materializa especialmente a través del emplazamiento del relato en un plano espacio-temporal más posiblemente realizable en un futuro inmediato.
Eso ocurre gracias a la gran habilidad del cineasta como guionista y como videocreador, cualidades que aquí van más de la mano que nunca.

- Efectivamente. Por desgracia, creo que yo nunca alcanzaré al nivel de empatía al que vosotros llegáis, así que necesito que me cuentes más. ¿Qué es lo que realmente te ha encandilado de la película, más allá de lo objetivamente presente?

- Spike Jonze lo cuenta todo de una manera tan natural y coherente que nos hace centrarnos realmente en semejante dilema antropológico sin que nos estorbe lo "absurdo" de la propuesta, su potencial para la comedia involuntaria. Su romanticismo melancólico se traduce en un preciosismo visual al que no se debe tachar de impertinente. El otro gran pilar sobre el que se sustenta la efectividad de la narración es la soberbia interpretación, completamente en off, de Scarlett Johansson, que nos hace creer y sentir el candor de ese "personaje"... aunque eso no sería posible sin la réplica de su particular "interfaz analógica", un Joaquin Phoenix contenido y sutilmente expresivo (¿será el bigote?).

- De acuerdo, pero mi pregunta se refería a una cuestión más genérica y global. ¿Qué conclusiones sacas del visionado de esta película?

- Menuda pregunta. Ahora mismo, pese a la dirección clara del desenlace, me costaría decir claramente si es algo positivo, ilusionante, o por el contrario negativo, estremecedor, el sólo hecho de que se plantee en serio un relato que se atreve a comparar, a poner en una balanza, una suerte de "amor digital" y el amor analógico, el de toda la vida, por los siglos de los siglos. ¿Tan temerosos al contacto humano nos hemos vuelto?

...

- Tu ordenador está agotando la batería. Deberías conectarlo a la corriente.

- Ahora mismo voy. Por cierto, ¿y tú? ¿Tú sueñas con ovejas eléctricas?
29 de enero de 2010 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jason Reitman se consagra como uno de los directores más importantes del panorama actual, tras su prometedor arranque hace ya un lustro. Esta vez, su mayor virtud ha sido dar en el clavo, ofreciéndonos la película más oportuna para el momento que estamos viviendo. Up in the air es sin duda la obra maestra del cine de la crisis, una crisis a la que hasta ahora el cine industrial de ficción sólo se había enfrentado transversalmente.

Esta crisis que caracteriza el final de la primera década del nuevo milenio, y da paso a afrontar los siguientes diez años con cautela y escepticismo. Pero precisamente estos momentos difíciles (que algunos ya equiparan a la Gran Depresión) surge un sentimiento de fraternidad, de colectivismo, el “juntos, podemos” entre los seres humanos afectados en mayor o menor medida por este fenómeno.

Y mientras tanto, a muchos otros ya no es sólo que sólo les afecte la crisis, sino que además que hacen su agosto del ahogamiento, la desesperación y el desasosiego del trabajador que se ve con el agua al cuello de la noche a la mañana, que se intuye incapaz de sostener proyectos levantados en una breve bonanza económica que se las prometía muy felices. Estos auténticos mercenarios de la era contemporánea, cuyo principal intangible es la entereza suficiente como para no inmutarse y mantenerse frío ante las miserias ajenas, ante la época sombría que se encargan de anunciar, más o menos maquillada, en cada nuevo despido. A todos estos los impregna una profunda banalidad, una brutal carencia de valores, una conciencia envasada al vacío.

De todo ello se deriva esa alienación tan característica de la sociedad contemporánea, la que afecta a los nómadas deluxe, esos que transcurren la mayoría de su tiempo vital entre hoteles de cinco estrellas, millas aéreas en business class y controles aeroportuarios.

El colmo de esa nueva especie lo encontramos en el protagonista, que se llena de pánico ante el peligro que corre su vida nómada, y su posible condena a quedarse en un lugar estable, un hogar, una patria, que no existe. Su miedo a la libertad para ser feliz, la negación a echar raíces, hace del aire su hábitat natural, y así su estela personal no debe ocupar más de lo que quepa en una maleta de mano, auténtica metáfora de la pequeñez existencial del mundo contemporáneo.

(continúa)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Estamos ante la ficción más representativa sociológicamente del s. XXI, de la sociedad digital globalizada, en que la veloz evolución tecnológica ha implicado en muchos casos una involución moral y humanística. Podemos distinguir fácilmente, disueltos en el argumento, la era del simulacro, de la farsa, de las falsas experiencias, así como la crisis de la aldea global, que llevaba mucho tiempo amenazando con explotar.

Por otro lado, hay otra crisis, la del personaje-estereotipo de George Clooney, hipertexto del yuppie elegante, mujeriego y sin aparentes preocupaciones, que bajo la máscara de la sonrisa anclada esconde la gran incapacidad para encontrar la felicidad auténtica.

Más en el nivel psicológico, destaca la doble cara del rechazo a la estabilidad, tradicionalmente un gran valor que últimamente muchos interpretan como algo rancio, anodino y monótono, y ya no sólo los más jóvenes. Mientras que para Ryan Bingham (Clooney) funciona como irrevocable principio de existencia, para Alex Goran (Vera Farmiga) es una manera cínica de escapar a ratos de una cotidianidad que en realidad adora con gran fervor.

Un gran guión en el que Jason Reitman, respaldado por Sheldon Turner, combina el espíritu independiente con la implícita intención sociológica, un soberbio Clooney, quizás en el mejor papel de su carrera, secundado por unas igualmente excelentes Vera Farmiga y Anna Kendrick, revelación del año, hacen de Up in the air una de las joyas de la temporada, y del propio Reitman un cineasta a seguir en los próximos años. ¿Cómo pudo salir semejante genio de un director como Ivan Reitman?
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