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5,3
7.592
5
3 de agosto de 2015
3 de agosto de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quentin (Nat Wolff) es un adolescente que vive enfrente del milagro de la ciudad, Margo Roth Spiegelman (Cara Delevingne). De pequeños eran inseparables, pero conforme fueron creciendo su relación fue desapareciendo poco a poco. Ella, la chica más popular del instituto, empeñada y dedicada a disfrutar del presente; él, un empollón como otro cualquiera, cuyo sueño es alcanzar la felicidad a los 30 años formando una familia modelo. A pesar de su casi extinta relación, Quentin sigue igual de enamorado de ella que el primer día. Una noche, Margo irrumpe en la habitación de Quentin vestida de ninja. Margo ha descubierto que su novio le es infiel con su mejor amiga, y traza un alocado plan para vengarse de ellos, para el que necesita la ayuda de Quentin. Después de ese día, inolvidable para nuestro protagonista, Margo desaparece y éste comienza a buscar pistas para encontrar a su amor platónico.
Tan cierto es que Ciudades de papel es una película dirigida, principalmente, a un público adolescente, como que parece escrita y, sobre todo, dirigida por adolescentes. Esto, evidentemente, tiene cosas malas: la historia que aquí tiene lugar probablemente desagrade a un sector de público más maduro, menos sensibilizado con la etapa adolescente. Sin embargo, la cinta desprende una frescura y vitalidad que deja entrever que el director, Jake Schreier, ha captado a la perfección el mensaje de la historia. Ésta se ve cubierta por un envoltorio de lo más atractivo, que no hace sino dotar de coherencia a un trabajo que en otras manos podría haber resultado menos compacto, más deslavazado y, a fin de cuentas, menos creíble. Schreier entiende a sus personajes, sus problemas e inquietudes, y eso ayuda a elevar el resultado de su segunda película.
Uno de los puntos fuertes de Ciudades de papel, coincidiendo con lo que ya he escrito sobre el director, es el buen gusto que transmite cada plano, cada pieza musical elegida; el excelente resultado audiovisual sirve como apoyo y sustento de una fluidez y cohesión narrativa que sólo se ve damnificada por el desarrollo de la historia adaptada. La película podría dividirse en tres actos, siendo el segundo el que no está a la altura, cuyo interés es mantenido exclusivamente por algunos momentos cómicos. A esto ayuda un reparto sensacional, con una más que digna interpretación de Cara Delevingne y un sorprendente Natt Wolff, que se aleja del ya clásico protagonista de películas teen.
Los encargados de adaptar el trabajo de John Green han sido Scott Neustadter y Michael H. Weber, guionistas de (500) días juntos, una de las mejores comedias románticas de los últimos tiempos. A pesar de no haber leído la novela, estoy convencido de que la labor de ambos ha sido fundamental para facilitar el trabajo de Schreier. Otra de las cosas a favor de la película es que, aunque en un principio pueda parecer una comedia romántica más, aparece un mensaje bastante potente e interesante en detrimento de la relevancia de la trama amorosa. El escaso tiempo que tiene Margo en pantalla contrasta con su importancia en la historia, pues ella es el motor y la llave de ese viaje de autodescubrimiento que llevan a cabo Quentin y sus amigos, el cual hará que éste se cuestione si está haciendo lo correcto con su vida.
Ciudades de papel es bastante obvia, incluso podría decirse que irregular, pero es un excelente entretenimiento que se aleja por completo de la manipulación emocional a la que nos tienen acostumbrados las películas de esta índole. Divertida, graciosa y ocurrente, incluso se permite dedicarle un espléndido homenaje a Pokémon. Una sorpresa para un servidor, pues esta nueva adaptación de John Green no sólo me parece digna, sino que es una película a recomendar. Uno de los trabajos comerciales más interesantes, sino el que más, del verano. Una vuelta de tuerca a un subgénero, el de la comedia adolescente, que ya parecía obsoleto, en forma de road movie igual de divertida que de reveladora.
Crítica escrita para @dfcinema: http://dfcinema.com/2015/08/03/ciudades-de-papel-en-busca-de-la-felicidad/
Tan cierto es que Ciudades de papel es una película dirigida, principalmente, a un público adolescente, como que parece escrita y, sobre todo, dirigida por adolescentes. Esto, evidentemente, tiene cosas malas: la historia que aquí tiene lugar probablemente desagrade a un sector de público más maduro, menos sensibilizado con la etapa adolescente. Sin embargo, la cinta desprende una frescura y vitalidad que deja entrever que el director, Jake Schreier, ha captado a la perfección el mensaje de la historia. Ésta se ve cubierta por un envoltorio de lo más atractivo, que no hace sino dotar de coherencia a un trabajo que en otras manos podría haber resultado menos compacto, más deslavazado y, a fin de cuentas, menos creíble. Schreier entiende a sus personajes, sus problemas e inquietudes, y eso ayuda a elevar el resultado de su segunda película.
Uno de los puntos fuertes de Ciudades de papel, coincidiendo con lo que ya he escrito sobre el director, es el buen gusto que transmite cada plano, cada pieza musical elegida; el excelente resultado audiovisual sirve como apoyo y sustento de una fluidez y cohesión narrativa que sólo se ve damnificada por el desarrollo de la historia adaptada. La película podría dividirse en tres actos, siendo el segundo el que no está a la altura, cuyo interés es mantenido exclusivamente por algunos momentos cómicos. A esto ayuda un reparto sensacional, con una más que digna interpretación de Cara Delevingne y un sorprendente Natt Wolff, que se aleja del ya clásico protagonista de películas teen.
Los encargados de adaptar el trabajo de John Green han sido Scott Neustadter y Michael H. Weber, guionistas de (500) días juntos, una de las mejores comedias románticas de los últimos tiempos. A pesar de no haber leído la novela, estoy convencido de que la labor de ambos ha sido fundamental para facilitar el trabajo de Schreier. Otra de las cosas a favor de la película es que, aunque en un principio pueda parecer una comedia romántica más, aparece un mensaje bastante potente e interesante en detrimento de la relevancia de la trama amorosa. El escaso tiempo que tiene Margo en pantalla contrasta con su importancia en la historia, pues ella es el motor y la llave de ese viaje de autodescubrimiento que llevan a cabo Quentin y sus amigos, el cual hará que éste se cuestione si está haciendo lo correcto con su vida.
Ciudades de papel es bastante obvia, incluso podría decirse que irregular, pero es un excelente entretenimiento que se aleja por completo de la manipulación emocional a la que nos tienen acostumbrados las películas de esta índole. Divertida, graciosa y ocurrente, incluso se permite dedicarle un espléndido homenaje a Pokémon. Una sorpresa para un servidor, pues esta nueva adaptación de John Green no sólo me parece digna, sino que es una película a recomendar. Uno de los trabajos comerciales más interesantes, sino el que más, del verano. Una vuelta de tuerca a un subgénero, el de la comedia adolescente, que ya parecía obsoleto, en forma de road movie igual de divertida que de reveladora.
Crítica escrita para @dfcinema: http://dfcinema.com/2015/08/03/ciudades-de-papel-en-busca-de-la-felicidad/

5,4
1.474
5
24 de enero de 2015
24 de enero de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces hay películas que sin llegar a saber muy bien el porqué, calan muy hondo en ti, aunque encuentres en ellas bastantes puntos negativos. No Llores, Vuela es una de estas obras; la nueva película de Claudia Llosa (La Teta Asustada, 2009), es la historia de una madre y un hijo, los cuales se distanciaron por culpa de un trágico suceso. Años más tarde, el destino se encarga de ofrecer la oportunidad de que se vuelvan a ver, por medio de una periodista que propicia su posible encuentro.
La historia se desarrolla mediante dos líneas narrativas: la de una madre que intenta salvar a su hijo menor por todos los medios; y la del viaje de su hijo mayor -21 años más tarde- junto a una periodista en busca de su madre, la cual es ahora una famosa sanadora. Probablemente funcionen mejor como películas independientes que como una única película, y no porque estén mal conectadas entre sí, pues el trabajo de dirección resulta impecable en este aspecto, sino porque no todo el contenido de las historias es relevante o tiene una conexión con la otra. Es una película llena de claroscuros, con momentos cinematográficos brillantes; pero también con una falta de fuerza narrativa patente en todo el metraje.
No Llores, Vuela es una película sobre cómo las acciones de uno pueden marcar su vida, y cómo con el paso del tiempo hay heridas que jamás desaparecen (éstas no se curan ni mediante milagros). Los personajes no tienen el desarrollo que requieren, pese a estar fantásticamente interpretados. La llegada al clímax de la película falla porque los cimientos no están bien construidos cuando éste llega, y aquí es donde reside el principal hándicap del film. Incluso puede pecar de tramposa, a través de un giro de guión que es creado para mantener el interés, lo cual deja un poco en duda cuáles son las verdaderas intenciones de Llosa; acción que a mi parecer no era ni mucho menos necesaria, pues mi inmersión en la obra era absoluta. Yo no veo esa película aburrida que tantos ven; veo un trabajo que destila cine mayúsculo en momentos determinados, diluyéndose en otros -cuando el componente más narrativo entra en juego-. La fuerza de las imágenes (estupenda fotografía a cargo de Nicolas Bolduc) de esos desiertos congelados y una banda sonora que se acopla totalmente a la imagen, resultando así prácticamente imperceptible; se encargan de conseguir la atención absoluta del espectador.
Por otra parte, no puedo negar su limitación a la hora de desarrollar la trama, la cual avanza torpemente y sin un rumbo fijo. Esto se acentúa conforme se acerca el final, con una resolución bastante facilona que me recuerda a la de la reciente Interstellar (2014), aunque no sea tan exagerada y ridícula. Aquí simplemente no tenía la importancia que podíamos intuir al comienzo del metraje. La directora quiere que su película sea accesible a un mayor sector de espectadores (desarrollo irrelevante de parte de la trama, incluso rozando el melodrama por momentos), perdiendo así parte de la magia con la que está impregnado su trabajo. Para otra ocasión, espero que se decida por hacer un trabajo enteramente personal, ya que en esta se ha quedado a medio camino.
Es más que probable que la película pase sin pena ni gloria por nuestras salas, y me apena bastante decirlo, pues para un servidor resulta un atrayente ejercicio, con detalles y destellos de buen cine. Además de que siempre es un placer ver a tres actorazos dejando unas geniales interpretaciones: Jennifer Connelly, Cilian Murphy y Mélanie Laurent están geniales, obviando que el personaje de la última esté algo desdibujado.
La historia se desarrolla mediante dos líneas narrativas: la de una madre que intenta salvar a su hijo menor por todos los medios; y la del viaje de su hijo mayor -21 años más tarde- junto a una periodista en busca de su madre, la cual es ahora una famosa sanadora. Probablemente funcionen mejor como películas independientes que como una única película, y no porque estén mal conectadas entre sí, pues el trabajo de dirección resulta impecable en este aspecto, sino porque no todo el contenido de las historias es relevante o tiene una conexión con la otra. Es una película llena de claroscuros, con momentos cinematográficos brillantes; pero también con una falta de fuerza narrativa patente en todo el metraje.
No Llores, Vuela es una película sobre cómo las acciones de uno pueden marcar su vida, y cómo con el paso del tiempo hay heridas que jamás desaparecen (éstas no se curan ni mediante milagros). Los personajes no tienen el desarrollo que requieren, pese a estar fantásticamente interpretados. La llegada al clímax de la película falla porque los cimientos no están bien construidos cuando éste llega, y aquí es donde reside el principal hándicap del film. Incluso puede pecar de tramposa, a través de un giro de guión que es creado para mantener el interés, lo cual deja un poco en duda cuáles son las verdaderas intenciones de Llosa; acción que a mi parecer no era ni mucho menos necesaria, pues mi inmersión en la obra era absoluta. Yo no veo esa película aburrida que tantos ven; veo un trabajo que destila cine mayúsculo en momentos determinados, diluyéndose en otros -cuando el componente más narrativo entra en juego-. La fuerza de las imágenes (estupenda fotografía a cargo de Nicolas Bolduc) de esos desiertos congelados y una banda sonora que se acopla totalmente a la imagen, resultando así prácticamente imperceptible; se encargan de conseguir la atención absoluta del espectador.
Por otra parte, no puedo negar su limitación a la hora de desarrollar la trama, la cual avanza torpemente y sin un rumbo fijo. Esto se acentúa conforme se acerca el final, con una resolución bastante facilona que me recuerda a la de la reciente Interstellar (2014), aunque no sea tan exagerada y ridícula. Aquí simplemente no tenía la importancia que podíamos intuir al comienzo del metraje. La directora quiere que su película sea accesible a un mayor sector de espectadores (desarrollo irrelevante de parte de la trama, incluso rozando el melodrama por momentos), perdiendo así parte de la magia con la que está impregnado su trabajo. Para otra ocasión, espero que se decida por hacer un trabajo enteramente personal, ya que en esta se ha quedado a medio camino.
Es más que probable que la película pase sin pena ni gloria por nuestras salas, y me apena bastante decirlo, pues para un servidor resulta un atrayente ejercicio, con detalles y destellos de buen cine. Además de que siempre es un placer ver a tres actorazos dejando unas geniales interpretaciones: Jennifer Connelly, Cilian Murphy y Mélanie Laurent están geniales, obviando que el personaje de la última esté algo desdibujado.
5
11 de diciembre de 2014
11 de diciembre de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llevar una obra de teatro al cine siempre conlleva cierto riesgo, pues no es fácil dar con la tecla para conseguir el resultado esperado. A la hora de adaptar una obra teatral hay que tener muy en cuenta la fina línea que separa el cine y el teatro. Liv Ulmann se queda a medio camino en Miss Julie, adaptación de la obra de teatro -de mismo título- creada por August Strindberg. Miss Julie nos traslada a la Irlanda de finales del S.XIX, en la noche de San Juan, noche en la cual la hija de un rico barón intentará cortejar a su criado.
Es una película de diálogos muy teatrales, con sus típicos gritos, sus típicas discusiones y demás; en definitiva, un culebrón de principio a fin. Está claro que esto no la limita como película, sus límites los pone la propia directora con una dirección un tanto irregular, lo cual afecta al desarrollo de la película. Ulmann se preocupa demasiado de los aspectos formales (algunos planos estudiados al milímetro, música seleccionada en ciertas escenas, etc..), relegando el contenido a un segundo plano. El primer tramo presentando a los 3 personajes (Julie, criado y cocinera) plantea los conflictos que más tarde se desarrollarán, dotando la historia de un innegable interés. Cuando realmente pega un bajón el film es en su tramo central, excesivamente prolongado y con un par de momentos que llegan a provocar alguna irremediable carcajada. A esto ayuda Colin Farrel, que sorprende en el primer tramo despojándose de los tics y muecas a los que acostumbra, pero que en el tramo central (coincidiendo con la parte de mayor exigencia interpretativa) aparecen junto a una obsesión por la entonación y el acento. Podría pasar desapercibido, pero Jessica Chastain y Samantha Morton -en menor medida- se encargan de que no sea así, con unas actuaciones muy superiores a la del irlandés. El tramo final de la película recupera el nivel del inicio y consigue equilibrar el conjunto del metraje, finalizando de manera brillante esa noche tan larga.
No creo necesario ensañarme con Colin Farrel, pues de no ser por ese tramo central estaríamos hablando de una de sus mejores actuaciones. Jessica Chastain está sencillamente impresionante, en un papel muy complejo y difícil de interpretar, cambiando totalmente de registro en cuestión de segundos. Este personaje podría haber sido bastante ridículo de haber sido interpretado por casi cualquier otra actriz, pero la californiana deja patente su cada vez mayor talento en todas y cada una de sus interpretaciones. Es capaz de pasar del papel de dominadora al de sumisa con una sencillez y naturalidad pasmosas. El tema interpretacional resulta de vital importancia en películas teatrales, superando en rasgos generales el nivel del resto de aspectos de la cinta.
Mis sensaciones respecto a este drama de época son muy ambivalentes, pues encuentro algunas partes y aspectos que me han gustado bastante y otros tantos que dejan mucho que desear. Miss Julie merece ser vista por el simple hecho de poder disfrutar de la -una vez más- genial Jessica Chastain, la mejor intérprete de su generación para un servidor. Su actuación aporta interés a esta película de luces y sombras, que brilla en momentos puntuales, los cuales nos dejan con la sensación de lo que pudo haber sido y no fue.
Es una película de diálogos muy teatrales, con sus típicos gritos, sus típicas discusiones y demás; en definitiva, un culebrón de principio a fin. Está claro que esto no la limita como película, sus límites los pone la propia directora con una dirección un tanto irregular, lo cual afecta al desarrollo de la película. Ulmann se preocupa demasiado de los aspectos formales (algunos planos estudiados al milímetro, música seleccionada en ciertas escenas, etc..), relegando el contenido a un segundo plano. El primer tramo presentando a los 3 personajes (Julie, criado y cocinera) plantea los conflictos que más tarde se desarrollarán, dotando la historia de un innegable interés. Cuando realmente pega un bajón el film es en su tramo central, excesivamente prolongado y con un par de momentos que llegan a provocar alguna irremediable carcajada. A esto ayuda Colin Farrel, que sorprende en el primer tramo despojándose de los tics y muecas a los que acostumbra, pero que en el tramo central (coincidiendo con la parte de mayor exigencia interpretativa) aparecen junto a una obsesión por la entonación y el acento. Podría pasar desapercibido, pero Jessica Chastain y Samantha Morton -en menor medida- se encargan de que no sea así, con unas actuaciones muy superiores a la del irlandés. El tramo final de la película recupera el nivel del inicio y consigue equilibrar el conjunto del metraje, finalizando de manera brillante esa noche tan larga.
No creo necesario ensañarme con Colin Farrel, pues de no ser por ese tramo central estaríamos hablando de una de sus mejores actuaciones. Jessica Chastain está sencillamente impresionante, en un papel muy complejo y difícil de interpretar, cambiando totalmente de registro en cuestión de segundos. Este personaje podría haber sido bastante ridículo de haber sido interpretado por casi cualquier otra actriz, pero la californiana deja patente su cada vez mayor talento en todas y cada una de sus interpretaciones. Es capaz de pasar del papel de dominadora al de sumisa con una sencillez y naturalidad pasmosas. El tema interpretacional resulta de vital importancia en películas teatrales, superando en rasgos generales el nivel del resto de aspectos de la cinta.
Mis sensaciones respecto a este drama de época son muy ambivalentes, pues encuentro algunas partes y aspectos que me han gustado bastante y otros tantos que dejan mucho que desear. Miss Julie merece ser vista por el simple hecho de poder disfrutar de la -una vez más- genial Jessica Chastain, la mejor intérprete de su generación para un servidor. Su actuación aporta interés a esta película de luces y sombras, que brilla en momentos puntuales, los cuales nos dejan con la sensación de lo que pudo haber sido y no fue.
25 de noviembre de 2016
25 de noviembre de 2016
8 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
La expectación con Personal Shopper (la nueva película de Olivier Assayas) era máxima tras haber sido recibida en el pasado Festival de Cannes con abucheos. Este nuevo acercamiento del cineasta francés al cine de género (en esta ocasión doble, metiendo pie y medio en el cine de terror) supone su vuelta al estilo de los trabajos más desinhibidos de su carrera nueve años después del estreno de Boarding Gate, la última película de tales características. El paso del tiempo le ha permitido regresar al thriller con una depuración formal evidente, desarrollada especialmente en títulos como Las horas del verano y Viaje a Sils María. Otra de sus señas de identidad, concretamente en sus trabajos más introspectivos y dramáticos, es el uso de los fundidos en negro para llevar a cabo las elipsis temporales. Sin embargo, en Viaje a Sils María decidió dar un paso más allá y se atrevió a dividir prácticamente todas las secuencias mediante esta herramienta de montaje, impidiendo que el espectador lograra acostumbrarse al tiempo cinematográfico de la película y desbaratando cualquier posibilidad de continuidad en la narración. La brusquedad de los fundidos en su anterior trabajo, que quedaban perfectamente justificados independientemente de su resultado, se transforma levemente en Personal Shopper, donde aparecen con menos frecuencia y con mayor suavidad. En esta ocasión, el recurso no es utilizado (al menos no con reiteración) hasta pasado el ecuador del metraje, coincidiendo con la llegada de una sucesión de escenas mucho más directas y concisas que las de la primera parte.
Dejando a un lado la evolución formal y estética en la obra de Assayas, Personal Shopper hace gala de una indiscutible elegancia en las formas y en la narrativa, abrazando la ambigüedad sin necesidad de elaborar tramas inverosímiles o presentar escenas nocturnas que nos hagan dudar, por su onirismo, entre lo real y lo soñado. En esta película todo es real y todo es falso, y los fantasmas hacen acto de presencia de todas las formas posibles, visibles e invisibles. Por lo tanto, el principal mérito de Assayas es crear un relato fantasmagórico tan tenso, potente y ambiguo sin necesidad de esconder sus intenciones, simplemente subvirtiendo los esquemas del género e integrando el resultado de esta acción en su (re)conocido virtuosismo para narrar esta clase de historias, muy en la línea del De Palma más desatado. Pero tanta desviación en las formas narrativas no le restan visibilidad al tema central del relato: el duelo, el modo de afrontar la muerte, enfrentándonos a los fantasmas de los seres perdidos e incluso a los de uno mismo.
Personal Shopper es una obra cinematográfica que seduce con facilidad al espectador, lo invita a habitar dentro de los límites del encuadre, y se reinventa a sí misma en cada escena, mostrando rabiosa actualidad en los temas que trata y en su forma de afrontarlos. Como no podía ser de otra manera, la superficialidad del mundo moderno y la dependencia de las nuevas tecnologías están presentes en todo momento e incluso se (re)convierten en parte fundamental del dispositivo. Con tantas ventanas abiertas es mucho más sencillo que los espíritus y las presencias malignas (más bien perturbadoras, como llama cierto personaje incorpóreo a los temores de la protagonista) se introduzcan en nuestras vidas y traten de alterarlas o de potenciar nuestros demonios, cada vez más fuertes y amenazantes. Quizá debamos anteponer la etiqueta de película perturbadora a la de película de terror cuando hablemos de ella, en el caso de que tuviéramos la capacidad de diferenciar dos términos y/o sentimientos que se confunden y entremezclan en nuestra percepción. Pero mejor no la clasifiquemos, pues jamás haríamos justicia a una de esas pocas películas tan grandes como importantes que llegan anualmente a nuestras salas (esta llegará, no sabemos cuándo, pero llegará).
Da mucha pena abandonar las imágenes de una obra que se piensa a sí misma en cada imagen, que esquiva la solución fácil en pro de mantener la improbable coherencia de un relato fantasmal. Assayas sabe sacarle partido a su musa Kristen Stewart, que sin falta de maravillar con su interpretación, resulta perfectamente creíble como esa personal shopper y médium afligida que vaga sin rumbo por el mundo de los espíritus. Las imágenes de la cinta, tan reales como la vida misma -según lo que podamos entender por esto dentro de la diégesis-, nos invitan a desentrañar todos y cada uno de sus significados. Director y actriz viajan hacia el más allá y nosotros les acompañamos, víctimas de la atracción de este thriller psicológico y atmosférico, terrorífico cuando se lo propone y brillante en su totalidad. La penumbra que invade la mansión que vemos al principio de Personal Shopper es la situación del espectador frente al propio relato, fascinado (o todo lo contrario, pues parece ser que nos encontramos ante un filme de extremos) por lo que acontece en pantalla, por lo que no acontece y por lo que puede acontecer. Una delicia para los aficionados de títulos como Irma Vep y Demonlover, con los que hay tantas similitudes como puntos de ruptura. Assayas, que entiende perfectamente el mundo contemporáneo y su incidencia en el cine, no deja de actualizar sus discursos y perfeccionar la forma de sus criaturas, tan cambiantes como coherentes y duraderas.
Dejando a un lado la evolución formal y estética en la obra de Assayas, Personal Shopper hace gala de una indiscutible elegancia en las formas y en la narrativa, abrazando la ambigüedad sin necesidad de elaborar tramas inverosímiles o presentar escenas nocturnas que nos hagan dudar, por su onirismo, entre lo real y lo soñado. En esta película todo es real y todo es falso, y los fantasmas hacen acto de presencia de todas las formas posibles, visibles e invisibles. Por lo tanto, el principal mérito de Assayas es crear un relato fantasmagórico tan tenso, potente y ambiguo sin necesidad de esconder sus intenciones, simplemente subvirtiendo los esquemas del género e integrando el resultado de esta acción en su (re)conocido virtuosismo para narrar esta clase de historias, muy en la línea del De Palma más desatado. Pero tanta desviación en las formas narrativas no le restan visibilidad al tema central del relato: el duelo, el modo de afrontar la muerte, enfrentándonos a los fantasmas de los seres perdidos e incluso a los de uno mismo.
Personal Shopper es una obra cinematográfica que seduce con facilidad al espectador, lo invita a habitar dentro de los límites del encuadre, y se reinventa a sí misma en cada escena, mostrando rabiosa actualidad en los temas que trata y en su forma de afrontarlos. Como no podía ser de otra manera, la superficialidad del mundo moderno y la dependencia de las nuevas tecnologías están presentes en todo momento e incluso se (re)convierten en parte fundamental del dispositivo. Con tantas ventanas abiertas es mucho más sencillo que los espíritus y las presencias malignas (más bien perturbadoras, como llama cierto personaje incorpóreo a los temores de la protagonista) se introduzcan en nuestras vidas y traten de alterarlas o de potenciar nuestros demonios, cada vez más fuertes y amenazantes. Quizá debamos anteponer la etiqueta de película perturbadora a la de película de terror cuando hablemos de ella, en el caso de que tuviéramos la capacidad de diferenciar dos términos y/o sentimientos que se confunden y entremezclan en nuestra percepción. Pero mejor no la clasifiquemos, pues jamás haríamos justicia a una de esas pocas películas tan grandes como importantes que llegan anualmente a nuestras salas (esta llegará, no sabemos cuándo, pero llegará).
Da mucha pena abandonar las imágenes de una obra que se piensa a sí misma en cada imagen, que esquiva la solución fácil en pro de mantener la improbable coherencia de un relato fantasmal. Assayas sabe sacarle partido a su musa Kristen Stewart, que sin falta de maravillar con su interpretación, resulta perfectamente creíble como esa personal shopper y médium afligida que vaga sin rumbo por el mundo de los espíritus. Las imágenes de la cinta, tan reales como la vida misma -según lo que podamos entender por esto dentro de la diégesis-, nos invitan a desentrañar todos y cada uno de sus significados. Director y actriz viajan hacia el más allá y nosotros les acompañamos, víctimas de la atracción de este thriller psicológico y atmosférico, terrorífico cuando se lo propone y brillante en su totalidad. La penumbra que invade la mansión que vemos al principio de Personal Shopper es la situación del espectador frente al propio relato, fascinado (o todo lo contrario, pues parece ser que nos encontramos ante un filme de extremos) por lo que acontece en pantalla, por lo que no acontece y por lo que puede acontecer. Una delicia para los aficionados de títulos como Irma Vep y Demonlover, con los que hay tantas similitudes como puntos de ruptura. Assayas, que entiende perfectamente el mundo contemporáneo y su incidencia en el cine, no deja de actualizar sus discursos y perfeccionar la forma de sus criaturas, tan cambiantes como coherentes y duraderas.
5 de diciembre de 2016
5 de diciembre de 2016
5 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se puede contemplar 1898. Los últimos de Filipinas como un ejercicio de contradicciones, tanto en el marco ideológico de la película, como en las prestaciones del debutante Salvador Calvo, experimentado en el terreno televisivo. Esta cinta narra el episodio histórico conocido como el sitio de Baler, donde 57 soldados españoles defendieron la plaza de la iglesia de un pueblo durante prácticamente un año, siendo muchos menos que los nativos y subsistiendo como bien se las pudieron arreglar. Lo más chocante del asunto es que la gran mayoría de batallas se libraron cuando España ya le había vendido la isla a los estadounidenses por 20 millones de dólares, y los filipinos trataron de convencer a los tenientes y sargentos del ejército, que daban por hecho que los periódicos que les entregaban estaban falsificados.
Volviendo al tema de las contradicciones, sería conveniente hablar, en primer lugar, del aroma antibelicista que desprenden las imágenes del film en prácticamente sus dos horas de metraje. La cámara se sitúa siempre, si no junto a ellos, sí a favor de los jóvenes inexpertos que se jugaron la vida sin saber en muchos casos por qué. En cuanto a los tres autoridades de la misión, su retrato tan cercano como brutal genera cualquier sentimiento excepto simpatía. El espectador no tiene dudas respecto a la disyuntiva que se plantea, pero la propia película se muestra insegura e incongruente a la hora de concluir, lanzando un mensaje heroico que pone en tela de juicio las intenciones reales de la superproducción.
Por otra parte, y en esta ocasión con más pros que contras, Calvo demuestra dominar a la perfección el lenguaje cinematográfico para elaborar la puesta en escena de su ópera prima. Seguro que el excelente trabajo fotográfico de Álex Catalán tiene mucho que ver en esto, pero no le resta méritos a un director que sabe dónde colocar la cámara, cuándo realizar movimientos e incluso cómo hacerlo. Sin embargo, la falta de dejes televisivos en la dirección contrasta con el carácter episódico del guion, que impide que la cinta brille por su irregularidad. Las motivaciones de los personajes, la justificación de sus actos y sus arcos dramáticos adquieren importancia y la pierden de forma abrupta y conveniente, como si dentro de la propia película empezarán y concluyeran varios capítulos. Es evidente que no nos encontramos ante una historia de matices, cualidad de la que solo puede presumir el personaje interpretado por Álvaro Cervantes, eje antibelicista de la narración.
A la estupenda fotografía de Catalán (genial el trabajo en la oscuridad y con la lluvia, elementos que predominan en la cinta) hay que sumarle la notable composición de Roque Baños, que llenan de interés hasta el plano más insustancial. En cuanto al reparto, en el que conviven y se retroalimentan dos generaciones de actores masculinos, impera la corrección. Mientras Eduard Fernández y Luis Tosar cumplen sin despeinarse, utilizando registros que prácticamente les son propios, Emilio Palacios y Álvaro Cervantes sorprenden con su carismática presencia. Sin embargo, también hay lugar para las sombras: si Javier Gutiérrez está sobreactuado en su histrionismo, como ya le pasara en El olivo, Miguel Herrán no ofrece un solo matiz que no presentara en A cambio de nada, donde se hizo con el merecido Goya al mejor actor revelación.
En el cómputo global, no puede decirse que 1898. Los últimos de Filipinas sea una mala película. Salvador Calvo demuestra oficio y logra mantener el interés incluso en las batallas, que están rodadas como si los enemigos fueran la inteligencia artificial de un videojuego en el nivel más sencillo. Pero en el restos de aspectos predomina la torpeza, impidiendo que el buen hacer sobrepase el plano más superficial de cuantos existen. Tampoco ayuda su conclusión reaccionaria, que trastoca la mirada que habíamos proyectado sobre ella hasta entonces. Al final, puede que el director pertenezca al primer tipo de soldados, entre los que se encuentran aquellos que prefieren buscar medallas antes que regresar a casa.
Volviendo al tema de las contradicciones, sería conveniente hablar, en primer lugar, del aroma antibelicista que desprenden las imágenes del film en prácticamente sus dos horas de metraje. La cámara se sitúa siempre, si no junto a ellos, sí a favor de los jóvenes inexpertos que se jugaron la vida sin saber en muchos casos por qué. En cuanto a los tres autoridades de la misión, su retrato tan cercano como brutal genera cualquier sentimiento excepto simpatía. El espectador no tiene dudas respecto a la disyuntiva que se plantea, pero la propia película se muestra insegura e incongruente a la hora de concluir, lanzando un mensaje heroico que pone en tela de juicio las intenciones reales de la superproducción.
Por otra parte, y en esta ocasión con más pros que contras, Calvo demuestra dominar a la perfección el lenguaje cinematográfico para elaborar la puesta en escena de su ópera prima. Seguro que el excelente trabajo fotográfico de Álex Catalán tiene mucho que ver en esto, pero no le resta méritos a un director que sabe dónde colocar la cámara, cuándo realizar movimientos e incluso cómo hacerlo. Sin embargo, la falta de dejes televisivos en la dirección contrasta con el carácter episódico del guion, que impide que la cinta brille por su irregularidad. Las motivaciones de los personajes, la justificación de sus actos y sus arcos dramáticos adquieren importancia y la pierden de forma abrupta y conveniente, como si dentro de la propia película empezarán y concluyeran varios capítulos. Es evidente que no nos encontramos ante una historia de matices, cualidad de la que solo puede presumir el personaje interpretado por Álvaro Cervantes, eje antibelicista de la narración.
A la estupenda fotografía de Catalán (genial el trabajo en la oscuridad y con la lluvia, elementos que predominan en la cinta) hay que sumarle la notable composición de Roque Baños, que llenan de interés hasta el plano más insustancial. En cuanto al reparto, en el que conviven y se retroalimentan dos generaciones de actores masculinos, impera la corrección. Mientras Eduard Fernández y Luis Tosar cumplen sin despeinarse, utilizando registros que prácticamente les son propios, Emilio Palacios y Álvaro Cervantes sorprenden con su carismática presencia. Sin embargo, también hay lugar para las sombras: si Javier Gutiérrez está sobreactuado en su histrionismo, como ya le pasara en El olivo, Miguel Herrán no ofrece un solo matiz que no presentara en A cambio de nada, donde se hizo con el merecido Goya al mejor actor revelación.
En el cómputo global, no puede decirse que 1898. Los últimos de Filipinas sea una mala película. Salvador Calvo demuestra oficio y logra mantener el interés incluso en las batallas, que están rodadas como si los enemigos fueran la inteligencia artificial de un videojuego en el nivel más sencillo. Pero en el restos de aspectos predomina la torpeza, impidiendo que el buen hacer sobrepase el plano más superficial de cuantos existen. Tampoco ayuda su conclusión reaccionaria, que trastoca la mirada que habíamos proyectado sobre ella hasta entonces. Al final, puede que el director pertenezca al primer tipo de soldados, entre los que se encuentran aquellos que prefieren buscar medallas antes que regresar a casa.
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