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Críticas 146
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
8 de junio de 2021
17 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé si merece la pena explicar los entresijos del argumento. Digamos que dos amigos encuentran una mosca gigante a la que pretenden adiestrar. Ni siquiera sé si ha de gastarse tiempo explicando la trama de cualquiera de las otras películas de Dupieux, pues se trata de un cine en el que un gag deja paso a otro. Como hicieran en su día los Monty Python y asumiendo un estilo completamente televisivo el motor de la narración consiste en un encadenamiento de sketches orientados, efectivamente, en el mismo sentido, pero sin que nadie parezca saber en qué dirección.

He ahí lo verdaderamente desternillante de Mandibules. Dos infelices con muy pocas luces y a cargo de una tarea muy sencilla van y se distraen con una mosca. Pues vaya. En cualquier momento podrían decir la verdad, incluso apartarse de la gente que encuentran en su camino, y todo el lío se acabaría. Pero no. No sólo es que mientan, porque claro que mienten, sino que ni siquieran elaboran una coartada. En cambio, según se van hundiendo en el fango de su fraude y cuando se ven entre la espada y la pared, inexplicablemente, caen de pie. El alibí les aparece ya resuelto por el resto de personajes, quienes presuponen a los protagonistas más listos de lo que en realidad son. Por consiguiente, éstos sólo tienen que responder afirmativamente con una onomatopeya y la mentira vuelve a ganar credibilidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En una de sus escenas más míticas, a su vez una de mis favoritas de la historia del cine, Hitchcock utilizaba el silencio como condicionante para influír en la respuesta del público, En Los pájaros el personaje de Jessica Tandy descubría horrorizada el cádaver de su vecino, al que las aves habían arrancado los ojos. En vez de gritar, la mujer salía corriendo de la casa, incapaz de articular sonido alguno tras el shock de la imagen. Esta respuesta de la actriz no sólo resultaba verosímil en respuesta al hecho de toparse frente a frente con una visión horrenda, sino que además suponía una oportunidad para que los espectadores, tan sorprendidos como el personaje, se oyeran a sí mismos gritar de pavor.

Algo similar ocurre en Mandibules. El personaje de Adèle Exarchopoulos, sospechando que los invitados de su mejor amiga esconden algo en la habitación, allana el cuarto del dúo protagonista para encontrarse de bruces con una estampa horripilante: una mosca gigante que campa a sus anchas. Durante varios segundos, planos y contraplanos entre la mosca, impasible, y la actriz, inmóvil y boquiabierta, se suceden en silencio.

En esta ocasión, al contrario que con el clásico de Hitchcock, el público no grita, o no de espanto, si acaso. Sino que resopla entre dientes intentando disimular, luchando por contener la risa para no romper el silencio, para no interrumpir la escena que se alarga de manera exagerada. En vano, por supuesto, ya que una risa reprimida es mucho más contagiosa que una risotada liberada. Es por ello que otras risas tímidas se van uniendo mientras los rostros de la actriz y del insecto se turnan en la pantalla. Hasta que ocurre lo inevitable: carcajada general incontenible en el patio de butacas.

La película es una huída sin rumbo cuando no era necesario ni siquiera echar a correr. Es por eso que la escena ya mencionada entre Adèle Exarchopoulos y la mosca cobra tanta fuerza y resulta tan descacharrante. Agnès, su personaje, es una chica que desde un traumatismo sufrido hace años sólo puede hablar a gritos. Desde entonces el vínculo con sus amigas no hizo más que reforzarse. Es por ello, que cuando su mejor amiga invita a esa pareja de patanes a pasar el fin de semana con el grupo de amigas Agnès, queriendo protegerlas, desconfía.

Lo que comienza como un simple desdén de Agnès hacia los dos hombres, con ciertas pullas y reproches, termina evolucionando en acusaciones erróneas, aunque eso sí, más que fundadas. De este modo, Agnès decide pasar a la acción y entrar en la habitación de los invitados para saber qué esconden allí dentro...

Una. Mosca. Gigante.

Ese silencio que se prolonga demasiado resulta hilarante no sólo por la situación absurda ni por la mueca de la fabulosa actriz. Agnès sería el único personaje capaz de destapar la raquítica estrategia de los protagonistas y cuando por fin lo hace, la incredulidad ante el descubrimiento la sobrepasa y se queda instantáneamente fuera de juego. Los desgraciados tienen vía libre de nuevo y lo que es más cómico aún, sin ser, una vez más, por méritos propios.

Inconscientemente esperamos que la chica que lleva chillando desde que entró en escena, grite en el mismísimo segundo en el que vea la mosca. Por inercia esperamos un alarido que no llega y en su lugar nos enfrentamos a un silencio que, por imprevisible, nos noquea y nos saca de la situación con una risa de estupefacción a la que sigue una carcajada cuando volvemos a ser conscientes del disparate que es Mandibules.

La película se regocija en su sinsentido y rompe todos los esquemas a su público, que se rinde al dislate en sonora celebración. Incluso la pareja de antihéroes parecen recobrar un mínimo de lucidez en el desenlace, pero como ya ocurría en Au poste!, justo en el último segundo Dupieux no nos deja escapar del delirio. Una mirada que atraviesa la cuarta pared nos anuncia que la extravagancia continúa y que el público formamos parte de ella

¡Toro!

hommecinema.blogspot.com
6 de noviembre de 2020
16 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nadie puede escapar a su destino, a la obligación moral que los dioses le imponen. Ni siquiera hoy, en un Berlín contemporáneo. De nada sirve huir por sus callejones, bordear sus edificios restaurados, tirarse a sus canales o sumergirse en sus embalses, pues el deber ha de cumplirse sobre tierra o bajo el agua. Solamente cuando impongamos justicia a nuestros traidores, tan solo en ese momento podremos desaparecer tranquilamente en las profundidades.

Ondine es un laberinto urbano frío, húmedo y rígido en cuyo centro late un corazón desgarrado repleto de rabia. Desde el primer momento nos hipnotiza con una escena de ruptura en un café y con una promesa a regañadientes. La mujer huye del lugar y se refugia en su trabajo, justo en el edificio de al lado. Tras recomponerse en el vestuario, presenta a los asistentes una maqueta del complejo urbanístico, cuando, de pronto, ve en el modelo la terraza en la que acaban de abandonarla.

Un zoom de Petzold a la mesa y al hombre en miniatura nos muestra el bucle en el que la protagonista se encuentra. Algo pendiente de resolver ha quedado en ese momento, desde el primer plano mostrado al público. La película comienza en el momento en que la protagonista huye de su destino. Incluso más adelante, cuando la mujer intente rehacer su vida, las señales son evidentes: las aguas reclaman lo que les pertenece.

La tragedia de Ondine fascina por su tono, contenido y aún así nos brinda una obra visceral en cuanto al juego de actores. La frialdad que caracterizan los mitos germánicos impregnan la realización de Petzold, cuya cámara no tiembla cuando sigue el implacable destino de la ninfa, que se nos sugiere desde los primeros minutos de la película. Un acuario, un buzo, una presa y finalmente, una piscina. Cuando los hombres que vagan la tierra se muestran crueles y despiadados, el agua es el único lugar donde encontrar la paz. Las ondas fluviales, libres y móviles contrastan con las rígidas rectas, fijas que constituyen el mundo arquitectónico al que Ondine se dedica con devoción.

La guía y el buzo, la nueva pareja componen un refugio emocional en el que la ternura aflora, en el que el sentimiento ocupa el centro de la película en un entorno tan hostil. La película es un momento de respiro antes de que la fatalidad nos reclame, un paréntesis bajo los rayos del sol en el que el tiempo se detiene, donde olvidamos el pasado y no nos preocupamos por el futuro. Hasta que un día, por desgracia, levantemos la mirada por encima del hombro de quien nos acompaña y comprendamos que el deber siempre llama.

hommecinema.blogspot.com
25 de noviembre de 2021
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al amanecer, un ruido sordo despierta a Jessica. Cuando el sonido empieza a manifestarse con frecuencia, decide consultar a Hernán, un técnico de sonido. Nadie más parece oírlo y la mujer desconoce su origen. "Una bola de cemento, cayendo contra el metal, rodeada de agua de mar" es la descripción que da al joven. Con su mesa de mezclas, intenta entonces dar con el ruido. Esta escena resume el centro de la película, pues tal representación sinestésica supone la sublimación del arte de Weerasethakul, máximo adalid de la experiencia sensorial cinematográfica. Primero sentir, después ya pensar. Memoria es el análisis de un sonido a través de la vista, a través de la mirada tras la cámara. Un sentido descrito con otro sentido.

Podemos dividir la película en dos mitades: la primera, la urbana. La de los cláxones, instrumentos musicales, de tenedores de restaurantes contra la céramica del plato y de pisadas de talones en los suelos de los museos. La segunda, la rural en la jungla. La de los riachuelos, las cigarras y grillos, los volcanes, las hojas que cascabelean cuando el viento las sopla. Pocos planos y sonido constante, esos son los elementos que el cineasta utiliza en Memoria para crear la atmósfera en la que quiere que penetremos.

Es, quizás, su trabajo más minucioso técnicamente y a la vez, qué paradoja, su obra más minimalista en cuanto a puesta en escena. El aspecto místico de sus otras obras, en el que la mitología y la religión cobraban gran importancia, aquí se ve reducido a una mención a Cristo de una médico un tanto terca.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La búsqueda del sonido protagonista hace que huyamos de la civilización para adentrarnos en la naturaleza salvaje. Sin embargo, se revela que el sonido no pertenece a ningún lugar, sino a una época pasada, es un recuerdo, una memoria. Pasamos así de un marco espacial a uno temporal. De la sensación al recuerdo, de la experiencia sensorial a la extradimensional.

Weerasethakul es un insomne declarado. En 2018 su corto Blue representaba el insomnio de una de las maneras más poéticas jamás vistas y aquí su protagonista tampoco puede dormir. Ese ruido, esa memoria, la perturba. Cuando los ecos del pasado torturan al desvelado, el insomne se convierte entonces en sujeto consciente frente al dormido, inconsciente. La empatía del que sufre contrasta con la apatía del que descansa. No poder dormir es un acto heroico.

hommecinema.blogspot.com
Podcast: Los Vitelloni
19 de septiembre de 2017
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se trata de una película desconcertante. No sólo por su componente surrealista, sino también por su composición. Hablamos de una extraña mezcla entre cine social y fantástico que no termina de cuajar, precisamente por no desarrollar debidamente ninguno de los dos estilos. Comparándolo con sus paisanos contemporáneos, podríamos decir que Escalante se queda a medio camino de Michel Franco y de Carlos Reygadas, sin decidirse por ninguno de los dos caminos a tomar.

La parte social, pese a intentar enriquecerla con una trama de traición en el seno familiar, se acerca peligrosamente al síndrome del perro apaleado. Es decir, al miserabilismo, a la recreación del director con la violencia psicológica y física sufrida tanto por los niños, por la protagonista y por su hermano homosexual. El espectador se convierte en un voyeur condescendiente que observa con lástima a esa familia, no hay denuncia, no hay complicidad, sólo morbo.

Por otra parte, la trama surrealista se presenta fascinante y desde luego se desarrolla mucho menos de lo que desearíamos. Una misteriosa bestia cuyos orígenes desconocemos y que tiene por fin complacer sexualmente a quien la visita. Eso sí, con el riesgo de herir al invitado si este no supiera canalizar esa energía, metáfora de la frustración y la represión. Una propuesta atractiva a la que llegamos demasiado tarde. Las escenas que conciernen la misteriosa montaña están cuidadas al detalle, perfectamente rodadas, planeadas, son además misteriosas, ensoñadoras e incluso bucólicas. Sirven como respiro al dolor de la vida de la protagonista y captan nuestra atención en todo momento. Desgraciadamente, son insuficientes.

La impresión que deja La región salvaje es la de dos películas mal combinadas para obtener una sola, sin disolución efectiva.

hommecinema.blogspot.fr
4 de diciembre de 2018
26 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Roma, el barrio de Ciudad de México donde Cuarón creció. El director firma su obra más personal; con gran peso autobiográfico, de hecho; para resaltar aquello que le pasó inadvertido siendo niño: la vida de las sirvientas de su casa y el caldeado clima social de la ciudad y del país en los años 70. Seguimos el día a día de Cleo, la asistenta de esta familia burguesa, que recorre la casa y el barrio haciendo recados, ajena a los sucesos tanto personales como sociales, que Cuarón nos sugiere en los márgenes de las imágenes que nos muestra.

Porque esa es la principal baza de la película: la composición de la imagen, sobre todo el uso de la profundidad de campo. Nada nuevo si recordamos el impecable trabajo de fotografía en la carrera de Cuarón, principalmente en el terreno de ciencia-ficción. Sin embargo, sí que sorprende este espectacular despliegue técnico para un drama en el que la acción rara vez ocurre en el centro de la pantalla.

Desde la primerísima escena de la película Cuarón nos deja claro el capital papel de la composición del plano. El reflejo del cielo se desdibuja en el agua de las baldosas recién fregadas de un patio. La imagen se vuelve borrosa a medida que el agua fluye y entonces, el reflejo de un avión cruza la pantalla. No es el único avión que veremos en la película, pues se trata de un truco, tan simple como efectivo, para, como ya habíamos dicho, aumentar la profundidad del plano. El mejor ejemplo de esta composición sería el de la clase colectiva de artes marciales al aire libre. En primer plano, Cleo y los espectadores, a distancia media, los jóvenes realizando la coreografía y al fondo, en el cielo, de nuevo los aviones.

Al igual que se ha hecho durante siglos en la pintura para representar los paisajes, el detalle en los elementos alejados del espectador contribuyen a componer la perspectiva. Es por ello que se podría decir que parte del trabajo fotográfico de Roma recae sobre la composición de cuadros en movimiento. Directores como Béla Tarr, Pawlikowski e incluso Coppola con Tetro han perfeccionado esta composición en los últimos años, regalándonos imágenes asombrosas. Estos son unos pocos de los nombres que vienen a la mente cuando admiramos el blanco y negro de Cuarón. Pero el mexicano osa expandir los límites de la imagen hasta lograr panorámicas espectaculares que nada tienen que envidiar a los ya mencionados gracias al sumo cuidado de cada elemento, de cada detalle que componen los cuadros.
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Pero eso no es todo, si los planos fijos son asombrosos, las secuencias en movimiento tampoco se quedan atrás y cabe destacar unas cuantas. Por ejemplo, en el interior de la casa, a medida que Cleo realiza las tareas, la cámara en un punto fijo realiza un giro de 360º, lentamente, lo suficiente para ver a la sirvienta recoger la mesa al tiempo que tras una puerta entreabierta vemos al matrimonio de la familia discutiendo. Otra escena, la del incendio, ocurre en un travelling horizontal que va iluminando la imagen a medida que nos acercamos al fuego. Aunque si de travelling horizontal se trata, quizás la que mejor transmite la tensión sea la de la ola, poniéndonos el corazón en un puño en un movimiento de cámara en vaivén durante un par de minutos.

Por último, la que sin duda es la escena mejor construída de la película, es la de la mueblería, que combina todo tipo de movimientos de cámara casi en la misma toma. Dos mujeres buscan un mueble, la càmara las sigue con un movimiento de rotación en punto fijo. En el momento en que el ruido se escucha, la cámara gira hacia la ventana, mostrándonos el exterior, lleno de extras, de refilón, sin necesidad de sumergirse en la turba. La cámara sigue girando para captar la acción dentro de la tienda y se para cuando una mano sujeta un objeto en plano fijo, para, segundos después, abrir este mismo plano y sorprender al espectador con un giro de guión.

Todas las películas de Cuarón son un prodigio técnico, desde sus films más intimistas como éste o Y tu mamá también a sus extravagancias epatantes como Hijos de los hombres o Gravity. Nada malo puede decirse de este aspecto, que por sí solo ya supone un mérito mayúsculo. Desgraciadamente, la película no alcanza la perfección a causa de una nota discordante: la emoción. Al ser una película de gran peso autobiográfico, Cuarón deja en muy buen lugar sus orígenes y aseptiza la clase acomodada sin sacar demasiados trapos sucios ni siquiera un mínimo de autocrítica. Por otro lado, el perfil de Cleo de ingenuo y complaciente que es resulta casi caricaturesco. Cuarón firma así un texto tan autocomplaciente como condescendiente con su protagonista. Por no hablar de la escena de mayor impacto, la que ocurre en el hospital: innecesaria, de mal gusto, impuesta al espectador para obligarle a emocionarse como si nos apuntasen con una pistola. Un traspiés importante que no acompaña la majestuosidad de un conjunto digno de estudio, imagen a imagen.


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