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Críticas ordenadas por utilidad
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6,0
92
6
19 de septiembre de 2012
19 de septiembre de 2012
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El 7 de enero de 1941 se inauguró un espacio en una radio norteamericana una serie de programas la radio bajo el título “Inner Sanctum Mystery”. Fue un espacio que tuvo indudable éxito ya que duró hasta 1952 y constó de 526 episodios. Por el pasaron figuras como Orson Welles, Boris Karloff o Frank Sinatra. Junto a estas emisiones, la Universal produjo una pequeña serie de seis películas protagonizadas por Lon Chaney Jr. tomando argumentos de la serie radiofónica. La idea formaba parte de las series de terror, ciencia ficción y suspense que había venido desarrollando desde 1923, series que se la conoció como “Universal Monsters”.
Doctor Muerte (Calling Dr. Death) es la primera película de esa pequeña serie y el primer trabajo de Reginald Le Borg, tras su incorporación a la Universal a principios de los 40. Se trata de una película de suspense, muy alejada del terror, que en ciertos momentos recuerda el estilo de un Hitchcock que ya había hecho su recorrido europeo. Es un producto clásico de la serie B de limitados medios en personas y escenarios, pero tiene esa dignidad típica de bastantes películas de la serie.
Lon Chaney ocupa el papel principal, el de un médico que practica el hipnotismo como terapéutica y que sufre una amnesia temporal que le deja indefenso ante una serie de pistas que le señalan como asesino de su esposa. La cosa se complica cuando otra persona es acusada y condenada de ese asesinato y el protagonista, el Dr. Steele, es atormentado por la idea de que es inocente, siendo él el verdadero culpable. La película discurre entre el apoyo que le presta su enfermera Stella (interpretada por Patricia Morrison) y el acoso de que le hace víctima el Inspector Gregg (J. Carrol Naish). Por esa razón junto al componente de suspense parece el propio de película psicológica, que da lugar a una casi constante utilización de la voz en off para expresar las ideas del Dr. Steele.
La película mantiene así su interés hasta el final sin aspectos que merezcan destacare o criticarse especialmente. O sea, un entretenida película de la serie B de los 40 si más.
Doctor Muerte (Calling Dr. Death) es la primera película de esa pequeña serie y el primer trabajo de Reginald Le Borg, tras su incorporación a la Universal a principios de los 40. Se trata de una película de suspense, muy alejada del terror, que en ciertos momentos recuerda el estilo de un Hitchcock que ya había hecho su recorrido europeo. Es un producto clásico de la serie B de limitados medios en personas y escenarios, pero tiene esa dignidad típica de bastantes películas de la serie.
Lon Chaney ocupa el papel principal, el de un médico que practica el hipnotismo como terapéutica y que sufre una amnesia temporal que le deja indefenso ante una serie de pistas que le señalan como asesino de su esposa. La cosa se complica cuando otra persona es acusada y condenada de ese asesinato y el protagonista, el Dr. Steele, es atormentado por la idea de que es inocente, siendo él el verdadero culpable. La película discurre entre el apoyo que le presta su enfermera Stella (interpretada por Patricia Morrison) y el acoso de que le hace víctima el Inspector Gregg (J. Carrol Naish). Por esa razón junto al componente de suspense parece el propio de película psicológica, que da lugar a una casi constante utilización de la voz en off para expresar las ideas del Dr. Steele.
La película mantiene así su interés hasta el final sin aspectos que merezcan destacare o criticarse especialmente. O sea, un entretenida película de la serie B de los 40 si más.

6,1
238
8
27 de septiembre de 2011
27 de septiembre de 2011
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un recuerdo elogiable
Dentro de la cinematografía ha alcanzado un cierto desarrollo las llamadas parodias. Un estilo que, cuando está bien realizado, está entre el homenaje y la caricatura, sin encerrar nunca crueldad. “Movie, movie” es ya un título preciso para orientar lo que se trata de rememorar: aquellos cines de sesión continua que ocuparon una décadas y que, sin duda, constituyeron una forma de exhibición que el público agradeció con su asistencia,
Stanley Donen al abordar “Movie, movie” no trata de evocar esas sesiones de dos películas que solían sucederse durante varias horas. Rememora, al mismo tiempo, la simplicidad y esquematismo de muchos de los argumentos de aquellas películas en blanco y negro que entretenían a la gente mientras mostraban escenarios lujosos. Como anécdota recuerdo que en torno al año 1950 volvía a ver en el último pase “Las zapatillas rojas”; fue una versión absolutamente distinta de la contemplada unos días antes en el mismo cine: el operador, dado que tenía que devolver las bobinas, había vuelto a pegar todos los cortes que había realizado para que una película de casi dos horas y cuarto se convirtiera en el metraje adecuado de la sesión continua.
Al comenzar “Movie, movie” una persona recuerda aquellos tiempos en que “el chico siempre conseguía a la chica, el crimen se pagaba y la única palabra gruesa que se oía era caramba”. La “double feature” americana y la “sesión continua” española cuadraban con tiempos duros de postguerra y crisis económica. Hoy serían inimaginables, aunque curiosamente hayan sido sustituidos por la visión troceada y sucesiva de películas en la televisión animados por el zapping y armado alguien con el mando a distancia.
Stanley Donen es un director que domina perfectamente el oficio. Tiene además un sentido de refinamiento que encaja perfectamente con el que pudo existir en aquellas películas. Algo realmente elogiable es el tráiler que intercala entre las dos, suficiente para parodiar muchas de aquellas películas y aquellas sesiones. Pero más allá de ello, emplea técnicas de los viejos tiempos: superposición de imágenes, fundidos. O la forma de actuación de los personajes. Hasta la moraleja final, donde la parodia quizá es excesiva pero perdonable.
Resulta curioso que sea precisamente su mejor película “Cantando bajo la lluvia” la que parezca rememorarse en la segunda parte de ambiente musical.
Dentro de la cinematografía ha alcanzado un cierto desarrollo las llamadas parodias. Un estilo que, cuando está bien realizado, está entre el homenaje y la caricatura, sin encerrar nunca crueldad. “Movie, movie” es ya un título preciso para orientar lo que se trata de rememorar: aquellos cines de sesión continua que ocuparon una décadas y que, sin duda, constituyeron una forma de exhibición que el público agradeció con su asistencia,
Stanley Donen al abordar “Movie, movie” no trata de evocar esas sesiones de dos películas que solían sucederse durante varias horas. Rememora, al mismo tiempo, la simplicidad y esquematismo de muchos de los argumentos de aquellas películas en blanco y negro que entretenían a la gente mientras mostraban escenarios lujosos. Como anécdota recuerdo que en torno al año 1950 volvía a ver en el último pase “Las zapatillas rojas”; fue una versión absolutamente distinta de la contemplada unos días antes en el mismo cine: el operador, dado que tenía que devolver las bobinas, había vuelto a pegar todos los cortes que había realizado para que una película de casi dos horas y cuarto se convirtiera en el metraje adecuado de la sesión continua.
Al comenzar “Movie, movie” una persona recuerda aquellos tiempos en que “el chico siempre conseguía a la chica, el crimen se pagaba y la única palabra gruesa que se oía era caramba”. La “double feature” americana y la “sesión continua” española cuadraban con tiempos duros de postguerra y crisis económica. Hoy serían inimaginables, aunque curiosamente hayan sido sustituidos por la visión troceada y sucesiva de películas en la televisión animados por el zapping y armado alguien con el mando a distancia.
Stanley Donen es un director que domina perfectamente el oficio. Tiene además un sentido de refinamiento que encaja perfectamente con el que pudo existir en aquellas películas. Algo realmente elogiable es el tráiler que intercala entre las dos, suficiente para parodiar muchas de aquellas películas y aquellas sesiones. Pero más allá de ello, emplea técnicas de los viejos tiempos: superposición de imágenes, fundidos. O la forma de actuación de los personajes. Hasta la moraleja final, donde la parodia quizá es excesiva pero perdonable.
Resulta curioso que sea precisamente su mejor película “Cantando bajo la lluvia” la que parezca rememorarse en la segunda parte de ambiente musical.

6,8
57.449
8
19 de noviembre de 2007
19 de noviembre de 2007
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Woody Allen ha malacostumbrado al “personal” con eso de la película anual. La ventaja que tiene es que se ve de alguna forma obligado a cambiar en cada una de estilo, de enfoque, de tema e idea, de todo lo que puede cambiar sin dejar a mismo tiempo de ser.
Scoop ha tenido la mala suerte de suceder a Match Point, película que una persona que no aguante a Woody Allen podía verla sin problema e, incluso, ignorando quien es el director, disfrutarla. Scoop, en ese sentido, presenta un contrapunto abrupto: la dirige y la interpreta Woody Allen, y lo hace sin el menor disimulo y con su clásico sello.
Por ello, simplemente por contraste, a Scoop se la ha encuadrado en el género menor de Woody Allen. Ello no impide, sino que determina, que deba ser considerada como una película dotada del encanto de sus películas menores que no por serlo, son inferiores a las mayores, calificadas como tales sólo por ser serias. Que tienen la ventaja de que no solamente el guionista y director suele interpretarlas sino que además deja en ellas sus frases, sus ironías, sus juicios, sus críticas.
El remedo de la barca de Caronte o el impertérrito Caronte encapuchado que la guía ya anuncian el desquiciamiento en que se va a mover la película. El mago sobrepasado por sus experimentos, la investigadora sobrepasada por sus sentimientos, el más allá irrumpiendo extemporánea e inesperadamente en el más acá, es decir, sobrepasándolo: no puede pedirse congruencia o consistencia a ciertos hechos, pero así es Woody Allen.
Da la sensación de que cada vez más, Woody Allen toma más y más de Hitchcock. Ya tenia referencias claras en Match Point, y en Scoop no las oculta. Y no solamente en ciertos aspectos del famoso suspense, sino sobre todo en el especial humor de que Alfred Hitchcock solía salpicar sus películas. Un ejemplo: la preocupación de mago por la conducción por la izquierda de la Gran Bretaña. Pero sin olvidar en ningun momento la recurrencia a cierto suspense.
Scoop, en suma, es un típico producto de la factoría Allen: perfección técnica, humor y entretenimiento.
Scoop ha tenido la mala suerte de suceder a Match Point, película que una persona que no aguante a Woody Allen podía verla sin problema e, incluso, ignorando quien es el director, disfrutarla. Scoop, en ese sentido, presenta un contrapunto abrupto: la dirige y la interpreta Woody Allen, y lo hace sin el menor disimulo y con su clásico sello.
Por ello, simplemente por contraste, a Scoop se la ha encuadrado en el género menor de Woody Allen. Ello no impide, sino que determina, que deba ser considerada como una película dotada del encanto de sus películas menores que no por serlo, son inferiores a las mayores, calificadas como tales sólo por ser serias. Que tienen la ventaja de que no solamente el guionista y director suele interpretarlas sino que además deja en ellas sus frases, sus ironías, sus juicios, sus críticas.
El remedo de la barca de Caronte o el impertérrito Caronte encapuchado que la guía ya anuncian el desquiciamiento en que se va a mover la película. El mago sobrepasado por sus experimentos, la investigadora sobrepasada por sus sentimientos, el más allá irrumpiendo extemporánea e inesperadamente en el más acá, es decir, sobrepasándolo: no puede pedirse congruencia o consistencia a ciertos hechos, pero así es Woody Allen.
Da la sensación de que cada vez más, Woody Allen toma más y más de Hitchcock. Ya tenia referencias claras en Match Point, y en Scoop no las oculta. Y no solamente en ciertos aspectos del famoso suspense, sino sobre todo en el especial humor de que Alfred Hitchcock solía salpicar sus películas. Un ejemplo: la preocupación de mago por la conducción por la izquierda de la Gran Bretaña. Pero sin olvidar en ningun momento la recurrencia a cierto suspense.
Scoop, en suma, es un típico producto de la factoría Allen: perfección técnica, humor y entretenimiento.
7
21 de agosto de 2014
21 de agosto de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los DVDs han dado una vida nueva al cine en un aspecto concreto. No es preciso resignarse a no ver determinadas películas porque ya dejaron de ser taquilleras. Los viejos cines de sesión continua paliaban algo esa función reponiendo antiguos éxitos; el resto caía en el olvido o había que rebuscarlo en cines especializados. Los DVDs (en menor medida lo hicieron las viejas casetes) han permitido sacar de los viejos baules películas que no vimos en su día o que deseamos volver a ver. Y claro, los DVDs pronto dejarán paso a nuevas tecnologías que amplíen aún más esas posibilidades.
Una de las consecuencias de esa vida nueva es que podemos asomarnos a películas como “El príncipe de los zorros”, una curiosa muestra del cine de Henry King, reveladora de la inquietud que siempre tuvo este director. Sería injusto calificarla simplemente de cine de aventuras, equivocado hablar de cine romántico e incorrecto ver solamente algo histórico. Sobre todo ello vuela todo un dilema personal que da verdadero sentido a la película. Todo gravita sobre el problema de la lealtad centrado el personaje central de Andrea Orsini interpretado por Tyrone Power.
Esa idea de la lealtad y la fidelidad aparece en otros personajes como el conde Varano en relación con su pueblo o la de su esposa Camila en relación con su marido. Como contraste continuo y medio de resaltarla aparece la inmoralidad de Cesar Borgia y la pasión por la traición del felón que acompaña a Orsini. Por descontado, por medio hay batallas y duelos a espada, bien realizados aunque solo sean soporte del guion. Los años, claro, se notan pero permiten apreciar el valor que en su época tuvieron.
Algo a destacar especialmente es el esfuerzo por reflejar el espíritu de la época. Los recargados vestidos y armaduras que contemplamos son los que podemos ver en los pintores iniciadores del renacentismo. Quizá no sean fieles a aquella época en la medida en que esos pintores fueron infieles a ella, recreándola artísticamente. Otro aspecto muy destacable de la película son los interiores, auténtico recreo para la vista.
Una de las consecuencias de esa vida nueva es que podemos asomarnos a películas como “El príncipe de los zorros”, una curiosa muestra del cine de Henry King, reveladora de la inquietud que siempre tuvo este director. Sería injusto calificarla simplemente de cine de aventuras, equivocado hablar de cine romántico e incorrecto ver solamente algo histórico. Sobre todo ello vuela todo un dilema personal que da verdadero sentido a la película. Todo gravita sobre el problema de la lealtad centrado el personaje central de Andrea Orsini interpretado por Tyrone Power.
Esa idea de la lealtad y la fidelidad aparece en otros personajes como el conde Varano en relación con su pueblo o la de su esposa Camila en relación con su marido. Como contraste continuo y medio de resaltarla aparece la inmoralidad de Cesar Borgia y la pasión por la traición del felón que acompaña a Orsini. Por descontado, por medio hay batallas y duelos a espada, bien realizados aunque solo sean soporte del guion. Los años, claro, se notan pero permiten apreciar el valor que en su época tuvieron.
Algo a destacar especialmente es el esfuerzo por reflejar el espíritu de la época. Los recargados vestidos y armaduras que contemplamos son los que podemos ver en los pintores iniciadores del renacentismo. Quizá no sean fieles a aquella época en la medida en que esos pintores fueron infieles a ella, recreándola artísticamente. Otro aspecto muy destacable de la película son los interiores, auténtico recreo para la vista.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Algo anecdótico: el mismo año, 1949, Orson Welles rueda “El príncipe de los zorros” y “El tercer hombre”. Resulta curioso: es dificil ver a César Borgia y no recordar de inmediato a Harry Lame.
9
15 de abril de 2014
15 de abril de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
De pronto a uno se le cruza fortuitamente el comienzo del primer capítulo de la serie y queda enganchado por las primeras escenas, singularmente por los sonidos que va a acompañar todos los episodios de la serie. Enganchado, busco y compro los 4 DVDs de la serie y puede verla al ritmo que desea, sin publicidad ni interrupciones que son cargas de las series.
Ya he utilizado la palabra “enganchado” y ello constituye una confesión. Entiendo que es ello resultado de la confluencia de dos hechos: un grado notable de los aspectos formales del cine, como pueden ser la iluminación, la fotografía, el sonido o el montaje, y un acercamiento a la palabra que define la serie: “horror”. No terror, sino horror. La misma Academia en su DRAE distingue los dos conceptos. Mientras el terror es un miedo extremo, el horror es una sensación intensa ante algo que espanta; le primero debe ser racional y el segundo no tiene por qué serlo.
American Horror Story es eso: horror. Busca sensaciones que pueden proceder de muchos orígenes: la crueldad y el sadismo, la sangre o gore, el sexo no deseado, la misma irracionalidad. American Horror Story añade un toque surrealista, una renuncia a la explicación, un toque de indefinición, un entreverado de momentos y épocas. Hay que verla sin pedir excesivas explicaciones; ni siquiera esperarlas, porque no se trata de una serie en que Perry Mason al final del episodio explique todo. Y cuando llegan, no hay que analizarlas en absoluto en su racionalidad. Recordemos que estamos hablando de sensaciones y la serie únicamente pretende eso. Las indefiniciones no dejan de ser un toque adicional que hay que considerar absolutamente deliberado.
Hay que reconocer que fantasmas no caben más. Se diría que uno no sabe bien a qué lado está. No se trata de una casa encantada, sino de una casa abarrotada de fantasmas que es otra cosa. Pero no son fantasmas que provoquen el horror por el hecho de serlo, sino por esa especial ambigüedad de que aparecen revestidos perdidos en un tiempo que no se sabe bien cual es. Una ambigüedad que es uno de los factores clave del horror que busca la serie.
Especialmente injustas parecen las críticas dirigidas ese especie de mezcla de solución de problemas y final feliz que parece ser el último episodio, al que se ha tratado de edulcorado como poco. Quizá sean excesivas: lo que se hace en ese episodio es doble. Por un lado introduce una distinción que es clásica en el mundo de los fantasmas y los espíritus: los buenos y los malos, una distinción de la que nunca se ha renegado. Por otro, abre y apunta una nueva historia que nunca veremos.
En suma, un espléndida serie de cine de horror con una calidad que nadie puede poner en duda.
Ya he utilizado la palabra “enganchado” y ello constituye una confesión. Entiendo que es ello resultado de la confluencia de dos hechos: un grado notable de los aspectos formales del cine, como pueden ser la iluminación, la fotografía, el sonido o el montaje, y un acercamiento a la palabra que define la serie: “horror”. No terror, sino horror. La misma Academia en su DRAE distingue los dos conceptos. Mientras el terror es un miedo extremo, el horror es una sensación intensa ante algo que espanta; le primero debe ser racional y el segundo no tiene por qué serlo.
American Horror Story es eso: horror. Busca sensaciones que pueden proceder de muchos orígenes: la crueldad y el sadismo, la sangre o gore, el sexo no deseado, la misma irracionalidad. American Horror Story añade un toque surrealista, una renuncia a la explicación, un toque de indefinición, un entreverado de momentos y épocas. Hay que verla sin pedir excesivas explicaciones; ni siquiera esperarlas, porque no se trata de una serie en que Perry Mason al final del episodio explique todo. Y cuando llegan, no hay que analizarlas en absoluto en su racionalidad. Recordemos que estamos hablando de sensaciones y la serie únicamente pretende eso. Las indefiniciones no dejan de ser un toque adicional que hay que considerar absolutamente deliberado.
Hay que reconocer que fantasmas no caben más. Se diría que uno no sabe bien a qué lado está. No se trata de una casa encantada, sino de una casa abarrotada de fantasmas que es otra cosa. Pero no son fantasmas que provoquen el horror por el hecho de serlo, sino por esa especial ambigüedad de que aparecen revestidos perdidos en un tiempo que no se sabe bien cual es. Una ambigüedad que es uno de los factores clave del horror que busca la serie.
Especialmente injustas parecen las críticas dirigidas ese especie de mezcla de solución de problemas y final feliz que parece ser el último episodio, al que se ha tratado de edulcorado como poco. Quizá sean excesivas: lo que se hace en ese episodio es doble. Por un lado introduce una distinción que es clásica en el mundo de los fantasmas y los espíritus: los buenos y los malos, una distinción de la que nunca se ha renegado. Por otro, abre y apunta una nueva historia que nunca veremos.
En suma, un espléndida serie de cine de horror con una calidad que nadie puede poner en duda.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Se ha criticado también a la serie de ser refrito de otras películas de horror y de terror, algo así como una película de la colección “...story”. Está claro que no lo es, como es también evidente que es impensable realizar una película de horror que no toque temas o situaciones abordados previamente en otras. Pero es que, más allá de esa realidad, American Horror Story tiene algo que probablemente constituye una novedad y que precisamente es lo que da más naturalidad a las presencias fantasmales desligándolas de la servidumbre de lo racional.
Me refiero a la doble visión que ofrece la asistenta. Simultáneamente es vista como una respetuosa persona madura por las mujeres, y como una joven provocadora por los hombres. El primer papel desempeñado por Francés Conroy, nacida en 1953, y el segundo por Alexandra Breckenridge, nacida en 1982. Las dos perfectas.
Me refiero a la doble visión que ofrece la asistenta. Simultáneamente es vista como una respetuosa persona madura por las mujeres, y como una joven provocadora por los hombres. El primer papel desempeñado por Francés Conroy, nacida en 1953, y el segundo por Alexandra Breckenridge, nacida en 1982. Las dos perfectas.
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