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Críticas 122
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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17 de junio de 2011 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Carlos Saura demuestra dotes de cocinero en esta película: primero entresaca de “Amadeus” todo lo concerniente a la creación de la ópera “Don Giovanni”, le agrega los personajes del guionista Lorenzo Da Ponte y de Casanova y procede a revolver, en clave de parodia, la trama histórica. La mezcla la acondiciona en escenarios teatrales, creados exclusivamente en estudios como suele hacer sus películas y empieza el rodaje con los actores, algunos de los cuales parece haber reclutado del mundo del “bel canto”, quienes previamente han sido premunidos de un magnífico vestuario y maquillaje. Luego procede a hornear la acción a fuego lento y de la batea preparada por Vittorio Storaro, le añade una fotografía preciosista. Finalmente agrega la banda sonora y un toque auténtico de su estilo de edición.
Por supuesto que a nuestro “cheff” director no le interesan mucho los ingredientes extras sino comunicar el origen y sabor del principal, es decir la música de Wolfgang Amadeus Mozart, resultando un plato que deslumbra pero que huele a refrito. Sin embargo, es grato al paladar aunque su digestión sea algo pesada.
Se trata, saliéndonos de las comparaciones culinarias, de un estilizado estudio social de la época mediante una historia que relata el proceso de creación de una de las óperas más emblemáticas y geniales del compositor que involucró no solamente a su entorno familiar sino hasta a las autoridades monárquicas quienes promovían y autorizaban los trabajos. Lo destacable es el diseño de producción pues, en sustancia, la película no aporta mayores decibeles de intensidad dramática o cómica sobre Mozart y su música, más allá de las influencias que pudo tener de algunos de sus colaboradores ya mencionados, peor aún si se le compara con la obra maestra de Milos Forman.
Aunque estamos aquí lejos del Saura de sus mejores registros, es decir de sus logrados documentales musicales, este filme de época tiene personalidad en cuanto se combinan la belleza y la sensualidad de los personajes con el color, la música y el espectáculo.
27 de febrero de 2011 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es una película sobre la fascinación real donde abunda el elogio y el ditirambo hacia la monarquía británica. Y solo en estricto sentido referente vemos los grandes palacios y ambientes donde habita y despacha la familia que la representa. La vida de boato, los verdes prados que combinan con el plomo de la arquitectura inglesa y el trote de los caballos al compás de los sonidos de una comitiva de caza, que hemos visto en tantos filmes, están ausentes o bien escondidos al fondo de todas las escenas, detrás de las tensiones, los traumas, las amarguras y detrás de la espesa niebla londinense. Es una visión que desmitifica su imagen al presentar a sus componentes como personas obligadas a respetar estrictamente las normas y convenciones pero que no han sabido vivir en armonía ni mucho menos han alcanzado la felicidad y que ahora deben comunicarse más con su pueblo en una época en que la figura del Rey tenía mucho más relevancia política. Y ahí reside el verdadero drama del Duque de York (Colin Firth), sucesor de la corona por abdicación de su hermano, más allá de su tartamudez adquirida siendo niño que le impide leer con fluidez los discursos: el miedo a la responsabilidad, no por la función en sí misma sino por el hecho de encontrarse ante una situación para la cual siempre fue minimizado y auto convencido de su incapacidad. La película expresa su estado de ánimo y trasluce su espíritu ayudada por una magnífica fotografía difuminada y gris que también sugiere el afloramiento de la verdadera esencia de la dinastía y el ocultamiento en la nebulosa de su artificiosa imagen. Las dudas hamletianas del príncipe, expresadas literalmente por intermedio de la lectura del famoso soliloquio en dos escenas memorables, enmarcan toda la relación y el tratamiento que a éste le ofrece el Dr. Lionel Logue, interpretado genialmente por Geoffrey Rush. Es realmente un lujo ver a estos dos actores haciendo un contrapunto, dialogado y hasta cantado, con personajes que les caen como anillo al dedo. Ellos hacen que la película fascine sin ser fascinadora y que los valores ingleses sean dignos de admiración sin pretender promoverlos, compensando, además, las debilidades de la cinta que pasan por una cierta blandura convencional y las actuaciones caricaturescas de algunos secundarios, entre los que no considero, por supuesto, a una muy solvente Helena Bonham Carter como la futura reina madre. (sigue en "spoiler")
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La cinta también hace apuntes sobre liderazgo y comunicación pero eso es mucho más obvio. Lo mejor es la relación entre el Rey el terapeuta, el contraste entre la aflicción real y la austera pero plena existencia del súbdito australiano y de su familia poniendo en el tapete todo lo que Jorge VI deseó y no obtuvo en su vida. Juntos hacen que el discurso del Rey sea, virtualmente, un logrado concierto musical con un director y su único intérprete donde se conjugan voces, manos, gestos, posturas y sentimientos que producen una intensidad tal que logra aglutinar a toda una oyente y esperanzada nación en los prolegómenos de la Segunda Guerra.
14 de febrero de 2011 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta gratificante para muchos cinéfilos ver un western tipo remake en la pantalla grande. Me refiero, claro está, a las ficciones de época porque hay muchas películas que podrían calificar en ese género sin que aparezcan caballos, diligencias y pistolas.
Pero la cinta que nos ocupa no prescinde de estos elementos lo que le da un aire de inequívoca autenticidad sobre su condición de heredera de aquellos filmes del pasado, considerado como tal a partir de 40 años hacia atrás.
Los hermanos Coen, sin embargo, no se quisieron quedar en el papel de máquinas del tiempo para el beneplácito de los nostálgicos y, por el contrario, han logrado ampliar su bagaje temático e innovar en cierta medida. No me refiero al tono de comedia, toque ya típico en casi todos los trabajos de los hermanos y que destila esta cinta por todos los poros, ni en la calidad extra invertida en cada plano sino en la conjunción de estas características con la historia sobre una época de violencia pistolera, donde la justicia se comerciaba como cualquier otra mercancía, que se mira con el presente como una imagen de espejo retrovisor o plano, dependiendo de qué tipo de sociedad actual sea la usuaria del objeto, en cuanto a la evolución o involución de los valores, las leyes y el discernimiento del bien y del mal. Al respecto, los directores clásicos como el celebérrimo John Ford, Howard Hawkes o el mismo Henry Hataway trataron temas parecidos, muchas veces con maestría, pero su preocupación principal era transmitirnos las sensaciones primigenias, los códigos del género que ellos mismos inventaron.
Pero valorando la situación en su justo precio, debo decir que este intento sinérgico de los Coen queda por debajo del que ellos mismos lograron en “No es país para viejos” donde Javier Bardem encarnaba el mal de una manera casi extraterrestre en una película magistralmente violenta, aguda y profunda.
Más consenso positivo se produce al destacar la estupenda actuación de Jeff Bridges en su papel de sheriff asalariado. Bridges, ciertamente, no necesita esforzarse mucho para dicha interpretación porque encaja perfectamente en él. Se le nota tan espontáneo con sus cómicas bravatas, sus pistolas al cinto y su botella de whisky en la mano que hasta parece que los diálogos fueran de su cosecha. Indudablemente la cinta se estructura en base a su presencia y entusiasmo. En cambio, a Matt Damon se le nota un poco forzado como el “Texas Ránger” pero la actriz adolescente Hailee Steinfeld cumple a cabalidad con su rol de niña valiente, decidida y precoz que sirve de insumo para esbozar un pequeño dibujo de la mujer de los tiempos anteriores a la igualdad de derechos pero posterior a la Guerra Civil.
La película cuenta, además, con varias escenas de antología que refuerzan la validez de su propuesta cuya solidez no sufre mayor mella a pesar de su debilitamiento final en los campos del convencionalismo.
7 de diciembre de 2010 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película sobre ascensión emprendedora, “La red social” es también un intrincado drama de rivalidad juvenil con rezagos de comedia tipo “Porkys” donde, si recordamos, unos estudiantes, entre gamberros y nerds, aplicaban el ingenio con el objetivo de levantar chicas. En el filme de David Fincher la acción protagónica se rige por el mismo principio machista pero no como objetivo en sí mismo sino como fuente de inspiración.
En efecto, la cinta relata la historia del creador del “Facebook”, el derrotero que siguió en la invención del famoso y conocido sitio web y las disputas judiciales con sus socios y ex socios, que han sido amigos y compañeros de estudios en Harvard, por razones más de orgullo y gloria que por dinero y participaciones empresariales; las cuales se narran en tiempo presente.
La cinta tiene un declarado aire jactancioso, presumido, con una verborrea que no se da descanso en ningún momento, quizás para ambientar la confluencia participativa de los usuarios de las páginas sociales pero también para impresionar y llamar la atención al espectador sobre la condición “genial” que llevan los personajes que vemos en pantalla. Para tal efecto, se ayuda, incluso, con guiños al filme “Una mente brillante” de Ron Howard expresados en los algoritmos escritos en la ventana y una referencia explícita a “Infierno en la torre” para graficar la “candente” lucha por los derechos de autor en la torre de cristal de la inteligencia superdotada.
Es el montaje narrativo lo mejor de la puesta en escena en cuanto la presenta ágil, dinámica, bien empaquetada, provista de una banda sonora envolvente, sofisticada pero dosificada. En esas condiciones, las variaciones en el tiempo son presentados sin ningún preámbulo ni diferenciación cromática o de encuadre. La intención de Fincher, mediante esta edición, es ponerse a tono con las características principales del sitio análogamente a lo hecho en “Zodíaco” donde la narración estaba acorde con los fracasos de la investigación, llevándonos a pistas falsas en forma lineal que, sin embargo, proporcionaba mucho más suspenso, emoción y debate que en “La red social”.
La primera hora se sobrelleva mucho mejor cuando el creador Mark Zuckerberg se inspira a raíz del rompimiento con su novia y las situaciones de la vida universitaria relacionadas mayoritariamente con las chicas, los grupos de amigos y las celebraciones nocturnas para agregar opciones a su página virtual. La segunda parte, sobre los afanes de financiamiento, expansión y acerca de las deslealtades por la presencia del empresario oportunista, es menos lograda y hasta cargante. Es un filme, además, de interiores y fotografía opaca que no tiene como propósito mostrarnos las ventajas de los software ni la tecnología para navegar en la red, sino la rapidez y capacidad de la mente humana para darle valor agregado a las cosas y convertir eso en una idea de negocio.
19 de noviembre de 2010 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más allá de un ejercicio de estilo del director que esta película ejerce, se trata de una nueva celebración de los poderes del cine que empezó Quentin Tarantino en “Bastardos sin gloria”. Como sabemos, Robert Rodríguez es amigo de Tarantino y comparten la producción de esta cinta. Se trata de una amistad sellada a base de afinidad de gustos cinematográficos y a una tendencia similar por el gamberrismo cuando se ponen detrás de cámaras. En ese sentido, al igual que “Bastardos sin Gloria” lo hacía con los nazis y los judíos, “Machete” no utiliza un problema histórico social, álgido y grave, como la inmigración mexicana a EEUU, para convencernos de la injusticia de las leyes sino para caricaturizarlo y deformarlo mediante una puesta en escena cuyo género es la comedia de acción de tipo gore, llena de slapsticks, colores cálidos, diálogos cortos, banda sonora seleccionada para cada escena y efectos especiales descuidados adrede, para un guión puesto al servicio de los guiños cinéfilos y como sátira de los convencionalismos y la crítica rebuscada cuyo propósito final es la diversión sin ataduras ni corsés.
La travesura funciona casi dos tercios del filme porque llega un momento en que toda la propuesta descrita se agota, se paraliza, se banaliza y, en consecuencia, pierde su vena cómica. Eso sucede cuando, dentro de la historia, se descubre la corrupción y los bandos quedan alineados para la batalla final. Es una suerte de anticlímax pero contradictoriamente formateado y chabacano. Hasta que reaparece Lindsay Lohan, en la culminación hilarante de la parodia de sí misma, que levanta de nuevo los ánimos del espectador.
A propósito, sobre las actuaciones poco hay que decir porque todas ellas son subsidiarias del casting realizado y de lo que la post producción pueda hacer de los personajes y, además, el diseño del guión no permite el lucimiento de nadie. Sin embargo hay que destacar a Cheech Marin como “Padre”, el sacerdote que maneja armas y al mismo Danny Trejo como el singular “Machete”, un antihéroe presentado con antonimia física respecto a Antonio Banderas en “Desperado”.
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