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SerieAnimación

6,8
124
Animación
8
31 de mayo de 2011
31 de mayo de 2011
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La idea de Hetalia me llamó mucho la atención cuando leí su argumento, así que me puse a ver la serie enseguida, encontrándome con un humor totalmente diferente al que creí que vería...Una pequeña decepción que no fuese como me esperaba, pero eso no le quita méritos a esta serie, que aunque quizá es un poco infantil, si se le da una oportunidad y se ven unos cuantos capítulos, puede llegar a enganchar, sobre todo gracias a su corta duración, que no permite que sea aburrida.
El mayor problema es que da la sensación de que existen tantas maneras de tocar todos los temas de la Historia, sólo con la simple idea de que los países son personas, que el hecho de que no se traten de manera más arriesgada o mordaz, fastidia un poco. Pero la realidad es que cada capítulo dura 5 minutos y están muy bien aprovechados, y además la parte que está dedicada a explicar la vida/historia de Italia cuando era niño es muy divertida. Aún así, es una serie con tanto potencial que uno desearía que diese más de sí.
Tiene algunos gags que son realmente buenos (como en el que se preguntan cuál ha sido siempre la mejor virtud de Francia, o el del Simulador Alemán, con España trabajando de cajero, manteniendo una charla con Grecia, mientras éste impide que la cola avance, con el consiguiente enfado del resto de países). Es muy gracioso por esto el ver cómo ven los japoneses al resto del mundo, y también a ellos mismos.
Atención a cómo avanza la serie y se descubren las historias de cada personaje.
Muy recomendable para aprender algo de historia de manera amena, que nunca viene mal.
Ah! Por cierto, Homer. Cuál es tu país menos favorito??
El mayor problema es que da la sensación de que existen tantas maneras de tocar todos los temas de la Historia, sólo con la simple idea de que los países son personas, que el hecho de que no se traten de manera más arriesgada o mordaz, fastidia un poco. Pero la realidad es que cada capítulo dura 5 minutos y están muy bien aprovechados, y además la parte que está dedicada a explicar la vida/historia de Italia cuando era niño es muy divertida. Aún así, es una serie con tanto potencial que uno desearía que diese más de sí.
Tiene algunos gags que son realmente buenos (como en el que se preguntan cuál ha sido siempre la mejor virtud de Francia, o el del Simulador Alemán, con España trabajando de cajero, manteniendo una charla con Grecia, mientras éste impide que la cola avance, con el consiguiente enfado del resto de países). Es muy gracioso por esto el ver cómo ven los japoneses al resto del mundo, y también a ellos mismos.
Atención a cómo avanza la serie y se descubren las historias de cada personaje.
Muy recomendable para aprender algo de historia de manera amena, que nunca viene mal.
Ah! Por cierto, Homer. Cuál es tu país menos favorito??
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No hay ni uno que diga Italia??

6,4
2.257
7
22 de enero de 2016
22 de enero de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El realizador James Ponsoldt, artífice de la correcta y para mí decepcionante Aquí y ahora (The Spectacular Now), vuelve al mundo del cine dos años después con una película que recuerda y resucita al escritor David Foster Wallace a través de la entrevista que David Lipsky, entonces reportero de la revista Rolling Stone, le hizo durante cinco días, relatando y recreando los sucesos y las conversaciones más interesantes que ambos mantuvieron en el final de la gira de presentación de la novela La broma infinita, publicada en 1996. Lipsky es, además, en ese momento, un aspirante a escritor (había escrito y publicado un par de libros, pero ya se sabe que uno no es escritor hasta que se lo llaman otros, y hasta que eso pasa sólo ha escrito libros). Mientras que Wallace no ha dejado de recibir elogios públicos, críticas entusiastas y premios que le han convertido en un autor de gran éxito y fama.
The End of the Tour muestra, bajo la aparente normalidad y naturalidad que transmiten los diálogos, las diferentes visiones de la vida que ambas personas tienen y que, sin diferir en demasía, subrayan el contraste entre ambas personalidades que parecen encontrarse a gusto juntas. Y bajo esta doble visión, explora lo que ocurre cuando existe admiración por una persona o lo que pasa cuando cada individuo tiene sus propias inseguridades, limitaciones o excesos. La cinta, que se basa en la entrevista mencionada y registrada en una grabadora, también abarca otras conversaciones más personales y no tanto surgidas del clásico pregunta-respuesta, siendo en el fondo algo mucho más íntimo y que acaba derivando en algo parecido a la amistad entre el entrevistador y entrevistado. Algo que, dicen, no debe ocurrir nunca (para evitar que la relación interfiera a la hora de hacer preguntas espinosas).
Se trata de un filme bastante interesante, con una primera hora adictiva para lo que en principio parece ofrecer y cuya dirección destaca por no llamar demasiado la atención. Parece estar construida manteniendo el guion –que adapta el libro Although Of Course You End Up Becoming Yourself– intacto en su planificación, y en cuya ausencia de deleite visual hay cierta virtud (bastaría con compararla con Life de Anton Corbijn, cuyo argumento es muy similar y cuyo conjunto era fallido). The End of the Tour ofrece, bajo esta minimalista apariencia argumental y visual, una variedad de temas existenciales y de cierta profundidad, con contextos sobre los cuales uno se podría dedicar a divagar durante horas, no sólo en cuanto a los diálogos mostrados, sino también en base a las relaciones que podemos llegar a mantener y cómo nos afecta ese contexto en las mismas (no siendo un simple ejercicio para vanagloriar a su personaje principal): los celos, la popularidad del que trabaja encerrado y solo en una habitación (y si perjudica o beneficia en función de qué clase de sujeto seas), las aspiraciones y los deseos de cada uno, las neuras, la infancia, la soledad, la familia, la sencillez con la que se descubre que, igual que hay personas de personalidad nerviosa, también las hay con personalidades tristes, etc.
La verdad es que no estaba al tanto de la biografía de David Foster Wallace ni de su destino, hasta ahora. Aunque conocía (de oídas) el título de su obra más famosa, nunca me acerqué a ella más allá de hacerlo a través de algún escrito que le dedicara algunas líneas en la red. Por ello, supongo que si una película consigue que, quien no haya leído un libro, quiera hacerlo, simplemente al exponer el carácter de un tipo y su relación con otro en base al lanzamiento de ese libro, es que dicha película ha valido la pena, porque cumple un doble cometido: nos hace conocer mejor a un hombre y a través de él nos hace interesarnos por su trabajo. Mención especial a la actuación del otrora exagerado Jason Segel como David Foster Wallace.
The End of the Tour muestra, bajo la aparente normalidad y naturalidad que transmiten los diálogos, las diferentes visiones de la vida que ambas personas tienen y que, sin diferir en demasía, subrayan el contraste entre ambas personalidades que parecen encontrarse a gusto juntas. Y bajo esta doble visión, explora lo que ocurre cuando existe admiración por una persona o lo que pasa cuando cada individuo tiene sus propias inseguridades, limitaciones o excesos. La cinta, que se basa en la entrevista mencionada y registrada en una grabadora, también abarca otras conversaciones más personales y no tanto surgidas del clásico pregunta-respuesta, siendo en el fondo algo mucho más íntimo y que acaba derivando en algo parecido a la amistad entre el entrevistador y entrevistado. Algo que, dicen, no debe ocurrir nunca (para evitar que la relación interfiera a la hora de hacer preguntas espinosas).
Se trata de un filme bastante interesante, con una primera hora adictiva para lo que en principio parece ofrecer y cuya dirección destaca por no llamar demasiado la atención. Parece estar construida manteniendo el guion –que adapta el libro Although Of Course You End Up Becoming Yourself– intacto en su planificación, y en cuya ausencia de deleite visual hay cierta virtud (bastaría con compararla con Life de Anton Corbijn, cuyo argumento es muy similar y cuyo conjunto era fallido). The End of the Tour ofrece, bajo esta minimalista apariencia argumental y visual, una variedad de temas existenciales y de cierta profundidad, con contextos sobre los cuales uno se podría dedicar a divagar durante horas, no sólo en cuanto a los diálogos mostrados, sino también en base a las relaciones que podemos llegar a mantener y cómo nos afecta ese contexto en las mismas (no siendo un simple ejercicio para vanagloriar a su personaje principal): los celos, la popularidad del que trabaja encerrado y solo en una habitación (y si perjudica o beneficia en función de qué clase de sujeto seas), las aspiraciones y los deseos de cada uno, las neuras, la infancia, la soledad, la familia, la sencillez con la que se descubre que, igual que hay personas de personalidad nerviosa, también las hay con personalidades tristes, etc.
La verdad es que no estaba al tanto de la biografía de David Foster Wallace ni de su destino, hasta ahora. Aunque conocía (de oídas) el título de su obra más famosa, nunca me acerqué a ella más allá de hacerlo a través de algún escrito que le dedicara algunas líneas en la red. Por ello, supongo que si una película consigue que, quien no haya leído un libro, quiera hacerlo, simplemente al exponer el carácter de un tipo y su relación con otro en base al lanzamiento de ese libro, es que dicha película ha valido la pena, porque cumple un doble cometido: nos hace conocer mejor a un hombre y a través de él nos hace interesarnos por su trabajo. Mención especial a la actuación del otrora exagerado Jason Segel como David Foster Wallace.

5,9
34
7
7 de marzo de 2011
7 de marzo de 2011
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué valor tiene una historia? ¿Si pudieras elegir, qué elegirías? ¿Son nuestros sueños intercambiables por los de otra persona?
A mí Taipei Exchanges me hizo pensar usando para ello mis sentimientos, y todo con una sencilla premisa. Una chica abre una cafetería e invita a algunos compañeros a venir a la fiesta de apertura. Todos reciben una flor a cambio de regalos, regalos sin valor alguno.
Hacía mucho tiempo que no veía una película sin saber su nota media de antemano, o alguna crítica sobre ella. Libre de prejuicios y de opiniones adquiridas la he valorado con un 7, pero ¿es ese su valor interno?
Por eso en mi crítica lo único que voy a decir sobre la película es que recomiendo verla, para que seáis vosotros los que valoréis qué os ha aportado y si ha merecido la pena intercambiar vuestro tiempo por el que dura la película.
Me apetece un café.
A mí Taipei Exchanges me hizo pensar usando para ello mis sentimientos, y todo con una sencilla premisa. Una chica abre una cafetería e invita a algunos compañeros a venir a la fiesta de apertura. Todos reciben una flor a cambio de regalos, regalos sin valor alguno.
Hacía mucho tiempo que no veía una película sin saber su nota media de antemano, o alguna crítica sobre ella. Libre de prejuicios y de opiniones adquiridas la he valorado con un 7, pero ¿es ese su valor interno?
Por eso en mi crítica lo único que voy a decir sobre la película es que recomiendo verla, para que seáis vosotros los que valoréis qué os ha aportado y si ha merecido la pena intercambiar vuestro tiempo por el que dura la película.
Me apetece un café.

5,2
1.477
7
25 de junio de 2015
25 de junio de 2015
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película trata de un problema de ricos, al fin y al cabo, pero no me refiero al de la falta de tiempo, sino al de que la gente te moleste tanto. O al menos eso pienso yo:
Si uno no es rico, lo más probable es que no se pueda permitir tener como asalariada a una señora de la limpieza, por ejemplo. Una molestia menos. Seguramente, tampoco existiría la figura del mejor amigo gorrón, o sí existiría, pero difícilmente te estaría pidiendo dinero cada día, pues ambos os encontraríais en las mismas. En cuanto a los hijos, lo cierto es que tú los has traído al mundo y tú sabrás si piden o no demasiado de ti, a cambio; pero sin dinero, seguramente un hijo se hubiese tenido que buscar algún oficio con beneficio y no te daría tanto por saco, en este sentido. No se puede negar, tampoco, que salvo por herencia, un pobre tampoco tendrá esa cantidad de vinilos —al precio al que están actualmente— ni un espacio tan amplio donde alojarlos, pero eso no es óbice tampoco para tener derecho a disfrutar de un poco de tiempo para uno mismo, y no me refiero al onanismo, obviamente. En cuanto a lo de los vecinos, eso es así, no hay más remedio, es como con los cuñados, (casi) todo el mundo tiene uno, o más; si uno es pesado, toca aguantarse…
Pero en cuanto al amor, en fin, esto es ficción, claro, todo es posible, incluso el amor. Que un hombre como este, al que no conocemos en circunstancias distintas a estas y que por tanto igual no tendríamos derecho a juzgar en demasía (pero que se fastidie), tenga dos relaciones sentimentales —pelín pesadas ambas— que no le dan ni una hora de tranquilidad, ni tan sólo quince minutos, pues seguramente sea, también, por dinero.
En cualquier caso, comprendo perfectamente al protagonista de No molestar. El mundo está lleno de injusticias, pero la música no es una de ellas. Cómo no entenderle, si es, también, junto con el cine, uno de mis vicios confesables. La comedia, en cambio, no está muy bien vista, a pesar de su éxito de público. Nos gusta reír, pero cada uno se ríe por cosas muy diferentes y es difícil acertar o ir un poco más allá. No molestar entretiene más que hacer gracia, dura poco y no va mucho más allá, pero te ríes, como mínimo, dos pares de veces, las que sale Rossy de Palma (si no te cae mal). Es lo que tiene jugar con el idioma, que el propio hace más gracia si se encuentra entre extranjeros (por lo que es recomendable verla en versión original). Pero vamos, que la película no defrauda y está bien si se pretende pasar un rato agradable en el cine.
Porque ver a un burgués acomodado pasarlo mal en la ficción es divertido, tanto como lo sería ver a tu jefe, eso ya lo sabía Francis Veber cuando ideó La cena de los idiotas. Uno se siente un poco mal por el devenir de los acontecimientos, para el adinerado, pero es gracioso, en todo caso, como si, en realidad, la culpa fuese suya, de su egoísmo. Y es que No molestar huele bastante a La cena de los idiotas, a homenaje, aunque aquí el lumbago sirva para resarcirse con la vida, como si de un ‹esprit de l’escalier› se tratara, siempre más tarde que pronto, bajando la escalera porque el ascensor no funciona, pero encontrando, por fin, la respuesta a la 'soledad' que estabas buscando.
Si uno no es rico, lo más probable es que no se pueda permitir tener como asalariada a una señora de la limpieza, por ejemplo. Una molestia menos. Seguramente, tampoco existiría la figura del mejor amigo gorrón, o sí existiría, pero difícilmente te estaría pidiendo dinero cada día, pues ambos os encontraríais en las mismas. En cuanto a los hijos, lo cierto es que tú los has traído al mundo y tú sabrás si piden o no demasiado de ti, a cambio; pero sin dinero, seguramente un hijo se hubiese tenido que buscar algún oficio con beneficio y no te daría tanto por saco, en este sentido. No se puede negar, tampoco, que salvo por herencia, un pobre tampoco tendrá esa cantidad de vinilos —al precio al que están actualmente— ni un espacio tan amplio donde alojarlos, pero eso no es óbice tampoco para tener derecho a disfrutar de un poco de tiempo para uno mismo, y no me refiero al onanismo, obviamente. En cuanto a lo de los vecinos, eso es así, no hay más remedio, es como con los cuñados, (casi) todo el mundo tiene uno, o más; si uno es pesado, toca aguantarse…
Pero en cuanto al amor, en fin, esto es ficción, claro, todo es posible, incluso el amor. Que un hombre como este, al que no conocemos en circunstancias distintas a estas y que por tanto igual no tendríamos derecho a juzgar en demasía (pero que se fastidie), tenga dos relaciones sentimentales —pelín pesadas ambas— que no le dan ni una hora de tranquilidad, ni tan sólo quince minutos, pues seguramente sea, también, por dinero.
En cualquier caso, comprendo perfectamente al protagonista de No molestar. El mundo está lleno de injusticias, pero la música no es una de ellas. Cómo no entenderle, si es, también, junto con el cine, uno de mis vicios confesables. La comedia, en cambio, no está muy bien vista, a pesar de su éxito de público. Nos gusta reír, pero cada uno se ríe por cosas muy diferentes y es difícil acertar o ir un poco más allá. No molestar entretiene más que hacer gracia, dura poco y no va mucho más allá, pero te ríes, como mínimo, dos pares de veces, las que sale Rossy de Palma (si no te cae mal). Es lo que tiene jugar con el idioma, que el propio hace más gracia si se encuentra entre extranjeros (por lo que es recomendable verla en versión original). Pero vamos, que la película no defrauda y está bien si se pretende pasar un rato agradable en el cine.
Porque ver a un burgués acomodado pasarlo mal en la ficción es divertido, tanto como lo sería ver a tu jefe, eso ya lo sabía Francis Veber cuando ideó La cena de los idiotas. Uno se siente un poco mal por el devenir de los acontecimientos, para el adinerado, pero es gracioso, en todo caso, como si, en realidad, la culpa fuese suya, de su egoísmo. Y es que No molestar huele bastante a La cena de los idiotas, a homenaje, aunque aquí el lumbago sirva para resarcirse con la vida, como si de un ‹esprit de l’escalier› se tratara, siempre más tarde que pronto, bajando la escalera porque el ascensor no funciona, pero encontrando, por fin, la respuesta a la 'soledad' que estabas buscando.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Una recomendación: poned en vuestro reproductor musical (o en Youtube) la canción Alexandrie Alexandra, de Claude François, mientras buscáis en Google 'Florian Zeller' (autor de la obra en la que se basa No molestar)... Veréis cómo su cara pega bastante bien con la música.

6,6
1.268
7
29 de mayo de 2016
29 de mayo de 2016
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Theeb (título en versión original) significa lobo, y Theeb es el nombre del protagonista de esta película que se abre con la voz de un padre que hace la siguiente advertencia a su hijo: «Aquel que nada en el mar Rojo no puede conocer su verdadera profundidad, y no cualquier hombre puede alcanzar el fondo del mar, hijo mío. Por cuestiones de fraternidad, nunca rechaces a un visitante. Sé la mano derecha del justo cuando los hombres elijan su posición. Y si los lobos te ofrecen su amistad, no te confíes. No estarán a tu lado cuando te enfrentes a la muerte». Una gran reflexión que, en mi interior, si fuese su hijo, me haría cuestionarme por qué me llamo así si el nombre me lo habrá puesto él, seguramente.
Nominada a Mejor película de habla no inglesa en los Oscar, en un año lleno de grandes películas no estadounidense, y descrita por muchos como un Western hecho por Sergio Leone en Jordania, lo cierto es que Lobo, la historia de un niño y su hermano mayor guiando a un soldado inglés y su compañero por el desierto en medio de la Primera Guerra Mundial, huele y sabe a cine de aventuras clásico, beneficiado por un entorno yermo y a veces abrupto del que el director Naji Abu Nowar sabe sacar el mejor partido posible, tomando como referencia el ferrocarril de Hiyaz y todo lo que gira a su alrededor. Este ferrocarril es conocido principalmente por dos motivos, uno porque en primer término su objetivo era el de hacer más cómoda la peregrinación a La Meca (aunque en realidad tenía una función un poco más bélica), y dos por ser el tren que Lawrence de Arabia y sus hombres destruyeron precisamente por el objetivo bélico por el que el Imperio Otomano lo construyó en su momento con la ayuda de los alemanes.
Lo cierto es que el aroma de esta cinta te transporta literalmente allí, no sólo por el paraje que presenta, también por la forma en que está rodada, a través de la perspectiva de un niño beduino algo ingenuo, pero también curioso, que ha crecido rodeado de hombres adultos y aislado del mundo en el que otros viven, en un desierto en el que luchan por sobrevivir. Eso sí, aunque Lobo se desarrolla durante la Gran Guerra, esta y los conflictos subyacentes están en un segundo plano, clave para entender lo que está ocurriendo, pero lejos de lo que le interesa a Nowar, que es el modo de vida de los beduinos nómadas, el efecto devastador del ferrocarril para ellos, y de cómo ambas circunstancias pueden llevar a realizar una —casi— epopeya que nos lleva de la infancia a la edad adulta, tomando en cuenta la supervivencia y la moral del individuo.
En definitiva, se trata de una película muy recomendable para ver en pantalla grande, tanto por su belleza como por su guion, sencillo pero atrayente, sobre lo que supone ser un niño y sobre lo que significa equilibrar la supervivencia y la lealtad; una road movie montados a camello en un desierto inhóspito, peligroso y desolado que parece no tener nunca un final. Por otra parte, la actuación del niño (Jacir Eid Al-Hwietat) es bastante sobria y todos los actores adultos cumplen con creces el papel que les toca.
Nominada a Mejor película de habla no inglesa en los Oscar, en un año lleno de grandes películas no estadounidense, y descrita por muchos como un Western hecho por Sergio Leone en Jordania, lo cierto es que Lobo, la historia de un niño y su hermano mayor guiando a un soldado inglés y su compañero por el desierto en medio de la Primera Guerra Mundial, huele y sabe a cine de aventuras clásico, beneficiado por un entorno yermo y a veces abrupto del que el director Naji Abu Nowar sabe sacar el mejor partido posible, tomando como referencia el ferrocarril de Hiyaz y todo lo que gira a su alrededor. Este ferrocarril es conocido principalmente por dos motivos, uno porque en primer término su objetivo era el de hacer más cómoda la peregrinación a La Meca (aunque en realidad tenía una función un poco más bélica), y dos por ser el tren que Lawrence de Arabia y sus hombres destruyeron precisamente por el objetivo bélico por el que el Imperio Otomano lo construyó en su momento con la ayuda de los alemanes.
Lo cierto es que el aroma de esta cinta te transporta literalmente allí, no sólo por el paraje que presenta, también por la forma en que está rodada, a través de la perspectiva de un niño beduino algo ingenuo, pero también curioso, que ha crecido rodeado de hombres adultos y aislado del mundo en el que otros viven, en un desierto en el que luchan por sobrevivir. Eso sí, aunque Lobo se desarrolla durante la Gran Guerra, esta y los conflictos subyacentes están en un segundo plano, clave para entender lo que está ocurriendo, pero lejos de lo que le interesa a Nowar, que es el modo de vida de los beduinos nómadas, el efecto devastador del ferrocarril para ellos, y de cómo ambas circunstancias pueden llevar a realizar una —casi— epopeya que nos lleva de la infancia a la edad adulta, tomando en cuenta la supervivencia y la moral del individuo.
En definitiva, se trata de una película muy recomendable para ver en pantalla grande, tanto por su belleza como por su guion, sencillo pero atrayente, sobre lo que supone ser un niño y sobre lo que significa equilibrar la supervivencia y la lealtad; una road movie montados a camello en un desierto inhóspito, peligroso y desolado que parece no tener nunca un final. Por otra parte, la actuación del niño (Jacir Eid Al-Hwietat) es bastante sobria y todos los actores adultos cumplen con creces el papel que les toca.
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