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3
26 de noviembre de 2024
26 de noviembre de 2024
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Un derroche de extravagancia y colorido que, aunque busca capturar el espíritu aventurero de la famosa novela, se siente interminable. La película juega la baza de su desfile de estrellas y sus postales exóticas, pero el exceso de ornamentos termina haciendo que el tiempo pase a un ritmo glacial. Ambición técnica, locaciones espectaculares y cameos que entretienen más por sorpresa que por necesidad, pero al final de la partida, el relato queda atrapado en su propia grandilocuencia.
Fue, además, la puerta de entrada de Mario Moreno "Cantinflas" al mundo de Hollywood, pero su inclusión se queda a medio camino. No logra encajar del todo en el universo de Verne ni tampoco puede desplegar su carismático humor, limitado por un guion funcional y rígido que apenas da espacio para que sus talentos brillen.
La narración, alargada hasta la extenuación, diluye cualquier urgencia o emoción. Es una obra que parece pensada para deslumbrar en su época, pero cuya duración y falta de ritmo hacen que el viaje se sienta más agotador que apasionante. Un viaje que se hace muy largo.
Fue, además, la puerta de entrada de Mario Moreno "Cantinflas" al mundo de Hollywood, pero su inclusión se queda a medio camino. No logra encajar del todo en el universo de Verne ni tampoco puede desplegar su carismático humor, limitado por un guion funcional y rígido que apenas da espacio para que sus talentos brillen.
La narración, alargada hasta la extenuación, diluye cualquier urgencia o emoción. Es una obra que parece pensada para deslumbrar en su época, pero cuya duración y falta de ritmo hacen que el viaje se sienta más agotador que apasionante. Un viaje que se hace muy largo.

8,0
26.860
7
21 de noviembre de 2024
21 de noviembre de 2024
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Unos forajidos envejecidos persiguen un último golpe, conscientes de que su tiempo ha pasado. Así de simple se define este western crepuscular, probablemente el mejor de su especie. Un adiós al viejo oeste, donde los códigos de honor chocan con la implacable modernidad, y la violencia ya no es heroica, sino caótica y devastadora.
La película subvierte la mitología del género, mostrando a hombres que se enfrentan no solo a sus enemigos, sino a su propia obsolescencia. El salvajismo que antes los definía ahora los consume, mientras el mundo que los rodea avanza sin mirar atrás. Esta tensión entre lo antiguo y lo nuevo, entre la gloria y la decadencia, es lo que da fuerza al relato narrado de forma cruda, sin remilgos ni alivios humorísticos.
La violencia aquí es parte del espectáculo, pero además es el reflejo de un sistema que se desmorona. Es brutal, cruda y despiadada, marcando un punto de no retorno para el western clásico. Al final, estos viejos salvajes no buscan redención ni gloria, solo un final digno en un mundo que ya no los necesita. Su lucha es el último vestigio de una época que, aunque moribunda, se niega a desaparecer en silencio.
La película subvierte la mitología del género, mostrando a hombres que se enfrentan no solo a sus enemigos, sino a su propia obsolescencia. El salvajismo que antes los definía ahora los consume, mientras el mundo que los rodea avanza sin mirar atrás. Esta tensión entre lo antiguo y lo nuevo, entre la gloria y la decadencia, es lo que da fuerza al relato narrado de forma cruda, sin remilgos ni alivios humorísticos.
La violencia aquí es parte del espectáculo, pero además es el reflejo de un sistema que se desmorona. Es brutal, cruda y despiadada, marcando un punto de no retorno para el western clásico. Al final, estos viejos salvajes no buscan redención ni gloria, solo un final digno en un mundo que ya no los necesita. Su lucha es el último vestigio de una época que, aunque moribunda, se niega a desaparecer en silencio.

7,7
5.338
7
18 de febrero de 2025
18 de febrero de 2025
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Fritz Lang construye aquí un thriller de pasiones peligrosas y destinos marcados por la fatalidad. En su etapa hollywoodense, el director sigue explorando el *film noir* con su mirada pesimista, narrando una historia de celos, traición y deseo donde cada decisión acerca a los personajes al desastre. La puesta en escena convierte los espacios en trampas, con el tren como símbolo del encierro y de una trayectoria imposible de desviar.
La película gira en torno a un triángulo de personajes condenados a la desgracia. Un marido celoso y violento, una mujer atrapada en un matrimonio asfixiante y un hombre que se deja llevar por la atracción sin medir las consecuencias. No hay inocentes en este juego, solo personas que cruzan líneas peligrosas. Glenn Ford aporta su habitual sobriedad al protagonista, en contraste con la desesperación contenida de Gloria Grahame, que construye una femme fatale más trágica que manipuladora. Pero es Broderick Crawford quien domina la pantalla, interpretando a un hombre consumido por la inseguridad y los impulsos destructivos.
Lang maneja la tensión con precisión, llenando cada escena de una amenaza latente. Sin embargo, el guion no tiene la fuerza necesaria para elevar la historia al nivel de sus mejores obras. Donde en otras ocasiones la moralidad se diluye en un universo sin redención, aquí el desarrollo es más convencional y moralista. Aun así, la película funciona como un mecanismo engrasado, aunque nunca alcanza la profundidad emocional o la fuerza narrativa de los grandes clásicos del género.
Aun con sus limitaciones, es un ejercicio impecable de cine negro, siendo un exponente perfecto de lo que tiene que ser una película del género. Sin necesidad de explorar nuevos caminos, sino de ejecutar todas las convenciones conocidas para hacer un producto tan sólido como redondo.
La película gira en torno a un triángulo de personajes condenados a la desgracia. Un marido celoso y violento, una mujer atrapada en un matrimonio asfixiante y un hombre que se deja llevar por la atracción sin medir las consecuencias. No hay inocentes en este juego, solo personas que cruzan líneas peligrosas. Glenn Ford aporta su habitual sobriedad al protagonista, en contraste con la desesperación contenida de Gloria Grahame, que construye una femme fatale más trágica que manipuladora. Pero es Broderick Crawford quien domina la pantalla, interpretando a un hombre consumido por la inseguridad y los impulsos destructivos.
Lang maneja la tensión con precisión, llenando cada escena de una amenaza latente. Sin embargo, el guion no tiene la fuerza necesaria para elevar la historia al nivel de sus mejores obras. Donde en otras ocasiones la moralidad se diluye en un universo sin redención, aquí el desarrollo es más convencional y moralista. Aun así, la película funciona como un mecanismo engrasado, aunque nunca alcanza la profundidad emocional o la fuerza narrativa de los grandes clásicos del género.
Aun con sus limitaciones, es un ejercicio impecable de cine negro, siendo un exponente perfecto de lo que tiene que ser una película del género. Sin necesidad de explorar nuevos caminos, sino de ejecutar todas las convenciones conocidas para hacer un producto tan sólido como redondo.
11 de febrero de 2025
11 de febrero de 2025
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El cine de aventuras pocas veces ha tenido una producción tan lujosa y cuidada. Con un despliegue visual que deja sin aliento, esta adaptación de la célebre novela se erige como un espectáculo en toda regla, donde la exploración de lo desconocido se mezcla con una reflexión sobre el progreso y la humanidad. No es solo una historia de expediciones submarinas y criaturas marinas, sino también un enfrentamiento ideológico entre la razón, la venganza y la utopía imposible.
En el centro de la historia se encuentra la legendaria figura del capitán Nemo, un hombre que ha renunciado a la superficie para construir su propio mundo bajo las aguas. Su visión del mundo es la de alguien que ha perdido la fe en la humanidad, un personaje complejo que oscila entre la genialidad y la obsesión. Su embarcación es un reflejo de su mente: un refugio de maravillas tecnológicas, pero también una prisión donde el rencor se alimenta en círculos. Frente a él, los protagonistas representan distintas facetas del espíritu humano: la curiosidad científica, el pragmatismo y el deseo de libertad.
El ritmo de la narración es pausado, haciéndose tedioso por momentos. Se toma su tiempo para sumergirse en el asombro de lo desconocido, esperando cautivar al espectador con la inmensidad del océano y sus secretos. Pero, como toda película apoyada en la grandilocuencia de la tecnología cinematográfica, es víctima de las limitaciones técnicas de su época. La puesta en escena con decorados majestuosos, impecable en su día, deja en evidencia con el tiempo su artificialidad. Los efectos visuales, que en su día fueron impresionantes, ahora resultan más encantadores que asombrosos debido al paso del tiempo. La fotografía, con su uso excesivo de colores vibrantes, buscaba en su época desmarcarse del blanco y negro, pero hoy resulta un tanto desfasada.
Pero donde más se siente la huella del paso del tiempo es en su tono. A pesar de la carga dramática de su historia, el relato nunca se abandona al pesimismo. Tiene un espíritu de asombro y grandiosidad que lo aleja de la melancolía más oscura de su personaje principal. Hay acción, momentos de tensión y una criatura antológica, pero todo se inscribe en un marco de cine de aventuras para el gran público, con sus inevitables alivios cómicos y cierto optimismo subyacente. Su tono recuerda al folletín de la época, con sus melodramas y giros convencionales. Claro exponente del buen cine de aventuras de los 50, con todos los clichés de la época, que a día de hoy maravilla a los aficionados del clásico, pero que no impresiona pese al despliegue técnico que por aquellos tiempos era impresionante.
En el centro de la historia se encuentra la legendaria figura del capitán Nemo, un hombre que ha renunciado a la superficie para construir su propio mundo bajo las aguas. Su visión del mundo es la de alguien que ha perdido la fe en la humanidad, un personaje complejo que oscila entre la genialidad y la obsesión. Su embarcación es un reflejo de su mente: un refugio de maravillas tecnológicas, pero también una prisión donde el rencor se alimenta en círculos. Frente a él, los protagonistas representan distintas facetas del espíritu humano: la curiosidad científica, el pragmatismo y el deseo de libertad.
El ritmo de la narración es pausado, haciéndose tedioso por momentos. Se toma su tiempo para sumergirse en el asombro de lo desconocido, esperando cautivar al espectador con la inmensidad del océano y sus secretos. Pero, como toda película apoyada en la grandilocuencia de la tecnología cinematográfica, es víctima de las limitaciones técnicas de su época. La puesta en escena con decorados majestuosos, impecable en su día, deja en evidencia con el tiempo su artificialidad. Los efectos visuales, que en su día fueron impresionantes, ahora resultan más encantadores que asombrosos debido al paso del tiempo. La fotografía, con su uso excesivo de colores vibrantes, buscaba en su época desmarcarse del blanco y negro, pero hoy resulta un tanto desfasada.
Pero donde más se siente la huella del paso del tiempo es en su tono. A pesar de la carga dramática de su historia, el relato nunca se abandona al pesimismo. Tiene un espíritu de asombro y grandiosidad que lo aleja de la melancolía más oscura de su personaje principal. Hay acción, momentos de tensión y una criatura antológica, pero todo se inscribe en un marco de cine de aventuras para el gran público, con sus inevitables alivios cómicos y cierto optimismo subyacente. Su tono recuerda al folletín de la época, con sus melodramas y giros convencionales. Claro exponente del buen cine de aventuras de los 50, con todos los clichés de la época, que a día de hoy maravilla a los aficionados del clásico, pero que no impresiona pese al despliegue técnico que por aquellos tiempos era impresionante.

8,3
6.326
7
25 de enero de 2025
25 de enero de 2025
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Hay películas que trascienden el arte para convertirse en una experiencia espiritual. Esta obra de Mizoguchi es una de ellas. En un Japón feudal implacable se despliega un drama que, bajo la apariencia de un relato sobre la pérdida y el sufrimiento, se convierte en un ensayo sobre la dignidad, la resistencia y la búsqueda de humanidad en un mundo que parece negarla.
La historia sigue a dos hermanos separados de su madre y vendidos como esclavos en un campo regido por el cruel intendente Sansho. Lo que podría haberse limitado a un relato de brutalidad histórica y miserias humanas, Mizoguchi lo eleva con una sensibilidad única. Sus personajes no son meras víctimas; son seres humanos que intentan encontrar un destello de luz en medio de la oscuridad más absoluta.
Si algo hace que esta película sea imborrable es su capacidad para emocionar sin recurrir al sentimentalismo fácil. No pretende consolar ni ofrecer respuestas, sino confrontar al espectador con verdades desnudas sobre la injusticia, la pérdida y la fragilidad de los valores humanos en un mundo despiadado. Mizoguchi no exime a sus personajes de sus contradicciones, pero los dota de una humanidad tan profunda que trasciende su contexto histórico, convirtiendo esta obra en un testimonio universal sobre la lucha entre la compasión y la crueldad.
Cada plano es una lección de composición y ritmo. Desde los paisajes serenos hasta los espacios asfixiantes donde los personajes sufren, todo está calculado con la precisión de un poema visual. La cámara no se detiene en el dramatismo obvio, sino que encuentra el dolor en lo cotidiano: en los gestos, en los silencios y en lo que no se dice. Es un cine que observa, que sugiere, que invita a la reflexión en lugar de dictar.
Lo que realmente conmueve es cómo la película explora las contradicciones inherentes a la condición humana. El sacrificio y la moral chocan con la brutalidad de la supervivencia. La figura paterna ausente, cuyo legado de compasión parece inútil en un mundo cruel, se convierte en el eje que guía el destino de los protagonistas. La frase recurrente, "sin misericordia, el hombre no es más que una bestia", no se siente como un lema vacío, sino como una verdad desgarradora que Mizoguchi pone a prueba en cada escena.
La historia sigue a dos hermanos separados de su madre y vendidos como esclavos en un campo regido por el cruel intendente Sansho. Lo que podría haberse limitado a un relato de brutalidad histórica y miserias humanas, Mizoguchi lo eleva con una sensibilidad única. Sus personajes no son meras víctimas; son seres humanos que intentan encontrar un destello de luz en medio de la oscuridad más absoluta.
Si algo hace que esta película sea imborrable es su capacidad para emocionar sin recurrir al sentimentalismo fácil. No pretende consolar ni ofrecer respuestas, sino confrontar al espectador con verdades desnudas sobre la injusticia, la pérdida y la fragilidad de los valores humanos en un mundo despiadado. Mizoguchi no exime a sus personajes de sus contradicciones, pero los dota de una humanidad tan profunda que trasciende su contexto histórico, convirtiendo esta obra en un testimonio universal sobre la lucha entre la compasión y la crueldad.
Cada plano es una lección de composición y ritmo. Desde los paisajes serenos hasta los espacios asfixiantes donde los personajes sufren, todo está calculado con la precisión de un poema visual. La cámara no se detiene en el dramatismo obvio, sino que encuentra el dolor en lo cotidiano: en los gestos, en los silencios y en lo que no se dice. Es un cine que observa, que sugiere, que invita a la reflexión en lugar de dictar.
Lo que realmente conmueve es cómo la película explora las contradicciones inherentes a la condición humana. El sacrificio y la moral chocan con la brutalidad de la supervivencia. La figura paterna ausente, cuyo legado de compasión parece inútil en un mundo cruel, se convierte en el eje que guía el destino de los protagonistas. La frase recurrente, "sin misericordia, el hombre no es más que una bestia", no se siente como un lema vacío, sino como una verdad desgarradora que Mizoguchi pone a prueba en cada escena.
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