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Críticas 1.746
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7 de junio de 2008
25 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
No soy muy ducha en esto del western, ni se trata de mi género favorito. No sé gran cosa acerca de los considerados grandes (ni pequeños) directores de cine sobre esa legendaria parte de la Historia referida al salvaje Oeste o Far West americano.
Por ello vosotros, los que llevéis este género en la sangre, los que vibréis mientras montáis en un caballo avezado, los que lleváis agarrado a los pulmones el polvo de los desiertos, los que vestís ropas ajadas de correrías, los que camináis con el chasquido de las espuelas embarradas, los que fumáis un cigarro tras otro entre las barbas sucias, los que lleváis en el rostro las marcas de la intemperie, los que habéis aprendido a agudizar los sentidos para sobrevivir, los que no conocéis más ley que la de vuestro revólver, los que habéis aprendido que para vivir hay que ser más rápido que los demás... Pues bien, a todos vosotros os pido disculpas por mi ignorancia.
Desde los tiempos en que yo jugaba a indios y vaqueros, mi interés por el western no ha mejorado gran cosa, aunque sí es cierto que he comprendido que quizás el western no es sólo una parcela de la ficción cinematográfica. Quizás en la vida hay distintos tipos de westerns, que no implican solamente ir vestido a lo cowboy montando un caballo y llevando un revólver al cinto.
Quizás, cuando se vive al borde, en la frontera entre tu pellejo y la tumba, donde la vida humana vale mucho menos que un buen caballo o un puñado de oro, quizás entonces comienza el auténtico western.
El italiano Sergio Leone entiende bastante de esa filosofía de la supervivencia en condiciones extremas. Cuando no hay leyes que te protejan ni justicia institucionalizada, cuando habitas en un terreno de serpientes venenosas que atacan al olor de la sangre y cuya forma de vida consiste en ir eliminando al resto para evitar ser eliminadas, y cuya máxima aspiración consiste en atesorar la víctima más sabrosa y saborear los placeres más primarios de la naturaleza, entonces no existen lujos como la conciencia, la moral, los remordimientos, ni la compasión.
Cuando empezó la conquista del extenso oeste de los Estados Unidos, masacrando a los indios nativos e instalándose en sus territorios, imponiendo cada cual su ley y malviviendo en unas rudas condiciones en las que sólo tenían alguna posibilidad los más fuertes, los más listos, los más rápidos y los que tuviesen menos escrúpulos, dio a su vez comienzo una era que daría para kilómetros y kilómetros de celuloide apenas unas décadas más tarde.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Entre aquellos territorios rudos y lejanos surgían pistoleros que se movían siguiendo el rastro de los dólares. Joe es uno de ellos. Antiguo soldado de la Unión, se ha echado a la vida mercenaria para cumplir su único objetivo: hacerse rico.
Listo como un lobo, sabe que una frontera es una ocasión única para enriquecerse. De modo que se dirige hacia la frontera entre Estados Unidos y México, llegando a un pueblecito cuyos amos y señores son dos familias enfrentadas: los Rojo y los Baxter. Unos, controlan el tráfico de alcohol. Los otros, el tráfico de armas. Es decir, los dos grandes pilares del hampa que existían antes de que las drogas se sumaran al tráfico ilegal.
Joe, con su ojo experimentado, detecta rápidamente la manera de sacar tajada de la situación y aprovecharse de los dos bandos. Situarse en medio, haciendo creer a cada rival que él está de su parte y en contra de los otros. Se infiltra, observa sus fechorías e idea un plan para hacerse con el botín.
Pero si hay algo que pueda interponerse en su camino, no se trata de una falta de inteligencia, de habilidad o de seguridad en sí mismo (en el oeste los tipos duros y chulos tienen más papeletas para durar un poco más). Se trata de que, cuando uno menos se los espera, salta algo que duele. Algo que se ha aprendido a acallar desde que se tenía fuerza suficiente para sostener un revólver. Y ese algo se llama corazón, o algo que se le parece un poco.
Y Joe, a su pesar, lo tiene.
Buen guión, un Eastwood como siempre a la altura y un Morricone de mandolinas que plantean que, pese a todo, los seres humanos, por duros que sean, también tienen sus flaquezas.
19 de noviembre de 2011
23 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es más que un drama erótico. Y eso que carga morbosa tiene de sobra, en esa vertiente escabrosa de una relación de humillador-humillado exclusiva y encadenante, jubilosamente aceptada por ambas partes. Es extraña la química que derrochan Rampling y Bogarde, el torvo maduro y la jovencita viciosa, y cómo en su unión no hay sólo poder y sumisión, no sólo sexo; es obsesión, enfermedad, sentencia a morir de placer maldito. Es un amor desviado y condenado, en el que uno y otro son muy conscientes de que están podridos, de que no verán el cielo, de que no hay más paraíso que el que tocan cuando se hacen daño y se curan mutuamente, cuando se entregan hasta la extenuación y se acechan como perros celosos, torcidamente felices en su prisión oscura, teñida de sangre, rodeada de horror. Cuando están juntos, no hay nada más en el mundo, no hay moral, no hay normas, no hay guerra, lo que hay es el oficial que marca a fuego la carne y las pasiones de una chiquilla que se enamora de su captor. Él la tuvo a su merced y el salvaje goce de la dominación los ha perseguido sin descanso a lo largo de los años en que han estado separados, han rehecho sus vidas, parecen respetables, él es el correcto portero de noche de un hotel y ella es la esposa de un músico.
El pasado nunca duerme. Se acurruca silencioso en un rincón, entorna los ojos y mira discretamente, y pueden pasar eras sin que intervenga con violencia. Hasta que un hecho lo hace saltar, remover la memoria y reclamar su lugar en el presente. Para ellos dos, reaparece en cuanto se cruzan, tras doce o trece años sin saber nada del otro, en el hotel de Max. El momento actual se hace trizas, y se hacen la ilusión de que nada ha cambiado, porque ella sigue siendo su pequeña sometida y viciosa, y él sigue siendo su macho dominante. O tal vez es al revés, porque los papeles también se intercambian, y no se sabe quién posee a quién, o si se poseen los dos quemándose en una hoguera incandescente, inagotable, mortífera, porque los conduce a la destrucción que ya ambos sabían que tendría que llegar.
Porque reconocen sus negras almas corrompidas por el crimen y el regodeo en la iniquidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Aceptan su destino determinado por su condición de verdugos y cómplices de la crueldad. En su tortuosidad, juntos poseen una cualidad de contrahecha integridad, por contradictorio que suene; porque una vez que se reencuentran, ya no tapan lo que fueron, ya no se cubren con la hipocresía de simular ser lo que no son. Él destapa en sí al asqueroso nazi que torturó y asesinó, y se avergüenza de ello; por eso no soporta la luz del día. Lo que tal vez lo redime de una retorcida manera es que ya no hace como los demás que fueron tan malvados como él fue; ya no trata de limpiar falsamente una imagen imposible de limpiar. Ella no siente escrúpulos en amar a un antiguo asesino, como lo amaba entonces.
Quizás su amor los salva aferrado a un mundo en el que lo único que existe son ellos, quizás sea un medio por el que hasta los espíritus más deleznables pueden encontrar un titubeante camino hacia una redención que nadie más puede ver.
30 de octubre de 2007
23 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿En qué bases construimos nuestra sociedad?
¿Cuáles son los valores que imperan?
¿Qué ideologías, convicciones, actitudes, comportamientos y costumbres son los que interiorizamos?
¿Por qué llevamos un estilo de vida determinado?
¿Qué nos hace actuar de un modo y no de otro?
¿Qué les ocurre a quienes no se ajustan al modelo preestablecido?
En "Hierro 3" se demuestra que es posible romper todos los esquemas de las imposiciones y cadenas que nos esclavizan como individuos anulados por otras voluntades ajenas que pretenden erigirse en nuestros guías y carceleros.
¿Se puede ser libre, se puede hallar la paz de espíritu en medio de la vacía rutina, de la amargura, de la incomunicación, de las incomprensiones, de la violencia, de todas esas cosas absurdas que hacen infelices a las personas?
¡Sí! Se puede.
¿Se puede estar más allá de este mundo, existir en otra dimensión en la que no caben crueles ni malsanos sentimientos ni restricciones, en la que solamente hay tranquilidad, sosiego, felicidad que se alimenta simplemente de la alegría de estar vivo?
¡Sí! Se puede.
Como testigos silenciosos de esta civilización enloquecida, adormecida y restringida a un minúsculo reducto de mediocridad, un chico y una chica se atreven a vivir según sus propias reglas y su particular concepción de la existencia. Observando a las personas, contemplando cómo se atan a simples objetos, cómo se someten a costumbres que los despersonalizan y les conducen a perder su identidad y su norte, a cegarse en lo conocido e ignorar las infinitas posibilidades que se abren más allá de lo que tenemos ante nosotros... Esos jóvenes saben por instinto lo que casi nadie descubre en toda una vida: que no somos dueños de nada ni de nadie, que es inútil tratar de controlar lo que nos rodea y engañarnos creyendo que somos infalibles, que no poseemos verdades absolutas, que si nos descuidamos nos destruimos unos a otros, devorados por nuestros peores instintos y emociones...
¿Quiénes son sombras, espectros? ¿Los jóvenes protagonistas, que nos ofrecen una lección de sencillez, de equilibrio, de búsqueda de la paz interior? ¿O los demás, que ignoran sus voces interiores, que se hacen daño unos a otros, que se pierden tantas sensaciones hermosas porque han perdido la pureza?
Viviendo en esta sociedad, y estando abocados a convivir, las consecuencias de no ajustarse al esquema pueden ser funestas, y aprendemos que muchos de nuestros actos tienen consecuencias, y que la maldad prolifera y nos salpica aunque huyamos de ella.
En definitiva, la gran originalidad de este hermoso drama radica en que es posible hallar modos de superar los obstáculos, que con la fuerza de una mente y de un corazón limpios, las penalidades quedan atrás y uno se escapa espiritualmente de todo aquello que lo lastima.
Encontrando en nosotros mismos y en el amor esa luz que nos guíe y nos dé fuerzas, todo lo demás es superfluo.
9 de mayo de 2009
22 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando encuentras al amor de tu vida, tu alma tiene la certeza desde el instante en que sientes ese flash que, si se pudiera transcribir con palabras, diría: "Quiero estar con esta persona de aquí en adelante, hasta el fin de mis días. Quiero despertarme cada día junto a él/ella. Quiero que compartamos todo lo que sueño compartir con alguien. Quiero que nos tomemos de la mano y que caminemos juntos mientras tengamos aliento en los pulmones. Quiero que, si existe vida más allá de la muerte, nos encontremos al otro lado para seguir amándonos por toda la eternidad".
Todas esas cosas, y muchas más, las sientes en esa fracción de segundo providencial.
Cuando encuentras a tu gran amor, apuestas tu corazón entero a una sola carta, a una jugada tan alta que, si la jugada sale mal, te pasarás mucho tiempo, tal vez lo que te quede de vida, recogiendo los pedazos de tu corazón roto.
Ojalá el gran amor se pudiese retener para siempre, ojalá se pudiera preservar para que no se perdiese ni se estropease. Pero ni siquiera algo tan grande está a salvo de la fatalidad.
Puede pasarte que, si has sido tocado por ese don, no estés ya capacitado para amar a otra persona con la misma fuerza. Como si dentro de ti hubiese un trono vacío que sólo esté hecho a la medida exacta de ÉL o ELLA y que, una vez que lo ha dejado vacante, no puede ser ocupado por nadie más.
Así se siente Félicie tras su esplendoroso verano con Charles. El caprichoso destino o el voluble azar los unió para separarlos tontamente después (como suelen ocurrir los acontecimientos, por causa de torpezas humanas, malentendidos o sencillamente por las ironías de la juguetona suerte). El trono en el que Charles se sentó permanece dentro de ella. Como un pedestal sagrado al que ningún otro hombre tiene derecho ni las condiciones necesarias para poder poner en él los pies.
Como regalo y recuerdo vivo, está Elise, la hija que nació de aquella pasión.
Nadie puede llenar el hueco. Sus sucesivos amantes son sucedáneos, sombras, un ligero consuelo a su corazón solitario.
Nadie puede sustituir al padre de Elise.
Félicie no puede olvidar. En su interior, en lo más hondo, sabe que no puede hacer otra cosa más que esperar la reaparición de su amado...
Porque es mejor sostenerse con la esperanza, con el "¿y si aparece?", que conformarse con dejarse querer por alguien a quien no se le pueden dar más que migajas.
Rohmer es grande a su pequeña manera. En esa filmación corriente donde las personas y sus dilemas sentimentales y existenciales, sus acontecimientos ordinarios y sus vaivenes copan por completo la pantalla. La fotografía es un mero accesorio que abre las puertas hacia esos rostros, hacia esas almas, hacia esos pensamientos desgranados en diálogos que fluctúan entre lo humano y lo divino, entre lo terrenal y lo elevado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Reflexiones, dudas, certidumbres, equivocaciones, rectificaciones... Y en el centro de todo, una mujer confusa y un poco perdida, pero honesta en su debilidad, que comete errores, que no puede engañarse a sí misma, que lleva su bandera del amor perdido e irreemplazable.
Que vive esperando.
Porque estamos hechos para esperar... Como si fuésemos eternos.
3 de enero de 2012
21 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aquellos dramas románticos de los tiempos de los abuelos, de tan elegante aura en blanco y negro, parecen hoy como un sueño envuelto en esa niebla que difumina la memoria de Charles Rainier, un ex-combatiente de la Primera Guerra Mundial cuyos recuerdos se han esfumado.
Es una neblina espesa e infranqueable que borra el pasado y deja un presente incierto y desolador en el que un hombre dañado ha perdido su identidad. Rescatado por una compasiva y generosa muchacha, parte desde cero y construye junto a ella la nueva estructura de su ser, desconociendo absolutamente cómo fue antes de que lo encontraran malherido en Francia.
Hay grandes atisbos de la magia pura y delicada de la era de los grandes clásicos que parece cubrir todos los fotogramas. Hay que imaginar que los vemos uno por uno con ojos de espectador de los cuarenta y advertimos el aroma a gran obra, reposada, dulce, de excelente buen gusto, con la gallardía hoy pasada de moda de los caballeros que daban la vida por sus damas, por sus raíces y por su patria acudiendo a pelear y a morir a la masacre que amenazaba lo que más valía. Gentilhombres que caían en el campo de batalla o que regresaban averiados, tullidos físicos o espirituales que ya no volvían a ser los mismos. Una historia sobre las personas que anteponen la bondad ante todo y acuden a socorrer a las almas necesitadas, devolviéndoles una vida nueva.
Una historia sobre las vueltas del destino. Si no le hubieran herido, si no padeciera amnesia, si Paula no lo hubiera encontrado, habría seguido siendo el eminente Charles Rainier y no el anónimo John Smith, habría retomado inmediatamente su imperio familiar ignorando lo que significaría conocer a la mujer de sus sueños, de cabellos rojizos y ojos a juego con un collar de cuentas de cristal de escaso valor monetario pero de gran valor sentimental que él nunca le habría regalado porque no la habría conocido.
Y así es como el halo de ensueño de amor compone un melodrama que sólo es posible en el cine, porque no es muy probable en el mundo real esa predestinación casi sobrenatural hacia la persona amada, hasta el punto de que la presiente y la aguarda aunque no recuerde quién es, sin estar seguro de si se la ha cruzado alguna vez, intuyendo su presencia indeleble en algún recodo del corazón.
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