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Críticas 1.688
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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18 de marzo de 2019
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los grandes acontecimientos de la Historia tienen siempre dos caras que no han sido fácilmente representadas en los libros o en el cine. Suelen centrarse en las figuras relevantes (reyes, emperadores, generales…) o, por el contrario, decantarse por el costumbrismo y reflejar las pequeñas historias de la gente de entonces. Interrelacionar los dos mundos, y los dos puntos de vista, es lo que ha pretendido el director y guionista de Un pueblo y su rey, Pierre Schoeller.

Para lograr su objetivo, ha planteado una suerte de retablo en el que, a modo de exquisitas postales, van desfilando los grandes y pequeños protagonistas de los primeros años de la Revolución Francesa. Con un ritmo cadencioso y una estética preciosista, ofrece al espectador un plástico relato de la destrucción de la Bastilla, las primeras reuniones de la Asamblea Nacional, la matanza del Campo de Marte o la puesta en marcha de la Guillotina. Todo ello liderado, simultáneamente, por las lavanderas, los artesanos del vidrio, los campesinos, los pensadores, los artistas, los militares, los políticos de diferentes tendencias y la propia familia real.

Y sin embargo, a pesar de plantear este acercamiento profundamente humano a los hechos históricos, el guion de Pierre Schoeller se olvida de lo principal, es decir, de las personas a las que quiere descubrir. El rigor, profesionalidad y belleza con la que realiza la puesta en escena choca frontalmente con la superficialidad, la incoherencia y el desorden con la que describe a los personajes. Es muy difícil seguir sus discursos o acciones políticas, pues encarnan reacciones inesperadas (según los retratos iniciales ofrecidos por el director), y por ello el desconcierto reduce la empatía con los protagonistas, impide la comprensión de los sucesos y termina por hacer que el espectador pierda el interés por seguir la trama.

No puede negarse la fascinación que producen las primeras imágenes, e incluso acierta con algunas metáforas visuales de gran belleza y cargadas de contenido, como la luz a través de la torre de la Bastilla, o el modelado del vidrio al ritmo calmado y constante del trabajo del artesano. Pero solo con imágenes no se llena una historia que alterna, para ahondar en el desconcierto citado, el simbolismo y las elevadas teorías políticas, con sonrojantes soflamas panfletarias.

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19 de abril de 2024
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alice Rohrwacher vuelve con una obra que encandila. Ambientada en los ochenta, la directora parte de su interés por los tombaroli –saqueadores de tumbas que estuvieron muy activos en Italia durante esa época– para presentar "La quimera".

Sus personajes están llenos de esos sueños que proyectan como posibles y desean verlos cumplidos. El protagonista de esta historia, Arthur –interpretado por un minucioso Josh O’Connor, lleno de matices–, no es una excepción a esas quimeras. Aquella que no abandona su mente es la de encontrar a su amada Beniamina a quien perdió unos años atrás y con la que está conectado a través de un simbólico hilo rojo que ni la muerte puede cortar.

La realizadora italiana deslumbra con la poética de sus imágenes, los juegos de cámaras con los que se divierte junto a sus personajes y unos encuadres que afirman esa alternancia entre la narración y el sueño. El lirismo de Alice Rohrwacher ofrece una cálida mirada que va en sintonía con el grupo de soñadores desafortunados. Estos forman parte de este retrato social, no exento de crítica, que como en anteriores ocasiones acaricia la magia de la fábula.

En "La quimera" se presenta una historia llena de vida que apela a nuestras propias fantasías y a los deseos que nos hacen seguir vivos. Llena de simbolismos y pequeños detalles que añaden varias capas a la película, su discurso social (la corrupción, la ceguera causada por el dinero, los límites de lo correcto, etc.) envuelve lo que en esencia es un bellísimo cuento de amores eternos.

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21 de marzo de 2024
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta galardonada ópera prima de "Clara Bilbao" recoge el best seller francés "On est toujours trop bon avec les femmes" (Siempre somos demasiado buenos con las mujeres) escrito por "Raymond Queneau". Al frente del guion está "Miguel Barros". Por su parte, el reparto lo encabezan "Carmen Machi" y "Antonio de la Torre", acompañados por algunas otras caras conocidas como "Luis Tosar", "Oscar Ladoire", o "Gonzalo De Castro".

Enmarcado en el género de comedia negra, el largometraje también recurre al cine bélico, al fantástico y al drama; quizá tanto picoteo le pasa factura. Y, aunque no cabe duda de que "Tratamos demasiado bien a las mujeres" pretende ofrecer un espacio de entretenimiento algo disparatado, la historia no consigue que el espectador se involucre. Y no es fácil averiguar por qué.

Puede que "Carmen Machi" no haya sido la mejor elección (y no por falta de talento interpretativo sino por la configuración del personaje). Quizás el grupo de oficiales, tanto de un bando como de otro, sean poco sorprendentes. Tal vez sea el hecho de que, en ciertos momentos, se recite el guion en vez de interpretarlo. O puede que sea la suma de todos estos desajustes lo que impide que, como audiencia, empaticemos con la causa.

No obstante, sí cabe destacar que existen grandes momentos que iluminan de vez en cuando la historia. Aun siendo excepcionales, determinados diálogos, personajes, encuentros y desencuentros proporcionan aire a esta comedia que, además, camina hacia ciertos temas de calado, aunque no profundice.

Por último, es obligado un comentario sobre su título. Tal vez sea rizar demasiado el rizo pero ¿qué significa para su autor tratar demasiado bien a las mujeres? En el contexto del film se traduciría en no abusar de ellas, no matarlas o interrogarlas sin violencia, pero ¿Es eso acaso tratarlas “demasiado bien”?

En resumen, "Tratamos demasiado bien a las mujeres" apunta maneras, pero no llega a lo que se propone. Navega entre géneros y carece de agudeza, le falta brillo e intención, pues si apuestas por el disparate no es bueno querer contentar a todos los bandos.

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11 de marzo de 2024
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su segundo largometraje, "Celia Rico" recoge con sensibilidad y elegancia la esencia de su preciosa ópera prima, "Viaje al cuarto de una madre", con la que podría perfectamente formar un díptico. "Los pequeños amores" recupera la realización minimalista y los temas de su predecesora y, sin embargo, logra transitarlos de forma distinta y refrescante.

"Celia Rico" construye una naturalidad que se afianza en una predilección por el plano fijo, el cual permite prestar una atención máxima a los personajes y a sus diálogos. Al mismo tiempo, este recurso dota de mayor importancia a los encuadres y a los puntuales movimientos de cámara.

La convivencia maternofilial vuelve a ser el pilar central de la historia. Esta vez el encuentro ocurre tras un desafortunado accidente que deja temporalmente en cama a la madre de Teresa y obliga a la hija a cambiar sus planes vacacionales. Entre cuidados diarios se van desplegando conversaciones variadas –sobre la muerte, el tiempo, los amores, los secretos, la comunicación…– que forjan una reconexión entre ambas mujeres. Esta se materializa con el simbólico proceso de pintar la fachada de la casa, un acto lento y atento.

El gesto se mantiene como un elemento crucial en la contemplación de las relaciones, de esos pequeños amores que se van deduciendo entre los personajes presentes y ausentes. Esos mismos gestos se cargan de ironía, con la que también se dotan las distintas conversaciones entre "María Vázquez" y "Adriana Ozores". Con sus interpretaciones tejidas de matices y construídas bajo una mutua escucha atenta, ambas ponen el broche a este cándido y cálido relato de madre e hija.

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4 de agosto de 2023
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
'Algún día nos lo contaremos todo' supone la adaptación de la novela homónima de Daniela Krien y, para todos aquellos ajenos al libro, lo que se puede asegurar al ver la película es que encontraran una especie de '50 sombras de Grey', pero ambientada durante un verano rural en la Alemania recién unificada tras la caída del muro de Berlín. Si bien las diferencias son visibles en sendas adaptaciones cinematográficas, en esencia su vacuidad y tratamiento de la imagen es similar.

Entre una fotografía tostada por los rayos estivales del sol, el film arranca con poca fuerza y lleva a un desinterés rápido; no parece pasar nada –como en la propia aldea donde se contextualiza todo– y la protagonista se siente fría y distante. María (Marlene Burow), una lectora empedernida que no va a clase y vive en casa de los padres de su novio, cae en una planitud como el resto de secundarios y, a lo largo del metraje, no consigue percibirse evolución ni cambio sustancial en sus arcos. Todo lo que sucede a su alrededor a nivel sociopolítico despierta mayor interés que el relato central.

Poco a poco, se van introduciendo toda una serie de cuestiones moralmente discutibles que, en vez de desarrollar o discutir, se exponen de forma despersonalizada y sin un atisbo por ir más allá de su compleja y chocante superficialidad. Relaciones que se convierten en necesidades, acometidas interpretadas como pasiones, mentiras y secretos justificados sin tapujos por el propio malestar e insatisfacción. Todos ellos quedan enunciados, contemplados de forma sensacionalista sin buscar postura alguna, lo que acaba llevándolo a un paraje cuestionable. Y algo similar pasa con temas subliminales en algunos personajes como la depresión de la madre o Henner (Feliz Kramer); se usan como mera caracterización para aparentar mayor profundidad —una elección bastante frívola—.

Al final, la diferencia de edad entre María –a la que en la película cinta suman dos años respecto al libro, donde tiene diecisiete– y su vecino cuarentón Henner acaba siendo lo menos problemático en una relación donde, poco a poco, todo está mal. El secretismo de un vínculo que nace de improviso, sin conexión actoral ni de personajes, carece asimismo de amor y pasión, estos son confundidos por un mero deseo carnal violento. Los silencios entre ambos acaban incomodando y el trato bruto hacia ella, como si de un objeto se tratara y una posesión para el hombre fuera, no encuentran denuncia, ni redención, ni posicionamiento: se abraza con total normalidad por la realización y la protagonista. Así, se deja toda una retahíla de frases —”Al final te he traído y te he atrapado en mi guarida” (Henner), “durante la noche él la codiciaba y ella se entregó” (una nota de Henner) o “haz lo que quieras conmigo” (María)— que, dado el turbio contexto, se recubren de una falsa y nociva concepción romántica.

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